Ir al contenido principal

Epílogo: El final feliz

El barón Pontmercy leía y firmaba documentos en su despacho, tranquilamente, como si nada hubiese pasado, como si no hubiesen encontrado el cuerpo sin vida de su adorado hijo con un tiro en el estómago y como si no hubiese perdido la batalla legal para recuperar los restos mortales de Enjolras y enterrarlos en el mausoleo familiar, junto a su esposa.
El cadáver de su joven retoño había aparecido en el Puente de Marie hacía dos días, lo encontraron unos niños que correteaban de camino al colegio, con la camisa blanca ensangrentada, los ojos abiertos como platos, la dentadura teñida de rojo y una pistola en la mano. Estaba solo, totalmente solo. A primera vista, el juez declaró que se trataba de un suicidio, probablemente llevado a cabo por la frustración y la deshonra de ser perseguido por la ley. El cuerpo enseguida fue reconocido por su padre como, quien lo reclamó para enterrarlo en el mausoleo de la familia Pontmercy, pero el jurado conservador no permitió que el barón enterrase el cuerpo en suelo sagrado, al fin y al cabo, el suicido era pecado. Pontmercy contrató los mejores abogados para recuperar el cadáver de su amado hijo, pero parecía que el mundo no quería que Enjolras descansase en paz. Había sido perseguido por la ley, se merecía que su cuerpo fuese enterrado junto a otros malechores.
Pero cuando ya estaba casi todas las esperanzas perdidas para el barón Pontmercy, alguien llamó a su puerta esa mañana...

-¿Si? ¿Quién es?

-El inspector Javert ha venido a verle, barón- presentó un criado.

-Dígale que pasa- el barón se quitó las gafas- ¡Bienvenido inspector! ¿A qué debo su cordial visita?

El temido policía lucía pálido como un fantasma, su rostro estaba demacrado, como si estuviese enfermo. Dos enormes bolsas negras se hinchaban bajo los pequeños y enrojecidos ojos azules. Le Habló con un hilo de voz ahogada que surgía de entre unos labios secos y dañados. Pero ante todo llevaba el uniforme azul marino impecable, con su sombrero a juego bajo el brazo y la espada colgada al cinto, pero su pistola había desaparecido

-Buenos días barón. Me siento muy afortunado de estar hoy aquí y ser portador de buenas noticias, si es que en un momento tan frágil como el que usted y su familia están pasando puede haber alguna noticia que en realidad sea buena.- el inspector tendió una carta a Pontmercy, éste rompió el lacre con el sello del juzgado y leyó para si mientras Javert explicaba en voz alta- Como después de realizar la investigación no ha quedado claro que se tratase de un suicidio o de un homicidio, el juez ha hecho caso a su petición y se le devolverá el cuerpo de su hijo para que lo entierre en suelo sagrado.

El barón se lo quedó mirando, sabía que Enjolras y Javert no se llevaban nada bien, de hecho fue el mismo el que acreditó la orden de busca y captura contra su hijo, y ahora lo ayudaba a devolvérselo, al menos lo que quedaba de él. Y no era solo eso, sino que ahora se investigaba la posibilidad de que su hijo había sido asesinado... ¿Y si la tal Ayla en realidad no era tan buena como Enjolras se imaginaba?

-Inspector- preguntó el barón-Usted fue de los primeros en acudir a la escena del crimen y el principal responsable del caso... -Javert asintió- Cuando encontró el cuerpo... - Pontmercy tragó saliva- ¿Llevaba con él una cajita negra con unas iniciales bordadas en oro en la parte de arriba?- El inspector reflexionó y sacó de dentro de su chaqueta el objeto que le demandaban  y se lo lanzó al barón, éste lo abrió y observó decepcionado como la sortija había desaparecido. Ahora lo tenía claro, la tal Ayla era una cazafortunas, se había llevado el valioso anillo y lo había matado... Cerró la caja y miró al inspector- Enjolras se relacionaba con una joven de nombre Ayla... ¿Qué sabe de ella?

-Era una joven prostituta de la taberna de Thénardier, huérfana, no tenía a nadie. Rescató a Enjolras de la barricada, lo curó y lo ocultó hasta hace dos días...

-¿Y dónde está ella ahora?

-Desapareció sin dejar rastro. Quizá le dio miedo ser acusada y huyó...

-¿Cree que ella podría ser la responsable de la muerte de mi hijo?

-Barón, si hay una cosa de la que estoy seguro en este mundo: es que esa chica estaba dispuesta a dar la vida por Enjolras...

Enjolras (Aaron Tveit) luchando en la barricada
El barón realizó una reverencia y se dispuso a abandonar la sala ante la atónita mirada del barón...

-Barón... ¿Si me lo permite?- Pontmercy asintió con la cabeza, otorgándole la palabra- Se que sus planes son enterrar a su hijo en el mausoleo familiar, junto a su esposa, un acto muy respetable. Pero creo que esos no eran los deseos de Enjolras...

-¿Usted cree conocer los deseos postmortem de mi hijo mejor que yo?

-A pesar de todo, conocí a Enjolras mejor de lo que piensa barón- respondió el otro- Vaya al suburbio de Saint Michel, allí, cerca de la fábrica de tejido hay una pequeña iglesia llamada de Saint Raphael, pregunte por el Padre Digné, él le ayudará... -Y el demacrado inspector se marchó.


Sin saber aun el motivo, el barón Pontmercy acudió a la humilde iglesia de Saint Raphael... No estuvo con Enjolras los últimos meses de su vida, y tampoco habló con él jamás sobre la muerte, sinceramente cuando vivían juntos las conversaciones entre padre e hijo eran casi nulas. No había sido un buen padre en vida, pero seguía queriendo lo mejor para su pequeño, aunque dadas las circunstancias lo único que le podía proporcionar ya era un buen lugar para descansar eternamente.
El aristócrata entró solo al templo, vestido con un elegante chaqué negro y un sombrero de copa, mientras se apoyaba en un bastón con empuñadura de oro. No había nadie en la pequeña y oscura iglesia, tan solo iluminada por unas cuantas velas cerca del altar, donde un hombre vestido con hábito, regordete y calvo limpiaba la estatua del arcángel al que le dedicaban el nombre del templo.

-Disculpe... ¿Padre Digné?-preguntó acercándose al hombrecillo.

-Sí, soy yo- dijo el hombre con una cordial voz mientras se limpiaba las manos y  se acercaba al recién llegado- ¿En qué puedo ayudarle?

- ¿De verdad que no sabe quién soy?- se sorprendió el barón dada su reputación como mano derecha del rey.

-Lo siento monsieur, intento recordar el nombre de todos los fieles que acuden a mi pequeño templo. Pero mi memoria ya no es como antes- se disculpó el religioso.

-Soy el barón Pontmercy- exclamó en un tono entre indignado y orgulloso.

-Pontmercy... ¿De que me suena su nombre? ¡Ah, usted debe ser familiar de Enjolras! Siento mucho su perdida...

-Gracias Padre, y sí, Enjolras es mi hijo.

-Le ofrecería una bebida caliente barón, pero somos una congregación humilde. Aun así, ¿en qué puedo ayudarle?

-Espere un momento... ¿Usted conocía a mi hijo?-dijo el aristócrata señalando con un dedo acusador.

-Por supuesto, era amigo de Ayla. Venían a menudo, Ayla era muy fiel, tenía unos valores muy arraigados y Enjolras la acompañaba...

-Me cuesta creer que mi revolucionario hijo acudiese a una iglesia... Debía estar muy enamorado de esa joven.- el Padre asintió dándole la razón.- La cuestión, Padre Digné es que esta mañana la justicia me ha devuelto los restos mortales de Enjolras, mi plan era enterrarlo en el mausoleo familiar, junto a su madre, pero el inspector que me ha dado la noticia me dijo que él hubiese preferido otra cosa...

El Padre asintió, comprendiéndolo.

-Sígame monsieur.

Digné acompañó al barón hasta la parte trasera de la iglesia, donde había un pequeño cementerio. El religioso señaló una esquina en el lado más apartado del camposanto.

-Justo allí.

El barón Pontmercy (Patrick Godfrey) dispuesto
a hacer lo que sea por cumplir el último
deseo de su hijo
El barón Pontmercy se acercó al lugar donde le había indicado el Padre, un pequeño hueco en la tierra en un cementerio de una iglesia humilde de un barrio pobre. Allí quería ser enterrado Enjolras Pontmercy. El barón observó la tumba de al lado, una cruz de madera astillada con un nombre gravado con carboncillo: GAVROCHE. A los pies de ésta, un ramo de flores seco.

-¿Quién era él?-dijo el barón al padre, que se había acercado al lugar.

-Gavroche, era amigo de Enjolras, pereció en la barricada...

-Por eso mi hijo acudiría a la iglesia con Ayla. Para ver a su amigo... Ya me había sorprendido que él acudiese aquí a rezar...

-Barón, Gavroche era el hermano menor de Ayla, apenas tenía nueve años cuando murió en los brazos de ambos durante la noche de la revuelta. Ayla tuvo que escoger entre salvar a Enjolras o recoger el cuerpo del pequeño. Enterramos un ataúd vacío, pero ella quería hacerle un homenaje y tener un lugar donde poder visitarle. Enjolras jamás se perdonó la muerte de Gavroche, si hay algún lugar donde querría descansar en paz, sin duda sería este. Al lado del niño que le cambió la vida, que le enseñó a amar...

El barón se quedó sin palabras. Ayla no podía haber sido la asesina de Enjolras, una joven tan católica como ella, que sacrificó el cuerpo de su hermanito por darle una oportunidad a su hijo... No, ella sin duda le amaba, pero ahora había desaparecido y él no podía agradecerle todo lo que había hecho por Enjolras.

-¿Dónde está Ayla, ahora?

-No lo se- suspiró el padre como temiendo lo peor- Venía aquí al menos dos veces a la semana, rezaba, limpiaba la tumba y le ponía flores. La última vez que la vi fue la noche en la que mataron a su hijo. Temo que le haya sucedido también algo a ella y que su cuerpo haya desaparecido...

-Padre, no quiero abusar de su hospitalidad. Pero ¿podría contarme más sobre esa chica? ¿Quería a mi hijo? ¿Le hizo feliz?

El Padre Digné sonrió nostálgico y comenzó a relatar la historia de la joven Ayla, de su hermanito Gavroche y de como esos dos jóvenes se enamoraron perdidamente el uno del otro. Después de una larga charla, el canoso barón Pontmercy concluyó:

-Dispongálo todo para que Enjolras sea enterrado al lado de Gavroche, donde debe estar, con su familia. Y Padre ¿me haría otro favor?- el hombrecillo regordete asintió- Si Ayla no aparece, quiera Dios que no suceda, hágale una tumba, yo me encargaré de los gastos, pero hágale una tumba preciosa, digna de una princesa, asegúrese que tanto su tumba como la de Gavroche tengan flores fescas cada semana, y colóquela al lado de Enjolras y junto a su hermano. Donde debe estar.- dijo muy a su pesar.

El entierro de Enjolras se celebró al día siguiente, era una mañana fría y gris. El cielo se puso a llorar en el momento en que comenzaban a tirar las primeras paladas al hoyo. Fue un funeral muy triste, a él acudieron los familiares del compañeros de Enjolras, sus familiares y conocidos... la iglesia de Saint Raphael jamás había estado tan llena de gente. Incluso el frío barón Pontmercy se derrumbó a llanto tendido frente al hoyo donde estaban enterrando a su hijo. El único que no acudió al funeral de Enjolras fue el inspector Javert. El antiguo inspector hubiese asistido, le hubiese dado las condolencias a su familia y hubiese contemplado orgullosos el final de un trabajo bien hecho. Pero la muerte de Ayla era una carga muy grande para el anciano inspector. La vio por ultima vez desaparecer entre las aguas del Sena, y desde ese día el sol sonreía un poco menos, añoraba verla merodear por su casa, sus miradas, escucharla cantar canciones tristes mientras trabajaba... Ya no estaba, había desaparecido por su culpa. Todo ese cariño, ese amor que su hija biológica no le había proporcionado... Y él había acabado con ella, había roto una preciosa historia de amor por envidia, por una horrible obsesión que le reconcomía por dentro, que provocaba un deterioro de salud cada vez más grave en el frágil Javert.
La salud del inspector Javert (Russell Crowe)
empeora cada día más. La muerte de Ayla
no le deja ni comer ni dormir
Su estado había empeorado mucho en apenas una semana, desde que mató a Enjolras, apenas comía, no dormía, llevaba dos días sin levantarse de la cama, al cuarto día, lo visitó el doctor, y no le dio más de una semana de vida. Clínicamente estaba bien, pero había perdido las ganas de vivir, se negaba a seguir en un mundo donde cada rincón le recordaba las vidas que había arruinado. Isabella Cosette, su única hija y heredera acudió a visitar a su padre, llegó el mismo día que el medico dictaminó el terrible diagnóstico.
Isabella ni siquiera entró en la habitación, fue directamente a ver al abogado, que la esperaba en el salón de la lujosa casa, para leer el testamento. Enorme fue la sorpresa de la joven cuando se enteró que en el último momento había mandado redactar un nuevo testamento en la que dejaba todos sus bienes y posesiones a la iglesia de Saint Raphael, con el objetivo de que el Padre Digné y su equipo pudiesen seguir impartiendo clase a los niños sin recursos de Saint Michel, y para que pudiesen comprar comida y mantas para dar alimento y cobijo a las mozas de Los Muelles, que apenas probaban bocado y dormían a la intemperie la mayor parte del año.
La hija de Javert, que apenas había hablado con su padre desde hacía unos ocho años, entró indignada en la habitación para intentar persuadir al delirante inspector de que cambiase de nuevo el testamento en su favor. En la cámara su padre no estaba solo, un religioso lo acompañaba, le estaba dando la extremaunción, algo que sorprendió bastante a Isabella, puesto que su padre jamás había sido demasiado creyente.

-¡Padre!-gritó la joven interrumpiendo al sacerdote- ¿Por qué lo habéis hecho?

-Isabella, mi hija...-exclamó feliz- Que bien poder verte antes de abandonar este mundo.

-¿Por qué habéis cambiado el testamento? ¡No me toca nada! Ni joyas, ni arte, ni casas, ni nada de nada... Soy vuestra única hija, padre. ¡Me merezco un reconocimiento!

-Tenéis de todo hijita mía, pero ellos no, ellos no tienen nada. Pero eso no es importante, porque se querían, pero yo se lo arrebaté. Así les ayudaré y Dios me perdonará, y ella también. Si, ella me perdonará, de echo, creo que ya lo ha hecho.

Isabella Cosette se arrodilló al lado de su padre y le cogió la mano

-¿De que habláis Padre? ¿Quién os ha perdonado? ¿Por qué habéis cambiado el testamento?

-¡Está aquí! Ha venido a buscarme. ¡Me ha perdonado hija!- dijo delirante el hombre abandonando su cuerpo- Mírala, lleva un vestido blanco, tan puro como ella y el pelo rubio... Mira como le acaricia las mejillas. ¡Está preciosa! ¿Qué quieres Ayla? ¿Por qué me tiendes la mano? ¿Quieres que me vaya contigo?

Gavroche (Daniel Huttlestone) por fin se reúne con
Ayla y Enjolras
Javert alzó una mano al aire, como si se la tendiese a alguien, La joven no sabía que sucedía, su padre había perdido completamente la cabeza y de repente: Murió. Su alma había abandonado su cuerpo y sujetaba la mano de Ayla, que caminaba descalza, con un vestido blanco, sonriente y le guiaba hacia una luz cegadora. Cantaba, cantaba una alegre canción. Ella siempre cantaba canciones tristes porque siempre estaba triste, pero estaba feliz. Por fin estaba feliz. Atravesaron la luz, ¡estaban en Saint Michel! En la plaza del Café. Allí estaban todos los Amigos del ABC, aquellos que habían fallecido en la revuelta. Cantaban sobre una enorme barricada, contentos, juntos y felices. De repente alguien descendió de la barricada: ¡Era Gavroche! Corrió hacia ellos, Ayla lo recibió con los brazos abiertos, lo cogió en brazos y le hizo girar, ambos reían. Alguien le hizo una seña desde la barricada. Enjolras le tendía la mano, ella la tomó y escaló por la barricada hasta llegar a su lado. Cantaban, alegres, abrazados, juntos. Gavroche también subió y se unió a los cantos. Javert contemplaba la escena. Ayla le tendió la mano y le animó a subir con ellos. Enjolras le sonrió, él también le había perdonado. Javert se unió a los cantos, cogió a Gavroche en brazos y se lo subió en el hombro. Enjolras y Ayla se miraron enamorados. Lo habían logrado, podían estar juntos, eran felices. Javert había logrado el perdón, se había arrepentido de sus pecados y se había ganado el cielo. La felicidad había llegado para todos, tarde, y no en la vida que esperaban. Pero lo habían logrado. Estaban juntos y eran felices, porque tarde o temprano la felicidad nos acaba llegando a todos.

Comentarios

Entradas populares de este blog

Alaskan Bush Cluedo: ¿Quién disparó al oso?

Buen fin de semanas a todos y a todas. Sé que se está haciendo larga la espera de la segunda parte de Nueva York, pero os aseguro que valdrá la pena. Una pista, ¿Recordáis el primer capítulo de Tierra Mojada? Pues la cosa va por ahí... Y hablando de pistas, he querido dedicar unos "minutitos" esta semana a intentar despejar otra de las grandes incógnitas de la novela, y así, que la espera para Nueva York parte II se haga más corta: ¿Quién disparó al oso que atacó a Matt y salvó su vida y la de Ayla? He recopilado todas las posibles pistas que nos dejan caer: Ayla, Matt, Alba, Gabe, Bam... a lo largo de los últimos capítulos. ¿Seréis capaces de descubrir quién fue el heroico tirador? La respuesta la tendréis en: Cartas desde Browntown, el capítulo que seguirá a Nueva York, parte II. ¡No olvidéis dejar vuestra respuesta en los comentarios y compartir el post en Redes Sociales! Comencemos: Estos son los personajes principales que han habitado Browntown hasta el capítulo X

La voz detrás de ZETA . Capítulo I y Capítulo II

CAPÍTULO I: EXTRAÑOS EN UN BAR —Siento molestarte, ¿pero tú eres Zeta, verdad? ¿El cantante de Mägo de Oz? Saco el dedo con el que removía la copa de balón de ginebra y alzo la vista hacia los brillantes ojos que se están fijando en mí. Son verdes, redondos, enmarcando un rostro ovalado de pómulos altos, nariz pequeña, rasgos delicados y mejillas sonrojadas. Apenas queda gente en el bar. El concierto ha sido un fracaso, he dado lo peor de mí. Estoy mal, estoy roto por dentro, estoy hecho una puta mierda. Me entran escalofríos al recordar la mirada que me ha echado Txus al bajar del escenario. ¿Cuántos gin—tonics llevaré ya? ¿Tres? ¿Cuatro? ¿Qué hora es? ¡Joder, las tres! Y mañana temprano cogemos el avión de vuelta a Madrid. Los demás se han ido hace rato al hotel. Están decepcionados conmigo, enfadados, furiosos… ¿Cómo he podido hacer un concierto tan malo, apenas unos meses antes de la salida del nuevo disco? No es un buen momento para mí, y ellos lo saben, pero a Txus so

TIERRA MOJADA PARTE 3: Cap I: Siempre seremos cientos y tú.

Es primavera en Alaska y me levanto con la primera luz del alba, un fino rayo de sol se filtra entre las cortinas. Suspiro, exhausta ¿cuándo fue la última vez que dormí ocho horas seguidas? Creo que fue antes de quedarme embarazada, y de eso hace ya más de tres años… Me froto los ojos cansada, la habitación en penumbra, a los pies de la cama, duermen mis dos gatos, en forma de pelotas de pelo. Una mano áspera se posa sobre mis hombros, cojo aire y trago una bola de saliva amarga: - ¿Otra noche de insomnio? -me pregunta una voz aguda pero masculina. Me froto el cuello, cansada. Las caricias en el brazo son reconfortantes, y los besos en el hombro desnudo son suaves y agradables. -Siempre va a peor durante esta época del año. -Lo sé. -me da un tierno beso en la frente. Cierro los ojos saboreándolo con dulzura. Una vocecita me llama desde la otra habitación. Cansada, hago el esfuerzo de levantarme. -Ya voy yo. Tú duérmete un ratito más. -No, -respondo desorien