El tiempo mejoraba por días, igual que mi estado de ánimo. Matt tenía esa capacidad de sacarme una sonrisa en cualquier momento del día. Él era la confianza y la seguridad en mi misma que me faltaba. Era mi autoestima, y poco a poco y sin darme cuenta se estaba convirtiendo en mi vida. Uno de los momentos que más me gustaban del día era la cena: nos sentábamos juntos y comentábamos lo que habíamos hecho aquel día. No había preocupaciones por el dinero, ni por los kilos de más, ni por lo mal que me había ido en el trabajo… Solo caza, construcción, tiros... Los poemas de Noah, la última trastada de Matt, la discusión entre los dos hermanos mayores sobre cómo hacer un proyecto, los aullidos de Bear y las imitaciones de Gabe… Me gustaba ver a Billy y a Ami, besándose, dándose la mano y abrazándose después de tantos años juntos. Empecé a verme así con Matt, casados y rodeados de niños en los bosques… Sin duda era la mayor tontería que se me podía ocurrir, pero en esos días me sentía tan fe...
La Grandeza nace de los Pequeños Comienzos.