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Capítulo VI: La Manada por Matt Brown

“Matt corrió todo lo deprisa que las piernas le permitieron, sentía que en cualquier momento iba a fallar y a caer. Los gritos se hacían cada vez más intensos y le llamaban por su nombre: eran gritos de mujer, mezclados con el llanto de un bebé, y pedían su ayuda. Se adentró en el bosque: iba a vomitar los pulmones en cualquier momento. Todo estaba helado, había perdido la sensibilidad en los dedos de las manos y sentía los labios húmedos como dos témpanos helados. Utilizó las manos como amplificador para llamarla y el hielo penetró en su garganta como un cuchillo recién afilado al fuego.
-¡Matt! Estoy aquí…-la voz era débil y enfermiza por el frío y por el dolor.
-No te preocupes, voy a buscarte-respondió él.
Corrió todo lo que pudo mientras la oscuridad se cernía a su alrededor, intentaba avanzar más deprisa para no perder visibilidad, pero la noche era más rápida que sus piernas. Metió el pie hasta el tobillo en un charco de agua, pero cuando dirigió la vista hacia abajo, contempló horrorizado como los bajos de su pantalón se habían teñido de rojo. El rastro, como de serpiente, se extendía delante de él en el camino de tierra envuelto por la negrura. Tragó saliva, pero no dudó en seguir avanzando a toda prisa. Ella estaba en un claro, rodeada de arbustos de espinos que la encerraban en forma de cúpula, apenas iluminado por un rayo de sol en lo más alto. Estaba tirada en el suelo, cubierta de sangre, jadeaba y ni siquiera podía ponerse en pie. Matt corrió hacia ella con el corazón en un puño. La estrechó contra su pecho entre lágrimas:
-Estoy aquí Ayla, no te preocupes, estoy aquí contigo…-intentó consolarla meciéndola entre sus brazos.
-Matt,-respondió ella en un suspiro-el bebé, ve a buscar al bebé…
-¿Qué bebé, Ayla? ¿De qué me estás hablando?
-El bebé… Nuestro bebé…
La mano pringosa le manchó la cara de sangre, ella se dio la vuelta en el suelo. Tenía un enorme tajo en la barriga que no paraba de sangrar. Matt se horrorizó y su primer impulso fue quitarse la chaqueta y cortar la hemorragia con ella, pero Ayla se resistió:
-No, ya es tarde para mi Matt… Sálvalo a él…
-Te sacaré de aquí, Ayla, te lo prometo. Te pondrás bien.-la cogió en brazos, cubriéndose con su propia sangre, el alambre de espinas crecía a una velocidad sobrenatural, estaba a punto de bloquearles la salida. La oscuridad avanzaba cada vez más.
-Suéltame Matt, sálvate tú…-insistió ella.
-No.-él se mantuvo firme ante su postura-Te salvaré Ayla, te lo prometo, a ti y a nuestro bebé…-aunque no sabía bien de que bebé estaba hablando-y haré pagar al que te ha hecho esto…
-No.-su voz había pasado del suspiro inaudible a un golpe seco y autoritario-no puedes hacer eso, Matt… No puedes hacer pagártelas a ti mismo.
-¿Qué?
Una figura, negra como la noche, se alzó de entre los espinos. El cielo se había teñido de rojo, igual que la ropa de Matt. Sus brazos empezaban a cansarse de sujetar a Ayla, la estrechó aún más fuerte contra su pecho ante la presencia del diabólico personaje. La figura se acercó a grandes zancadas hacia ellos, no distinguía sus facciones, pero llevaba un cuchillo amenazante en la mano. Matt retrocedió, Ayla seguía insistiendo en que la soltase y se salvase él. Tropezó con una piedra y cayó al suelo, intentó arrastrar a Ayla, pero la figura fue más rápida y cogió a la muchacha de la ropa y la alzó bruscamente.
-¡No!-gritó Matt, impotente.
Antes de hacer cualquier cosa, la figura negra extrajo del interior de su abrigo un paquete y lo tiró a escasos centímetro de Matt. Era una manta blanca, manchada de sangre, en la que entre los pliegues salía una pequeña manita con el puño cerrado. Se le llenaron los ojos de lágrimas. “Mi bebé, nuestro bebé…” Quería matar a ese indeseable por hacer daño a Ayla y al pequeño, el personaje negro alzó el cuchillo. Matt cogió la piedra con la que se había tropezado y se la lanzó a la cabeza. La esquivó y atónito pudo contemplar como su propio rostro destripaba a Ayla hasta matarla.”
-¡Ayla!-gritó incorporándose del susto. Un sudor frío le cubría todo el cuerpo y sentía los pulmones ardiendo como si terminase de correr una maratón. A su alrededor reinaba la oscuridad y hasta que sus pupilas no se adaptaron al ambiente, apenas podía distinguir sus manos delante de sus ojos.
-¡Matt!-la voz de Bam resonó furiosa al otro lado de la choza-¿Qué narices te pasa ahora?
-Lo siento, he tenido una pesadilla…-se disculpó avergonzado por haber despertado a su hermano de una manera tan tonta.
-Pues tenlas en silencio.-gruñó el otro.
“Al menos no había sido el sueño de la manada de lobos” Matt solía soñar con una familia de nueve lobos, que descansaban en un claro donde había unas rocas muy altas para vigilar todo el descampado de hierba verde claro: sobre las piedras, al sol del verano de Alaska estaba el viejo lobo, su guía: era más grande y robusto que la mayoría y tenía el pelaje gris claro, sucio y desgastado por el paso de los años y unos largos bigotes canosos le colgaban del hocico. Siempre a su vera estaba su hembra, la otra líder del grupo, era más menuda que él, pero igual de imponente y autoritaria, tenía la vista fija en el suelo del claro, donde las dos cachorras de loba de pelaje oscuro jugueteaban a perseguirse la una a la otra. A la sombre de la construcción de piedra, merodeaba uno de los lobos más adultos: tenía el pelo castaño claro y los ojos verdes, siempre enseñaba los dientes cuando se le molestaba, permanecía allí, andando de un lado para otro, listo para saltar sobre la piedra en cuanto el líder cayese, y pelear por ella hasta la muerte. En el lado más apartado del claro, bajo un robusto abeto, estaba el macho más joven, de largo pelaje amarillo como el trigo, disfrutaba de la soledad sin alejarse demasiado de la seguridad de la manada. El macho más intrépido era también el más menudo, su pelaje era del color de oro, y estaba en la flor de la vida, en la edad de encontrar una hembra en celo para procrear y no paraba de correr por el bosque en busca de la loba perfecta, tan salvaje como él. Otro de los machos jóvenes mordisqueaba una pata de venado en un rincón del claro, era el más fuerte de todos y podría derrotar fácilmente a los dos lobos más adultos para arrebatarles el liderazgo, pero era demasiado inexperto y profesaba demasiado respecto al macho alpha como para intentarlo. Él era el viejo lobo gris que se lamía las heridas causadas por los cazadores en un lugar cercano donde jugueteaban las dos cachorritas, era lo único que podía hacer, vigilar a la camada reciente para que no se lastimasen mientras jugaban. Estaba demasiado débil como para competir con
el hermano de pelaje castaño y tampoco contaba con la suficiente fuerza como para salir a cazar con el fuerte y el intrépido, así que permanecía allí, tumbado al sol, con la piel cubierta de cicatrices vigilando a las lobitas. Pero entonces apareció ella, saltando desde lo alto de una colina: era una loba pequeña, que recién había alcanzado la madurez, tenía el pelaje tan blanco que en invierno la confundirían con la nieve, estaba salpicado por gotas escarlata: la joven loba estaba herida, pero se mostraba fuerte y agresiva ante el resto de lobos. Se le erizó el pelo y enseñó los dientes cuando se vio rodeada por una manada de desconocidos. Su extraño olor inundó el desarrollado hocico del lobo gris, sin duda, venía de muy muy lejos, pero las hormonas que desprendía le indicaban que ya estaba lista para dar a luz a una camada de cachorros sanos y fuertes. El macho alpha dejó que fuese el hermano de los ojos verdes el que se acercase a olfatearla, la loba blanca dio un salto hacia atrás y le soltó un gruñido. El lobo intrépido y el fuerte también se acercaron a investigarla, incluso el solitario macho del pelaje de trigo dio unos pasos hacia ella. El único que se quedó al margen fue el viejo lobo gris, el herido, el más adulto, cuyas heridas le impedían saltar sobre sus hermanos y defender a la hembra blanca recién llegada que no le quedaba otra opción que someterse ante la insistencia del grupo de machos jóvenes que la rodeaban.
No era la primera vez que tenía ese tipo de pesadillas, pero en todas se repetía el mismo patrón: a Ayla le sucedían cosas malas, le hacían daño, él mismo la hacía daño. Tenía miedo de dormirse por las noches y despertarse sobresaltado por haber visto como él mismo la sumergía en la gélida agua del océano permitiendo que en sus pulmones se clavasen agujas de hielo. Cuando despertaba la buscaba a tientas en la oscuridad, Ayla tenía el sueño muy ligero, y se despertaba cada a menudo, aunque estaba inmóvil mientras él la abrazaba y volvía a conciliar el sueño. Se había metido en su cama por primera vez la noche en la que la conoció, el día después de salir de la clínica: fue un vano intento de sentir el calor de un cuerpo femenino a su lado por primera vez en mucho tiempo. Nada más cerrar los ojos le venía a la mente el olor dulzón de su pelo, permaneció a su lado, sin tocarla, unas horas que le parecieron días, sentía el calor que emanaba su cuerpo y un deseo primitivo le presionó la ingle. Después se acordó del daño que le habían causado las mujeres en su vida, se levantó de la cama, cogió las dos primeras botellas que se encontró en el mueblebar y salió a la calle.  El viento le alborotaba el pelo y le desgarraba el pecho, pero Matt no sintió nada, simplemente avanzaba con pasos firmes y seguros hacia ninguna parte. Se quedó quieto, con una de las botellas en la mano y el dedo en el precinto, pero fue incapaz de abrirlo, estaba demasiado cerca de volver a casa, de salir de ese lugar infernal que lo torturaba. Era un Brown de Alaska, habían pasado por demasiado como para rendirse, pero se sentía tan solo, tan olvidado… el alcohol era una buena salida para no sentirse así. Estuvo tentado de nuevo a abrir la botella, cuando sintió como Ayla salía por la puerta.
Si hubiese sido en otro momento, hubiese discutido con Bam o le hubiese explicado su sueño aunque él no quisiese escucharlo, pero no era el día, se acurrucó entre sus mantas y fingió que volvía a dormirse. En realidad, no podía echarle nada en cara a Bam Bam, había sido muy comprensivo con él: después de la discusión con Ayla, no le apetecía pasar la noche con ella. No por cómo reaccionaría la chica, sino porque no sería capaz de mirarla a los ojos sin echarse a llorar. Había intentado explicarle los motivos de su decisión, pero ella se había negado a escucharlo, había sido un día muy duro para ambos y Ayla solo quería llorar entre sus brazos, y él, “él muy idiota”, en un intento de acercarla, de impedir que se marchase, solo había conseguido alejarla más. Intentaba convencerse de que había tomado la decisión correcta, las palabras de Gabe volaban en su mente cuando cerraba los ojos:
“No es solo por ti, hermano, es por ambos, por toda la familia… No puedes depender así de ella, no es sano… Créeme, es lo mejor. Si ella te quiere, te esperará…”
Pero las palabras de Ayla resonaban aún más fuerte que las de Gabe:
“¡Vas a matarte Matt Brown! Te vas a matar… Y yo no pienso estar allí para verlo”
Una lágrima le recorrió la mejilla al recordar la expresión de dolor de Ayla. No habían hablado más durante el resto del día. Todo el mundo fingía que no había sucedido nada: la policía no había venido a verlos, ni ese hombrecillo del bigote había insultado a Ayla, ni tampoco hablaron sobre la decisión de Matt… El momento más tenso fue la hora de irse a acostar, con la excusa de que había visto un oso merodeando cerca de las cabañas, Matt se ofreció a hacer el primer turno de guardia, con Bam. Así pospondría el encontronazo con Ayla, a lo mejor estaba dormida y todo cuando regresase y a la mañana siguiente podrían hablar con más calma. Matt estuvo tenso durante toda la guardia, casi no intercambió palabras con su hermano, algo que realmente le sorprendió al otro, teniendo en cuenta la fama de parlanchín de Matt. Bam tampoco habló mucho durante toda la noche, solamente cuando Bear y Gabe se acercaron para reemplazarlos, Bam Bam se dignó a soltar una brusca oración:
-Puedes quedarte en mi choza si quieres, pero que conste que lo hago por ella, para que pueda dormir tranquila, no por ti, cabeza de chorlito…
Bam siempre se ponía en contra suya, siempre. Había hecho muy buenas migas con Ayla. Le costó asimilar que tuviesen un carácter tan similar: ambos con su sentido del deber y de la responsabilidad, con los pies en la tierra, bajándole de las nubes. Sin duda, Ayla era su ancla, le ayudaba a concentrarse y a ver la realidad cuando tocaba, mientras que él la ayudaba a desmelenarse un poco cuando hacía falta. También le costó reconocer que sintió algunos celos de Bam: Ayla y él parecían tener más en común que ella con él mismo, podían pasarse horas hablando sobre negocios, política o un montón de temas de los que Matt no tenía ni idea… No le confesó sus temores, tenía miedo de que al hacerlo, ella se diese cuenta de que tenía más afinidad con Bam y lo dejase… Gabe tenía razón, esa dependencia que había desarrollado hacia ella, el temor a perderla, a que se marchase… Era una adicción tan mala como el alcohol, y debía desaparecer.
Comenzó a dar vueltas en su improvisada cama, intentando no pensar en ello, una botella de plástico vacía le golpeó la cabeza:
-¡O te duermes de una vez o te echo a patadas!-le gritó Bam. Matt no respondió, se hizo un ovillo e intentó dormir, pero Ayla ocupaba el centro de sus pensamientos:
No sabía decir en qué momento se dio cuenta de que estaba enamorado de ella, simplemente surgió y la quería a su lado. Recordaba los primeros días en la cabaña de Ayla, eran como dos adolescentes en su primera vez. Se pasaron una semana comiendo porquerías, semidesnudos la mayor parte del día, haciendo el amor en todos los rincones de la casa… Admitió que para él, en un primer momento, ella solo era un cuerpo con el que se iba a consolar durante un tiempo. Se odiaba a si mismo por haber pensado eso alguna vez: él no era así, su madre no lo había criado así… pero estaba furioso con el mundo y anhelaba sentir el contacto humano, su calor… ¡Joder, necesitaba echarle un buen polvo a alguien! y esa chica estaba a su alcance: era bonita, tenía un cuerpo torneado y el pelo largo y rubio, con reflejos rojizos. Tenía los ojos verdes, verdes y tristes y la curvatura del labio caía finamente hacia abajo, otorgándole un aspecto de doncella trágica griega. Recordaba cómo había estudiado su cuerpo: el olor dulce de su pelo, la piel suave y lisa. Las pequeñas estrías en sus torneadas caderas. El olor de su sexo al excitarse, el interior de su boca, cálido y acogedor, invitándole a quedarse. El pecho firme y del tamaño ideal para que le cupiese en la mano y poder juguetear con él mientras la besaba. El primer polvo lo dejó exhausto, a pesar de que él fuese trece años mayor, la muchacha gozaba de una experiencia que no se esperaba: se movía ágilmente sobre él, jugando con el ritmo y la medida de la penetración y en seguida supo que quería repetir y volver a disfrutar de ese cuerpo. Pero cuando Ayla confió en él y le contó cómo de trágica había sido su vida quiso que se lo tragase la tierra… “Ella ha sufrido mucho, intenta no aparentarlo, pero tiene el corazón destrozado y sin embargo, aquí está: sonriéndome y ayudándome, aparentando que está bien, para que yo lo esté…” La chica le había ayudado a salir del hueco, se sentía responsable de ella, tenía que sacarla adelante y por eso decidió llevársela a Browntown. A partir de allí, todo fue surgiendo:
Primero pensó en lo bonita que era, y eso fue apenas la primera noche que pasaron juntos, en la cabaña de Ayla, después de dormir dándose calor el uno al otro: Matt se despertó tarde, la buscó a tientas en la cama, pero no dio con ella, estaba vacío… pero no hacía mucho tiempo que se había levantado: el colchón aún estaba tibio y el edredón conservaba su olor suave y dulzón. No pudo evitar aspirarlo hasta que le llegase a la parte más profunda de sus pulmones. Entonces se percató de que llovía, las gotas de lluvia impactaban contra el ventanal de cristal y resonaban cual cascada por toda la casa. Era una lluvia fuerte, intensa. Las gotas repiqueteaban como un enjambre entero de mosquitos. Y ella estaba allí: sentada en el hueco del ventanal, mirando la lluvia, ni siquiera se había dado cuenta de su presencia: vestía con un pantalón corto, siempre llevaba pantalones cortos, y un jersey rosa de manga larga, muy ancho, que apenas dejaba intuir sus formas femeninas. El pelo lo llevaba recogido en una coleta suelta que se le resbalaba poco a poco. Estaba acurrucada, abrazándose las rodillas, con la vista fija en las gotas de lluvia. Matt no sabía exactamente el por qué esa imagen se había quedado grabado en su mente, pero solo pensó que de verdad era una chica preciosa. “Me gustaría que ella pudiese verse a sí misma con mis ojos, entonces no estaría tan triste ni tendría esa imagen tan mala que tiene de ella misma: no solo es una chica preciosa, es fuerte, inteligente, y espabilada… Cuenta historias preciosas, y sabe escuchar, me encanta cuando me escucha y me sonríe y cuando digo alguna locura me responde llamándome por mi nombre completo, me parece gracioso, solo lo hace ella. Igual que es la única que me llama Matthie o pequeño, me gusta cuando lo hace. Quisiera que hablase más conmigo, que se soltase, que confiase más en mí… ¿De qué tiene miedo? Ella sabe que mi temor es perderla, pero no sé qué ella teme tanto… Ojala pudiese ayudarla, ojala se quisiera un poco más, ambos seríamos más felices…”
Lo segundo que le sorprendió fue el carácter de la chica: era fuerte, más de lo que ella se pensaba. Trabajaba duro y se esforzaba por encajar, aunque a veces eso le llevase a la frustración, pero no se rendía, y eso era admirable. Se acostumbraron a dar largos paseos por la playa, Matt hablaba y hablaba sin parar, de cualquier tontería, y ella solo se dignaba a escuchar, dando algún apunte de vez en cuando. Él se dio cuenta de que apenas intervenía, se dedicaba a escucharlo, y él estaba encantado, pero a la vez, quería saber por qué no decía nada. Un día, mientras miraban el mar, Matt se lo preguntó, tal cual. Su respuesta era como toda ella: ambigua, misteriosa, atrayente:
-No tengo nada que decir.
Pero Matt insistió:
-Seguro que sí.
-Un hombre pequeño, pero sabio, dijo que los hombres inteligentes escuchan y solo hablan cuando lo creen conveniente. Quizá aún no haya encontrado ese momento.
Matt estaba tan eufórico por su vuelta que le costó tiempo asumir que Ayla no se abriría a él tan fácilmente como le hubiese gustado. Había sufrido mucho, como él, no se sentía querida, ni valorada, ni escuchada por nadie… Normal que no quisiese hablar, tenía miedo a hacer el ridículo, a que lo que tuviese que contar no le interesase a nadie. “¡Pero a mí me interesa! Se lo calla todo porque está centrada en ayudarme a mí, cuando yo quiero lo mismo para ella. ¡Eres idiota Matt! solo estás preocupado por ti, mientras que ella lo está dando todo para que vuelvas sano y salvo a casa, incluso ha venido aquí para asegurarte de que estás bien, intentando llevarse bien con tu familia y encajar en tu modo de vida, y ni siquiera le has preguntado cómo le ha ido el día”. No sabía exactamente qué hacer con el tema de Ayla, una voz en su interior le decía que empezaba a gustarle esa chica, pero él mismo se negaba a aceptarlo. “Se acabará marchando, como hacen todas…” No servía de nada encariñarse, o peor enamorarse, solo sufriría aún más, y estaba harto de sufrir, aun así, decidió pedirle consejo al Romeo de la familia, para lograr que Ayla adquiriese con él la confianza con la que habían gozado la semana de la cabaña.
-¿Has probado en intentar interesarte un poco por ella?-le reprochó Noah sin apartar la vista del murciélago que estaba inspeccionando.
-¿Interesarme? ¿A qué te refieres?
-Sí, Matt…-le estaba exasperando-Ayla ha tenido una vida, pregúntale por su familia, su ciudad… ¡Por Dios, Matt! ¡Es escritora! Tienes un sinfín de preguntas que hacerle… ¿De dónde ha sacado las ideas? ¿En quién se ha inspirado para hacer no se cual personaje? Creo que Gabe tiene un par de libros suyos, pídele que te los preste, léelos e intenta aparentar que te interesas por ella…
Matt hizo caso al consejo de Noah, pero pedirle esos libros a Gabe fue una decisión muy mal tomada. Con Gabey gozaba de una confianza especial, no sabía por qué motivo, simplemente se entendían, quizá porque ambos veían la vida de la misma manera. Bam era todo energía negativa, Noah, energía mística y Bear… en fin, Bear era un mundo completamente distinto. Fue a Gabe al primero que le confesó sus problemas con el alcohol, y estaba dispuesto a confesarle que empezaba a sentir algo por su “amiga”, cuando Gabe pronunció aquellas palabras:
-Estos son mis dos libros favoritos…-le dio a Matt dos libros algo sucios y no muy bien conservados que extrajo de su montón de cosas de su rincón. Los libros habían sobrevivido a un naufragio, a las lluvias torrenciales de Alaska e incluso a la invasión osuna que vivió Browntown, sin embargo, estaban ahí, seguían en pie, dispuestos a que alguien los leyera, los entendiera… “igual que Ayla” no pudo evitar pensar Matt.
-“El Arquero del Alba” y “La Guerra de los Dragones”-leyó en voz alta Matt.
-El Arquero es considerada una de sus mejores obras, pero yo soy más partidario de La Guerra de los Dragones, fue su primera publicación ¿sabes? Me gusta porque es Ayla en su más pura esencia, antes de ser famosa. Te introduce en un mundo de fantasía, problemas tan complejos como la maternidad, el deber, la familia, la amistad, el amor…- Matt abrió el libro por la primera página, había una foto de ella, en blanco y negro, con manchurrones grises por el agua derramada. Sonreía tímidamente, visiblemente incómoda por la presencia del fotógrafo, pero a Matt siguió pareciéndole bonita. Por el que temió fue por Gabe, el día que llegaron a Browntown, la llevaba de la mano, Noah y Bam enseguida se dieron cuenta de que esa “amiga” que había traído Matt era más que eso, pero Gabe no, Gabey era demasiado ingenuo y demasiado inocente como para darse cuenta…
-Devuélvemelos pronto.-le dijo-He memorizado la mayor parte de sus diálogos para conquistarla. –“¿conquistarla?” Matt apretó el volumen de papel amarillento de las portadas rojas con dibujos de dragones dorados entre sus manos. “¡Oh Dios mío! ¿Qué he hecho?” Ya había tenido esas broncas con Bam antes, por las chicas, la norma era que al que más le gustase se la quedaba, y los otros debían apartarse. “Pero a Gabe no le puede gustar más que yo, yo me he acostado con ella, la he traído aquí. Estoy seguro de que lo comprenderá…”-Debo agradecerte hermano que la trajeras aquí. Llevo enamorado de ella desde que leí su libro, y ahora, gracias a ti, voy a tener una oportunidad…”
“¡Gabe por Dios, abre los ojos! Dormimos en la misma cabaña, no eres un niño, sabes perfectamente lo que hacemos” En ese momento, Matt Brown se planteó seriamente dejar de lado el tema de Ayla, su hermano era más importante, no podía fallarle, él jamás lo habría hecho… Le costó abrir el primer libro, lo hizo a oscuras, en la soledad de las literas del Integrity, aprovechando un viaje de negocios. Puso su habitual excusa de irse a echar una cabezadita, cuando en realidad se pasó el día leyendo, le surgieron un montón de preguntas que hacerle a Ayla, y casi no podía esperar a regresar para hacérselas… Abordó el tema mientras practicaban el lanzamiento de cuchillo, Ayla estaba radiante ese día, aunque para él siempre lo estaba. El pelo con reflejo de jengibre le acariciaba las mejillas y le caía en ondas hasta el pecho, tenía las mejillas sonrojadas y los ojos brillantes por el frío, llevaba una camisa a cuadros rojos y negros, a Matt le gustaban las camisas de Ayla, ocultaban la mayor parte de su figura: apenas marcaban los pechos y se ajustaban ligeramente a las caderas, pero Matt podía desabrocharlas lentamente mientras mostraban su objeto de deseo y la cubría a besos. Hacía pocos días que se habían acostado de nuevo, no lo hacían desde que salieron de la cabaña y regresaron a Browntown, para Matt fue una de las experiencias más placenteras de su vida: la chica estaba entre el árbol y su cuerpo, la empujaba ligeramente mientras sentía como su cuerpo se arañaba con la madera y le hacía de tope para llegar a lo más profundo de su ser. Cada vez que pasaba por su improvisado campo de tiro no podía evitar recordar aquello sin alegrarse ligeramente:
El campo de tiro había sido idea de su madre, quien parecía estar de lo más interesada en que Matt conquistase a la joven escritora: cuando quería hablar a solas con alguien se lo llevaba a disparar y, como siempre, abordó el complejo tema de los nietos:
-¿A Ayla le gustan los niños?-preguntó después de disparar su revolver en una diana casi perfecta.
Matt intentó recordar si alguna vez habían hablado del tema:
-No lo sé,-dijo finalmente-tampoco sé si quiere tener hijos, mamá… Ni siquiera estamos saliendo oficialmente.
-Vale, vale-se excusó ella abriendo los brazos desarmada-No sacaré el tema niños.
-¿Me lo prometes?
-Te lo prometo.
-Bien,-Matt apuntó con su rifle y disparó hacia la diana.
-Solo quiero que estés bien, hijo, que ella se la adecuada. Es una chica muy guapa…
-E inteligente, y valiente y fuerte, mamá… Se lo que es ella, también se lo que se esfuerza por hacerme sentir bien mientras ella sufre porque no salen bien cosas como: disparar…
Ami lo miró con esos ojos que solo las madres saben poner:
-Matthew, ¿te gusta esa chica, verdad?
Matt no respondió, simplemente disparó de nuevo y en su excéntrico cerebro se le ocurrió la idea de crear su propio campo de tiro para “hablar” con ella:
Ayla disparó el cuchillo pero falló, Matt corrió a buscarlo y se lo volvió a dar. El sol calentaba el claro, y se quitó la chaqueta dejando al descubierto la camisa de cuadros rojos que se ajustaba ligeramente a la cadera y el dilatado botón de sus pechos. Le dio el cuchillo sin poder apartar la mirada de su busto, Ayla se dio cuanta y le levantó el mentón con un dedo:
-Estoy aquí.-dijo sonriendo.
Matt se sonrojó:
-Lo siento, ven aquí, vamos-se colocó tras ella- voy a enseñarte cómo hacerlo:
Le colocó el cuchillo en la mano y rodeó sus dedos con la suya. Al contrario que él, Ayla tenía la piel suave, los dedos largos y finos y las uñas cortísimas. “Es tan nerviosa que si se deja las uñas largas se las mordería”.
-Separa las piernas.-sus labios rozaban el pelo ondulado que le caía alrededor de la oreja donde la susurraba. El olor dulce le invadía las fosas nasales.
-¿A sí?
-No tanto…-Ayla rectificó-Eso es, perfecto, ahora dobla el brazo hacia atrás.- La chica obedeció, Matt guio su otra mano hacia su cintura para que mantuviese la postura erguida, y sin querer le rozó un pecho. Gracias a la agradable temperatura, ambos no llevaban más que una o dos capas de ropa, y Matt podía sentir las curvas torneadas de su cuerpo en contacto con el suyo. Ella se inclinó levemente hacia atrás, pegando sus nalgas directamente contra su pantalón. Matt se puso tenso, pero intentó no desconcentrarse de sus tareas docentes, pero Ayla se dio cuenta:
-¿Tienes otro cuchillo ahí escondido o es que te emociona verme tirar?-Matt enrojeció de nuevo y fingió que no había entendido su broma. Se sorprendía a si mismo cuando su cuerpo reaccionaba de ese modo ante Ayla: era como un instinto primitivo que florecía de su interior, una fuerza animal deseosa de encontrar a la hembra más adecuada para que perdurase la especie. Ayla decía que no tenía por qué avergonzarse de eso y Matt no lo hacía, solo tenía miedo, tenía miedo de no poder controlar las reacciones de su propio cuerpo, temía dañar a alguien por saciar desesperadamente sus ansias masculinas.
-Céntrate Ayla:-intentó ponerse serio, aunque la rojez de sus mejillas delataban sus verdaderos sentimientos-La fuerza con la que tiras tiene que salir de tu bíceps, pero el truco es el juego de muñeca.
Ayla tiró el cuchillo, impactó en la diana, pero la faltó suficiente fuerza para que se quedase clavado.
-¡Casi lo consigo!-gritó dando una patada al suelo de frustración-Voy a intentarlo otra vez.
Recorrió a grandes zancadas los metros que los separaban de la diana y comenzó a buscar entre las hierbas altas el cuchillo. Matt se quitó el sombrero y se abanicó con él para intentar enfriar su temperatura corporal. Miró un momento a la chica, agachada recogiendo el cuchillo y sintió unas inmensas ganas de arañarle las nalgas mientras la penetraba con todas sus fuerzas. “Cálmate Matt, cálmate” se repitió a sí mismo una y otra vez. Ayla regresaba con el cuchillo en la mano y una medio sonrisa esbozada en el rostro: “Mírala, no se rinde nunca…” no pudo evitar devolverle la sonrisa cuando se colocó otra vez dispuesta a lanzar:
-Ayla.-Matt interrumpió de repente su lanzamiento, ella se volvió grácilmente hacia él-¿Por qué ser Killian abandona a la princesa Naerys en el Lucero del Alba?
-¿Te has leído el Arquero del Alba?-preguntó como si no se lo creyera…
-Tú te has interesado por mi modo de vida… yo quería interesarme por el tuyo.-el rostro de incredulidad de la muchacha lo dejó sin palabras y su voz fue volviéndose cada vez más débil.- ¿He hecho mal?-Matt decidió omitir la parte en la que interesarse por sus hobbies había sido idea de su hermano menor, ayudado por Gabe y su madre.
-No, no en absoluto… Es solo que… Nadie de mi entorno se había interesado jamás por mis historias, y que tú me preguntes eso… No sé, me ha dejado un poco desconcertada. Estoy segura de que si le preguntas a mi editor quién es la princesa Naerys no sabría contestarte…
-Naerys es la tercera hija del rey Orson y de la reina Ranya de Alannys. Tiene dos hermanos: Rheagal y Daesmond y ha sido elegida por los Cinco…-el asombro de Ayla crecía por momentos- y está secretamente enamorada de un mercenario: Killian, y aquí vuelve mi pregunta ¿si ambos se aman, por qué no pueden estar juntos?
Los ojos de ella se entristecieron ligeramente y sus labios se curvaron hacia abajo. Se acercó a Matt lentamente y le acarició la mejilla con dulzura:
-Era un amor imposible…-le cambiaba la voz cuando hablaba de sus historias, Ayla tenía una voz muy bonita: grave, pero sensual: muy profunda y expresiva, sabía cautivar con sus palabras y Matt estaba completamente hipnotizado.-él es un caballero sin honor, un mercenario… y ella es una princesa, la última de una antigua estirpe; por mucho que lo ame, tiene responsabilidades con su reino y su pueblo, y eso incluye buscar un matrimonio beneficioso para ambos.
“No olvides de quien eres hija” Era una frase que repetía constantemente el libro y que Matt no pudo evitar recordar en ese momento.
-Killian decide alejarse de ella porque no soporta la idea de verla en brazos de otro, amamantando a niños de otro hombre que no fuera él…
-Deberían haberse casado y ser reyes de Alannys.-dijo Matt firmemente.
-No es tan fácil como crees, pequeño.
-¿Por qué no? Tú eres la escritora del libro, tú decides como termina…-su voz empezó a sonar repelente, como la de un chiquillo, Ayla le respondía como tal: un niño enrabietado a quien hay que explicarle que el mundo es más cruel de lo que parece.
“Matt seguía insistiendo en que Ayla cambiase el final de su historia, sin darse cuenta de que aún no estaba escrito”.
-A veces los personajes tienen vida propia, Matt, no puedes hacer lo que quieras con ellos, sino que ellos hacen lo que quieren contigo. Naerys, por ejemplo, no quiere tener hijos: ni soporta la idea en la que se maten los unos a los otros como ha ocurrido en su familia en las dos últimas generaciones…
-¿Y tú?
-¿Yo qué, Matt?-Ayla se sorprendió ante el repentino cambio de tema, estaba disfrutando contándole a alguien acerca de sus historias, pero era una costumbre de Matt Brown cambiar de tema contantemente durante una conversación.
-¿Tú quieres tener niños?
Ayla se dio la vuelta, no parecía tener ganas de hablar de eso y se encaminó a cubrirse con la chaqueta:
-Ni me quiero casar, ni quiero traer niños a este mundo que me ha tratado de esa manera…-su tono de voz se volvió oscuro y melancólico. La muchacha le devolvió el cuchillo a Matt.
-¿Por qué no?-sus miradas se cruzaron, parecía una niña asustada y Matt sintió ganas de estrujarla entre sus brazos.
-No necesito que un papel, un cura o lo que sea me diga con quien tengo que pasar el resto de mi vida…
-No lo mires de esa manera-intentaba hablarle lo más suave que podía-sino como una promesa… una promesa que le haces a alguien que amas, con que estarás con él toda la vida…-Matt parecía estar suplicándole que se quedase con él.
-No me gusta hacer promesas que sé que no puedo cumplir…
Matt sabía que, a pesar de que en sus historias siempre había las historias más románticas que había leído, Ayla Hurst no era muy partidaria de las relaciones para toda la vida. Era una loba solitaria, utilizaba a los machos el tiempo justo y después se deshacía de ellos. Era demasiado independiente para estar ligada a alguien, disfrutaba de la soledad, de sus momentos, lejos de la protección de la manada. Él era un viejo lobo que había gozado de la soltería durante más de treinta años, pero que ya comenzaba a plantearse el asentarse con el resto de lobos, guiar al grupo y tener un par de camadas de cachorros, solo faltaba ella: la escurridiza loba blanca, que por muy vulnerable que pareciese, era capaz de destrozarle la garganta de un mordisco. Él la acechaba día y noche para que permaneciese en la manada, pero la loba ya había cazado y había dormido con ellos, pronto tendría las suficientes fuerzas para marcharse y seguir andando por su cuenta, sin depender de nadie, sin necesitarle a él. En ese momento, Matthew Jeremiah Brown tuvo miedo, tuvo miedo de que su loba blanca no lo necesitase más y se marchase en busca de carne fresca: ¡Era ella! Se le decía su instinto animal, Noah la llamaría su ‘alma gemela’ pero para él, su instinto, su desarrollado instinto del bosque le decía que era ella: la loba que estaba esperando. Ese día comenzaron las pesadillas, pesadillas en las que una manada de lobos le arrebataba a la chica, le arrancaban la garganta o se comían a sus cachorros. Estaba entre la espada y la pared: quería correr tras la loba y estar con ella, seguirla hasta el bosque más alejado, hasta su hogar, pero debía permanecer en la manada: algún día sustituiría a su padre como macho alpha, pelearía con su hermano de más edad por ese puesto. Sus hermanos menores le necesitaban como guía, y tenía que proteger a las jóvenes lobas de los furiosos osos, pero su loba blanca se estaba alejando cada vez más y el temor a perderla se hizo cada vez más palpable.
-¡Ayla!-gritó antes de que la muchacha se alejara por el camino, mientras veía como en su cerebro no paraban de correr lobos de distintos colores y tamaños. La chica se volvió:-si no quieres traer niños a tu mundo no lo hagas, tráelos al mío.
Desde ese día, que le recordaba constantemente que la quería, para que no se le olvidase y permaneciese a su lado. “En Alaska nunca sabes cuándo volverás a ver a alguien” solía repetirle para que no se apartase de su lado.
Matt abrió los ojos de nuevo, un trueno resonó en la lejanía y sintió como la lluvia repiqueteaba contra el techo de madera de la choza de Bam. No sabía si habían pasado minutos u horas desde la última vez que había intentado dormir, pero lo último que vio antes de despertar fue a él, no en su forma humana, sino en su forma de lobo, muerto a flechadas y a la loba blanca huyendo, perseguida por sus hermanos más jóvenes: “maldita sea Gabe”-murmuró entre sus adentros. No podía creer que la idea de su hermano de marcharse de nuevo a la clínica fuese una estratagema para intentar robarle a Ayla. “No, no puede ser, Gabe sería incapaz de hacer eso, pero y si tiene razón y ella me espera aquí quedaría a merced de Bam, y de él sí que no me fio un pelo”. Volvió a visualizar la manada de lobos: su hermano más adulto, el de los ojos aceituna y pelaje castaño aullaba como macho alpha en lo alto de una roca, el resto de la manada le respondía al aullido, a su lado permanecía la loba blanca: preciosa e intacta, con el pelaje brillando a la luz de la luna, y al fondo de todo estaba él: lamiéndose las heridas sangrantes que le habían hecho los cazadores, tumbado y sometido ante la magnificencia del nuevo líder. “Yo no me voy a ningún sitio”. Decidió mientras daba un salto de su improvisada cama, se ponía el sombrero y recogía las botas y la vieja camiseta gris a toda prisa. Salió disparado por la puerta, sus pies descalzos chapoteaban en el barro en cada paso mientras la lluvia cubría su torso desnudo y le erizaba la piel al contacto directo con el frío viento de Alaska. Hacía tiempo que no llovía de esa manera.
Entró a su cabaña con el corazón en el puño: estaba todo oscuro, pero aun así distinguía la silueta de la muchacha envuelta en los edredones: estaba despierta, la conocía lo bastante bien como para saber que no le gustaban las tormentas ni dormir sola. Se secó con la camiseta el torso empapado y después la utilizó para quitarse el barro de los pies, tiró el sombrero al suelo y se quitó los vaqueros húmedos. Caminó despacio hacia ella, Ayla no se movió y se hizo la dormida, Matt se acurrucó contra su espalda, sin meterse en las sábanas, exactamente del mismo modo que hizo la primera vez que durmieron juntos, y permaneció inmóvil unos instantes para entrar en calor. Con la de capas que llevaba apenas podía distinguir las curvas y el calor de su cuerpo, ni sentir como su piel se erizaba al contacto de sus dedos congelados. Se incorporó levemente para observar como “dormía” y se mordió el labio, sintiéndose culpable: le apartó las ondas del pelo con una caricia, y después le besó en la sien, pero no pudo detenerse allí y le besó la oreja y la mejilla, y otra vez el pelo…
-Matt, estate quieto…- parecía más una súplica por piedad que una orden, pero Matt obedeció ante esa voz reprimiéndose el llanto.
“Ha estado llorando, seguro que por mí-Matt se sintió como una mierda-no puede evitar preocuparse por la gente, se debe haber estado preguntando dónde estaba, sobre todo cuando ha empezado a llover. Mi padre tiene razón y a veces puedo llegar a ser un auténtico imbécil”.
Se metió entre las mantas y volvió a besar a Ayla en el rostro. Su cuerpo helado, casi desnudo se pegó al de ella, que para su grata sorpresa, apenas iba cubierto con un pantalón corto y un jersey ancho. Inmediatamente metió la mano bajo la ropa, apretó los pechos y le mordió la oreja: su cuerpo se puso rígido al contacto con el de él: el instinto animal primitivo, que tenía en su interior estaba empezando a florecer, más intenso que nunca: su mano apretó su sexo y tuvo que reprimir un aullido de excitación:
-Matt, por favor para…- le suplicó ella intentando incorporarse.
-No puedo, Ayla, te juro que no puedo…
La empujó hasta colocarla boca abajo y le apartó los pantalones. Ella se revolvió nerviosa, pero él era más fuerte: era un viejo lobo gris a punto de montar a su loba blanca en celo, y nadie iba a impedir que de esa bestia naciesen una camada de cachorros fuertes y sanos llamados a reemplazarlo a él como líder de la manada algún lejano día. Por un momento se vio tentado de penetrarla por detrás, de clavar las uñas en las nalgas torneadas y sentir como se contraía todo a su alrededor, pero entonces no tendría cachorros, y si los tenía, no se marcharía. “Una loba sola con una camada es una presa muy sencilla, me necesitará a mí y al resto de la manada para que la ayudemos a criarlos” Introdujo su miembro hinchado en el interior de la joven, a pesar de sus súplicas, pero no era el lugar cálido que anhelaba: estaba seco y rígido y le rasgaba al intentar empujar.
Ayla comenzó a emitir un débil llanto:
-Matt, por favor para…
“¡Oh Dios mío! ¿Qué estoy haciendo? Esto no está bien… no puedo hacer esto cada vez que quiera. Somos un equipo, se necesita el consentimiento de ambos. Si querías que se quedase esto ha sido una mala idea Matt, una malísima idea. Ahora sí que tiene motivos para largarse, y tú para volver a la clínica, pero para que te encierren de por vida. ¡Es que no veías que le estabas haciendo daño, maldito idiota!
Matt se apartó de ella de un salto y se puso de pie, pero Ayla se incorporó con él y le agarró del brazo para atraerla hacia ella, tumbándolo sobre su cuerpo. Se besaron con intensidad: le lengua de ella le entreabrió los labios para encontrar refugio en su boca y explorar hasta el último rincón. Ella misma tomó la iniciativa de desprenderse de su jersey para dejar que los dientes de Matt mordisquearan y saboreasen los pezones. Sus labios descendieron por el estómago, la chica tenía el vientre plano, pero contrastaba con sus muslos anchos y las caderas voluptuosas; solía decir que le sobraban algunos kilos, en opinión de Matt, le faltaban besos. Se detuvo a juguetear con el ombligo. Ayla soltó una risita nerviosa y su cuerpo convulsionó por las cosquillas, Matt tuvo que reprimir echarse a llorar de la alegría que le producía que ella recibiese tan bien sus atenciones. Descendió hasta los muslos y se deshizo de sus pantalones: besó y mordió su cara interior. También besó el espeso vello rizado que crecía sobre su sexo, que empezaba  humedecerse y separó los labios con los pulgares. Cerró los ojos para empaparse mejor de aquella textura y de aquel olor que le hacía excitarse cada vez más. Buscó a ciegas con la lengua el nódulo que era la fuente de placer de la muchacha y cuando lo encontró lo lamió de distintas maneras mientras percibía como la chica arqueaba la espalda de placer y emitía algún que otro gemido. Su intención era que estallase mediante sus húmedos besos, pero ella lo obligó a subir para que la penetrase. En su boca cálida se fundieron un sinfín de fluidos corporales mientras su miembro palpitante entraba en la cueva húmeda y acogedora que recordaba. Se rodearon fuertemente con los brazos, el uno al otro, como si no quisiesen soltarse jamás. Matt la sujetó para darle la vuelta y sentarla sobre él y disfrutar de la vista, de los pechos danzantes, mientras la muchacha lo cabalgaba. Le clavó las uñas en los muslos, ya tenía algunos arañazos morados de su pasión de anteriores ocasiones. Tuvo que reprimirse las ganas de aullar, se incorporó para morder sus labios y así aguantar sus aullidos. Ella aprovechó para acariciarle los rizos, le encantaba revolverle el pelo y pegar su cabeza contra su pecho. Terminaron fundiéndose entre gemidos, besos y caricias, mirándose a los ojos, intercambiando una de esas miradas que solo entienden determinadas personas. En ella Matt decía: “te quiero” y ella le respondía con un “lo sé”. No solía repetirle que lo quería tanto como él, pero él lo sabía. Un trueno resonó, esta vez más cerca, la lluvia caía intensamente sobre los neumáticos de caucho, mientras la esencia de Matt inundaba el cálido interior de Ayla.
Matt Brown quedó destrozado, con cada respiración intentaba llenar al máximo sus pulmones para recuperar el aliento, pero el peso de la cabeza de Ayla, apoyada sobre su pecho le impedía alcanzar sus objetivos: la miró orgulloso mientras ella jugueteaba con los rizos plateados de su pecho y el colmillo que le colgaba del cuello, le besó la frente. Estaba feliz por cómo lo había recibido Ayla después de cómo se había comportado, pero a la vez se sentía confuso y decepcionado: aunque adorase a la chica, como cualquier otra persona tenía defectos, y a aparte de no contar su vida a nadie, Ayla Hurst podía llegar a ser muy manipuladora. Sabía lo que dependía él de ella, le dolía que pensase que era tan superficial, pero conocía lo suficiente el cuerpo de Matt como para saber que había creado cierta adicción por el sexo y que si se iba, se acabaría el acostarse con ella. A veces se avergonzaba de sí mismo por ello, Ayla era más joven que él y aun así en la cama siempre vencía: él contaba con la ventaja de la experiencia: donde tocar, donde lamer y donde morder, pero ella contaba con la habilidad extra de un par de caderas bien torneadas y sobre cómo moverlas para hacerlo llegar al paraíso. “Si me propusieran acostarme con ella una última vez y después no volverla a ver jamás o no volver a tocarla en la vida pero que se quedara conmigo, elegiría lo segundo, me duele que piense que no lo haría… Ahora sé cómo se sintió durante los días en la cabaña. Matt, por Dios, deja de hacer el tonto, la paciencia que está teniendo contigo no la va a tener nadie más. No la dejes escapar…” Se obligó a mantenerse despierto, después del sexo los párpados le pesaban dos toneladas cada uno y no se sentía con fuerzas de mantener una conversación decente:
-Creo que te debo una disculpa y una explicación…- se aclaró la garganta, le estaba costando encontrar las palabras adecuadas. Ayla se incorporó sin decir nada, se peinó el cabello rubio oscuro con destellos rojizos hacia un lado, a Matt le pareció que sus ojos le estaban echando la culpa de todos los malos del mundo. Ayla se cubría los pechos con la sábana, como si se avergonzara de ellos, pero le quedaba una mano libre para poder acariciar los dedos de Matt. Se la llevó a los labios y no pudo evitar derramar una lágrima. No le avergonzaba llorar delante de Ayla, a ella sí, así demostraba lo que sentía de verdad, para ella era un gesto de debilidad.-La cuestión es que te quiero Ayla-consiguió escupir-te quiero demasiado, ese es mi problema. Me has sacado del hoyo, y estoy tan agradecido por ello que la sola idea de perderte me produce pesadillas. Si vuelvo a la clínica no es para desintoxicarme del alcohol, es para desintoxicarme de ti…-“quizá no debería haber dicho eso, ahora se sentirá mal”.
Permanecieron en silencio un rato, evitando mirarse a los ojos para no fundirse en un mar de lágrimas.
-Esa clínica te estaba matando Matt, lo vi, lo vi con mis propios ojos-su voz era dulce y grave-pídeme lo que quieras, pero por favor, no me obligues a verte sufrir de esa manera Matt, porque no lo aguantaré… Si crees que soy un veneno para ti me marcharé, no dudes en que lo haré, pero por favor, no vuelvas a ese lugar…
Ahora era Ayla la que empezaba a llorar. Matt sintió como una brecha le atravesó el corazón. En su mente apareció el recuerdo del día del susto del falso embarazo: el miedo que pasó cuando comenzó a vomitar y los nervios por no encontrarla en todo el campamento. Tenía el estómago revuelto y andaba nervioso por la playa, esperando ver el esquife en cualquier momento asomarse por el horizonte, incluso le pegó una patada a Cupcake de lo nervioso que estaba… y como se derrumbó cuando prometió que no se iba a marchar a ninguna parte.
-Matt, soy consciente de que no es sano que dependas así de mí, tienes que aprender a relajarte. La vida sigue con o sin mi…-un escalofrío de terror le recorrió la espalda con solo pensarlo-Prométeme que lo harás, que seguirás adelante si algún día pasa algo.-le alzó el mentón con la mano para que lo mirase a los ojos-Prométemelo Matt, prométetelo a ti mismo. Si no lo haces, esto se acaba aquí mismo Matt…
Le costó pronunciar esas palabras, probablemente no lo había meditado bien, pero el corazón de Matt terminó de resquebrajarse por completo. Se llevó las manos de Ayla a los labios y las besó repetidamente:
-Lo haré, te juro que lo haré…
-Ese es mi chico-Ayla lo miró orgullosa, le gustaba cuando lo miraba así, le hacía sentir feliz, respaldado. Le abrazó con fuerza.- Paul quiere que vayamos a Juneau a hacer un encargo, y ya de paso, terminar de resolver sus asuntos con la aseguradora. Estaremos tres o cuatro días fuera, puede que una semana si el clima nos traiciona…-Matt no sabía dónde quería ir a parar-Tu padre quería que fueseis los cuatro chicos mayores y yo, pero Birdy está tan capacitada como tú para hacer el trabajo… Así podrás quedarte a cuidar del resto de la manada…
-Creo que no te estoy entendiendo…
-Vamos a separarnos por unos días, Matt,-le explicó paciente-para que veas que puedes vivir perfectamente sin mí… ¿Te parece bien?
“Sinceramente no, tú: en dirección a una ciudad con aeropuerto y encerrada en un barco con Bam y con Gabe, pero no me queda otro remedio que aceptar, ¿verdad?”
-Por supuesto, un viajecito a Juneau con la familia… -se forzó a sonreírle mientras ella le acariciaba la mejilla. Después la invitó a tumbarse de nuevo sobre su pecho, ya estaba a punto de dormirse cuando Ayla reclamó su atención:
-¿Recuerdas el teléfono que me ha dado Frank?-a Matt se le tensaron todos los músculos del cuerpo.
-¿Has llamado a tu madre?-preguntó con temor a conocer la respuesta.
-No, he llamado a una amiga de allí, de España, para que le contase a mi familia que estaba bien. ¿Y sabes qué? Ni siquiera se acordaban de que estaba en Alaska…-Matt no supo que decir, simplemente la apretó aún más contra su pecho y le frotó los hombros para consolarla-El imbécil de Frank me la ha jugado, ¿cómo no he podido verlo? Me siento una idiota, sola y abandonada…
“el imbécil soy yo, por haberte gritado, pero de verdad creía que te ibas a marchar con él… Debe de ser muy duro, llevar más de tres meses fuera de casa y que tu familia no se haya interesado por ti.”
-No estás sola ni abandonada. Me tienes a mí y a toda la manada… Y a esa amiga tuya que has llamado.
Ayla sonrió:
-Alba es muy buena conmigo, es la que insistió en que viniese a trabajar aquí y después insistió en que me quedase, que siguiese adelante con lo nuestro.-soltó una carcajada- Siempre me dice que cuando la voy a invitar a venir…
-¿Y por qué no?-el excéntrico cerebro de Matt trabajaba a toda prisa-Tenemos sitio en la casa principal, y aunque te lleves bien con Bird y con Rain, seguro que te apetece ponerte al día con una vieja amiga…
-No sé yo Matt, no quiero molestar…
-No molestarás. Los chicos estarán encantados de que haya otra chica rondando por el campamento.
-Y Alba estará encantada de que lo hagan-bromeó ella. A Ayla parecía estar tentándole la idea cada vez más.
-Tú puedes pagar el billete, ¿verdad?-ella asintió. Matt cada vez estaba más entusiasmado-Perfecto. Mañana lo terminamos de hablar con mis padres, y cuando vayáis a Juneau la llamas y le propones el viaje.
-¡Seguro que le encantará venir a conoceros a todos!
Ayla abrazó a Matt emocionada y agradecida por su brillante idea.
-Ves como a veces tengo buenas ideas y todo.
Le dio un ligero beso en los labios:
-Todas tus ideas son brillantes para mí. Será genial tener a Alba rondando por aquí.

“Y será genial que la loba recién llegado llame la atención del resto de los jóvenes lobos para que el viejo lobo gris y la loba blanca puedan descansar tranquilos y lamerse las heridas el uno al otro mientras toman el sol”.

TODOS LOS CAPÍTULOS DE MI NOVELA BASADA EN "ALASKAN BUSH PEOPLE" ESTÁN AQUÍ.

Dedicado a Alba, por sus interminables listas de ideas para que no dejase de escribir esta historia. 

Comentarios

  1. Emi Pérez Fernández7 de abril de 2017, 14:43

    Increíble.Se me ponen los los pelos de punta en algunos momentos.

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  2. ¡Me alegra de que te haya gustado! Siempre a vuestra disposición

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