Ir al contenido principal

Capítulo XX: Nueva York (Parte I)

Había pasado más rato del que pensaba mirando como parpadeaba aquella maldita línea en la pantalla del ordenador. Cuando me había sentado a escribir, tenía el estómago lleno y los cálidos rayos del sol de mediodía atravesaban los cristales e iluminaban la estancia. Ahora, volvía a tener hambre y unas lenguas de fuego anunciaban el ocaso sobre las siluetas negras de los rascacielos de Nueva York. El despacho estaba en penumbra. La página seguía en blanco, con la impertinente línea negra parpadeando sin cesar, recordándome que tenía plazos de entrega, condiciones que cumplir, patrocinadores a los que complacer… La inspiración no me llegaba de ningún lugar: tenía un cuaderno lleno de apuntes, dibujos y notas que consultar, incluso había tomado alguna fotografía, pero aún no había reunido el coraje suficiente como para echarse un vistazo, y encontrarme con los primeros esbozos de El Cazador, los retratos de los ojos de Matt, su cuerpo, aquellas cartas con caligrafía nerviosa confesándole que estaba enamorada de él. Una oleada de rabia se apoderó de mí y sentí ganas de coger el maldito aparato y lanzarlo por la ventana. Respiré hondo e intenté tranquilizarme, me senté en la cama que había junto al cristal y tuve el honor de poder contemplar uno de los atardeceres más bonitos del mundo. No era Alaska, por supuesto, pero las vistas seguían siendo impresionantes, y aunque había pasado miles de atardeceres contemplando aquella puesta de sol, seguía sorprendiéndome cada tarde con su belleza. “A Matt le habría gustado”. “Ojalá pudiese tirar mi inoportuno cerebro tras el portátil”.
A mis pies, los coches que cruzaban Nueva York no eran más que hormiguitas que corrían desesperadas en busca de su hormiguero. Central Park se había teñido de marrones, amarillos y ocres. Apenas quedaban hojas en los árboles y las ramas se retorcían grotescamente entre garras, verrugas y rostros aterradores, como si un caldero de oro hirviendo les hubiese quemado sus preciosas cabelleras
de color verde, que ahora yacían en el suelo cubriendo los caminos de colores tristes y apagados. Casi podía imaginarme a Bear saltando por los montones de hojas. Sonreí inconscientemente al recordar su sonrisa. Mi aliento había formado una mancha de vaho en el cristal. Un escalofrío me recorrió la espina dorsal, me rodeé las rodillas con los brazos y continué observando el paisaje: A la entrada del parque, unos operarios vestidos con monos, botas y gorros de lana rojos montaban una enorme estructura metálica en forma de cono. Pero… ¿A qué día estamos hoy? Me volví para consultar el calendario que había colgado sobre el escritorio, el que tenía apuntados los plazos del libro, las citas y los eventos a los que asistir, las reuniones… Frank insistía en que usase un calendario digital, como todo el mundo, pero a mí me gustaba ese.
30 de noviembre, la Navidad estaba a la vuelta de la esquina ¿Ya había pasado Acción de Gracias? Ni me había dado cuenta, seguramente había pasado la noche viendo talk shows españoles y comiendo comida prefabricada, la verdad es que no lo recordaba, ni quería hacerlo. Ya hacía más de dos meses que había dejado Alaska, y me parecían siglos: cerré los ojos para intentar visualizar los paisajes, pero mis recuerdos estaban borrosos. Conseguí recordar el sonido de mis botas al pisar el fango del suelo, el olor a agujas de pino y a tierra mojada. La lluvia empapándome el pelo, la dura corteza de los árboles… Me froté los hombros al recordar lo dolorosa que podía resultar aquella corteza. Las marsopas saltando alrededor del barco, una ballena zambulléndose a lo lejos, la sal escociéndome en los labios, el graznido de las gaviotas. Destellos plateados agitándose al viento, dos pozas azules como el cielo en las que zambullirse a nadar, aquella risa resonando entre los árboles… Logré la calma, por un diminuto instante desde que había regresado a aquella apestosa ciudad, había logrado la calma. Mi teléfono móvil vibrando en el escritorio me devolvió a la nauseabunda Nueva York, de nuevo, el recuerdo de Matt, se esfumaba en el aire. Me deshice de mi ovillo humano y cogí el aparato de mi mesa. Unas agujas me perforaron la piel al sentir el contacto del ambiente fresco en mis brazos desnudos. Me aparté un mechón rebelde de la cara, que se había escapado de la coleta y observé quieta como una estatua como la llamada insistía. Quise ignorarla, como había hecho las cinco ocasiones anteriores, pero como bien decía Matt, no podía ocultarme siempre tras mi escudo y huir. Suspiré resignada y respondí al teléfono:
-¿Qué pasa Lía?-suspiré exhausta.
-¿Te has pensado ya lo de Ginevra?-“Hola, ¿Qué tal? ¿Cómo va tu libro? ¿Con quién pasaste Acción de Gracias?”.
-Ya te lo dije. No pienso pagarte un vuelo a Suiza para que pases las navidades con tu novia.
-¡Es injusto! Solo tienes que pagar el vuelo, bueno y el pase de esquí y algo más para irnos de compras… Pero me quedo en el chalet de Lauren, encima que te ahorro gastos…- no recordaba que Lía tuviese una voz tan irritante. Dos enormes clavos oxidados me perforaron las sienes.
-No pienso pagarte un viaje a Suiza, ya te pago la universidad, te ingreso una paga cada mes y te pago viajes a España siempre que quieres. Si te quieres ir a Ginevra, hubieses ahorrado.-intenté explicarle pacientemente.
-¡De verdad Ayla, no hay quien te aguante! Estás amargada. A ver si te echan un buen polvo de una vez y se te quita el mal genio.-“no lo sabes tú bien”.
-No es no, Lía.
-Pues llamaré a mamá.-si la hubiese tenido delante, la hubiese agarrado del pelo, como cuando éramos pequeñas y esos cuatro años que le sacaba de más eran toda una ventaja.
-¡Cómo si llamas al Papa de Roma!
-¿Seguro? Apuesto que en determinados programas les gustará saber cómo Ayla Hurst dejó plantada a su madre enferma en Navidad para irse con otra familia. ¡Qué mal te dejará eso! y cómo repercutirá en las ventas de tus libros…-aquel tono irónico en su voz me recordó en exceso al mío, al mismo que había heredado de mi madre. Estaba pasando.
-Id a decir lo que queráis, me da igual. Casi no vendo libros en España, allí solo les interesa saber con quién me acuesto por las noches y dejarme como una auténtica zorra. Y aunque me quedase en la ruina por vuestros llantos en platós, no pienso pagarte ese viaje a Ginevra, Lía. Quien algo quiere, algo le cuesta. Y yo no iría amenazando con arruinarme, al fin y al cabo, tú estás donde estás gracias a mí.
-¡Mentirosa! No estamos hablando de eso…-cuando las cosas se torcían para Lía, cambiaba de tema entre gritos, insultos y llantos.-Tengo más seguidores en Instagram que tú, las marcas me regalan ropa, me invitan a eventos…
-Los seguidores en Instagram solo son un número, un número que no sirve para nada. No son tus amigos de verdad, y si crees que puedes llevar el ritmo de vida que llevas sin mí y que tus seguidores te quieren tanto, ponte tu verdadero apellido, Lía Solano, y deja de abusar del mío.
-Eres una idiota Ayla, y una egoísta y desagradecida. No te importamos nada, egocéntrica, zorra….
En algún momento mi cerebro pensó que sería buena idea dejar de escuchar esas bobadas que decía Lía y pensar en que cenaría aquella noche. El sonido de un mensaje me devolvió a mi mundo de nuevo, mi hermana continuaba despotricando sobre mí al auricular del teléfono.
-Lo siento, Lía.-grité entre sus insultos-Te tengo que dejar, me entra otra llamada.
Y colgué el teléfono entre sus insultos.
Me dirigí a mi vestidor y me preparé para la cena: abandoné mi look de pijama de franela y coleta mal hecha y me embutí en unos vaqueros y en un jersey gris de manga larga que me arremangué a la altura del codo. Me senté en el tocador y me arreglé el pelo y la línea negra de los ojos. Otro mensaje, ¡me había olvidado de responder! Encendí la pantalla y contemplé el nombre de mi interlocutor: Alba, ¿Cuánto tiempo hacía que no hablaba con Alba? La última vez que la vi fue en el aeropuerto de Juneau, cuando ella puso rumbo a Europa y yo cogía otro avión que me dejaría en el JFK. Habían pasado más de dos meses… y no había sido una despedida emocionante. Matt y Gabe fueron los que nos acompañaron a coger el avión, aquella triste mañana de Alaska. Una tormenta otoñal podría habernos impedido volar, pero no lo hizo, y aquel día el sol brillaba como si estuviésemos en pleno verano. Matt cumplía treinta y cinco ese mismo 7 de septiembre y en cuanto regresara al Integrity le aguardaba una deliciosa tarta casera, globos y guirnaldas y algún que otro regalo de la marca Browntown. Fue la despedida más incómoda de toda mi vida, Gabe y Alba se besaban, Matt hizo ademán de darme un abrazo, pero mi mano en su pecho le indicó que no lo hiciera, después intentó quitarse su collar, el colmillo que tanto me gustaba, pero también se lo impedí. Su corazón palpitaba bajo la calidez de mi mano, que seguía apoyada en su pecho. Se humedeció los labios resecos mientras sus ojos azules se nublaban fraguando tormenta. “Siento arruinarte de este modo el cumpleaños, Matt”. Di un paso hacia atrás, como si su simple presencia me magnetizara hacia él. Alargué la mano:
-Ha sido un placer, señor Brown.-Estaba segura de que Matt notaba como me vibraba la voz al pronunciar aquella solemne despedida. Su rostro se contrajo de dolor: “Después de todo lo que hemos vivido, ¿Te vas a ir de esta manera?” Estaba segura de que protestaría, gritaría, se arrodillaría para suplicarme que no me marchara. Me agarraría de los antebrazos hasta hacerme daño y me besaría hasta acariciarme el estómago con la lengua… Pero se limitó a devolverme el apretón de manos, firme, con sus manos de herrero tejedoras de seda.
-Que tenga un buen vuelo, señorita Hurst.-inclinó la cabeza y se tocó el ala del sombrero.
Antes de coger la maleta y dirigirme a la puerta de embarque contemplé sus ojos una última vez: me amenazaban. “Si te vas hoy, no volverás nunca jamás”. Fue entonces cuando Alba se dirigió saltando alegremente hacía mí, con una sonrisa de oreja a oreja. Me hablaba de Gabe, pero no la escuchaba, sentía la afilada mirada de Matt clavándome una estaca de hielo en el corazón y retorciéndola hasta drenar toda la sangre, todo el calor, todo el amor que me había dado, para convertirlo en una pasa seca y arrugada, moribunda, suplicando una última puñalada de clemencia que nunca llegaría. No quería escuchar a Alba, y lo bien que iba su romance, lo bonito que sería intercambiar cartas que atravesaban el océano para sentir una gota de perfume del correspondido que aguardaba al otro lado del mundo. No, solo quería vomitar el corazón que Matt acababa de apuñalar, y que aunque me pesase sobre el alma, yo era la mano oscura que lo había incitado a hacerlo.
-Bueno, supongo que esto es una adiós…-suspiró Alba por fin-Gracias por haberme invitado Ayla, ha sido fantástico…
-Me tengo que ir, que voy a perder el avión.
Y me marché sin mirar atrás, sin ni siquiera volverme a ver la cara de Alba. A partir de aquella fría despedida, mis conversaciones con ella se habían limitado a un par de mensajes durante las primeras semanas: un “feliz cumpleaños” apenas una semana después de regresar y un par de textos de cortesía durante los siguientes días. En un primer momento pensé que el nuevo mensaje recibido sería otro de esos textos, pero había una sensación extraña dentro de mí, un hormiguero me correteaba insistente por el estómago. Desbloqueé el teléfono mientras bajaba las escaleras, el piso inferior estaba iluminado por las campanas industriales que colgaban sobre la barra de la cocina, a medida que avanzaba, escuché el murmullo de la televisión encendida. Finalmente, abrí el mensaje:
“Creo que Gabe me está poniendo los cuernos”.
Respondí sin pensármelo dos veces, como si no hubiese sucedido nada.
“¿Qué estás diciendo? Seguro que son paranoias tuyas”.
Alba no respondió, pero me envió un enlace de una revista de prensa rosa on-line. Lo abrí y leí el titular mientras llegaba al espacio abierto que ejercía de salón-comedor-cocina, como un autómata me acerqué al sofá gris estilo nórdico y empujé los calcetines blancos que asomaban en el respaldo. Mientras se cargaba el enlace, me dirigí a la cocina, abrí la nevera y me serví una copa de Jean León, un Chardonnay cultivado en la región española donde me crie, famosa por las variedades de viñas francesas que allí crecían.
<<Gabe Brown, del reality Alaskan Bush People, pillado con una joven muy acaramelados paseando por Santa Mónica>>.
“Estás exagerando, quizá sea solo una amiga”.
“Lee la noticia completa”.
<<La joven, que responde al nombre de Michelle Carson, es aficionada al skate y a los deportes, ya ha colgado varias fotos con el popular personaje en sus redes, donde se ve que su relación va viento en popa>>.
La noticia iba acompañada de una serie de fotografías extraídas del Instagram de la tal Michelle, donde, efectivamente, se la veía en actitud muy cariñosa con Gabe. No supe que decirle a Alba, sentía ganas de abofetear a ese idiota, después de todo lo que había incordiado por perder la virginidad con ella. ¿Y si ese era su objetivo? Alba, una chica dulce y tímida, que se entusiasmaba rápidamente con
cualquier chico que le prestase un poco de caso. Menuda idiota, incluso había acabado pensando que Gabe era el más sensato de los cinco hermanos, pero como bien me había explicado Bam: Gabe era el ojito derecho de Matt, y si Matt se había aprovechado de mí para olvidar a Allison, Gabe perfectamente podría aprovecharse de Alba para perder la virginidad.
“Sé que se ha comprado un móvil”-prosiguió mi amiga entre mensajes de texto-“pero no ha intentado contactar conmigo. ¿Tú sabes algo, Ayla?”.
Le respondí con un emoticono de incertidumbre:
“No pienses en ello”-escribí como quien le desea buenos días a un compañero de trabajo-“seguro que tiene una explicación razonable para todo esto”.
Yo fui la primera en negarme a escuchar los argumentos de Matt sobre lo que sintió por Allison y lo que consecuentemente lo llevó a sentir por mí”.
“Tú solo céntrate en el trabajo y en tus hobbies y ya verás cómo Gabe se pone en contacto contigo en seguida.-mentí-Es un buen chico y te quiere de verás-dije sin tener una coartada que lo demostrase-Dale tiempo”.
Alba me respondió con una carita sonriente.
“Me han echado del trabajo”.
“¿Qué? ¿Estás de coña, no?”
“Me pasé de los días que tenía de vacaciones y el jefe me ha echado”.
“¡Menudo imbécil! ¿Necesitas dinero? Conozco una producción donde buscan músicos, si hago un par de llamadas…”
“Estoy viviendo con mis padres. Pero no te preocupes, está todo bien, así puedo ver más a mi sobrino…”.
“Alba… Tendrías que habérmelo dicho antes. ¿Quieres que te llame y hablamos del tema?”
“Mejor en otro momento, últimamente te veo muy ocupada”.
“No digas bobadas”.
“Sigue leyendo el artículo”.
Y Alba se desconectó del chat. Me quedé paralizada, sin saber qué hacer: ¿Debía llamarla? ¿O debía hacerle caso y esperar a que ella me buscase? Si no fuese tan cabezota y aceptara de una vez por todas mi dinero…
-Parece que se acerca una tormenta.-la voz vino de mi sofá y señalaba la enorme cristalera que ejercía de pared de todo el salón. Unos brillantes relámpagos resplandecían entre los rascacielos, invadidos casi totalmente por el cielo nocturno, sin estrellas. En la lejanía resonó un trueno.
Se trataba de una de mis partes favoritas del apartamento, sin incluir mi rincón secreto, por supuesto. Era un gran espacio abierto, decorado siguiendo los parámetros del estilo industrial con toques nórdicos, de esa manera conservaba mis colores favoritos: grises y blancos y el minimalismo sin perder la sensación acogedora que proporcionaba el estilo nórdico. El espacio estaba dividido en tres zonas: el comedor, con una gran mesa redonda de madera natural de haya y cuatro sillas blancas, apenas la usaba. La cocina, con una isla de mármol gris con taburetes para tomar el desayuno. La nevera también era grande, con dos puertas y en tonos metalizados. El resto de los electrodomésticos eran sencillos y estaban casi nuevos, casi nunca cocinaba, el trabajo me hacía comer casi cada día reunida con alguien y para la cena tiraba de comidas a domicilios, hecho que estaba provocando mi aumento de peso. El tercer espacio era el salón: con el también enorme sofá gris, decorado con cojines blancos, el sillón colgante y la televisión de plasma, que casi siempre permanecía apagada. Prefería sentarme con un buen libro y una taza de café y observar Nueva York a mis pies. El resto del piso inferior lo completaba una sala de reuniones con cafetera, un aseo y una habitación de invitados con baño completo.
Sin embargo, aquella noche, la tele estaba encendida y no me gustaba nada la programación prevista.
-¿Va todo bien?-preguntó el que era mi acompañante aquella noche, al verme resoplar exhausta apoyada en la isla de la cocina.
-Solo es una amiga, tiene problemas con su pareja…
-Vaya, espero que lo solucionen pronto.-dijo él, cordial-Por cierto, se ha pasado la asistenta de Frank, te ha traído el vestido para la gala del viernes.
-¿La gala del viernes?
-Sí, aquella de no sé cuál revista. Lo he colgado en la entrada.
Me dirigí hacia donde me indicaba. Aproveché para cerrar la luz principal y dejar que mis preciosas campanas industriales nos proporcionasen una cálida luz de ambiente. Deslicé con cuidado la cremallera de la bolsa de tintorería que colgaba del armario de los abrigos. Abrí los ojos como platos al descubrir la sencilla pieza con escote en forma de corazón y delicados tirantes que ocultaba la bolsa. ¡Era otro ridículo vestido azul! Inconscientemente, mi mente dibujó desgarros en la prenda, cascadas de rojo escarlata comenzaron a deslizarse por él, mientras las puntas se roían y se teñían de marrón. Un rugido y un grito de dolor resonaron en mi cabeza. Un disparo que me revolvió las entrañas. Sentí un fuerte golpe en el pecho mientras la piel de mis hombros se rompía a tiras. Me miré las manos, apenas me quedaban marcas, sin embargo sangraban… El dolor era casi real. Di un salto hacia atrás del sobresalto, tiré el paragüero y los ojos claros que estaban en el sofá se posaron en mí:
-¿Estás de broma? Le dije a Frank que quería el plateado, no el azul.-intenté disimular mis temblores y las aceleradas pulsaciones de mi corazón lo mejor que pude.
-Mencionó algo sobre que Dolce&Gabbana ha pagado más por el vestido azul…
-Es horrible.
-Pero hace juego con mi corbata. Por cierto, aún no me has pedido que te acompañe a la gala-arqueó una ceja en la penumbra y forzó una sonrisa. Tenía los incisivos superiores separados y procuraba sonreír siempre con la boca cerrada. “Alba hacía algo parecido, poniéndose la mano en la boca para ocultar su diente mellado”.
Yo había vuelto a mi lugar en la cocina. Intenté apurar la copa de vino, sin embargo, la mano me temblaba tanto que creí que la derramaría.
-¿Huele a porro? ¿Has vuelto a fumar en mi sofá?-si me acercaba, seguro que percibía su aliento a hierba y el ensanchamiento de sus pupilas.
-Estabas trabajando, y yo estaba aburrido.-Por fin se enderezó en el asiento, sus ojos azul pálido parecían casi inhumanos.-Cambiando de tema, ¿Qué te apetece cenar hoy?-preguntó con su acento británico.
-Lo que te apetezca. Me da igual-Me serví una segunda copa.
“No es un mal chico, y es atractivo.-reflexioné para mis adentros-Podría funcionar”.
-Han abierto un nuevo restaurante de comida tailandesa a un par de calles de aquí. ¿Te apetece que vayamos?
“No, quiero que cojas una lanza, te pases tres días fuera de casa y regreses con un ciervo envuelto en una lona y tres dedos de sangre manchados en una mejilla”.
-Prefiero comer en casa.-respondí pasivamente.
-Está bien, pediré que nos la traigan.-se sacó el teléfono del bolsillo-¿Lo de siempre?
Asentí con un nudo en la garganta:
“No funcionará”.
Una lágrima se deslizó por mi mejilla hacia el líquido dorado de mi copa, un placebo para convencerme de que mi patética vida no era tan desgraciada como en realidad lo era. Sam saltó sobre la isla de la cocina, donde yo estaba apoyada y maulló para llamar mi atención. Acaricié el lomó de mi peludo amigo mientras ronroneaba de placer. Tenía un largo y suave pelaje gris y blanco, con las patitas, la cara, la cola y las orejas negras. En su carita brillaban dos grandes ojos azul oscuro. Mi compañero de cuatro patas era a quién había añorado en todo este tiempo, mi rush doll de cinco años, al que había traído de España, había permanecido al cuidado de Esteban durante mi ausencia. No parecía haberme echado mucho de menos, es más, me miraba intrigado pensando que hacía aquel intruso en su palacio real. Aunque bueno, es lo que dicen de los gatos: “Tú no tienes un gato, tú vives con él, más bien, él permite que vivas con él”. Y a Sam no le gustaba el nuevo bufón real de su corte. Me entretuve un rato, acariciando al gato y bebiendo vino hasta que mi acompañante captó mi atención.
-Oye, ¿Has visto eso de tus amigos de Alaska?-aquella palabra hizo que mis conexiones sinápticas se encendiesen como las luces de Navidad de la Gran Ciudad. Algo en mi mirada le hizo saber a mi invitado que, efectivamente, había visto eso y no me hacía ni pizca de gracia.-Al parecer, la madre tiene cáncer de pulmón….-dijo él en un susurro ante la palabra prohibida.
-Sí, lo sé…-escupí yo mientras Sam se bajaba de la isla y se marchaba con el rabo bien alto.
-Es una lástima, al menos dicen que hay tratamiento. ¿Has hablado con ellos?
-Le envié un mensaje a Bam Bam.-“mensaje que leyó y no me respondió”. Hablaba con frases cortas, no tenía ganas de tratar el tema esa noche. Ya había tenido suficiente con la conversación con Lía y Alba.
-¿Y qué te dijo?
-Que están algo tocados, pero que son fuertes.-mentí. “¿Sería ese el motivo por el que Gabe se estaba portando de aquella manera con Alba?” Gabey siempre había sido tan sensible, tan cariñoso… Ahora me sentía como una idiota por haber pensado mal de él.
-Espero que se recuperen de esto.-“No es un mal chico” Volví a pensar forzando una sonrisa-Mira, también hablan de ti.
Subió el volumen de la televisión.
<<Mientras la familia Brown reside en California a la espera del tratamiento de quimo y radio de la matriarca del clan, Ami Brown, Ayla Hurst, la célebre escritora que convivió seis meses con la familia está de fiesta en Nueva York>>
“Con que California, no es Alaska, pero sigue siendo la otra punta del país…”.
<<Aunque eran muchos los rumores que apuntaban a que la joven mantenía un romance con Joshua Brown, el segundo hermano, la escritora posó ante las cámaras la semana pasada con el actor Alfie Allen, su supuesto exnovio, en la cena benéfica que organizaba Maddona para recaudar fondos para el Hospital Mercy James de Malaui.>>
-¡Serán idiotas! Ni siquiera es el hermano correcto.-grité en voz alta sin darme cuenta.
Alfie estalló en carcajadas:
-¿Qué te parece tan gracioso? Estamos hablando de una familia que está sufriendo…
-Lo siento,-se disculpó sin dejar de reír-es por la cara que has puesto. Parece que te ha ofendido más que se equivoquen de hermano de que te hayan acusado de zorra.
-Eres imbécil.-Tiré lo que me quedaba de vino por el desagüe y cogí de nuevo el móvil para seguir leyendo lo que me había mandado Alba.
Era prácticamente la misma noticia que salía en televisión, donde se me acusaba de abandonar a la familia Brown a su suerte, de haberme largado en el momento más inoportuno, de haber dejado a Bam por Alfie… El artículo iba acompañado de una fotografía, donde Alfie y yo posábamos a la entrada del teatro donde se celebraba la cena: yo llevaba un vestido corto, pero de cuello alto y mangas largas, de rizos negros y que se ajustaba con cintas a las muñecas, a la cintura y al cuello, donde lucía una piedra violeta, a conjunto con las uñas y los labios. Alfie llevaba una americana negra sobre una camiseta de una banda de rock y zapatos deportivos con vaqueros. Nos sonreíamos falsamente y nos mirábamos cómplices. En el artículo, también mencionaban a la DJ con la que Alfie había pasado el verano entre Ibiza, Tokio y Tailandia.
-Por cierto, ¿cómo está Jamie?-pregunté yo al leer la noticia.
-La última vez que supe de ella estaba pinchando en todas las Closing Nights de Ibiza, seguramente a día de hoy siga borracha en alguna playa.
-Dale recuerdos cuando la veas.-le respondí irónica.
-Lo mismo te digo en cuanto veas a Matt, quiero decir, a Bam.-sonrió mostrándome el agujero que había entre sus dientes.
Los insultos hacia mi persona continuaron un largo rato más en la televisión, ni el vino, ni las miradas de superioridad de mi gato lograban calmar esa rabia que crecía dentro de mí. Estaba acostumbrada a las críticas, a los insultos y a los despechos, pero eso no significaba que no me afectasen. La jaqueca comenzó a perforarme las sienes; cuando los colaboradores comenzaron a hablar sobre las supuestas vidas amorosas de los hermanos Brown: incluso metieron por medio a Rainy, que solo tenía catorce años. Luego salió Gabe, tonteando con aquella tal Michelle y Bear asustando a un grupo de chicas que se sacaban fotos en un parque, incluso Matt, le hacía malabares a la dependienta de una tienda y le sonreía con las mejillas sonrojadas.
-Por favor, quita eso de la televisión.-iba a estallar en cualquier momento.
-Vale, vale, tranquila, ya lo cambio…
Alfie agarró el mando y puso una conocida emisora de radio. Por mucho que lo intentase, me invadía la rabia y la impotencia. El no tener noticias de Matt, el verlo en aquel programa tonteando con aquella chica… Yo había renunciado a él, me lo merecía, era mío y lo había abandonado. La pantalla de mi teléfono seguía encendida con aquella falsa fotografía de photocall. Lo estrellé contra el suelo, Alfie se volvió para ver que había sido aquel estruendo, pero yo ya corría hacia el sofá. Me senté sobre él, agarré su rostro con ambas manos y le besé con rabia, hasta casi arrancarle el labio de un mordisco. Una canción con un acento tan inglés como el de Alfie empezó a sonar en la radio:
She played the fiddle in an Irish band, but she fell in love with an English man. Kissed her on the neck and then I took her by the hand. “Baby, I just want to dance”.
Con Alfie, como había sucedido con Matt, encontraba una sencilla predisposición cuando demandaba satisfacer mis necesidades físicas, así que su boca se mostró encantada de recibirme, el aliento le apestaba a hierba, arrugué la nariz mientras una lágrima se precipitaba de mi lagrimal. Sus manos recorrieron mi espalda por el interior del jersey: eran grandes y suaves como la piel de un bebé, y los dedos largos y finos. Le acaricié la mandíbula perfectamente afeitada, estrecha y con las mejillas demacradas. La piel blanca típica del clima británico y los ojos azul pálido rodeados de cortas pestañas rubias. Su pelo era grueso y de color castaño claro, del mismo tono que las cejas, no se me enredaba entre los dedos cuando lo acariciaba, lo llevaba a la altura del pescuezo y se le ondulaba rebelde alrededor de la cabeza. Mis manos se deslizaron por el cuello firme y por todo el torso hasta agarrar su camiseta amarilla y deslizarla por encima de su cabeza. Alfie era un chico delgado, tenía los pectorales marcados y los brazos fibrosos, pero todo era producto de horas y horas de gimnasio. El abdomen se hundía vertiginosamente hacia dentro al terminar las costillas. No había ni una gota de vello, ni una cicatriz ni ningún tipo de imperfección, brillaba como si lo acabasen de pulir con cera.

Our coats both smell of smoke, whisky and wine. As we fil up our lungs with the cold air of the nigh. I walked her home then she took me inside. To finish some Doritos and another bottle of wine.
I swear I’m gonna put you in a song that I write. About Galway Girl, and a perfect night.

Mis labios descendieron por todo su cuerpo, me bajé de él y me senté de rodillas frente al sofá, lo miré como Hannibal Lecter a su próxima cena y me incliné para besarle el ombligo y desabrocharle el botón de los pantalones claros. Alfie sonrió frunciendo los labios, me quitó la goma de pelo y dejó que los mechones rebeldes de cabellos marrones y rubios me salpicasen la cara. Sus dedos ejercieron de coleta cuando le bajé los pantalones y le aparté el calzoncillo. El vello de su entrepierna era del mismo color castaño que el de su pelo, y desprendía un suave olor a jabones químicos. Era tan distinto a Matt… No podía evitar compararlos, me había acostado con Alfie antes de conocer a Matt, y no había pensado en él mientras hacíamos al amor, sin embargo, era inevitable que los comparase de nuevo una vez estuve con Alfie después de Matt. El británico le superaba en tamaño, pero no en habilidad. No existía la conexión que había con Matt, la sensación de ser uno, el placer que me proporcionaba. Matt era oscuro, caliente, era todo fuerza y vigor, muecas de satisfacción y poemas en forma de gruñido. El penetrante olor de su cuerpo invadiéndome los pulmones, el sabor de su boca, tan intenso como la tierra que lo había visto crecer. Sus músculos desarrollados, las caricias de sus manos pequeñas, sus joyas enredándose entre mi pelo. La línea plateada que le atravesaba el cuerpo. La manera en la que mi ser lo anhelaba sentir suyo, como se deslizaba en mi interior nada más rozarme. Incluso me proporcionaba placer el recibir su esencia, cálida y potente derramándose sobre mí. Con Alfie, a veces incluso el mínimo contacto me resultaba repugnante, ¿Pero qué podía hacer? Era la única manera que tenía de mantenerlo a mi lado, era mi amigo, y si desaparecía, me quedaría completamente sola en aquella gran ciudad. Aunque estuviese llena de rabia, no lo estaba lo suficiente como para sentir su miembro europeo dándome patadas dentro de mí. De todos modos, agarré el tallo rojo e hinchado y me lo metí en la boca entre los balbuceos de placer de mi acompañante. Mis movimientos fueron intensos desde el primer momento, quería terminar lo antes posible con aquello. Alfie me empujaba la cabeza contra él.
-Eso es pequeña, muy bien… -pronunció entre suspiros mientras me tiraba del pelo.
Minutos después, una asquerosa mancha blanca perturbaba la harmonía de las rayas rectas de mis suelos de madera.

She played the fiddle in an Irish band, but she fell in love with an English man. Kissed her on the neck and then I took her by the hand. “Baby, I just want to dance”. My pretty little Galway Girl.

Me levanté de un salto y corrí al baño, si hubiese podido arrancarme las papilas gustativas con un cepillo de hierro, lo hubiese hecho, no solo para sacarme de la boca el horrible sabor a químicos de Alfie, sino también para olvidar todas aquellas sensaciones que había experimentado durante los meses anteriores: la boca cálida de Matt y el aroma que fluía de sus poros, incluso el intenso olor del aliento de Bear, tan ardiente como el fuego. Me miré al espejo devastada, nunca había sido una mujer de gran belleza: me había teñido las puntas de pelo rubio claro en un vano intento de estar a la moda, tenía los ojos llorosos y cubiertos por unas bolsas negras, incluso a mí misma me perturbaba la idea de mirar la heterocromía que enmarcaba mi mirada. “Tengo que agradecer de que Alfie siga a mi lado después de todo, yo no lo hubiese hecho. Me aprietan los pantalones, creo que he vuelto a engordar… No quiero ni imaginarme la bronca que me echará Frank para el próximo photocall. Tendré que tragarme otro mes de gimnasio, con mayas ajustadas y haciéndome fotos para que todo el mundo vea lo deportista que soy…” Golpeé con los puños el mármol del lavabo hasta casi romperme los huesos: “Odio ir al gimnasio, quiero quedarme en casa, ver una película y comerme un cubo de helado sin que nadie me juzgue por ello”.
Cuando regresé al salón, la televisión estaba apagada y la tormenta ya caía sobre nosotros. La comida tailandesa ya había llegado, Alfie se comía sus fideos con pollo sorbiendo sonoramente desde el sofá, manchando mi bien cuidada tapicería nórdica. A mí, se me había cerrado el estómago. Intenté darle un par de bocados a los trocitos de cerdo con salsa de cacahuete, pero el simple olor me provocaba náuseas y lo tiré a la basura. Después, me puse a fregar el tenedor que había usado.
-¿Qué estás haciendo?-preguntó Alfie con una cara de asombro que no le cabía en el rostro.- Ya pagas a alguien para que te lave los platos.
Mi cerebro se bloqueó durante unos segundos. Tenía razón, ¿Por qué estaba haciendo eso?
-Me gusta hacer cosas por mí misma.-Por un momento, volvía a estar en Alaska sin envases de comida tailandesa preparada y desollando un ciervo con mis propias manos, manchada de rojo hasta los codos. Matt estaba a mi lado, con tres dedos de sangre sobre la mejilla izquierda. Mi sueño se desvaneció cuando los enclenques brazos de Alfie me agarraron por la cintura y su cuerpo frío como las noches de Londres se pegó a mi espalda. En Alaska hacía mucho más frío que en Inglaterra, sin embargo, las noches allí eran mucho más cálidas: junto al fuego, rodeada del amor de tantas personas.
Su saliva me salpicó en la oreja:
-No sé qué coño te pasa, pero desde que has vuelto de Alaska tienes más apetito que una gata salvaje.-me mordió el lóbulo mientras una de sus manos se deslizaba de mi cintura hacia la entrepierna- Creo que ha llegado el momento de que te devuelva el favor por lo que me has hecho en el sofá.-Intentó meter la mano dentro de los vaqueros y me deshice de él de un empujón:
-Estoy agotada, me voy a la cama. Deberías hacer lo mismo.
-¿Por qué no me dejas dormir en tu cama?-introdujo su lengua en mi boca-Podría darte unos muy buenos días.-dijo en tono pícaro.
-No insistas, Alfie.-no estaba de humor para mantener la misma discusión cada noche que dormía en mi apartamento.
-¿Estás segura?-intentó besarme de nuevo pero aparté mi cara y le tapé la boca con la mano.
-No, gracias. Y además, ya sabes que no soporto dormir con gente. Yo duermo sola.
-¿A tu novio de Alaska también le decías eso?
Ya me había encaminado en dirección a las escaleras cuando recibí aquella puñalada trapera. Una ola de rabia me recorrió la espina dorsal y sentí ganas de terminar de romperle los dientes a puñetazos.
-Son las normas, Alfie.-dije sin volverme- O lo tomas o lo dejas.-replique todo lo serena que pude, aunque una espina me vibrase clavándose en la garganta.
-Tú lo has querido, entonces voy a fumarme un porro en la habitación de invitados.
-Ni se te ocurra.
-Impídemelo.-se dirigió a la puerta de entrada y la cerró con llave, después me miró con aquella sonrisa suya y se fue al que ya era su cuarto por definición. Yo me quedé quieta como una estatua observando cómo se marchaba, con sus andares entre paréntesis.
Dormir aquella noche resultó más complicado que el resto, que ya de por si era difícil. Hacía frío, mucho frío, pero no era un frío externo, era un frío que salía de dentro de mí, de mi corazón. No había conseguido arrancar todas las estacas que Matt me había clavado, una permanecía, penetrándome, arraigando dentro de mí y escampando su gélido odio por todo mi cuerpo. Pensé en despertar a Alfie, arrancarle la ropa y cabalgarle hasta el amanecer. Quizá aquella chispita que brillaba en sus ojos lograba calmar durante un rato el doloroso frío que me invadía. Aunque luego volví a pensar en lo repugnante que me resultaba sentir su olor a químicos y deseché inmediatamente la idea. Siempre me quedaba la opción de aliviarme yo sola, pero si lo hacía volvería a pensar en Matt y el frío seguiría expandiéndose. “¿Por qué no podía pensar en Orlando Bloom como hace todo el mundo?” De todos modos, decidí intentarlo, cualquier cosa era mejor que pasar la noche en vela, sola y helada. Pero apenas había deslizado mis dedos por dentro del pantalón de seda que el telefonillo del conserje empezó a sonar molestamente. ¿Qué hora era? Casi media noche. Debía suceder algo importante para que Esteban me molestase a esa hora. ¿Y si se había declarado un incendio en el edificio? No sonaban las alarmas, ni se oían gritos en el pasillo. Además, llamaba a mi telefonillo personal, y no al de la entrada principal. Algo olía muy pero que muy mal… Decidí responder antes de que el insistente timbre despertase a Alfie:
-¿Esteban?
-¿Señorita Hurts?- nuestro querido portero mexicano del turno de noche nunca aprendería a decir bien mi apellido neozelandés.-Siento despertarla a estas horas de la noche, pero hay un muchacho en la puerta que pregunta por usted.
No era la primera vez que un fan loco insistía en querer entrar en mi casa. Eran gajes del oficio, la verdad es que no estaba de humor para aguantar a un seguidor obsesionado que creía ser Robbert Madden y yo su princesa Val, pero si yo era quién era, era gracias a esos frikies obsesionados. Además, yo había sido una de ellos años ha.
-Ya sabe qué hacer con los fans, Esteban. Deshágase de él, pero trátale con cariño.
-Es que insiste mucho, señorita Hurts. Aquí fuera está cayendo el diluvio universal, hay rayos y truenos y este pobre muchacho lleva horas en la puerta esperando. Le he dicho que no estaba en la casa, pero dice que sabe que está, también le he dicho que era muy tarde que regresase mañana y se ha sentado en el portal a esperar. –Hablaba tan rápido que casi ni le entendía, y eso que era con la única persona del edificio con la que podía interactuar en su español natal- Ni siquiera se ha asustado cuando he amenazado con llamar a la policía… ¿No puede hacer algo por él, señorita Hurts? Al menos convencerle de que se vaya a casa, aquí fuera va a coger una neumonía- Esteban tenía un corazón tan grande que no le cabía en el pecho.
-Está bien, le daré un libro firmado y dinero para un taxi para que se vaya a su casa. ¿Le ha dicho como se llama?
-No, pero ha dicho algo de que viene a recuperar algo que es suyo…
El alma se me cayó al suelo. Sam, que se había acomodado en el edredón me observaba con sus enormes pupilas dilatadas por la oscuridad. Maulló. Me preguntaba que estaba pasando, pero sabía que algo había cambiado. Si me miraba al espejo estaba segura de que tendría las pupilas tan expandidas como él. El corazón se me detuvo un instante. “No puede ser, es imposible. Está en Los Ángeles, lo he visto en la televisión. Está en la otra punta del país. No es él, no es él, no es él”. No paraba de repetirme a mí misma, al tiempo que un vocecita en mi cerebro me decía lo contrario:
“Es él, es él, es él”.
-¿Señorita Hurts?-volvió a preguntar el portero.
-Déjelo entrar Esteban.
-¿Está segura? Señorita, perdone por la intromisión pero no creo que deba dejar pasar a un extraño a su casa, y mucho menos a estas horas de la noche.
-No se preocupe, estaré bien. Es un antiguo compañero de trabajo.
-¿Está segura? Porque no lo parece…
-Estaré bien, no se apure.-intenté tranquilizarle.
-Como quiera, de todos modos, métase el telefonillo inalámbrico en el bolsillo, estaré atento hasta asegurarme de que se encuentra usted bien.
Sonreí como una bobalicona. Personas como él hacían que no perdiese del todo la fe en la humanidad.
-Gracias Esteban.
-Es un placer, señorita Hurts.
Tal y como me aconsejó el portero, me cubrí el pijama de seda con una bata blanca de algodón y capucha y me metí el aparato en el bolsillo. Me rodeé con los brazos el cuerpo, para afrontar el cambio de temperatura que supuso abandonar mi cálido edredón a la noche fría. Bajé las escaleras descalza y tan atemorizada que creía que me iba a orinar encima. Estuve a punto de decirle a Esteban que había cambiado de idea, que se deshiciese de él fuera como fuera. La última vez que había sentido un terror así había sido cuando Matt saltó contra aquella mamá osa super protectora. De nuevo la sangre, el barro y la lluvia… Matt desangrándose en mis brazos. El nuevo vestido seguía colgado como un fantasma en el pomo del armario de entrada, tragué saliva y sentí un escalofrío al escuchar como susurraba mi nombre al viento, culpándome del incidente. Corrí hacia la puerta, quité el pestillo a toda prisa y retrocedí a la misma velocidad, con temor a enfrentarme a ese fantasma azul de mi pasado.
“He venido a recuperar lo que es mío”-decía el espectro flotando con un desgarrado vestido de gala.- “He venido a buscar lo que es mío. Lo que es mío, lo que es mío…” las palabras se las llevaba una brisa del norte que había aparecido en mi casa por arte de magia. Instintivamente acaricié el aparato telefónico que guardaba en el bolsillo, solo para asegurarme de que seguía allí. El tacto del plástico metalizado me alivió momentáneamente.
El cuarto olía a caucho, a neumático y a musgo, a café recién hecho, a las páginas de un libro viejo, a tierra mojada…
El picaporte empezó a girar, eché un rápido vistazo al pasillo que llevaba al cuarto de Alfie. La puerta estaba cerrada, y seguramente llevaría tal colocón que no se enteraría de nada hasta bien avanzada la mañana siguiente.
Entró en el apartamento como Jack el Destripador a un callejón de Londres. Estaba oscuro, y mi cerebro solo fue capaz de dibujar una silueta negra y brillante entre las tinieblas hasta que mis ojos lograron acostumbrarse a la luz. Llevaba un sombrero que goteaba en el parqué y una pequeña maletita de ruedas que dejo caer al suelo, exhausto. El pobre parecía agotado, a punto de derrumbarse, de hacerse un ovillo y llorar hasta quedarse dormido. Llevaba ropa oscura: pantalones y americana, y una camisa blanca de rayas debajo. Estaba empapado hasta las trancas. Se quitó el sombrero, como un cachorro juguetón se sacudió las gotitas de los rizos grises que le colgaban alrededor de la cabeza. Por fin, entre mi asombro, aquellos ojos azul claro como el cielo, se posaron en mí:
-Señorita Hurst,-dijo irónico mientras forzaba una sonrisa cansada- mis disculpas por presentarme sin avisar y gracias por recibirme a estas horas de la noche…
Mis pulmones se habían bloqueado, no dejaban que el aire circulase por los capilares transportando el oxígeno a la sangre. La voz no me salía de la garganta, quería decir muchas cosas, quería gritar, quería llorar, quería abrazarle y quería pegarle. Amarlo y odiarlo. Finalmente, reuní todas las fuerzas posibles para pronunciar una única palabra: 

-Matt.
Suspiró aliviado:

-Ayla.

Nota: las conversaciones de whatsapp y twitter no son reales, son editadas por mí.
La canción que hay de por medio es Galway Girl, de Ed Sheeran, si queréis escucharla os dejo el enlace aquí: https://www.youtube.com/watch?v=87gWaABqGYs

TODOS LOS CAPÍTULOS DE MI NOVELA BASADA EN "ALASKAN BUSH PEOPLE" ESTÁN DISPONIBLES AQUÍ.

Comentarios

  1. Buenoooo!me tienes en ascuas,estoy encantada con el nuevo capítulo,q alegría leer algo q me emocione así,gracias de nuevo,espero ansiosa la nueva entrega.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. ¡Oish! Gracias por el comentario. ¡Un abrazo!

      Eliminar
  2. Dios mío!!! Nos dejas el corazón en vilo... No puedo esperar a que llegue lo siguiente, eres magnífica escribiendo, cada vez mejor

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. No me digas esas cosas que luego me las creo jajaja
      Me alegra de que te haya gustado. :)

      Eliminar
  3. Madre mía... después de haberme leído 19 capítulos del tirón, ahora estas esperas se me hacen eternas.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. jajaja Hago lo que puedo, que últimamente mi vida es un caos y tengo que hacer malabares para organizarme.
      Siempre puedes leerte de nuevo los veinte capítulos otra vez jajaa

      Eliminar
  4. Por favor que intriga necesito la segunda parte ya!!!!!! Jjjjjj Me encanta esta historia!!!!!

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. ¡Estamos en ello! Pero entre la universidad, el trabajo y el cuidado de mi hermana, si me quito más tiempo será de dormir jajaja

      Eliminar
  5. No es por meter prisa...se ve q estás muy,muy liada,pero q sepas,q miramos todos los días por si ya tenemos la segunda parte de Nueva York.. ánimo!tu puedes con todo

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Trabajando en ello. Además, quería darle un par de vueltas antes de ponerme a escribir, porque va a ser un capítulo muy pero que muy intenso... wuajajjaa (risa malvada)

      Eliminar
  6. He de reconocer que estoy superenganchada.... no puedo esperar más para saber que es lo que ocurre.... de cualquier forma, la espera valdrá la pena. También te digo que tienes una imaginación desbordante. MUCHO ÁNIMO

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. ¡Gracias! Me alegra que te guste y muchas gracias por el comentario. Un abrazo :)

      Eliminar

Publicar un comentario

Entradas populares de este blog

Alaskan Bush Cluedo: ¿Quién disparó al oso?

Buen fin de semanas a todos y a todas. Sé que se está haciendo larga la espera de la segunda parte de Nueva York, pero os aseguro que valdrá la pena. Una pista, ¿Recordáis el primer capítulo de Tierra Mojada? Pues la cosa va por ahí... Y hablando de pistas, he querido dedicar unos "minutitos" esta semana a intentar despejar otra de las grandes incógnitas de la novela, y así, que la espera para Nueva York parte II se haga más corta: ¿Quién disparó al oso que atacó a Matt y salvó su vida y la de Ayla? He recopilado todas las posibles pistas que nos dejan caer: Ayla, Matt, Alba, Gabe, Bam... a lo largo de los últimos capítulos. ¿Seréis capaces de descubrir quién fue el heroico tirador? La respuesta la tendréis en: Cartas desde Browntown, el capítulo que seguirá a Nueva York, parte II. ¡No olvidéis dejar vuestra respuesta en los comentarios y compartir el post en Redes Sociales! Comencemos: Estos son los personajes principales que han habitado Browntown hasta el capítulo X

La voz detrás de ZETA . Capítulo I y Capítulo II

CAPÍTULO I: EXTRAÑOS EN UN BAR —Siento molestarte, ¿pero tú eres Zeta, verdad? ¿El cantante de Mägo de Oz? Saco el dedo con el que removía la copa de balón de ginebra y alzo la vista hacia los brillantes ojos que se están fijando en mí. Son verdes, redondos, enmarcando un rostro ovalado de pómulos altos, nariz pequeña, rasgos delicados y mejillas sonrojadas. Apenas queda gente en el bar. El concierto ha sido un fracaso, he dado lo peor de mí. Estoy mal, estoy roto por dentro, estoy hecho una puta mierda. Me entran escalofríos al recordar la mirada que me ha echado Txus al bajar del escenario. ¿Cuántos gin—tonics llevaré ya? ¿Tres? ¿Cuatro? ¿Qué hora es? ¡Joder, las tres! Y mañana temprano cogemos el avión de vuelta a Madrid. Los demás se han ido hace rato al hotel. Están decepcionados conmigo, enfadados, furiosos… ¿Cómo he podido hacer un concierto tan malo, apenas unos meses antes de la salida del nuevo disco? No es un buen momento para mí, y ellos lo saben, pero a Txus so

Publico mi primer libro: LAS FRIKIS TAMBIÉN SOÑAMOS

LAS FRIKIS TAMBIÉN SOÑAMOS sale a la venta el 28 DE JULIO. A la venta a través de la web de Exlibric ( https://www.exlibric.com/ ) y en Amazon (pero en Amazon tarda mucho más así que os aconsejo que lo compréis por la web oficial ) Costará 14€ en formato físico y 4,46€ en formato digital (el 10% de los beneficios irá destinado a la Asociación benéfica Cors Gegants) Estará disponible en un montón de librerías (bajo demanda) tanto en España como en Latinoamérica. Si el contexto lo permite, presentaremos el libro en octubre-noviembre en Barcelona-Tarragona Para cualquier otra duda podéis contactarme por cualquiera de mis RRSS En unos días estarán disponibles de forma gratuita las PRIMERAS PÁGINAS del libro. Dadle amor, comentad, compartid, etiquetadme en vuestras redes y os querré par siempre. un abrazo.