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El Final

Enjolras se paseaba por la habitación con el torso desnudo, andaba deprisa, inquieto, furioso, de vez en cuando se detenía a mirar a Ayla, sentada en un rincón, descalza, con el vestido hecho trizas y el hombro izquierdo al descubierto. Con un paño húmedo se curaba unos rasguños en el pecho, tiñendo el trapo gris a rojo escarlata. Enjolras se acuclilló para colocarse a su altura y la miró a los ojos. Sintió como un puñal se le clavaba en el corazón, su dulce miraba se había inundado bajo un mar de lágrimas y una profunda mancha morada bajo el ojo izquierdo. Enjolras tomó el trapo de la mano de Ayla y lo remojó en el agua y lo aplicó con delicadeza al rostro de la joven. Ella se movía inquieta, mostrando leves muecas de dolor. Él la miraba triste, apenado, la quería de veras... Pero se había dado cuenta demasiado tarde. Le apartó la trenza del hombro y descubrió el sangriento arañazo que alguien la había propiciado.

-Esto tiene que acabar Ayla...- dijo Enjolras muy a su pesar- No puedo verte así, ¡Te están destrozando por mi culpa! No quiero que sufras más por mi... Ya te ha tratado bastante mal esta vida como para que ahora no puedas andar por la calle sin que te tiren una piedra...

-Enjolras.- susurró ella intentando incorporarse para acariciarle la mejilla, a lo que ella se negó.

-No, déjalo Ayla. Mañana por la mañana, en cuanto te vayas a trabajar me entregaré a la policía...

-No puedes hacer eso, te ejecutarán... No puedo perderte a ti también, eres lo único que tengo. Te quiero...

Enjolras tomó su cálida mano entre las suyas y la besó.

-La decisión ya está tomada. Yo también te quiero Ayla, por ese motivo lo hago, para que estés a salvo.

Hicieron el amor por última vez, y permanecieron desnudos el uno junto al otro durante toda la noche. Ayla estaba tan exhausta por la paliza que le habían dado que se quedó dormida enseguida. Enjolras veló por ella durante toda la noche, igual que hizo Ayla la noche en la que lo rescató de la barricada. Le acarició el pelo mientras se ponía a pensar en cuan distinto hubiese sido su vida si se hubiese percatado antes de que estaba enamorado de Ayla... Se hubiese desentendido de Los Amigos y no hubiese construido la barricada, Gavroche estaría vivo y no estaría perseguido por la ley. Le podría haber dado una buena vida a Ayla, y no el miserable trabajo en el que estaba sumergida para no levantar sospechas sobre a quién ocultaba en su casa.
Ayla trabajaba como sirvienta en casa de Javert, el inspector de policía. Enjolras y él habían tenido sus pequeñas diferencias en el pasado, cuando el joven aristócrata era miembro de los Amigos del ABC, un pequeño grupo de estudiantes revolucionarios que cometían algún que otro escándalo en París. Con el incidente de la barricada, el grupo desapareció y solo quedó Enjolras, su preciado y buscado líder, que Ayla rescató y ocultó en su casa. Desde entonces, el Pontmercy se convirtió en el delincuente más buscado de la capital francesa. Ayla sanó sus heridas y lo mantuvo oculto y a salvo, pero siguió trabajando para Javert, quien se obsesionó por la hermosa joven. Ayla debía acostarse con el viejo inspector para conseguir "extras" en su trabajo, como comida o algún dinero de más. Al principio a ella no le importaba, había salido de los muelles, el lugar más oscuro de París, donde Javert la encontró y le ofreció el trabajo. Pero cuando empezó a surgir la llama entre Enjolras y ella, los extras dejaron de llegar, la muchacha se negaba a meterse en la cama con el inspector, ya solo tenía ojos para él, aunque tuvo que hacerlo en alguna que otra ocasión si querían comer el resto de la semana.
Si la tortura de tenerse que acostar con ese viejo babosos no era suficiente para Ayla, también tenía que lidiar con los familiares de los Amigos que habían perdido la vida durante el ataque a la barricada. Muchos de ellos sabían que el hermanito de la joven se relacionaba con el grupo, y la acusaban de conocer sus intenciones y no contarlas a la autoridad. La culpaban de la muerte de los jóvenes, y cuando alguien la reconocía por la calle siempre se llevaba algún que otro insulto, o como lo de aquella tarde, una terrible paliza.
La quería, la quería mucho, había sido su salvadora, su buen corazón lo había ayudado a ver el mundo de otra manera, de no ser tan mujeriego, dejar el alcohol, ver el lado bueno de la vida, le había enseñado a vivir en la miseria, y le gustaba,

Ambos se levantaron muy temprano, con la primera luz del día, ella observó como se vestía a contra luz, hacía muchos meses que no se ponía ni la camisa ni el chaleco ni el pañuelo, y Ayla tuvo que ayudarlo a vestirse correctamente.

-Creo que eres el preso más elegante que he visto jamás- dijo ella sonriendo mientras intentaba sostener las lágrimas.

-Ven aquí- dijo él no pudiéndose resistir al hecho de estrecharla entre sus brazos y besarla apasionadamente en los labios.- Te quiero Ayla, no lo olvides, lo hago porque te quiero.

-No tengo a nadie más Enjolras, eres lo único que me mantiene con vida. ¿Qué voy a hacer sin ti?

Él la besó en la frente cariñosamente y la abrazó con fuerza.

-Saldrás adelante Ayla, siempre lo haces.

Caminaron juntos, él cubriéndose la cabeza con una capa para evitar ser reconocido, por el camino distinguió las miradas de odio que le lanzaban a Ayla, que caminaba ocultando el rostro, con la mirada perdida en los adoquines del suelo. Finalmente llegó el momento de su separación.

-Voy a despedirme de mi padre y después me entregaré.- ella le rogó que no lo hiciera, que volviera a casa, que encontrarían otra solución- Ya te lo he explicado Ayla, la decisión está tomada.

-Es una muerte segura, no tendrán piedad.

-Soy consciente de ello.

Se abrazaron de nuevo y cada uno partió por un lado distinto, con los ojos empañados en lágrimas. Ella se detuvo y gritó su nombre, se volvió y corrió hacia él, le besó en los labios y le dijo que le quería, lo que provocó que la separación fuese aun más difícil.

Enjolras, con una espina de tristeza recorriéndole la espalda, llegó a la mansión Pontmercy. Entró sigilosamente por la parte de atrás, la del servicio, la que sabía que siempre permanecía abierta. En el salón, como era habitual, se encontraba su senil abuela. Se acercó a ella y empezó a hablarle, aunque la mujer parecía estar sumergida en su mundo sin escuchar las palabras de amor que le dedicaba su nieto. Miraba al infinito, a la nada, con la acuosa mirada azul perdida en el más allá.

-¿Te he dicho alguna vez que tienes unos ojos preciosos, abuela? Me recuerdas a Ayla, aunque últimamente todo me recuerda a ella. Ella tiene los ojos verdes, brillantes, irradian vida... Como los tuyos antaño...

La mujer sufrió un pequeño momento de lucidez y miró a Enjolras

-¿Qué haces todavía aquí, hijo? Llegarás tarde a la universidad...

Él sonrió, era la de siempre.

-Lo se abuela, he venido a despedirme. Como cada mañana.

Le dio un beso y se encaminó al barroco despacho de su padre. La puerta se encontraba entreabierta. Enjolras echó un vistazo, su padre estaba sentado en su silla, repasando unos papeles. Al parecer nadie apenas había notado su ausencia de los últimos meses. Llamó a la puerta y entró.

-¿Qué pasa ahora? He dicho expresamente que no me molesten... ¡Oh dios mío! Enjolras... - dijo boquiabierto al ver a su hijo entrar tímidamente por la puerta. El hombre se levantó bruscamente y corrió a abrazar al joven. A Enjolras le extraño esa reacción tan efusiva de su frío y excéntrico padre, al parecer alguien si que le había echado de menos- ¡Mi hijo! ¡Estás bien! Gracias a Dios que estás a salvo... Te daba por muerto.- le besó fuertemente en la cabeza mientras lo estrechaba entre sus brazos- ¿Dónde has estado? ¡He movido cielo y tierra para encontrarte!

-Padre,-dijo él muy a su pesar- vengo a despedirme...

Enjolras contó a su padre la historia con la barricada, la muerte de Gavroche, como Ayla lo había salvado... teniendo que elegir entre llevarse el cuerpo de su hermano y enterrarlo en cristiana sepultura o salvarle la vida. Enjolras consiguió conmover el corazón de su estricto padre, que casi se echa a llorar al escuchar como el pequeño Gavroche moría en brazos de su hijo.

-Hijo,- dijo finalmente a monsieur. Pontmercy- Si quieres entregarte porque es tu obligación moral, adelante. Yo ya no puedo influir en tus decisiones. Si quieres que cuide de la joven en tu lugar, lo haré, descuida. Pero por favor, no me pidas que vea a mi hijo dirigirse al patíbulo... -El hombre recorrió su despacho con las manos a la espalda, cogió una pequeña llavecita de oro que tenía oculta en una cajita de porcelana y abrió uno de los cajones de su mesa. Agarró un objeto pequeño y negro y se lo lanzó a Enjolras, que lo cogió al vuelo. Abrió la caja y se encontró con un precioso anillo de piedras azules- Los años más felices de mi vida fueron los que pasé junto a tu madre. Ella era pura vida, me alegraba cada penoso día con su bella sonrisa. Dios decidió que era tan hermosa que se la llevó muy pronto de mi lado, y me dejó solo, cuidando de ti. Ese anillo- señaló la caja- era de tu abuela, se lo regaló mi padre, y ella me lo entregó a mi para que se lo diera a la mujer que amaba. Ahora yo, te lo entrego a ti, dáselo a Ayla y huid, huid lejos. Yo estaré bien hijo, aquí, sabiéndote con vida y compartiendo tu vida con la mujer que amas...

A ambos se les llenaron los ojos de lágrimas... No se dijeron nada, sus miradas lo decían todo. Enjolras, había logrado comprender el por qué de la frialdad y la antipatía de su padre, y Monsieur Pontemercy por fin se enorgullecía de su hijo, porque había logrado comprender que la esencia de la vida y de la felicidad no se encontraba en los escándalos ni en las barricadas. Se dijeron adiós asintiendo con la cabeza y Enjolras salió corriendo.

Recorrió Paris lo más rápido que pudo, sin cubrirse con la capa, hasta que llegó a la verja de la casa de Javert, donde Ayla estaba a punto de entrar.

-¡Ayla, Ayla espera!

Ella se volvió hacia él.

-¡Enjolras! ¿Qué estás haciendo? ¿Te van a ver?- dijo ella comprobando que no hubiese nadie a su alrededor y cubriéndole la cabeza con la capucha.

-Tengo buenas noticias... ¡nos marchamos de aquí! Vamos a empezar una nueva vida lejos de París, lejos de Javert, lejos de Los Muelles, lejos de todo...

-Pero... ¿Qué estás diciendo Enjolras? ¿Cómo vamos a marcharnos? Si apenas tenemos dinero para subsistir...

-Esa es la mejor parte.- el joven se arrodilló frente a la joven y sacó el anillo- ¿Me harías el honor de convertirme en el hombre más feliz del mundo?-Ayla no entendía nada, y se quedó callada- Este anillo era de mi abuela, ella se lo dio a mi padre y él a mi, es muy valioso, y es nuestro pasaje para salir de aquí... ¿Qué me dices?

-¡Que si!- dijo ella mientras ambos se fundían en un abrazo. Y él le colocaba el anillo de su familia en el dedo.

-Está bien, escúchame Ayla, reúne toda la comida que puedas de casa de Javert, yo iré a Saint Michel a recoger nuestras cosas. Nos vemos en el puente de Marie al anochecer.

Los jóvenes enamorados se despidieron y cada uno tomó su camino para cumplir su misión, todo parecía perfecto. Pero no hay grandes historias de amor sin una tragedia de por medio, y esa tragedia se llama Éponine. La joven prostituta era la única que sabía de la estancia de Enjolras en casa de Ayla, y siempre se había sentido atraída por él, era guapo, persuasivo, inteligente... y se había acostado con todas las mujeres del barrio excepto con ella, que apenas la había mirado. Éponine no soportaba que Ayla se llevase al chico esta vez, siempre se los llevaba ella. Siempre ganaba. La muchacha dormitaba sobre una mesa de la taberna de Thénardier cuando vio subir las escaleras a Enjolras a toda a prisa. Subió tras él y le observó desde la puerta, parecía estar empaquetando cosas...

-¿Qué haces?-preguntó ella desde la puerta.

-¡Éponine!- se sorprendió él- Nada en especial, recoger la casa..

-Parece que estás preparando el equipaje- ella se acercó a él- ¿Es que te vas a algún sitio?

-Solo estoy guardando trastos para que el apartamento parezca más grande.

Ella se acercó mucho a él y se puso de puntillas para ponerse a la altura de los labios del joven.

-¿Y dónde está Ayla?

-Trabajando...- respondió él intentando alejarse de la joven...

-¿Así que estás solo?- las expertas manos de Éponine empezaron a juguetear con el pantalón de Enjolras, él le apartó las manos rápidamente.

-Éponine, basta.- dijo seriamente

-¿Pero por qué? ¡No lo entiendo! ¿Por qué Ayla? ¿Por qué ella? ¿qué tiene ella que no tenga yo? Vamos Enjolras, soy toda tuya.. Pruébame, estoy segura de que cambiarás de opinión en cuanto me dejes que haga mi trabajo- intentó de nuevo atacar su pantalón y él la rechazó bruscamente.

-Ya no soy el de antes Éponine, desde hace meses que solo tengo ojos para una persona... La que será mi futura esposa...

-¿Cómo?-dijo ella exaltada

-Ayla será mi esposa, comenzaremos una vida lejos de aquí, lejos de ti. No habrá más sucias putas ni en su vida, ni en la mía.- dijo él muy enfadado por la impertinencia de la muchacha.

Éponine se marchó enfadada de casa de Ayla, y fue entonces cuando planeó su venganza. Se dirigió a casa de Javert, Ayla había intentado ofrecerle un trabajo allí, pero ella prefería su cómoda vida de sexo y alcohol. No iba a permitir que su competidora le robase el chico, ¿por qué no se merecía tener una vida como la suya? Ella también había sufrido... ¿Cuando se lo iba a compensar la vida? Éponine logró que la llevaran ante Javert, alegando que se trataba de una amiga íntima de Ayla que venía recomendado por ella. La chiquilla contó al inspector que Ayla y Enjolras estaban pensando en fugarse. El hombre mantuvo la calma y la despidió seriamente, agradeciéndole la información y dándole algunos francos de recompensa. Luego llamó a Ayla, la joven estaba más radiante que nunca...

-Ayla, ¿podrías quedarte hoy después de la cena? Necesito a alguien que limpie la cocina...

-Ningún problema, monsieur Javert, me quedaré el tiempo que haga falta ¿alguna cosa más?

-No, eso es todo. Gracias.

Si Éponine estaba obsesionada con acostarse con Enjolras, lo que Javert sentía por Ayla era propio de una enfermedad mental. Soñaba con esa mujer desde que la vio aquel día en la taberna de Thénardier, Javert tenía fama de viejo verde, pero la obsesión por esa chica era distinta a lo que había sentido por cualquier otra. Ayla iba a ser solo para él, la recuperaría al precio que fuese, no iba a permitir que su archienemigo, ese niño pijo y revolucionario con chaqueta carmesí, alejase de él a su preciosa Ayla...

Siguió a Ayla después de trabajar, iba cargada con una bolsa llena de comida. Se metió en callejuelas estrechas y oscuras y empezó a andar en círculos. No era tonta, sabía que la estaban siguiendo. Finalmente terminó en la iglesia de Saint Raphael, arrodillada frente a la placa que el Padre Digné había cedido para homenajear a Gavroche. Ayla lloró durante largo rato frente a su tumba, era la segunda vez que abandonaba los restos mortales de su hermanito...

-Lo siento mucho Gavroche, no quiere dejarte aquí, solo, de nuevo. Pero es mi oportunidad de tener una vida mejor... Un trabajo digno, que no me obligue a acostarme con mi jefe si quiero comer al día siguiente, y junto al hombre que amo... Antes creía que él te mató Gavroche, pero contigo murió una parte de él, una parte oscura. Moriste para salvar a este hombre, moriste como un héroe Gavroche, tal y como querías.- Ayla se percató de que casi había anochecido, había llegado la hora- Se que si estuvieras aquí también querrías esto... Ahora estás bien, con mamá, por favor, cuida de nosotros desde el Cielo ¿vale, hermanito? Siempre serás mi gran héroes Gavroche, siempre.- besó la cruz de madera donde estaba rayado el nombre del pequeño y se marchó entre lágrimas.

En el puente no había nadie, ella esperó, las rápidas aguas del Sena corrían bajo sus pies y las estrellas brillaban sobre su cabeza. Finalmente apareció, corriendo hacia ella. Feliz, con una bolsa colgada por los hombros. Se detuvo frente a ella y le agarró las manos.

-¿Estás lista para una nueva vida?- Ella asintió.

De repente un estruendo rompió el silencio de la noche parisina, palabras atragantadas y una mancha negra en el vientre de la camisa blanca. Enjolras se desplomó sobre Ayla, y ella intentó sujetarlo para mantenerlo despierto.

-¡Enjolras! ¡No, por favor no te mueras! Mírame Enjolras, mantén los ojos abiertos, mírame- dijo mientras intentaba taponarle la herida cubriéndose de sangre.

A dos metros de ellos se acercaba Javert, con la pistola humeante y aún apuntando hacia ellos.

-¿Por qué lo has hecho? ¡Lo has matado! Era lo único que tenía, el único hombre al que amado y al que amaré...

-Vayámonos Ayla, debemos irnos a casa- dijo el inspector tranquilamente, como si no se hubiese manchado las manos de sangre con el frívolo crimen que acababa de cometer. Acercó la mano hacia ella para ayudarla a levantar.

-No te acerques a mi, no quiero volver a verte en mi vida. ¡Aléjate de mi, monstruo!

-Me temo que no tienes opción Ayla, o te vienes conmigo o te denuncio por ocultar a la autoridad a una persona perseguida por la ley.

Javert intentó agarrarla, pero ella apartó el cuerpo de encima suyo y lo empujó contra el inspector, escapando de él...

-No hagas más el tonto Ayla, no tiene que morir más gente por tu culpa... Venga, vayámonos.

-Te he dicho que no me toques- dijo ella al ver que intentaba volver a agarrarla.

Ayla se subió al borde del puente para huir de las manazas del inspector.

-¿Aún no lo has entendido? No tienes opción... O eres mía, o no eres de nadie...

Ayla miró el cuerpo sin vida de Enjolras, de la bolsa que llevaba colgada había resbalado un paño azul... La chaqueta de Gavroche, su querida chaqueta... Ayla miró el anillo de su dedo. Lo besó y dijo:

-Si es así, prefiero no ser de nadie...

Y dejó caer su cuerpo a las turbulentas aguas del Sena.

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