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Caos

El pobre y malherido ángel se arrastraba penosamente por el campo de batalla. Sus dos grandes alas negras rozaban el suelo con cada movimiento, a su paso va dejando un rastro de sangre y plumas azabache sobre la arena. En un lugar no muy lejano los ángeles todavía se están peleando entre si...

-¿Dónde se ha visto esto? ángeles peleándose contra ángeles...- murmura el guerrero una vez se ha alejado lo suficiente de la guerra.

Aunque sea una criatura de Dios... el ángel mantiene el aspecto humano que antaño tuvo su alma. Cabello negro, ojos pequeños y azules, nariz chata y una amplia frente. Unos labios gruesos y rosados y la piel firme y tersa, apenas marcada por algunas marcas de expresión. En sus tiempos, debía ser un hombre muy atractivo, pero ahora sucio y cubierto de sangre, arrastrándose, humillado... Perdía todo el encanto del que habría gozado en sus años de hombre...
El ángel se levanto pesadamente sobre una duna de arena y observó el panorama, parecía que ya se había proclamado un vencedor... Y no era su bando...

-Hermanos peleándose contra hermanos.- volvió a murmurar con un brillo de tristeza en la mirada- ¿Cuándo comenzó está absurda guerra? Deberíamos estar protegiendo a la humanidad. No peleándonos entre nosotros...

La guerra, concretamente, había comenzado hacía relativamente pocos años. Desde que Miguel, el mayor de los Arcángeles quiso proclamarse Rey de los Cielos. La idea de Miguel era impedir que las almas de los hombres entrasen en el Paraíso, algo que indignó a muchos ángeles, que defendían que su misión era proteger a la humanidad. Raphael, el otro hermano, respaldado por Gabriel, el menor de los cuatro Arcángeles defendían lo contrario. Y como no llegaron a un acuerdo y las ansias de poder crecieron, estalló la guerra entre los seguidores de Miguel y los de Raphael y Gabriel. Para si el caos en el Cielo no fuese suficiente, el hermano desertado, Lucifer, al enterarse de que quedaba una vacante libre para el Mandamás del reino de Dios, no tardó en enviar a la Tierra a sus seguidores para hacer de las suyas. El bando de Raphael perdía, no solo debía ocuparse de mantener a raya a los seguidores de Miguel, sino que también debía encargarse de las tropas de Lucifer y de proteger a los humanos que quedaban a merced. Sus regimientos perdían cada vez más ángeles y Raphael, al ángel protector de los hombres y de las mujeres no soportó ver esa masacre en la que se estaba convirtiendo el paraíso, así que un día desapareció sin dejar rastro. El joven e inexperto Gabriel, quedó a cargo del regimiento de ángeles prohumanidad, pero sin la guía de su hermano mayor, el camino para la conquista de Miguel era cada vez más sencillo.
El ángel de alas negras se unió a las tropas de Raphael y Gabriel por su apego a los seres humanos, aunque casi no lo recordase, él había sido mortal, y seguía su instinto angelical de proteger a esos "monos de fango" como los había llamado en más de una ocasión Miguel.
"Alas Negras" no sabía que hacer, había huido del campo de batalla por miedo a morir, si un ángel muere, no queda nada de él, se desvanece como el polvo en una luz brillante y azul. No estaba preparado para ello, ¿Qué iba a hacer ahora? ¿Dónde se refugiaría? Tarde o temprano o Miguel o Lucifer lo hallarían, y no tendrían piedad, ni siquiera la estaban teniendo entre sus propios hermanos...
Un frágil gemido retornó al ángel a la realidad, bajo la duna observó el cuerpo de un ángel malherido, Alas Negras resbaló por la duna hacia llegar a él. La arena le había ocultado las alas. Era un hombre rubio, pequeño, de nariz aguileña, su rostro estaba empapado en sangre y en un primer momento no lo reconoció. El herido susurraba ayuda como podía...

-¡Aguanta hermano!- le gritó Alas Negras escarbando para desenterrar al ángel. De repente, bajo la arena aparecieron cuatro alas doradas, el guerrero se apartó asustado- ¡Eres un Arcángel! ¿Gabriel? ¿Eres tú? Señor... ¿Qué te ha ocurrido?

Alas Negras alzó el torso del ángel malherido y le apoyó la cabeza sobre su pecho... El joven guerrero observó una enorme herida que le atravesaba el pecho. Solo había dos maneras de matar a un ángel, o cortándoles las alas o con la espada de otro ángel. Todos en el Cielo tenían esas espadas, y una había acabado en el cuerpo de Gabriel, se moría...

-¿Eres de los míos o de los de Miguel?- susurró el Arcángel a duras penas.

-De los tuyos, señor. Yo lucho por ti.- gritó el otro sacudiendo su cuerpo

-La cosa está mal chico. Necesitamos a Raphael... Hay que encontrarle...

-Señor, Raphael se marchó hace meses, no sabemos donde puede estar. Nadie lo localiza, quizá ya haya sido pasto de los demonios.

-No... No ha muerto... Lo sabría...- Gabriel estaba en las ultimas, entreabría los ojos y se le caía la cabeza. Alas Negras le zarandeaba para mantenerlo con vida, pero había derramado demasiada sangre, y era bastante complicado curar una herida de un ángel- ¿Cómo te llamas chico?

-Asaliah, señor.

-Muy bien Asaliah, aunque es difícil de creer, aun queda una esperanza para nosotros. Pero la oculté, la oculté de Miguel y los suyos, y de los lacayos de Lucifer. Es lo más preciada que tengo, y por eso quise mantenerlo a salvo, pero es lo único que puede acabar con esta guerra.- Asaliah no sabía a que tesoro se refería Gabriel, sus heridas le estaban haciendo delirar. El Arcángel sacó un minúsculo tarro de cristal de su bolsa y empezó a toser dentro, un liquido azul brillante brotó de su garganta y cayó en el tarro. Asaliah se alarmó, era su gracia, su esencia... Ahora si que estaba perdido. Tapó el tarro con un corcho y se lo entregó a Asaliah y casi pierde el conocimiento.

-¡Señor!- gritó sujetándolo.

-Con mis ultimas fuerzas, te abriré las puertas del Cielo, y bajarás a la Tierra. Busca allí a la flor que brille con más fuerza y rocíala con mi gracia. Después tráela aquí. Ten cuidado, es un arma muy poderosa, quizá la más fuerte que conocerás jamás, pero es la única esperanza de los nuestros, y de la humanidad...

Asaliah sostuvo el frasco con fuerza. Era su oportunidad, saldría del Cielo, para él se acababa la guerra... Pero no podía defraudar a Gabriel, le había dictado una orden y era su deber como soldado del Paraíso acatarla, aunque le llevara la vida en ello. Asaliah se colgó el frasquito del cuello, a modo de collar y empuñó con fuerza su arma mientras Gabriel trazaba símbolos con las manos y recitaba unas palabras a modo de conjuro. Un agujero que absorbía con una potente fuerza se abrió ante sus ojos. Solo un Arcángel tenía el poder de abrir y cerrar las puertas que conectaban el Cielo y la Tierra.

-Señor- gritó Asaliah- ¿cómo sabré que he encontrado su flor?

-La gracia se iluminará cuando estés cerca...- intercambiaron una mirada de apoyo- ¡Suerte, hermano!

Asaliah asintió y se lanzó dentro del agujero negro.

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