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El Profesor VII

Era feliz, no recordaba ser tan feliz desde que me casé con Susan. Habíamos dado un paso a nuestra "relación" si se podía llamar así. Ayla era una joven alegre, sonriente, tímida cuando no la conocías, pero capaz de enamorar a cualquiera cuando cogía confianza.
No nos veíamos cada tarde, para no levantar sospechas, pero si varias veces a la semana Ayla Hurst picaba a la puerta de mi solitario apartamento y daba vida a esa oscura casa.
Hacíamos el amor, creo que en apenas unas semanas lo habíamos hecho ya en todas las habitaciones de mi apartamento. Después ella preparaba café, charlábamos un rato, ella no era demasiado abierta como para hablar de su vida privada, tampoco yo le contaba demasiado acerca de mi. Pero hablábamos, y ella se reía, y yo sonreía. Luego yo me ponía a trabajar y ella a estudiar, en silencio, pero apenas a unos metros el uno del otro. La miraba de vez en cuando, tumbada boca abajo sobre mi cama, repasando los apuntes, mordisqueando la punta del lápiz, con apenas una camiseta de tirantes cubriendo su delicada ropa interior. Cuando se cansaba, jugaba conmigo, intentaba llamar mi atención: se sentaba en mis rodillas, me mordisqueaba la oreja y me acariciaba la pierna. Yo siempre desistía a sus encantos y acababa haciéndola mía. Pobres alumnos de tercero, corregía sus exámenes cuando Ayla empezó a calentarme y acabé haciéndole el amor sobre mi mesa de trabajo.
Todo iba bien, en nuestro mundo, solo estábamos ella y yo. Ni Drew ni nadie más, solo Henry y Ayla.
Era consciente de que mi alumna era una chica guapa, y que tarde o temprano alguien más joven y atractivo que yo querría conquistarla. Lo que no me imaginaba es que se tratase de alguien de mi mismo bando...
Era un martes cualquiera, por la mañana, cuando yo solo era el profesor Henry Landom, y nadie más. Me dirigí al despacho de Gregor Miller, un colega de profesión. Greg era seis años menor que yo, y se acababa de sacar el doctorado. Era un hombre serio, siempre bien vestido, con sus camisas de cuadros  bien planchadas y sus suéteres a conjunto. El pelo siempre bien cortado y arreglado y la cara impolutamente afeitada. No hablaba mucho, y cuando lo hacía hablaba casi exclusivamente sobre temas profesionales. Era un buen escritor, habíamos colaborado juntos en algún proyecto y jamás me había llamado demasiado la atención.
Aquel martes fui al despacho de Greg ha entregarle unos papeles sobre una reunión del departamento. Llamé a la puerta pero no esperé a que Greg contestase y entré. Él estaba sentado en su silla, sonriendo, jamás lo había visto sonreír en los dos años que llevaba en la universidad, al otro lado de la mesa, Ayla ¿quién sino sacaría una sonrisa a ese pobre amargado?

-Oh, profesor Landom- exclamó cuando me vio- ¿En qué puedo ayudarle?

Intercambié una mirada vacía con Ayla, intentando preguntarle que hacía allí. Pocas veces acudía a las tutorias, la última vez que acudió a una acabó acostándose con el profesor.

-Siento molestarle profesor Miller- me disculpé intentando aparentar mi desconcierto.

-No se preocupe, la señorita Hurst y yo solo hablábamos de su último trabajo. Como ya sabe, implanto una asignatura de filología a los alumnos de periodismo, y me he quedado cautivado con el último trabajo de esta jovencita.

Ojala este presuntuoso supiera que Ayla escribió ese trabajo medio desnuda sobre mi cama.

-Estábamos hablando sobre una futura beca de escritura creativa, aunque par ganártela necesitarás muchas horas de trabajo y de supervisión por mi parte.

-¿Una beca? ¿Yo? Muchas gracias señor Miller- ella se levantó efusivamente de su asiento y abrazó a mi colega. Arrugué sin querer los papeles que había en mi mano mientras veía como Greg se comía a Ayla con la mirada.

-¿Cuándo puedo empezar?- ella estaba extasiada, le brillaban los ojos y sonreía feliz.

-Dame un par de semanas para que arregle unos papeles y la beca es tuya.

-Gracias señor Miller, muchas gracias. No puedo esperar a contárselo a mi padre.

Ayla cogió su mochila y se fue corriendo, cerrando la puerta del despacho tras de si. Greg seguía mirándola como un lobo hambriento.

-Greg, por favor, es una cría...- le regañé- Y una alumna. No es ético.

-Vamos Henry, no seas antiguo. Tiene veinte años, las hormonas alteradas y le ofrezco una beca. En un par de meses estaré tirándomela encima de esta misma mesa.

No me gustaba como el serio y formal Gregor Miller hablaba sobre Ayla.

-Greg, eso no está bien.

-Vamos Henry, no me digas que no has soñado nunca en beneficiarte a una alumna.

-Bueno... ¿y que tiene que ver eso ahora?

- Un polvo no hace daño a nadie. Solo hay que buscar la oportunidad y aprovecharla.- me guió un ojo y se puso a ordenar los papeles de su mesa- En la próxima clase ya sabes, busca tu presa y ataca. Pero que no sea Ayla Hurst, Ayla es mía.- bromeó.

Dejé los papeles destrozados sobre su mesa y me largué enfadado. No había cruzado el pasillo y ya estaba enviándole un mensaje a Ayla.

-¿Nos vemos esta tarde?-pregunté.

-Llevamos tres días seguidos viéndonos...-respondió ella casi al instante.

-¿Y?

Tardó un poco en responder, se lo estaba pensando, finalmente respondió con un simple "Ok".

Ayla picó al timbre de mi edificio sobre las cuatro, la fui a recibir a la puerta de mi apartamento. Estaba enfadado, furioso, no con ella, con Greg y con el mundo entero. Con todo aquel que quería hacer daño a mi dulce Ayla. Aunque el que acabó haciéndole más daño fui yo...

Ayla entró, vestida con mayas y un vestido abotonado, con el pelo suelto sobre los hombros. La tomé por la muñeca violentamente y la empujé dentro de mi casa mientras cerraba de un portazo. A ella no le dio tiempo de decir nada. La estampé contra una pared y le besé con rabia la boca y el cuello. Agarré el vestido con ambas manos y le desabroché los botones de un tirón... Ella parecía responder bien a mis extraños impulsos. Intentó deslizar sus manos bajo mi camisa, pero agarré sus muñecas y las puse por encima de su cabeza. Nos miramos a la cara, en sus ojos vi una mezcla de temor y excitación a la vez. Ella intentó liberarse, pero no lo consiguió, miré hacia abajo, y vi mi cinturón, me lo quité y le até las muñecas con él.

-Así te estarás quieta de una vez.

-Henry...- susurró ella

-¡Cállate!- le grité poniéndole un dedo en los labios.

La cogí en brazos y la llevé hasta mi cama, la tumbé boca arriba y comencé a besar su cuerpo, apreté sus pechos con rabia, mordí su estómago, ella se revolvió por el dolor. Intentaba soltarse, le molestaba, pero yo estaba demasiado excitado como para detenerme. Seguí besándola, comiéndole el cuello, apretando sus dulces carnes. Mis dedos buscaron su entrepierna y empezaron a explorar bajo las mayas, ella estaba incómoda y empezó a decir que parase, primero en suaves susurros, pero al final estalló:

-¡Henry para!- me gritó.

Le di una bofetada en la cara. No había sido consciente, fue un acto reflejo, nos miramos durante unos instantes. Su mejilla estaba roja y sus ojos se llenaban de lágrimas. ¿¡Qué he hecho!? Soy un monstruo, un auténtico gilipollas. La agarré de la nuca y la besé con fuerza en los labios mientras susurraba que lo sentía. Ella no dijo nada y se dejó a hacer. No fui consciente de lo excitado que estaba en ese momento, así que mi boca empezó a resbalar por todo su cuerpo, hasta que mi lengua se puso a explorar esa zona que tanto le gustaba. Ella empezó a gemir de placer... ¿le gustaba? ¿Le gustaba después de lo que había hecho? Empezó a gemir más fuerte, su cuerpo se arqueaba de placer y empezó a susurrar mi nombre. Al final no pude aguantarlo más, la agarré, le di la vuelta y la penetré. Alcé sus nalgas para facilitar el enlace, no pude evitar azotarla mientras le hacia el amor... Disfrutaba como nunca, embistiéndola con fuerza, oyéndola gritar no sabía si de placer o de dolor, pero en ese momento me daba igual. La observé mientras la penetraba, y me di cuenta de que no la había hecho todo con ella. Me detuve, le separé las nalgas y la embestí duramente, esta vez si que gritó de dolor. La penetre con fuerza, con rabia, ¡ese hijo de puta de Greg quería quitármela! No lo iba permitir, no, Ayla era solo mía. La agarré del pelo y tiré con fuerza para que se colocase bien. La agarraba de las caderas, la azotaba, y disfrutaba como nunca. La acaricié íntimamente mientras la penetraba, pero ni eso conseguía causarle un mínimo de placer. Estallé en el orgasmo más placentero de mi vida... Y me tumbé junto a ella, exhausto. Me pasé unos minutos descansando, con los ojos cerrados, hasta que escuché un suave gemido. Ayla lloraba frágilmente, en cuanto me di cuenta de lo que había hecho me sentí como una mierda. Le quité el cinturón de las muñecas, tenía dos marcas rojas cubriéndole la piel. La cubrí con el edredón y la mecí entre mis brazos.

-Lo siento Ayla, lo siento mucho...- empecé a susurras mientras le besaba la cabeza.

-Henry... En realidad- tragó saliva- En realidad me ha gustado.

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