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La Voz detrás de ZETA: Capítulo III y Capítulo IV

CAPÍTULO III: AYLA

Me meto en el enorme cuarto de baño, decorado con mármol y azulejos blancos y mobiliario plateado de acero inoxidable. Hay dos grifos frente a un gran espejo, sobre las estanterías hay botecitos de champús, cepillos de dientes y otros utensilios de higiene personal. La ducha es enorme, con una mampara transparente y un teléfono cuadrado más grande que un paraguas. Me meto bajo el agua caliente y dejo que me empape el pelo y todo el cuerpo, me apoyo en la mampara, estoy destrozado, tanto física como anímicamente.
Escucho que llaman a la puerta y los pasos de Ayla que se dirige a abrir. Asoma su cabeza por la puerta del baño, el vapor lo envuelve todo:
—Ya han traído tus cosas, Zeta. —me informa mientras el agua me chorrea por el largo pelo negro.
— ¡Gracias!—le respondo de un grito sin prestarle demasiada atención.
Todavía estoy procesando lo que acaba de pasar, me acabo de ver reflejado en el espejo y he estado a punto de vomitar: estoy gordo y me estoy quedando calvo. Tengo la piel arrugada y entre el vello negro de mi pecho, sobresale alguna cana. Tengo patas de gallo en las comisuras de los ojos y oculto con una cinta de pelo mi incipiente calvicie. ¿Qué ha visto ella en mí? Es una niña, una cría... Joder, veintidós años... Le doblo la edad. ¿Qué buscaba? ¿Acostarse con el famoso de turno para tener algo que explicar a sus compañeras de clase? No, no creo que ella sea así, antes en el bar, me ha dicho que nadie la creería si contaba que ha había estado conmigo... No tiene pruebas, solo las fotografías del teléfono, pero no son nada comprometedoras, son como el resto que me hago con admiradores. Además, me ha contado quiénes son los demonios que la atormentan, se ha abierto a mí igual que yo me he abierto a ella. ¡Me cago en la puta! Me está haciendo perder la cabeza esta maldita inseguridad. Estoy en un hotel con una chica de veintidós años, preciosa, con la que acabo de tener un orgasmo maravilloso, y que me ha dejado beber ginebra de sus pezones. ¿No puedo conformarme con eso y disfrutar del resto de la velada?
Observo la mampara cubierta de vapor, y con un dedo, escribo su nombre en mayúsculas: AYLA.
Cierro los ojos y dejo que el agua caliente me lave esta absurda falta de confianza y que me despeje la mente. El calor del vaho acariciándome la mejilla es muy relajante. La ducha es enorme, con un teléfono cuadrado plateado de tamaño colosal, parece que me esté duchando bajo una cascada. El agua me ayuda a aclarar mis ideas y suaviza los efectos del alcohol.
La puerta suena y abro los ojos asustado, saliendo del trance. Ella está ahí, ha entrado en el baño y me mira con sus indescriptibles ojos desde el otro lado de la mampara: despeinada y completamente desnuda, con el cabello castaño claro y ondulado revuelto alrededor de su cabeza. Ve lo que he escrito y sonríe, yo me ruborizo como un tomate.
— ¿Necesitas compañía ahí dentro?—se encara conmigo.
Le devuelvo la sonrisa con un toque de picardía en la mirada. La estaba esperando.
No respondo, tomo su mano y la acerco hacia mí, observo con placer como el agua cae sobre su pelo, resbala por sus hombros y riega sus pechos, se desliza por el estómago hasta perderse en el vello oscuro de su sexo. Me relamo hambriento, ya estoy listo para un segundo asalto.
Me detengo un momento a observarla: es pequeña, de mediana estatura tirando hacia baja. Yo soy mucho más alto que ella, si se acurruca contra mí, a duras penas su cabeza llega a la altura de mi hombro. Su figura es voluptuosa, de caderas anchas, cintura marcada y pecho escaso. Sin duda no es una modelo, pero, en ese momento, me parece la mujer más atractiva del mundo. Acaricio sus muslos con la yema de los dedos, están cubiertos por raíces blancas que ascienden hasta la nalga y la cadera. Bajo el glúteo, su piel se arruga levemente. Es una chica normal, una preciosa chica normal con un cuerpo normal, ¿y qué hay más bonito que eso?
Tengo ganas de agarrarle el culo, pero me contengo, mi erección es más que evidente. Me estoy aguantando la risa, ¿por qué me entra la risa tonta cada vez que me excito estando con ella? El cabello de ambos se riza graciosamente con el agua. El vapor casi ha borrado la palabra que había escrito en la mampara, pero todavía es legible, justo debajo, Ayla escribe mi nombre en letras muy estilográficas: ZETA.


 El vapor casi ha borrado la palabra que había escrito en la mampara, pero todavía es legible, justo debajo, Ayla escribe mi nombre en letras muy estilográficas: ZETA

Intercambiamos una mirada y entreabre su boca. Sé perfectamente que quiere: calor, vuelvo a entrar en calor. Si sigo dando estos sustos a mi corazón y a mis maltratados pulmones acabará por darme un infarto. Sus manos se enredan en mi pelo y nos besamos con pasión, con lujuria, deseosos de volver a unirnos en un solo ser. Me encanta acariciar su cuerpo resbaladizo por el agua, tibio, con esas curvas tan sensuales que quiero recorrer y explorar. Admiro los tres dragones que vuelan entorno a su brazo y su hombro, como si ascendieran a los cielos: el del antebrazo tiene las alas rojas, el del bíceps, plateadas y el del hombro ámbar. Me pregunto si tendrán algún significado, o simplemente se los ha hecho por el placer de cubrirse de tinta y hacer del cuerpo humano una todavía más maravillosa obra de arte.
Su lengua está dentro de mi boca, tiemblo de deseo cuando la siento tantear con la mía. Me mordisquea los labios, finos y pálidos y me los lame. Nuestras lenguas se buscan, se ansían tanto como nosotros. Las manos de Ayla magrean mi cuerpo, son como serpientes que reptan con agilidad en busca de una presa que matar. Me siento tentado a imitarla, tengo muchas ganas de sobar ese culito redondo que tiene tan bien colocado y darle un buen azote. Inesperadamente, el que se lleva un buen cachete soy yo, cuando Ayla manosea y palmea mi trasero:
—No sabes lo que me ponen esos pantalones de cuero tuyos, tan ajustados, te hacen un culo tan prieto y tan bien puesto que dan ganas de azotarlo—me dice apretando los dientes mientras las mejillas me arden—. En serio, me pareces tan atractivo...
"¡La madre que parió a esta pequeña deslenguada! Sin duda es toda una caja de sorpresas, un mundo atrapado en una persona".
—Nena, tú sí que sabes lo que le tienes que decir a un hombre.
El tatuaje de su cadera me vuelve loco. Mis dedos expertos recorren el vello de su Monte de Venus y rozan el clítoris con cuidado, eso la excita, cierra los ojos y ahoga un gemido mientras mordisquea mi labio.
"¡Oh sí, así sí, me gusta verla disfrutar!"
Sin previo aviso, introduzco un dedo en su interior, el agua facilita la entrada: está húmeda y caliente. Entreabre las piernas para dejarme entrar e introduzco otro dedo. Contiene un grito. Empiezo a meter y a sacar los dedos de su interior, ella se apoya en mis hombros y empieza a contonear las caderas para incrementar el placer y marcar el ritmo de mis movimientos. Gime de placer. Grita muy fuerte cuando disfruta, seguramente hemos deleitado a los vecinos con un concierto privado en nuestro anterior encuentro.
—Dentro Zeta, —me suplica con los ojos cerrados—te necesito dentro de mí.
Saco sus dedos de su cueva, que me anhela, y ella los chupa, los succiona, los saborea... Me pregunto cuál será su sabor, estoy deseando probarlo. ¿Será tan eclético, tan lleno de contrastes como la misma Ayla? Misterioso, inesperado, ardiente, sensual.
Es increíble, me siento como si fuera un chaval, ¿dos tan seguidos? Mi cuerpo me pide más, está listo para una segunda ronda. La sangre me late con fuerza en la ingle y rebota en mi cabeza, provocándome un dolor insoportable. Hacía años que no era capaz de eso, sin duda el tabaco y la cerveza han tenido mucho que contribuir. ¡Joder, estoy ansioso por tenerla! Me desgarro el labio para soportar la presión, voy a estallar. Calor, tengo mucho calor. Jadeo y se me seca la boca. Deseo, ansia, sexo.
Me pone muchísimo cuando hace estas cosas. ¿Veintidós años? Esos movimientos no se aprenden en tan poco tiempo. Conoce su cuerpo muy bien, sabe lo que quiere para alcanzar el clímax, y lo mejor de todo, sabe que yo puedo proporcionárselo y me guía para que ambos disfrutemos con plenitud de esta danza maldita de Lucifer.
Con brutalidad, la agarro y la empujo contra los azulejos blancos de la pared, con la mejilla estampada en el frío mármol. ¡Menos mal que tengo bíceps! Ella se muerde el labio, si me quiere sentir dentro, me va a sentir. Se le eriza la piel al contacto con mis dedos curtidos, que la recorren de arriba a abajo. Me agacho y le doy un mordisco en el trasero. Ayla grita, le gusta. Respira muy deprisa, sin duda, está tan ansiosa como yo por sentirme dentro. Separo las nalgas para mejorar el ángulo de penetración. Ya estoy temblando otra vez, la excitación y el vapor de la ducha me están haciendo perder el control. No me llega suficiente sangre al cerebro.
La busco con el miembro hinchado y lo introduzco dentro de ella. Un gruñido fluye de mi boca. "¡Joder!" Sus músculos se cierran entorno a mí, se contraen. La ola de placer me corta la respiración. Este ángulo de penetración es muy distinto al anterior, la curvatura presiona zonas íntimas de su vagina que antes no había alcanzado. Le separo un poco más las piernas y ella se arquea para mí. Vuelve a gemir susurrando mi nombre. Impresionante. Mis dedos surcan sus caderas y encuentran su clítoris, lo acaricio mientras hacemos el amor. Mi pelo se pega en sus mejillas y mi aliento inunda su oído. Sus movimientos de pelvis acompañan los míos, son suaves pero rítmicos, como una buena pieza de música. Ella jadea exhausta, pidiéndome más, la agarro por las caderas y la follo con fuerza. Ella se inclina, se contonea y se arquea para mí.
Sus gemidos y mis gruñidos de placer resuenan en las paredes del baño, a través del constante fluir de la ducha. No aguanto más, estoy sudando aunque el agua me empape. Ya no es solo vapor lo que inunda la habitación. Bruscamente me separo de ella, alzo sus caderas sobre mi pelvis y la penetro, arrinconando su espalda contra los azulejos. Ella se sorprende, pero me permite seguir dándole placer. Me tiemblan las piernas, se enrosca entorno a mi cintura y mi cuello y se deja llevar por el balanceo que la empuja contra la pared.
—Ayla, mírame a los ojos—le ordeno con voz grave. Ella obedece y se encuentra con mis ojos castaños. — Eso es, mírame a los ojos, no dejes de mirarme.
Creo que me correré simplemente mirando esos ojos verdes, incapaces de mentir, que desbordan placer. No puedo hacerlo sin mirarla a los ojos. Gimo ante la sensualidad de su boca curvada, que me pide que no pare hasta que me haya saciado completamente con ella, y ella se haya saciado completamente de mí. Las piernas me flojean y ambos estamos a punto de caer. Necesito verla extasiada, lo necesito más que respirar, pero ella se resiste. Estoy exhausto, agotado, arrugado como una pasa. Creo que voy a vomitar los pulmones, y lo peor de todo, estoy tan excitado y tan fuera de control que al próximo movimiento voy a derramarme dentro de ella.
Ayla toma mi lóbulo entre sus brazos dientes:
—Córrete.
El orgasmo me llega sin avisar y la desbordo con mi esencia en un grito desgarrador. Necesito tumbarme, descansar y fumar. La cabeza me da vueltas y su intenso aroma femenino me atonta los sentidos hasta el límite del subconsciente. Sigo dentro de ella, sujetándola contra la pared. Mis brazos están cansados pero la mantengo sobre mí un instante más, sintiendo sus pechos contra el mío, el desbordante latido de su corazón. Sus pulmones se hinchan y se deshinchan desfogados y su aliento me eriza el cuello. ¡Qué pequeña parece en mis brazos! Y cómo me encanta mecerla con cariño. La muy descarada, aprovecha la ocasión para volver a tocarme el culo.
Finalmente, la dejo en el suelo y cierro el agua de la ducha. Nos miramos y reímos, no sabemos que decir. Me gusta que se ría después de hacer el amor, me gusta que me haga reír, es una buena medicina para liberar toda esa absurda tensión que se genera durante el sexo. Agarro una toalla blanca y suave y me le enrollo alrededor de la cintura, agarro la otra y cubro sus hombros.
—Vámonos a la cama. —le sugiero.
Las bolsas negras de sus ojos han aumentado de tamaño, está muerta de sueño, lo cierto es que yo también necesito dormir, ¿aunque quién puede conciliar el sueño después de esto?
En volandas la llevo a la cama, nos desnudamos y nos acurrucamos entre las sábanas blancas. Barcelona despierta, el sol despuntará por el Mediterráneo de un momento a otro. Son las siete de la mañana, mis compañeros ya están volando con destino Madrid. No quiero mirar el móvil. Me da pavor. Suspiro nostálgico y sostengo las ganas de fumarme otro pitillo. Ayla busca el calor de mi pecho y se acurruca contra mí, escarbando con la nariz. Tiene las manos y los pies fríos, un escalofrío me recorre la espina dorsal. Su olor natural regresa a mis pulmones, que cada vez lo anhelan más, es como una droga. Cierro los ojos sin saber si ella estará a mi lado cuando los vuelva abrir.
"No puede marcharse, todavía no... Tenemos muchas cosas que hacer, mucho de qué hablar".

CAPÍTULO IV: SIEMPRE


Cuando despierto ella ya no está a mi lado, aunque la cama todavía está caliente. Giro sobre mí mismo, salpicando la cama con mis largos cabellos negros y me llevo la almohada a la nariz. Huele a ella, al aroma dulce de su pelo, a su sudor y al intenso olor que desprendían sus hormonas, ajetreadas por la excitación del sexo. Todavía me tiembla el cuerpo y mi corazón se acelera con solo pensar en lo que sucedió anoche. Sonrío.
Un tenue rayo de luz gris penetra por la ventana. Barcelona ha amanecido nublada y con amenaza de lluvia. Alargo la mano para agarrar mi teléfono móvil, que está en una de las mesitas, junto a mis anillos, cadenas y pulseras. Tengo un montón de mensajes y llamadas perdidas que me abstengo de contestar. Ahora no me apetece, tengo demasiada resaca como para escuchar en mi oído la voz repelente de mi mujer, la regañina de Txus o el sermón de mi amigo Josema. Miro la hora:
"¡Joder, ya es mediodía!"
Mis compañeros ya habrán cogido el avión, es más, probablemente ya hayan aterrizado en Madrid. Un jarro de agua fría llamada realidad me golpea el cerebro. ¡Me va a perforar las sienes! Me incorporo de un salto y me llevo las manos a la cabeza, el pelo me nubla la vista. Necesito fumar:
—Buenos días.
Me vuelvo y me encuentro con ella. Está sentada en la repisa de la ventana, observando el mar. Barcelona ha amanecido gris. Se ha vestido con una de mis camisetas, de color gris, ancha y con unas letras negras estampadas en el pecho. Su pelo cae en ondas gruesas, revuelto, hasta los hombros. Está sentada con las piernas dobladas, donde apoya, lo que parece ser un cuaderno de notas mientras mordisquea un bolígrafo con sus manos pequeñas de largos dedos.
— ¿Llevas mucho rato despierta?—le pregunto mientras agarro mi cinta del pelo y me la coloco en la frente.
—Un rato...—responde como si dudase. ¿Por qué sigue aquí?—He pedido café y algo para comer.
Hay un carrito con una cafetera de aluminio, una jarrita de leche y una cestita con bollos dulces.
— ¿Cómo tomas el café?
—Solo y sin azúcar.
Ayla se levanta, me gusta la manera en la que se contonean sus caderas cuando camina. Coge un vaso de cristal y sirve café. Se sienta a mi lado y me lo tiende. Bebo con ansia, pero el líquido me quema los labios y lo separo de mí a toda prisa. Ayla sonríe.
— ¿Tienes hambre?
—No. —comida y resaca no son una buena combinación en este cuerpo.
Ella parece serena, y no está pagando las consecuencias del abuso de alcohol. ¡Juventud divino tesoro! Sigo traumatizado por haberme acostado con una chica de veintidós.
A juzgar por las migas de sus mejillas, ya ha atacado la cestita de bollos. Se las limpio con cariño y le acaricio el pelo con ternura.
— ¿Qué estabas escribiendo?—pregunto curioso.
Ayla esconde el cuaderno tras la espalda:
—Nada, una tontería mía.
Bebo café:
— ¿No me lo dejarás leer?—la resaca me bombardea la cabeza como una trinchera, pero me esfuerzo por parecer recuperado— ¿Después de todo lo que ha pasado esta noche?
Ella, tímida, con esa mirada que había conocido en el bar, me muestra un pequeño cuaderno de portadas negras:
—Te estaba describiendo a ti.
— ¿A mí? ¿Por qué a mí?
—Porque quiero recordarte con sumo detalle. —otra vez la voz de terciopelo y las mejillas rosas que me dejan sin palabras.
— ¿Recordarme? ¿No te entiendo? ¿Por qué no me has sacado una foto?
Me pongo blanco, ¿y si me ha hecho una foto mientras dormía? Así tendría pruebas de que ha pasado la noche conmigo, solo de pensarlo se me revuelve el estómago.
—Si quisiera una foto tuya solo tendría que poner tu nombre en Internet, yo quería algo más. Quiero recordarte exactamente cómo estás ahora mismo:—coge aire y descarga en mi boca todas sus anotaciones con voz firme y largas cadencias al final de cada frase— con tu pelo negro como el pecado, desaliñado y revuelto recién levantado. Tu mentón afilado y esa graciosa verruga que tienes junto a la nariz. Quiero recordar como tus ojos castaños color café se pierden en los míos, como se ruborizan tus mejillas y como tiemblas cuando me abrazas. El tacto sedoso de tu pelo entre mis dedos y como me rasca tu bigote sobre mis labios, provocándome escalofríos. La impresión de tus dedos cuando me acarician y me hacen estremecer. Mis caricias sobre tu rostro, como se cierran tus ojos y se entreabren tus labios, finos y pardos cuando paso mis dedos por tus rasgos afilados. El sabor de tu boca, tan intenso y amargo, tu lengua buscándome, recorriéndome. Y tu cuerpo...—cierra los ojos y se muerde los labios. Suspira. La lectura de su fragmento nos está excitando—el contacto de tu cuerpo contra el mío, curtido y firme, como se enreda el vello de tu pecho cuando te exploro, como tus movimientos de cadera me cortan la respiración—ya estoy temblando otra vez—. Tus fuertes brazos rodeándome. Tu boca sobre mi pecho, solo de pensarlo me acelero, Zeta y ese olor tuyo, tan varonil, tan adulto, que me nubla el juicio y provoca que arda en deseos por ti—aparta la vista, me duele cuando se niega a mirarme—. Sé que me vas a olvidar en dos días, pero yo me niego a perder detalle de cómo me tocas, como me besas, como me follas... No puedo captar todo eso en una fotografía, por eso lo he escrito, porque de es la manera más próxima que tengo de recordarte.

 No puedo captar todo eso en una fotografía, por eso lo he escrito, porque de es la manera más próxima que tengo de recordarte

"Me gusta, es como escribir una canción. Lo que ha hecho es muy difícil, ha transmitido sus pensamientos, con todo lujo de detalles a un trozo de papel y lo ha convertido en algo bonito, en un recuerdo. Ojalá pudiese hacer lo mismo con ella, imprimirla en un cacho de papel, y, cuando la desease, le cantaría para que se entregase a mí".
Ella cierra el cuaderno, sus mejillas se han ruborizado. Le aparto el cabello del rostro y me acerco a ella, acaricio con cariño el óvalo de su rostro:
—Pensarás que soy patética.
Con desesperación, busco su mirada, necesito ver esos ojos verdes, necesito que se encuentren con los míos.
—Debería irme. —anuncia evitando el contacto visual.
—No. —respondo sin pensar.
Nuestras manos se entrelazan.
—Quédate un rato más conmigo, quédate hasta la tarde. Déjame vivir este sueño unas horas más. —le suplico con mi voz grave de los conciertos.
— ¿Qué sentido tiene que me quede aquí unas horas más? Es prolongar la agonía. ¿Cambiará algo de mi miserable vida? ¿O de la tuya? Te olvidarás de mí antes siquiera de que me haya ido de esta habitación, pero vas a aparecer en mi mente día sí y día también hasta que me muera. Te convertirás en un demonio, en otro de los demonios que me atormentan.
Agarro su rostro entre mis manos, con ternura, le beso la nariz y los párpados. Pego su frente a la de ella:
—Jamás podría olvidarte. —le susurro melódicamente para retenerla conmigo unas horas más.
No sé si la olvidaré o no, tal y como ella afirma, pero sí es lo que quiere oír, así se lo haré creer, igual que cuando el público demanda Fiesta Pagana, aunque esté hasta los cojones de la cancioncita, si el público es lo que quiere escuchar, cantaré Fiesta Pagana hasta reventar.
—No te creo. —responde con un nudo en la garganta y la voz temblorosa.
—Pues no lo hagas—suspiro profundamente y el olor de su aliento invade mis pulmones—. ¿Crees que puedo vivir el resto de mis días sin pensar en el sabor de tu boca? ¿En el tacto de tu piel? ¿En el aroma de tu pelo? ¿De verdad piensas eso?—no responde—No me he saciado de ti, Ayla, todavía no. Estoy sediento, como si llevase cuarenta días vagando por el desierto, estoy sobrio cuando quiero estar borracho como una cuba, limpio cuando quiero que la droga me consuma y me mate por dentro, por favor, Ayla, no me dejes solo, ¡Odio estar solo! Quédate conmigo unas horas más, solo a esta tarde, y después cada uno se va por su lado, te lo prometo, Ayla.
Decir todo esto me ha costado más que cantar durante una hora y media de concierto. Me van a reventar los pulmones.
—Pregúntame, Ayla, si voy a recordarte. ¡Vamos!—insisto—pregúntamelo.
— ¿Vas a recordarme, Zeta?—su voz vibra asustada.
Cojo aire, me tiene que salir mi voz más cautivadora, la más sensual e irresistible:
Siempre. —respondo solemne.
Tomo sus labios y la beso con pasión, el sabor a café de mi boca se mezcla con su aliento. Mi voz, mi maldita "voz de cantante" hace que se crea todas las chorradas que digo. Tiembla entre mis brazos y yo me estremezco.
Ella se abalanza sobre mí y se sienta sobre mi pelvis, me lame los labios, primero el inferior y luego el superior e introduce su lengua en mi boca. Un infierno me abrasa la garganta. La abrazo, introduzco mis manos callosas por su espalda y la recorro con la yema de los dedos, se eriza al contacto de mis dedos fríos. Me acaricia el pelo, me vuelvo loco cuando me acaricia el pelo. Explora mi pecho desnudo con delicadeza hasta detenerse en la entrepierna, estoy completamente desnudo, indefenso y expuesto a ella. Está a punto de apartarme la sábana de mi cintura, pero la detengo agarrando su muñeca.
—No, —Ayla me mira con el ceño fruncido—déjame a mí.
Ella no dice nada, no me cuestiona, no me pone en duda.
Me levanto de la cama y la siento en el borde mientras me coloco delante de ella. Agarro su camiseta y se la saco por encima de la cabeza, dejándola completamente desnuda ante mí. La tumbo boca arriba y beso su boca, los largos mechones de pelo negro rozan sus pechos y sus pezones erectos. Mis labios descienden por su cuello, muerdo su oreja, cubierta de pendientes y continúo bajando hasta la garganta, la beso. Mi lengua recorre el esternón hasta llegar a su escote. Ayla ahoga un gemido. Estoy temblando por dentro. Tomo un pezón con los dientes, lo chupo y lo succiono mientras masajeo el otro, me deleito con él un buen rato. ¡Cómo he añorado la ginebra en este momento! Su respiración se acelera, al igual que la mía y el latido de nuestros corazones se une. Me detengo, ella jadea y repito el proceso en el otro pecho. Ayla se arquea de placer, su gozo me excita y la sangre me bombardea la entrepierna. Mis labios descienden por su estómago, beso su ombligo, ella se contonea. ¡Calor! Me arden los pulmones. La miro, cierra los ojos y contrae el rostro por la excitación, los gemidos de su boca son una percusión maravillosa. Me paro en el tatuaje de su cadera y resigo el ancla y la estrella con los dedos.
"¡Joder, cómo me pone!"
Con delicadeza, hundo mis labios en el vello de su Monte de Venus. Ella gime y yo sonrío, me acaricia el pelo y me empuja hacia abajo. Abre las piernas, está ansiosa y su deseo me divierte. Aun así, alargo la experiencia todo lo que puedo, muerdo la cara interior de sus muslos e introduzco la punta de la lengua entre sus pliegues antes de ascender de nuevo para volver a succionar sus pezones. Ayla grita de desesperación y empuja mi cabeza contra su pubis. Río y me aparto el pelo de la cara. Estoy arrodillado ante ella, con sus piernas separadas y apoyadas sobre la estructura de la cama.
Ambos estamos a punto de estallar, su olor corporal es potente, al igual que el mío, y el almizcle se mezcla con el fuerte aroma de su excitación. Mi juicio se nubla de nuevo. Sudo, tengo la frente empapada en sudor y una sed de mil demonios. Estoy deseando probarla, me muerdo el labio inferior, tengo un nudo en el estómago.
Con cuidado separo los pliegues de su sexo. No puedo parar de temblar y la mandíbula me cruje. Introduzco la lengua en su interior, rosa y carnoso. Está muy húmeda y muy caliente y sus músculos se contraen alrededor de mi rostro. Busco el nódulo que es la fuente de su placer y lo acaricio con la lengua, lo lamo en círculos, primero hacia un lado y luego hacia el otro. Su sabor es fuerte, huele fuerte y me deja cierto regusto a sal. Ella jadea, su mano me sujeta la nuca, guiando la fluidez y la velocidad de mis movimientos. Un grito se escapa de su boca, succiono el nódulo y lo sujeto con los dientes. Sus gemidos se intensifican, Ayla se contonea, se arquea y mueve la pelvis para aumentar su placer. Está completamente entregada a mí y yo estoy completamente entregado a ella. Mi mano extendida la sujeta por el vientre para controlar sus espasmos. Me incorporo y la beso en la boca, su sabor, intenso y salado se mezcla con su saliva. Su cuerpo vibra, está a punto de llegar al clímax. La agarro con fuerza y me tumbo en el suelo, bocarriba, con ella de rodillas sobre mi rostro, en esta postura vuelvo a buscar su núcleo de placer. Sus muslos me oprimen la cara y me estiran del pelo, pero así ella puede dar rienda totalmente suelta a su pasión, restregándose con fuerza contra mí mientras succiono su clítoris, lo chupo y me sacio de él. Sus gritos de placer me estremecen, son mucho más graves e intensos que cuando la penetraba.
"Ojalá pudiese detener el tiempo en este mismo instante, que no corriese el reloj, alargar este precioso momento hasta el infinito".
Creo que he encontrado su punto débil. Sus movimientos son cada vez más rápidos y contundentes, está llegando, se agarra los pechos y el pelo, la sensación de placer la abruma. Respira muy deprisa y jadea agotada, me siento ebrio y casi saciado.
Nuestros olores corporales, excitados, combinan perfectamente creando un cóctel narcótico que me penetra los pulmones y se me cala en los huesos, en lo más profundo de mí ser.
Ayla arquea la espalda, vibra y un profundo y relajado orgasmo fluye de su boca. Tiembla sobre mí y sus músculos se contraen en torno a mi rostro. El flujo cálido y de sabor fuerte que desprende resbala por mi boca y mi garganta. Permanece sobre mí hasta que el último espasmo de placer recorre su cuerpo. Ha sido mucho más intenso que cuando la penetraba, pero igual de placentero para ambos, a excepción de la erección de caballo que soy incapaz de ocultar.
La joven, exhausta, se separa de mí y rueda para tumbarse a mi lado: su cuerpo todavía se agita nervioso por el orgasmo. Jadea agotada y su piel brilla por el sudor.
—Ha sido increíble. —me confiesa con las mejillas ruborizadas.
—No está mal para un tipo que te doble la edad, ¿verdad?—respondo orgulloso.
—No seas idiota, ya te he dicho que eso no es un factor relevante para mí.
"Lo es para mí, es la prueba de que todavía no estoy acabado".
Me inclino sobre ella y la beso con dulzura en la boca, el sabor de su esencia se mezcla entre nuestras lenguas. Ayla se relame. También estoy cansado, la magnitud de su éxtasis me ha dejado sin habla, con los pulmones ardiendo y el corazón, el pene y el cerebro de lo más confusos. El regusto salado sigue en mi boca.
—En cuanto recobre el aliento, pienso compensarte por ello.
—No quiero que me compenses por hacerte tener un orgasmo, el placer ha sido todo mío. —me burlo.
Permanecemos tumbados en el suelo, inmóviles, compartiendo un cigarro mientras nuestros cuerpos regresan a la normalidad.
—Pienso compensarte te pongas como te pongas, —responde Ayla mientras el humo del pitillo fluye de entre sus labios.
Me río y no respondo, y, efectivamente, al poco rato, Ayla compensa su instante de clímax provocándome a mí un espectacular y placentero momento. Se inclina sobre mí y me besa en los labios con ternura, con un dedo resigo su columna vertebral, tan delicadamente como si se tratase de un telar de hilo de oro.
—No te sientas obligada a hacerlo, de verdad. —le susurro con cariño perdiéndome en su mirada.
—Quiero hacerlo. —responde firmemente besándome repetidamente en los labios y en la barbilla.
Su lengua de víbora recorre mi cuello, mi lóbulo y mi garganta, y con pequeños piquitos recorre mi cuerpo sudoroso y tembloroso. Mis dedos se enredan en el agradable tacto de su cabello, me gusta sentir sus húmedos besos recorriendo mi piel curtida. Cierro los ojos y respiro relajado. Las puntas de su pelo me hacen cosquillas cuando rozan mi cuerpo.
Sus labios llegan a una zona peligrosa, mi olor corporal se intensifica y su boca se hunde en mi entrepierna de vello oscuro salpicada con hijos de plata. Una fuerte presión en la ingle y un profundo gruñido se apoderan de mí y exhalo una gran bocanada de aire.
—De verdad Ayla, no es necesario que... ¡Oh Dios!
Se ha metido mi miembro hinchado en la boca, en su totalidad, de un bocado. Veo las estrellas. Inmediatamente se lo saca y vuelve a besarme desde el pecho, descendiendo lentamente:
"¿Cómo me hace eso y me deja así? Joder, creo que no me llega suficiente oxígeno al cerebro. Estoy perdiendo la cabeza".
Tiemblo, anhelando sentir su boca de nueva en mi órgano. Sus labios se posan en la punta y su lengua desciende por el tronco hasta los testículos, se mete uno en la boca y vuelve a ascender muy despacio por el tronco hasta volver a chupar el glande. Cierro los ojos y alzo el mentón, deleitándome con su íntimo y estimulante masaje. Mi respiración se está volviendo a agitar, no creo que sea lo idóneo para mis pobres y maltratados pulmones. Su lengua me sigue lamiendo, hasta alcanzar el otro testículo. Gruño de placer y lucho contra mis instintos primitivos para no empujarla con fuerza contra mí. Ayla sigue, esta vez se introduce todo el miembro en la boca y desciende despacio hasta el final, se queda quieta durante unos instantes que me parecen años, con mi órgano inflado y palpitante dentro de su cálida boca. Se lo saca completamente y repite el proceso dos veces más. ¡Me está volviendo loco! Peleo para no embestirla y peleo por que no perciba como vibra mi cuerpo por la excitación.
Ayla se detiene al instante y me besa en la boca. Me invita a sentarme en el borde de la cama mientras ella se coloca entre mis piernas, para tener pleno acceso a mi centro de placer. La visión me resulta de lo más provocadora: ella se encuentra completamente desnuda, arrodillada ante mí, jugueteando con mi miembro, apoyándoselo en los labios, chupando la punta y devorándolo con toda la boca. No me puedo contener y salpico en su garganta soltando un gruñido de placer. Ella sonríe.
Sus movimientos son lentos pero fluidos y los acompaña masajeándome firmemente con la mano. ¡Voy a explotar! Altera velocidades, ahora despacio, ahora muy deprisa, ahora despacio otra vez. Empiezo a jadear, mi condena ahora mismo es que el reloj siga corriendo, ¿es que nadie puede pararlo? ¡Joder!
Recojo su pelo con las manos para que no se entrometan en la fina labor que me está haciendo:
—Despacio, despacio...—le suplico entre gemidos—Eso es pequeña, despacio, muy despacio... quiero alargar este momento.
Pero por muy lentos que sean sus movimientos, el placer me invade y me sacude en hondas que se expanden por todo mi ser, y cuando hace un segundo le pedía que me lo hiciese muy despacio, ahora le imploro velocidad, profundidad. ¡Su boca es una delicia! Cálida y húmeda, sus dientes me rozan y su lengua me acaricia. ¡Me siento a punto de explotar! Empujo su cabeza contra mi pelvis, con cuidado, para alcanzar esa velocidad exacta que sé que me hará correrme. Vuelve a quedarse quieta con todo el miembro en la boca. Grito. Se lo saca completamente. Me va a explotar el corazón. Otra vez dentro, ahora continúa con movimientos rápidos. Jadeo exhausto. Veo la luz al final del túnel y tiene forma de maravilloso orgasmo, ella se aparta y me derramo sobre su pecho, la imagen resulta el mejor final posible después de la intensa experiencia. Cierro los ojos, alzo el mentón y permito que hasta la última gota de mí resbale por su pecho.
Me dejo caer sobre la cama, estoy hecho polvo, con los pulmones a punto de reventar y el corazón en taquicardia, cubierto de sudor y de saliva. El fuerte aroma a almizcle invade la habitación. Cuando busco a mi compañera, se está secando el pecho empapado con una toalla, su pelo cae desordenado sobre sus hombros. La tomo del brazo bruscamente y la inclino sobre mí:
—Bésame. —le ordeno de nuevo con "la voz de los conciertos".
—No creo que sea una buena...
Pero la beso, la beso en la boca con pasión y lujuria, introduciendo mi lengua en su boca, le chupo los labios y se los muerdo. Mis manos resbalan por su silueta curvilínea y agarran su trasero. Nos reímos, es inevitable no reírnos después de tener sexo.
Estoy cansado a la vez que lleno de vitalidad, de juventud, de ganas. Quiero cantar y gritar, beber y fumar y follar como si no hubiese un mañana. Pero lo más importante, quiero exprimir este irreal y fantástico sueño hasta el último segundo.

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