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Capítulo XVIII: Mama Ika


-¿Pero cómo es posible?-aun no podía creerlo. ¿Se trataba de un sueño? Me sentía muy mareada y en lugar de ver a un Bam, veía a tres figuras borrosas con el pelo rizado y gafas.
Me ayudó a incorporarme en la cama y me acarició las dos mejillas con sus largos y huesudos dedos:
-¡Dios mío, Ayla!-apoyó sus labios en mi frente-Estás ardiendo.
Apenas lo escuché hablar, estaba demasiado distraído absorbiendo aquel olor tan intenso que le caracterizaba: aquella pose erguida y esa mirada orgullosa que ocultaban aquel instinto felino sobreprotector. “Que suerte tienen Bird y Rain de tenerle como hermano mayor”. Bam me ayudó a ponerme la sudadera con la que Bear me había arropado. Ahora que lo mencionaba, sentía las mejillas ardiendo a la vez que unas agujas de hielo me cosían la columna vertebral. Bam, de pie junto a mí se llevó uno de mis mechones de pelo a la nariz:
-¿Cuánto hace que no te lavas el pelo?-me encogí de hombros y al acariciarme las puntas color rubio oscuro las noté grasientas y secas. Moví la mata de pelo hacia un lado, avergonzada por su lamentable estado y me quedé con un matojo de rizos maltratados en la mano. Los solté disimuladamente para que Bam Bam no los viese. Ahora hablaba por lo bajo, para que tampoco detectase que llevaba el mismo tiempo sin cepillarme los dientes.
-¿Cuánto tiempo ha pasado desde que Matt sufrió el accidente?-Bam se pasó las manos por la barba rubia, tic que repetía obsesivamente cuando se ponía nervioso: “¿Cuánto tiempo había pasado? ¿Dos horas? ¿Dos días? ¿Dos meses?”
-Tienes que salir de aquí. Darte una buena ducha caliente, comer en condiciones y dormir una larga noche.-No quería responderle que lo único que veía cuando cerraba los ojos era a Matt siendo desgarrado por un oso.
Intentaba seguir el hilo de la conversación con Bam, pero no me encontraba en mis plenas facultades. Me tendió el café que me había traído, pero al primer sorbo se me hizo un nudo en el estómago y decliné su regalo:
-¿Dónde están todos?-comencé a morderme las uñas para sobrellevar el estrés, había pasado tantos nervios que tenía las cutículas en carne viva. Como una cría, Bam, con gesto de decepción, me apartó la mano de la boca y, con las mejillas encendidas, la escondí en las mangas de la sudadera.
-Mi padre, Gabe, Alba y Rain han ido a casa a recoger algunas cosas y a dejar a Noah, se quedará vigilando Browntown mientras estemos fuera.-“Ketchikan, estamos en el PeaceHealth Ketchikan Medical Center”. Intenté rememorar cómo había sido el traslado de Hoonah hasta la ciudad sureña, pero mis recuerdos estaban tan borrosos como los del ataque: Sí que recordaba a Bear sujetándome durante un eterno y turbulento trayecto en hidroavión. Birdy gritaba y Rain se aferraba con toda su alma a la mano huesuda y llena de anillos de su madre. Fuera: todo era una masa de nubes grises y retumbantes truenos. Una arcada con sabor a bilis me recorrió la garganta al intentar recordarlo todo.
-¿Alba sigue aquí?
-¿Crees que se marcharía al otro lado del mundo sabiendo que Matt y tú estáis como estáis?-Sonreí para darle la razón y sin saber aún el motivo, sorbí otro trago del amargo café que me revolvió los intestinos más todavía que el primero. Ni siquiera pensé que mi estúpida decisión de seguir a Matt por el bosque podría haberle costado el empleo a Alba.-He mandado a mi madre, a Birdy y a Bear a descansar al motel y creo que tú deberías hacer lo mismo.-lo miré con los ojos vidriosos-Yo cuidaré de él.
Esbozó su extraña medio sonrisa para complacerme, apretando los labios y sin mostrar los dientes:
-Tienes que contarme tu aventura en Anchorage, ¿La encontraste? ¿Ha venido contigo?-le pregunté para evadir la respuesta a que no pensaba alejarme de Matt mientras permaneciese en aquel estado.
Bam me ayudó a levantarme de la cama:
-Ven, hablaremos de esto en la cafetería mientras desayunas algo.-Me resistí levemente, tartamudeando palabras sin sentido y señalando la camilla de Matt.-Tranquila, Birdy está de camino, ella cuidará de él mientras estamos fuera.
Mi par de “peros” de más no fueron un obstáculo para que Bam Bam me arrastrara hasta el transitado pasillo de camillas, enfermeras y familiares que deambulan por el corredor de paredes amarillas. En el momento en que salimos, entro Snowbird, aunque apenas intercambiamos un par de palabras de cortesía. Me bebí el café amargo de un sorbo para contentar a Bam. También traía una bolsa de papel blanca con un par de rosquillas, que me comí sin rechistar en el mismo pasillo, la cara y la sudadera roja de Bear se me llenaron de azúcar glaseado, pero ¿acaso me importaba? Mi único pensamiento era regresar en cuanto antes al lado de Matt. Pero, al mismo tiempo tenía tantas preguntas que hacerle a Bam. Parecía distinto: con un brillo nuevo en la mirada color aceituna y unos gestos irreconocibles que iluminaban su sonrisa, incluso su porte orgulloso había adquirido un tono más despreocupado, más relajado, tenía las manos metidas en los vaqueros ajustados, con cadenas colgando del cinturón y metidos por dentro de las botas militares relucientes. Llevaba una camiseta de media manga gris y negra con la máscara de un Stormtrooper en el torso y bajo el brazo se sujetaba la cazadora oscura y las gafas de sol. El pelo largo y suelto, acariciándole las mejillas en bucle le otorgaba un toque de motorista ochentero espectacular, que conjuntaba con las pulseras de cuero y tachuelas de sus muñecas y los anillos de calaveras. Aunque detrás de toda esa piel curtida y esa mata de rizos estaba mi querido Bam, mi confidente, mi reflejo…
-¿Y bien?-dije con la boca llena de rosquilla-¿Me vas a contar que sucedió en Anchorage?
-Ayla…-suspiró resignado acariciándome el pelo y la mejilla. Su fuerte olor a almizcle había desaparecido en favor de un aroma a agua de colonia que me hacía cosquillas en las fosas nasales. Por un momento, temí haberlo perdido.
-Por favor, Bam.-supliqué poniendo ojitos.
-Antes quiero saber que sucedió el día del accidente.
Fruncí el ceño y me crucé de brazos.
-No lo recuerdo del todo.
-Mientes.-las dudas se desvanecieron cuando reconocí su soberbia detrás de aquellas gafas tan ochenteras como su ropa.
-Fue todo muy confuso, había mucha sangre y llovía a mares. Oí un tiro a lo lejos y los osos se fueron. Matt estaba tirado en el suelo, teñido de rojo. Le sujeté la cabeza entre las manos y lo llamé por su nombre.-cerré los ojos para intentar recordar todos los detalles posibles-Estaba despierto, lo sé porque me agarró de la muñeca. Dijo algo, pero no recuerdo el que. Yo gritaba y lloraba y no lograba a comprender que me estaba queriendo decir. Era algo sobre un vestido…
“Te vas a manchar el vestido” susurraba exactamente Matt mientras tomaba su cabeza ensangrentada entre mis manos.
-¿Quién disparó?
-No lo sé. Debió de ser tu padre o alguno de tus hermanos.-volví a cerrar los ojos para intentar recordarlo, pero no logré hacerlo. Bam Bam dio un paso hacia mí y me zarandeó por los hombros.
-Ayla, quién disparó.-su voz sonaba fuerte y orgullosa y retumbaba como un trueno entre mis recuerdos. Su aliento me golpeó la cara como una ráfaga de aire hirviendo en una travesía por el desierto.
-Gabey llevaba un rifle cuando llegó, sí, ahora lo recuerdo. Debió de ser él.
Bam comenzaba a exasperase, mientras que a mí me temblaba la voz cada vez que intentaba abrir la boca. ¿Por qué era tan importante saber quién había disparado? ¿A caso había matado a la osa? Me volvió a zarandear por los hombros.
-¿Quién disparó a la maldita osa?
-Ejem ¿Interrumpo algo?-el que había hablado había sido un joven y atractivo doctor. Alto y delgado, vestido con camisa verde de lino y pantalones muy bien planchados bajo la bata blanca. Tenía el pelo negro y muy brillante y los ojos claros y el rostro perfectamente afeitado.
-No, doctor, lo sentimos…-se apresuró a disculparse Bam.
-Les recuerdo que esto es un hospital, tengan un poco de respeto.
-Lo sentimos-repitió él-No volverá a pasar.
El joven doctor examinó las notas que llevaba en su portapapeles y con una voz de terciopelo se dirigió a nosotros:
-Vosotros debéis ser los hermanos del señor Brown, ya me ha dicho mi colega que sois un montón. Soy el doctor David Conrad, el médico de guardia.
-Joshua Brown-se presentó Bam-soy el hermano de Matt, Ayla, Ayla…-me miró de reojo-Ayla es una amiga de la familia.
-Ayla…
-Ayla Hurst, doctor.-le ayudé con el tono más educado y tranquilo que logré a pesar de mi aspecto de cocainómana en pleno ataque de mono.
-¿Hurst? ¿De qué me suena ese nombre?-suspiré resignada, dispuesta a aceptar hacer alguna firma o alguna foto o cualquier tontería que me pedían mis fans-¿No se llama Hurst aquella alumna super dotada? Sí, aquella que estudiaba medicina en la Universidad de Nueva York.
-Lía Hurst.-le ayudé. Incluso a miles de kilómetros y con una carrera de éxito, mi hermana me superaba en apenas un año de carrera.
-Sí, esa misma-dijo señalándome con un lápiz mordisqueado-¿A caso son familia?
-No, pero también he oído hablar de ella.
-¿No será usted la chica que estuvo presente durante el ataque al señor Brown?-ante mi mudo asentimiento, el doctor Conrad prosiguió-¿La han examinado ya?
-No, no…-tartamudeé-A mí no me pasó nada. La sangre era de Matt, no mía.
-No me refiero a examen físico.-tragué saliva y me froté los ojos. De repente, todo me daba vueltas y el doctor David Conrad se había multiplicado por cuatro. Una imagen de una chica, con una larga melena despeinada y arrodillada frente a un inodoro, vomitando bilis y pastillas se me cruzó por la mente.-Me refiero a un examen psicológico.
-No lo necesito.-me apresuré a decir-Estoy bien, estoy perfectamente.
-Es solo por precaución.-el doctor extendió una mano hacia mí mientras los músculos se me tensaban hasta quedar rígidos como el hielo.-Ha sufrido unos momentos muy duros, cuando llegó aquí estaba en estado de shock, podrían quedar secuelas…
-No, no y no.-la voz del doctor resonaba en mi cabeza como un tambor. Los maltratados dedos de Bam acariciaron los míos, mientras su mano se posaba en mi hombro, fraternalmente.
-Puede ser una buena idea, a lo mejor así recuerdas quien fue el que disparó…
-¡He dicho que no!-el gritó debió resonar por toda el ala del hospital, porque un montón de miradas se fijaron en la loca de la chaqueta roja y el rostro manchado de polvo blanco que gritaba como una energúmena. Incluso Snowbird, asomó por la puerta su rostro redondo con gafitas, enmarcado en el cabello largo y embutida en un grueso jersey de lana amarilla de cuello alto. Iba a disculparme por el grito, pero Birdy no me lo permitió:
-Está despierto.
Corrí con el corazón en un puño, latiéndome a toda prisa y la di un empujón al entrar y me incliné sobre el lecho de Matt. Tenía el respirador conectado y un ojo vendado, pero el otro me analizaba al detalle, no tenía la mirada perdida en un horizonte imaginario, me miraba a mí y solo a mí. Alargó la mano y me acarició la mejilla. Un hormigueo me recorrió el estómago mientras sentía aquellas manos de herrero tejiendo seda en mi tez. Bam tuvo que apartarme para que el doctor y la enfermera le retirasen el respiradero y le ayudasen a respirar por su cuenta otra vez. Cuando se apartaron, me volví a inclinar a su lado:
-Hola.-dije en un susurro casi inaudible.
-Hola.-respondió medio sonriendo.
-¿Cómo te encuentras?-la acaricié los rizos dorados mientras Matt suspiraba de placer.
-Cansado.-admitió.
-No te preocupes, es normal. Han sido días muy duros, pero los médicos dicen que parece que no hay secuelas y que podrás irte a casa muy pronto.
-Eso es genial-su voz sonaba exhausta. Temí que se volviera a dormir y lo volviese a perder, la realidad, fue mucho peor, porque lo que de verdad hizo, fue preguntar:-¿Dónde está Allison?
*     *       *
Realizar la tarea más sencilla se convirtió en un infierno la mañana en la que partimos, dos días después de que a Matt le diesen el alta: Nunca me había encontrado tan cansada mientras me duchaba. La noche anterior había sido un infierno, el colchón del motel resultaba duro como un lecho de rocas y espinas, y por la mañana tenía todos los músculos de la espalda rígidos y agarrotados. Ni siquiera la ducha caliente consiguió apaciguar el dolor. Un escalofrío me recorría las vértebras con cada gota de agua que se deslizaba por mi cuerpo. Tenía los ojos cerrados, porque si los abría, en lugar de ver el teléfono de la ducha y el agua correr por el desagüe veía los pinos de Browntown empapados por la lluvia y la sangre de Matt corriendo por mi cuerpo, eso no hacía más que aumentar mi sensación de suciedad y me froté la piel con tanta fuerza que llegué a hacerme heridas. Cuando conseguí salir de la oxidada bañera, me sentía tan cansada que me obligué a sentarme en el inodoro para no caerme. “Ojalá pudiese cerrar los ojos y dormirme, sin pesadillas, sin insomnio… Solo dormir”. El desodorante me provocó escozores, la crema hidratante picaba como el demonio y la pasta de dientes me provocó ganas de vomitar.
 A pesar de que la mañana estaba avanzada, la habitación del motel seguía en la penumbra, ni siquiera distinguía si las sábanas tiradas por el suelo eran grises o verdes. Había dos camas, aunque solo una tenía las sábanas desechas: compartía la habitación con Alba hasta que regresó a Hoonah, aunque en realidad aquella noche era la primera vez que la usaba, había preferido dormir en la butaca de la habitación de Matt. Ni siquiera había recogido mis escasas pertenencias y tenía la ropa arrugada y apretujada en mi mochila. Caminé a oscuras por la habitación hasta que me golpeé la cadera con el canto de la cómoda. Me mordí la lengua para evitar gritar de dolor, como si me diese vergüenza reconocer mi torpeza, aunque por muy alto que gritase, dudo de que alguien lograse oírme. Me quité la toalla que me envolvía y descubrí la contusión en la cadera, rápidamente, la oculté humillada y me dispuse a vestirme. Los mil cuchillos en los pies de los cuentos de Christian Andersen no eran nada comparados con el suplicio que supuso para mí aquel día ponerme unos vaqueros. La parte superior no fue más sencilla: me costó, lo que me parecieron horas, abrocharme bien el sujetador, se me clavaba en las costillas y me dejó los pechos doloridos. Me puse una camiseta de tirantes con estampado de camuflaje, y me cansé solamente en pensar que tenía que abrocharme uno por uno los botones de la chaqueta verde militar que reposaba en la silla. Abrocharme las botas fue otra tortura: no tenía fuerzas para encajarlas en el pie, subir la cremallera fue sencillo, pero cuando intenté atarme los cordones la cabeza comenzó a darme vueltas. Anduve taciturna y medio atontada por la habitación durante un buen rato, con las botas a medio atar y el cabello húmedo y despeinado cayéndome por los hombros. Tenía un cepillo en la mano, cual suicida pasea por su salón con un revólver en la mano antes de decidirse a dar el paso. Finalmente me planté frente al espejo de la cómoda, apoyándome con los antebrazos. Con una mano temblorosa llevé el cepillo hasta mi cabeza y los deslicé por mi pelo, los enredos ni siquiera me dejaron llegar a la oreja, el segundo intento no fue mejor y el tercero me desesperó tanto que lancé el cepillo contra el cristal de la ventana, justo en el mismo momento en el que Ami Brown atravesaba la puerta de mi habitación. Llevaba un largo abrigo de piel, aunque en esa época del año no hiciese tanto frío para ello y el pelo blanco recogido en su habitual coleta. A pesar de que se sobresaltó por el lanzamiento del cepillo, no perdió la compostura ni un instante, es más, recogió el proyectil y se acercó a la silla donde yo había caído devastada, ocultando el rostro con las manos y el pelo húmedo. Ami colocó una mano anillada, de dedos largos y huesudos sobre mi hombro, en un gesto profundamente maternal:
-¿Estás bien, cariño?-preguntó con aquella voz suya: dulce como la miel pero con aquel punto irrefutable que solo conocen las madres.
-No.-era inútil ocultarlo. Estaba devastada, y además, a las madres es imposible mentirles. Le cogí el cepillo que había lanzado-Es solo que hoy, está siendo un día un poco difícil.
-¿Y qué culpa tiene el cepillo de eso? Ven,-me pasó los dedos finísimos por el cabello para desenredarlo y luego lo extendió por la espalda-Te ayudaré a peinarte. Ni siquiera intenté impedírselo, simplemente le tendí el cepillo y le dejé hacer su trabajo. Realmente fue un momento muy tierno, íntimo, confidencial, algo que hacía mucho tiempo que no sentía… “Mi madre me daba tirones cuando me peinaba en contra de mi voluntad y me embadurnaba con mascarillas reparadoras, hidratantes y mil historias más. O me empujaba a la peluquería entre tirones y llantos para que luciese siempre el pelo rubio de una muñeca de porcelana, aunque el castaño de las raíces cada vez fluyese con más fuerza”. Crucé los brazos frente al estómago, estaba hambrienta y mis mejillas se ruborizaron cuando la barriga me rugió con fuerza. También me sentía increíblemente culpable: Ami era la madre de Bird y Rainy, no mía, las tenía que estar peinando a ellas. No a mí.
-¿Dónde están los demás?-pregunté mientras la mamá Brown intentaba quitarme un enredo de la melena.
-Bam ya está en el puerto. Ha madrugado mucho porque había quedado a primera hora con Popeye para que le ayudase a descargar unos barriles a cambio del pescado. Bear y Bird han ido al hospital a recoger a Matt… Birdy quería esperarte, pero ya sabes lo impaciente que puede llegar a ser Bear. A parte ha dicho que necesitabas dormir, que llevabas varios días sin descansar.-aunque el insomnio no me lo hubiese permitido, agradecía el gesto de Bear. No me apetecía nada ir a recoger a Matt al hospital.- ¿Te parece bien que te haga una trenza?-asentí por inercia, porque ni siquiera había escuchado lo que me había preguntado.-Solía hacérselas a Rain cuando era más pequeña, pero ahora tiene casi quince años, está en esa edad, ya sabes, y no permite nadie, excepto ella que le toquen el pelo…
-Dijo Allison.
-¿Cómo dices, cielo?
-Cuando Matt despertó, y tuvo las ideas claras por primera vez preguntó por ella.
-Estaba confundido cariño, han sido días muy duros…-intentó excusarlo con su voz esponjosa como las nubes.
-¿Tú la conoces?
Suspiró resignada. Depositó el cepillo en mi regazo y comenzó a hacer la trenza:
-Sí, la conozco.
-¿Y tan fantástica es cómo para que Matt me haya estado mintiendo durante tanto tiempo? ¿Tan genial y extraordinaria?
-Ayla, cariño…
-Dímelo Ami, por favor…-le supliqué-¿Qué tiene ella que no tenga yo? ¿He sido una persona tan horrible que quizá me lo mereciera?-“Sí, lo era”.
-No, ella no es mejor que tú. Nadie es mejor que nadie… Pero pasaron mucho tiempo juntos: Matt la enseñó a pescar, a disparar, a construir un refugio… -“Todo lo que había intentado enseñarme a mí pero había fracasado. Seguro que Allison no era tan extremadamente torpe como yo. Y más alta y preciosa, e inteligente y divertida. Yo solo era una inútil patosa sin gracia. No era productora de cine, era escritora. Una triste y maldita escritora”. Maldecía con todas mis fuerzas el día en que me enamoré de aquel chico, el día en el que…
-Me alegra saber que Matt está bien, ahora ambos podemos seguir con nuestra vida.
Ami terminó de hacerme la trenza. Se dirigió a la cama y sacudió la camisa verde militar para quitarle algunas arrugas superficiales.
-¿Entonces no hay solución para lo vuestro?-no parecía verdaderamente apenada. Asentí en silencio. Volvió a mi lado y me ayudó a ponerme la camisa-Es una lástima, yo ya me había visto con nietos.-“Yo también te había visto con nietos”.- Ayla,-de repente, su tono se volvió serio. Los ojillos de rapaz sobre aquella nariz aguileña me examinaron con detalle desde un rostro demacrado y arrugado terminado en un mentón puntiagudo-¿Qué te ha pasado en el hombro?
Oculté rápidamente de su vista las heridas, costras y escemas que me habían salido en el hombro.
-No es nada.-susurré molesta.
Pero Ami no desistió. Un escalofrío me recorrió la espalda cuando tocó las heridas supurantes. Me mordí el labio.
-¿Desde cuándo te ha salido esto? Debería verlo un médico.
-No es nada, de veras… Me ha salido por el estrés, no es la primera vez que me sucede. Tranquila.
-¿Estás segura? ¿Te duele mucho? ¿Necesitas ver a un médico?
-Es molesto, pero no me duele.-e insistí en tapármelo con la cazadora, me levanté de un salto de la silla pero no logré atarmela como Dios manda. Sentía los dedos torpes y resbaladizos, y aunque habían pasado semanas desde que me herí las manos, las cicatrices me ardían como si estuviesen en carne viva, aunque únicamente solo eran unas rayas rosas semi visibles en las palmas y en los dedos. Ami suspiró inquieta ante mi actitud defensiva, jugueteaba ansiosa con los anillos de sus dedos antes de atreverse a dar un paso hacia mí
-Somos muy parecidas, Ayla.-pronunció con aquellos labios finos y arrugados que formaban su boca desdentada. Me abrochó la camisa mientras mi cuerpo se endurecía por la tensión. Ella tenía una mirada tan triste…
¡No nos parecemos en nada!- la aparté de mí con brusquedad en un gesto que me hizo sentir terriblemente culpable. El estómago se me lio en un nudo y sentí unas terribles ganas de vomitar.-Tú eres increíble-pronuncié con el sabor a bilis en la garganta y los ojos llenos de lágrimas-puedes cocinas en cualquier sitio y con cualquier cosa, salir de caza llevando a un niño en la espalda y disparar a un oso con un bebé enganchado al pecho. A mí me cuesta freír un huevo sin que me queme. Eres increíble, Allison es increíble. ¿Cómo voy a competir con eso? ¿Cómo voy a ser la princesa de los bosques que quiere Matt si ni siquiera he aprendido a disparar? No puedo protegerle, lo demostré el otro día cuando casi lo devora un oso por mi culpa…
-Ayla, escúchame-su voz era entrecortada.
-No, escúchame tú a mí.-protesté alzando la voz en un tono que nos hizo temblar a ambas.-No me digas que soy como tú, no me digas que Allison no era increíble. Comparada con vosotras soy el postre rancio que nadie quiere y solo te tomas cuando se ha terminado la tarta. No soy fuerte, no soy una mujer de los bosques, soy una escritora mediocre que huye de su mísera realidad yéndose a escribir al culo del mundo y enamorándose de un… un… -no podía decir nada él, y mucho menos delante de su madre. Me derrumbé sobre la cama, con la mente exhausta y los párpados agotados. Oculté mi rostro bajo las sábanas, la presencia de águila de Ami se hizo palpable mucho antes de que posara sus dedos huesudos sobre mi espalda:
-No quiero oír nada, Ami.-pronuncié de nuevo en un tono de muy mal gusto.
La matriarca de los Brown no pareció molesta, es más, de su boca salió su voz de mamá osa, la que no admitía ningún tipo de réplica:
-Ayla, es hora de que conozcáis a Makwa-ikwa.
*     *      *
La choza de Makwa-ikwa no era el tipi pintado que me había imaginado durante el viaje, ni el interior estaba repleto de calderos mágicos con pócimas burbujeantes ni frascos con intestinos de animales. La tienda-laboratorio de Noah tenía más partes disecadas de seres vivos que aquella pequeña choza, situada bosque adentro en la pequeña población de Port Alexander, en la sureña isla de Príncipe de Gales, donde los Brown habían vivido tiempo atrás.
La cabaña en cuestión no era mayor que cualquiera de las que formaban Browntown, e incluso tenía electrodomésticos: una pequeña y vieja cocina de gas, una nevera e y un microondas oxidado. En la encimera había restos de ¿pizza de pepperoni? “¿Qué clase de indio desayuna las porciones de pizza fría que sobraron de la noche anterior?”. El resto de la sala común estaba ocupado por una alfombra de colores deshilachada, un par de butacas frente a la chimenea de leña y un camastro para el hijo bajo el ventanal, que tenía el cristal tan sucio que apenas dejaba entrar la luz del sol. Las paredes de madera estaban decoradas con tapices tejidos a mano, un enorme atrapasueños danzaba en la ventana y un viejo tocado ceremonial indio. Había fotografías familiares en las repisas, Makwa-Ikwa tenía tres hijos ya mayores: dos hijas de las cuales desconozco su paradero y Winnawa, el menor y único varón, cuyo nombre significaba Cuerno Corto. Nadie a parte de mí había comprendido el doble significado de aquel nombre y se me encendieron las mejillas al ver las miradas de bochorno de los Browns hacia mí: “Gabe se hubiera reído” y pensando en todas las bromas que habría hecho se me escapó otra risita que mereció un codazo de advertencia de Bam, aunque luchase contra viento y marea para no reírse también. La diversión se acabó cuando vi el ojo de Matt (el único con el que veía) clavado en mí con expresión de desprecio y asco.
Habíamos viajado de Ketchikan a Port Alexander en una pequeña embarcación pesquera prestada por Popeye, un viejo amigo de Billy. Bam capitaneaba el barco con Matt como segundo, Birdy, Ami y yo jugábamos a las cartas en un vano intento de evitar entablar conversación con Bear. En cuanto llegamos a puerto, Winnawa nos esperaba con su vieja camioneta, que antaño había sido roja, para llevarnos a su casa. Cuerno Corto era más armario que hombre: alto y corpulento, con dos brazos capaces de levantar un automóvil sin problema aparente. A su lado, los músculos de Gabey parecían los de un niño pequeño. Tenía el pelo largo y en su juventud debía de ser negro como el carbón, pero ahora estaba lleno de mechones plateados que le caían sobre los hombros. Llevaba un viejo sombrero de paja, vaqueros y una camisa de cuadros amarilla, arremangada hasta los codos y metida por dentro de los pantalones. Tenía el pecho tan hinchado que temía que un botón se le soltase y dejase a Matt ciego del otro ojo. Su semblante era serio: el rostro alargado, la nariz enorme y los ojos almendrados. Apenas hablaba, únicamente pronunciaba sonidos guturales en señal de aprobación, negación, duda, exclamación… Bueno, gruñía para todo. Lo mejor era el diminuto ancianito que lo acompañaba, tenía nombre de dibujos animados: Búfalo Verde era la traducción en su idioma indígena, pero que no sé porque motivo, todo el mundo lo llamaba Charlie. Él y su familia se dedicaban a la cría de caballos alaskeños: unas pequeñas pero robustas bestias capaces de soportar el gélido clima de Alaska. Pertenecían a la tribu de los nakotas, una rama de los Sioux, bueno, al menos sus antepasados pertenecían. No era una tribu propia de Alaska, es más, los nakotas habían ocupado las orillas del Misisipi para cazar y recolectar, pero Charlie y Makwa-Ikwa, habían decidido que era mejor criar a sus hijos en otra región del país, y como Billy y Ami habían hecho hacía ya más de treinta años, se marcharon al norte.
El padre de Winnawa era más animado que él, rehusó el abrazo que le ofreció Birdy al verlo, pero se pasó los tres largos cuartos de hora de trayecto hablando sobre viejas batallas y rememorando gloriosos años. Charlie tendría unos setenta y pocos años y era una versión pequeña y arrugada de su hijo. Winnawa, por otro lado ya superaba la cincuentena, así que probablemente Makwa-ikwa y él habían sido padres muy jóvenes, y más teniendo en cuenta que Cuerno Corto era el menor de los hermanos.
Cómo en la cabina de la camioneta no teníamos sitio los ocho: Matt, Bam, Winnawa y yo fuimos montados en la parte de atrás. Sintiendo el incómodo traqueteo del camino de piedras rebotar en la espalda y el viento arrancándome pelos de la trenza. Fueron los cuarenta y cinco minutos más largos de mi vida: intimidada por la presencia de Matt, aun con las cicatrices en carne viva y el ojo tapado con un parche pirata y el colosal indio, de brazos cruzados y un palillo en la prominente mandíbula. Bam, sentado a mi lado, parecía disfrutar del paseo al aire libre. Estuvimos detenidos durante más de veinte minutos en un paso a nivel, aguardando a que los guardas rurales de Alaska nos dieran paso. Matt y Bam saltaron de la camioneta para estirar las piernas, mientras que el indio permaneció allí, intacto, encajado como una pieza de tetris. Observé con descaro, y para evitar cruzarme con la intimidante mirada de Winnawa como los dos hermanos se alejaban unos pasos y se detenían al borde del acantilado para contemplar el frondoso bosque de alisos, cedros y pinos que se extendía a sus pies. Aproveche aquel instante, en el que estaban los dos juntos para compararlos, ¿cómo dos seres que habían nacido de la misma semilla podían ser tan diferentes? Era como si de una misma planta hubiese florecido una rosa espinosa y una delicada margarita. Dos dignos sucesores, Rómulo y Remo, engendrados por la misma semilla divina y amamantados por la misma loba. Pensé en mi hermana Lía: aunque nuestras circunstancias eran muy distintas a las de los hermanos Brown: nosotras habíamos sido criadas por distintos padres y eso había impactado en el desarrollo de nuestro carácter, y aun así teníamos cierto parecido físico. Pero ellos, vistos de espaldas, y con la brisa agitándoles el cabello, incluso parecían venir de mundos diferentes: Bam era alto y esbelto, Matt bajito y corpulento. El cuerpo de Bam parecía estar esculpido en mármol blanco por el mismísimo Miguel Ángel, los músculos de Matt, en cambio, eran toscos y bastos, al más puro estilo arcaico. Bam tenía el pelo largo y oscuro y bien peinado, Matt corto y claro y alborotado. Bam tenía los ojos verdes, el rostro alargado y los labios finos. Los de Matt eran azules, enmarcados por un visaje ovalado y unos morros carnosos. Bam tenía aquella media sonrisa suya, tan discreta, tan íntima, y aquel tic nervioso de frotarse la barba. Por su lado, la risa de Matt era sonora y escandalosa, y se rascaba los rizos plateados en situaciones incómodas. Bam Bam era serio, maduro, orgulloso y con un carácter de acero. Matt era alegre y divertido, aniñado y cariñoso. Bam era silencioso como un muerto, Matt no callaba ni debajo del agua. Bam era introvertido, Matt extrovertido. Bam llevaba ropa ajustada, Matt, ancha. A Matt era fácil quererlo, e igual de sencillo era odiarlo. Resultaba complicado llegar al corazón de Bam, pero una vez conseguido, ya tenías un amigo para toda la vida. Bam era una tragedia griega, Matt una lucha de gladiadores, Bam era duro como el hielo, Matt, puro fuego. Eran Henry Manners y Tom Cabot, Sansa y Arya, Légolas y Gimli. Incluso, mi amor por ellos era diferente: Bam era el hermano mayor que nunca tuve, responsable, protector,  un amor frío y distante. Un gélido abrazo. Matt era la pasión, la lujuria y la locura, el calor de dos cuerpos desnudos. Únicamente tenían una cosa en común: amaban a la misma mujer, y no era yo.
Nada más entrar en la cabaña de madera un olor a polvo acumulado casi me provoca un fuerte estornudo. La leña crepitaba a lo lejos, y aunque no hubiese calderos mágicos ni pociones, la habitación estaba envuelta por un fuerte aroma a hierbas hervidas y a jarabe para niños. Makwa estaba sentada en una butaca roñosa junto al fuego, fumando tabaco en una pipa de madera. No se volvió al escuchar la puerta abrirse y ni Charlie ni su hijo necesitaron presentaciones para anunciar nuestra llegada:
-¿Ami, Ami Brown?-exclamó la anciana con una vocecita grave y sonora-Discúlpame que no me levante, pero estás piernas ya no son lo que eran y la artrosis me está destrozando las rodillas.-Ami se acercó a la ancianita y la abrazó afectuosamente mientras ella le daba palmaditas en la espalda.
Makwa-ikwa era menuda y arrugada, en realidad, para la altura que tenía Winnawa, sus dos progenitores eran extrañamente bajitos. Lucía una mata de pelo canosa y quebradiza recogida en dos trenzas que le acariciaban con la punta los estrechos hombros. El rostro era tan arrugado que apenas se distinguían los ojos, (aunque eso no tuviese demasiada relevancia para ella). Y los labios no eran más que una grieta negra entre la nariz y el mentón, acentuado por un suave vello negro que le bordeaba la parte superior de la boca. No sabría decir si vestía con prendas tradicionales indias o con un bikini dorado, porque su diminuto cuerpo estaba envuelto en una manta de lana de muchos colores.
-¡Vaya! Pero si no has venido sola. Charlie, no seas descortés con nuestros invitados y ofréceles una taza de té.
-No será necesario.-se apresuró a decir Ami gentilmente.
-Insisto.-y ese tono no permitía réplica alguna-Vamos a ver, ¿pero a ver a quién tenemos aquí? ¡Si es el revoltoso Bear!-corrió a abrazarla-Recuerdo cuando tu madre te perseguía para que no te subieras a los árboles ¿Aun sigues haciéndolo?-Bear asintió enseñando los dientes mientras la anciana le acariciaba el rostro. La siguiente en acercarse fue Snowbird, quien le deposito un tierno beso en la mejilla.- ¡Bam Bam! ¿Aun estás aquí? Tendrías que estar en tu casa, cuidando a tu mujer y dándole nietos a tu madre.-la sonrisa forzada de Bam indicó que no se sentía demasiado cómodo hablando sobre aquello.
Mientras Mawka-ikwa saludaba a Matt, aproveche para susúrrale algo a Birdy al oído:
-¿Cómo os ha reconocido tan rápido? Creí que era ciega.
-Y soy ciega, querida-me quede petrificada. A Bam se le escapó una sonrisa burlona-pero no estoy sorda y tampoco carezco de buen olfato. Tú debes de ser la muchacha que escribe sobre los Brown. Ven aquí querida, acércate para que te vea bien.
Bam me hizo una señal para que me apresurase. Avancé torpemente hasta lograr agacharme a sus pies. La anciana me acarició el rostro con dedos gordos y arrugados:
-¿Cómo te llamas, pequeña?
-Ayla, es un placer conocerla Makua, Makna, Mak…-la lengua se me hizo un nudo y tuve la sensación de que me iba a ahogar con ella. Mi tartamudez provocó una carcajada general que resonó hasta en las montañas, incluso el cara de póker de Cuerno Corto esbozó algo parecido a una sonrisa.
-No te preocupes.-dijo alzando mi mentón hacia ella. Las mejillas me ardían como soles.-No eres la primera que no sabe pronunciar mi nombre, en realidad ni siquiera me llamo Makwa-ikwa, ese es solo mi título de sanadora. Cuando vine al mundo, mi padre me puso Nishwri Kekaui, significa Dos Cielos. Estos zoquetes que ahora se ríen de niños me llamaban Mama Ika, si te place, también me puedes llamar así.-asentí con la cabeza no demasiado convencida.
-Mama Ika ha sido como una abuela para nosotros.-intervino Bear- y además tiene un don muy especial: no puede ver el físico de las personas, pero puede ver su corazón.
Los ojos rasgados de Mama Ika se voltearon hacia donde el muchacho proyectaba la voz. No eran más que dos glóbulos acuosos más pálidos que la luna llena en una noche despejada.
-Bear, tiene razón. Los Brown han sido para mí los nietos que mis hijas jamás me han presentado. Aún tengo la esperanza, al igual que su madre, de que algún día me vengan a visitar con unos preciosos bisnietos. ¿No te gustaría, Ami? ¡Oh, aquí llega Charlie con el té!-sorbí un poco y por cortesía de líquido verdoso y de aroma fuerte que me tendían en una taza de barro. Tenía un sabor rudo y amargo que me despejó las fosas nasales.- ¿No te gusta la infusión de ortiga? Pues es muy buena para la salud, chiquilla, ayuda a relajar la mente.
“Pues no sabe usted la de vueltas que me da la cabeza con este olor tan fuerte”
-¡Mama Ika!-volvió a exclamar Bear mientras la anciana intercambiaba unas palabras con su marido y Ami y yo seguía arrodillada a sus pies, paralizada, frotándome las manos sudorosas con temor a alzar la mirada hacia la chamán.-Haz eso de leer el corazón a Ayla, ya lo verás, es alucinante.
-¡Sí, por supuesto!-exclamó la anciana-Iba a hacerlo cuando ha llegado Charlie con las infusiones. Ven, déjame que te vea.
Los dedos arrugados pero expertos de Mama Ika acariciaron mi rostro por completo, abarcando con las rechonchas manos la plenitud de los pómulos y las mejillas. Con dedos expertos me tocó los párpados, con tanta delicadeza que parecía que incluso estuviera contándome las pestañas. Tragué saliva cuando sus enclenques brazos me rodearon el cuello. También me examinó las orejas, la nariz, los labios, y finalmente me tomó de las manos:
-Tiene los rasgos muy suaves y delicados, seguro que pareces una princesa…
-Es usted muy amable.-dije sonrojándome por el halago de aquella importante mujer en su comunidad.
-Matthew-lo llamó. Hasta ese momento no me había percatado en él: estaba apoyado en el mueble que había tras nosotras, con su sombrero en una mano, la otra en el bolsillo del vaquero y un palillo de dientes en la boca. Un hormiguero entero empezó a escalarme por el estómago-¿Podrías ayudar a imaginarme a Ayla? Descríbemela.
-Tengo un ojo tapado, Mama Ika,-se excusó él señalando el parche de pirata que le había puesto el doctor Conrad.
-Y sin embargo, sigues viendo más que yo.-el tono de la india era tan irrefutable que podría haber encarnado a la mismísima Lady Olenna Tyrell.
Matt se encogió de hombros:
-Pelo castaño, ojos verdes…-empezó a recitar como un niño de tercero recita de memoria las tablas de multiplicar.
-Acércate.-Matt obedeció sin rechistar, aunque de mala gana. Cuando se arrodilló a mi lado su sonrisa de desdén me hizo temblar. Mama Ika le dio un tortazo en la cabeza. Matt se sobresaltó y dejó caer el sombrero y el palillo de dientes.- ¡Venga Matthew! Que sé que puedes hacerlo mejor. ¿Cómo es la chica?
Matt suspiró resignado:
-Cuando la conocí llevaba el cabello rubio, pero ahora ha dejado de teñírselo y le crece castaño claro, aunque sigue teniendo las puntas rubias. Le cae ondulado hasta la mitad de la espalda y cuando le toca el sol, rezuma destellos rojizos.-Yo tenía la mirada puesta en el suelo de madera desgastada y toda la musculatura del cuerpo tensa. Sentía “el ojo” de Matt clavándose en mi cuerpo como un cuchillo que te va perforando la piel poco a poco hasta llegar al corazón.-Tienes los ojos verdes, bueno, al menos uno de ellos, el izquierdo-se aclaró la garganta-el otro es más terroso, con destellos naranjas. Son grandes y redondos, con las pupilas tan brillantes que provocan que no puedas apartar la vista de ellos.-me alcé poco a poco hacia él, temblando de miedo. Sus labios esbozaban aquella sonrisa suya tan única. Se quitó el parche y sacudió la cabeza: tenía el ojo casi curado, aun algo enrojecido y con lagañas amarillentas en el lagrimal, pero su azul claro se había restaurado casi por completo. Descarado como solo él sabía serlo acerco la mano hacia mi mentón y me acarició el labio:-los labios son de color rosa oscuro, bulbosos, se los muerde y se los humedece mucho cuando habla-me los humedecí y me sentí culpable por haber dibujado en él aquella expresión de triunfo-Siempre están tristes…-soltó con un ápice de melancolía en la voz-aunque te pases el día besándolos  no dejan de estar tristes, y solo quieres continuar besándolos hasta lograr que sonrían de una vez por todas. Porque nunca había visto unos labios que estuviesen tan bien hechos para ser besados…

-Matt…-conseguí susurrar en un jadeo. Las llamas de la chimenea se reflejaban en sus mejillas.
Los pulmones de Bear se hincharon para interrumpir de nuevo, pero Mama Ika se adelantó:
-Charlie, ¿por qué no enseñas a Snowbird el potrito que nació el invierno pasado, seguro que le encantara verlo?-y ambos se retiraron al son de las batallitas del desdentado Charlie y las palmaditas de emoción de Birdy.-Winnava,-prosiguió la anciana que apenas tenía un diente en el agujero negro que era su boca-¿No tenías que cambiar el neumático del tractor? Chicos, lamento mucho pediros esto, pero ¿podríais ayudar a mi hijo con la máquina? Es muy apañado para esto, pero necesita de un par de muchachos fuertes que lo ayuden.-A pesar de los refunfuños de Bear por quedarse, Bam captó la indirecta y se marcharon con el tío indio de Chuck Norris.- ¿Por dónde íbamos, chicos? ¡Ah sí, los labios! Parece una muchacha muy bonita, Matthew,
-Lo es.-asintió mientras mis mejillas se ruborizaban.
-Pero no todo es el físico, ya lo sabes, ¿cómo es por dentro? ¿Es igual de bonita que por fuera?
-Creí que eso ibas a hacerlo tú.-Mama Ika le dio otro mamporro en la cabeza.- ¡Vale, vale! Ya voy-Matt hizo un largo silencio: más dramático que reflexivo, porque sabía perfectamente que palabra iba a decir.-Es fuerte. Fuerte como una roca.-“Fuerte por los dos”.
-Sin embargo… Antes has dicho que siempre está triste. ¿Por qué motivo, Matt? ¿Recuerdos dolorosos de un pasado difícil? ¿Un corazón maltratado, quizá?-Su mirada azul cielo se nubló. Se anunciaba tormenta y los marineros preparaban la embarcación para embestir las grandes mareas.
-Un poco de ambos.
Mama Ika asintió pensativa, como si en su cabeza estuviese tomando minuciosa nota de todo lo que decía:
-Y tú, Ayla, dime… ¿Cómo es Matt por dentro?
Se me ocurrían mil y una cosa que decir. Porque si algo era Matt Brown por dentro, era complejo. A la vez era cariñoso y distante. Extrovertido e introvertido. Valiente y cobarde. Ante todo, no fue esa la palabra que utilicé para describir su interior:
-Intenso.-volví a fijar la vista en el suelo de la cabaña. No quería ver la manera en la que sus ojos se clavaban en mí, pero volvía a sentir tanto dolor que casi parecía real.
-Ambos sois de un carácter formidable: No debe de ser nada fácil tratar con alguien que cada vez que se asusta levanta un escudo de roca. Alguien que en cualquier momento pueda escapar y huir-alcé la mirada hacia ella. “¿Cómo lo había sabido? ¿Qué clase de magia indígena estaba usando para leer lo que pensábamos?”-Aunque tampoco lo es lidiar con una persona con tantos flancos abiertos en su interior, lleno de miedos e inseguridades.
Matt y yo intercambiamos una mirada de asombro. Mama Ika seguía sujetando una de mis manos. Mis dedos rozaban una pulsera de plumas y abalorios de madera. Sentía la palma sudorosa y resbaladiza, aun así, la anciana no la soltaba. Con la otra mano, sujetaba la de Matt. Ambos seguíamos arrodillados a sus pies, formando un triángulo con el vértice en la cabeza de la india.
-Dime otra cosa, ¿Cómo es en la cama? ¿Te complace? ¿Te hace feliz? A veces resulta muy complicado que una mujer sienta placer cuando un hombro la invade con su espíritu-creo que llegué a echar humo por las orejas de lo que me ardían las mejillas en ese momento. Miré discretamente a Matt, también tenía dos ronchas rojizas en los pómulos y esquivaba encontrarse con los ojos vacíos de la india.
-¡Mama Ika!-exclamó Ami escandalizada-No sea tan indiscreta, por favor.
-No me vengas con pudores, Ami, que has tenido siete hijos, sabes perfectamente cómo se hacen.-la matriarca de los Brown ya había hablado de ese tema conmigo anteriormente, pero nunca en presencia de uno de sus hijos varones, ni tan siquiera delante de Rain, según afirmaba: “era algo que solo podía hablarse entre mujeres”.-Son dos espíritus vigorosos, deben entenderse perfectamente: tanto en lo físico, como en lo espiritual.
-Nos entendemos perfectamente.-se apresuró a responder Matt, sin atreverse a cruzarse con los ojos de gavilán de su madre. Un cosquilleo de lo más incómodo me subió por los muslos. Anhelaba sentirlo dentro de mí, me humedecí los labios nerviosa y contraje los músculos para evitar que la sangre me subiese a las mejillas.
-¿Estás de acuerdo con él?- respondí un apresurado, escueto y casi inaudible ‘sí’. Lo que llevó a una adorable sonrisita de Matt.- ¿Y qué hay de vuestros planes de futuro? ¿Qué pensáis hacer? ¿Construiros una cabaña?
-¿Niños, quizá?-interrumpió Ami con sus ojillos de ave rapaz.
-No me gusta pensar más allá de lo que tengo delante. Lo que sea ya llegará.-muy propio de Matt eso de ir improvisando por la vida.
-¿Y qué me dices tú, Ayla? ¿Qué planes tienes?-“¿Volver a tirarme al mar es una opción?”
Erguí la espalda y me aclaré la voz como las buenas niñas, aunque seguía teniendo la mano arrugada de Mama Ika apretándome la palma sudorosa:
-Tengo que terminar mi libro sobre los nativos y los pioneros de Alaska, después vendrá todo el proceso de edición, maquetación, promoción… Entre medio tengo algunos proyectos en mente, un guion en Vancouver, una convención en Irlanda, quizá visite Madrid…
-No me refería a ese tipo de planes.-aclaró la anciana. Miró a Ami de reojo y esta le guiño un ojo mientras se palpaba el estómago. No me había sentido tan nerviosa en mi vida, las paredes de la cabaña se me echaban encima, mientras la habitación se hacía cada vez más y más pequeña y las figuras que me observaban se derretían como los relojes de Dalí. Quería huir, pero la puerta la puerta había desaparecido y las personas que ahora eran blandas como queso derretido se cernían sobre mí entonando un cántico ritual:
-No tengo tiempo para esas cosas. Tengo una carrera muy prometedora… libros que escribir, guiones que corregir… No puedo perder el tiempo teniendo niños.
-¿Quién te ha dicho eso?-parecía exaltada. Para alguien tan creyente como los Brown o Mama Ika, decir algo como eso era toda una herejía.
-Nadie.-mentí. “Me van a quemar en la hoguera”.
-Es solo que no quiero tenerlos.
-Pero Ayla…-Ami se levantó de su banquito, donde se había mantenido desde que habíamos llegado, pero un gesto con la mano de la chamán la hizo volver a sentarse.
-Toda mujer y toda pareja está en su derecho de decidir si tener o no tener hijos. Y el deber del resto es respetar su decisión, sea cual sea.-aquel tono de voz incuestionable era incluso más severo que el de Ami. Estaba totalmente segura de que Mama Ika era el único ser en toda la creación capaz de hacer que Amora Lee Branson Brown con su voz esponjosa como las nubes, se quedara sentadita en su banco sin decir palabra.
-No podría atenderlos,-proseguí yo-tengo una carrera muy prometedora- “o al menos eso dice mi representante”-no puedo interrumpirla. Viajo mucho y me levanto muy temprano…-seguí balbuceando como una idiota.
-Cariño-a pesar de que le faltaban la mitad de los dientes, y el resto eran amarillos y llenos de caries, Mama Ika tenía una de las sonrisas más bonitas que había visto jamás. Aunque nunca alcanzaría el nivel de la risa de Matt resonando entre los alisos y los pinos de Browntown.-Venimos a este mundo a ser felices, no a levantarnos pronto. Si te hace feliz tener una familia, tenla y si te hace feliz escribir libros, escríbelos. ¿Eso es lo que te hace feliz, Ayla?
Miré a Matt, arrodillado a mi lado. En un gesto rápido se quitó el parche del ojo: su córnea comenzaba a recuperarse y el brillo azul volvía a resplandecer alrededor de la pupila. Pero las cicatrices sanguinolentas y el lagrimal supurando los restos de pus me recordaban que detrás de cada sonrisa en el presente, hay mil heridas en el pasado.
-¿Eso es lo que te hace feliz?-respondió la india.
“No, nunca he sido feliz y jamás lo seré. Hay épocas en las que estoy “contenta”, en la que me olvido de todo: de mi familia, de los editores, de la drogadicción de Alfie, de las quejas de Frank, de los problemas económicos de Alba… Lástima que esos periodos duren tan poco y la alegría se esfume como el polvo con el viento. ¿Escribir me hace feliz? ¡Por supuesto que no! Escribo para desahogarme, para echarme en cara lo que podría ser y no soy: para visitar lugares que jamás visitaré, para vencer los miedos que jamás venceré, para ser quién quiero ser, pero que jamás seré. Por eso escribo, para recordarme constantemente mi fracaso, mi inutilidad, mis sueños truncados… Pero todo eso daba igual, no importaba cuando me levantaba por la mañana y él preparaba desnudo dos tazas de café, y yo leía envuelta en las sábanas aguardando la bebida caliente recorriéndome por la garganta. El pecho cálido de Matt en las noches frías, sus ronquidos y sus abrazos protectores. Las risas jugando a perseguirnos en los bosques, lanzando cuchillos o practicando con el arco, su sonrisa, sus monólogos, las largas charlas al pie del agua, las excursiones al vertedero, las miradas cómplices…”
-No es necesario que respondas.-concluyó solemne Mama Ika. “¿Cuánto rato había estado perdida, sin decir nada, en aquellos perfectos ojos azules? ¿Sabía que habíamos estado mirándonos?” Las mejillas me ardían. Matt en cambio, esbozaba una sonrisa de oreja a oreja, mostrando la dentadura desgastada y torcida. Intenté decir algo, pero las palabras se me atascaban en un picor de garganta.- ¿A ti que te hace feliz, Matthew?
-Vivir en el bosque, ser libre, no crecer nunca.-no se lo pensó demasiado-Preparar dos tazas de café por las mañanas, y no me importaría preparar tres algún día.
-Matt, basta ya…-conseguí susurrar devastada.
Si la india me oyó, no dio indicios de haberlo hecho, sino que continuó con su discurso.
-Los espíritus del bosque os protegen: Matthew, tienes un corazón fuerte y vigoroso como los grandes venados. Ayla, una loba solitaria, independiente y valiente, en busca de una manada que la acepte. Vuestros deseos son fuertes, vuestras ambiciones, incluso vuestro cariño, el amor que os profesáis el uno por el otro…
Mama Ika comenzó a juntar lentamente sus manos temblorosas, en un intento de unir la de Matt y la mía en una sola. Al percatarme, la aparté de repente:
-Sé lo que estás intentando, sé lo que ambas estáis intentando,-dije en un tono de reproche que incluía a Ami-Estáis intentando unirnos.
-¿Uniros?-preguntó la india incrédula. Sus ojos muertos se posaron en el vacío negro que había entre el cuerpo de Matt y el mío.-Vosotros ya estáis unidos.
Ambos dirigimos la mirada hacia donde señalaba la anciana. El cuerpo me vibrara completamente y sentí un nudo en el estómago al darme cuenta que Matt y yo estábamos cogidos de la mano. ¿Cómo no me había dado cuenta hasta ahora? ¿Cuánto rato llevaríamos así? Por la expresión pintada en el rostro de él, también había sido una gran sorpresa. De repente sentía todo: las manos pequeñas llenas de cayos y heridas, las uñas sucias y la suavidad de la seda acariciando las cicatrices de mis dedos. Un cosquilleo me recorrió los dedos desde la yema hasta perderse en la distancia del brazo. Sentía su presencia, su calor dentro de mí, con la misma cercanía que cuando hacíamos el amor. La plenitud de mis músculos se contrajo anhelando recibiéndolo. Llevaba dos anillos: uno grueso y uno fino en el corazón y en el anular. El del dedo del medio era solo una fina línea de plata, el otro era pesado y tenía una fila de brillantes verdes. Podía describirlos sin mirarlos. Podía describir cada detalle de su cuerpo sin mirarlo.
-Cuando habéis entrado aquí he sentido la presencia de una mujer fuerte valiente y protectora, seguida por cuatro polluelos que ya conocía y por último la de una desconocida, una chica, con la fuerza y la valentía de un lobo-“No está hablando de mí, yo no soy así”-A mi casa han entrado seis personas, pero solo cinco espíritus.
-¿A eso se refería Bear con lo de leer el corazón?-la anciana asintió.
-He visto entrar dos espíritus, ligados a un mismo corazón.
La cabeza me daba vueltas y la sensación de náuseas regresó. Luchaba para mantenerme consciente, ¿qué llevaba aquella maldita infusión de ortigas? Inconscientemente apreté con más fuerza la mano de Matt, él me devolvió el apretón. “Si él está aquí, es que todo va bien”. Tengo que salir de aquí.
-La vida está llena de obstáculos, mis queridos niños. Uno de los días más tristes de mi vida fue cuando mis hijas decidieron marcharse a Seattle con unos muchachos que habían conocido en la universidad. Desde ese día, supe que no iba a conocer a mis nietos jamás. Entonces llegaron los Brown y su prole me hizo sonreír de nuevo-hizo una larga pausa dramática- ¿Y bien, vais a dejaros de tanta paparrucha y vais a ser felices de una vez?
Matt y yo intercambiamos una mirada y solté su mano.
*    *     *
La Estrella Polar era un pequeño punto de luz que iluminaba las tinieblas que envolvían la choza de los indios. El refunfuño de los palafrenes y el repiquetear de los cascos contra la madera formaban una sinfónica nocturna espectacular. La brisa cantaba deslizándose entre los pinos como una grácil ninfa y las estrellas se asomaban tímidas entre las nubes humeantes para contemplar su mágica danza. Esa misma bailarina fue la que me acarició el pelo cuando salí a escondidas de la choza: el ambiente en la habitación de las niñas de Mama Ika era insoportable, no había estado jamás en un lugar tan perturbador. La sala que había sido el dormitorio de las dos hijas del matrimonio, seguía tal cual la habían dejado hacía treinta años, incluso las polvorientas sábanas de color rosa olían como si llevarán allí tres décadas. El colchón tenía bultos por todas partes y la incómoda presencia de Ami en la otra cama y  los ronquidos de Birdy en el suelo no eran precisamente una ayuda para conciliar el sueño. Cuando me levanté y me calcé los zapatos, los ojos de las muñecas de porcelana seguían todos mis movimientos. Con la sudadera en la mano y la linterna en la otra, atravesé de puntillas el comedor, donde bajo la ventana dormía el enorme Winnawa, que siguió mis grotescos movimientos con sus ojos negros, pero que no pronunció un gruñido respecto a mi presencia en la sala. Abrí la puerta chirriante, la mosquitera y me adentré en la noche. Matt y Bear, a petición de Charlie, hacían guardia en un claro cerca de las potreras. Algunas alimañas incordiaban a los caballos durante la noche, y para que Charlie y su hijo pudieran descansar una noche: los hermanos Brown se habían ofrecido a ejercer de vigías.
Me acerqué al improvisado campamento en silencio. Aunque ya rondábamos finales de verano, yo había abandonado mis pijamas de seda en Hoonah para dar paso a un pantalón deportivo ancho de color gris, con el forro recubierto de pelo y largo hasta los tobillos, llevaba los calcetines de lana por encima del pantalón y cubiertos por unas botitas de pelo azul también forradas. En la parte de arriba llevaba una camiseta ancha de propaganda de una empresa de cruceros de Alaska y una sudadera verde y amarilla con el poderoso Thor estampado en el pecho. Me había desecho la trenza y el pelo voluminoso y ondulado me caía despeinado por los hombros. Gracias a la suavidad de las suelas, los chicos no me oyeron llegar, aunque desde lejos escuchase el crepitar del fuego y los cascos de los caballos. Matt estaba despierto, sentado en el fondeo del claro, sobre su saco de dormir colocado entre dos gruesos pinos y rodeado de mantas, tenía el rifle entre las manos y una cantimplora a su lado, junto con su sombrero. Estaba desnudo de cintura para arriba, con la brisa erizándole los cabellos plateados de los brazos y endureciéndole los pezones. Oculto tras la penumbra del bosque, tan solo la mitad de su rostro resplandecía a la luz de la hoguera, otorgándole un aire semi demoníaco arrancándole destellos al ojo herido. Alzó la vista hacia mí cuando intencionadamente lancé una piña
para llamar su atención.
-Ayla…- no dejaba de haber un punto de sorpresa y excitación en su voz pausada.
-¿Dónde está Bear?-yo seguía oculta tras el pino, escondiento el rostro con el cabello y el cuerpo tras el grueso tronco. Matt echó un vistazo a las cosas de su hermano, al otro lado de la hoguera: una mochila de cuero negro y un saco de dormir rojo junto a prendas de ropa y artilugios desparramados entre las mantas. Un mosquito zumbó entre mis ojos y sacudí la nariz nerviosa, echando a perder la atmósfera de misterio que estaba intentando crear.
-Ha ido a hacer la ronda.
-¿Tardará mucho?
-Bastante.
-Bien.
Di grandes zancadas hacia Matt, mientras él se incorporaba para recibirme. Cuando ya casi había llegado a él me tropecé con una rama que me empujó hacia adelante, lo justo para caer sobre los brazos de él, fundirnos en un beso y dejar que me ocultase entre las mantas y el saco de dormir. Todo fue un lío de brazos, piernas y ropa, hasta que nuestros cuerpos nerviosos consiguieron unirse en uno. Un caballo relinchó en la penumbra, justo en el momento en el que Matt volvía a ser parte de mí, y ahogó el gemido de placer de ambos que se escurrió entre los árboles. Mis caderas, sobres las suyas realizaban movimientos suaves, para disfrutar del ansiado momentos. Mis manos jugaban con los rizos plateados de su nuca y lo atraían hacia mi cuello y mi pecho. Sus manos me arañaron la espalda desde los hombros a los riñones y presionaban mis muslos contra él para tocarme el alma con cada envestida. Sentí un fuerte pinchazo en el brazo cuando un mosquito me pico, pero el dolor se ahogó rápidamente cuando sus dedos comenzaron a deslizarse en la parte interior de los muslos. Le rodeé el cuello con la plenitud de mi abrazo y lo atraje hacia mí para sentirlo al máximo que la física permitía. Me golpeé la espalda contra el suelo cuando con su vigor de lobo cambió nuestra postura para poderme ver desde arriba. Se rodeó la cintura con una de mis piernas, y continuó embistiéndome con fluidos movimientos. Los músculos de su rostro se contraían del éxtasis y una ola de placer me hacía temblar cada vez que nuestras cinturas se rozaban. Un crujido en la cercanía nos inmovilizó por completo, Matt me tomó por la cintura y rodó a mi lado mientras me ocultaba con el saco de dormir. La linterna de Bear había aparecido en el claro.
-¿Matt, estás dormido? He venido a beber agua, he olvidado la cantimplora. ¡Oh, la tienes tú!
Las pisadas de Bear se acercaron cada vez más a nosotros. Yo estaba oculta, con los labios sobre su pecho, dándole suaves besos, mientras él me empujaba con la mano para que estuviese quieta. Entonces caí en la cuenta: seguía dentro de mí: mis piernas le rodeaban la cintura, y él seguía allí: duro y palpitante, ansioso. Le empujé con las caderas y le temblaron los brazos. Me miró con picardía y se puso un dedo en los labios para que estuviese quieta y callada, pero volví a empujarle. De su boca se escapó un pequeño suspiro. Bear estaba a dos pasos de nosotros, agarrando la cantimplora. Cuando con un beso callé el tercer suspiro de Matt. Asomó la cabeza para asegurarse que la linterna de su hermano se había perdido de nuevo en la oscuridad del bosque. Me destapó de un golpe y me sacudió hasta quedarse seco. La luna iluminaba la piel pálida, otorgándole un aura fantasmal. Brillaba enorme, redonda y blanca, como blanca era la leche tibia que se escurría entre mis muslos empapados.
Matt temblaba, todavía abrazado con mis piernas, y su pecho se movía inquieto arriba y abajo. Me rodeó la cintura para incorporarse, seguía dentro de mí, me agarró con la nuca y me besó con pasión. Sus anillos se enredaron entre mis rizos.
-Nos entendemos perfectamente.-dijo entre jadeos.
“Vigoroso y fuerte como el corazón de un joven ciervo” Marqué en su mejilla tres dedos imaginarios de sangre de venado.
-¿Recuerdas algo del ataque?
-No, solo que llevabas un precioso vestido azul. ¿Y tú?
-Tampoco.-Rodé hacia un lado y me quedé sentada junto a su cuerpo, mientras me vestía lentamente. Allí donde había derramado mis jugos, la piel le brillaba en extraños dibujos iridiscentes. Suspiré hondo. El cuerpo me temblaba incontroladamente. Matt se incorporó y pasó su brazo por mis hombros-Recuerdo que cuando despertaste, dijiste Allison.
Matt se pasó los dedos por los rizos, como solía hacer cuando no se encontraba en una situación cómoda:
-Ojalá recordases todos los sueños que he tenido contigo estas últimas semanas.
Entrelazó sus dedos con los míos:
-Si eso fuera verdad, no hubieses dicho su nombre.-sentía ganas de llorar, pero mi orgullo no me permitía derramar ni una lágrima más por él.
-¿Me vas a dejar explicártelo?
-No.-mi dignidad se extinguió y dos perlas comenzaron a resbalar por las mejillas. Me rodeé las rodillas con los brazos, como un bebé asustado dentro del vientre de su madre-El ataque sirvió para darme cuenta de que no pertenezco a este lugar: mírate, tienes cicatrices por todas partes, la piel curtida y endurecida. No te importa dormir en el suelo, en vaqueros ni meterme en un río a congelado. A mí me siguen doliendo los cortes de las manos.
-Ayla, tú también tienes cicatrices, pero están más adentro. –me acarició los hombros heridos. “Se ha dado cuenta”. -Yo puedo curártelas, igual que tú sanaste las mías.-se llevó una de mis manos a los labios rasgados y la besó con ternura.
-Yo no he curado nada. A ti te curaron en aquel lugar tan horrible de Juneau, y a mí en el psiquiátrico de Nueva York, donde voy a volver en cuanto regrese de Hoonah. Tú deberías hacer lo mismo.
Me derrumbé cuando sentí su abrazo, su pecho desnudo contra el mío y su voz temblorosa de súplica:
-En ese sitio me mataban, Ayla. Tú lo sabes mejor que nadie. ¿Lo recuerdas?-Empezó a besarme la cara: los párpados, los labios-¿Lo recuerdas verdad? Te quiero Ayla, soy tuyo, sí, fui de Allison, pero ahora soy tuyo. Me iré contigo a Nueva York, iré a donde quieras, pero no me dejes solo. Necesito que seas fuerte por los dos. Lo superaremos, los dos juntos. Y sé que tú eres mía, sí, lo eres…-me apretó contra él mientras me besaba de nuevo.
Con la palma de la mano me escurrí las lágrimas, los mechones del flequillo se me pegaban en la piel. El nerviosismo del momento no me dejaba pensar con claridad y no podía quitármelos. Al final, fue Matt el que me los apartó con sus manos de herrero que tejían más finamente que la mismísima Aracne.
-Eso no lo dudes jamás, tú eres mío, y yo soy tuya. Pero este es tu sitio, no es el mío. Y no voy a obligarte a dejar tu hogar y a tu familia por mí.
-Ayla, déjame darte una explicación, por favor, te lo suplico. Te amo. Concédemelo. Por favor. ¿Es que lo que ha dicho Mama Ika no ha servido de nada?-hablaba tan suavemente, eran tan paciente conmigo… Su voz invitaba a cerrar los ojos y a dormir en su pecho para siempre.
Negué con la cabeza con lágrimas en los ojos. “Se acabaron las mentiras, las excusas, eres de ella, no eres mío. Eres del bosque. No eres mío. Me tengo que ir a casa. Yo no puedo protegerte Matt Brown, no puedo… Soy demasiado débil para vivir aquí, demasiado inútil y demasiado torpe”. Empujé a Matt suavemente para que se recostase en el saco de dormir y me tumbé a su lado.
-¿De verdad vas a volver a Nueva York? A esa vida que tanto odiabas… Vas a dejar todo esto por volver a atiborrarte de pastillas. No puedo darte las comodidades que allí te ofrecen, pero puedo darte mucho más: puedo darte todo el amor que se te ha negado en estos veinte años, puedo darte una familia a la que amar, un hogar… Prometo no volver a pronunciar el nombre de Allison jamás. Si quieres volveré a Juneau a por el tratamiento, si estás a mi lado sé que lo conseguiré… Ayla…-me hice la dormida en la comodidad de su pecho. Tenía la piel erizada por el frío, y Matt me tapó con el saco de dormir. Las nubes se habían esfumado y las estrellas lloraban al ver como dos espíritus que compartían corazón se separaban para siempre.- ¿De verdad vas a renunciar dormir bajo estas vistas por un saco de pastillas?
Matt me besó el pelo y se acomodó junto a mí para dormir juntos por última vez. Una parte de él, y una parte de mí, no creían que en realidad me fuese a marchar. Pero la decisión estaba tomada, no había vuelta atrás. Éramos de mundos diferentes.
Al despertar al día siguiente, junto a la hoguera del campamento, Matt, descamisado, preparaba dos tazas de cafés. Se volvió hacia mí mientras me desperezaba:
-Recuerdo quién disparó.

TODOS LOS CAPÍTULOS DE MI NOVELA BASADA EN "ALASKAN BUSH PEOPLE" ESTÁN AQUÍ.

NOTA DEL AUTOR: Primero de todo, disculparme por la tardanza, no suelo tardar tanto en publicar un capítulo, pero ya habéis visto, que no solo es muy extenso, si no que detrás también hay un exhausto trabajo de investigación acerca de la cultura indígena norteamericana (que me hubiese gustado trabajar más a fondo). Mi principal fuente de investigación ha sido el libro Chamán de Noah Gordon, del cual han salido la mayoría de los nombres y sus significados. Si os atraen los libros de historia y medicina os recomiendo la trilogía de los Cole de este mismo autor, (El Médico, Chamán y La Doctora Cole), del primero hay una película protagonizada por Tom Payne (Jesús de The Walking Dead). El carácter de Mama Ika, está inspirado en la abuela de Vaiana y en la Viejea Gothi de la serie animada: Race to the Edge.
La tardanza también ha sido por la tensa situación familiar que estamos viviendo en casa actualmente (os pido absoluta discreción (especialmente en las Redes Sociales, pues a mi madre no le gusta que hable sobre ello) en este asunto, pero como mis fieles seguidores, que aguantáis eternidad tras eternidad a que publique un capítulo, creo que os merecéis una explicación) A mi madre está muy enferma, tiene tres tumores en el páncreas, ello ha provocado un desgaste físico muy bestia y que nos pasemos el día de médicos en médicos. Cuando llego de trabajar por la tarde, (trabajo del que no tengo queja, porque me encanta, pero que no puedo dejar porque de ello depende que pueda terminar mis estudios y los de mi hermana menor), tengo que atender la casa, llevarla al médico, recogerla, hacer la compra... y todo eso combinándolo con las tardes que trabajo de canguro o de profesora de repaso para niños pequeños. Necesito el sobresueldo para mí, porque mi sueldo va íntegro a los estudios y a la casa. Desde aquí os escribo únicamente para que entendáis la situación que estoy viviendo, y del agotamiento físico y mental que supone tener que convivir con una persona tan enferma, que no está llevando bien la enfermedad, y eso repercute en el estado anímico de la familia en general.
No voy a pediros ayuda económica ni nada parecido, porque sé que hay mucha gente que lo está pasando peor que yo, pero si queréis ayudar, seguro que hay montones de asociaciones que ayudan a víctimas o familiares con cáncer que agradecerán vuestra ayuda. Y si conocéis a alguien que está sufriendo está enfermedad, no os olvidéis de las personas que están a su alrededor y que lo están pasando igual de mal. Empatizad con ellos, atendedles, ayudadles a quitarse esta horrible presión y este estrés que nos atormenta día y noche. En estos momentos, me ha sorprendido mi propio egoísmo por sentirme esclavizada en casa, siempre he sido una persona muy independiente, y este ambiente me está matando. Quizá lo único bueno de toda esta pesadilla es que voy a aprender a ser un poco más humilde. También me dejado anonadada la poca empatía y solidaridad que ha tenido gente de mi ambiente, te envían un mensaje diciéndote que si los necesitan allí están, pero a la hora de la verdad, mientras tú estás encerrada en casa, a ellos no les importa salir de fiesta o irse de vacaciones. No es su responsabilidad, obviamente, pero te hace sentir como si no les importaras a nadie. Recordad que detrás de un enfermo hay toda una familia que lo está pasando igual de mal.
Para compensar mi tardanza espero que vayáis disfrutando de los vídeos parodia, avances y análisis de personajes.

Por mi parte, con vuestra paciencia y vuestras muestras de cariño y apoyo, tengo bastante.

Un beso a todos y muchas gracias por vuestra paciencia y discreción. Prometo no quejarme más.

Os quiere,

Ayla


Comentarios

  1. Absolutamente todos los capítulos de Tierra mojada me encantan.
    Eres una escritora genial y espero con impaciencia el próximo capítulo.
    Mucho ánimo. Un abrazo

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    1. Gracias por el comentario, me alegra que te haya gustado. Besos y abrazos para ti también!!!

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  2. Enhorabuena, nos has dejado con la intriga, eso esta bien. Haces un gran trabajo no sólo con los relatos sino con el día a día de tu casa. Te entiendo perfectamente he pasado por ello, mi padre paso por un cáncer de garganta, está muy bien de eso ya han pasado quince años, pero el año pasado le dio un infarto y tres meses después un micro ictus sin secuelas gracias a Dios. Mi madre, mi hermano pequeño y yo nos vimos solos porque las familias debían pensar que se contagiaba. Nos hundimos, pero poco a poco hemos ido recomponiendonos y aquí estamos ahora mi padre que esta hecho un chaval, mi madre que se va reencontrado poco a poco y mi hermano que ha terminado los estudios y esta buscando curro y yo que he tenido que volver a estudiar para poder buscar un futuro mejor y ayudar en casa. Así que animo y mucha fuerza. Que de corazón te digo que no estas sola, que aquí te apoyamos y leemos. Por cierto jodia que nos has dejado con la intriga de quien disparo. Un abrazo.

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    1. ¡Muchas gracias por los mensajes de apoyo! Mi padre también sufrió un infarte hace once años, solo que él no salió adelante. Prácticamente me ha criado mi padrastro, el marido de mi madre, que no tiene ninguna obligación legal con nosotras. Si mi madre no superase la enfermedad, yo quedo a cargo de mi hermana, todavía menor de edad, y tendría que hacer malabares para que pudiese estudiar. Mi objetivo es intentar sacar el blog adelante, junto con mi actual trabajo para que como yo, tenga la oportunidad de estudiar una carrera. ¡Gracias por los mensajes y muchos besos!

      Ay ay ay ¿quién habrá sido el que ha disparado? ¿Apuestas?

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    3. Este comentario ha sido eliminado por el autor.

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  3. Capitulazo, me a encantado.
    Eres una campeona, con 20 años lleva para adelante trabajo, casa, familia y encima sacas tiempo para escribir estos pedazos de capitulos que escribes. No lo dejes nunca.
    Mucha fuerza y pronta recuperacion. Un beso guapa

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    1. Muchas gracias, pero creo que la auténtica heroína de esta historia es mi hermana menor, que con sus dieciséis añitos está afrontando esta situación con mucha más madurez que yo. Lleva casi toda la casa y se está portando como una campeona. A su lado yo soy el mojón que escribe un blog y a la que se le pincha la rueda del coche.

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  4. Maravilloso como siempre!y con la miel en los labios nos dejas...
    Mucha fuerza!

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  5. Como siempre estubo muy bueno el capitulo voy a esperar con ansias lo que viene...te agradesco que sigas escribiendo despues de todo lo que estas pasando son pruebas que uno tiene que pasar en la vida y hay que saber sobrellevarlas voy a orar por tu madre para que se recupre..gracias por alegrarme mis dias..besos desde CHILE.

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    1. Gracias por tenerle presente, es un detalle enorme. ¡Muchos besos!

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  6. Muchas gracias, Ayla por hacerme LEER!! Espero que tu madre se reponga pronto, de verdad. Ansío leer lo nuevo que tengas que contar sobre esta historia apasionante, pero si me gustaría que, por una vez, fuera Matt el que buscara a Ayla, él la corresponde y se ve, pero siempre es ella la que inicia la acción de reconciliación o de empezar a hablar. Un beso muy fuerte y gracias de nuevo.

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    1. ¡Gracias por el consejo! y me parece una buenísima idea hacer suplicar a Matt un ratito... wuajajajaja Lo tendré en cuenta para episodios venideros. Un beso enorme y gracias por el apoyo.

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  7. Me ha encantado una vez más! Los nervios corren por todo mi cuerpo por saber qué pasará!! Nunca dejas de emocionarnos Ayla Hurst. Admiro a las personas que a pesar de que su situación personal sea bien complicada, están siempre dispuestas a hacerte soñar. Eres muy grande. Gracias y ánimo.

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    1. ¡Gracias por el apoyo y por tu precioso comentario! Un beso muy grande.

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