Los primeros días de primavera en Mema eran los más esperados por los habitantes de la basta aldea. Después de pasar casi seis meses ocultos bajo la nieve, los primeros brotes verdes que aparecían resplandecientes, sobre el acumulado manto blanco eran un regalo para la vista. Las ovejas salían a pastar y los hambrientos lobos y los traicioneros zorros árticos se ocultaban por fin, de los ojos de los campesinos. Los yaks comenzaban a dar leche y los huevos se volvían más grandes y sabrosos. Svend el silencioso pronto empezaría a arar los campos: ya casi podían olerse las coles hervidas, las coliflores gratinadas, las acelgas hervidas, las endibias y los rábanos... que darían un toque verde a la estricta dieta de proteínas que llevaban los vikingos. Después de pasar meses encerrados entre las brasas de la Gran Sala, los jóvenes se morían por salir, por montar y sobrevolar los acantilados con los cabellos al viento, correr por los prados, prácticas con las hachas, nadar, jugar, pelea...
La Grandeza nace de los Pequeños Comienzos.