La luz era tan intensa que me dañaba la vista: manchas blancas me nublaban la visión mientras un tintineo suave como una canción de amor resonaba de fondo. El mundo giraba tan deprisa a íi alrededor que me provocó una arcada y la boca se me inundó del amargo sabor a bilis. El aire estaba extremadamente cargado aquella noche: olía a humanidad, a sudor, a sábanas sucias y a desodorante barato. La sensación de asfixia crecía por segundos y no sabía cuánto tiempo más podría aguantar. Me agarré desesperada a un material blanco y suave que estaba bajo mi espalda, clavándole las uñas. La luz seguía fija encima de mi cabeza, con aquel ojo acusador y desprendiendo calor incriminatorio: a su alrededor giraban tablones de madera oscura aumentando mi sensación de vértigo, sentí ganas de vomitar, de gritar, de huir, pero cuando hinché los pulmones mi mundo se cubrió de negro. Me incorporé de un salto y me aparté la mancha negra de la cara: era un vestidito de seda fina, negro con flores rosas. D...
La Grandeza nace de los Pequeños Comienzos.