Ir al contenido principal

Capítulo XXII: Regreso a Alaska

FAMILIA: Recorados que podéis echarme una mano haciendo donaciones mediante PayPal. https://www.paypal.me/aaylahurst

-¿Es que no te alegras de volver?-Matt tuvo que alzar la voz para que pudiese escucharlo entre el sonido de las olas chocando contra el casco del esquife.
-La última vez que estuve aquí-le grité-casi mueres en mis brazos.
El frío polar de Alaska me arrancaba lágrimas de los ojos vidriosos. Estaba cubierta por un grueso anorak que casi no me permitía moverme. Una braga me cubría el cuello y me ocultaba la boca y llevaba el gorro de lana apretado hasta la nuca. Estaba hecha una bola en un rincón de la pequeña lancha que nos había transportado desde el puerto de Hoonah a la Isla de Chichagof. Alaska era todavía más bonita en invierno: las costas estaban heladas, cubiertas por una capa de hielo gris, la
nieve no había llegado a Browntown, pero las cumbres nevadas se alzaban imponentes tras los pinos y los cedros, a través de una fantasmagórica capa de niebla. El cielo era de color ceniza, con unos finos copos de nieve danzando al ritmo frenético del barco. Avistamos la isla a la hora de embarcar. Matt se puso de pie de un salto, tambaleándose para mantener el equilibrio hasta que consiguió agarrarse de un cabo de proa. Llevaba el abrigo abierto y la cremallera del cuello del  forro polar desabrochada. El viento le ondeaba los rizos plateados. Tenía los ojos vidriosos y los labios cortados. Las mejillas y la nariz enrojecidas. Su mantenía muy erguido, con la espalda recta y los hombros abiertos, parecía un jarl vikingo en la proa de su barco preparándose para un saqueo. No podía descifrar en que estaba pensando: tenía la mirada expectante y la boca entreabierta, pero no parecía mostrar una emoción concreta. Matt se debió percatar de que le observaba, se volvió levemente hacia mí y me tendió la mano. Como pude me puse de pie, intentando mantener el equilibrio para no caer por la borda. Rodeé a Matt por la cintura y apoyé mi cabeza en su pecho mientras un brazo protector me sujetaba por los hombros. Llevaba tantas capas de ropa que apenas podía sentir su calor corporal ni el latido de su corazón. Ya casi habíamos llegado, se avistaba el humo de la casa principal, donde había estado habitando Noah desde la partida del resto de la familia. Matt me besó en la frente con unos labios gélidos, después me frotó los hombros en un intento vano de que entrase en calor.
-No te preocupes,-dijo con voz calmada-en pocos minutos estaremos calentándonos frente a la estufa.
*  *   *
Aunque era feliz por estar de nuevo al lado de Matt, no podía evitar añorar mi cálido y confortable apartamento de Nueva York. Recordaba lo relajante que me había parecido el levantarme al lado de Matt aquel 1 de diciembre: verlo dormir desnudo, con su pecho hinchándose en un sinuoso movimiento al tiempo que de su boca entreabierta se escapaban divertidos ronquidos. A pesar de la mierda que nos rodeaba, no podía evitar sentirme increíblemente feliz, así que desperté a Matt con un sonoro beso en los labios. Él se sobresaltó, pero el verme tan cerca de su cara, sonrió como solo él sabía hacerlo y me devolvió el beso. Me sentía fresca, despierta, incluso preciosa… sexy, segura de mi misma. ¡Había recorrido el país para estar a mi lado! El sol mañanero se colaba por el ventanuco, arrancando chispas de aquellos preciosos ojos azules. Sin decir palabra y sin parar de darle suaves besos en el rostro me acomodé sobre sus caderas y aproveché lo mejor que pude la erección mañanera. Una vez terminamos, nos besamos como un par de adolescentes un rato más antes de correr a la ducha a tocarnos mutuamente. Si hubiese podido detener el tiempo en aquel instante, lo habría hecho: No sabía que desprendía más calor, si la boca de Matt o el agua caliente recorriendo mis labios entreabiertos. Su piel resbalaba como las serpientes: la acariciaba mientras deslizaba las manos por el cabello húmedo y rizado. Después tomó mi rostro por la mandíbula, con aquellos brazos musculosos y me besó con furia bajo la ducha.
Con el pelo chorreando y la piel húmeda dejé que Matt se deleitase con mi cuerpo una vez más antes de empezar el día. El agua caliente nos había enrojecido la piel y soltábamos vapor como locomotoras. El cuarto de baño se escondía entre la niebla. Una toalla blanca me envolvía el cuerpo cuando me recliné ante el espejo. Matt estaba detrás de mí, totalmente desnudo. Me sujetó los brazos mientras me besaba la oreja y me devoraba el cuello. Sus ojos azules se reflejaban fantasmagóricos entre el vaho del cristal. Me apartó el pelo hacia el hombro derecho y acarició presionando levemente mi hombro izquierdo.
-Esto no estaba aquí antes…-musitó mordiéndose los labios mientras examinaba la tinta incrustada en mi piel que cubría mi hombro y parte del brazo-¿Son dragones? ¿Cómo no pude verlos anoche?
-Tenías la cabeza en otra parte.-“literalmente hablando”-¿Te gustan?
-Me encantan.-dijo antes de besar el que volaba sobre mi hombro. Sus manos se deslizaron bajo mis brazos y me cubrieron los pechos. Notaba su miembro hinchado presionando contra mí. Me quitó la toalla.-Inclínate.-ordenó mientras empujaba mi espalda suavemente ante el frío mármol de la pica del baño.
-¿Otra vez, Matt?-le pregunté con la mejilla clavada en la piedra.- ¿No has tenido suficiente esta mañana?
-Tengo que compensar tres meses de celibato.-respondió con toda naturalidad.
-No puedo más. Si lo haces me vas a hacer daño.-le contradije con voz ronca.
-Estás húmeda.
-No es cierto.
Introdujo dos dedos dentro de mí y me estremecí, lo que fue de su agrado.
-Sí, si lo estás. ¿Quieres hacerlo?-me susurró al oído mientras sus dedos presionaban la carne blanda oculta entre mis piernas.
-Sí.-respondí aunque supiese que la rozadura de su miembro hinchado me causaría un molesto dolor y sensación de incomodidad que perduraría todo el viaje.
-Bien.-me contestó serio al tiempo que se agachaba para preparar la zona con la lengua antes de penetrarme. Me quedé quieta como una estatua mientras le dejaba hacer: Envistiéndome contra el mármol con gruñidos torpes y dejando que el líquido blanquecino se escurriese entre mis piernas. Su peso sobre mi espalda me aplastaba los pechos contra el frío mármol de la pica del baño.
Si hubiese sabido que la libido de Matt se perdería después de ese último polvo, me hubiese esforzado más en complacerle.
* * *
Matt saltó como un crío emocionado cuando llegamos a tierra. Metió los pies en el agua helada pero no pareció importarle. Estaba en casa. Estábamos en casa. El hombre con gorra y gafas de sol que nos acercó desde Hoonah nos ayudó a descargar las maletas, íbamos ligeros de equipaje, pero yo tenía tanto frío que se me entumecieron los músculos y fui incapaz de bajar sola del esquife. Fue Matt quien alargó los brazos hacia mí, que había vuelto a hacerme una bola en una esquina. Me cogió en volandas y me sacó del barco, cuando intentó dejarme en el suelo, me aferré con todas las fuerzas que me quedaban a su robusto cuello. Estaba llorando, las lágrimas se convertían en cubitos de hielo al deslizarse por mis mejillas. Ese frío me impedía moverme y andar con libertad, casi no podía ni hablar, a diferencia de Matt, que se paseaba tranquilamente con los pies empapados y el abrigo desabrochado. “Aquí no puedo protegerle”. Me sentía débil e impotente y una absurdo sentimiento de rabia me recorría la tráquea.
-Todo está bien…-dijo con voz suave mientras me besaba la sien- Pronto estaremos calentitos en casa, pero tienes que hacer un esfuerzo y andar hasta allí. ¿Podrás hacerlo? Seguro que sí, sé que podrás hacerlo…
Apenas habían pasado unos meses desde que la familia casi al completo había abandonado Browntown, pero parecía que hubiesen pasado años… El susurro fantasmagórico del viento zigzagoneaba entre los árboles, amenazante… Las ramas crujían sobre nuestras cabezas, tambaleándose para caer sobre nosotros en cualquier momento. El camino de la playa estaba enfangado y dificultaba el avance. Matt se hundió en el momento en que llegamos al campamento: el silencio era mortal. Una violenta ráfaga de viento nos dio la bienvenida, arrancándome la capucha de un golpe. Nos cubrimos la cara con las manos para evitar que el polvo nos entrase en los ojos, con la ridícula esperanza de que cuando los volviésemos abrir todo volvería a ser como en el verano anterior: en cualquier momento esperaba que Bear se me cruzase corriendo, a toda velocidad, seguido por el insistente ladrido de Mr. Cupcake, reclamando su atención. Las gallinas se volverían locas al ver a Snowbird llegar con su ración de comida diaria. Tampoco se escuchaba el soplete de Noah “inventando” frente a su tienda. Ni las hachas de Bam ni la motosierra de Gabe cortando madera. No había discusiones entre hermanos, no había gente transportando grandes tablones de madera ni se veía a un muchacho con el pelo dorado intentando encender un fuego. La escalera que las chicas habían escavado estaba completamente destrozada. Resbalé al intentar descender por ella y fui agarrada por Matt, que no consiguió evitar que terminase de culo en el barro. La hoguera con sus bancos, que había sido el centro de la vida en Browntown, no era más que un montón de cenizas y brasas que el viento esparcía. Uno de los bancos estaba tirado en el suelo, como un acto reflejo, Matt soltó su equipaje y corrió para ponerlo de nuevo en pie, pero pesaba demasiado para una persona sola y después de varios intentos, se frustró y lo pateó hasta hacerse daño él mismo. Unos insistentes golpes del metal contra la madera resonaban en eco sobre nosotros. El corazón me dio un vuelco al contemplar la casa del árbol de Bear, con la puerta de coche mal encajada, que golpeaba insistente contra la madera.
-Matt, sal de ahí. Eso se puede caer en cualquier momento.-Matt obedeció en silencio. Se colgó de nuevo la mochila y arrastró su maletita por el desértico campamento.
Ningún edificio de los que conformaban Browntown estaba completamente íntegro: el corral de la vaca estaba vacío, al igual que el de las gallinas. A la choza de cazadores de Bam Bam le había caído una rama encima y había destrozado toda la parte delantera, impidiendo el acceso. El viento también había destrozado el huerto de la playa, arrancando su estructura de film que ejercía de invernadero y dejándola atada únicamente por un extremo, sacudiéndose violentamente con cada ráfaga, ahuyentando a los visitantes y hasta incluso a los propios habitantes. La tienda de Noah estaba roída y medio desmontada y la despensa, que Matt había construido con tanto cariño y poniéndole tantas ganas, se la habían cargado los osos. Un gesto de desprecio se dibujó en su rostro, si hubiese tenido una escopeta en la mano, nada le habría retenido para dar caza a todas esas bestias peludas que habitaban la isla. Aunque, lo que de verdad devastó a Matt Brown fue el estado en el que había quedado su choza de neumáticos. Corrió hacia ella, con una mueca de preocupación dibujada en el rostro, como que si llegaba lo antes posible, se reconstruiría. Corrí tras él, para encontrarlo estampado contra la verja de estacas, con todos aquellos amuletos colgados tirados por el suelo, destrozados y hundidos en el barro. Algunas estacas se habían caído y habían bloqueado la entrada, tampoco se podía acceder a la choza, parte de los neumáticos se habían caído. En conjunto, aquel montón de mierda negra recubierta de musgo parecía el agujero de un Hobbit alcohólico y con síndrome de Diógenes. Mantuve la distancia con él, tenía el rostro encajado entre las estacas y sacudía los barrotes con fuerza, como un preso desesperado por recuperar su libertad: lo llamé suavemente por su nombre, pero no me obedeció, se había ido, se había ido a su hogar, y allí no podía alcanzarlo:
-Mi casa…-susurró para sí mismo.- ¡Mi casa! Joder, era mi casa.
Sacudió con aún más fuerza los barrotes, mientras las lágrimas se deslizaban congelándose por su rostro agrietado. Les dio una patada e intentó abrirse paso hacia su casa apartando las estacas con las manos, como la lana de los guantes hacía que se le resbalasen los tablones, los arrojó al suelo e intentó apartarlos con las manos desnudas. En cuanto vi que la sangre le manaba por las palmas, corrí a socorrerle. Intenté levantarle del suelo y mirarle las heridas, pero Matt me empujó y caí al suelo de espaldas. Me llené de barro y el frío se me caló en los huesos. Al ver lo que había hecho, él corrió en mi ayuda. Se acurrucó en mi pecho derramando lágrimas:
-Lo siento Ayla, lo siento mucho…
-Todo está bien Matt, todo está bien.-le calmé acariciándole el pelo-pero por favor, vayámonos a casa. Tengo mucho frío.
Y en volandas y como una pareja de recién casados, entramos en la casa principal. La casa era el único edificio en toda Browntown que seguía íntegro, ante su incapacidad de mantener el campamento entero a salvo, Noah había abandonado su “gallinero” y se había instalado allí, concretamente en un rincón en el piso de arriba, donde antaño dormía Gabe.
Cuando entramos en el salón, Noah estaba sentado en la mesa del comedor, haciendo manualidades con unas conchas y un cojín de terciopelo. Aunque inexpresivo como solo él sabía serlo, el rostro de Noah Brown era un poema. Dejó lo que estaba haciendo de golpe, y en cuanto se recuperó del shock inicial corrió en nuestra ayuda.
-¿Ayla? Pero Matt… ¿qué está haciendo aquí? Más bien dicho, ¿qué estáis haciendo los dos aquí? No te esperaba hasta mañana.-el tono melodioso de Noah era como escuchar una nana de la infancia, familiar y nostálgico, a la vez que dulce.
-Es una larga historia,-respondió Matt- ahora te pongo al día, pero ayúdame a llevar a Ayla hasta la estufa. Tiene que entrar en calor.
Entre ambos me colocaron ante la estufa, tenía la piel tan rígida que apenas podía moverme. Sentir el calor de las llamas en mis mejillas fue una de las sensaciones más placenteras que había sentido en la vida.
A pesar de permanecer solo en la casa, Noah se había encargado de mantener el orden y la limpieza en el hogar. Los rifles de su padre y de sus hermanas seguían colgados en la pared, como si la familia aun residiese allí. Los platos estaban fregados y había una buena montaña de leña acumulada en el porche. No había polvo en los muebles caseros ni suciedad acumulada en el suelo. La única parte del salón que no parecía ordenada era la gran mesa de comedor, que Noah la había convertido en su banco de trabajo particular. Los cuadros y las pieles de animales seguían colgadas en las paredes de madera, otorgándole un agradable toque hogareño, que acentuaba el reflejo de las llamas en el recubrimiento de madera. El ambiente era de lo más acogedor, con un agradable aroma a cedro y pino quemado y una cálida luz envolvía la estancia. Matt me ayudó a quitarme las botas empapadas y el anorak mientras Noah colocaba una manta sobre mis hombros. Cerré los ojos para deleitarme con el crujido de la estufa de leña. Estaba en casa.
Únicamente, había dos partes de la casa que Noah no había tocado: la habitación de las chicas y el rincón de Bear, oculto bajo el hueco de las escaleras. Mientras mi cuerpo reaccionaba al calor de las llamas y recuperaba la movilidad y la sensibilidad, los hermanos Brown se pusieron al día: Matt le contó a Noah como evolucionaba el tratamiento de Ami y como lo estaba llevando su familia. También preguntó por su chica:
-Rhain se ha marchado a Oregón a pasar Acción de Gracias con su familia, y se quedará con ellos hasta navidad. Me ha invitado a ir con ellos…
-¿Y qué harás?
-Es nuestra primera navidad juntos como pareja y me haría mucha ilusión conocer por fín a su familia, pero a la vez, tengo muchas ganas de abrazar a mamá…-el tono de voz de Noah era tan sombrío como sus vestimentas del siglo XIX.
Matt y yo nos instalamos en la habitación principal de la casa, a insistencias de Noah, algo que me sorprendió muchísimo Era un cuarto agradable y confortable, más luminoso y cómodo el cuchitril de caucho de Matt: con una cama grande y una gruesa colcha de flores de colores pálidos. Tenía un pequeño balcón que conectaba mediante una tirolina con la cabaña del árbol de Bear y una antigua bañera de porcelana en un rincón. Mediante una invención de Noah, la cama se levantaba y ocultaba debajo unos cajones para lo ropa. La estancia estaba decorada con una gruesa alfombra de lana y un tapiz sobre el cabezal de la cama de colores y motivos indios. En una mesilla, junto al lado izquierdo había una biblia con una foto antigua de la familia Brown que Matt miró con nostalgia. Le abracé por la espalda y le mecí con ternura:
-Estoy aquí. Todo saldrá bien.
-Lo sé.-y le saqué una sonrisa.
Al día siguiente comenzaron las labores más duras a las que se había enfrentado jamás la familia Brown: el cierre de Browntown. Había mucho que hacer, empaquetar las cosas de los distintos miembros de la familia, deshacernos de todo lo que no se podía transportar a California. Despedirse del Integrity y del esquife… Como yo no estaba aclimatada al invierno de Alaska y no podía permanecer demasiado tiempo a la intemperie, se me encargaron las tareas que tenían que hacerse bajo el techo, así que mientras yo me dedicaba a empaquetar cacharros de cocina y otros artilugios, los hermanos Brown se entretenían lanzando un cuchillo a un trozo de madera, el pasatiempo favorito de Matt. Nuestra llegada prematura había permitido a Noah coger un vuelo anterior y se marcharía a California a la mañana siguiente, apenas unas horas después, llegarían Bear y las chicas para seguir ayudándome con la mudanza. Ya volvía a ver al Matt de antes, y sonreí al verle desde el porche, con sus ropas viejas y desgastadas, un polar negro con el pecho descubierto, el colmillo balanceándose con su respiración y aquella vieja cazadora marrón. Unos guantes de lana sin dedos, recortados en medidas desiguales por él mismo y un par de rayas de barro pintadas en la cara. Rio cuando ganó a Noah acertando el cuchillo en la diana. Yo reí con él, por verlo como es en realidad.
-Matt está hecho polvo.-concluyó Noah aquella misma tarde mientras vaciábamos el Integrity- Se ha metido en su mundo, fingiendo que no pasa nada, jugando y riendo como siempre, pero todos sabemos que está destrozado por dentro.
-Lo sé.-Matt estaba entretenido desmontando la pequeña cocina, para escuchar la conversación que su hermano y yo manteníamos en las bodegas- No veas como se puso cuando vio su choza destrozada… Me sorprende que no reaccione de la misma manera con el Integrity, él adora este barco.
-Ayla,-Noah me colocó una mano en el hombro, fraternal, tenía aquellos pequeños y misteriosos ojos gris tormenta que encajaban tan bien con su segundo nombre- ¿crees que Matt, las tomará contigo?
-¿Pero qué tonterías dices, Noah?
-Bear.-respondió él algo avergonzado- Dice que Matt te hace daño a veces, que descarga su rabia contigo.
-Matt no hace eso.-mentí, aunque dudo que Noah se percatase de ello- Está abrumado, colapsado y tiene unas pesadillas horribles, aunque no sé con qué sueña. Solo sé que se despierta en medio de la noche, empapado en sudor frío y temblando como un niño asustado, se abraza a mí y se pasa despierto hasta que amanece. Creo que todo está se le está quedando grande, hasta hace menos de un año, su mayor preocupación era… bueno, no tenía preocupaciones, ahora ve como su familia se rompe: Bam se ha ido, vuestra madre está enferma y está viendo la faceta más humana de su padre, el que parecía indestructible. Gabe ha cambiado, se ha vuelto “un chico malo”, ya no es su dulce y divertido hermano y la pequeña Rainy se ha hecho mayor. Matt solo quiere regresar a casa, a su choza de neumáticos, jugar en el vertedero con Kenny e ir a pescar cangrejos. ¿Sabes una cosa? Ni siquiera creo que siga enamorado de mí, creo que me vino a buscar porque era lo único que le quedaba que le daba cierta “seguridad”. ¿Pero qué quieres que haga? No podía dejarlo así, le echaba de menos… Perdona por soltarte el rollo, Noah, solo estoy preocupada por Matt.
-Le amas, es normal que te preocupes por él.-dijo con ese tono sobrio que lo caracterizaba junto con sus mejillas siempre sonrojadas.
-No te he felicitado por tu relación.
Noah bajó la mirada, como si le diese vergüenza. No iba con él esa imagen de niño tímido, siempre mostraba tanta seguridad bajo esos trajes negros, sombreros de copa y camisas blancas.
-Puedes felicitarme por mi compromiso.
-¿Estás de broma? ¿Os vais a casar? No sabes cuánto me alegro por vosotros, es una noticia maravillosa, a tu madre le hará muchísima ilusión.-dije alegrándome de verdad, porque alguien de aquella familia fuese feliz de verdad.
-Aún no se lo he pedido. No he encontrado el mejor momento para hacerlo. Quiero que sea especial, ¿me entiendes?
-Pues deberías pedírselo durante la cena de navidad. Preséntate por sorpresa en Oregón y pídele que se case contigo.-esa espontaneidad no es propia de mí.
-¿Cómo voy a hacer eso? Según el código de etiqueta, debo pedirle la mano a su padre…
-¡A la mierda el código, Noah!-dije sacudiéndole de los hombros-Mañana vete a California, abraza a los tuyos y luego mueve ese culo de caballero tuyo hasta Oregón y pídele la mano.
-A mis hermanos no les va a hacer ninguna gracia, que el hermano menor sea el primero en casarse… Tampoco les hará gracia a mis hermanas.
“¿Por qué dudaba tanto? Eso no es propio de Noah. Debe de quererla mucho si tiene tanto miedo de perderla. Sin duda es una chica afortunada. Y a mí, definitivamente me ha tocado el hermano rarito”.
-¡Al cuerno con tus hermanos, Noah! Haz lo que te diga el corazón. Y además, estoy seguro de que ver como su pequeñín asienta la cabeza, le dará muchas fuerzas a tu madre para salir adelante.
Noah sonrió, se ponía de un color rosa muy bonito cuando sonreía.
-Cuando Rhain me mira, es como si fuera magia… -pronunció en un tímido español.
-El libro de Frida…-susurré.
-Lo he estado leyendo, y he aprendido español gracias a un diccionario que encontré. Es un libro maravilloso Ayla, Frida es tan… única. Te lo he estado guardando.
-Quédatelo Noah. Considéralo un regalo de compromiso.-ambos sonreímos- ¿Me dejas abrazarte?
-Pero que sea rápido.-no mostraba los dientes cuando sonreía, pero tenía una dentadura de anuncio de enjuague bocal.
No me gustaban las muestras de cariño, solo me gustaban con Noah, porque sabía que eran sinceras. Lo cierto es que sentía un cariño especial con el menor de los hermanos Brown, me gustaba su manera de pensar, tan romántica y peculiar. Ya no se encontraban hombres con esa visión del mundo. Sin duda, un interesante personaje que explorar para una futura novela, y aunque conocía su debilidad por enamorarse muy rápidamente, de verdad esperaba que aquello funcionase y que fuese feliz. Me pregunté si yo lograría ser feliz algún día, por mi cuenta, con Matt o con otra persona.
La despedida con Noah fue rápida y poco afectuosa a petición de los dos hermanos. Se abrazaron rápidamente y Matt se alejó silbando alegremente, dando tumbos por la playa, como si eso no fuese con él. Kenny había venido a buscar a Noah para llevarlo al ferry de Hoonah, observé como los dos amigos tiraban piedras al mar, chutaban cosas y se reían como dos preadolescentes. También le resultaría muy difícil a Matt despedirse de su mejor amigo, como él decía “ambos venían del mismo planeta”, pero aún faltaban varios días para que ese hecho se produjese. Me alegré de saber que aquella misma tarde recibiríamos a más Browns para ayudar con todo lo que se nos venía encima.
-Buena suerte, Noah.-le dije con una sonrisa.
-Cuida de mi hermano.-me pidió mientras me estrechaba la mano con fuerza.
“¿Y quién cuidará de mí?”
Sentí a Matt acercarse a mí de nuevo y rodearme el cuerpo por la cintura. Alzó el brazo y se despidió de Noah auyando hasta que el esquife desapareció en el horizonte.
-Ahora, a esperar a que lleguen las chicas y Bear.-concluyó alegremente mientras se sacudía las manos después de hacer un trabajo bien hecho.
*      *     *
Aún pensaba en Bear, pensaba demasiado en el hermano menor de Matt y cada vez pensaba en él de una manera diferente. Tenía en la mente gravadas una por una todas aquellas palabras que me había escrito, que me ha había dedicado durante aquellos tres últimos meses. Palabras cordiales, gentiles y cortés, educadas, cartas entre dos amigos sin apenas más significado que el literal, pero yo tenía la maldición de saber leer entre líneas:
-¿Tienes ganas de ver a Bear y a las chicas?-preguntó Matt en un suspiro que me hizo volver al mundo.
-Tengo ganas de verlos a todos.-murmuré sin arriesgarme, con la vista fija en el mar, aguardando que apareciese un esquife surcando las olas- A Bam, a Gabe, a las chicas… e incluso a Mr. Cupcake.
Cada noche se me aparecía en mis sueños, envuelto en una luz blanca resplandeciente, con aquellos ojos oscuros, profundos como pozos, tan expresivos que sentía que podía acariciar su alma, darle un beso de buenas noches y mecerlo entre mis brazos. Pero aquella mirada era una trampa, porque una vez te asomabas al pozo, resbalabas y comenzaba una eterna caída que terminaba en una oscura fosa de agua congelada.
Me zumbaban los oídos cada vez que un disparo resonaba en la espesura y un cosquilleo me recorría el estómago y se escapaba en forma de suspiro. Bear estaba plantado frente a mí, con los mechones de pelo rubio pegados a la sien, empapado de pies a cabeza. Un goteo insistente se le caía del mentón y se fundía con la tierra húmeda. Agarraba el arma firmemente entre sus manos, tan firme como yo sujetaba el cuerpo de Matt inconsciente entre las mías. Un hilo de humo se asomaba desde el cañón. Había aparecido de la nada, sigiloso como un gato salvaje, oscuro como una sombra. Un arco iris entre aquellas nubes de tormenta. Se agachó junto a nosotros, la lluvia y las lágrimas me nublaban la vista, y solo pude ver cómo me sujetaba el mentón firmemente. Quería gritarle que hiciese algo, que ayudase a Matt, a su hermano, que se estaba muriendo… Pero las palabras no me salían de la boca. Quería que me salvase, mi corazón ansiaba ser salvado por él: quería dejar a Matt allí, que Bear me cogiese en brazos, sentir su calor derretir el hielo que me envolvía, que me llevase lejos… lo más lejos posible. A las montañas, a una choza en un árbol, a una cabaña en la orilla del río. Pero eso era imposible… el hilo rojo de mi destino y el hijo rojo del destino de Bear Brown se habían entrelazado, pero no se habían unido. En cambio, había hecho un doble nudo con el hilo del destino de Matt. El resto de la historia ya es vox populi: llegaron Gabe y Billy y me apartaron de Matt, Bear había desaparecido de la misma manera que había llegado, y ahora estaba sujetándome por los hombros, junto a Alba, que también me cuidaba.
-¿Cómo está Bear?-la pregunta me sorprendió y me volví sorprendida hacia Matt. Tenía la espalda erguida y las manos en los bolsillos de los pantalones. Me acerqué a él y le ofrecí mi mano para dar un paseo. La aceptó:
-No voy a contarte lo que me escribió en las cartas, Matt. Es personal.
-No te estoy preguntando que ponía en las cartas, solo quiero saber cómo está mi hermano. Ya sabes cómo es él, se encierra en su mundo, finge que todo está bien, sonríe, bromea… pero todos sabemos que está afligido.-“Vaya, al parecer hace lo mismo que su hermano mayor”- Él te aprecia mucho, seguro que a ti te ha contado algo.
Suspiré resignada:
- Parece un niño pequeño, sabe que algo anda mal, que algo ha cambiado, pero no sabe bien que sucede. No sabe cómo reaccionar porque nadie le ha contado cómo hacerlo. Está asustado, necesita que alguien lo abrace y le diga que todo va a salir bien. Está buscando seguir una rutina, algo que le dé seguridad… pero le resulta muy complicado hacerlo desde un lugar tan apartado de su hogar, del bosque que adora.
La mirada de Matt se nubló y me apretó la mano. No llevaba guantes, y aun así, le ardían:
-Creo que le debo una disculpa, cuando vi ese montón de cartas lo primero que pensé fue en quemarlo. Supongo, que estaba celoso… Tú y yo ya no estábamos juntos, y todos sabemos lo que siente Bear por ti. Tenía miedo que al leer esas cartas le correspondieses.
-¿Por qué iba a pasar eso?
A Matt le temblaba la voz al hablar:
-Porque él te escribía cosas preciosas, y solo te culpaba de todos mis problemas, te dije cosas horribles Ayla… Quería hacerte daño, pero sin darme cuenta de que me lo hacía a mí mismo.
-Tú no me escribiste nada malo Matt,-le susurré con cariño- las cartas que escribía un tal Matthew J Brown dirigidas a la señorita Hurst sí que son horribles e incluso asustan. Pero Matt, Matt me escribió unas cartas muy bonitas, diciéndome que me amaba y que me echaba de menos… No sé quién es Matthew J Brown, y espero no conocerlo nunca.
Nos detuvimos junto a la desembocadura del riachuelo, ocultos entre los árboles y con el gran océano abriéndose paso entre nosotros. Miré a Matt, estaba cansado. Llevaba sin tocarme desde que salimos de Nueva York. Por dios, había envejecido al menos diez años. Su cabello ya no brillaba como la plata, sino que se le revolvía como polvo de ceniza alrededor de la cabeza, seco, apagado y sin vida. Una melancolía se había apoderado de sus ojos, antaño alegres y azules como dos lagunas de agua cristalina. La barba le crecía a cachos por la barbilla y las mejillas, varias canas blancas le surgían de la piel. La falta de sueño también le había pasado factura, tenía patas de gallo y dos grandes bolsas negras bajo los ojos. “Parezca que tenga al menos cuarenta años”. Hasta ese momento no me había planteado la diferencia de edad que nos separaba a Matt y a mí. “Trece años. Siempre ha estado tan lleno de vida que nunca me había parado a pensar en ello. Está viejo y cansado. Mis padres a su edad ya tenían dos hijas y los suyos ya iban por el cuarto”. Trece años, una eternidad si lo comparábamos con los ocho que me separaban de Bear, de su energía y sus ganas de aventura.
-¿Podría suceder?-preguntó Matt sacándome de mi reflexión.
-¿El qué?
-Que te enamorases de mi hermano Bear.-preguntó con un leve temblor en la voz y los ojos vidriosos.
-Cielo, cualquiera en su sano juicio se habría vuelto loca por Bear.-Matt me miró sin comprender, mientras mi mano se posaba sobre su hombro- Lástima que yo no haya estado nunca en mi sano juicio.

Le robé una sonrisa que me guardé en el bolsillo para luego al mismo tiempo que el destello de un esquife plateado hacía su aparición en el horizonte.
Sentía un nudo en el estómago cuando bajamos a la playa a recibir a nuestros invitados. El temblor de mi cuerpo se acentuaba a medida que la pequeña embarcación se acercaba. Ya escuchaba los motores resonar, y la voz de las chicas llamar a su hermano a gritos. No había ni rastro de Bear. El brazo protector de Matt me rodeó el cuerpo, pero no me atreví a responder a su mirada de “todo va a ir bien”, simplemente, me quedé observando como mis pies jugaban con la tierra de la playa. Ya no sentía frío, ya no sentía nada. Era la misma sensación que sentí cuando casi me ahogo en el mar. El fuego se apagaba dentro de mí, la cueva de hielo lo hacía más débil cada segundo. Necesitaba una chispa que me hiciese vivir de nuevo.
-¡Matt ha venido a recibirnos!-gritó una de las chicas, que juraría que fue Rainy por su voz más aguda- Pero, ¿con quién está?
-¿Kenny? ¿Elijah?-preguntó Birdy que tenía una voz más grave.
-¡No, no! Parece una chica. ¿Es Ayla? ¡Oh Dios mío, es Ayla!
Matt corrió a ayudar a sus hermanas a desembarcar, yo le seguí fingiendo un paso ligero, cuando la verdad es que me estaba retrasando. Vi salir a Bear de la pequeña embarcación. Bueno, más que “ver”, vi a una sombra con un anorak rojo y pelo largo y rubio, que saltó del esquife y echó a correr todo lo que las piernas le permitieron. No me sorprendió aquella reacción, es más, era justo lo que me esperaba que hiciera. Mientras tanto, Matt estaba envuelto entre los abrazos de sus hermanas: Rainy llevaba el pelo corto oculto bajo un gorro de lana blanco y estaba envuelta en un plumón lila. Birdy llevaba un anorak negro y botas altas, y el largo pelo castaño enredándosele entre las gafas. Se había pintado una gruesa línea negra bajo los ojos y llevaba una gargantilla prieta en el cuello.  Me sorprendió ver todo lo que había crecido Rain durante aquellos últimos meses, y es que la pequeña de la familia ya había cumplidos los quince años. Snowbird tenía veintitrés, uno más que yo. Antes de correr a saludarme, las dos hermanas hicieron un pequeño interrogatorio a Matt acerca de mi presencia en Alaska.
-Mientras volaba hacia aquí vi que estábamos atravesando Nueva York, entonces agarré un paracaídas y me lancé, aterricé en el balcón de Ayla y le dije: “¡Buenos días princesa! He soñado toda la noche contigo. Íbamos al cine y tú llevabas ese vestido rosa que te gusta tanto…”
-No les comas el tarro Matt.-dije con una sonrisa pícara en los labios y los brazos cruzados sobre mi pecho- Viniste a llorar y yo como una tonta piqué y recorrí miles de kilómetros contigo. Además de que nunca me has llevado al cine.
-¡Vamos Ayla! Qué solo intentaba ser romántico. Aunque bueno, quizá esa historia tenga algo más de verdad que mi versión.-guiñó un ojo. Parecía que no le pasaba nada, y sentía tanta lástima por el él. Estaba hecho una mierda por dentro, pero parecía tan resplandeciente por fuera.
-Da igual como haya sido, lo que importa es que volvéis a estar juntos.-gritó Rainy antes de arrastrarnos a todos a un abrazo grupal de lo más incómodo.
-Por cierto, ¿dónde ha ido Bear?-preguntó Matt.
-Lleva todo el viaje quejándose de que está harto de estar en sitios estrechos. Estaba deseando salir corriendo y trepar a un árbol.-respondió la mayor de las hermanas- Podría estar en el lugar más remoto de esta isla.
Sin embargo, estaba plantado y erguido detrás de nosotros. Sigiloso como solo él sabía serlo, con los rayos de sol dibujando triviales en su rostro a través de los huevos de las ramas de los árboles.
-Estoy aquí.-proclamó en tono de anuncio real cuando advertí de su presencia.
No sonreía, y eso me partió el alma. A diferencia de Matt y las chicas, Bear no había cambiado nada: se había desabrochado el anorak, bajo el cual solo llevaba una camiseta de tirantes. Su pecho se agitaba por el esfuerzo. Ya no tenía las puntas del cabello quemadas, pero seguía rubio y  brillante como la miel recién hecha cuando aún resbala por el panal. Únicamente tenía la piel más tostada de lo que recordaba. “Apuesto a que aún tiene esos ojos, profundos como pozos”.  Abandonó su refugio entre las sombras y se acercó lentamente al grupo, en seguida volví a notar el abrazo protector de Matt alrededor de mi cuerpo.
-Te veo bien hermano, se nota que ya estás en casa.-le saludó el hermano de más edad con una inclinación leve de su sombrero.
-Yo también te veo bien. En realidad, te veo muy bien acompañado.
Me deshice del abrazo de Matt, su cálida presencia me acompañó unos instantes después de haberlo abandonado. Me acerqué a Bear, con temor de ver lo que pensaba a través de sus ojos, con terror a la reacción de Matt. Su aliento dibujaba vaho en el aire, tan intenso que bien podría haber sido fuego. Su presencia, su cercanía me incomodaba, pero Bear despertaba en mí esa sensación de calor, de volcán ardiendo que derretía esas paredes de hielo que envolvían a mi corazón y liberaban mi alma. Ni siquiera Matt era capaz de despertar esa sensación en mí: entonar esa extraña melodía de hielo y fuego. Me había enamorado del hermano erróneo.
-Ayla.-una sonrisa traviesa se dibujó en sus labios- Tienes el pelo diferente, te queda bien.
Los labios me temblaban cuando por fin me decidí a mirarlo a los ojos. Únicamente fui capaz de pronunciar su nombre antes de lanzarme a su cuello y abrazarlo. Lo había añorado tanto… mi mejor amigo, casi al nivel en el que se encontraba Alba. Olía a bosque, apenas hacía unos minutos que había desembarcado pero su ropa ya olía a pino y su pelo a chamuscado. Sentía su corazón palpitar a través del anorak, bombeaba lava. Bear me devolvió el abrazo, noté sus brazos alrededor de mi espalda como las grandes garras de un oso que me desgarraban el alma. Y al igual que yo había hecho, noté como se empapaba de mi aroma, de mi presencia, del frío que templaba su calor. De la amiga que no le decía que parase, sino que se esforzaba por seguirle. Unas lágrimas me recorrieron las mejillas, recordaba con cierta lástima el momento en el que Matt se había plantado en mi apartamento de Nueva York, mi primer pensamiento había sido el de huir, el de escapar de ese monstruo, sin embargo, me moría de ganas de abrazar a Bear, y saboreé ese instante hasta que se hizo violento para el resto del grupo. Sentía la penetrante mirada de Matt clavándose en mi espalda. La carta que había escrito a Bear durante el vuelo, y que había metido en el mismo sobre de su última carta, me ardía en el bolsillo interno del anorak, pero no reuní suficiente valor como para entregársela.
El resto del día transcurrió con relativa normalidad: todos nos instalamos en la casa principal, que era la única estructura de Browntown que seguía íntegra. Las chicas se acomodaron en su habitación, mientras que Bear lo hizo en el rincón bajo las escaleras, donde aún había varias de sus pertenencias. Brevemente y durante la comida, que consistió en carne enlatada con tomate, a pesar de las insistencias de Bear de ir a cazar un venado, los hermanos recién llegados nos comentaron las últimas novedades que llegaban desde el continente. Levemente, pero el tratamiento de Ami Brown parecía empezar a hacer efecto. Billy había encontrado un terreno en Colorado, aislado del mundo, como a él le gustaba, pero a una hora en coche del hospital, tenía pensado establecer la Nueva Browntown allí. Después de superar la enfermedad de mamá, Bam Bam y Allison tenían pensado establecerse en la Costa Este, en Nueva Jersey. Mientras que Noah, después de pasar unos días con la familia, abandonó California para poner rumbo a Oregón para estar con su chica. El domicilio familiar estaba más vacío que nunca, con Gabe y Mr. Cupcake como única compañía de Billy y Ami, que recibían las constantes visitas y cuidados de tío William y tía Margaret. Las chicas no quisieron darme demasiada información acerca del nuevo lío amoroso de Gabey, tampoco preguntaron por Alba, supongo que porque no tenían ganas de hablar del tema. Según me enteré a posteriori, Gabe y Rainy habían discutido un día antes de su viaje, no sé el motivo, pero la hermana menor seguía manteniéndole un cierto rencor a su hermano. Por otro lado, las chicas querían una versión detallada de los hechos que habían tenido lugar la noche del 30 de noviembre de 2017 y que habían llevado a la reconciliación amorosa de Matthew Brown y Ayla Hurst. Obviamente, que suprimimos muchos detalles. Durante la tarde, proseguimos con las labores de cerramiento de Browntown: en Hoonah, Bear había encontrado un posible comprador para el Integrity, mientras que las chicas se dedicaron a recoger y a empaquetar sus pertenencias. Matt continuó con las labores de desconstrucción de las infraestructuras, y yo comencé con la ardua tarea que Noah me había encomendado, limpiar su laboratorio. La dura tarde de trabajo nos mantuvo tan ocupados que apenas mantuvimos conversación el uno con el otro, afortunadamente, tampoco me crucé con Bear. En realidad, fue una agradable tarde: la tienda de campaña estaba aclimatada con una estufa de leña, y Noah Brown tenía un montón de juguetes entre sus inventos: un viejo cuaderno hecho polvo con algunas de sus poesías, un casco de visión nocturna, un traje de láser tag casero, un elaborado estudio sobre insectos y murciélagos tarros de cristal con partes de animales disecados, cada una con una etiqueta donde aparecía el nombre de un compositor famoso.
No fue hasta la noche, en la intimidad del dormitorio donde me reuní con Matt a solas, acabábamos de cenar todos juntos, y él actuaba como siempre: con sus risas sobreactuadas y sus gestos exagerados. Matt terminaba de limpiar su rifle, por si necesitaba usarlo durante la noche, a la vez que monologueaba acerca de algo que le sucedió con una escopeta cuando era adolescente. Yo le escuchaba a medias. Ya en ropa de dormir y con un libro en la mano observé como Matt se incorporaba para desvestirse, di un salto y me planté frente a él: acaricié su torso desnudo y le besé en los labios. Él sonrió ante mi reacción y me devolvió los besos. Mis brazos se deslizaron por sus hombros, sus brazos y sus manos, a las que noté desnudas por la falta de anillos. Matt nunca se quitaba esos anillos. Le mordí el labio inferior al tiempo que mis dedos desabrochaban el botón de aquellos desgastados Levi’s. Le empujé contra la cama y me deslicé sobre él para volver a saborear el interior de su boca. Matt se mostraba receptivo a mis besos y caricias, incluso me las devolvía, pero yo no noté nada. Su pecho se hinchaba lento y relajado y su piel estaba templada, únicamente sus mejillas estaban más sonrojadas de lo normal. Estaba tan cerca, pero lo sentía tan y tan lejos. Matt observó mi decepción reflejada en mis ojos, me acarició el pelo y me dijo que aquella noche estaba preciosa. Me tumbé a su lado y le di la espalda. Un par de lágrimas se me escurrieron por los ojos y un gemido se me escapó de mis labios temblorosos. Sentí el cuerpo de Matt a mi lado, y como se entrelazaba con el mío, pero nadie dijo nada más. Ya hacía una semana que había perdido el apetito sexual, pero seguía sin saber el motivo.
*     *      *
Todo había sido muy diferente una semana antes, cuando Matt me devoraba con la mirada, con la boca y con todo su ser. Recordaba demasiado bien la mañana en la que nos marchamos a Alaska, y el encontronazo que se produjo entre Matt y Alfie.
Ya habían pasado un par de horas desde que Matt había exprimido mi cuerpo hasta niveles indescriptibles. Me había dejado agotada, y solo eran las ocho de la mañana. Había mucho por hacer: preparar maletas, dejar a Sam al cuidado de Esteban, revisar que mi pasaporte y mi visado estaban en regla. Cancelar reuniones con mi agente literario y llegar a un acuerdo con el editor para que me dejase retrasar de nuevo el plazo de entrega. Y a pesar de esa larga lista de tareas, Matt y yo desayunábamos tranquilamente tortitas con sirope de caramelo en la barra americana de mi cocina: Él se había arreglado, con un pantalón de vestir gris oscuro, una camisa blanca con lunares grises, zapatos negros y americana. Yo, más sencilla y como me gustaba vestirme en realidad, llevaba una camisa de cuadros rojos, una camiseta negra de una conocida película de ciencia ficción, unos vaqueros y deportivas.
Nueva York había amanecido blanca por primera vez en la estación, y Matt observaba con nostalgia desde la ventana la imagen de Central Park nevado. Una luz pálida le otorgaba un rostro fantasmal.
-Matt, ¿quieres dejar de jugar con el gato y escuchar lo que te estoy diciendo?- le regañé mientras Sam y él se peleaban por un trozo de tortita-En Internet pone que la nevada no ha afectado a los vuelos, así que posiblemente podríamos irnos hoy. Déjame llamar a mi abogado, para asegurarme de que tengo todos los permisos en regla…
-¿Para que necesitas pasaporte? Nos vamos a Alaska, no a China.-dijo con la boca llena.
-Soy extranjera, tengo un visado de trabajo pero necesito mi pasaporte para viajar.
-Es cierto, a veces se me olvida de que no eres americana, pero es que tienes más acento estadounidense que yo, que parezco de otro planeta.- me moría de ganas de lamer la gota de sirope de caramelo que le colgaba del labio.
-¿Cómo quieres el café, Matt? ¿Solo?-pregunté dándome la vuelta hacia la cafetera para evitar que viese mi sonrojo.
-¿Por qué no me dejas hacerlo a mí? Siempre soy yo el que prepara el café. Además, cuando yo lo hago, sueles estar desnuda en la cama, y no me importaría que estuvieses así ahora mismo.
-No seas idiota.-dejé la cafetera sobre la barra y apoyé los codos en el mármol- ¿Es que no has tenido bastante por hoy? De todos modos, estamos en mi casa y quiero tratarte como un buen invitado- cogí una taza con el logotipo de Superman y otra con el de Batman y serví el café- Ahora dime, ¿cómo te gusta el café?
Con el reverso de la mano, Matt se limpió el sirope que le goteaba de la boca y se inclinó sobre la barra de mármol, a apenas unos pocos centímetros de mi nariz. Lo miré asustada:
-Me gusta de la misma manera que el sexo: fuerte, caliente y encima de la mesa.
Me mordió el labio inferior de una forma tan excitante que la taza se tambaleó en mi mano y el café comenzó a derramarse. Sin dejar de besarme, Matt me obligó a dejar la taza, prácticamente se había subido sobre la mesa, me agarraba de la nuca y me besaba con ganas. Sam se marchó ofendido, ese desconocido le había burlado su “trono”, pero no fue la incomodidad de mi gato lo que nos interrumpió. Alguien tosió y aparté a Matt de mí de un empujón. Alfie estaba plantado ante nosotros: las piernas separadas y los brazos colgando a ambos lados del cuerpo, con una postura desafiante, pero con una triste melancolía en el rostro. Llevaba una maleta de mano colgando de su brazo. Llevaba una chaqueta naranja, arremangada y medio desabrochada, vaqueros anchos y zapatillas deportivas chillonas. El pelo rubio oscuro revuelto sobre una cara que indicaba que no había dormido en toda la noche.
-Alfie.-susurré yo deseando que me tragase la tierra.
-No necesito que me des explicaciones.-respondió en tono firme con su pronunciado acento británico- Anoche lo oí todo, iba a salir a intervenir, pero creo que necesitabais un tiempo a solas.-el rostro de Matt era sorprendentemente tranquilo, incluso sonreía bulón- Por cierto, no nos han presentado, soy Alfie, Allen.
Se acercó a Matt y le tendió la mano, este le devolvió el saludo, ambos hicieron gala de unos impecables modales. Alfie era todo un gentleman inglés, mientras que Matt había sido criado bajo el código de etiqueta de Ami:
-Yo soy Matthew Brown.
-Sé quién eres. Ayla gritó tu nombre varias veces anoche.
-¡Ah ya sé quién eres!-exageró Matt- Te estuviste acostando con ella antes de llegar yo.
-Callaos los dos.-estaba muerta de vergüenza- ¿Qué quieres Alfie? Pensaba que ya te habías marchado…-dije tímidamente.
Los ojos azul pálido de Alfie competían en una lucha a muerte con el profundo océano de Matt.
-Vengo a despedirme. No quiero que te largues sin avisar, como hiciste la última vez. Por lo que he oído te marchas de nuevo a Alaska, espero que a tus editores no les importe que te demores un poco más en la entrega del manuscrito. Total, eres Ayla Hurst, ¿quién no querría publicar un libro tuyo? En fin, que tengáis buen viaje. Ha sido un placer conocerle, señor Brown. Perdone mi atrevimiento, pero tiene usted una pareja preciosa.
-Es muy amable, señor Allen. También ha sido un placer para mí.
Alfie se inclinó sobre mí y me besó la mejilla.
-Ayla.
-Alfie.
“¿Y ya está? ¿Eso es todo? ¿Un saludo cordial y un cumplido? ¿Dónde están los gritos, las peleas, la sangre? ¡Alfie por dios te ha ventilado la chica, por segunda vez! Anoche te estaba chupando la polla en ese sofá, ¿y ahora le dices a este tío que tiene una pareja preciosa? ¿Pero qué diablos está pasando aquí?”
¿Reaccionaría yo de la misma manera el día que me presentasen a Allison? O la tiraría de los pelos y la culparía de la mala fortuna de Matt? Solo sabía que si cogía ese avión, no tardaría en averiguarlo.
Alfie se encaminó a la puerta, cabizbajo y con el rabo entre las patas. Cogió su abrigo del armario de la entrada y acarició con dedos de seda la bolsa que guardaba el vestido azul que debía ponerme para asistir a aquella cena con él. Quise decir algo, pero las palabras no me salían de la boca. El brazo de Matt me rodeaba los hombros:
-Hubieses estado preciosa con este vestido y cogida de mi brazo.-suspiró más para él que para mí. Después de marchó de un portazo.
Matt volvió a su desayuno, como si no hubiese pasado nada. Mi cerebro, estupefacto, aún analizaba la situación.
-Parece un buen tío.-añadió despreocupado.
*    *     *
Un estruendo me sobresaltó en plena noche, parecía un disparo. El corazón me dio un vuelco al alargar el brazo y percatarme de que Matt no estaba durmiendo a mi lado. El oso que me acechaba en mis pesadillas me desgarró la cara. Me incorporé de un salto, un segundo y un tercer disparo, casi seguidos. Una película de sudor frío me recorría el cuerpo. Me puse en pie de un salto, agarré una manta y me cubrí los hombros mientras salía en busca de Matt. Bajé las escaleras a toda prisa y encontré a Bear apoyado en el marco de la puerta principal. Estaba a oscuras, únicamente su silueta estaba iluminada por la luz de la luna, un aura mística lo rodeaba, el aurora boreal esparcía sus mil colores en aquel cuerpo de piel pálida, protegido por los antiguos ancestros, los espíritus del bosque, bautizado con agua salada y bendecido con agujas de pino. No llevaba camisa, el viento alaskeño le desgarraba la piel erizada. No había en el mundo espectáculo más hermoso. Me acerqué a él hipnotizada, ya no escuchaba los disparos. Su perfil animal se dibujó en las tinieblas, con el pelo dorado acariciándole las mejillas, lanzándole destellos a la luna. Le toqué el hombro, su piel ardía. Se volvió hacia mí despreocupado, y señaló con el mentón al claro que se extendía frente a la cabaña. Matt estaba allí, andando nervioso de un lado para otro, como un hambriento león enjaulado. Apenas iluminado por un par de antorchas que había colocado estratégicamente. Estaba tirando petardos.
-Pesadillas…-murmuró Bear sin apartar la vista de su hermano mayor.
-Lucha cada noche para no quedarse dormido, pero el cansancio siempre le vence y se despierta temblando y muy agitado. No sé con qué soñará, no me lo ha contado, pero se niega a mirarme a la cara después de tener esos sueños. Temo por…
-No.-me cortó Bear-No temas por eso… Matt…
-Lo sé.
-¿Habéis intentado hablar con él?-me apoyé en el otro lado de la puerta, observando como la escurridiza silueta de Matt se movía entre la sombras de las antorchas.
-Ha gritado a Birdy. Se ha ido a su cuarto con Rainy. Con lo que él aprecia a su hermana… Yo no he querido acercarme.
-¿Tienes miedo a romperle un tocón en la cabeza?-Bear sonrió en la oscuridad, incluso en la más negra noche distinguía su picardía. Le devolví la sonrisa.-Voy a hablar con él. Tú vete a ver cómo están las chicas.
Me adelanté, pero una mano extremadamente caliente me sujetó por el hombro, fragmentando en mil esquirlas mi piel congelada.
-Ayla…-sus ojos profundos me perforaban la nuca mientras un cosquilleo me recorría el estómago.
No me volví para mirarle, ni Bear se atrevió a continuar con lo que iba a decir. Avancé descalza por el porche y descendí las escaleras con pasos temblorosos. Miré hacia arriba, no había luna. Me volví asustada para contemplar el aura fantasmal que envolvía a Bear, pero ya había desaparecido entre la bruma. El suelo estaba congelado y apenas podía avanzar, me sujeté a la baranda, estaba cubierta de hielo. El viento me sacudió el pelo y casi me arrebata mi improvisada capa. Me detuve al pie de la escalera, con los pies paralizados por el frío, que me desafiaba y me hacía cada vez más pequeña… Matt estaba a apenas un par de pasos de mí, de espaldas, su respiración era agitada. Tenía un mechero de plata en una mano, y un pequeño petardo en la otra. Estaba dispuesto a encenderlo.
-Matt…-le susurré al viento-Matt amor mío…-se volvió hacia mí con los ojos iluminados por el fuego y la boca entreabierta. Se había vestido con vaqueros y sombrero, pero apenas llevaba nada bajo su vieja cazadora, exceptuando el colmillo y los abalorios que se balanceaban en su pecho sobre la piel erizada.-Matt, vámonos a la cama.-le ordené en un tono suave como la seda.
En uno de sus imprevisibles giros, soltó el petardo y se guardó el mechero en el bolsillo mientras corría hacia mí. Sin dejar que me pronunciase, sus manos rodearon mi cuello y me atrajeron hacia su boca. Me tomó en brazos y subió las escaleras con mis piernas enrolladas en su cintura y su lengua explorando mi garganta.
Aquella noche hicimos el amor tres veces: la primera vez fue salvaje, brusca y violenta. Matt descargó toda la rabia y furia que tenía acumulada. Después se hizo un ovillo y se volvió avergonzado al otro lado de la cama. La segunda vez me lo hizo con pena y arrepentimiento. Se sentía torpe y frágil, con los ojos húmedos y al terminar, se derrumbó como un niño sobre mi pecho. Pero la tercera, me lo hizo con amor, lo hizo con cariño, con dulzura y con ternura. Y después, por primera vez en varios meses de pesadillas, Matt Brown se durmió.
Estaba tan agotada que apenas lo percibí moverse nada más amanecer, se levantó y se vistió en silencio. Me incorporé somnolienta, con el pelo sobre la cara y los ojos legañosos para preguntarle qué estaba haciendo.
-No te preocupes,-respondió Matt suavemente mientras me acariciaba el pelo- tú vuélvete a dormir.
Me dio un beso en la frente y obedecí su propuesta. No desperté hasta casi el mediodía, me vestí con las mil capas de ropa que solía ponerme en esos días de gélido frío alaskeño y fui en busca de Matt. Bajé las escaleras, la estufa envolvía toda la casa en cálido abrazo maternal. Era agradable sentir el fuego crepitar y sentir el calor de aquel hogar, aunque algunas miradas allí reunidas, helaban la sangre. Bear y su hermana Birdy terminaban de desayunar en la mesa de comedor. Ella tenía a su gato en brazos, peludo, color crema y con ojos perversos. Lo acariciaba dulcemente, Bear limpiaba su arma con el mismo cariño mientras se terminaba de beber un vaso de zumo de naranja.
-Buenos días dormilona,-dijo Snowbird-¿huevos para desayunar?
-No, gracias.-respondí con el estómago revuelto- ¿Habéis visto a Matt?
-Salió esta mañana temprano. Hace buen día, quizá haya ido a pescar.
-Miraré en el río, gracias.-respondí sobria.
Cogí mi anorak negro que colgaba del perchero de la entrada, me coloqué los guantes y me abroché bien las botas. Me pasé la braga por la cabeza y la extendí del cuello a la boca. Antes de salir, me subí la capucha. Bear me detuvo en el porche.
-Ayla, espera.-una melancólica esperanza se reflejaba en el timbre de su voz. Llevaba una camiseta roja de tirantes y unos vaqueros.
No había nevado aquella noche, pero eso no quitaba que nos encontrásemos en pleno invierno alaskeño. Me sujetó del brazo, su calor resquebrajó mi piel de hielo y la rompió en mil esquirlas afiladas. Me giré para mirarle y Bear se quedó paralizado, y eso que apenas podía verme el rostro. El labio pálido le temblaba al hablar:
-Solo quería decirte, que… en fin, anoche, puede que os oyera hablar… bueno, no… quiero decir… ¿Él te hizo daño?-dijo por fin sombrío.
Me bajé la braga de la boca para responderle con claridad:
-No, todo está bien.-esbocé una media sonrisa.
-Anoche no lo parecía.
-No debiste escuchar. Era una conversación-“sí, llamémoslo así”-privada.
-Solo quería saber si estabas, si estabais bien…
-Gracias por preocuparte.-alargué el brazo hacia él y le acaricié la mejilla y el pelo. El sol le arrancaba reflejos dorados a sus mechones rubios. Bear cerró los ojos. Estar cerca de él despertaba unas sensaciones en mí muy diferentes a las que despertaba Matt: Bear era más intenso, me sentía viva a su lado, a salvo. Sin preocupaciones, sin dolores de cabeza… Era excitante, extremo, apasionante, estimulante. Matt era la incertidumbre, la constante preocupación. Eran sus ojos azules atormentados por pesadillas, sus repentinos cambios de humor. El encierro permanente en su mundo, sus jodidas cincuenta sombras…
“Todo hubiera sido más fácil si me hubiese enamorado de este hermano, pero ya se lo dije a Matt: solo podría haberme enamorado de Bear si Matt no hubiese existido”.
-Voy a por Matt.-dije convencida mientras Bear intentaba atraparme de nuevo en sus profundos ojos, lo que no sabía es que ya había aprendido a escalar. Antes de marcharme, saqué la carta que le había escrito durante el vuelo y se la puse en la mano, fue como librarme de una pesada carga que me asfixiaba: -No dejes de luchar, ni por mí, ni por ti.
“¿Por qué aquellas palabras me sonaban a despedida?”
Comencé a bajar las escaleras para adentrarme en las profundidades de Chichagof. Bear Brown me llamó una última vez. Se había encogido como un animalito asustado y no era capaz de mirarme a la cara. Se metió las manos en los bolsillos y sus botas empezaron a jugar con los tablones del suelo.
-¿Alguna vez has considerado amarme?-pronunció todo lo firme que pudo.
“Quería saber si esa incansable batalla que había estado librando, esa dolorosa e incansable lucha que había perdido, al fin y al cabo, había servido para algo”.
Me quité la capucha y volví a dejar mi boca al descubierto.
-Si hubiese tenido corazón, podría haberte amado.
Encontré a Matt donde su hermana me había indicado, en la desembocadura del río, aunque me tomé mi tiempo para alcanzarlo. No pensaba en nada ni en nadie, solo andaba. Algo había cambiado, no sabía si en mí, si en Bear, en Matt o en los tres a la vez. Qué calma se respiraba en aquel lugar… me entristecía separarme de él. Quizá no estuviese enamorada de Matt al fin y al cabo, sino del lugar al que pertenecía. ¿Sería más feliz sin Matt en Alaska o con Matt en cualquier otro sitio? Sí, llovía mucho y hacía frío la mayor parte del año. Los osos te atacaban y tenías que coger un barco para ir a la ciudad más próxima… Pero, ¿y qué? Hemingway decía que para escribir había que estar tranquilo, sin que nadie te molestase. Escribir es un oficio solitario y aunque el diploma de mi despacho de titulaba como licenciada en Márquetin y Publicidad, yo era escritora. Porque yo había elegido ser publicista, pero no había escogido escribir, ello me había elegido a mí. No podía expresar lo que sentía cantando, bailando o actuando. Tampoco pintando, dibujando o fotografiando, ni mucho menos hablando… Pero podía escribirlo, podía escribirlo de mil maneras diferentes. Escribía para escapar, pero en Alaska no necesitaba escapar, escribía por placer, escribía porque estaba enamorada, no porque estaba triste. Escribía porque sí. Probablemente sea una técnica algo anticuada, pero, ¿acaso no se dice que lo vintage siempre vuelve?
Adiós a la magia de ver el mar, de contemplarlo durante horas: de ver a las ballenas saltar. Focas y marsopas rodeando el barco, gaviotas sobrevolando el océano oscuro… Si me marchaba de allí, lo único azul que podría contemplar, eran los ojos azules de Matt…
La espalda de Matthew Brown estaba apoyada contra un grueso tronco, con su inseparable sombrero sobre los ojos y una brizna de hierba entre los labios. “Al menos no es un cigarro” y entonces pensé que no lo había visto fumar desde que salimos de Nueva York. El anzuelo se balanceaba nervioso entre la corriente de la desembocadura del río, aunque Matt parecía no prestarle demasiada atención. Sus ojos estaban perdidos en el horizonte, algo le llamó la atención, se incorporó y se agachó frente al pequeño escalón que lo separaba del mar. Me detuve a contemplarlo un momento, no había lugar ni persona más hermosos en todo el mundo.
Tras su reflejo fangoso en el agua salada, me asomé yo:
-¿Están picando?
Matt se sobresaltó, pero me miró con una sonrisa y se puso de pie de un salto.
-Ojalá, creía que con el sol que hace hoy estarían menos dormidos.
-¿A caso se puede pescar con este frío?
Matt frunció el ceño:
-¡Claro que se puede pescar con este frío! ¿Quieres intentarlo?
-No gracias.-crucé las piernas y me apoyé en el tronco de un árbol con las manos en los bolsillos.- ¿Me vas a contar que soñaste anoche? porque no me parece muy normal levantarse a las tres de la mañana por un sueño y ponerse a tirar petardos en medio del bosque.- a la luz del sol de Alaska, Matt Brown estaba mucho más atractivo de lo habitual.
-Solo fue una pesadilla.-su mirada se ensombreció y me dio la espalda, me acerqué hacia él y le obligué a mirarme a los ojos. Los suyos estaban enrojecidos y rodeados por unas enormes bolsas negras. La brisa gélida mecía suavemente las ramas de los pinos que nos envolvían, y dirigían la batuta que componía las maravillosas notas de las olas del mar.
-No solo fue una pesadilla Matt, es una detrás de otra. Cada maldita noche… No puedes seguir así, tienes que dormir.-le supliqué- Cuéntame lo que te sucede… ¿Sueñas con tu madre? ¿Con Bam? ¿Con Bear? ¿O es conmigo? ¿Por eso no me lo quieres contar? ¿Por qué sueñas que me sucede algo malo?
-Déjalo Ayla, no quiero quitarte el sueño.-se atragantó al pronunciar aquello.
-Ya me lo has quitado, porque no pienso volver a dormir hasta que sepa qué te pasa…- Le sujeté las manos-Viniste a Nueva York a buscarme porque querías mi ayuda: tómala Matt, te la estoy regalando… No hagas que me arrepienta de esta decisión. Se acabaron los juegos, se acabaron las sombras y las luces. Me lo prometiste.
Matt me soltó las manos y divagó sin rumbo por la orilla del mar, pensando en lanzarse, en lanzarme o en lanzarnos.
-Sé que te preocupa mucho lo que te está sucediendo Matt. Créeme, he pasado por lo mismo, con la diferencia de que yo estaba sola y perdida en el mundo. Tú no lo estás, tienes una familia, y me tienes a mí. Y sabes que yo debo ser fuerte, fuerte por los dos, tengo que ser como un dragón: fuerte, valiente, protector, que nunca se da por vencido… Déjame ser tu dragón.
-El tatuaje… Ahora lo entiendo: “Fuerte por los dos”.
-Fuerte por los dos.-respondí firme.
Me acerqué a él y le rodeé el cuerpo con los brazos, apoyando la mejilla en su espalda. El suelo estaba húmedo y lleno de barro, pero ese era el mayor encanto de aquella tierra perdida en el medio de la nada.
-Dímelo.-cerré los ojos y aspiré su aroma, volvía a ser el de siempre, tierra húmeda, madera de cedro. La intensidad del aliento de su boca y su fuerte aroma masculino- ¿Qué podría hacer para ayudarte?
-Deberíamos hacernos una foto.
-¿Una foto? ¿De qué estás hablando?
-Sí, para tu álbum de recortes. Quiero salir en él, y quiero una copia para poderte ver siempre que quiera, aunque estés lejos.
-¿Quieres que nos hagamos una foto, ahora?
-Sí, tiene que ser aquí y ahora. Porque puede ser la última vez que estemos en este lugar, en mi hogar, en Alaska, ¿tienes el móvil, no? Pues haz la foto.
Asentí con la cabeza algo desconcertada y saqué el teléfono de mi bolsillo. Puse la cámara interior, me acerqué a Matt y apreté el botón, hice un par de fotos y se las enseñé. Torpemente pasaba las fotos con sus dedos pequeños y delgados.
-Salgo fatal.
-Tonterías, estás preciosa.
Unas marcas rojas que no había visto antes habían aparecido alrededor de los dedos de Matt. Él seguía mirando las fotos maravillado, con una tierna sonrisa en los labios.
-Matt, ¿por qué ya no llevas anillos en los dedos?
Me devolvió el teléfono resignado y tomó asiento en el suelo, me agaché a su lado. El frío comenzaba a colárseme en los huesos y pronto tendría que volver a la casa sino quería desmayarme de nuevo.
La mirada de Matt se ensombreció y una capa negra cubrió su alma:
-Por el mismo motivo por el que no duermo, por tu culpa.-de un golpe le arranqué ese ridículo sombrero que ocultaba su rostro al mundo, que me ocultaba lo que de verdad sentía-Cuando me fui de caza solo, estaba tan furioso contigo que comencé a golpear con los nudillos un viejo árbol que encontré. Estaba tan furioso, y tan lleno de rabia que no me detuve hasta que me sangraron las manos, y tuve que quitarme los anillos para que las heridas sanasen del todo. Pero siempre los llevo conmigo.
Matt se metió la mano en el bolsillo de su vieja chaqueta y extrajo tres anillos: uno era doble y consistía en una delicada línea de plata que envolvía dos dedos. El otro estaba hecho de madera negra con un símbolo indio tallado en blanco, mientras que el tercero, y favorito de Matt era un anillo de plata, grueso, con dos filas de brillantes verdes en la parte superior. No recordaba de donde lo había sacado, pero le encantaba. Lo tomé de su mano y jugueteé con él entre mis dedos.
-Así que yo soy la culpable de tus pesadillas. ¿En qué consisten, Matt? ¿Me pasa algo malo?
Matt asintió con la cabeza, abatido y fijó la vista en el suelo. No sentía el suficiente coraje como para mirarme a los ojos. ¿Qué sucedería en esos turbulentos sueños para que Matt lo pasase tan mal que no se atrevía ni a sostenerme la mirada?
-En mis sueños, vienes hacia mí. Andas muy despacio y estás asustada, lo notó en cómo te mueves, en cómo te aguantas las ganas de llorar. Andas descalza y llevas una corona de flores violetas en el pelo y un ramo en la mano. Bam está a tu lado y te dice que todo va a salir bien, pero te está mintiendo. Intentas calmarme con la mirada, pero yo sé lo que va a suceder y estoy aterrorizado…. Bam Bam va a matarte, va a sacrificarte, va a entregarte a un monstruo.-las lágrimas le corrían por las mejillas. Me abalancé sobre él y le rodeé el cuerpo con los brazos, consolándole, en un vano intento de calentar ese corazón congelado.-Tú me dices que todo está bien, que no te importa, que estarás bien, pero yo le suplico a Bam que no lo haga, que te deje en libertad. Suena una música estrambótica que me hace estallar la cabeza. Ya casi estás, está a punto de sacrificarte. Por dios, estás tan hermosa con ese vestido blanco…
-Matt, ya sé que quieres decir, no sigas, no es necesario…-ahora era yo la que estaba aterrorizada, quería huir lo más rápido que pudiese. ¿Dónde estaba Bear? Mi salvador ¿Estaría oculto entre las sombras, espiando? Eché un rápido vistazo a mí alrededor en busca de su ayuda, deseando volverlo a ver, con el pelo empapado y un rifle entre los brazos, salvándome de nuevo. Matt se estaba muriendo en mis brazos otra vez. Un fuerte golpe de aire gélido me cortó los labios hasta hacerme sangre y casi me los arranca de la cara.
-Te he avisado. Es un sueño horrible. Bam te entrega a mí, yo soy el monstruo, el dios al que va a sacrificarte. Quien te arrebatará la vida.
“Sí, definitivamente, me he enamorado del hermano equivocado. Pero el mal ya está hecho”.
-Matt, mírame. Mírame a la cara.-le agarré la barbilla y le obligué a encontrarse con mis ojos. Siempre había supuesto un reto sostenerme la mirada, la heterocromía de mis ojos hacía perder la concentración, pero Matt era lo suficientemente valiente como para lograrlo. Era yo la que sentía que se perdía en esos inmensos océanos azules que derramaban cataratas al pensar en aquella horrible pesadilla.-Solo es un sueño, un sueño estúpido en el que nos casamos. No es tan malo. Mucha gente se casa y es feliz. No vas a destrozarme la vida por eso. No me van a sacrificar a nadie.
-Te sacrificas por mí,-me reprochó Matt-porque me amas y no quieres abandonarme.
-Que te amo es cierto, lo sabes. Pero jamás me casaría contigo por obligación, me casaría porque quiero, porque quiero estar a tu lado para siempre, formar una familia…

“¿Yo he dicho eso? Tengo que salir de aquí, el frío está empezando a afectarme al cerebro”.
-Jamás te cases conmigo Ayla… Mírame, soy un desastre, estoy loco. Soy un crío atrapado en el cuerpo de un adulto: irresponsable, egoísta, ex alcohólico… Te arruinaría la vida, destrozaría tus sueños.
Sostuve su rostro entre mis manos congeladas: sus mejillas enrojecidas y sus ojos vidriosos me confirmaban que, efectivamente, se trataba de un niño atrapado en el cuerpo de un adulto.
-Tú no eres nadie para decirme con quién debo o no casarme, Matt Brown. Esa es mi decisión, tengo derecho a equivocarme si quiero, a cometer errores.
Matt me agarró la mano en la que aún sostenía su anillo y la estrechó entre las suyas con tanta fuerza que llegó a hacerme daño.
-Entonces hazlo Ayla, cásate conmigo.


NOTA: ¡Hola a todos y gracias por quedaros hasta el final! Este capítulo marca el final de la primera temporada de "Tierra Mojada", pero no os preocupéis, que no cunda el pánico. Pronto regresaré con una impactante Segunda Temporada, con nuevos personajes y nuevas tramas. Nuevos lugares y antiguos amigos.
Atentos a las Redes Sociales porque pronto anunciaré el argumento de esta nueva tanda de capítulos.
También comentaros que a partir de ahora añadiré la opción de aceptar donaciones mediante PayPal. Mi sueño es profesionalizar el blog, y ahora que hemos llegado a las 100.000 visitas estoy deseando renovar la web y comprar un dominio. Así que si alguna vez os he hecho reír, llorar, enfadaros o alegraros con mis historias y siempre que el bolsillo lo permita, podéis hacerme una pequeña donación en este enlace:

¡Un abrazo!

Comentarios

  1. Me encanta, vaya final amiga!! Esperaré pacientemente la segunda temporada. Un abrazo!!

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. ¡Me encanta que te encante! Un abrazo a ti también bonita!

      Eliminar
  2. Estubo genial !!! Me encanto como siempre..voy a esperar con ansias el proximo capitulo..besosss desde CHILE..

    ResponderEliminar
  3. Que capitulo y final de temporada mas chulo! esperando la segunda parte con ganas!

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. ¡Pues lo que se viene te va a dejar con la boca abierta!

      Eliminar
  4. ¿Y para cuándo lo que se viene?

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. ¡En breves colgaré un adelante en mis Redes Sociales!

      Eliminar

Publicar un comentario

Entradas populares de este blog

Alaskan Bush Cluedo: ¿Quién disparó al oso?

Buen fin de semanas a todos y a todas. Sé que se está haciendo larga la espera de la segunda parte de Nueva York, pero os aseguro que valdrá la pena. Una pista, ¿Recordáis el primer capítulo de Tierra Mojada? Pues la cosa va por ahí... Y hablando de pistas, he querido dedicar unos "minutitos" esta semana a intentar despejar otra de las grandes incógnitas de la novela, y así, que la espera para Nueva York parte II se haga más corta: ¿Quién disparó al oso que atacó a Matt y salvó su vida y la de Ayla? He recopilado todas las posibles pistas que nos dejan caer: Ayla, Matt, Alba, Gabe, Bam... a lo largo de los últimos capítulos. ¿Seréis capaces de descubrir quién fue el heroico tirador? La respuesta la tendréis en: Cartas desde Browntown, el capítulo que seguirá a Nueva York, parte II. ¡No olvidéis dejar vuestra respuesta en los comentarios y compartir el post en Redes Sociales! Comencemos: Estos son los personajes principales que han habitado Browntown hasta el capítulo X

La voz detrás de ZETA . Capítulo I y Capítulo II

CAPÍTULO I: EXTRAÑOS EN UN BAR —Siento molestarte, ¿pero tú eres Zeta, verdad? ¿El cantante de Mägo de Oz? Saco el dedo con el que removía la copa de balón de ginebra y alzo la vista hacia los brillantes ojos que se están fijando en mí. Son verdes, redondos, enmarcando un rostro ovalado de pómulos altos, nariz pequeña, rasgos delicados y mejillas sonrojadas. Apenas queda gente en el bar. El concierto ha sido un fracaso, he dado lo peor de mí. Estoy mal, estoy roto por dentro, estoy hecho una puta mierda. Me entran escalofríos al recordar la mirada que me ha echado Txus al bajar del escenario. ¿Cuántos gin—tonics llevaré ya? ¿Tres? ¿Cuatro? ¿Qué hora es? ¡Joder, las tres! Y mañana temprano cogemos el avión de vuelta a Madrid. Los demás se han ido hace rato al hotel. Están decepcionados conmigo, enfadados, furiosos… ¿Cómo he podido hacer un concierto tan malo, apenas unos meses antes de la salida del nuevo disco? No es un buen momento para mí, y ellos lo saben, pero a Txus so

Capítulo XX: Nueva York (Parte II)

-Será mejor que subamos arriba. Estás empapado, vas a coger un resfriado…-eso fue lo que pronunciaron mis labios, pasivos y calmados, tragándose entre la saliva la vibración de mis cuerdas vocales. En realidad, quería decir algo muy diferente: “Te echo de menos, fui una idiota, tenemos que volver. Vamos a cuidar a tu madre, te necesito, te quiero, te quiero, te quiero…” La reacción por parte de Matt a mi inesperada propuesta era más que evidente en su rostro. -Está bien, tú mandas…-dijo aun saliendo de su asombro. -Yo cogeré tu maleta. Sube las escaleras, voy detrás de ti. Matt desapareció con paso inseguro hacia el piso de arriba. Las lágrimas corrían como cascadas por mis mejillas. Era él, era distinto pero era él. Cerré la puerta con llave y me aseguré que la habitación que se encontraba al final del pasillo estaba cerrada. Le dije a Esteban que todo estaba bien y colgué el telefonillo que había ocultado en el bolsillo de mi bata. Me planté en las escaleras, una llama se