Los primeros días de primavera en Mema eran los más esperados por los habitantes de la basta aldea. Después de pasar casi seis meses ocultos bajo la nieve, los primeros brotes verdes que aparecían resplandecientes, sobre el acumulado manto blanco eran un regalo para la vista. Las ovejas salían a pastar y los hambrientos lobos y los traicioneros zorros árticos se ocultaban por fin, de los ojos de los campesinos. Los yaks comenzaban a dar leche y los huevos se volvían más grandes y sabrosos. Svend el silencioso pronto empezaría a arar los campos: ya casi podían olerse las coles hervidas, las coliflores gratinadas, las acelgas hervidas, las endibias y los rábanos... que darían un toque verde a la estricta dieta de proteínas que llevaban los vikingos. Después de pasar meses encerrados entre las brasas de la Gran Sala, los jóvenes se morían por salir, por montar y sobrevolar los acantilados con los cabellos al viento, correr por los prados, prácticas con las hachas, nadar, jugar, pelearse, enamorarse...
El invierno había sido excesivamente duro ese año: los habitantes de Mema tuvieron que confinarse antes de lo previsto: todos pegados los unos a los otros para darse calor, animales y dragones incluidos en aquel ambiente sobrecargado, donde después de algunas semanas, el olor de tantos humanos juntos empezaba a volverse a insoportable. Pero igual de rápido que había llegado, se había esfumado, y antes de lo previsto, los bulbos púrpuras de la gloria de la nieve, se asomaban entre los montículos blanquecinos.
Aquella era una mañana soleada y extrañamente calurosa: Cubo y Munch habían echado las redes cerca de los acantilados de Mema, y antes de que el sol saliera del todo, ya se estaban peleando con un par de jóvenes scaldarones que también demandaba su parte del pastel. Bocón daba gritos en la plaza, desesperando a Estoico. "Nada cambia en Mema". Fue también aquella misma mañana en la que Hipo y sus amigos decidieron que era un buen día para retomar las clases de la Academia. Los seis estaban eufóricos por poder volver a volar libremente: el viento les revolvía el pelo y les cortaba los labios, pero ¿qué les importaba? No había mejor sensación que poder volar a tus anchas sobre un dragón. Astrid demostró que Tormenta seguía en perfecta forma cuando la nadder de escamas azuladas creó una perfecta escalera de púas en una roca. Desdentao e Hipo se entretuvieron esquivando ramas en el bosque, los gemelos se equivocaron de cabeza de dragón y terminaron gaseándose y quemándose el uno al otro. Y Patapez, bueno, parecía que Patapez no había pasado suficientemente tiempo leyendo en la Gran Sala y en cuanto tuvo ocasión se sentó bajo la sombra de un árbol con un volumen de tapas de cuero en las manos y Barrilete dormitando a su lado . Astrid retó a Mocoso a una carrera, que el joven aceptó de buen grato, como siempre haciendo gala de su fanfarronería:
-Por favor, Astrid, Garfios no es rival para una chica.-la púa de Tormenta le pasó rozando la mejilla.
-¡Te veo en la meta, Mocoso!-respondió ella en tono burlón. El chico picó de espuelas a Garfios, el gran dragón rojo se revolvió y lo tiró al suelo. Mocoso se levantó furioso, se volvió a montar y salió disparado detrás de Astrid.
Hipo giró los ojos con una sonrisa en los labios: había echado de menos esos momentos durante el largo invierno y siguió a sus amigos a lomos de Desdentao. El circuito era sencillo: por los bosques, Tormenta era más ágil, la gran envergadura del pesadilla monstruosa le ralentizaba a la hora de esquivar las ramas, pero cuando salieron a cielo abierto, Garfios recuperó la ventaja. Para la pequeña nadder, esquivar las corrientes de aire era todo un reto, mientras que las grandes alas del dragón de Mocoso aprovechaban las ráfagas para ganar terreno. Hipo detuvo a Desdentao para observar como
los dos jinetes daban una vuelta al círculo de la Academia: cabeza con cabeza, jinete con jinete. Garfios le lanzó un gruñido de advertencia a Tormenta cuando ésta se acercó demasiado, y la osada nadder le respondió con una púa a raso de los ojos que provocó que Mocoso perdiera el equilibrio durante un instante.
-¡Mocoso va a la cabeza! codo con codo con Astrid y Tormenta. Vaya, ¡qué ráfaga tan traicionera!-Hipo se volvió levemente. Ni siquiera había escuchado el aleteo del cremallerus al acercarse los gemelos.-Uii esa púa ha pasado muy cerca de la nariz de Mocoso, pero ¡mirad! Garfios está ganando terreno-Chusco relataba la carrera a pleno pulmón, como si le fuese la vida en ello ante las exasperadas miradas de su hermana.-el aleteo de Garfios va a a desequilibrar a Tormenta, esa corriente estaba en muy mal sitio para Astrid y su nadder. Allí está Mocoso, ganando terreno, Astrid lo intenta pero el viento sopla demasiado fuerte. ¡Lo va a hacer! ¡Lo va a hacer! ¡Sí, Mocoso y Garfios ganan la primera carrera de la temporada!
-¡Mocoso, Mocoso, sí, sí, sí!-resonó a lo lejos.
Chusco lanzó su casco con cuernos al cielo y fue recogido por la larga cabeza de su dragón que lo devolvió al descerebrado cráneo de su jinete. Hipo también había echado de menos las tonterías de Chusco y Brusca. Los tres descendieron al edificio circular que ejercía como Academia de Dragones. Desdentao cruzó en un silbido la entrada a la arena, donde se alzaba un imponente escudo de roble que mostraba un furia nocturna girando en círculos. En el interior, Astrid reprochaba a Mocoso haber hecho trampas, pero él le respondía con fanfarronerías donde exaltaba la estupenda relación que había entre él y Garfios y que una chica no eran rival para sus potentes músculos. La vikinga con el cabello rubio y trenzado sacó el hacha de las alforjas de Tormenta y arremetió contra el muchacho. Si había algo que caracterizaba a Astrid Hofferson era su fuerte temperamento y su mal perder. De milagro que no partió a Mocoso en dos, el chico fue más rápido y se apartó mientras Astrid descargaba toda su furia sobre una de las vallas de entrenamiento y se peleaba para quitarla de nuevo.
-¡No es justo! El viento estaba a tu favor.-protestó Astrid mientras se debatía con la valla de madera para recuperar su hacha.
-Mala suerte, rubita.-se burló el otro.
Astrid consiguió liberar su arma y volvió a intentar trocear a Mocoso. Esta vez el impacto sirvió para cortar el aire.
-¿No deberíamos detenerlos?-sugirió Patapez, que acababa de llegar a la arena.
-Un buen inicio de temporada no es nada sin una buena pelea entre Mocoso y Astrid.
Hipo no dijo nada, pero estaba de acuerdo con Brusca. Si era necesario intervenir, solo tendría que dar la orden a Desdentao y los separaría, de momento, iba a disfrutar viendo como Astrid intentaba convertir a Mocoso en filetes de vikingo.
-¡Exijo la revancha!-declaró Astrid cuando su hacha hubo errado el objetivo por tercera vez.
-¡Sí! ¡Revancha, revancha!-gritaron al unísono los gemelos mientras alzaban los puños emocionados.
-Es que... yo...-tartamudeó Mocoso, llevándose la mano a la nuca.
-¿Qué pasa, Mocoso?-Astrid puso los brazos en jarra e hizo gala de un exagerado tono sarcástico-¿Es que tienes miedo?
¡Qué!-el muchacho hinchó su amplio pecho y alzó la barbilla para encararse con Astrid. Mocoso era menudo, pero de complexión musculosa e imponente, aunque no lo suficiente para intimidar a la joven.-¡Mocoso no tiene miedo de nada!
-¿Entonces por qué no quieres volver a correr?
Mocoso se sonrojó y volvió a rascarse el pelo de la nuca. A Hipo le divirtió la situación y se cruzó de brazos satisfecho: "Serás todo lo valiente que quieras Mocoso, siempre que lo que se te ponga delante sea un dragón".
-Es que tengo que hacer una cosa...-susurró más para si mismo que para su interlocutora.
-¿Qué tienes que hacer?
-¡Cosas!-replicó Mocoso nervioso, mientras corría para montar sobre Garfios y perderse en la inmensidad del cielo azul.
Astrid se recolocó el pelo, la ráfaga de viento que había levantado el gran dragón rojo al alzar el vuelo le había arrancado mechones de pelo rubio de la trenza.
-¿Qué diablos le pasa?-preguntó la guerrera a Hipo, que tenía aquella extraña sonrisa fruncida en los labios.
-Va a ver a Val.
Hipo no se equivocaba, Mocoso sobrevoló tranquilamente la aldea en busca de la muchacha, más por él que por ella, pensando exactamente lo que le iba a decir. El viento, aun frío por el inicio de la estación, le rasgaba las mejillas y le agrietaba los labios. Sentía como se le congelaba la nariz y trocitos de hielo se le clavaban en los pulmones. Bajo la gran sombra que proyectaba Garfios, los tejados de las chozas aún estaban cubiertos por un grueso manto blanco: los témpanos de hielo que se formaban en las almenas lloraban por al llegada de la primavera. Cuando no estaba entrenando, Val pasaba mucho tiempo ayudando en la granja, le gustaba trabajar la tierra y cuidar a los animales, porque era algo que no había hecho nunca antes, trabajar por si misma. Pero era demasiado temprano para atender la granja, los campos aun estaban congelados y los animales no empezarían a necesitar más cuidados hasta que la temperatura fuese más cálida. Era normal en Val buscar tiempo para estar a solas, sobretodo después de pasar tantos meses encerrada en un lugar tan estrecho rodeada de gente. La muchacha se había escabullido al inicio del entrenamiento mientras el resto de jinetes disfrutaban de su primer día de libertad. Nadie había ido a buscarla en cuanto notaron su ausencia, a veces Val, solo quería estar con Val. Aunque Mocoso sabía exactamente donde estaba Val. Guió a Garfios entre los arcos que formaban los peñones que rodeaban Mema y descendió hasta que las alas del dragón casi rozaran el agua del mar. El viento le alborotó el cabello negro que le acariciaba las mejillas. La gran envergadura del dragón le permitió que el aterrizaje final fuera despacio y silencioso. La cascada rugía con fuerza, cuando descendió de su montura, se empapó las botas en agua salada y sintió como se le congelaban los dedos de las pies. La cascada era el lugar favorito de Val, estaba justo debajo de la aldea, en una gruta abierta al mar. Las paredes y el suelo eran de piedra gris claro y en época de lluvias era imposible pasear por allí. Aunque después se formase un pequeño estanque bajo la cascada donde quedaban atrapados algunos peces que serían una agradable cena para más de una familia. La primavera acababa de llegar, así que la cueva de la cascada aun era habitable, el agua que caía era tan cristalina que casi parecía cuarzo líquido. Venía directamente de las nieves que comenzaban a derretirse, incluso aún caía algún pequeño trozo de hielo al estanque que se formaba por el hueco que había justo debajo de la catarata. Desde que había empezado la adolescencia, para Mocoso, que ya casi había cumplido diecinueve años; tenía sentimientos encontrados cuando llegaba la primavera: por un lado, tenía mariposas recorriéndole el estómago en todo momento, sentía calores asfixiantes pero a la vez sudores fríos, y su mente se desviaba de su tarea a la mínima distracción. Pero a la vez adoraba esa época, especialmente cuando la estación comenzaba a estar avanzada, cuando las muchachas bonitas de la aldea abandonaban sus tupidas pieles para dejar paso a las túnicas ligeras de hombros al descubierto. Aunque aún era demasiado pronto para ello...
Tal y como había pensado, Val estaba arrodillada frente a la charca de agua verdosa. Se había soltado el largo cabello blanco salpicado de reflejos plateados, que le llegaba hasta la cintura y caía en ondas juguetonas por su espalda. La cría de cremallerus que había adoptado jugueteaba con un trozo de cuero roído. Al monstruíto azul verdoso de ojos amarillos y dos cabezas le estaban saliendo los dientes, y mordía todo lo que se encontraba en su camino, incluido Mocoso en varias ocasiones. Val no solo era la primera jinete de Mema que tenía dos dragones, sino que había sido la primera en entrenar a un pesadilla voladora, y ese era el dragón que le preocupaba, pero el reptil de escamas negras azabache y reluciente cresta azul celeste dormitaba hecho un ovillo cerca de Val. Theon era extremadamente protector con la muchacha, y los pesadilla voladora eran muy territoriales, lo que había llevado al lagarto negro a encararse con Garfios en más de una ocasión, y no quería que eso sucediese hoy. Hizo una señal a su dragón para que se mantuviese al margen, aunque no sabía a ciencia cierta si Garfios obedecería o se la jugaría como hacía siempre. Val se pasó la abundante cabellera a un lado del cuello e inclinó la cabeza para meter el pelo en el agua. Fue entonces cuando Mocoso se dio cuenta de que la joven estaba desnuda de cintura para arriba: cada una de las vértebras sobresalía sobre aquella piel tan pálida. Pegó la espalda contra el pilar de la abertura de la gruta y sintió como se le aceleraba la respiración. Le ardían las mejillas a la vez que se le erizaba el vello de los brazos. Debió hacer más ruido del que pensó porque Val giró la cabeza levemente hacia la abertura de la gruta y obviamente divisó al gran dragón rojo parado con las patas aún en el agua del mar.
-¿Garfios? ¿Qué haces aquí?
Al escuchar su nombre, Garfios acudió a grandes zancadas hacia la muchacha, ante las silenciosas súplicas de Mocoso para que se quedase quieto. El dragón empujó a Val con el monstruoso morro plano, como solía hacer cuando reclamaba atención. La chica casi pierde el equilibrio por la brutal fuerza de la bestia, pero consiguió mantenerse apoyada sobre sus rodillas y rascó amablemente el morro de Garfios.
-¿Ya has vuelto a escaparte? Serás granujilla...
Mocoso observaba la escena oculto tras el pilar, cuando notó una fuerte punzada en la pierna. Una de las cabezas de Cosita tiraba de su pantalón. Intentó echarlo dándole pequeñas patadas, pero la cría de cremallerus espantoso era tan testaruda como cuando Chusco se empeñó en que la catapulta podría lanzarlo por el mar y aparecer al otro lado de la isla.
-¿Mocoso?-se ruborizó como una fogata cuando se dio cuenta de que Val lo estaba mirando, el cabello y la cabeza del dragón ocultaban sus pechos, pero aún así sabía que estaba desnuda.
-Valdir, su alteza... hola... ¿qué tal? Estás, quiero decir... estáis...-la señaló con un dedo tembloroso mientras sus ojos buscaban un punto fijo en el suelo para recuperar la concentración.
-Vaya...-la chica se cubrió el pecho con los brazos. Sus ojos color oro líquido brillaban sobre el rostro sonrojado.
La mayoría de habitantes de Mema posponían el baño el máximo tiempo posible. A Bocón había que perseguirlo y sujetarlo entre varios para que se enjabonase una vez al año. Pero Val era de la realeza, y tenía otro concepto sobre la higiene personal: en verano se bañaba cada día para quitarse el sudor, y en invierno, cuando la mayoría de vikingos podía pasar meses sin tocar el agua: Val se aseaba con un trapo empapado en agua templada y jabón de flores. Por eso siempre olía tan bien... Aún hacía demasiado frío para bañarse en el lago, o incluso para llenar un barreño de agua caliente y rascarse con un cepillo duro para quitarse la porquería, pero la joven de pelo blanco venía de una isla del Norte: allí no nevaba tanto como en Mema, el viento era tan violento que impedía que la nieve se quedase pero el frío era mucho más intenso que en la aldea. Los inviernos eran más largos y crudos. Por ese motivo, para Val, ese día cálido de principios de primavera era perfecto para lavarse la larga cabellera plateada.
La muchacha apartó a Garfios y cogió una camisa blanca, de mangas anchas que había amontonado junto a la silla del pesadilla, y se la pasó por la cabeza. Después cogió una pieza de piel y cuero, a medio camino entre un jubón sin mangas y un corpiño, se lo puso de la misma manera que la camisa y se apretó la lazada del pecho para cerrarlo. Esa extraña prenda, la habían confeccionado las chicas hacía un par de años, cuando el aumento de sus pechos empezaba a ser un estorbo para montar a los dragones. Aún así, seguían siendo unas prendas muy frescas para la época del año. Él, sobre su cota de malla de escamas de dragón esmaltadas en azul, llevaba un manto de pelo tan negro como el de su cabeza, sujeto al hombro con un broche de plata de dos cuernos entrecruzados y dos gruesos protectores de cuero y lana en los antebrazos. En la cintura llevaba un grueso cinturón con una gran hebilla plateada donde lucían de nuevo los cuernos de los Jörggenson
Una vez Val estuvo vestida, invitó a Mocoso a tomar asiento a su lado. Del zurrón sacó un peine de conchas marinas y comenzó a desenredarse el pelo. El rostro de Val le prestaba toda la atención a él: tenía aquella sonrisa tan dulce, tan cálida, lástima que se eclipsara por aquellos ojos tan tristes. Mocoso se ruborizó y se rascó la nuca a modo de tic nervioso:
-Hace un día muy bonito ¿verdad? Ya tenía ganas de que llegase la primavera.-comenzó a relatar ella. Valdir era muy educada, muy cortés. La habían criado para que fuese toda una dama, Mocoso, en cambio y según palabras de Astrid: era odioso, arrogante, machista, fanfarrón e idiota. El resto de jinetes de Mema podía corroborar esa definición, sí, así era Mocoso, solo que cuando estaba con Val, dejaba de ser Mocoso.
-Sí, su alteza, Valdir...-nunca sabía bien bien como llamarla. Y ella siempre le corregía:
-Te he dicho mil veces que me llames solo Val.-su tono de voz era grave, firme, profundo...
-Sí, Val...-Mocoso fijó la vista en el puñal que colgaba de la cintura de la princesa, concretamente en la piedra de luna blanca que brillaba en la empuñadura, ejerciendo de ojo del dragón plateado que tenía tallado.-Verás... me gustaría preguntarte algo...
-¿Si?-le pareció ver un destello de esperanza en aquellos ojos tan tristes. Eso le animó a seguir. O lo habría hecho, sino fuese porque Cosita se lanzó sobre él e intentó arrancarle la nariz a bocados.
-¡Cosita no!
El dragoncito azul verdoso tiró a Mocoso al suelo, mientras intentaba morderle la cara con las dos cabezas, el muchacho se defendió como pudo. Una garra le rasgó la mejilla. Una de las cabezas del bebé dragón rocío al muchacho con un gas verde y casi se le para el corazón a cuando vio que el otro emitía una chispa rojiza de entre las fauces que no se llegó a prender. El escándalo despertó a Theon, que en cuento vio a Garfios erizó la cresta y siseó amenazante, la niebla azul paralizante comenzó a salir de sus escamas. El pesadilla monstruosa le respondió con un gruñido y hubiese prendido su piel si Val no hubiese intervenido: Agarró a Cosita y tiró de él con todas su fuerzas hasta que quedó sentada de nuevo, con el dragón, del tamaño de un perro mediano, sentado sobre sus piernas. Desde allí, se dirigió a su otra montura:
-Theon, quieto. Es amigo-el reptil vaciló ante la orden de su jinete- Déjalo. Es amigo.
Las escamas erizadas volvieron a su estado habitual, la niebla desapareció y el animal se sentó. Aunque no dejaba de apartar la vista del muchacho y su dragón. Garfios también se tranquilizó. Mocoso se llevó la mano a la cara, y se miró los dedos ensangrentados. Mientras, las dos cabezas de Cosita se peleaban la una con la otra sobre las faldas de Val.
-¡Basta ya!-les regañó-Aunque tengáis dos cabezas sois un solo dragón. Dejad de intentar mataros el uno al otro.
-Estos pequeños dan mucha faena.
-Es como tener a los gemelos pegados eternamente. Lo siento mucho, Mocoso, les están saliendo los dientes y muerde todo lo que se cruza por su camino ¡Por Thor! Te ha hecho sangre.-se lamentó Val.
-No te preocupes, no es nada. Todos los grandes guerreros tienen cicatrices de batalla-su propio padre tenía una marca sobre la ceja fruto de una pelea con un nadder mortífero, hacía ya muchos años. Mocoso se burló de si mismo, e intentó imaginar que cara pondría su padre si se llegase a enterar de que las cicatrices de su cara eran fruto de una pelea con una cría de dragón mientras intentaba hablar con una chica-Hubiese sido peor si me hubiese hecho explotar.
-Menos mal que Cosita aún no ha aprendido a prender la chispa al gas.-la muchacha rasgó un trozo de su camisa y se lo acercó a la mejilla. Se lo quedó mirando descaradamente a los ojos. Mocoso se dio cuenta y ambos se ruborizaron.-lo siento,-se disculpó ella-es que me fascina que tengas el pelo tan negro, tan oscuro, me recuerda al fuego. En mi pueblo adoramos el fuego-acarició un mechón lacio y grueso, que le llegaba hasta la mejilla y sus ojos se apagaron.- En Mema sois todos tan extraños. vuestros ojos: Hipo los tiene del color de la hierba y Astrid ¡azules! tiene los ojos del mismo color que el mar. Y tú, los tuyos... parecen dos nubes de tormenta, tan grises, no sabía que la gente pudiera tener los ojos grises.
-Ni yo que existieran princesas tan hermosas...-se atrevió a decir por fin en un suspiro que casi parecía un sueño. Val giró la cabeza bruscamente, ofendida, y al arrogante muchacho se le cayó el mundo al suelo.-Yo, lo siento...
-Solo te parezco hermosa porque tengo el pelo blanco-objetó ella-y no vuelvas a llamarme princesa, solo soy princesa de un montón de roca y cenizas...
Val era tan distinta al resto de jóvenes de Mema: no solo por el color de su pelo o su sangre, aquella que pertenecía a un linaje tan antiguo y sagrado. No era tan alta ni tan corpulenta como la mayoría de chicas: Mocoso no destacaba por su altura, y cuando llegaron a la pubertad, las muchachas empezaron a sacarle centímetros. Valdir medía lo mismo que él, tenía el rostro ovalado, y los rasgos menos definidos que el resto: eran más elegantes, delicados. Tampoco tenía el pecho tan ancho, pero si la cintura más estrecha que se curvaba suavemente cuando llegaba a la cadera. Lo único que tenía Val de Mema eran las manos: repletas de cortes y callos, fruto del arduo entrenamiento que llevaba a cabo para aprender a manejar el hacha.
Y era blanca: Val era blanca y pura... su piel era pálida: a conjunto con su pelo, ni en verano se le tostaba ligeramente, únicamente su rubor se vislumbraba en sus mejillas cuando se incomodaba. Cuando llegó a Mema siempre iba de blanco, con largas túnicas y elaborados vestidos y se decoraba el pelo con adornos y flores del mismo color. Parecía una viuda que lloraba la pérdida de su marido en el mar el mismo día de su boda.
-¡Eso no es cierto!-protestó Mocoso ante la reacción de la joven a uno de los pocos comentarios galantes que diría en su vida.-No solo eres hermosa, eres la mejor. Lo sé porque soy un Jörggenson, y los Jörggenson solo queremos a los mejores, por eso quiero llevar a la mejor a Las Líricas.
-¿Las Líricas?-El cabello largo y húmedo de Val le acarició las mejillas salpicadas por escasos pelos negros. Sus ojos dorados estaban fijos en él.
Mocoso enrojeció, se humedeció los labios con la lengua y volvió a rascarse la nuca.
-Sí, o sea, sí, ya sabes... cuando llega la primavera, en Mema organizamos una gran fiesta: habrá comida y baile y podremos ver a las Líricas cruzando el cielo desde los acantilados.-en su mente le pareció estar haciendo el ridículo, balbuceando como un idiota. ¿Por qué le estaba contando eso? Val llevaba tres años en Mema, conocía perfectamente lo que eran las Líricas y en que consistían.
-¿Me estás invitando a ir a la fiesta de Las Líricas, contigo?
Mocoso temía no haberse expresado bien y que Val lo malinterpretase.
-Sí, o sea: No. Solo si quieres, o si no te lo han pedido. A lo mejor no tenías pensado ir, o si, o ya ibas a ir con alguien. Sabes, olvídalo, yo no te he dicho nada.
-Sí.
El muchacho quiso abofetearse el rostro para asegurarse de que estaba despierto.
-¿Has dicho que sí?-Val asintió con la cabeza y esbozó media sonrisa. Su pelo lanzaba destellos plateados cuando se movía. Mocoso se quedó paralizado, no sabía que hacer, jamás pensaría que fuera a llegar tan lejos con esto.-¡Sí! ¿en serio? Había pensado que sería un buen regalo de cumpleaños...
En Malmö, el invierno era más largo que en Mema, por ese motivo, no sabían con exactitud cuando era el cumpleaños de Val. En su pueblo lo celebraban el último día de invierno, pero en su nueva isla, aún debían quedar un par o tres de semanas. Fuera como fuera, Valdir estaría a punto de entrar en su decimoséptimo año de vida, que coincidiría con la lluvia de estrellas conocida como Las Líricas.
Mocoso ya se lo podía estar imaginando: avanzaría con Val cogida del brazo, ella iría con un largo vestido blanco, con los hombros al descubierto y el largo cabello danzando en torno a su espalda, reflejando destellos más brillantes que las propias estrellas. Toda la aldea se quedarían asombrados, porque él: el patoso y patán de Mocoso, al que no paraban de morderle los dragones, al jinete que su montura desobedecía, llevaba a la princesa Valdir al baile de Las Líricas. Incluso su padre estaría orgulloso, casi podía verlo: su risa resonaba por toda la plaza, llevaba un cuerno de cerveza en la mano y la espesa barba negra empapada de espuma: "un Jörggenson siempre lleva lo mejor, y mi hijo lleva a la muchacha más bonita al baile de la primavera". La Vieja Gothi leería lo que le dicen las estrellas: como sería la cosecha, el ganado, la caza y la mar y como progresaría la aldea. Después bendeciría a las jóvenes parejas destinadas a tener una larga y próspera vida. El corazón le daba un vuelco cada vez que se imaginaba a la diminuta anciana tocando los hombros de ambos con su cayado. Podía parecer un acto insignificante, pero aquella reunión social era muy importante en la vida de los vikingos de Mema: no solo debían demostrar su fiereza en la batalla, sino también su destreza con las jóvenes guerreras: en una época anterior, los muchachos raptaban a las chicas adolescentes de la casa de sus padres para obligar a casarse con ellas bajo las estrellas, ahora, simplemente, tenían que tener el coraje de invitarlas a bailar. La belleza, las habilidades guerreras y el estatus de la chica sería tan comentado por el resto del pueblo como si se tratara de la última invasión vikinga. Y Mocoso había salido victorioso como un legendario héroe de aquella batalla.
-Claro, será divertido, creo que Bocón va a preparar su famoso estofado de cordero y Cubo tocará su flauta y con los dragones podremos ver las estrellas desde los acantilados... -en algún momento, el muchacho dejó de escuchar a Val y se fijó en el colgante que lucía en su cuello: un diente de pesadilla voladora, de Theon: largo, esbelto y afilado como un cuchillo y negro como el carbón, lanzando brillos azules al ritmo del movimiento del cuerpo de Val. Enredado al colmillo llevaba una flor marchita: con grandes pétalos en forma de corazón. "Un alhelí de invierno" la flor favorita de Val, solo crecían en el norte. "La flor del invierno..." De repente tuvo una idea, de las escasas y brillantes que se le cruzaban por la cabeza al joven vikingo.
-¡Será genial!-gritó exagerado. Dio un salto para ponerse de pie, sentía el aire frío irritándole las heridas de la mejilla y el solo hecho de pensar en volar en contra del viento le producía escalofríos-pero ahora tengo que irme, tengo un montón de cosas que hacer...-se acercó despacio a Garfios, tiró de su cuello para obligarlo a bajar la cabeza y permitirle montar, pero el dragón, como era normal, no obedeció y le dio un empujón. Val se tapó la risa con las manos, mientras Mocoso balbuceaba cosas sin sentido. Al tercer tirón consiguió convencer al testarudo pesadilla monstruosa y se marchó volando, rápido como un torbellino por donde había venido. Val se quedó sola, viendo como se alejaba y sonrió con timidez al recordar como la miraban esos ojos grises, aún tenía en las manos el trozo de camisa empapado en sangre. Rascó las dos cabezas de Cosita, que dormitaba en sus faldas. Ya sería cerca del mediodía, y en casa la estarían esperando para comer. Recogió sus cosas y las guardó en las alforjas de Theon, se colgó su hacha en la espalda y decidió emprender la marcha a pie, por el sendero de madera que atravesaba los muelles y llevaba a la aldea. El puerto empezaba a cobrar vida: los hombres habían iniciado las tareas de mantenimiento y reparación de los barcos, otros empezaban a llenar las bodegas para emprender sus primeras rutas comerciales. Cubo y Munch amarraban su pequeño esquife con dos toneles llenos de aceitosos arenques. La saludaron con el brazo cuando la vieron pasar y dieron a Cosita un par de pescaditos. Ella les dio las gracias y siguió su camino. El pequeño cremallerus andaba dando pequeños brincos delante de ella, distrayéndose con algún insecto madrugador. Theon, más maduro y solemne avanzaba despacio tras ella. Nada más salir del puerto se encontró con la morada de los Jörggenson. Las casitas de Mema eran pequeñas edificaciones triangulares de madera y hierro, con tejados recubiertos de paja y dos pisos de altura. En sus puertas y fachadas tenían tallado su emblema, así como distintas grandes hazañas de sus antepasados. La entrada de los Jörggenson estaba enmarcada por dos grandes cuernos entrecruzados. Atravesó la plaza del pueblo, donde en el suelo había un escudo de piedra, pintado con un feroz guerrero vikingo de rostro grotesco y fiero. La gente había salido a disfrutar del día e incluso había algunas paradas en el mercado. Svend el silencioso intentó venderle algún repollo apestoso de la última cosecha, que Val rechazó amablemente. Alrededor de la plaza distinguió otras heráldicas: la calavera de los Hofferson, el hombrecillo de grandes pies de los Ingerman y el hacha de doble filo de los Thorston. Mientras subía la colina contempló los pequeños islotes del este que también formaban parte de Mema, y que estaban conectados a la isla principal mediante puentes de madera. Pese a la distancia, Val era capaz de reconocer los emblemas de cada hogar: al borde del mar estaba el garfio de Cubo, junto a la cabaña que llevaba el pescado de Munch, y en otra isla algo más al norte estaba la herrería de Bocón con su gran martillo tallado a la entrada. "Tantos escudos, tantos clanes, tanta gente que la llamaba princesa, pero ninguno era el escudo de su familia, su clan se prácticamente se había extinguido y no era princesa más que de un cacho de roca y ceniza perdido en el océano". La Gran Sala se alzaba con sus pesadas puertas de roble, hierro y oro ante ella, decoradas con todas las grandes hazañas que habían realizado en la antigüedad los guerreros de Mema. Había estudiado todas y cada una de aquellas tallas al menos un millón de veces, y seguía sin comprender del todo las historias que contaban. De todas formas, ya había pasado suficiente tiempo encerrada en aquella sala, así que se plantó en la casa que había justo a su lado: la que era algo más grande que el resto y que tenía colgado en la puerta un escudo con un furia nocturna y un jinete que caía en picado, con dos alas rojas extendidas.
-Abadejo.-dijo para si.
* * *
Dos semanas después, el clima había aumentado su temperatura al tiempo que las hormonas de los jóvenes se disparataban todavía más. Apenas quedaban pocos días para la esperada celebración de las Líricas y banderas con todos los clanes de Mema ya hondeaban en la plaza. Las mujeres reunían madera para encender grandes hogueras, los hombres habían salido de pesca y de caza para alimentar a todo el pueblo, mientras que los granjeros apuraban sus últimas verduras para condimentar tan exquisitos platos. Los jinetes de dragón sobrevolaban la isla en busca de la tarea en la que fuesen más necesarios. Pero, aunque todos estuviesen realmente ocupados, la mayoría de vikingos dejaron a medias sus quehaceres cuando la vieja coca de Johan Trueque fue avistada en Orilla Dragón. Era la primera vez de la temporada que Johan hacía escala en Mema y los aldeanos, cansados del largo invierno, se morían por saber que nuevas traía el mercader y con que objetos los sorprendería en esta ocasión. Hipo, como todos, bajó al puerto a curiosear las nuevas baratijas de Johan, pero decidió quedarse al margen de la multitud, acompañado de Astrid, observando el escándalo desde un nivel superior. El comerciante de piel morena y largos bigotes castaños hablaba desde la cubierta de su nave: relatando como había cruzado las indómitas aguas de la bahía de los dragones marinos donde casi se lo traga un remolino. La muchedumbre escuchaba maravillados: sabían que Johan era un exagerado en cuanto a sus anécdotas, y que su larga travesía atravesando una feroz tormenta podría tratarse perfectamente de un viaje de medio día entre una fina lluvia matutina. Aún así, la gente estaba tan ansiosa por recibir noticias de algún lugar que no fuese Mema que escuchaban sus relatos con verdadera adoración.
-Eso que lleva Johan en el hombro, ¿es un terror terrible?-preguntó Astrid.
Hipo ni se había dado cuenta, pero parecía ser que algún habitante de Mema había utilizado uno de los pequeños dragones mensajeros para hacerle un encargo al mercader. Entre la multitud apareció un gran dragón rojo: los dos jinetes se sobresaltaron al oírlo rugir y hacer callar a la gente. Siendo un muchacho tan bajito, a Hipo le resultaba divertido que Mocoso montase una bestia tan enorme. Cuando el joven vikingo de pelo negro se hizo notar, el terror terrible del hombro de Johan dio un salto y fue a clavar sus dientes en el brazo de Mocoso. El muchacho se cayó del dragón intentando arrancárselo, cuando lo consiguió, el pequeño dragoncito de ojos saltones le lamió la mejilla. Con toda la dignidad que le quedaba, Mocoso avanzó a grandes pasos y saltó a la cubierta de Johan ante los cuchicheos de la muchedumbre. Hipo y Astrid no pudieron evitar acercarse para descubrir que artilugio le había encargado Mocoso a Johan Trueque, pero cuando descendieron a los amarres y pudieron abrirse paso entre los vikingos: su amigo y el mercader estaban inmiscuidos en una ardua discusión. Mocoso tenía un pequeño cofre de madera y bronce en la mano y lo lanzó violentamente al suelo ante la mirada de escándalo de Johan.
-¡Fui muy claro en mi carta!-protestaba el del clan Jörggenson.
-Johan hizo lo que pudo, el feroz guerrero le demandaba algo muy costoso-se disculpó el otro con su marcado acento extranjero. Se agachó para recoger el cofre y asegurarse que su contenido permanecía intacto.
-¡Devuélveme mi hebilla, canalla!-el mercader extrajo la gran hebilla de plata, con los dos cuernos cruzados de un bolsillo de su vieja túnica y la mordió con sus dientes pútridos. A Hipo le entró una arcada.
-Si el feroz guerrero quiere de vuelta su hebilla, el pobre de Johan no tendrá otro remedio que llevarse de vuelta su cofre.
Mocoso se mordió el labio y frunció el ceño. Soltó un gruñido y le arrancó el cofre de las manos a Johan. Se marchó tal y como había venido, dando grandes zancadas, empujando a Astrid y a Hipo en su camino, la joven vikinga le lanzó un grito de protesta, pero Mocoso la ignoró, se subió sobre Garfios y se marchó volando. Los dos muchachos interrogaron a Johan con la mirada, pero éste se limitó a encogerse de hombros y a negar con la cabeza.
Tardaron casi todo el día en encontrar a Mocoso, y eso que se olvidaron de buscar en el lugar más evidente. El joven estaba dando estacazos a un vikingo de madera en la academia de dragones cuando Desdentao y Tormenta aterrizaron a su lado. Garfios dormitaba indiferente tumbado sobre la arena, con la lengua fuera y expulsando humaredas por las fosas nasales. Levantó la cabeza y giró las orejas cuando sintió llegar a los dragones. El cofre que le había dado Johan estaba a su lado, Mocoso lo había arrojado con tanta fuerza que lo había abollado por un lado y dificultaba la apertura, pero en cuanto Hipo consiguió forzarlo, se quedó sorprendido con el contenido:
-¿Una corona de flores?
-Seguro que te quedan encantadoras-se burló Astrid. En cuanto se dio cuenta de que habían logrado abrir el cofre, Mocoso soltó la espada de golpe y se lo arrebató de las manos a Hipo.
-¡No es asunto vuestro, largaos!-les dio la espalda a sus interlocutores, como si de esa manera el contenido del cofre desapareciera por arte de magia.
-¿Para qué le has pedido una corona de flores a Johan Trueque?-preguntó Hipo acercándose y poniendo su mano sobre el hombro de Mocoso, en un tono casi fraternal. El muchacho suspiró hondo y mostró la corona de flores a Hipo.
-No son flores cualquieras, son alhelís.
-¿Alhelís?-preguntó Astrid.
-¿Son para Val, verdad?-dedujo el vikingo del cabello castaño y alborotado.
-Iban a ser un regalo para su cumpleaños, iba a pedirle que la llevase al baile de las Líricas. Pero el idiota de Johan lo ha estropeado.-dio una fuerte patada al suelo que provocó que algunos pétalos saliesen danzando de la corona. La pieza era tan hermosa y delicada que Hipo hizo ademán de quitársela de las manos para evitar que la rompiese.
-¿Por qué? ¿Qué ha hecho Johan?
-¡Blancos! Le especifiqué que tenían que ser alhelís blancos. Y míralos-las flores bailaron frente a los ojos de Hipo-son púrpuras. Tienen que ser blancos, los alhelís de invierno son los favoritos de Val, no los púrpuras.
Mocoso comenzó a patear el suelo furioso y más pétalos saltaron de la corona. Hipo consiguió arrebatársela y alisó las flores con las manos, delicadamente. Astrid se conmovió por primera vez en la vida del joven vikingo y le habló con un pizca de dulzura en la voz. Se apartó el flequillo del rostro y, como Hipo, le puso una mano en el hombro:
-Es un detalle precioso que te hayas acordado de su flor favorita. Conoces a Val, no es una chica superficial y valorará tu detalle, independientemente si es blanco o púrpura.
Mocoso iba a replicar algo. Pero el chirriante rugido del pesadilla voladora les interrumpió. Hipo metió la corona de flores en el cofre y lo ocultó a su espalda. Theon, montado por Val, acababa de aterrizar en la arena de la academia. Hipo iba a inventarse alguna excusa para argumentar su pequeña reunión, pero la muchacha parecía traer noticias urgentes.
-Se acerca un barco energúmeno.
-¿Qué? ¿un barco energúmeno? ¿Estás segura?-preguntó Hipo.
Val asintió con la cabeza.
-Yo misma he visto el skrill dibujado en la vela.
-¿Solo un barco?-esta vez la que intervino fue Astrid, incrédula. Val asintió de nuevo-¿Qué diablos pretenden acercándose a Mema con un único barco?
-Llevaban izada la bandera blanca.
-Quieren hablar con mi padre.-dedujo Hipo al tiempo que daba un salto y montaba sobre Desdentao-Astrid, reúne a los jinetes. Mocoso y Val, organizad las defensas de Mema, yo voy a ver que quiere Dagur de mi padre.
El jinete de pelo negro siguió a sus compañeros con la mirada, mientras los veía alejarse a través de las vallas de la arena. No recordaba haber visto a Val bajarse de su dragón y encerrar a Theon en uno de los establos, cuando se dio cuenta, la chica estaba a apenas unos centímetros de él, el bebé de cremallerus le mordisqueaba la bota, pero Val estaba tan cerca él que apenas era una molestia lejana. Notó como sus mejillas ardían. Ella tomó su mano entre las suyas, estuvo a punto de retirarla avergonzado: estaba sudorosa y sucia por haber estado tanto tiempo empuñando la espada. A Valdir no pareció importarle, tenía los ojos dorados húmedos. El viento vespertino le mecía la larga trenza que colgaba a su espalda:
-Necesito que me hagas un favor.
* * *
Hipo aterrizó en la plaza ante un gran rugido de Desdentao. Estoico estaba acompañado por Bocón y otros guerreros de la aldea, a Dagur, embutido en una barroca armadura de metal oscuro, lo acompañaban un puñado de grandes hombres, vestidos de negro, con el torso desnudo y lleno de cicatrices.
-Oh, Hipo-anunció presuntuoso el príncipe de los energúmenos-me alegra verte en un momento tan especial.
-¿Qué quieres Dagur? Ve al grano.-Desdentao amenazó con rociar a los energúmenos con una ráfaga de plasma.
El recién llegado soltó una larga e histérica risa.
-Cálmate Hipo, ¿no has visto la bandera blanca? Hemos venido en son de paz. En cuanto tengamos lo que hemos venido a buscar nos iremos sin armar jaleo.
-¿Y qué diablos se te ha perdido a ti en Mema?
Mi esposa.-tenía una sonrisa impertinente que enmarcaba una nariz picuda, una mirada grande y violácea y tres cicatrices negras sobre el ojo izquierdo. Tenía la barba roja y descuidada, y el pelo revuelto en forma de cresta.
-¿Tu esposa?
Astrid, Patapez y los gemelos acababan de llegar a la plaza, montados sobre sus dragones. El sol caía tiñendo el cielo de naranjas y rosas. Una fría brisa les revolvía el pelo.
-Val.-explicó Estoico al tiempo que Hipo se volvía hacia él.
-¿De qué me estás hablando? ¿Qué le ocurre a Val?-Hipo empezaba a ponerse nervioso, no le gustaba para nada la mirada que le estaba dedicando su padre. Desdentado se revolvió bajo sus muslos, Hipo le acarició para calmarlo.
-¡La flor del invierno! ¡la princesa de Malmö! la última del linaje de los Antiguos Clanes.-canturreaba Dagur al tiempo que alzaba los brazos al cielo.
-El padre de Val firmó un matrimonio concertado con Dagur cuando era pequeña.
-¿Qué? ¿De qué me estás hablando? ¡No te creo! Seguro que se lo ha inventado este degenerado.
-¿Me estás llamando mentiroso? ¿A mi? ¿A Dagur?
Desenvainó una baza con afilados pinchos, todos los energúmenos alzaron sus armas y los dragones se pusieron en guardia. Astrid preparó su hacha, al igual que Estoico y Bocón tenía su martillo listo. Estaba a punto de estallar una carnicería.
-No miente.-los reunidos enmudecieron. Val estaba sobre la colina, jadeando exhausta, había venido corriendo a toda prisa desde la Academia de Dragones. Tenía mechones blancos pegados a la frente perlada de sudor. Se lo limpió con el reverso de la manga. Dio un salto y se situó junto a Hipo.-No miente,-repitió-Dagur es mi prometido, nuestros padres arreglaron nuestro matrimonio cuando éramos niños. En Malmö y en la tribu de los energúmenos los matrimonios concertados son algo habitual.
-Así es-prosiguió Dagur-se acordó que cuando la princesa cumpliera la mayoría de edad se vendría a vivir conmigo y haríamos oficial nuestro compromiso.
-Val no se puede casar, tiene diecisiete años-argumentó Hipo-hasta los diecinueve no obtendrá la mayoría de edad.
-Según las leyes de Mema...-Dagur mostró una sonrisa siniestra.
-Pero no las de Malmö-interrumpió Val-en mi pueblo alcanzamos la mayoría de edad a los diecisiete años.
-¡Pero no estamos en Malmö, estamos en Mema!-gritó Hipo.
-Déjame a mi hijo,-Estoico bloqueó a Hipo con un brazo y avanzó hacia Dagur, hacha en mano. Habló con un tono firme y autoritario, respetable, por eso era el jefe de la aldea.-Soy Estoico, el tío de Valdir y responsable suyo hasta que alcance la edad adulta. En Mema tenemos unas leyes: los niños no adquieren la suficiente madurez para tomar la decisión de emparejarse hasta que alcanzan los diecinueve años, por lo tanto, yo tomo las decisiones importantes en su lugar hasta ese día, y digo que la princesa Valdir es muy joven para casarse.
-El acuerdo no fue firmado en Mema, sino en Malmö...-Dagur era más alto, corpulento y fuerte que Hipo, pero tenía unas infinitas ganas de machacarlo, a él, y a su impertinente risa.
Estoico fue a replicar, pero Val se interpuso.
-Tío, yo me encargo.
-¿Estás segura?-la mirada firme de Val despejó las dudas de Estoico. Al sobreprotector jefe de la aldea no le hacía ni pizca de gracias que su pequeña se enfrentara a solas al inepto de Dagur, pero Val parecía tan decidida que no fue capaz de negarse. Apretó con firmeza el mango de su hacha, listo por si tenía que intervenir.
Valdir avanzó hacia Dagur, Hipo desmontó de Desdentao, la pierna de hierro chirrió cuando presionó con fuerza el suelo. Bloqueó el paso de la muchacha, ella se negó a mirarlo a los ojos, pero sabía que los tenía repletos de lágrimas.
-No lo hagas Val, encontraremos otra solución.
La muchacha le cogió la mano y depositó en ella un pequeño objeto punzante, frío y afilado. Cerró la mano de Hipo en torno a él y lo miró con aquellos ojos de oro líquido.
-No hay otra solución.-apartó a su primo de su camino y se encaró a Dagur-Me casaré contigo, Dagur, es mi deber como princesa,-el energúmeno brincó de alegría- pero como bien ha explicado mi tío, él toma las decisiones importantes en mi lugar. Cuando nos prometimos, mi padre no llegó a firmar jamás el acuerdo prenupcial, así que tendrás que cumplir las exigencias que te piden si quieres que el matrimonio se lleve a cabo.
Dagur se cruzó de brazos:
-Te escucho.
-Dejarás en paz a Mema. No intentarás conquistarla, ni la atacarás, ni la saquearás y no dañarás a ningún humano, jinete o dragón de Mema, ¿queda claro?
Dagur fingió meditarlo un instante.
-Las condiciones que pides son duras de llevar a cabo...
-¿Aceptas o no?-Val hinchó el pecho, autoritaria. "Si que era una auténtica princesa, una líder".
-Acepto.
Hipo intentó detenerla, pero sintió como se le congelaban todos los músculos del cuerpo al intentarlo. Dagur agarró a Val por ambos brazos y la pegó contra su pecho.
-Te lo advierto Dagur, como dañes a alguien...
-Sí, sí, sí... lo he pillado... "si dañas a alguien de Mema se romperá el compromiso" y bla bla bla-pronunció esto último en tono de burla.-Ahora, ¿no vas a darle un besito a tu futuro esposo?
El guerrero se acercó a ella con los labios fruncidos, pero solo consiguió llevarse un empujón y caerse al suelo antes las risas por lo bajo de todos sus hombres y parte de los habitantes de Mema. Gustav, el jovencísimo jinete tuvo la mala suerte de estar cerca de Dagur en el momento de la caída. El energúmeno alzó al muchacho por el cuello de la camisa, pero una simple mirada de Val bastó para dejarlo cuidadosamente en el suelo. Hipo apretó el objeto punzante con fuerza, impotente y lleno de rabia y preocupación a la vez. Era una victoria, se habían librado por fin de los energúmenos, pero no sabía si el precio había sido justo.
* * *
Ya caía la noche cuando el barco energúmeno partió por fin del embarcadero de Mema. La primera Lírica de la temporada cruzó el cielo a toda prisa. Mocoso, sentado al borde del acantilado, acompañado de Garfios y Cosita, contemplaba como el navío que se llevaba a Val de Mema se convertía en una sombra, engullida por las olas. Casi podía ver sus dos ojos de oro en la oscuridad, mirando hacia él. Sintió ganas de llorar, pero se pasó la manga por la cara para evitar que le cayeran lágrimas. "Un Jörgensson jamás llora". Oía la voz de su padre retumbar en su cabeza. En las manos sujetaba la delicada corona de flores, la estaba destrozando, pero ¿qué más daba? Val no la llevaría nunca, fuera del color que fuera. Cosita apoyó las cabezas en la falda de Mocoso y él muchacho las acarició. El bebé parecía triste y gorgojeaba suaves lamentos de pena. A lo lejos, en la arena de la academia, los gritos agudos e histéricos de Theon retumbaban por toda la isla. Intentaba liberarse desesperado para ir en busca de Val.
-¿Ya la echas de menos, verdad?-le susurró al cremallerus-No eres el único.
-Mocoso.-La voz que lo había llamado era la de Hipo, él y el resto de jinetes habían acudido en su busca. El chico se sentó a su lado y le puso una mano en su hombro, comprensivo-¿Estás bien?-preguntó aún sabiendo la respuesta.
-Iba a venir conmigo al baile, Hipo-se lamentó-lo tenía todo planeado, fui el primero en decírselo, el único... La Vieja Gothi nos iba a bendecir. Fui un idiota creyendo que ella quería estar conmigo. Fue una estúpida burla-arrugó aún más la corona entre sus manos y los pétalos púrpuras cayeron al vacío.
-No fue ninguna burla-esta vez fue Astrid la que se acercó-ni fuiste el único que le pidió que la acompañara al baile.
-Eso es cierto,-reconoció Chusco con el apoyo de Patapez.
-¡Por dios Mocoso, se trata de Val!-se exasperó la muchacha-la princesa de Malmö, la chica del pelo blanco, la flor del invierno. Incluso habían venido vikingos de otras islas para pedir que los acompañara al baile de las Líricas. Ya en otoño tenía pretendientes, pero ella te eligió a ti, ¡Cómo podéis estar los hombres tan ciegos! tú le gustabas...
Los ojos grises de Mocoso se iluminaron en la noche, aunque solo fue por un instante muy breve.
-Quería proteger a los dragones, por eso te dejó aquí, vigilando a Theon y a Cosita, no quería que Dagur les echara el guante. Le ha hecho creer que ella no es jinete de dragón-le explicó Hipo mientras depositaba en su mano el colgante del diente de pesadilla voladora que le había dado Val. El alhelí blanco marchito se convirtió en polvo que desapareció en la inmensidad de la noche-Confía en ti para que cuides lo que más aprecia en este mundo.
El muchacho se quedó sin palabras, sujetando con fuerza el colgante que le había dado Hipo. Val había actuado con inteligencia, sabía que si Mocoso veía a Dagur pidiéndole matrimonio hubiese sido capaz de matarlo allí mismo, así que prefirió dejarlo al cuidado de sus dragones. Sentía puñaladas en el corazón cuando escuchaba a Val diciéndole que su padre la había prometido a Dagur cuando eran niños, y que sino aceptaba, los energúmenos atacarían Mema con toda su artillería. Fue Patapez quien finalmente se decidió a romper el incómodo silencio:
-Val ha salvado Mema, nos ha librado por fin de los energúmenos. ¡Es una heroína! Propongo que vayamos todos a la Gran Sala y nos bebamos un cuerno de cerveza en su honor.
Los gemelos apoyaron su propuesta y el grupo puso rumbo hacia la Gran Sala. Todos, a excepción de Mocoso, que seguía sentado al borde del acantilado. Tenía el colgante de Val en una mano, y lo sujetaba con todas sus fuerzas.
-¿No vienes, Mocoso?-preguntó Hipo antes de marcharse.
-Sí, enseguida voy, pero antes tengo que hacer una cosa.-sus ojos grises se posaron en la inmensidad del océano que rugía bajo sus pies al chocar las olas contra las rocas de la isla.-Antes tengo que ir a buscarla.
NOTA DEL AUTOR
Sinceramente, me encanta escribir este tipo de historias fantásticas, de amores puros e inocentes, de lugares lejanos y criaturas fantásticas. Y si, soy una enamorada de los dragones. Me ha gustado mucho trabajar el personaje de Val, es una chica muy valiente y capaz, responsable y madura para su edad y me encantaría poder seguir su historia al menos un par de capítulos más. ¿A vosotros que os ha parecido? ¿Os gustaría saber como termina el compromiso con Dagur? ¿Irá Mocoso a buscarla?
Sino habéis visto las películas/serie en las que está basada esta historia os las recomiendo de todo corazón. Una preciosa película de dibujos con las que pasar una fría tarde de domingo lluvioso. Sino la habéis visto y vais algo perdidos con los personajes, hacedmelo saber para escribiros una guía rápida. ;)
¡Gracias por estar ahí cada semana!
Ayla.
El invierno había sido excesivamente duro ese año: los habitantes de Mema tuvieron que confinarse antes de lo previsto: todos pegados los unos a los otros para darse calor, animales y dragones incluidos en aquel ambiente sobrecargado, donde después de algunas semanas, el olor de tantos humanos juntos empezaba a volverse a insoportable. Pero igual de rápido que había llegado, se había esfumado, y antes de lo previsto, los bulbos púrpuras de la gloria de la nieve, se asomaban entre los montículos blanquecinos.
Aquella era una mañana soleada y extrañamente calurosa: Cubo y Munch habían echado las redes cerca de los acantilados de Mema, y antes de que el sol saliera del todo, ya se estaban peleando con un par de jóvenes scaldarones que también demandaba su parte del pastel. Bocón daba gritos en la plaza, desesperando a Estoico. "Nada cambia en Mema". Fue también aquella misma mañana en la que Hipo y sus amigos decidieron que era un buen día para retomar las clases de la Academia. Los seis estaban eufóricos por poder volver a volar libremente: el viento les revolvía el pelo y les cortaba los labios, pero ¿qué les importaba? No había mejor sensación que poder volar a tus anchas sobre un dragón. Astrid demostró que Tormenta seguía en perfecta forma cuando la nadder de escamas azuladas creó una perfecta escalera de púas en una roca. Desdentao e Hipo se entretuvieron esquivando ramas en el bosque, los gemelos se equivocaron de cabeza de dragón y terminaron gaseándose y quemándose el uno al otro. Y Patapez, bueno, parecía que Patapez no había pasado suficientemente tiempo leyendo en la Gran Sala y en cuanto tuvo ocasión se sentó bajo la sombra de un árbol con un volumen de tapas de cuero en las manos y Barrilete dormitando a su lado . Astrid retó a Mocoso a una carrera, que el joven aceptó de buen grato, como siempre haciendo gala de su fanfarronería:
-Por favor, Astrid, Garfios no es rival para una chica.-la púa de Tormenta le pasó rozando la mejilla.
-¡Te veo en la meta, Mocoso!-respondió ella en tono burlón. El chico picó de espuelas a Garfios, el gran dragón rojo se revolvió y lo tiró al suelo. Mocoso se levantó furioso, se volvió a montar y salió disparado detrás de Astrid.
Hipo giró los ojos con una sonrisa en los labios: había echado de menos esos momentos durante el largo invierno y siguió a sus amigos a lomos de Desdentao. El circuito era sencillo: por los bosques, Tormenta era más ágil, la gran envergadura del pesadilla monstruosa le ralentizaba a la hora de esquivar las ramas, pero cuando salieron a cielo abierto, Garfios recuperó la ventaja. Para la pequeña nadder, esquivar las corrientes de aire era todo un reto, mientras que las grandes alas del dragón de Mocoso aprovechaban las ráfagas para ganar terreno. Hipo detuvo a Desdentao para observar como
los dos jinetes daban una vuelta al círculo de la Academia: cabeza con cabeza, jinete con jinete. Garfios le lanzó un gruñido de advertencia a Tormenta cuando ésta se acercó demasiado, y la osada nadder le respondió con una púa a raso de los ojos que provocó que Mocoso perdiera el equilibrio durante un instante.
-¡Mocoso va a la cabeza! codo con codo con Astrid y Tormenta. Vaya, ¡qué ráfaga tan traicionera!-Hipo se volvió levemente. Ni siquiera había escuchado el aleteo del cremallerus al acercarse los gemelos.-Uii esa púa ha pasado muy cerca de la nariz de Mocoso, pero ¡mirad! Garfios está ganando terreno-Chusco relataba la carrera a pleno pulmón, como si le fuese la vida en ello ante las exasperadas miradas de su hermana.-el aleteo de Garfios va a a desequilibrar a Tormenta, esa corriente estaba en muy mal sitio para Astrid y su nadder. Allí está Mocoso, ganando terreno, Astrid lo intenta pero el viento sopla demasiado fuerte. ¡Lo va a hacer! ¡Lo va a hacer! ¡Sí, Mocoso y Garfios ganan la primera carrera de la temporada!
-¡Mocoso, Mocoso, sí, sí, sí!-resonó a lo lejos.
Chusco lanzó su casco con cuernos al cielo y fue recogido por la larga cabeza de su dragón que lo devolvió al descerebrado cráneo de su jinete. Hipo también había echado de menos las tonterías de Chusco y Brusca. Los tres descendieron al edificio circular que ejercía como Academia de Dragones. Desdentao cruzó en un silbido la entrada a la arena, donde se alzaba un imponente escudo de roble que mostraba un furia nocturna girando en círculos. En el interior, Astrid reprochaba a Mocoso haber hecho trampas, pero él le respondía con fanfarronerías donde exaltaba la estupenda relación que había entre él y Garfios y que una chica no eran rival para sus potentes músculos. La vikinga con el cabello rubio y trenzado sacó el hacha de las alforjas de Tormenta y arremetió contra el muchacho. Si había algo que caracterizaba a Astrid Hofferson era su fuerte temperamento y su mal perder. De milagro que no partió a Mocoso en dos, el chico fue más rápido y se apartó mientras Astrid descargaba toda su furia sobre una de las vallas de entrenamiento y se peleaba para quitarla de nuevo.
-¡No es justo! El viento estaba a tu favor.-protestó Astrid mientras se debatía con la valla de madera para recuperar su hacha.
-Mala suerte, rubita.-se burló el otro.
Astrid consiguió liberar su arma y volvió a intentar trocear a Mocoso. Esta vez el impacto sirvió para cortar el aire.
-¿No deberíamos detenerlos?-sugirió Patapez, que acababa de llegar a la arena.
-Un buen inicio de temporada no es nada sin una buena pelea entre Mocoso y Astrid.
Hipo no dijo nada, pero estaba de acuerdo con Brusca. Si era necesario intervenir, solo tendría que dar la orden a Desdentao y los separaría, de momento, iba a disfrutar viendo como Astrid intentaba convertir a Mocoso en filetes de vikingo.
-¡Exijo la revancha!-declaró Astrid cuando su hacha hubo errado el objetivo por tercera vez.
-¡Sí! ¡Revancha, revancha!-gritaron al unísono los gemelos mientras alzaban los puños emocionados.
-Es que... yo...-tartamudeó Mocoso, llevándose la mano a la nuca.
-¿Qué pasa, Mocoso?-Astrid puso los brazos en jarra e hizo gala de un exagerado tono sarcástico-¿Es que tienes miedo?
¡Qué!-el muchacho hinchó su amplio pecho y alzó la barbilla para encararse con Astrid. Mocoso era menudo, pero de complexión musculosa e imponente, aunque no lo suficiente para intimidar a la joven.-¡Mocoso no tiene miedo de nada!
-¿Entonces por qué no quieres volver a correr?
Mocoso se sonrojó y volvió a rascarse el pelo de la nuca. A Hipo le divirtió la situación y se cruzó de brazos satisfecho: "Serás todo lo valiente que quieras Mocoso, siempre que lo que se te ponga delante sea un dragón".
-Es que tengo que hacer una cosa...-susurró más para si mismo que para su interlocutora.
-¿Qué tienes que hacer?
-¡Cosas!-replicó Mocoso nervioso, mientras corría para montar sobre Garfios y perderse en la inmensidad del cielo azul.
Astrid se recolocó el pelo, la ráfaga de viento que había levantado el gran dragón rojo al alzar el vuelo le había arrancado mechones de pelo rubio de la trenza.
-¿Qué diablos le pasa?-preguntó la guerrera a Hipo, que tenía aquella extraña sonrisa fruncida en los labios.
-Va a ver a Val.
Hipo no se equivocaba, Mocoso sobrevoló tranquilamente la aldea en busca de la muchacha, más por él que por ella, pensando exactamente lo que le iba a decir. El viento, aun frío por el inicio de la estación, le rasgaba las mejillas y le agrietaba los labios. Sentía como se le congelaba la nariz y trocitos de hielo se le clavaban en los pulmones. Bajo la gran sombra que proyectaba Garfios, los tejados de las chozas aún estaban cubiertos por un grueso manto blanco: los témpanos de hielo que se formaban en las almenas lloraban por al llegada de la primavera. Cuando no estaba entrenando, Val pasaba mucho tiempo ayudando en la granja, le gustaba trabajar la tierra y cuidar a los animales, porque era algo que no había hecho nunca antes, trabajar por si misma. Pero era demasiado temprano para atender la granja, los campos aun estaban congelados y los animales no empezarían a necesitar más cuidados hasta que la temperatura fuese más cálida. Era normal en Val buscar tiempo para estar a solas, sobretodo después de pasar tantos meses encerrada en un lugar tan estrecho rodeada de gente. La muchacha se había escabullido al inicio del entrenamiento mientras el resto de jinetes disfrutaban de su primer día de libertad. Nadie había ido a buscarla en cuanto notaron su ausencia, a veces Val, solo quería estar con Val. Aunque Mocoso sabía exactamente donde estaba Val. Guió a Garfios entre los arcos que formaban los peñones que rodeaban Mema y descendió hasta que las alas del dragón casi rozaran el agua del mar. El viento le alborotó el cabello negro que le acariciaba las mejillas. La gran envergadura del dragón le permitió que el aterrizaje final fuera despacio y silencioso. La cascada rugía con fuerza, cuando descendió de su montura, se empapó las botas en agua salada y sintió como se le congelaban los dedos de las pies. La cascada era el lugar favorito de Val, estaba justo debajo de la aldea, en una gruta abierta al mar. Las paredes y el suelo eran de piedra gris claro y en época de lluvias era imposible pasear por allí. Aunque después se formase un pequeño estanque bajo la cascada donde quedaban atrapados algunos peces que serían una agradable cena para más de una familia. La primavera acababa de llegar, así que la cueva de la cascada aun era habitable, el agua que caía era tan cristalina que casi parecía cuarzo líquido. Venía directamente de las nieves que comenzaban a derretirse, incluso aún caía algún pequeño trozo de hielo al estanque que se formaba por el hueco que había justo debajo de la catarata. Desde que había empezado la adolescencia, para Mocoso, que ya casi había cumplido diecinueve años; tenía sentimientos encontrados cuando llegaba la primavera: por un lado, tenía mariposas recorriéndole el estómago en todo momento, sentía calores asfixiantes pero a la vez sudores fríos, y su mente se desviaba de su tarea a la mínima distracción. Pero a la vez adoraba esa época, especialmente cuando la estación comenzaba a estar avanzada, cuando las muchachas bonitas de la aldea abandonaban sus tupidas pieles para dejar paso a las túnicas ligeras de hombros al descubierto. Aunque aún era demasiado pronto para ello...
Tal y como había pensado, Val estaba arrodillada frente a la charca de agua verdosa. Se había soltado el largo cabello blanco salpicado de reflejos plateados, que le llegaba hasta la cintura y caía en ondas juguetonas por su espalda. La cría de cremallerus que había adoptado jugueteaba con un trozo de cuero roído. Al monstruíto azul verdoso de ojos amarillos y dos cabezas le estaban saliendo los dientes, y mordía todo lo que se encontraba en su camino, incluido Mocoso en varias ocasiones. Val no solo era la primera jinete de Mema que tenía dos dragones, sino que había sido la primera en entrenar a un pesadilla voladora, y ese era el dragón que le preocupaba, pero el reptil de escamas negras azabache y reluciente cresta azul celeste dormitaba hecho un ovillo cerca de Val. Theon era extremadamente protector con la muchacha, y los pesadilla voladora eran muy territoriales, lo que había llevado al lagarto negro a encararse con Garfios en más de una ocasión, y no quería que eso sucediese hoy. Hizo una señal a su dragón para que se mantuviese al margen, aunque no sabía a ciencia cierta si Garfios obedecería o se la jugaría como hacía siempre. Val se pasó la abundante cabellera a un lado del cuello e inclinó la cabeza para meter el pelo en el agua. Fue entonces cuando Mocoso se dio cuenta de que la joven estaba desnuda de cintura para arriba: cada una de las vértebras sobresalía sobre aquella piel tan pálida. Pegó la espalda contra el pilar de la abertura de la gruta y sintió como se le aceleraba la respiración. Le ardían las mejillas a la vez que se le erizaba el vello de los brazos. Debió hacer más ruido del que pensó porque Val giró la cabeza levemente hacia la abertura de la gruta y obviamente divisó al gran dragón rojo parado con las patas aún en el agua del mar.
-¿Garfios? ¿Qué haces aquí?
Al escuchar su nombre, Garfios acudió a grandes zancadas hacia la muchacha, ante las silenciosas súplicas de Mocoso para que se quedase quieto. El dragón empujó a Val con el monstruoso morro plano, como solía hacer cuando reclamaba atención. La chica casi pierde el equilibrio por la brutal fuerza de la bestia, pero consiguió mantenerse apoyada sobre sus rodillas y rascó amablemente el morro de Garfios.
-¿Ya has vuelto a escaparte? Serás granujilla...
Mocoso observaba la escena oculto tras el pilar, cuando notó una fuerte punzada en la pierna. Una de las cabezas de Cosita tiraba de su pantalón. Intentó echarlo dándole pequeñas patadas, pero la cría de cremallerus espantoso era tan testaruda como cuando Chusco se empeñó en que la catapulta podría lanzarlo por el mar y aparecer al otro lado de la isla.
-¿Mocoso?-se ruborizó como una fogata cuando se dio cuenta de que Val lo estaba mirando, el cabello y la cabeza del dragón ocultaban sus pechos, pero aún así sabía que estaba desnuda.
-Valdir, su alteza... hola... ¿qué tal? Estás, quiero decir... estáis...-la señaló con un dedo tembloroso mientras sus ojos buscaban un punto fijo en el suelo para recuperar la concentración.
-Vaya...-la chica se cubrió el pecho con los brazos. Sus ojos color oro líquido brillaban sobre el rostro sonrojado.
La mayoría de habitantes de Mema posponían el baño el máximo tiempo posible. A Bocón había que perseguirlo y sujetarlo entre varios para que se enjabonase una vez al año. Pero Val era de la realeza, y tenía otro concepto sobre la higiene personal: en verano se bañaba cada día para quitarse el sudor, y en invierno, cuando la mayoría de vikingos podía pasar meses sin tocar el agua: Val se aseaba con un trapo empapado en agua templada y jabón de flores. Por eso siempre olía tan bien... Aún hacía demasiado frío para bañarse en el lago, o incluso para llenar un barreño de agua caliente y rascarse con un cepillo duro para quitarse la porquería, pero la joven de pelo blanco venía de una isla del Norte: allí no nevaba tanto como en Mema, el viento era tan violento que impedía que la nieve se quedase pero el frío era mucho más intenso que en la aldea. Los inviernos eran más largos y crudos. Por ese motivo, para Val, ese día cálido de principios de primavera era perfecto para lavarse la larga cabellera plateada.
La muchacha apartó a Garfios y cogió una camisa blanca, de mangas anchas que había amontonado junto a la silla del pesadilla, y se la pasó por la cabeza. Después cogió una pieza de piel y cuero, a medio camino entre un jubón sin mangas y un corpiño, se lo puso de la misma manera que la camisa y se apretó la lazada del pecho para cerrarlo. Esa extraña prenda, la habían confeccionado las chicas hacía un par de años, cuando el aumento de sus pechos empezaba a ser un estorbo para montar a los dragones. Aún así, seguían siendo unas prendas muy frescas para la época del año. Él, sobre su cota de malla de escamas de dragón esmaltadas en azul, llevaba un manto de pelo tan negro como el de su cabeza, sujeto al hombro con un broche de plata de dos cuernos entrecruzados y dos gruesos protectores de cuero y lana en los antebrazos. En la cintura llevaba un grueso cinturón con una gran hebilla plateada donde lucían de nuevo los cuernos de los Jörggenson
Una vez Val estuvo vestida, invitó a Mocoso a tomar asiento a su lado. Del zurrón sacó un peine de conchas marinas y comenzó a desenredarse el pelo. El rostro de Val le prestaba toda la atención a él: tenía aquella sonrisa tan dulce, tan cálida, lástima que se eclipsara por aquellos ojos tan tristes. Mocoso se ruborizó y se rascó la nuca a modo de tic nervioso:
-Hace un día muy bonito ¿verdad? Ya tenía ganas de que llegase la primavera.-comenzó a relatar ella. Valdir era muy educada, muy cortés. La habían criado para que fuese toda una dama, Mocoso, en cambio y según palabras de Astrid: era odioso, arrogante, machista, fanfarrón e idiota. El resto de jinetes de Mema podía corroborar esa definición, sí, así era Mocoso, solo que cuando estaba con Val, dejaba de ser Mocoso.
-Sí, su alteza, Valdir...-nunca sabía bien bien como llamarla. Y ella siempre le corregía:
-Te he dicho mil veces que me llames solo Val.-su tono de voz era grave, firme, profundo...
-Sí, Val...-Mocoso fijó la vista en el puñal que colgaba de la cintura de la princesa, concretamente en la piedra de luna blanca que brillaba en la empuñadura, ejerciendo de ojo del dragón plateado que tenía tallado.-Verás... me gustaría preguntarte algo...
-¿Si?-le pareció ver un destello de esperanza en aquellos ojos tan tristes. Eso le animó a seguir. O lo habría hecho, sino fuese porque Cosita se lanzó sobre él e intentó arrancarle la nariz a bocados.
-¡Cosita no!
El dragoncito azul verdoso tiró a Mocoso al suelo, mientras intentaba morderle la cara con las dos cabezas, el muchacho se defendió como pudo. Una garra le rasgó la mejilla. Una de las cabezas del bebé dragón rocío al muchacho con un gas verde y casi se le para el corazón a cuando vio que el otro emitía una chispa rojiza de entre las fauces que no se llegó a prender. El escándalo despertó a Theon, que en cuento vio a Garfios erizó la cresta y siseó amenazante, la niebla azul paralizante comenzó a salir de sus escamas. El pesadilla monstruosa le respondió con un gruñido y hubiese prendido su piel si Val no hubiese intervenido: Agarró a Cosita y tiró de él con todas su fuerzas hasta que quedó sentada de nuevo, con el dragón, del tamaño de un perro mediano, sentado sobre sus piernas. Desde allí, se dirigió a su otra montura:
-Theon, quieto. Es amigo-el reptil vaciló ante la orden de su jinete- Déjalo. Es amigo.
Las escamas erizadas volvieron a su estado habitual, la niebla desapareció y el animal se sentó. Aunque no dejaba de apartar la vista del muchacho y su dragón. Garfios también se tranquilizó. Mocoso se llevó la mano a la cara, y se miró los dedos ensangrentados. Mientras, las dos cabezas de Cosita se peleaban la una con la otra sobre las faldas de Val.
-¡Basta ya!-les regañó-Aunque tengáis dos cabezas sois un solo dragón. Dejad de intentar mataros el uno al otro.
-Estos pequeños dan mucha faena.
-Es como tener a los gemelos pegados eternamente. Lo siento mucho, Mocoso, les están saliendo los dientes y muerde todo lo que se cruza por su camino ¡Por Thor! Te ha hecho sangre.-se lamentó Val.
-No te preocupes, no es nada. Todos los grandes guerreros tienen cicatrices de batalla-su propio padre tenía una marca sobre la ceja fruto de una pelea con un nadder mortífero, hacía ya muchos años. Mocoso se burló de si mismo, e intentó imaginar que cara pondría su padre si se llegase a enterar de que las cicatrices de su cara eran fruto de una pelea con una cría de dragón mientras intentaba hablar con una chica-Hubiese sido peor si me hubiese hecho explotar.
-Menos mal que Cosita aún no ha aprendido a prender la chispa al gas.-la muchacha rasgó un trozo de su camisa y se lo acercó a la mejilla. Se lo quedó mirando descaradamente a los ojos. Mocoso se dio cuenta y ambos se ruborizaron.-lo siento,-se disculpó ella-es que me fascina que tengas el pelo tan negro, tan oscuro, me recuerda al fuego. En mi pueblo adoramos el fuego-acarició un mechón lacio y grueso, que le llegaba hasta la mejilla y sus ojos se apagaron.- En Mema sois todos tan extraños. vuestros ojos: Hipo los tiene del color de la hierba y Astrid ¡azules! tiene los ojos del mismo color que el mar. Y tú, los tuyos... parecen dos nubes de tormenta, tan grises, no sabía que la gente pudiera tener los ojos grises.
-Ni yo que existieran princesas tan hermosas...-se atrevió a decir por fin en un suspiro que casi parecía un sueño. Val giró la cabeza bruscamente, ofendida, y al arrogante muchacho se le cayó el mundo al suelo.-Yo, lo siento...
-Solo te parezco hermosa porque tengo el pelo blanco-objetó ella-y no vuelvas a llamarme princesa, solo soy princesa de un montón de roca y cenizas...
Val era tan distinta al resto de jóvenes de Mema: no solo por el color de su pelo o su sangre, aquella que pertenecía a un linaje tan antiguo y sagrado. No era tan alta ni tan corpulenta como la mayoría de chicas: Mocoso no destacaba por su altura, y cuando llegaron a la pubertad, las muchachas empezaron a sacarle centímetros. Valdir medía lo mismo que él, tenía el rostro ovalado, y los rasgos menos definidos que el resto: eran más elegantes, delicados. Tampoco tenía el pecho tan ancho, pero si la cintura más estrecha que se curvaba suavemente cuando llegaba a la cadera. Lo único que tenía Val de Mema eran las manos: repletas de cortes y callos, fruto del arduo entrenamiento que llevaba a cabo para aprender a manejar el hacha.
Y era blanca: Val era blanca y pura... su piel era pálida: a conjunto con su pelo, ni en verano se le tostaba ligeramente, únicamente su rubor se vislumbraba en sus mejillas cuando se incomodaba. Cuando llegó a Mema siempre iba de blanco, con largas túnicas y elaborados vestidos y se decoraba el pelo con adornos y flores del mismo color. Parecía una viuda que lloraba la pérdida de su marido en el mar el mismo día de su boda.
-¡Eso no es cierto!-protestó Mocoso ante la reacción de la joven a uno de los pocos comentarios galantes que diría en su vida.-No solo eres hermosa, eres la mejor. Lo sé porque soy un Jörggenson, y los Jörggenson solo queremos a los mejores, por eso quiero llevar a la mejor a Las Líricas.
-¿Las Líricas?-El cabello largo y húmedo de Val le acarició las mejillas salpicadas por escasos pelos negros. Sus ojos dorados estaban fijos en él.
Mocoso enrojeció, se humedeció los labios con la lengua y volvió a rascarse la nuca.
-Sí, o sea, sí, ya sabes... cuando llega la primavera, en Mema organizamos una gran fiesta: habrá comida y baile y podremos ver a las Líricas cruzando el cielo desde los acantilados.-en su mente le pareció estar haciendo el ridículo, balbuceando como un idiota. ¿Por qué le estaba contando eso? Val llevaba tres años en Mema, conocía perfectamente lo que eran las Líricas y en que consistían.
-¿Me estás invitando a ir a la fiesta de Las Líricas, contigo?
Mocoso temía no haberse expresado bien y que Val lo malinterpretase.
-Sí, o sea: No. Solo si quieres, o si no te lo han pedido. A lo mejor no tenías pensado ir, o si, o ya ibas a ir con alguien. Sabes, olvídalo, yo no te he dicho nada.
-Sí.
El muchacho quiso abofetearse el rostro para asegurarse de que estaba despierto.
-¿Has dicho que sí?-Val asintió con la cabeza y esbozó media sonrisa. Su pelo lanzaba destellos plateados cuando se movía. Mocoso se quedó paralizado, no sabía que hacer, jamás pensaría que fuera a llegar tan lejos con esto.-¡Sí! ¿en serio? Había pensado que sería un buen regalo de cumpleaños...
En Malmö, el invierno era más largo que en Mema, por ese motivo, no sabían con exactitud cuando era el cumpleaños de Val. En su pueblo lo celebraban el último día de invierno, pero en su nueva isla, aún debían quedar un par o tres de semanas. Fuera como fuera, Valdir estaría a punto de entrar en su decimoséptimo año de vida, que coincidiría con la lluvia de estrellas conocida como Las Líricas.
Mocoso ya se lo podía estar imaginando: avanzaría con Val cogida del brazo, ella iría con un largo vestido blanco, con los hombros al descubierto y el largo cabello danzando en torno a su espalda, reflejando destellos más brillantes que las propias estrellas. Toda la aldea se quedarían asombrados, porque él: el patoso y patán de Mocoso, al que no paraban de morderle los dragones, al jinete que su montura desobedecía, llevaba a la princesa Valdir al baile de Las Líricas. Incluso su padre estaría orgulloso, casi podía verlo: su risa resonaba por toda la plaza, llevaba un cuerno de cerveza en la mano y la espesa barba negra empapada de espuma: "un Jörggenson siempre lleva lo mejor, y mi hijo lleva a la muchacha más bonita al baile de la primavera". La Vieja Gothi leería lo que le dicen las estrellas: como sería la cosecha, el ganado, la caza y la mar y como progresaría la aldea. Después bendeciría a las jóvenes parejas destinadas a tener una larga y próspera vida. El corazón le daba un vuelco cada vez que se imaginaba a la diminuta anciana tocando los hombros de ambos con su cayado. Podía parecer un acto insignificante, pero aquella reunión social era muy importante en la vida de los vikingos de Mema: no solo debían demostrar su fiereza en la batalla, sino también su destreza con las jóvenes guerreras: en una época anterior, los muchachos raptaban a las chicas adolescentes de la casa de sus padres para obligar a casarse con ellas bajo las estrellas, ahora, simplemente, tenían que tener el coraje de invitarlas a bailar. La belleza, las habilidades guerreras y el estatus de la chica sería tan comentado por el resto del pueblo como si se tratara de la última invasión vikinga. Y Mocoso había salido victorioso como un legendario héroe de aquella batalla.
-Claro, será divertido, creo que Bocón va a preparar su famoso estofado de cordero y Cubo tocará su flauta y con los dragones podremos ver las estrellas desde los acantilados... -en algún momento, el muchacho dejó de escuchar a Val y se fijó en el colgante que lucía en su cuello: un diente de pesadilla voladora, de Theon: largo, esbelto y afilado como un cuchillo y negro como el carbón, lanzando brillos azules al ritmo del movimiento del cuerpo de Val. Enredado al colmillo llevaba una flor marchita: con grandes pétalos en forma de corazón. "Un alhelí de invierno" la flor favorita de Val, solo crecían en el norte. "La flor del invierno..." De repente tuvo una idea, de las escasas y brillantes que se le cruzaban por la cabeza al joven vikingo.
-¡Será genial!-gritó exagerado. Dio un salto para ponerse de pie, sentía el aire frío irritándole las heridas de la mejilla y el solo hecho de pensar en volar en contra del viento le producía escalofríos-pero ahora tengo que irme, tengo un montón de cosas que hacer...-se acercó despacio a Garfios, tiró de su cuello para obligarlo a bajar la cabeza y permitirle montar, pero el dragón, como era normal, no obedeció y le dio un empujón. Val se tapó la risa con las manos, mientras Mocoso balbuceaba cosas sin sentido. Al tercer tirón consiguió convencer al testarudo pesadilla monstruosa y se marchó volando, rápido como un torbellino por donde había venido. Val se quedó sola, viendo como se alejaba y sonrió con timidez al recordar como la miraban esos ojos grises, aún tenía en las manos el trozo de camisa empapado en sangre. Rascó las dos cabezas de Cosita, que dormitaba en sus faldas. Ya sería cerca del mediodía, y en casa la estarían esperando para comer. Recogió sus cosas y las guardó en las alforjas de Theon, se colgó su hacha en la espalda y decidió emprender la marcha a pie, por el sendero de madera que atravesaba los muelles y llevaba a la aldea. El puerto empezaba a cobrar vida: los hombres habían iniciado las tareas de mantenimiento y reparación de los barcos, otros empezaban a llenar las bodegas para emprender sus primeras rutas comerciales. Cubo y Munch amarraban su pequeño esquife con dos toneles llenos de aceitosos arenques. La saludaron con el brazo cuando la vieron pasar y dieron a Cosita un par de pescaditos. Ella les dio las gracias y siguió su camino. El pequeño cremallerus andaba dando pequeños brincos delante de ella, distrayéndose con algún insecto madrugador. Theon, más maduro y solemne avanzaba despacio tras ella. Nada más salir del puerto se encontró con la morada de los Jörggenson. Las casitas de Mema eran pequeñas edificaciones triangulares de madera y hierro, con tejados recubiertos de paja y dos pisos de altura. En sus puertas y fachadas tenían tallado su emblema, así como distintas grandes hazañas de sus antepasados. La entrada de los Jörggenson estaba enmarcada por dos grandes cuernos entrecruzados. Atravesó la plaza del pueblo, donde en el suelo había un escudo de piedra, pintado con un feroz guerrero vikingo de rostro grotesco y fiero. La gente había salido a disfrutar del día e incluso había algunas paradas en el mercado. Svend el silencioso intentó venderle algún repollo apestoso de la última cosecha, que Val rechazó amablemente. Alrededor de la plaza distinguió otras heráldicas: la calavera de los Hofferson, el hombrecillo de grandes pies de los Ingerman y el hacha de doble filo de los Thorston. Mientras subía la colina contempló los pequeños islotes del este que también formaban parte de Mema, y que estaban conectados a la isla principal mediante puentes de madera. Pese a la distancia, Val era capaz de reconocer los emblemas de cada hogar: al borde del mar estaba el garfio de Cubo, junto a la cabaña que llevaba el pescado de Munch, y en otra isla algo más al norte estaba la herrería de Bocón con su gran martillo tallado a la entrada. "Tantos escudos, tantos clanes, tanta gente que la llamaba princesa, pero ninguno era el escudo de su familia, su clan se prácticamente se había extinguido y no era princesa más que de un cacho de roca y ceniza perdido en el océano". La Gran Sala se alzaba con sus pesadas puertas de roble, hierro y oro ante ella, decoradas con todas las grandes hazañas que habían realizado en la antigüedad los guerreros de Mema. Había estudiado todas y cada una de aquellas tallas al menos un millón de veces, y seguía sin comprender del todo las historias que contaban. De todas formas, ya había pasado suficiente tiempo encerrada en aquella sala, así que se plantó en la casa que había justo a su lado: la que era algo más grande que el resto y que tenía colgado en la puerta un escudo con un furia nocturna y un jinete que caía en picado, con dos alas rojas extendidas.
-Abadejo.-dijo para si.
* * *
Dos semanas después, el clima había aumentado su temperatura al tiempo que las hormonas de los jóvenes se disparataban todavía más. Apenas quedaban pocos días para la esperada celebración de las Líricas y banderas con todos los clanes de Mema ya hondeaban en la plaza. Las mujeres reunían madera para encender grandes hogueras, los hombres habían salido de pesca y de caza para alimentar a todo el pueblo, mientras que los granjeros apuraban sus últimas verduras para condimentar tan exquisitos platos. Los jinetes de dragón sobrevolaban la isla en busca de la tarea en la que fuesen más necesarios. Pero, aunque todos estuviesen realmente ocupados, la mayoría de vikingos dejaron a medias sus quehaceres cuando la vieja coca de Johan Trueque fue avistada en Orilla Dragón. Era la primera vez de la temporada que Johan hacía escala en Mema y los aldeanos, cansados del largo invierno, se morían por saber que nuevas traía el mercader y con que objetos los sorprendería en esta ocasión. Hipo, como todos, bajó al puerto a curiosear las nuevas baratijas de Johan, pero decidió quedarse al margen de la multitud, acompañado de Astrid, observando el escándalo desde un nivel superior. El comerciante de piel morena y largos bigotes castaños hablaba desde la cubierta de su nave: relatando como había cruzado las indómitas aguas de la bahía de los dragones marinos donde casi se lo traga un remolino. La muchedumbre escuchaba maravillados: sabían que Johan era un exagerado en cuanto a sus anécdotas, y que su larga travesía atravesando una feroz tormenta podría tratarse perfectamente de un viaje de medio día entre una fina lluvia matutina. Aún así, la gente estaba tan ansiosa por recibir noticias de algún lugar que no fuese Mema que escuchaban sus relatos con verdadera adoración.
-Eso que lleva Johan en el hombro, ¿es un terror terrible?-preguntó Astrid.
Hipo ni se había dado cuenta, pero parecía ser que algún habitante de Mema había utilizado uno de los pequeños dragones mensajeros para hacerle un encargo al mercader. Entre la multitud apareció un gran dragón rojo: los dos jinetes se sobresaltaron al oírlo rugir y hacer callar a la gente. Siendo un muchacho tan bajito, a Hipo le resultaba divertido que Mocoso montase una bestia tan enorme. Cuando el joven vikingo de pelo negro se hizo notar, el terror terrible del hombro de Johan dio un salto y fue a clavar sus dientes en el brazo de Mocoso. El muchacho se cayó del dragón intentando arrancárselo, cuando lo consiguió, el pequeño dragoncito de ojos saltones le lamió la mejilla. Con toda la dignidad que le quedaba, Mocoso avanzó a grandes pasos y saltó a la cubierta de Johan ante los cuchicheos de la muchedumbre. Hipo y Astrid no pudieron evitar acercarse para descubrir que artilugio le había encargado Mocoso a Johan Trueque, pero cuando descendieron a los amarres y pudieron abrirse paso entre los vikingos: su amigo y el mercader estaban inmiscuidos en una ardua discusión. Mocoso tenía un pequeño cofre de madera y bronce en la mano y lo lanzó violentamente al suelo ante la mirada de escándalo de Johan.
-¡Fui muy claro en mi carta!-protestaba el del clan Jörggenson.
-Johan hizo lo que pudo, el feroz guerrero le demandaba algo muy costoso-se disculpó el otro con su marcado acento extranjero. Se agachó para recoger el cofre y asegurarse que su contenido permanecía intacto.
-¡Devuélveme mi hebilla, canalla!-el mercader extrajo la gran hebilla de plata, con los dos cuernos cruzados de un bolsillo de su vieja túnica y la mordió con sus dientes pútridos. A Hipo le entró una arcada.
-Si el feroz guerrero quiere de vuelta su hebilla, el pobre de Johan no tendrá otro remedio que llevarse de vuelta su cofre.
Mocoso se mordió el labio y frunció el ceño. Soltó un gruñido y le arrancó el cofre de las manos a Johan. Se marchó tal y como había venido, dando grandes zancadas, empujando a Astrid y a Hipo en su camino, la joven vikinga le lanzó un grito de protesta, pero Mocoso la ignoró, se subió sobre Garfios y se marchó volando. Los dos muchachos interrogaron a Johan con la mirada, pero éste se limitó a encogerse de hombros y a negar con la cabeza.
Tardaron casi todo el día en encontrar a Mocoso, y eso que se olvidaron de buscar en el lugar más evidente. El joven estaba dando estacazos a un vikingo de madera en la academia de dragones cuando Desdentao y Tormenta aterrizaron a su lado. Garfios dormitaba indiferente tumbado sobre la arena, con la lengua fuera y expulsando humaredas por las fosas nasales. Levantó la cabeza y giró las orejas cuando sintió llegar a los dragones. El cofre que le había dado Johan estaba a su lado, Mocoso lo había arrojado con tanta fuerza que lo había abollado por un lado y dificultaba la apertura, pero en cuanto Hipo consiguió forzarlo, se quedó sorprendido con el contenido:
-¿Una corona de flores?
-Seguro que te quedan encantadoras-se burló Astrid. En cuanto se dio cuenta de que habían logrado abrir el cofre, Mocoso soltó la espada de golpe y se lo arrebató de las manos a Hipo.
-¡No es asunto vuestro, largaos!-les dio la espalda a sus interlocutores, como si de esa manera el contenido del cofre desapareciera por arte de magia.
-¿Para qué le has pedido una corona de flores a Johan Trueque?-preguntó Hipo acercándose y poniendo su mano sobre el hombro de Mocoso, en un tono casi fraternal. El muchacho suspiró hondo y mostró la corona de flores a Hipo.
-No son flores cualquieras, son alhelís.
-¿Alhelís?-preguntó Astrid.
-¿Son para Val, verdad?-dedujo el vikingo del cabello castaño y alborotado.
-Iban a ser un regalo para su cumpleaños, iba a pedirle que la llevase al baile de las Líricas. Pero el idiota de Johan lo ha estropeado.-dio una fuerte patada al suelo que provocó que algunos pétalos saliesen danzando de la corona. La pieza era tan hermosa y delicada que Hipo hizo ademán de quitársela de las manos para evitar que la rompiese.
-¿Por qué? ¿Qué ha hecho Johan?
-¡Blancos! Le especifiqué que tenían que ser alhelís blancos. Y míralos-las flores bailaron frente a los ojos de Hipo-son púrpuras. Tienen que ser blancos, los alhelís de invierno son los favoritos de Val, no los púrpuras.
Mocoso comenzó a patear el suelo furioso y más pétalos saltaron de la corona. Hipo consiguió arrebatársela y alisó las flores con las manos, delicadamente. Astrid se conmovió por primera vez en la vida del joven vikingo y le habló con un pizca de dulzura en la voz. Se apartó el flequillo del rostro y, como Hipo, le puso una mano en el hombro:
-Es un detalle precioso que te hayas acordado de su flor favorita. Conoces a Val, no es una chica superficial y valorará tu detalle, independientemente si es blanco o púrpura.
Mocoso iba a replicar algo. Pero el chirriante rugido del pesadilla voladora les interrumpió. Hipo metió la corona de flores en el cofre y lo ocultó a su espalda. Theon, montado por Val, acababa de aterrizar en la arena de la academia. Hipo iba a inventarse alguna excusa para argumentar su pequeña reunión, pero la muchacha parecía traer noticias urgentes.
-Se acerca un barco energúmeno.
-¿Qué? ¿un barco energúmeno? ¿Estás segura?-preguntó Hipo.
Val asintió con la cabeza.
-Yo misma he visto el skrill dibujado en la vela.
-¿Solo un barco?-esta vez la que intervino fue Astrid, incrédula. Val asintió de nuevo-¿Qué diablos pretenden acercándose a Mema con un único barco?
-Llevaban izada la bandera blanca.
-Quieren hablar con mi padre.-dedujo Hipo al tiempo que daba un salto y montaba sobre Desdentao-Astrid, reúne a los jinetes. Mocoso y Val, organizad las defensas de Mema, yo voy a ver que quiere Dagur de mi padre.
El jinete de pelo negro siguió a sus compañeros con la mirada, mientras los veía alejarse a través de las vallas de la arena. No recordaba haber visto a Val bajarse de su dragón y encerrar a Theon en uno de los establos, cuando se dio cuenta, la chica estaba a apenas unos centímetros de él, el bebé de cremallerus le mordisqueaba la bota, pero Val estaba tan cerca él que apenas era una molestia lejana. Notó como sus mejillas ardían. Ella tomó su mano entre las suyas, estuvo a punto de retirarla avergonzado: estaba sudorosa y sucia por haber estado tanto tiempo empuñando la espada. A Valdir no pareció importarle, tenía los ojos dorados húmedos. El viento vespertino le mecía la larga trenza que colgaba a su espalda:
-Necesito que me hagas un favor.
* * *
Hipo aterrizó en la plaza ante un gran rugido de Desdentao. Estoico estaba acompañado por Bocón y otros guerreros de la aldea, a Dagur, embutido en una barroca armadura de metal oscuro, lo acompañaban un puñado de grandes hombres, vestidos de negro, con el torso desnudo y lleno de cicatrices.
-Oh, Hipo-anunció presuntuoso el príncipe de los energúmenos-me alegra verte en un momento tan especial.
-¿Qué quieres Dagur? Ve al grano.-Desdentao amenazó con rociar a los energúmenos con una ráfaga de plasma.
El recién llegado soltó una larga e histérica risa.
-Cálmate Hipo, ¿no has visto la bandera blanca? Hemos venido en son de paz. En cuanto tengamos lo que hemos venido a buscar nos iremos sin armar jaleo.
-¿Y qué diablos se te ha perdido a ti en Mema?
Mi esposa.-tenía una sonrisa impertinente que enmarcaba una nariz picuda, una mirada grande y violácea y tres cicatrices negras sobre el ojo izquierdo. Tenía la barba roja y descuidada, y el pelo revuelto en forma de cresta.
-¿Tu esposa?
Astrid, Patapez y los gemelos acababan de llegar a la plaza, montados sobre sus dragones. El sol caía tiñendo el cielo de naranjas y rosas. Una fría brisa les revolvía el pelo.
-Val.-explicó Estoico al tiempo que Hipo se volvía hacia él.
-¿De qué me estás hablando? ¿Qué le ocurre a Val?-Hipo empezaba a ponerse nervioso, no le gustaba para nada la mirada que le estaba dedicando su padre. Desdentado se revolvió bajo sus muslos, Hipo le acarició para calmarlo.
-¡La flor del invierno! ¡la princesa de Malmö! la última del linaje de los Antiguos Clanes.-canturreaba Dagur al tiempo que alzaba los brazos al cielo.
-El padre de Val firmó un matrimonio concertado con Dagur cuando era pequeña.
-¿Qué? ¿De qué me estás hablando? ¡No te creo! Seguro que se lo ha inventado este degenerado.
-¿Me estás llamando mentiroso? ¿A mi? ¿A Dagur?
Desenvainó una baza con afilados pinchos, todos los energúmenos alzaron sus armas y los dragones se pusieron en guardia. Astrid preparó su hacha, al igual que Estoico y Bocón tenía su martillo listo. Estaba a punto de estallar una carnicería.
-No miente.-los reunidos enmudecieron. Val estaba sobre la colina, jadeando exhausta, había venido corriendo a toda prisa desde la Academia de Dragones. Tenía mechones blancos pegados a la frente perlada de sudor. Se lo limpió con el reverso de la manga. Dio un salto y se situó junto a Hipo.-No miente,-repitió-Dagur es mi prometido, nuestros padres arreglaron nuestro matrimonio cuando éramos niños. En Malmö y en la tribu de los energúmenos los matrimonios concertados son algo habitual.
-Así es-prosiguió Dagur-se acordó que cuando la princesa cumpliera la mayoría de edad se vendría a vivir conmigo y haríamos oficial nuestro compromiso.
-Val no se puede casar, tiene diecisiete años-argumentó Hipo-hasta los diecinueve no obtendrá la mayoría de edad.
-Según las leyes de Mema...-Dagur mostró una sonrisa siniestra.
-Pero no las de Malmö-interrumpió Val-en mi pueblo alcanzamos la mayoría de edad a los diecisiete años.
-¡Pero no estamos en Malmö, estamos en Mema!-gritó Hipo.
-Déjame a mi hijo,-Estoico bloqueó a Hipo con un brazo y avanzó hacia Dagur, hacha en mano. Habló con un tono firme y autoritario, respetable, por eso era el jefe de la aldea.-Soy Estoico, el tío de Valdir y responsable suyo hasta que alcance la edad adulta. En Mema tenemos unas leyes: los niños no adquieren la suficiente madurez para tomar la decisión de emparejarse hasta que alcanzan los diecinueve años, por lo tanto, yo tomo las decisiones importantes en su lugar hasta ese día, y digo que la princesa Valdir es muy joven para casarse.
-El acuerdo no fue firmado en Mema, sino en Malmö...-Dagur era más alto, corpulento y fuerte que Hipo, pero tenía unas infinitas ganas de machacarlo, a él, y a su impertinente risa.
Estoico fue a replicar, pero Val se interpuso.
-Tío, yo me encargo.
-¿Estás segura?-la mirada firme de Val despejó las dudas de Estoico. Al sobreprotector jefe de la aldea no le hacía ni pizca de gracias que su pequeña se enfrentara a solas al inepto de Dagur, pero Val parecía tan decidida que no fue capaz de negarse. Apretó con firmeza el mango de su hacha, listo por si tenía que intervenir.
Valdir avanzó hacia Dagur, Hipo desmontó de Desdentao, la pierna de hierro chirrió cuando presionó con fuerza el suelo. Bloqueó el paso de la muchacha, ella se negó a mirarlo a los ojos, pero sabía que los tenía repletos de lágrimas.
-No lo hagas Val, encontraremos otra solución.
La muchacha le cogió la mano y depositó en ella un pequeño objeto punzante, frío y afilado. Cerró la mano de Hipo en torno a él y lo miró con aquellos ojos de oro líquido.
-No hay otra solución.-apartó a su primo de su camino y se encaró a Dagur-Me casaré contigo, Dagur, es mi deber como princesa,-el energúmeno brincó de alegría- pero como bien ha explicado mi tío, él toma las decisiones importantes en mi lugar. Cuando nos prometimos, mi padre no llegó a firmar jamás el acuerdo prenupcial, así que tendrás que cumplir las exigencias que te piden si quieres que el matrimonio se lleve a cabo.
Dagur se cruzó de brazos:
-Te escucho.
-Dejarás en paz a Mema. No intentarás conquistarla, ni la atacarás, ni la saquearás y no dañarás a ningún humano, jinete o dragón de Mema, ¿queda claro?
Dagur fingió meditarlo un instante.
-Las condiciones que pides son duras de llevar a cabo...
-¿Aceptas o no?-Val hinchó el pecho, autoritaria. "Si que era una auténtica princesa, una líder".
-Acepto.
Hipo intentó detenerla, pero sintió como se le congelaban todos los músculos del cuerpo al intentarlo. Dagur agarró a Val por ambos brazos y la pegó contra su pecho.
-Te lo advierto Dagur, como dañes a alguien...
-Sí, sí, sí... lo he pillado... "si dañas a alguien de Mema se romperá el compromiso" y bla bla bla-pronunció esto último en tono de burla.-Ahora, ¿no vas a darle un besito a tu futuro esposo?
El guerrero se acercó a ella con los labios fruncidos, pero solo consiguió llevarse un empujón y caerse al suelo antes las risas por lo bajo de todos sus hombres y parte de los habitantes de Mema. Gustav, el jovencísimo jinete tuvo la mala suerte de estar cerca de Dagur en el momento de la caída. El energúmeno alzó al muchacho por el cuello de la camisa, pero una simple mirada de Val bastó para dejarlo cuidadosamente en el suelo. Hipo apretó el objeto punzante con fuerza, impotente y lleno de rabia y preocupación a la vez. Era una victoria, se habían librado por fin de los energúmenos, pero no sabía si el precio había sido justo.
* * *
Ya caía la noche cuando el barco energúmeno partió por fin del embarcadero de Mema. La primera Lírica de la temporada cruzó el cielo a toda prisa. Mocoso, sentado al borde del acantilado, acompañado de Garfios y Cosita, contemplaba como el navío que se llevaba a Val de Mema se convertía en una sombra, engullida por las olas. Casi podía ver sus dos ojos de oro en la oscuridad, mirando hacia él. Sintió ganas de llorar, pero se pasó la manga por la cara para evitar que le cayeran lágrimas. "Un Jörgensson jamás llora". Oía la voz de su padre retumbar en su cabeza. En las manos sujetaba la delicada corona de flores, la estaba destrozando, pero ¿qué más daba? Val no la llevaría nunca, fuera del color que fuera. Cosita apoyó las cabezas en la falda de Mocoso y él muchacho las acarició. El bebé parecía triste y gorgojeaba suaves lamentos de pena. A lo lejos, en la arena de la academia, los gritos agudos e histéricos de Theon retumbaban por toda la isla. Intentaba liberarse desesperado para ir en busca de Val.
-¿Ya la echas de menos, verdad?-le susurró al cremallerus-No eres el único.
-Mocoso.-La voz que lo había llamado era la de Hipo, él y el resto de jinetes habían acudido en su busca. El chico se sentó a su lado y le puso una mano en su hombro, comprensivo-¿Estás bien?-preguntó aún sabiendo la respuesta.
-Iba a venir conmigo al baile, Hipo-se lamentó-lo tenía todo planeado, fui el primero en decírselo, el único... La Vieja Gothi nos iba a bendecir. Fui un idiota creyendo que ella quería estar conmigo. Fue una estúpida burla-arrugó aún más la corona entre sus manos y los pétalos púrpuras cayeron al vacío.
-No fue ninguna burla-esta vez fue Astrid la que se acercó-ni fuiste el único que le pidió que la acompañara al baile.
-Eso es cierto,-reconoció Chusco con el apoyo de Patapez.
-¡Por dios Mocoso, se trata de Val!-se exasperó la muchacha-la princesa de Malmö, la chica del pelo blanco, la flor del invierno. Incluso habían venido vikingos de otras islas para pedir que los acompañara al baile de las Líricas. Ya en otoño tenía pretendientes, pero ella te eligió a ti, ¡Cómo podéis estar los hombres tan ciegos! tú le gustabas...
Los ojos grises de Mocoso se iluminaron en la noche, aunque solo fue por un instante muy breve.
-Quería proteger a los dragones, por eso te dejó aquí, vigilando a Theon y a Cosita, no quería que Dagur les echara el guante. Le ha hecho creer que ella no es jinete de dragón-le explicó Hipo mientras depositaba en su mano el colgante del diente de pesadilla voladora que le había dado Val. El alhelí blanco marchito se convirtió en polvo que desapareció en la inmensidad de la noche-Confía en ti para que cuides lo que más aprecia en este mundo.
El muchacho se quedó sin palabras, sujetando con fuerza el colgante que le había dado Hipo. Val había actuado con inteligencia, sabía que si Mocoso veía a Dagur pidiéndole matrimonio hubiese sido capaz de matarlo allí mismo, así que prefirió dejarlo al cuidado de sus dragones. Sentía puñaladas en el corazón cuando escuchaba a Val diciéndole que su padre la había prometido a Dagur cuando eran niños, y que sino aceptaba, los energúmenos atacarían Mema con toda su artillería. Fue Patapez quien finalmente se decidió a romper el incómodo silencio:
-Val ha salvado Mema, nos ha librado por fin de los energúmenos. ¡Es una heroína! Propongo que vayamos todos a la Gran Sala y nos bebamos un cuerno de cerveza en su honor.
Los gemelos apoyaron su propuesta y el grupo puso rumbo hacia la Gran Sala. Todos, a excepción de Mocoso, que seguía sentado al borde del acantilado. Tenía el colgante de Val en una mano, y lo sujetaba con todas sus fuerzas.
-¿No vienes, Mocoso?-preguntó Hipo antes de marcharse.
-Sí, enseguida voy, pero antes tengo que hacer una cosa.-sus ojos grises se posaron en la inmensidad del océano que rugía bajo sus pies al chocar las olas contra las rocas de la isla.-Antes tengo que ir a buscarla.
NOTA DEL AUTOR
Sinceramente, me encanta escribir este tipo de historias fantásticas, de amores puros e inocentes, de lugares lejanos y criaturas fantásticas. Y si, soy una enamorada de los dragones. Me ha gustado mucho trabajar el personaje de Val, es una chica muy valiente y capaz, responsable y madura para su edad y me encantaría poder seguir su historia al menos un par de capítulos más. ¿A vosotros que os ha parecido? ¿Os gustaría saber como termina el compromiso con Dagur? ¿Irá Mocoso a buscarla?
Sino habéis visto las películas/serie en las que está basada esta historia os las recomiendo de todo corazón. Una preciosa película de dibujos con las que pasar una fría tarde de domingo lluvioso. Sino la habéis visto y vais algo perdidos con los personajes, hacedmelo saber para escribiros una guía rápida. ;)
¡Gracias por estar ahí cada semana!
Ayla.
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