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TIERRA MOJADA PARTE 3: Cap I: Siempre seremos cientos y tú.

Es primavera en Alaska y me levanto con la primera luz del alba, un fino rayo de sol se filtra entre las cortinas. Suspiro, exhausta ¿cuándo fue la última vez que dormí ocho horas seguidas? Creo que fue antes de quedarme embarazada, y de eso hace ya más de tres años… Me froto los ojos cansada, la habitación en penumbra, a los pies de la cama, duermen mis dos gatos, en forma de pelotas de pelo. Una mano áspera se posa sobre mis hombros, cojo aire y trago una bola de saliva amarga:

- ¿Otra noche de insomnio? -me pregunta una voz aguda pero masculina.

Me froto el cuello, cansada. Las caricias en el brazo son reconfortantes, y los besos en el hombro desnudo son suaves y agradables.

-Siempre va a peor durante esta época del año.

-Lo sé. -me da un tierno beso en la frente. Cierro los ojos saboreándolo con dulzura.

Una vocecita me llama desde la otra habitación. Cansada, hago el esfuerzo de levantarme.

-Ya voy yo. Tú duérmete un ratito más.

-No, -respondo desorientada por el cansancio- me gusta darle el desayuno.

-Hacemos un trato. Yo le visto y tú le preparas el desayuno -me acaricia los labios y sonríe con ternura como solo él sabe hacerlo.

Su sonrisa me hace sonreír a mí.

-Me parece un buen trato.

Me vuelve a sonreír. Ha sido una mala noche, bueno, en general ha sido una mala temporada, pero esa sonrisa y la pequeña personita que duerme en la habitación contigua hacen que se me pasen todos los malos. Me pongo una sudadera rosa sobre el pijama corto de color blanco y, descalza, bajo las escaleras de la cabaña. Continuamos viviendo en la misma cabaña a las afueras de Hoonah, aunque lo que solía ser un despacho para escribir ahora se ha convertido en una habitación infantil.

Despejo las cortinas y abro las ventanas para airear la casa. El viento de Alaska es algo que me ha cautivado desde la primera vez que llegué allí: su frescura, el olor a sal. Su pureza. Cierro los ojos y me empapo de él: el cielo está muy claro, aunque salpicado por pomposas nubes. El mar añil levanta crestas de espuma blanca al paso de las pequeñas embarcaciones pesqueras que han madrugado tanto como nosotros. Un hocico húmedo olfatea mis dedos, distraídamente acaricio la cabeza de Argos, nuestro labrador y le abro la puerta para que correteé por el jardín.  Lo veo por la ventana perseguir insectos voladores y revolcarse por la hierba, feliz. Eso también me hace sonreír. Preparo café, y mientras el amargo líquido impregna de aroma la cocina, saco del armario una mezcla preparada de tortitas y enciendo el gas. Mientras les doy la vuelta, leo el contenido de la masa y me río, al parecer, con el paso de los años, nos hemos vuelto “menos salvajes” y en lugar de salir a pescar cangrejos para desayunar tiramos de mezclas del supermercado.

Quizás no es que nos hayamos vuelto menos salvajes, pero desde luego sí más vagos.

Me sobresalto al escuchar como unos piececitos bajan las escaleras a toda prisa. Ya tengo que gritar que de buena mañana. Pongo los ojos en blanco:

- ¡Matty! Te he dicho un millón de veces que no bajes las escaleras corriendo, que te vas a caer.

Pero Matty ya se ha encerrado en el baño para lavarse la cara y cepillarse los dientes, ignorando completamente mi advertencia.

- ¡Recuerda quitarte bien las lagañas, campeón! – él baja tras él y viene hacia mí. Semidesnudo de cintura para arriba y vestido solo con un pantalón elástico. Me rodea el cuello con el brazo, protector- ¿Sabes? El otro día le escuché hablar con unos compañeros del jardín de infancia. Me llamaba papá.

Tuerzo el gesto y me deshago de su abrazo:

-Lo sé-respondo de mal humor-. Le he dicho que no lo vuelva a hacer.

Me mira anonadado:

- ¿Pero por qué Ayla? He criado a ese niño desde el día en que nació. Le visto, le alimento, le quiero… Lleva mi sangre. Ya empieza a comprender lo que ocurre a su alrededor.

Le miro con los ojos llorosos. Él sabe que, aunque haya pasado el tiempo, me sigue doliendo hablar del tema. Veo su rostro apenado y como le tiembla el labio. Mi corazón se rompe en mil afiladas esquirlas de hielo. Me agarra de las manos, se las cojo con fuerza. La primera vez que le agarré con esa fuerza, fue cuando di a luz a Matty, y entonces supe que no querría soltarle nunca.

-Porque no eres su padre Bear- pronuncio al borde del llanto-. Matt nos abandonó el día que nació Matty y no hemos vuelto a saber de él, pero sigue siendo su padre. El niño te adora, y te agradezco que hayas estado con nosotros todos estos años, de verdad, pero no eres su padre.

Con ternura le acaricio el rostro, se ha dejado una graciosa perilla rubia en la barbilla y el cabello largo, color oro batido le acaricia graciosamente las mejillas pálidas. Le doy un suave beso en los labios. ¡Qué perdida estaríamos sin él! Él toma mis manos entre las suyas y me devuelve el beso, posando su boca sobre mis dedos.

-Quizás podríamos solucionar eso. -me guiña el ojo.

Pongo los ojos en blanco otra vez, exasperada:

-Ya hemos hablado eso mil veces Bear. No quiero tener otro hijo, ya lo pasé bastante mal con Matty.

-Vamos Ayla, hemos sacado adelante a uno, podemos hacerlo con otro. Además, seguro que a Matty le hace mucha ilusión tener un hermanito.

-Ya sabes que Matty es… “especial”-ladeo la cabeza. Me cuesta admitirlo, pero lo cierto es que mi hijo ha heredado las mismas excentricidades que su padre-. Es un niño solitario, Bear, tímido, introvertido. Ya lo has visto en el jardín de infancia.

-Quizás, si le educásemos en casa…

- ¿Otra vez con esas? No, Bear, no voy a educar a Matty en casa ni vamos a mudarnos al bosque. A las afueras del pueblo estamos bien ¿y si le pasase algo al niño? Mira lo que pasó con tu madre… Solo somos dos, ¿cómo vamos a cultivar un huerto y a cazar, y a construir una casa con un niño tan pequeño? ¿Y quieres tener otro?

- ¿Estáis discutiendo?

Me vuelvo hacia esos enormes ojos azules: Matty me mira desde sus ochenta y cinco centímetros de altura. Es bastante pequeño para su edad: tiene el pelo rubio, tan claro que casi parece blanco y unos simpáticos tirabuzones desaliñados revoloteando entorno a sus regordetas mejillas rosadas. Lleva una camiseta roja con el dibujo de un dinosaurio verde, ahora estamos atravesando la fase de obsesión con los dinosaurios.

Bear se agacha a su altura y le pone la mano en el hombro, paternal.

-Tengo malas noticias, campeón. A las chicas les han cancelado el vuelo por una tormenta. No van a poder venir por tu cumpleaños, pero mira, te han enviado un vídeo.

Bear se saca el teléfono móvil del bolsillo y se lo da a Matty, que lo sujeta con sus manitas regordetas: en la pantalla, una imagen congelada de sus tías: Birdy y Rainy. Le da al play. Hace viento y el sonido se entrecorta, el pelo de las chicas se agita salvaje frente a su rostro. Justo detrás, un paisaje verde:

¡Feliz cumpleaños Matty! -gritan al unísono.

Te echamos mucho de menos, a ti, a Ayla y a Bear. -dice Birdy

Esperamos que podáis venir en Navidad y así estar todos juntos. Los abuelos están deseando ver todo lo que has crecido- explica Rainy

Mr. Cupcake se une al vídeo entre brincos y ladridos. Las chicas le rascan el cuello.

Sentimos no haber podido ir, pero mira que regalo te hemos comprado -Rainy muestra una camiseta con osos estampados. Matty, al otro lado de la cámara, frunce el ceño. La etapa de los osos ya la pasamos hace unos meses- te lo daremos cuanto antes, aunque con lo rápido que creces quizás que ya no te entre cuando nos veamos.

Lanzan besos al aire:

Te queremos mucho, Matty. Feliz cumpleaños. ¡Adiós!

Matty devuelve al teléfono a Bear, indiferente.

-Después enviaremos un vídeo de agradecimiento, ¿está bien? -el niño se encoge de hombros- y llamaremos a los abuelos.

Matty empieza a comer sus tortitas, ignorando completamente mis comentarios.

“A ver quien aguanta a este cuando tenga quince años”.

Mi teléfono vibra, una notificación de Instagram: mi hermana Lía ha subido una foto de Matty, es una foto antigua, de cuando era un bebé (apenas ha visto al niño dos veces en su vida), no se le ve la cara, tengo prohibido que muestre al niño en Redes Sociales:

“Feliz cumpleaños a mi sobrino favorito. Te quiero 3000. #mattycumple3 #felizcumpleaños #nephew #amorincondicional”.

Sonrío ante la hipocresía de Lía. Ya estoy acostumbrada a sus tonterías, aunque tendría que empezar a madurar y prefiero ignorar el comentario.

- ¿Está bueno el desayuno, campeón? -Matty asiente con la cabeza, sin apartar la vista de las tortitas. Bear se sienta a su lado y le arregla un rubio rizo rebelde.

-Prefiero los huevos extremos.

Bear me mira y sonríe. Yo pongo los ojos en blanco:

“Sí, esta vez has ganado tú”.

- ¿Qué te parece si ahora nos vamos un ratito al jardín de infancia mientras mamá prepara tu fiesta de cumpleaños? Es una lástima que Birdy y Rain no puedan venir-no exageres Bear, tampoco las ve tanto- pero sí que vendrá la tía Alba, ¿estás contento?

A Matty no le gusta mucho el jardín de infancia. Es bastante tímido e introvertido, me cuesta admitirlo, pero tiene las mismas manías y excentricidades que su padre. Mientras los otros niños golpean balones o saltan a la comba, Matty construye barcas con ramas y hojas, y se enfada de veras si se lo desmontas. Por el momento, el jardín de infancia es la única solución que Bear y yo hemos hallado: no tenemos la estabilidad ni los recursos humanos para alejarnos de la civilización, como a él le hubiera gustado, y tenemos que trabajar para alimentar y vestir a nuestro niño.

Hace ya tres años, cuando me quedé embarazada, que la familia Brown (o lo que queda de ella) se trasladó a una gran finca en Oregón: las chicas Billy y Ami. Noah, su esposa Rhain y su pequeño Elijah viven en una cabaña en la misma finca. Al igual que Gabe y su mujer. Bam se ha trasladado a la costa este, y por lo que se, apenas habla con sus padres y sus hermanos. Billy y Ami insisten en que nos traslademos a Oregón, en Alaska estamos muy solos, sé que a Bear le encantaría estar más cerca de su familia. Les entiendo, quieren tener cerca a Matty, al fin y al cabo, es todo lo que les queda de su primogénito, pero hace mucho tiempo que juré que, si algún día tenía un hijo, iba a criarlo en Alaska, con su pureza y su indómita forma de ser: única, salvaje. Pura. No iba a permitir que la hipocresía y la contaminación del mundo exterior dañasen a Matty, como mi familia hizo conmigo. Y Bear me apoya en esa decisión.

*             *             *

En la mesa de picnic del jardín he extendido unos manteles de cuadros rojos y blancos, y he preparado (comprado en el súper) una tarta de tres chocolates en eso sí que Matty se parece a mí. Hay zumos de distintos sabores: naranja, uva, melocotón y piña. Es por la tarde y el sol empieza a ponerse, levantando con sus últimos rayos una fresca brisa de primavera. Sobre el mar oscuro se reflejan lenguas de fuego naranja que rompen con la tranquilidad del añil.

Me he vestido con vaqueros y botas y un grueso anorak blanco. Mi pelo castaño claro (perdí el rubio tras nacer Matty), revolotea suelto en ondas alrededor de mi cabeza.

Alba ha venido con Brendon, al que sigue presentando como “su amigo” a pesar de llevar ya más de dos años juntos. Viste con vaqueros, un grueso abrigo blanco con capucha forrada y un gorro de lana hundido hasta las orejas. Brendon es un chico alto y delgado, de pelo negro que lleva recortado en forma de tupé. Ojos negros como el infierno y labios gruesos: es guapo, ¿para que negarlo? Va vestido con unos pantalones negros y estrechos y un anorak añil que le llega hasta las rodillas.

Creo que Alba piensa como yo: los hermanos Brown dejan una huella muy profunda allí por donde pasan. Brendon nunca ascenderá a “novio” mientras la astilla de Gabe siga allí, clavada en lo más profundo de su ser. Pinchándole cada vez que respira, del mismo modo que Bear nunca podrá ser Matt, porque siempre será Matt, da igual que ya haya pasado más tiempo con él que con Matt, y aunque lo que nos hizo fue lo más horrible que podría hacerse a una mujer y a su hijo. Bear nunca será “él”, porque siempre estará Matt. Podrán ser cientos, pero serán cientos y Matt. Cientos y tú.

Nos sentamos en la mesa y enciendo las velas, con cuidado de que el viento no las apague. Llamo a Matty, está jugando en la orilla del agua con Argos. Bear se pelea con las video llamadas de su teléfono móvil para intentar hablar con sus padres. La cobertura no es demasiado buena, y los rostros desfigurados de Billy y Ami Brown aparecen en la pequeña pantalla.

- ¡Maty! - le llamo- Ven a apagar las velas. Corre que están los abuelos al teléfono.

-No quiero hablar con ellos.

-Lo siento -se disculpa Bear-. Está en la fase de odiar a todo el mundo.

No es una fase Bear, es su carácter, le cuesta mostrar gestos de cariño y tienes que aprender a quererlo tal y como es.

- ¡Matthew Hurst-Brown! He dicho que vengas inmediatamente o la tía Alba se llevará todos tus regalos de cumpleaños a Nueva York.

-Oye, -protesta ella- no me dejes a mí como la mala de la película, con lo poco que lo veo y encima me va a odiar.

Matty obedece a regañadientes y se acerca a la mesa para soplar las velas. Me mira con esos enormes ojos azules y me sonríe con inocencia para evitar la regañina. Para ser un niño, Matty sonríe poco, en eso me recuerda a mí, y me asusta. Pero cuando lo hace, cuando ríe… ¡Es tan Matt! Esa risa tan pura y fresca, única, incluso le aparecen los mismos hoyuelos en las mejillas. Se me escapa una sonrisa, e, inconscientemente, juego con mi colgante: un anillo plateado con brillantes verdes. Me agacho para llegar a la altura del niño, con un pañuelo de papel en la mano:

- ¡Pero mira como te has puesto de jugar en el barro! A ver, enséñame las manos. No puedes comer pastel con esas manos tan sucias- se las limpio.

Sus manitas huelen a tierra húmeda.

Aprovecho también para ponerle el anorak y un gorro de lana amarillo. Las primaveras en Alaska son tan gélidas como los inviernos. Lo subo sobre mis rodillas y le cantamos el cumpleaños el feliz: Bear, Alba, Brendon, sus abuelos (vía telefónica) y yo. Las llamas se reflejan en sus ojitos azules, leo la felicidad en sus mejillas sonrojadas.

“Matty, si tú eres feliz, yo soy feliz”.

Le doy un beso en la cabecita.

- ¡Ha llegado la hora de los regalos! -grita Alba entusiasmada.

Matty abre el paquete envuelto en lazos azules destripando el papel, dentro de la caja hay unos pantalones gruesos, unas botas marrones y una sudadera verde militar con un dinosaurio estampado, un T-Rex. Leo la expresión en la cara de Matty, como a cualquier niño, no le entusiasma que le regalen ropa por su cumpleaños, aunque en el fondo, Alba sabe que la necesitamos: crece tan rápido que no damos abasto para comprar ropa. Se lo agradezco con la mirada.

- ¡Pero no pongas esa cara, campeón! -añade Brendon, que es un tipo de lo más simpático- ¡Qué también te hemos traído… esto!

Los ojos de Matty se iluminan cuando ve el enorme libro sobre dinosaurios que le muestra Brendon. Una enorme sonrisa le atraviesa la cara. Apenas puede sujetar el enorme libro entre sus manitas de bebé.

- Pero si todavía no sabe leer. -sonríe Bear.

-Pero mamá, puede ayudarme, ¿verdad? – me mira con sus enormes ojos azules. Asiento con la cabeza.

-En eso es completamente Ayla. En su amor por los libros. -ríe Alba.

Pongo los ojos en blanco. Es el turno de Billy y Ami, que, como todos los abuelos que ven poco a sus nietos, lo agobian a preguntas:

- ¿Qué tal en el jardín de infancia, Matty? ¿Te ha llevado ya Bear a pescar cangrejos? Nosotros les llevábamos mucho cuando era niño ¿No te sientes muy solo allí en Alaska? ¿Por qué no le pides a mamá un hermanito para jugar? ¿No te gustaría venir más a Oregón a ver a los abuelos? ¡Así podrías jugar con tus primos!

Matty las ignora todas, está demasiado ocupado hojeando las ilustraciones de dinosaurios del libro que le ha regalado Brendon. De repente, lo cierra y se vuelve hacia mí:

- ¿Puedo ir a jugar con Argos?

Leo la mueca de tristeza en los envejecidos rostros de sus abuelos. Solo han pasado tres años, pero el matrimonio Brown ha envejecido como una década.

-Primero despídete de los abuelos. Venga, mándales un beso y dales las gracias.

Matty suspira resignado y les manda un beso a través de la pantalla. Cojo el teléfono de sus manitas.

-Disculpad. Está nervioso por el cumpleaños y los regalos.

-No te preocupes, Ayla. Todos sabemos como es Matty. -responde Billy.

Es como Matt.

- ¡Qué grande está y qué ganas tengo de verle! -murmura Ami aguantándose las lágrimas. Ami siempre tan sentimental- ¿Cuándo podréis venir?

Miro a Bear, buscando su ayuda. Él se ríe y me coge el móvil de las manos.

-Pronto mamá, pronto. Te lo prometo, pero es complicado: está el trabajo de Ayla y Matty es muy pequeño para un viaje de avión tan largo…


Mientras Bear se despide de sus padres, busco a Alba juntas vemos como Matty sale corriendo con un palo en la mano, Argos va tras él, brincando entusiasmado, ambos se paran en la orilla del mar. A Matty le encanta jugar allí, y ver los barcos y las marsopas surcar las negras aguas del fiordo. Es su lugar favorito en el mundo: el mar. Vamos tras él y le observamos en la distancia para no entorpecer sus juegos. Está en su mundo, con sus descabelladas ideas y sus locos planes. No hay nada más puro e inocente que la risa de un niño cuando juega con su perro.

- ¡Matty! Ten cuidado con eso. - le grito como la madre histérica que soy.

-Ayla, déjalo que se divierta un rato. No se va a sacar un ojo.

El niño lanza un trozo de madera y el labrador corre a buscarlo, agitando la cola. La brisa nos sacude el cabello, la tarde en Alaska es muy fría, me cruzo de brazos y me sacudo los hombros. Miro a mi amiga, tanto tiempo fuera del país la ha desaclimatado, tiene las mejillas sonrosadas, los labios cortados y los ojos llorosos tras las gafas. Se ajusta el gorro a la cabeza, para cubrirse bien las orejas. El largo pelo negro bailándole alrededor del rostro:

-Gracias por haber venido desde Nueva York, Alba. Sé que el trabajo de Brendon no siempre lo permite.

Brendon trabaja en una importante discográfica como productor musical. Alba encontró un trabajo como camarera en su edificio.

- ¿Crees que me perdería el cumpleaños de mi sobrino favorito? -responde mirándolo con una sonrisa de oreja a oreja-. Hay que ver como crecen, no imaginaba que estuviese ya tan grande- sonrío nostálgica- parece que fue ayer que apenas abría los ojitos y levantaba la cabecita para mirarnos. Y ahora míralo, tiene esos ojazos de…

Alba calla de repente y me mira asustada, con los ojos casi fuera de las cuencas.

-Lo siento Ayla, no era mi intención.

Fuerzo una media sonrisa:

-Se parece mucho a él, lo sé -me cuesta incluso pronunciar su nombre. Jugueteó con mi colgante- tiene sus ojos, sus rasgos, su pelo… incluso los mismos gestos. A veces me asusta que… que herede su carácter, su forma de ser. Ese escepticismo y esa desconfianza fue lo que apartaron a Matt de mí.

-Pero también fue lo que hizo que te enamoraras de él…

La fulmino con la mirada.

- ¿Y qué me dices de Bear? -me vuelvo para verle charlar animadamente con Brendon, mientras ambos devoran los restos de tarta de chocolate- ¿No os animáis a tener otro?

Pongo los ojos en blanco.

- ¿Por qué todos me salís con esa? ¿Es que tengo que parir yo los hijos de los cinco hermanos Brown? ¡Podría hablar de Brendon y de ti! ¿Cuándo vais a ‘dar el paso’ y a pasar por el altar? lleváis más de dos años juntos.

Ahora es su mirada la que se ensombrece.

-No he querido decir esto Alba…

- ¿Fuisteis a la boda? -me pregunta. Yo trago saliva.

-Sí, - aparto la mirada-Matty y su primo Elijah llevaron los anillos. Creo que esperan un bebé para otoño. Alba, yo lo siento, Gabe es hermano de Bear y querían que Matty estuviese presente, es lo único que les queda de Matt… Nadie sabe nada de él desde hace que se marchó.

-No, tranquila, si lo entiendo. Me alegra que sea feliz. -leo sus ojos.

La ruptura de Gabey y de Alba fue tan dramática como la nuestra. Pero Alba no es como yo: no es rencorosa, ni vengativa y de verdad que le desea la felicidad a Gabe y a su esposa. Si fuese por mí le hubiese partido los dientes a puñetazos. A Alba todavía le queda la espinita de Gabe clavada en el corazón, y hasta que no se la saque, no será capaz de dar el paso con Brendon. Me vuelvo ligeramente hacia él, fijándome en sus pantalones estrechos y su marcado trasero:

-Si te soy sincera, creo que has mejorado mucho respecto al anterior.

Me da un codazo y pone los ojos en blanco. Ambas nos reímos como en los viejos tiempos. Me vibra el teléfono móvil. Es un mensaje de un número que no tengo registrado. Frunzo el ceño.

No has cambiado. Incluso sigues viviendo en la misma casa.

¿Quién eres? -escribo mirando a mi alrededor.

Mis instintos de madre osa se alteran, veo a Matty jugar cerca de la orilla del mar. Le grito. Le cuesta obedecer, pero acaba cediendo y corre hacia mí. El corazón empieza a latirme muy deprisa. Otro mensaje:

Date la vuelta.

Alba me mira asustada, ha leído el tono de pánico en mi voz:

-Ayla, ¿qué pasa?

La miro, pálida como un fantasma, escucho la voz de Bear gritándome a mis espaldas. Hiperventilo.

-Ayla, tienes que ver esto.

Me agacho a la altura de Matty. El corazón me late tan de prisa que va a salírseme del pecho.

-Quédate aquí con Alba.

- ¡Mamá!

-No repliques, Matty.

Mi regañina hace que le tiemblen los labios, pero ahora no puedo quedarme a explicárselo. Al final de la cuesta, junto al camino que lleva a la cabaña, hay aparcado un viejo automóvil: un Lincoln Continental Mark V dorado, con focos retráctiles. Me acerco hacia Bear y le pongo la mano en el hombro, con cariño:

-Déjame hablar a mí primero. -le suplico.

-Ayla, no puedes pedirme eso. Han pasado tres años… él es mi…

-Lo sé, Bear. Lo sé -le aprieto el hombro con fuerza, clavándole los dedos en la piel desnuda y pálida-. Pero también es el padre de mi hijo. Ei… mírame… -sus pequeños y profundos ojos, esos que me enamoraron hace tantos años, se clavan en los míos- Esto no cambia nada entre nosotros, ¿de acuerdo? Dijiste que estarías para lo que necesitase, ahora te necesito más que nunca- le tomo las manos, gélidas y ásperas por los más de treinta años de trabajo físico- No voy a poder superar esto sin ti, Bear- me mira- Ve con Matty.

Bear asiente con la cabeza y desciende la colina. Le veo llegar hasta el niño, le revuelve el pelo y lo coge en brazos, apoyándolo sobre la cadera. Me tiembla todo el cuerpo. Voy a vomitar el corazón por los nervios. El latido me retumba en la cabeza.

Viste como siempre: pantalón vaquero desgastado, camiseta de tirantes gris y un abrigo viejo y desgastado. Collares y amuletos cuelgan de su cuello y anillos en los dedos. Se quita el sombrero y lo guarda en el coche. Los años le han tratado mal: ahora lleva el pelo corto y ha perdido brillo, cuando le conocí tenía unos graciosos tirabuzones bailoteando alrededor de su rostro que resplandecían como la plata: ahora, su pelo es del color de la ceniza salpicado de canas blancas. La piel curtida por el trabajo ha desaparecido, y tiene más arrugas alrededor de los ojos, el azul de sus irises, aquel precioso tono azul que ha heredado Matty, se ha apagado. Los labios llenos de costras y un cigarrito encendido entre las uñas sucias, aunque va perfectamente afeitado. Ha perdido forma física, está mucho más delgado, los brazos enclenques y los hombros caídos, no obstante, tiene más barriga. Me espera con la espalda encorvada y las piernas arqueadas. Sujeta algo en su mano, cuando llego a su altura, con lágrimas en los ojos, veo que se trata de un muñeco de dinosaurio. Me armo de valor, ya no soy la niña asustada que había abandonado tres años atrás. Cojo aire y me obligo a contener el llanto y las ganas de matarlo.

Por Matty-me digo.

-Matt.

-Ayla. Ha pasado mucho tiempo…

-Tres años. -respondo.

Nos quedamos en silencio. Mirándonos perplejos el uno al otro. Sin saber qué decir. Sin saber qué hacer. Matt fuma. Han pasado tres años. Tres largos años. Me fijo en el peluche de brontosaurus que lleva en la mano:

- ¿Cómo sabías que le gustaban los dinosaurios? -el peluche es de color rosa, con el cuello alargado y los ojos de cristal.

Matt mira el juguete:

-Porque era lo que me gustaba a mí cuando tenía su edad. ¿Me dejas dárselo?

Otra coincidencia entre ambos.

Niego con la cabeza y me cruzo de brazos.

-Hasta hoy lo único que sabías de él es su edad -Matt baja la mirada, avergonzado, pero ¿arrepentido? -Te largaste minutos antes de que me practicasen la cesárea, aquella madrugada del cinco de mayo, ¿lo recuerdas? Desapareciste sin dejar rastro la noche que nació tu hijo -me rio en señal de desprecio- La tormenta, la ambulancia… Ni siquiera sabes su nombre.

Matt se encoge de hombros. Estoy demasiado enfadada con él como para leer la tristeza de su mirada:

-Pensaba que siendo tú quien eres-juguetea con la tierra y la punta de su zapato. Las mejillas encendidas por el bochorno- sabría cosas de vosotros por la prensa. Pero decidiste quedarte aquí, en Alaska, alejada de todo y de todos, ¿qué pasó con la editorial?

-Vendí la empresa. Te dije que si iba a tener un hijo iba a criarlo en Alaska, quizás no de la forma que a ti te hubiera gustado, pero voy a criarlo aquí, Matt. -cada vez me resulta más complicado hablar- Ahora trabajo de escritora freelance, escribo artículos para varias revistas locales- me vuelvo hacia el grupo, Bear se ha llevado a Matty hasta la orilla del mar y juntos tiran piedras a las oscuras aguas, viendo como rebotan entre las crestas de espuma. El perro juega a su alrededor- Bear trabaja de vez en cuando en la construcción, me ayuda muchísimo con el niño. Le adora.

Matt frunce el ceño:

-Sigues con Bear. -su tono de voz, despectivo, no me hace ni pizca de gracia- ¿Estáis… juntos? -pregunta con miedo de conocer la respuesta.

Su interrogatorio me ofende, me juzga por haber rehecho mi vida con su hermano tras su abandono.

-Ha estado conmigo desde el primer minuto de vida del niño. De su sobrino, sangre de su sangre. Sin él no sé que hubiera sido de nosotros. Le quiero Matt. Y tu hijo también.

-Cree… -duda- ¿Le has dicho que Bear es su padre?

Le miro acusándolo.

-Jamás le diría eso, ¿por quién me tomas? -el colgante de mi cuello me arde en el pecho- De todos modos, todavía es demasiado pequeño para comprender estas cosas -respiro profundamente y me vuelvo violenta hacia él- ¿A qué has venido Matt? ¿Por qué preocuparte por él tras tantos años?

Apaga el cigarrillo contra la suela de su zapato. Va a tirarlo al suelo. Ha cambiado mucho, el antiguo Matt no ensuciaría así la naturaleza. Ve mi mirada de desaprobación y se mete la colilla en el bolsillo de la chaqueta. Se aclara la voz:

-Me he reformado Ayla- no creo sus palabras, eso mismo me había prometido las dos veces anteriores-. Ya no bebo ni apuesto, llevo más de dos años limpio. Estoy saliendo con alguien, -le miro con los ojos muy abiertos, incrédula- vamos en serio, llevamos juntos casi dos años: se llama Kathya, es abogada en California y tiene un hijo, Viktor, acaba de cumplir doce años. Es un niño maravilloso. Están aquí, en Hoonah, -Matt habla con un hilillo de voz- quieren conocerte, bueno, a ti y a…

“Se te tendría que caer la cara de vergüenza, Matthew Brown”.

Alza la vista para mirar al niño. Suspiro profundamente, al borde del llanto. Durante estos años Matt ha estado criando al hijo de otra persona, a un niño que ni siquiera es suyo, ignorando al hijo de su sangre. Nos abandonó… Me cruzo los brazos para disimular la impotencia que siento y los incontables escalofríos que me recorren el cuerpo.

Por él. -me repito.

-Matty -casi se le salen los ojos de las cuencas por la sorpresa, no se lo cree- se llama Matthew.

Balbucea, no le salen las palabras de la boca. Me habla con miedo, inseguro. No es la primera vez que le digo que quería ponerle su nombre a nuestro hijo.

-Creí que… si era niño… íbamos a llamarle Adam, por el protagonista de 7 Novias para 7 hermanos.

Es la película favorita de Matt. Me encojo de hombros:

-Tú lo has dicho, íbamos, los dos, pero cuando te marchaste, creí que no volvería a verte, quería algo tuyo. Así que le llamé Matthew, Matthew William Stormborn Hurst-Brown.

-William por mi padre, -sonríe nostálgico, es la primera vez que lo veo sonreír desde que ha llegado, una verdadera lástima, tiene una de las sonrisas más bonitas que he visto jamás. Esa sonrisa, esa maravillosa, pura e irresistible sonrisa- y Stormborn…

-Nacido de la tormenta, fue idea de Bear, por la noche en la que nació… La tormenta que cayó fue una de las más fuertes que se recuerdan en esta región de Alaska.

Matt se cruza de brazos y arruga la frente. Las cejas despeinadas y canosas sobre los ojos apagados.

-Bear ha colaborado en la elección de nombre de mi hijo.

-Bear ha ejercido de padre más que tú. -le escupo con desprecio. Mi saliva salpica la vieja chaqueta marrón, me parece increíble que todavía conserve esa vieja chaqueta descolorida.

A Matt no le gusta el tono de voz con el que le he hablado. Lo leo en sus ojos, le conozco demasiado bien como para leerlo. Los recuerdos, el miedo, el dolor me vienen a la mente e instintivamente retrocedo un paso hacia atrás. Matt lee mis gestos y frunce el ceño. Busco a Matty con la mirada para ver como se encuentra. Sigue jugando con Bear, que no nos quita el ojo de encima. Matt se enciende otro cigarrillo durante el largo e incómodo silencio:

-Yo también ejerzo de padre -me responde alzando levemente el tono. Bear se vuelve hacia nosotros. Se acerca- Viktor y yo… -calla de repente al ver mi rostro, y el de su hermano que me rodea protector con el brazo.

Veo la cara de Bear, la mandíbula contraída por la tensión. Tiene una cicatriz en la ceja, cicatriz que le había dejado Matt en una pelea.

-Hermano, ¿cómo estás? -le saluda con amabilidad.

Pero Bear solo gruñe. Matt intenta conducir la conversación hacia otro lado:

-Es una lástima que hayas dejado de escribir, se te daba bien.

-Ahora tengo una familia que mantener. -me cruzo de brazos.

Bear no dice nada, sabe que si abre la boca no podrá parar. Está realizando un esfuerzo sobrehumano por contenerse, a pesar de su impredecible e indomable carácter. Aprieta con tanta fuerza los puños que le resbala una gota de sudor entre los dedos. Si pudiese, agarraría a Matt por los hombros y le zurraría hasta dejarle sin dientes. Ha hecho demasiado daño a la familia como para que unas simples palabras y un dinosaurio de juguete basten para perdonarle. Matt hurga en el interior de su chaqueta y extrae un sobre de papel, arrugado. Me lo tiende, en su interior hay unos cien dólares en billetes. Matt apura el cigarro, lo apaga y mete los dedos en los bolsillos de los vaqueros. Es incapaz de mirarnos a los ojos. Reconozco su mirada congestionada y sus mejillas rosas sobre su piel clara.

-Sé que no compensa los tres años que lleváis criando a Matty, pero quiero ayudar…

Entonces no haber desaparecido durante tres años para reaparecer cuando a ti te da la gana y arruinarlo todo.

Bear, despectivo, me arranca el sobre de las manos y lo estampa contra el pecho de Matt. La brisa le agita el cabello dorado. Nunca había visto a Bear tan serio… esa mirada tan salvaje, lobuna… tan de Matt. Un escalofrío me recorre la columna vertebral y me estremezco entre los brazos de Bear.

-No queremos tu dinero. Nos ha ido bien sin él.

Él me mira a mí.

-Ayla, -me suplica, pero yo le mantengo la mirada firme, sin decir nada- sé que lo que hizo fue horrible, pero era lo mejor para vosotros… Tenerme cerca en esos momentos, podría haber sido peligroso para ti y para Matty.

No escucho su disculpa y apoyo la propuesta de Bear. Nos ha ido bien sin él hasta ahora. Matt nos mira desesperado, su rostro se congestiona. Ese maldito gesto es su manera de expresar la frustración y la desesperación. Matty hace lo mismo cuando no le sale algo a la primera.

-Al menos déjame darle su regalo de cumpleaños. Ayla, por favor… Hemos venido de California hasta aquí para conocerlo.

Siento como el llanto me devora por dentro, como un demonio luchando contra una enorme puerta de hierro. Quiero gritarle, empujarle y golpearle, preguntarle por qué nos dejó, por qué nunca supimos nada de él. ¿Por qué me abandonó tras convencerme de tener al niño? Yo era tan joven… y él tan idiota. Una fría lágrima me recorre la mejilla:

-Pero solo un momento.

Bear se vuelve hacia mi, sorprendido por mi respuesta, pero no me cuestiona. al menos no delante de Matt. Llamó a Matty, viene de la mano de Alba.

-Me alegro de verte, Alba. Estás muy guapa -dice Matt con gesto gentil, pero ella le gira la cara, fría como un témpano.

Me agacho a la altura de Matty, intento soportar las ganas de llorar y no me queda otro remedio que enjuagarme la cara con el reverso de la mano. Tenerlos juntos, uno al lado del otro es a la vez un sueño y una pesadilla. Son una copia exacta el uno del otro, Matty tiene los mismos ojos que Matt, el mismo pelo, los mismos rasgos… Matt se lleva la mano al pecho, conteniendo la emoción, veo un ligero temblor en sus manos y sus ojos azules se vuelven líquidos. Está nervioso:

-Qué bonito es. -suspira con un hilillo de voz.

-Mami, ¿estás bien? -pregunta Matty.

-Si cariño, es que estoy muy feliz de verte crecer y de que hoy sea tu cumpleaños. Mira, te presento a Matt, él es… -trago saliva- es un amigo de mamá.

Matt también se agacha, le acaricia la mejilla con los dedos, sonriéndole. Esa sonrisa, esos labios hacen que se me caiga el alma al suelo. Matty se asusta, tímido, y se pega contra mi pecho.

- ¿Cómo estás campeón? Me han dicho que hoy es tu cumpleaños -mira su camiseta- Y que te encantan los dinosaurios.

Matt le muestra el peluche. Matty me mira confundido, pidiéndome permiso para coger el muñeco. Asiento débilmente con la cabeza. El niño coge el dinosaurio y lo examina con sus manitas: le da varias vueltas. Es muy suave al tacto, Matty lo frota contra su nariz con suavidad. El gesto nos derrite a todos. Miro a Matt, babea con los inocentes guiños del pequeño. Le acaricia los rizos rubios, el niño no le presta atención, está demasiado absorto trasteando su juguete nuevo:

-Es un niño muy especial -le explico a Matt- es cariñoso con los suyos, algo tímido, pero es muy inteligente y avispado.

Matt sonríe. El alma se me rompe en mil pedazos. Nunca lo he negado: Matt es y siempre será su padre. Un niño que nació de un amor infinito que se procesaban dos personas. Un amor precioso, que, aunque no ha sido eterno, no por eso resulta menos especial.

Lo hicimos bien Matt, lo hicimos de puta madre.

Una ráfaga de viento inesperado le revuelve los rizos del pelo al niño. Lo cojo en brazos, Matty, cansado, apoya la cabeza sobre mi hombro. Le froto la espalda con afecto.

-Vamos a irnos ya, hace frío, ¿a que si, ratoncito? ¿Le has dado las gracias a Matt por el reglo?

-Gracias Matt. -responde con su vocecita infantil exhausto.

Matt se ríe de nuevo. Los ojos llorosos y el rostro congestionado. Me vuelvo con intención de irme, pero Matt me agarra del brazo:

-Ayla, piénsatelo, por favor -esos ojos, esa boca, todo él. Me resulta tan complicado negarle nada-. Solo tomar un café, los seis. Tú y yo, Bear, Kathya y los niños. Por favor te lo pido- no respondo con palabras, pero Matt me conoce lo suficiente como para leer mis pensamientos- Estaremos aquí hasta el viernes. Si cambias de idea, llámame. Tienes mi número.

*        *       *

Levanto la vista del libro de Noah Gordon, cuando escucho a Bear entrar en la habitación: lleva una camiseta de tirantes negra, que se quita nada más entrar y un pantalón elástico azul. Los brazos musculados repletos de tatuajes: una cruz latina en un el brazo izquierdo y un alambre de espino envolviendo su bíceps derecho. Cierro el libro y me muerdo el labio mientras examino sus gráciles movimientos. La habitación está en penumbra, iluminada por la lamparita de noche, Bear se mueve ligero y ágil, como un bailarín del agua, distraído. Mi corazón se acelera y un pulso intermitente empieza a latir dentro de mí, cruzo las piernas

-Ya está roncando -me explica tranquilamente mientras se cepilla el pelo antes de meterse en la cama-. Sin duda ha sido un día muy intenso para él. Ya ha aprendido todo sobre los raptores y sobre los estegosaurios.

Presiono las sábanas con las uñas mientras se acerca a mí. Se sienta al borde de la cama, con sus profundos ojos azul oscuro mirándose las manos, inseguro, nervioso y desconfiado, Bear no sabe bien como abordar los temas relacionados con Matty:

-Ayla…

Tras el largo día y el inesperado encuentro con Matt, lo último que quiero hacer en ese momento es hablar. Miro a Bear. Una ráfaga de viento sacude el cedro que hay junto a la casa y las ramas repiquetean contra el cristal. Me abalanzo hacia él, como una loba hambrienta, y presiono mis labios contra los suyos, hasta conseguir introducir la lengua dentro de su boca: la cueva es cálida y húmeda y me recibe con afecto. Bear, aunque atónito en un primer momento ante mi impredecible respuesta, me recibe eufórico: sus fuertes brazos rodean mi cintura y me acomodan sobre su regazo. Su aroma masculino es tan fuerte, tan intenso, que me hace vibrar todo el cuerpo: tiene el mismo olor a cedro y a pino de siempre, húmedo y excitante. Presiono la cadera sobre su pelvis, a través del pantalón puedo sentir su virilidad hinchada y palpitante, anhelándome. Tiemblo al pensar en el placer que me va a proporcionar. Desliza mi camiseta de tirantes por encima de mi cabeza y la lanza al suelo. Lo agarro por las mejillas y lo vuelvo a besar, explorando cada rincón de su boca. Sus manos grandes me rodean la estrechez de la cintura y van en busca de mis pechos: los aprieta y los masajea. Hunde la cabeza entre ambos: mi respiración se acelera y su aroma masculino va a más: introduce un pezón en su boca, sujetándolo suavemente con los dientes y lo succiona con ansias. Repite el proceso en el otro pecho. Mi excitación va a más y delicadamente empujo mi cadera contra la suya. Alzo el mentón y rezo a los cielos. Él se muerde los labios para ahogar el gemido, que se transforma en un suave gruñido. Sus labios regresan a mi cuello, lo chupan y lo muerde, sus mechones de pelo rubio me acarician las mejillas.

-Ponte de pie. -le pido con la respiración agitada.

Bear obedece, me pongo a su altura y le observo: tiene la piel tan blanca que casi parece transparente. Su cuerpo es escultural, tallado en el más fino y puro mármol: los hombros anchos y los brazos fuertes y musculados, los pectorales pronunciados y los abdominales marcados. Mis ojos descienden hasta la entrepierna, hasta la pronunciación del cinturón de Adonis. A través del pantalón elástico puedo distinguir la forma hinchada de su órgano, y las salpicaduras que la excitación ha dejado en la tela. Mis mejillas se sonrojan, tras el cuerpo atlético de Bear estoy yo: con las caderas anchas y los pechos caídos por el embarazo. Flacidez y estrías en el estómago y la cicatriz de la cesárea que Bear dibuja con la yema de su áspero dedo. Avergonzada, cubro mi desnudez con los brazos.

-Ei, Ayla, no, no hagas eso- me aparta los brazos y me obliga a mirarle, sujetándome el mentón-. Eres perfecta.

Me esfuerzo a sonreír. Sus dedos me acarician el pelo hasta recorrer la punta de la trenza rubia, oscura y depositarla sobre mi hombro para que caiga sobre el pecho desnudo. Le beso en la boca. Mis labios recorren las mejillas, salpicadas de vello rubio hasta llegar a la oreja donde cuelgan tres aros plateados: La muerdo y él se estremece entre mis brazos. Mis besos húmedos descienden por su nuez hasta llegar a los pectorales, siento su respiración acelerada y su intenso aroma que me nubla los sentidos. Me arrodillo ante él. Bear cierra los ojos, dejando que su imaginación trabaje en las sensaciones de placer que voy a proporcionarle. Me acaricia el pelo con los ojos cerrados y el mentón alzado. Gime. Le beso la cintura y por encima de la ropa. Gruñe de placer, ansioso, sus dedos sobre mi pelo. Le quito la ropa, deslizándola por las caderas, su masculino aroma me atonta los sentidos e incrementa mis deseos y mis ansias por él. Me introduzco la punta en la boca, él tiembla, y avanzo lentamente hasta introducirme todo el miembro. Con cuidado, empuja mi cabeza contra su cadera. Me aparto y lamo la totalidad del tronco hasta los testículos. Primero uno y después el otro. Repito el proceso de introducirme de nuevo la totalidad de su órgano en la boca: palpita dentro de mí. Lo succiono, acompañando mis movimientos con la mano. Bear se deja llevar con esa intensidad que lo caracteriza, agitando las caderas entorno en torno a mí, enredando sus dedos en mi pelo, empujándome para llegar a lo más profundo, a su clímax de placer. Se contiene, conozco bien su lado salvaje e indomable, no tan indómito e incontrolable como el instinto de Matt, pero igual de intenso y brutal. Su disfrute me excita, siento la entrepierna húmeda y vibrando, le deseo, deseo sentirlo dentro de mí, en mis entrañas. Jadeo de anhelo. Me pongo en pie y termino de desnudarme. Bear abre mucho los ojos, tiene destellos blancos en la profundidad de sus pozos Se vuelve levemente hacia la mesita con intención de abrir el cajón donde están los preservativos. Le detengo:

-No…-me mira, me mira y me mira.

No respondo, mi gesto, mi expresión habla por mí. Él, indomable como solo Bear sabe serlo, me toma por la cintura y me alza sobre sus caderas. Me derrito entre sus brazos mientras siento como penetra lentamente. Gimo, gruñe. Mis formas se adaptan perfectamente a él, me contraigo cuando empieza a agitarse dentro de mí. Me abrazo a su cuello y me dejo llevar por sus embestidas, tan salvajes e intrépidas. Sus musculosos brazos me alzan en torno él, mis piernas envueltas en su cintura. Le miro a los ojos y le beso, contrae la mandíbula por el placer. Nos dejamos llevar. Gritamos, gritamos más y más. Olvidándome por completo que mi hijo duerme en la habitación de al lado, mis uñas se clavan en su espalda, no pienso en nada, me abruma el placer, solo la intensidad de sus embestidas. Me tumba en la cama, se agarra al cabezal y continua su danza ritual. Mis manos recorren su cuerpo: el pelo sedoso que se escurre entre mis dedos, la espalda ancha, las nalgas turgentes. Me contraigo de placer, un sonoro orgasmo fluye de mis labios cuando le siento derramarse en mi interior. Clavo con fuerza las uñas en su espalda y le encierro entre las piernas, con fuerza, aguardando para que me inunde hasta la última gota. Cierro los ojos y me quedo tumbada, agotada, con la frente perlada de sudor. Bear encima de mí, siento sus pulmones agitándose sobre mis costillas. Jadea, su pelo color oro líquido le cubre el rostro. Le acaricio con ternura:

Ojalá tenga ese pelo, del color del oro, y esos ojos, profundos como pozos.

-Ayla, -se aclara la voz, me intenta a mirar, pero no consigue sostenerme la mirada. Tomo su mano entre mis dedos- no estoy seguro de querer que Matt forme parte de la vida de Matty, nos ha ido bien sin él hasta hoy… él es tan pequeño, y tan feliz… temo que la aparición de Matt, le complique la vida.

Suspiro cansada y cierro los ojos. Bear tiene razón, he añorado a Matt desde el día en que se marchó, le echaba de menos cada vez que veía un gesto que Matty ha heredado de él. Pero le prefería en el anonimato, en la ignorancia, lejos de nosotros y de mi hijo. El anillo que cuelga de mi cuello me arde en el pecho.

-Lo sé, -le acaricio el rostro con ternura- pero Matt tiene razón: es su padre. Solo será un café Bear: quiere que su pareja y su hijastro le conozcan. Además, ellos se van a trasladar a California, apenas le verán. ¿Crees que permitiría que se llevasen a Matty? ¿Qué le apartasen de mí? ¿De nosotros? Confía en mí Bear, lo que hizo Matt fue horrible, impronunciable, no te estoy diciendo que lo perdone, no podré perdonarle jamás, pero tampoco puedo impedirle que vea a su hijo.

Desde esta página podéis acceder a todos los capítulos: Tierra Mojada una historia de Alaskan Bush People


NOTA DE LA AUTORA
Tierra Mojada ha vuelto, pero, ¿para quedarse? Siento mucho haber tardado tanto en continuar con esta historia que se que adoráis, pero tengo un buen motivo para hacerlo en poco más de un mes PUBLICO MI PRIMER LIBRO, sí sí, habéis leído bien. Un libro de verdad, en papel y que podréis adquirir en todas las partes del mundo. De momento hasta aquí puedo leer, pero prometo que muy pronto tendréis noticias mías.

Seguidme en mis Redes Sociales para no perderos nada de cuándo y cómo adquirir mi primer libro. Si me habéis seguido todo este tiempo y sois fans de Tierra Mojada os prometo que os encantará, pero tendréis que darle una oportunidad, de ello depende que siga o no con esta historia.


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Comentarios

  1. Bueno, bueno. Después de tanto tiempo me da por entrar a curiosear y veo que hay capítulo nuevo. ¡Muero de ganas por ver si continúa y cómo lo hace! ¡Y enhorabuena por tu libro!

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    1. ¡Me alegra que te haya gustado el capítulo! Aquí te dejo un enlace donde puedes leer gratuitamente las primeras páginas de mi libro. Si te gusta Tierra Mojada seguro que te acabará encantando.

      https://drive.google.com/file/d/1YSpFeUp2oXG-YzXbGfKxrHu5r_ZsPL8T/view?usp=sharing

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