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Reencuentros

-Me alegro de verte Ayla, o debería decir Ayden... -dijo el hombre pequeño y rubio de alegres ojos azules.

-Iolaus...-susurré yo anonadada por la sorpresa.

-Ha pasado mucho tiempo des de que nos dejaste y comenzaste una nueva vida sin nosotros...- Iolaus se sentó en una piedra dándome la espalda, nos encontrábamos en una cueva, en penumbra, donde mis hermanos habían establecido el campamento, había esperado el momento adecuado a que me quedase sola, y entonces había aparecido por la abertura entre las rocas. Comenzó a hablar en voz alta, como si hablase para si mismo, ignorándome, pero a la vez, haciéndome sentir muy culpable- ¿Sabes una cosa? Él no ha dejado de preguntar por ti, era muy pequeño cuando lo dejaste, pero siempre ha sido un chico muy espabilado. Suele hablar a los otros niños de ti: de que eres muy hermosa, y muy fuerte, y de que te marchaste para salvar el mundo.

Había cambiado, ya no vestía con cu chaleco de guerrero ni llevaba la espada colgada al cinto, lo había sustituido por una camisa azul más formal. Ya no llevaba el cabello largo y alborotado, sino que bien cortado a la altura de las orejas, y peinado hacia atrás.

-Parece que él lo entendió mejor que tú...- me acerqué a él y le acaricié el hombro suavemente, tomé asiento a su lado, él miró al suelo, escondiendo su lágrimas de mi, evitando mirarme a los ojos- La noche antes de macharme fui a su habitación a despedirme, pensé que estaría dormido, pero no, y con sus tiernos ojitos llenos de lágrimas me suplicó que me quedase... Le conté que si me quedaba, ambos estaríais en peligro y le prometí que cuando todo estuviese arreglado, volvería con él...

Iolaus (Michael Hurst) es el primer amor de Ayla
y el padre de su único hijo, a los que abandona
para buscar a sus hermanos
-Pero no lo hiciste...- Iolaus levantó el rostro y me miró a los ojos. Era tan alegre y tan simpático que cuando estaba triste se le notaba en seguida. Habían pasado muchos años y él no había cambiado nada, pero yo si, ya no era la misma...- Te dábamos por muerta Ayla, no sabía como decirle a Iolaus que su madre no iba a volver, pero entonces escuché que una guerrera rubia, con arco y flechas andaba por la zona, al parecer buscando a un príncipe desaparecido. Pensé: "no puede ser, debe de ser ella, ha vuelto, ha vuelto por nosotros" me recreé en falsas ilusiones, pensando que todo volvería a ser como antes, y que estaríamos tu, yo y Iolaus juntos de nuevo, y cuando llegué, ¿qué me encuentro? Me encuentro a la mujer de mi vida, a la madre de mi precioso hijo, en los brazos de otro hombre... -miré mis zapatos, estaba muy avergonzada, Iolaus tenía razón, no había sido una buena madre con nuestro hijo ni una buena esposa para él, se merecía algo mejor-¿Te marchaste por él, cierto?

Tenía los ojos empapados en lágrimas cuando fui a responderlo. A pesar de todo, sabía que Iolaus me seguía queriendo, lo notaba en la forma en la que me miraba, y en como al verme tan devastada sujetaba mis manos entre las suyas...

-No me marché por Cas, él solo me dio el empujón que me faltaba para hacerlo- Tenía dieciséis años y un niño pequeño a mi cargo, no estaba preparada. Y luego estabas tú, te veía desolado, triste, tus ojos habían perdido ese brillo tan intenso, esa alegría que desprendían y que me hizo enamorarme de ti... No dudo en que no adores a nuestro hijo Iolaus, pero no estabas preparado para ser padre, no te gustaba tenerte que pasar el día en la fragua, sin poder recorrer aventuras por tener que alimentar a tu familia. Pensé que si me marchaba, tú acabarías haciendo lo mismo. Iolaus estaría bien con mi madre, ella me crió sola y jamás me faltó de nada, y tú podrías irte de viaje con Hércules o con Autolycus. Conocerías a todas las mujeres que te apeteciera, mujeres hermosas, inteligentes y guerreras... y a lo mejor, en unos años, podrías encontrar a la mujer perfecta para cuidar de ti, y de tu hijo...

Acercó su rostro al mío, éra todo un casanova, y no había mujer que se le resistiese. Ambos mantuvimos los ojos cerrados, me acarició la mejilla y me besó en los labios suavemente.

-Yo ya había encontrado a la mujer perfecta.- le besé de nuevo. Me hizo sentir joven otra vez, capaz de comerme el mundo. Él era el padre de mi hijo, mi primer amor. No había estado con nadie desde que me marché, me había sido fiel durante todos aquellos años, y yo, en cambio, me había acostado con el primero de cambio. Me aparté de él, al fin y al cabo, yo estaba con Cas y le amaba, pero Iolaus... me había dado tanto, un sentimiento empezaba a florar en mi, estaba claro que él seguía enamorado de mi ¿Pero y yo de él? ¿Y si Cas solo era una excusa para olvidarme del padre de mi hijo? En ese momento caí... ¡Mi hijo!- ¿Estás bien, Ayla?- me miró preocupado.

-Quiero verle Iolaus, quiero ver a mi hijo...-pronuncié muy seria

-No creo que sea muy buena idea, apenas te conoce, solo tiene...

-Tiene seis años. Recuerdo perfectamente la edad que tiene mi hijo, el día que nació. Cada noche sueño con él, con su cabellera rubia con rizos y sus redondos ojos verdes. Su maravillosa sonrisa y como alargaba sus bracitos hacia mi, llamándome "mamá". Le echo mucho de menos, y quiero verlo. Quiero ver a mi hijo, Iolaus...

Iolaus aceptó no demasiado convencido. Pero necesitaba ver a mi hijo... Me condujo a pie hacia la aldea. Todo aquello me llenaba de tristes recuerdos de infancia, las casitas de madera y piedra, los corrales donde cuidábamos a los animales, el olor de las tiendas del mercado, el edificio alargado que albergaba la academia. Era el lugar donde me crié, después de que mi verdadera familia me
abandonase y me adoptase una mujer viuda a la cual le debo la vida y todo lo que soy ahora, y que tristemente falleció el año pasado. Las casas, los caminos, todo seguía igual, pasamos por delante de la academia, donde había un grupo de niñitas riendo mientras miraban como los jóvenes entrenaban, Yo había sido una de esas pequeñas, que miraba subida en la valla como los mayores, entre ellos Iolaus, entrenaban... Al llegar a la plaza del pozo, vimos a un grupo de chiquillos jugando con bastones de madera como si fuesen espadas. Cuando de repente, uno de ellos se volvió hacia nosotros, soltó su palo de repente y corrió gritando hacia donde estábamos Iolaus y yo.
Era un muchacho más pequeño que el resto de sus amigos, de cabello rubio, aunque más oscuro de lo que recordaba, pero con sus mismos rizos y su amplia sonrisa. Vestía una vieja túnica azul marino, pantalones marrones y calzaba unas pequeñas botas de cuero y portaba un saco a modo de capa anudado al cuello.

-¡Mamá! ¡Mamá!-gritó ante mi sorpresa. Me había reconocido. Mi hijo se acordaba de mi... ¿pero como podía ser? Era muy pequeño... Me agaché y lo recibí con un abrazo, cubriéndolo de besos.

-Te dije que volvería papá. Te dije que mamá volvería con nosotros... Te he echado mucho de menos...

-Y yo a ti pequeño, y yo a ti...- dije mientras lo abrazaba y miraba de refilón como Iolaus nos miraba orgulloso.

Marchamos a la pequeña casa donde vivían Iolaus y el pequeño. Habían tenido que vender la preciosa cabaña de mi madre cuando ella murió, puesto que la fragua tampoco daba tanto dinero como para permitirse demasiados lujos. Era una casita de piedra y madera, en los establos se encontraba la pequeña herrería donde trabajaba Iolaus. Había una sala común que servía de sala y cocina, y una habitación con un enorme colchón de paja, la planta superior servía de habitación del pequeño, y también tenía otro gran colchón de paja donde Iolaus jugaba, saltaba y dormía. Mi hijo no me soltó la mano ni un segundo, tenía el mismo carácter que su padre: alegre, extrovertido, simpático... con una facilidad increíble para hablar con la gente. Me explicó su vida, que de mayor quería ser aventurero como sus padres, y casarse con una bella princesa que le esperara en su inmenso castillo cuando volviese de sus aventuras. Quería tener tres caballos: uno castaño oscuro, un tordo, y una yegua beige con las crines blancas, que llamaría Andévalo, Teniente y Brisa. Cenamos juntos, me sorprendió que cocinase Iolaus, nunca había tenido más talento para la cocina que el de asar conejos y pequeñas aves que había cazado. Pero las circunstancias le habían obligado a convertirse en el chef más sofisticado de la región.

-Ya lo verás. Papá prepara el mejor pudding de frutos secos de la aldea...

-¿Pudding? ¿Sabes preparar pudding Iolaus?

-Por supuesto- rió el otro- Se preparar los platos más exquisitos que te puedas imaginar, el pastel de carne me sale delicioso... ¿A qué si, pequeño?

-No.- negó el niño con una sonrisa.

-¿Cómo que no? ¿Estás llamando a tu padre, mentiroso?

De la unión de Iolaus y Ayla
nace un niño, que recibe el mismo
nombre que su padre: Iolaus
(Art Parkinson)
Iolaus alzó al niño por los aires, jugando con él y riendo en voz alta de una manera que incluso yo acabé riéndome de las caras que ponía el padre para que el hijo se acabase su comida. Más tarde, Iolaus no se quería dormir, estaba demasiado excitado como irse a la cama, correteaba por la habitación mientras Iolaus intentaba alcanzarlo para ponerle el camisón. Me mantuve apartada, me había hecho mucha ilusión ver a mi hijo después de tantos años, pero tampoco quería entrometerme en la manera de su padre al hacer las cosas. Lo estaba educando bien, crecía grande y fuerte, y feliz. Mi hijo era feliz. Al ver que Iolaus no lograba meter al niño en la cama, le cogí su camisón y me acerqué a él...

-Iolaus, me ha gustado mucho que me cuentes lo que quieres ser de mayor, ¿te gustaría que yo ahora te contase una de mis aventuras?

-¡Si! ¡Si!-gritó entusiasmado. Recogí a mi hijo en brazos y le coloqué sobre su cama, le quité su "capa" y comencé a desabrocharle la túnica. Le conté una historia, sobre como su padre, su tío Hércules y yo vencimos a un aterrador monstruo de ojos verdes que intentaba secuestrar a las jóvenes casaderas más bellas de una aldea para convertirlas en sus esposas y cómo dándole a la mujer que amaba, incluso siendo más fea que el resto, el monstruo se convertía en un apuesto joven de cabellera dorada.

-¿Y vencisteis al monstruo los tres solos?

-Por supuesto,- interrumpió Iolaus- tu madre era una mujer muy bella, ¿crees que iba a permitirle a ese monstruo de ojos verdes que la apartase de mi lado?

Le miré sonriente, él seguía inmerso en sus historias de monstruos mientras Iolaus escuchaba atentamente. Cuando terminé de vestirlo, lo recosté en el colchón de paja y lo arropé con sus mantas de lana.

-Cántame esa canción que me cantabas cuando era un bebé...

Miré a Iolaus desconcertada. ¿Cómo podía acordarse de que le cantaba cuando era tan pequeño? Su padre asintió con la cabeza para que prosiguiera con la canción. Era una canción de cuna que trataba sobre como una madre protegería su hijo cantando hasta la muerte. Antes de terminarla, el niño dormía profundamente, aún así, acabé la letra, recostada en la cama, junto a Iolaus, con nuestro hijo durmiendo entre ambos.

-¿Cómo puede ser que se acuerde de tantas cosas siendo tan pequeño?

-Es hijo tuyo Ayla.- respondió él, tranquilamente, acariciándole el pelo- No hay nada de él que me sorprenda. Al fin y al cabo, su abuelo es un dios...

-No es un dios, es un arcángel.- le corregí. Se llama Gabriel...

-Así que al final lo conociste.

-En realidad no, apenas hablé un par de veces con él antes de que muriera...

-¿Creí que, como los dioses, sería inmortal?

-Y lo son... Pero existen cierto tipos de armas que pueden matarlo. Gabriel era muy poderoso, y guardaba muchos secretos, una hija medio humana, por ejemplo. Así que lo mejor era acabar con él... El hombre de antes, Castiel, también es un ángel, lo envió Gabriel para protegerme, formaba parte de algo de grande y me estaban buscando. Si me encontraban podrían haceros daño a vosotros...

-¿Y se puede saber que era eso tan grande de lo que formabas parte?- Iolaus hablaba tranquilo y sereno, como en susurros, para no desperar al niño- Algo tan importante que te impidiese criar a tu hijo, o asistir al funeral de tu madre.

-Del Fin del Mundo- me enfurecí y me entristecí con Iolaus por sacar el tema, pero también conmigo misma, tenía razón, ni siquiera me había molestado en acercarme a la aldea cuando me enteré de que la mujer que me había criado, había muerto. Una anciana, sola, casi sin familia, y yo no había podido estar a su lado. Iolaus me miró extrañado ante mi contundente respuesta, así que me expliqué- Para que los demonios pisen la tierra y se produzca la épica batalla entre el bien y el mal en la Tierra, debe llevarse a cabo un ritual: "La sangre de tres hijos del mismo vientre debe de ser vertida para abrir las puertas del otro mundo. Uno de ellos nacido de la semilla del mal, otro florecido por las virtudes del bien, y un tercero surgido de las ideas de la libertad". Castiel me contó que mi verdadera madre, tuvo tres hijos: el mayor de su matrimonio con un humano, el segundo fue fruto de una trampa del demonio Azrael y el tercero un romance con Gabriel...

Iolaus entendía más o menos de lo que trataba el ritual. Si los demonios buscaban a Ayla para llevarlo a cabo, era normal que ella hubiese huido de su hogar, abandonando a su preciado hijo...

-Pero al final lo detuvisteis ¿no?- asentí con la cabeza- Entonces... ¿Por qué no regresaste a casa con nosotros?

La voz de Iolaus sonaba tan sincera... Él me amaba, y yo lo había traicionado. Cuando éramos jóvenes, él era el típico chico guapo, extrovertido, el deseado por todas las muchachas de la aldea, en cambio, yo era la joven oculta tras la columna, tímida y callada, que no llamaba la atención de nada ni nadie. Ahora, él era un padre soltero al que solo le interesaba el bien de su hijo, y no tenía tiempo para las mujeres, mientras que yo era una nómada, que vagaba por el mundo en busca de aventuras y que podía tener calentando su cama a cualquier hombre. Lágrimas resbalaron por mis mejillas. Mis hermanos y yo, formamos un buen equipo, ayudamos a gente, salvamos vidas... Vamos donde nos lleva el viento, sin reglas, sin ataduras, solo nosotros tres...

-¿Y Castiel no tuvo nada que ver?-negué con la cabeza

Lo nuestro es menos serio de lo que piensas. No voy a negarte de que lo quiero, pero él no siente por mi lo mismo que yo por él... Lo sacrifiqué todo por él, incluso no volver a ver a mi propio hijo, pero él no hizo lo mismo...

-¿Por qué regresaste aquí si no te proponías ver a Iolaus?

-Vinieron a buscarnos dos jóvenes, príncipes de una tierra muy lejana, no recuerdo el nombre de su país, pero está al norte, muy al norte... Su hermano mayor se unió a las tropas de Ares y no han vuelto a saber de él. Temo que lo haya convertido en uno de sus soldados de ojos azules...

-¿El ejército de los muertos?-asentí con la cabeza-Hércules también ha estado muy preocupado por ello estos últimos meses. Quizá deberíamos investigarlo juntos...
Ares está reclutando soldados para crear el Ejercito de los
Muertos, entre ellos al joven Robb (Richard Madden), la misión
de Ayla y de los suyos es rescatar a Robb y destruir las tropas del dios

-Mis hermanos han ido hoy al Templo de Ares a investigar, mañana nos pondrán al día... Si crees que Hércules y tú podéis servirnos de ayuda para encontrar a ese muchacho, adelante, estáis invitados a la reunión...

-¿Y Castiel?

-Cas solo se presta a ayudar si el caso es de su incumbencia. Sus ángeles y nuestros dioses parecen vivir en mundos separados.

Iolaus asintió con la cabeza, y seguimos mirando como dormía nuestro hijo un rato más, en silencio, observando como su plácido cuerpecito se balanceaba al compás de su tranquila respiración. Lo miré orgullosa, mi pequeño crecía sano y feliz, Iolaus vio la sonrisa que se me iluminaba al contemplar al fruto de nuestro amor. Sonrió.

-Si lo que tienes con Castiel, no es nada serio, quizá pueda convencerte de que te quedes aquí con nosotros...

Me acurruqué al lado del pequeño y lo abracé con ternura, pasando mi brazo por encima del suyo. Iolaus tomó mi mano, uniéndolas sobre el pecho de nuestro hijo.

-Iolaus...-suspiré entristecida por arruinarme el momento de reencuentro que estaba viviendo con el niño.

-No digas nada ahora. Se lo que me responderás, pero ya verás como logro convencerte de que te quedes...



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