-Será mejor que subamos arriba. Estás empapado, vas a
coger un resfriado…-eso fue lo que pronunciaron mis labios, pasivos y calmados,
tragándose entre la saliva la vibración de mis cuerdas vocales. En realidad,
quería decir algo muy diferente:
“Te echo de menos, fui una idiota, tenemos que volver.
Vamos a cuidar a tu madre, te necesito, te quiero, te quiero, te quiero…”
La reacción por parte de Matt a mi inesperada
propuesta era más que evidente en su rostro.
-Está bien, tú mandas…-dijo aun saliendo de su
asombro.
-Yo cogeré tu maleta. Sube las escaleras, voy detrás
de ti.
Matt desapareció con paso inseguro hacia el piso de
arriba. Las lágrimas corrían como cascadas por mis mejillas. Era él, era
distinto pero era él. Cerré la puerta con llave y me aseguré que la habitación
que se encontraba al final del pasillo estaba cerrada. Le dije a Esteban que
todo estaba bien y colgué el telefonillo que había ocultado en el bolsillo de
mi bata. Me planté en las escaleras, una llama se apagó dentro de mí al frío
contacto de la barandilla de metal bajo mi brazo. Una vocecilla me retumbaba en
las sienes “Si él está aquí, es que todo está bien”. Aguardé una eternidad,
puede que solo fuesen veinte segundos, a que mi alma se calmase y las lágrimas
cesaran. Me separaba tan poco de mi mayor miedo y a la vez de mi mayor deseo.
Lo encontré en mi habitación, petrificado como una
estatua, con la espalda erguida y la chaqueta goteando en el parqué. Parecía
distraído observando todos los detalles de aquella habitación tan fría: sin
fotografías, sin recuerdos, solo objetos caros de decoración sin ningún tipo de
valor sentimental. Dejé caer la maleta sonoramente para llamar la atención de
Matt y encendí una de las lámparas de mesa que había a ambos lados de la cama.
Las pupilas de él reaccionaron al inesperado rayo de luz artificial, aunque
seguía oculto por la penumbra. Suspiré aliviada al ver que el ojo herido ya se
había recuperado por completo, aunque su mirada no era del azul cielo y
brillante que recordaba, es más, en lugar de animarte a salir a navegar te
invitaban a encerrarte en casa y bajar las persianas:
-Tienes una casa muy bonita.-tartamudeó en un gesto
que me pareció adorable.
-Gracias. La he decorado yo.-dije para seguir la
conversación y ¿por qué no? Sentir su voz vibrar en mis tímpanos, su voz aguda
y su rápida forma de hablar. De todos modos, mantenía las distancias con su
cuerpo. El terror me invadía solo de pensar en sentir su calor, el cosquilleo
en el estómago que solo Matt Brown era capaz de provocarme.
-Pues tienes buen gusto.-añadió cortés asintiendo con
la cabeza.-Anda, si tienes un gato. Buenas noches, señor gato.
Alargó el brazo para acariciar a Sam, que estaba
tumbado en la cama, pero este huyó despavorido al ver que un extraño se le acercaba.
Tomó asiento en uno de los sillones que formaban el rincón del café y que
utilizaba Sam más que yo.
-Se llama Sam.-caminé con los brazos cruzados hasta
colocarme a su altura, la penumbra le recortaba la silueta de la nariz y el
mentón. Como imaginaba, su mera presencia causaba extraños estragos en mí ser y
un temblor me recorrió dolorosamente la espina dorsal: le deseaba pero a la vez
le temía. Le amaba como Hércules a Pyrenne, pero lo odiaba como Hera a su
hijastro.-No le gustan los extraños.-Matt esbozó media sonrisa. Tenía la
dentadura amarillenta y desgastada.-Y hablando de extraños, ¿Qué haces aquí?
Se volvió hacia mí y se me cortó la respiración. El
corazón me latía tan deprisa que creía que se me saldría volando del pecho.
-Supongo que estarás al día de todo…-asentí con la
cabeza. No era tan cruel como para hacerle hablar del tema, aunque seguía
cruzada de brazos, oculta bajo mi escudo.-He intentado localizarte,
Ayla-suspiró preocupado mientras se dirigía a la maleta y extraía un fajo de
cartas mojadas y arrugadas, unidas por una goma y las tiraba sobre la cama.-Te
he escrito un millón de cartas que no sabía dónde enviar diciéndote de todo,
explicándotelo todo. Te decía que te necesitaba.-“Te necesito no es lo mismo
que te quiero” repetí para mis adentros-y no solo he sido yo: Bear, Noah, las
chicas y hasta Gabe han intentado contactar contigo-“¿Gabe?”-Incluso me compré
una estúpida tableta electrónica o como se llame para intentar localizarte,
pero no sabía cómo diablos usarla…-parecía desesperado, exaltado. ¿Cuánto haría
que no dormía una noche en condiciones?
-¿Y cómo lo hiciste? ¿Cómo me encontraste?
-Yo no sé cómo usar una tableta electrónica, pero
Rainy sí.-“Rainy, la pequeña Rainy…”-Encontró en Internet donde vivías, y
decidí venir a verte. Matt se sentó en la cama, estaba devastado. Tomé asiento
a su lado y con la mano temblorosa le acaricié la espalda. Estaba helado y
empapado, y aun así, sentía el fuego que ardía dentro de él. Sorbió los mocos y
se limpió la cara con el reverso de la manga.
-¿Cómo estáis todos?-pregunté suavemente.- ¿Necesitáis
algo? ¿Vais bien de dinero?
Asintió con la cabeza, dándome a entender que no
necesitaban recursos monetarios mientras se pasaba los dedos por los rizos
plateados empapados:
-Rainy se lo está tomando de una madera extremadamente
madura para su edad. Gabe está encerrado en su mundo, no habla con nadie, solo
con esa tal Michelle Carson o cómo se llame…-“ya habría tiempo de hablar de
Gabey en otro momento”.-Noah lo está asumiendo a su manera, refugiándose en sus
inventos, sus chorradas y su novia. Birdy también está devastada, se niega a
asumir lo que está pasando, creo que es la que lo está llevando peor. Bear hace
como si no pasara nada y Bam es extremadamente realista, por no decir
totalmente pesimista. Y mi padre…. Bien, ya te puedes imaginar cómo lo debe
estar llevando mi padre.
No sé si fue una lágrima o una gota de lluvia lo que
cayó al suelo.
Deslicé una de mis manos hacia las de Matt, me la
agarró con fuerza y el corazón se me paró.
-¿Y cómo estás tú?-pregunté mientras él forzaba una
sonrisa exhausta. Aquella era la respuesta, cansado.-El baño está ahí, puedes
darte una larga ducha caliente y después podemos seguir hablando, o puedes
echarte a dormir y ya charlaremos por la mañana. Pero como no te quites esa
ropa te vas a resfriar.
-¿También hablaremos sobre el tipo que está durmiendo
en el piso de abajo?-Abrí los ojos como platos y me alejé de él de un salto
mientras le interrogaba con la mirada. Matt levantó la vista del suelo.-Rainy
lee revistas-“Las fotos de la gala”. Maldije el momento en el que decidí posar
en el photocall y en el que permití a
Alfie acercarse a hablar con la prensa.-Además, no soy tan estúpido como todo
el mundo piensa, y sé para qué sirven esas pastillitas rosas que hay en tu
mesita.
-No eres nadie para juzgarme Matt Brown-sonrió triste,
solo yo le llamaba por su nombre y apellido cuando estaba enfadada, era un tic
que no podía evitar.- No hay nada entre nosotros, tengo derecho a salir con
quien quiera, y además, estamos en mi casa y puedo decidir quién duerme aquí y
quién no.
-¿Sabes una cosa? Yo creo que aun sientes algo por
mí.-se encaró a mí. Las piernas me temblaban y sentía como si estuviese a punto
de desmallarme. Contraje la mandíbula todo lo fuerte que pude para controlar la
vibración de mi cuerpo.
-Por favor, no digas tonterías.-aparté la cara para
evitar que mis ojos me delatasen, aunque me delatase el tono inseguro de mi
voz.
-¿Entonces por qué está durmiendo en el piso de abajo
teniendo tú una cama tan grande aquí arriba?-me sentía acorralada, ¿qué excusa
podía darle? Había dormido con él en Browntown, en una cama aún más pequeña,
acurrucada en el calor de sus brazos para afrontar la fría noche alaskeña.
-Cómo te he dicho.-dije autoritaria y algo enfadada,
aunque evadir la respuesta a su pregunta no fuese la más adecuada para mantener
la imagen que quería que viese de mí-el baño está allí. Tienes toallas limpias
en la estantería. Puedes dejar la ropa sucia en el cubo de debajo del armario. María
lo lavará mañana.
-¿Quién es María? ¿Tu criada?-me reprochó.
-Me ayuda a limpiar sí. Además, ¿Qué te importa a ti
quién me limpia y quién no? Vete a bañar de una vez o le digo a Esteban que te
eche.
-¿Es tu guardaespaldas?
Le tiré un cojín a Matt que esquivó cerrando la puerta
del baño. Me senté en la cama a esperar. ¿A esperar qué? Aún no me había dicho
por qué había venido a Nueva York a verme. Las cartas que había dicho que me
había escrito su familia, seguían allí, tiradas sobre mi edredón, agarré el fajo
y en la penumbra leí la caligrafía grande, espaciada, insegura y aniñada de
Matt. No había una dirección escrita en el destinatario, solamente un par de
nombres escritos en letra mayúscula: Para
la señorita Hurst, de parte del señor Brown. Y en una segunda línea: Juneau, AK. 09/07/2017. No tenía ganas
de leerla, ni esa ni las dos docenas restantes, aunque sentía como el sobre me
llamaba para que la abriese y mi curiosidad crecía por momentos. Apreté los
sobres con fuerza entre mis manos, mientras escuchaba como el papel crujía bajo
la presión de mis dedos. Le maldije en silencio y aguantando las lágrimas. Pensé
en marcharme a dormir al otro cuarto y así evitar la incómoda conversación que
se avecinaba. También barajé la idea de bajar al piso de abajo y hacerle el
amor al que había sido mi acompañante durante la cena y hacer tanto ruido que
nuestros gemidos impidiesen dormir a Matt y se marchase por donde había venido
la noche anterior. Sí, un plan algo infantil e inmaduro viniendo de mí, pero
nunca me he caracterizado por tener brillantes ideas. De repente, volvía a
tener mucho frío, como si volviese a estar en Alaska. Me cubrí el pecho con la
chaqueta de lana y me hice un ovillo sobre la cama. Observé el rayo de luz que
se asomaba por debajo de la puerta del baño. Escuchaba el sonido de la ducha
fluir y como el vapor se colaba de entre los rayos de luz. Qué agradable sería
en aquel momento dejarse empapar por el agua caliente, sintiendo el fuego que
manaba del pecho de Matt, las gotas de agua empapándole el pecho, fluyendo como
ríos hacia su entrepierna. Un cosquilleo me recorrió el estómago al imaginarme
como sería besarlo desnudo bajo la ducha, con las ráfagas de agua caliente
empapándonos los labios rasgados. No sé cuánto tiempo permanecí en aquel estado
de trance, ni creo que Matt contase el tiempo que tardó en ducharse, la
cuestión es que de repente, él abrió la puerta y me levanté de un salto, las
cartas cayeron al suelo:
-Quiero preguntarte muchas cosas, pero no sé por dónde
empezar…-dije insegura. Me aterrorizaba mirarlo a la cara, pero aún me daba más
miedo mirar hacia abajo. Su pecho desnudo se movía agitado, como si en lugar de
haber terminado de darse una ducha, hubiese estado corriendo una maratón.
Gotitas de agua le resbalaban por la piel hasta perderse en la selva virgen que
se ocultaba bajo la toalla blanca. La línea de vello plateado de su estómago
prácticamente había desaparecido, y ahora era blanca y gris. Sus ojos también
habían cambiado, estaban tristes y sombríos… Y su cabello, antaño revuelto y
brillante como la plata bruñida, ahora le caía gris ceniza enmarcándole el
rostro demacrado.
-Empieza por donde quieras.-respondió él, tranquilo,
concienciándose de la multitud de explicaciones que debería darme. Tenía la
piel del pecho y las mejillas coloradas por el agua caliente.
-Estás diferente.-dije sin pensármelo demasiado e
inconscientemente alargué la mano hacia él. La retiré de inmediato. Matt agarró
mi muñeca, presionando notablemente con los pulgares, y la colocó sobre su
pectoral izquierdo. Sentí como bajo mi palma, su corazón latía:
-Adelante.-dijo Matt-No tengas miedo.
Acaricié las cicatrices rosadas y blancas que tenía
esparcidas por todo el torso: algunas las conocía de hace mucho tiempo: una
caída desafortunada, una pelea entre hermanos… Otras, eran tan recientes que
casi podía percibir el dolor que le infligían. Un cosquilleo me recorría la
yema de los dedos cada vez que las tocaba.
Había perdido mucho peso, podía reseguir la forma de
sus costillas con la mano. Llevaba una gasa en un costado, algo sucia pero sin
sangre. Me pregunté qué le habría pasado, pero de todas las cosas que tenía que
preguntarle, aquella era la más insignificante. De su torso pasé a sus hombros
y a sus brazos, seguían tan fuertes como siempre. Le agarré de las manos,
llevaba un tatuaje nuevo en los nudillos: una especie de pequeñas plumas
indias. Ya no tenía las palmas tan destrozadas como de costumbre, llevaba
tiempo sin trabajar la madera, sin pescar y sin cazar…Eché en falta el frío
metal de sus anillos rozándome la piel. Sus manos habían perdido su tacto
habitual de herrero medievo. ¿Habrían perdido también su capacidad de acariciar
como tejedoras de seda? Después le acaricié la mandíbula, áspera con la barba
de dos días. Tenía las mandíbulas hundidas y dos bolsas negras bajo los ojos
azules. Matt siempre había sido propenso al insomnio, pero jamás le había visto
con aquellas ojeras. Seguía teniendo los labios llenos de trocitos de piel, por
su incesante manía de mordérselos. Incluso estando serio, distinguí los dos
pequeños hoyuelos que se formaban cuando reía. Una densa niebla nublaba su
mirada, antaño azul como el cielo despejado del verano, el que anuncia que el
día es perfecto para salir a navegar. Manoseé el cabello de su nuca, quebradizo
como la paja, que se soltaba en seguida apenas rozarlo con los dedos. De su
cuello, ya no colgaba únicamente un colmillo, sino que se enredaba con otro
collar de cuentas blancas y negras. Hasta su olor era distinto: los jabones
químicos de mi baño habían eliminado cualquier resto del bosque que quedase en
él: no olía a cedro, ni a agujas de pino ni a agua salada, ni al almizcle de su
sudor. Ya no olía a tierra mojada. Apretó mi mano contra su piel y cerró los
ojos, durante un instante, Matt Brown descansó:
-¿Has terminado de estudiarme?-el corazón me dio un
vuelco a recordarlo. Forzó una sonrisa cansada.-Tú también estás distinta:
tienes el pelo diferente
-Se llaman mechas californianas, y están de
moda.-repliqué.
-Pues me gustaba más antes. El rubio no te favorece y
has ganado peso-“no me refería a ese tipo de cambios, pero gracias por
recordármelo”-y tampoco llevas la misma ropa. Es más, el día que te conocí,
llevabas un pijama de seda como este, solo que aquel era rosa, no azul…
Al tiempo que decía aquello, su mano se extendió hacia
mí y con suma delicadeza me agarró un pecho. El cuerpo se me paralizó al
instante, pero no hice ningún movimiento para apartarlo, al contrario, tenía
miedo de hacer algún movimiento brusco y espantarlo.
-¿Qué estás haciendo?-susurré con la voz vibrante.
Matt estaba en una especie de trance, acariciando con dulzura mi pecho sobre la
seda azul. Empapándose de los recuerdos que evocaba, del tacto, de su sabor y
del placer que nos proporcionaba a ambos que lo agarrase por los dientes.
-Sí, es exactamente como lo recordaba. Hay cosas que
nunca cambian.-esta vez, la sonrisa no fue forzada.
Con cuidado, deslizó su otro brazo alrededor de mi cintura,
levantó la camiseta y permití que sus manos de herrero acariciasen mi piel
cálida. Un escalofrío me recorrió la espalda al sentir sus dedos fríos sobre
mí. Deslizó la chaqueta de lana por mis hombros y recorrió los brazos con el
vello erizado. Acercó su rostro al mío y hundió la nariz en mi pelo.-“Me está
estudiando”-Se volvió a centrar en tocar la cintura, en medir su curva, la
débil pronunciación de un vientre no ejercitado, rozar el tatuaje con los
dedos, con temor a que si lo hacía demasiado fuerte, terminaría arrancándomelo
de la piel. Me sorprendí buscando el tacto de sus hombros, mis manos temblaron
solo de pensarlo y desestimé la idea en seguida. No recordaba que Matt se
hubiese arrodillado ante mí, con ambas manos sujetándome con fuerza las caderas
y jugueteando con la goma del pantalón corto.
-Ante todo, hay cosas que nunca cambian.-repitió. Sus
ojos temían encontrarse con los míos-Te ves diferente, tu olor es distinto,
pero tu tacto es el mismo. Me pregunto si sabrás igual…
-Matt…-su nombre se me escapó en un suspiro, al tiempo
que deslizó el pantalón por mis caderas, separó ligeramente los labios externos
y me besó dentro. Un cosquilleo comenzó a subir desde su beso a través de mi
cuerpo hasta salir por la boca en forma de ola de placer. Mi cuerpo me decía,
no, me gritaba, que llevaba mucho tiempo esperando sentir aquella sensación,
buscando aquella pieza que encajaba tan bien, el perfecto rompecabezas que
formábamos. Ya no eran sus labios, su lengua había encontrado mi nódulo y se
saludaban eufóricos. Pronuncié su nombre de nuevo, ya no como una señal de que
se detuviera, sino de que no parase. Se estaba formando un océano entre mis
piernas, no sabía exactamente el motivo: quizá porque echaba más de menos a
Matt de lo que me imaginaba, o quizá por qué el sexo con Alfie era tan malo que
me excitaba cualquier cosa mínimamente mejor. A lo mejor aquella postura tenía
la culpa: con las piernas ligeramente abiertas y la plenitud de su boca entre
ellas. O quizá una mezcla de todo. Fuese como fuese, la cuestión es que sentía
que iba a correrme de un momento a otro.
Mi mano se deslizó hacia su cabello y lo acaricié
empujando la cabeza hacia mí. El roce de la barba de dos días contra mis muslos
desnudos pasó de ser un molesto picor a una sensación verdaderamente excitante.
Mi respiración se agitaba cada vez más deprisa y el corazón latía con la misma
intensidad con la que lo hace mientras ves una película de suspense. El cóctel
explosivo provocó que me temblasen las piernas hasta casi caerme al suelo.
Afortunadamente, allí estaba Matt para agarrarme, cogerme en brazos y tumbarme
en la cama. En el camino, se le cayó la toalla y fue de mi agrado ver que en
realidad estaba tan excitado como yo. Se inclinó sobre mí y me besó en los
labios: el sabor de mi cuerpo, ansiándolo, el de mi saliva y el de la suya se
mezclaron en mi boca. Intenté devolverle el favor acariciando la punta de mi objeto
de deseo. Sentía el calor que emanaba a la distancia, pero Matt me impidió con
actitud seria acercarme lo más mínimo. Su característica sonrisa se iluminó en
su rostro demacrado y ojeroso cuando introdujo dos dedos dentro de mí y observó
la respuesta de mi cuerpo con placer. Mi espalda se arqueó como el arma de
Guillermo Tell antes de ensartar la manzana. La piel de todo el cuerpo se me
erizó cual corriente eléctrica y mi boca dejó escapar un sonoro grito de ayuda
que absorbió con el aliento. Mi cuerpo reaccionaba con impulsos en cada
movimiento: eran rápidos y fluidos. Los músculos de él estaban tensos, luchando
para vencer aquellas ganas de penetrarme, de hacerme suya. Ya habría tiempo
para eso, pero todavía no era el momento. Encontré su rostro en mi danza
ancestral para encontrar el clímax. Le mordí el labio inferior tan fuerte que
le hice sangre. Matt reaccionó al dolor pero no apartó su boca de la mía,
momentos después, entre los fuertes pálpitos de mi intimidad, nació un río.
Matt rodó hacia un lado, su pecho se movía tan rápido como el mío, como si el
orgasmo hubiese pasado de mis pulmones a los suyos. Mientras aún me estaba
recuperando de las oleadas de placer, él introdujo en mi boca los dos dedos que
antaño habían estado dentro de mí. Era un sabor penetrante e intenso, aguado
por la saliva, hipnotizador y analgésico… Lo paladeé con gusto y succioné sus
dedos para deleite de él, que me miraba con ojos de lobo y boca salivante.
-Sí,-dijo orgulloso y entre jadeos.-sabes igual.
Me sentí avergonzada, débil e indefensa al no poder
impedir que Matt me hiciese sentir aquellas increíbles olas de placer. Mi
cuerpo le ansiaba demasiado, me temblaron las piernas con la mera idea de
sentirlo dentro de mí. Me sentía sumisa, acobardada y sucia, humillada. El
sabor de su boca me empapaba los muslos. Sentí una arcada. No era aquella la
imagen que quería darle. Podía vivir perfectamente sin él, yo era fuerte,
luchadora, había pasado por cosas peores… Intenté auto convencerme de que solo
había sido algo físico, de que mi corazón no lo anhelaba, ni él anhelaba el
mío. Nunca lo había hecho. Pero si no era así, si de verdad quería a la chica
que amaba Bam, ¿Por qué había cruzado el país para verme? Me había dejado claro
que no era por dinero… ¿De verdad hay hombres que cogen un avión para echar un
polvo? Matt rodó hacia mí e intentó rodearme con un brazo. El olor que
desprendía era distinto: más suave, los químicos del jabón habían neutralizado
el olor a almizcle que producían sus glándulas cuando se excitaba. Me incorporé
agitada, con los pulmones abrasados y el corazón latiendo a toda prisa. Busqué
mi ropa desesperada, pero estaba toda tirada por el suelo, y no podía llevarme
el edredón, quedaría patético delante de él. Casi podía verle sonreír de
aquella forma tan suya, ante la perspectiva de mi persona intentando ocultar
ridículamente mis vergüenzas. Afortunadamente, mi chaqueta de lana estaba en
una punta de la cama, así que logré alcanzarla cuando Matt se incorporó para
coger algo de su maleta.
-¿Qué estás haciendo?-respondió anonadado mientras me
vestía.
-Puedes dormir aquí. Yo me marcho, hay una cama en mi
despacho-respondí ignorando su pregunta.
-¿Es que no vas a dormir conmigo?
-No.-en realidad, no deseaba más otra cosa en aquel
instante. Me volví ligeramente hacia él, no me había dado cuenta de que tenía
un cigarrillo en los labios y que intentaba encenderlo en vano con un viejo
mechero sin combustible.- ¿Desde cuándo fumas?-pregunté asombrada.
-No sé, uno o dos meses, me ayuda a relajarme… Son
momentos duros.-suspiró.
Finalmente, logró encenderlo en el momento justo en el
que se lo arrebataba de la boca y lo llevaba a la mía:
-En mi casa, está prohibido fumar.-dije al tiempo que
le escupía el humo de mi calada en los labios. Después, lancé la colilla al
agua del florero de la mesita. Lo cierto, es que el olor del tabaco
complementaba a la perfección con el aroma masculino tan intenso que desprendía
Matt. Una sensación aún más excitante.
-Tu casa, tus normas. ¿También hay una que dice que
los hombres con los que te acuestas no pueden dormir contigo?
Me levanté de la cama y busqué mis pantalones en el
suelo de la habitación, aun sentía los muslos empapados cuando me agaché con
cuidado para recogerlos y me los puse torpemente, dejando al descubierto las
nalgas blancas y flácidas de mi trasero:
-¿Sabes una cosa?-dijo él desde la cama.-Es una
lástima que no se vea el mar desde aquí, con lo que te gusta verlo. Pero tengo
que admitir que tienes unas vistas preciosas de la ciudad, aunque acaban de
mejorar considerablemente.
Volví a sentirme humillada, con las mejillas ardiendo
de rabia, pero a la vez, sentía lástima por él. Le conocía lo suficiente como
para saber que algo malo le sucedía y que ocultaba su problemática tras bromas
obscenas y sonrisas traviesas. Matt era más sensible de lo que intentaba
aparentar, tenía el mismo carácter de apariencia de “macho” que su padre,
aunque la pura verdad es que ambos eran tiernos como corderitos. La realidad,
es que estaba exhausto, sabía de su insomnio habitual, que solía contrarrestar
con largas siestas a lo largo del día, pero esta vez, era un insomnio distinto:
las grandes ojeras delataban que Matt no conseguía dormir ni por el día ni por
la noche, y que cuando lo lograba se despertaba inmediatamente. Ya conocía ese
proceso: pesadillas. La falta de tacto de Matt para trasladar sus preocupaciones
a sus seres queridos de manera verbal se trasladaba al plano onírico en forma
de terribles sueños que le impedían dormir. Yo había sido testigo de aquellas
pesadillas, a la vez que la causa de alguna. El sueño de la manada de lobos,
donde Bam (el lobo de ojos verdes) le roba al viejo y cansado lobo (Matt) la sucesión como macho alfa del clan y la
posibilidad de aparearse con la pequeña loba blanca (en un primer momento creí
ser yo, más adelante descubrí que se trataba de Allison). Cuando temió
perderme, soñaba que él mismo era una especie de espíritu malvado que destruía
de una manera muy sangrienta la familia que habíamos formado.
-Déjate de juegos.-aunque me diese mucha lástima, no
quería entrar en su terreno. Solo había sido sexo. No sentía nada por él, ni él
sentía nada por mí, nunca lo había hecho… -¿Por qué estás aquí, Matt? ¿Por qué
te has presentado en mi casa en plena noche? ¿A caso no hay chicas dispuestas a
echar un polvo rápido en California?
-¿Quién es la que dice tonterías ahora? ¿Crees que he
cruzado el país solo para abrirte de piernas?
-Solo digo que dejes de hacer malabares conmigo y que
me dejes en paz de una vez.-no logré aguantar las lágrimas y con la vista fija
en la ventana, me enjuagué el rostro con las mangas. Fuera, había dejado de
llover. Lamentablemente, las luces de la Gran Manzana no dejaban que las
estrellas me viesen llorar.
-¿Has visto el programa, verdad? La nueva
temporada…-susurró arrepentido. Asentí con la cabeza- La chica de la tienda. Ayla,
te juro que solo estaba fingiendo, ni siquiera recuerdo su nombre. A los
productores les gusta ver cómo nos dan calabazas. Por favor, he cruzado el país
para verte, ¿Es que eso no significa nada para ti? Gabe me dijo “Puede que el
amor no haga girar el mundo, pero hace que el viaje valga la pena”. Me lo dijo
el día que cogí el avión para venir aquí y pensé en ello durante todo el viaje:
“Puede que el amor no haga girar el mundo, pero hace que el viaje valga la
pena”.-repitió.
-Conozco esa frase, es de Sean Connery.-“típico de
Gabe”-Además, tú no me amas. Siento haber hecho que este viaje sea en vano.
Mañana a primera hora puedes coger otro vuelo y malgastar otro viaje hasta Los
Ángeles.-se había levantado sigiloso como un gato, sentía su aliento en mi nuca
susurrar a través de los mechones de pelo y el calor que desprendía su cuerpo,
tamizándose entre los poros de mi piel- ¿Por qué tú no me amas, verdad?-Un
ridículo rayo de verde esperanza se encendió en mi alma.
No respondió. Me giré hacia él, su fuego violento y
destructivo estaba extinguiendo mi pequeña hoguera verde. Su rostro estaba tan
cerca del mío que casi podía saborear el interior de su boca, tan cálida y con
el regusto amargo del café oculto entre las encías. Seguía desnudo, ni siquiera
se había molestado en envolverse la cintura con la toalla. Mi cerebro me
empujaba a mirar hacia abajo, hacia mi objeto de deseo que Matt me había
prohibido tocar, aunque lo único que había logrado de ese modo había sido que
mi necesidad de alcanzarlo creciese por segundos. Podía arrodillarme, hacer
algo parecido a lo que había hecho con Alfie horas antes en el salón, dejar que
su esencia salpicase mi pecho, que después me poseyese en el suelo, que nos acostáramos
exhaustos y satisfechos y despertarnos acurrucados en nuestra choza de neumáticos
de Alaska. La realidad, era distinta: los ojos de Matt brillaban melancólicos
entre las pestañas nórdicas: destilaban un suave veneno mortal, de esos que te
matan despacio y muy dolorosamente. Los labios pálidos se curvaban hacia abajo,
pidiendo auxilio. Cuando abrió la boca, pude ver el nudo de tristeza, rabia e
impotencia que se había formado en su garganta:
-Vamos a cerrar Browntown.
Ni una sentencia de muerte hubiese causado tanto dolor
en un alma condenada. Era el fin del lugar que había considerado mi hogar
durante aquellos meses que me habían parecido toda una vida. Era un lugar frío,
inhóspito y lluvioso, siempre iba llena de barro y no sentía los dedos congelados,
los labios me dolían y el pelo se me encrespaba, pero jamás me había sentido
tan a gusto en ningún otro sitio. Allí mis preocupaciones eran distintas:
conseguir comida y agua, que el refugio aguantase la helada de la noche, cuidar
a los animales, protegerme de los osos, leer, escribir, cuidar de Matt… ¡Qué
distinto era todo en aquella ciudad! Sentía el corazón helado aunque el
termostato marcase veinticinco grados. Todo eran prisas, humo por las calles,
tubos de escape humeantes y bocinas impertinentes. Señoras con tacones que te
obstaculizaban el paso, un capullo que te quitaba un taxi. Noches de insomnio
por la cantidad de luces que entraban por la ventana. Horario, rutina, trabajo,
galas, vestidos caros y sonrisas falsas. ¿Qué clase de mundo era aquel? ¿Y por
qué había vuelto? Vivía en un lugar donde todo iba tan deprisa que ni siquiera
dejaban tiempo para amar. Deseaba más que nada en el mundo regresar a aquel
verano: respirar el aire puro y dejar que el tiempo pasase sin más: leer en voz
alta a algún autor hispano, con los rizos de Matt reposando sobre mi regazo, y
sus divertidos intentos por aprender aquel idioma tan extraño para él.
Inconscientemente agarré sus manos, noté como apretaba impotente.
-Ha sido una decisión unánime, necesitamos vivir en
algún lugar que esté cerca de un hospital por el tratamiento de mamá. Alaska ya
no es viable. Noah sigue en Browntown, mi padre me ha mandado a sustituirle y
comenzar a preparar nuestra marcha. Bear y las chicas vendrán una semana más
tarde. Yo… yo no me veía con suficiente fuerza para estar una semana allí solo
y aislado. Así que en lugar de coger un avión a Alaska, cambié el destino en el
último momento y vine aquí, a buscarte, a suplicarte que no me dejes solo, que
vengas conmigo. Ayla, por favor, ven conmigo a Alaska. Despidámonos juntos del
lugar donde nos conocimos.
Lo estaba haciendo otra vez: sus pulgares presionaban
mis antebrazos con fuerza y probablemente dejarían manchas rojas como recuerdo.
Y eso era lo que más temía: los recuerdos. Regresar a aquella tierra salvaje y
volver a verle vestido con su viejo chaquetón y sus vaqueros roídos. El
colmillo balanceándose en su pecho cuando hacíamos el amor en el bosque. Dormir
una vez más en aquella choza donde le confesé que me había enamorado de él. Jamás
volvería a aspirar el aroma a pino y a cedro de su ropa, ni el almizcle ni la
tierra húmeda en su sudor.
-Sabes que no puedo hacerlo.
-No me digas que tienes trabajo, no acepto escusas
baratas. Dame un buen motivo por el qué no puedas estar a mi lado en estos tiempos
tan difíciles… Sé que es duro para ti, Ayla, pero te necesito. Te necesito más
que nunca. ¿Qué me dices?-una sonrisa encantadora se dibujó en su rostro
exhausto. Tenía los mismos rasgos que su padre.
-Te digo que te necesito no es lo mismo que te quiero.-Matt
se quedó de piedra: no se esperaba una negativa tan contundente por mi parte.-
Tú mismo lo confesaste. Meses atrás me decías “te quiero” un millón de veces al
día. Me decías que en Alaska nunca sabes cuándo volverás a ver a alguien, así
que es importante que sepa que le quieres… ¡Por el amor de Dios, cómo fui tan
estúpida! Yo también te necesitaba Matt, cuando estaba contigo, cuando sentía
que formaba parte de ti… No importaba nada más, no necesitaba medicación para
dormir, ni dolorosas terapias que me provocaban una horrible jaqueca y un
frustrante agotamiento mental. Te quería, pero tú lo echaste todo a perder
diciéndome que amabas a otra. Yo solo era una distracción: un cuerpo cálido
para calentarte el lecho durante la noche. Yo era seguridad, el saber que hay
alguien esperándote en casa cuando llegas, que te consuela cuando lo necesitas,
que cuida de ti, creí que tú hacías lo mismo por mí…-no sabía si me entendía
por los nudos que me asfixiaban la garganta y el exceso de saliva que producía
incontrolablemente. Unas caudalosas cataratas chorreaban por mis mejillas, pero
no podía parar y seguí escupiéndole todos sus errores a la cara. Él escuchaba
pensativo, incapaz de pronunciar una palabra-Pensé que tus intentos para
mantenerme a tu lado eran amor, pero solo era el capricho de un niño asustado y
malcriado. Durante toda mi vida se han aprovechado de mí, Matt Brown: al
principio mi familia, luego fue Frank, después todos aquellos chicos que
conocía en clubs y que fingían preocuparse por mí, pero solo buscaban salir en
las revistas. Creí que tú eras distinto Matt, que me comprendías, que de verdad
me querías por como soy… Pero solo resultaste ser “uno más”, uno más que
buscaba aprovecharse de la ingenua de Ayla Hurst.
-Ayla…-logró pronunciar él sin saber bien que decir.
-No, por favor. No digas nada. ¿Te puedes imaginar lo
que llegué a pasar en el momento en que pensaba que te morías en mis brazos?
¿La impotencia que sentí? No pude protegerte, no podía hacer nada para
salvarte… Creí que te perdía.
Matt rodeó mi mandíbula con sus manos y me besó en la
boca.
-Por Dios, cállate…-me suplicó entre gemidos mientras
besaba las lágrimas que recorrían mis mejillas.
-Deja de hacer eso, no te va a funcionar esta
vez.-volvió a besarme en los labios y lo aparté bruscamente.-Después de todo
esto, después de casi morir en mis brazos, pronunciaste el nombre de otra… ¿Me
llegaste a amar alguna vez, Matt? ¿O siempre fingías? Sé que me tenías aprecio,
cariño incluso. Pero tu actuación fue de Oscar para lograr que me enamorase de
ti…-lancé un dardo envenenado que hasta las serpientes se escondieron bajo las
piedras.
-Me engañaste con mi hermano.-dijo él, rotundo con los
ojos enrojecidos. “¿Por qué intentas evadir todo el rato esa respuesta, Matt
Brown?
-¡Solo fue un beso! Y fue para que soltase lo que tú
no querías contarme.
-Si no te hubieses enterado seguiríamos tan bien como
antes…-sus ojos ardieron como el fuego maldito. No sabía bien a quién querría
arrojar a esa hoguera: si a mí, a Bear o incluso a él mismo.
-¿Así es cómo te hubiese gustado tener una relación?
¿Basada en una mentira?-mi tono se volvió más sereno, me limpié el rostro con
el reverso de la manga y sorbí los mocos.-Intentó acercarse de nuevo a mí, pero
me separé dándole otro empujón.-No entiendo cómo después de todo esto tienes la
osadía de venir aquí a pedirme que te acompañe a Alaska de nuevo.
“Si creía que iba a caer rendida a sus pies con un par
de palabras bonitas, unos cuantos llantos y unos revolcones estaba muy pero que
muy equivocado”.
-He tenido esa osadía porque cuando estuve
convaleciente en el hospital, tú estuviste a mi lado, no te separaste de mí un
segundo… Te pido que hagas lo mismo, no te estoy pidiendo volver Ayla, soy
consciente de que no me merezco una segunda oportunidad-“pues no lo parecía
cuando tenías la lengua entre mis piernas”- Te lo pido como amigo, como
compañero, por favor, te necesito… ¿Es que tengo que pedírtelo de rodillas?-se
dejó caer-Si vienes conmigo, haré lo que me pidas, te lo prometo…-se hizo un
ovillo en el suelo y empezó a mecerse como un niño pequeño.
Sabía que era buen actor, y una parte de mí me decía
que fingía, que estaba tan mal… No pude evitar sentir lástima por él, parecía
tan indefenso, desnudo, tirado en el suelo y hecho una bola, con los ojos enrojecidos.
No era el Matt atrevido y divertido que conocía, sin duda, llevaba demasiado
tiempo
reprimiéndose el temor a perder a su madre, pero no iba a demostrarlo delante de su familia, no, él no era así, pero en cuanto me tuvo delante, su fachada de tipo duro de Alaska se derrumbó como un edificio antiguo. Sentía ganas de vomitar, mi consciencia se debatía entre abrazarlo y consolarlo o estrangularlo. Cogí una manta de lana beige que había sobre la cama y se la eché encima mientras tomaba asiento a su lado. Matt trepó hacia mí hasta quedarse adormilado en mis brazos. Le besé los rizos y le mecí hasta que se calmó. Temblaba como un pollito recién nacido en una helada, su cuerpo convulsionaba y de su boca nacían pequeños gemidos de dolor. No puedo decir con seguridad si fueron minutos o horas el tiempo que lo sostuve en mis brazos, pero me hubiese gustado que se detuviese para poder protegerlo con mi cuerpo eternamente.
reprimiéndose el temor a perder a su madre, pero no iba a demostrarlo delante de su familia, no, él no era así, pero en cuanto me tuvo delante, su fachada de tipo duro de Alaska se derrumbó como un edificio antiguo. Sentía ganas de vomitar, mi consciencia se debatía entre abrazarlo y consolarlo o estrangularlo. Cogí una manta de lana beige que había sobre la cama y se la eché encima mientras tomaba asiento a su lado. Matt trepó hacia mí hasta quedarse adormilado en mis brazos. Le besé los rizos y le mecí hasta que se calmó. Temblaba como un pollito recién nacido en una helada, su cuerpo convulsionaba y de su boca nacían pequeños gemidos de dolor. No puedo decir con seguridad si fueron minutos o horas el tiempo que lo sostuve en mis brazos, pero me hubiese gustado que se detuviese para poder protegerlo con mi cuerpo eternamente.
-¿Has vuelto a beber?-le pregunté intentando ocultar
mis sentimientos hacia él.
-No.-negó contundente.
De repente, estábamos tumbados el uno al lado del
otro, en el suelo de madera. Después de desahogarse, Matt parecía más relajado,
me fascinaba como su pecho se hinchaba y de deshinchaba en el movimiento
regular de los pulmones. Tenía marcas de sol en los hombros y el pecho blanco
como la nieve. Los tembleques y los espasmos habían desaparecido, y tan solo
quedaba un rastro de aquel mal trago en forma de ojos húmedos y mejillas
sonrojadas.
-Ahora la preocupación principal es mamá, no puedo incordiar
a mi familia volviendo a beber. ¿Creías que lo haría?-no parecía decepcionado
por la desconfianza que mostró mi pregunta, simplemente sorprendido porque
sacara el tema.
-No lo sé. Estuviste a punto de volver a hacerlo
cuando lo dejamos… Tenía miedo de que volvieras a cometer una estupidez.
Matt se incorporó con un codo, los músculos de sus
brazos se contrajeron exageradamente para mi deleite y apoyó la cabeza en su
mano.
-¿Tú tenías miedo? ¿Te preocupabas por mí?-mi silencio
le hizo entender que no quería hablar sobre el tema, pero que efectivamente, no
había dejado de preocuparme por él.- ¿Tú has vuelto a medicarte?-ni él tampoco
por mí.
-Sí, según mi psiquiatra tengo episodios depresivos de
durada indeterminada. Ahora estoy más o menos estable, por el tema del nuevo
libro y tal estoy bastante distraída,-argumento que yo no compartía- así que
solo tomo pastillas para dormir.
-Así que fuiste a ver a un médico…
-Fue lo primero que hice al llegar aquí: ir a visitar
a un ginecólogo, quería asegurarme de que no me habías dejado un regalo después
de nuestro último encuentro.
-¿No lo hice, verdad?-sus ojos se abrieron como
órbitas y reí acariciándole el mentón.
-No.-Matt exageró un suspiro de alivio y descarado
como solo él sabía serlo, me levantó la blusa de seda y acarició mi vientre con
la yema de los dedos.
-Es una lástima… -sentía mariposas en el estómago cada
vez que me tocaba.-Sé que ahora no es un buen momento, pero me hubiera hecho
mucha ilusión.
-Ya no estamos juntos…-medité triste y apartando su
mano de mí. “A mí también me hubiera gustado”.
-Lo sé.-rodó hasta colocarse boca arriba, con ambos
brazos doblados para sujetarse la nuca.
Me pasé largo rato contemplando la perfección de su
silueta, sus músculos contrayéndose relajados. Los ojos azules entrecerrados,
iluminados solamente por el escaso rayo de luz de la ciudad que entraba por la
ventana que cubría de polvo sus pestañas marrones. Me incorporé a su lado. Sus
dedos acariciaron suavemente el perfil del muslo desnudo:
-¿Puedo preguntarte algo?-dije mientras mi cerebro
intentaba obligarme a tragar esas palabras. Matt asintió disperso-Antes, cuando
hemos hecho aquello en la cama…
-Hemos tenido sexo oral, Ayla. No es necesario que
seas tan pudorosa conmigo.-bromeó.
Giré los ojos, una parte de mí lo maldijo por su manía
de no tomarse nada en serio, la otro lo bendijo por volver a tener al Matt del
que me había enamorado:
-Lo que sea,-me humedecí los labios-la cuestión es,
que mientras hacías… eso… Yo he intentado tocarte, pero no me has dejado.-una
sombra nubló su mirada-Solo quiero saber el por qué. ¿Creías que no te podría
hacer sentir nada? ¿Te daba, no sé, asco, el pensar que yo te tocase?
Se incorporó a mi lado y me acarició el rostro y el
pelo con cariño.
-Te voy a contar algo-dijo en susurros-he estado con
otra chica.-sinceramente, la idea no me sorprendió. No estábamos juntos, y si
yo había estado con otro tío, él podía haber hecho lo mismo. Al ver mi reacción
de indiferencia, Matt prosiguió-se llamaba Mónica y era espectacular. Tenía la
piel oscura, y el pelo largo y lacio y los ojos negros. Era bajita y con curvas
y con una delantera de infarto…
-Te puedes ahorrar los detalles.-dije frunciendo el
ceño.
-Lo siento.-sonrió cansado-Ella trabajaba en la tienda
de ultramarinos del barrio y salimos un par de veces. Después de la tercera
cita, ella me invitó a su casa.-el corazón se me aceleraba y la piel se me
volvía pálida y gélida solamente de pensar en aquella escena.-Era fascinante,
ella tan oscura, yo tan rubio… Estábamos desnudos, yo sobre ella.-“¿No te he
dicho que te ahorres los detalles?”-Era una mujer impresionante, Ayla, te lo
juro.
-¿Y qué pasó? ¿También querías hacerle daño?-ambos
sabíamos a qué tipo de dolor me estaba refiriendo.
-No, no quería
hacerle daño.-“No, eso era algo entre él y yo. Algo nuestro, no intentaba
retenerla a su lado”.-Pero llegado el momento-sus mejillas se encendieron como
las luces de un árbol de navidad- Digamos que no cumplí como hombre.
-¿Quién es el pudoroso ahora?-no pude evitar echarme a
reír ante la mirada azul de Matt-Vale, lo siento, no debí hacer eso. Sé que es
un tópico decir que eso le puede pasar a cualquiera, pero es cierto, hay
estudios médicos…
-No la deseaba.-lo miré sin comprender-No sentía
ningún deseo de hacerle el amor, por muy espectacular que fuese… Tenía miedo,
miedo a que no fuese lo que esperaba: a que no hiciese lo que mi cabeza se
imaginaba… Por eso no he permitido que me tocases, sigo teniendo miedo a no
cumplir las expectativas, a que esta vez no sea tan mágica como la última
vez…-“me deseabas, sé que me deseabas, lo he visto. Dios, como te deseaba yo a
ti”.-Prométeme que no se lo contarás a mis hermanos, o se reirán de mí hasta el
día de mi muerte.
Que Matt hiciese una broma significaba que ya no
quería hablar más del tema, respeté su decisión. Ya le sacaría más detalles en
otro momento, por ahora, me daba por satisfecha de haber vuelto a recuperar su
confianza. Aunque lo cierto, es que yo también había percibido que algo había
cambiado entre nosotros: un obstáculo psicológico, pero a la vez físico, tan
real como la vida misma, se alzaba entra ambos. Era un alto y grueso muro de
cristal, impenetrable, indestructible. Podíamos vernos a través de él, e
incluso, si colocábamos las manos a ambos lados, casi parecía que nos
tocábamos. Por mucho que gritase, por mucho que golpease el cristal, él no
conseguía oírme, no entendía lo que le quería decir. Con el tiempo, el muro se
fue ensuciando tanto, que ya no podía distinguir lo que Matt intentaba decirme.
Seguí luchando para recuperarlo: Me sangraban los nudillos en mis vanos
intentos de romper el muro para encontrarme de nuevo junto a él. Al otro lado,
no podía protegerle, no podía cuidarle… Pateé el muro, le di cabezazos y
puñetazos, todas las partes del cuerpo me sangraban a borbotones, la vida se me
escapaba por la boca con cada suspiro. En un último intento de atraer su
atención, cuando ya todo parecía perdido y ya casi no me quedaban fuerzas para
seguir luchando, utilicé mis últimas energías para empañar el cristal y dibujar
un corazón. Agotada y rendida observé como se difuminaba sin que él lo viese.
“Tengo que romper ese muro”.
-Ven, ponte unos pantalones.-dije levantándome de un
salto-Quiero enseñarte algo.
-¿A dónde vamos?
-Tú me has contado un secreto, ahora yo voy a contarte
uno mío.
Matt se puso unos pantalones de goma gris y caminó
tras de mí hasta el final del pasillo, atravesamos el cuarto de la colada y un
pequeño baño inutilizado y subimos por una trampilla hasta el desván. Llegamos
a una pequeña habitación que no seguía el mismo estilo nórdico industrial que
el resto del apartamento. Tenía el techo inclinado, un zócalo de madera en las
paredes y una pintura de suave color crema, a excepción de una, que era marrón
oscuro. Era tan pequeña, que la cama ocupaba la plenitud de una de las paredes,
sobre ella, había un ventanuco circular. Seguidamente se encontraba un
escritorio con una vieja silla de cuero negro con ropa vieja y abrigada tirada
encima, un ordenador y varios papeles y carpetas desparramados. Sobre él, una
gran estantería con libros, cuadernos y fotografías. En la pared de delante
había más estantes, papeles enganchados y dibujos y frases escritos con tiza,
debajo había una pequeña mesa con un taburete y un flexo que servía para
iluminar las manualidades y los dibujos que hacía allí. La cama estaba desecha,
el edredón de plumas beige revuelto, y en el suelo: cojines, peluches, libros y
papeles desordenados. Un radiador eléctrico enchufado bajo el escritorio,
calcetines de lana y un par de botellas de agua vacías. Una máquina de café en
una mesita al lado de la cama. La papelera estaba llena de esbozos inservibles,
vasos de plástico y envoltorios de galletas y otros productos de bollería
industrial. La estancia en general no encajaba con el orden y la elegancia del
resto de la vivienda, es más, en lugar de parecer el despacho de una célebre
escritora, esa habitación parecía la de una niña adolescente con serios
problemas sociales.
Encendí el flexo de la mesilla, no necesitábamos más
luz. Matt la miró perplejo, su pequeña cabaña de neumáticos parecía más
espaciosa y ordenada que ese cuartucho ridículo.
-¿Qué es este lugar?
-Mi despacho. Aquí os donde me encierro horas y horas
a escribir mis libros.
-Tienes un apartamento enorme con un montón de
habitaciones… ¿Y escribes aquí? ¿Por qué?
Me encogí de hombros.
-Es pequeño, cómodo, cálido… Alejado de los ruidos del
resto de la casa, alejado de la gente y de quién me quiere dañar. Es mi rincón
secreto, el lugar donde me siento segura. Se parece a la habitación que tenía
cuando era adolescente…-Matt me miró con sus brillantes ojos azules, haciéndome
sentir pequeña e insignificante. Un escalofrío me recorrió la espalda y me crucé
de brazos. Él se mordió el labio. Sabía perfectamente cómo había sido mi
adolescencia, el querer recuperar el búnker me ayudó a superarla, reafirmó lo
que yo ya le había contado: que en realidad, no había superado nada.-Es la
primera vez que dejo entrar a alguien aquí…-susurré tímidamente-Si lo viese mi
psiquiatra me encerraría de por vida.
-¿Puedo echarle un vistazo?-dijo él al cabo de un
largo silencio.
-Adelante.
Matt caminó con pasos dubitativos por la habitación,
no sabía si por terror, indecisión o para no tropezar con los trastos que había
tirados. Examinó por encima el escritorio, sin detenerse a leer los títulos de
los libros ni la letra ilegible de mis notas. Se detuvo en la mesa de trabajo,
donde había varias fotografías colgadas con celo: una era de mi padre, con
gesto serio, acomodado en un sofá. La otra era de mi hermana y yo de muy niñas,
montadas en un pequeño pony castaño. La tercera era de mis padres de jóvenes,
en una escapada a la montaña. No eran las primeras fotografías que Matt veía de
mi familia, pero se detuvo más tiempo del que me hubiese gustado a examinarlas.
-Tú madre era muy guapa cuando era joven. Te pareces a
ella.-dijo en un tono de voz extrañamente tranquilo.
-Los que los conocieron, coinciden en que me parezco
más a mi padre.
Matt se encogió de hombros y siguió avanzando cual sigiloso
gato negro por la estancia. Acarició con la yema de los dedos el dibujo en el
que estaba trabajando: la silueta de unos dragones ascendiendo al cielo-“el
fuego que hay en él es tan intenso, que si soplara sobre ellos les infundiría
vida”- y avanzó hacia la cama:
-¿Quién es el amigo?-dijo señalando el póster de
esquinas rotas que se encontraba expuesto sobre la cama:
-Matt, te presento a Misha Collins. Me volvía loca
cuando tenía catorce años, bueno, y lo sigue haciendo.
-Pues entonces, encantado de conocerle señor
Collins.-hizo una exagerada reverencia que me logró arrancar una sonrisa.-¿Sabes?
Creo que se parece a mí.
-Ya te gustaría.-sonreí irónica. “Lo cierto es que
ambos tienen unos perturbadores ojos azules”. Ahora fue él que rió, mostrando
su dentadura brillante a la penumbra como si fuese el gato de Cheshire enseñando
la salida del laberinto del País de las Maravillas.
No se había detenido en el escritorio porque había
dejado lo mejor para el final. Cogió uno de los volúmenes que había allí
desordenados. Entornó los ojos para leer mejor y se acercó el libro a la cara:
en la portada amarilla, un rostro preadolescente, con gafas en forma de corazón
y una piruleta en los labios. El nombre latino de mujer escrito en mayúsculas,
debajo, y en una medida menor, un nombre ruso:
-Parece interesante,-reflexionó-¿De qué va?
Hasta ahora, yo había permanecido inmóvil en el centro
de la habitación, observando como Matt deambulaba como un zombi intentando no
tropezar con los trastos tirados en el suelo. Fue entonces cuando avancé hacia
él con los brazos cruzados y le arrebaté el libro de las manos. Una descarga
eléctrica me sacudió el cuerpo cuando nuestros dedos se rozaron.
-¿No lo conoces? Es una de las novelas más importantes
del siglo XX.-él negó con la cabeza-Es una historia de amor,-susurré con
cariño- entre un cuarentón que se obsesiona por su hijastra de doce años…
Forzó una mueca de desagrado.
-¿No puedes leer cosas normales? Me gustaba más el
libro donde a la tal Ayla se lo hacían pasar tan bien en una cueva.
Reí ante su ocurrencia. Me gustaba cuando me hacía reír
con los insignificantes detalles del día a día, detalles que pasaban
desapercibidos para las personas normales, pero que de ellos surgía un mundo en
el escéptico cerebro de Matt Brown:
-Escucha: “Lolita, luz de mi vida, fuego de mis
entrañas. Pecado mío, alma mía. Lo-li-ta, la punta de la lengua emprende un
viaje de tres pasos paladar abajo hasta apoyarse, en el tercero, en el borde de
los dientes. Lo-li-ta”.*
-Es empalagoso a la vez que perturbador.-volvió a
mostrar otra sonrisa con los ojos brillantes. Era él, volvía a ser él… Con sus
bromas, sus risas y sus brillantes ojos azules, estaba cansado y momentos antes
había estado llorando como un niño entre mis brazos, pero era él. Como Humbert
Humbert: cerré los ojos y en silencio, me mordí el labio para pronunciar una
eme eterna, entreabrí la boca como si me fueran a besar para susurrar una a, y
finalmente, conduje la punta de la lengua hacia el paladar y la presioné contra
los dientes. “Nabokov estaría orgulloso”.
-Así, que es aquí donde haces tus libros.-abrí los
ojos, los dedos de herrero de Matt se habían posado sobre las notas que había
estado escribiendo durante mi viaje a Alaska. Justo enfrente de sus ojos, había
varias cartas colgadas, dibujos y fotografías.
-¿Esta es mi familia? No recuerdo haberte visto
sacándoles fotos.
-Me ayudan a describirlos mejor.-estaba tan cerca de
él que podía aspirar el sabor a sal que le habían dejado las lágrimas
derramadas deslizándose por su cuerpo.
Había una de Bam Bam cortando madera semidesnudo, con
unas gafas de sol ocultándole el rostro, aunque no le tapaban lo suficiente
para no apreciar la mandíbula desencajada por el esfuerzo. El pelo largo se le
pegaba a la espalda fuerte y sudorosa. En la imagen, no solo se percibía la
fuerza bruta de Bam, sino también su carácter, duro y perseverante. Había otra
foto de Bear colgado de un árbol, presumiendo de bíceps y con una sonrisa traviesa
enmarcando su rostro de profundos ojos. Snowbird salía especialmente bonita apoyada
en una ventana del Integrity. Billy y Ami se miraban cómplices, la expresión
nostálgica de Matt ante aquella imagen era conmovedora. Rainy abrazaba simpática a Mr.
Cupcake y Noah dejaba sus herramientas y se tapaba la cara con las manos para
evitar que mi objetivo lo retratase.
-Mira, esta es una de mis favoritas,-arranqué la
fotografía del mueble y se la di. En ella, aparecía el fortachón y enorme Gabe,
arrodillado en la hierba, acariciando con sus dedos de gigante una pequeña flor
violeta.-Sin duda, muestra el carácter de Gabey, un machote violento por fuera,
pero una florecilla por dentro.
Tenía pendiente una conversación con Matt sobre Gabe,
pero ahora no era el momento. Ahora era nuestro momento.
-¿El de los dibujos soy yo?-preguntó señalando a las
hojas cuadriculadas colgadas junto a las fotografías. Asentí en silencio: había
cartas de amor, dibujos de su torso, de su pelo y de sus ojos, una lista de
palabras clave para definir su carácter… únicamente había algo que no encajaba:
la ausencia de fotografías, había de todos los miembros de la familia, a
excepción de él. Matt se percató del detalle y preguntó por ello. Su rostro
triste y confuso le hizo dudar sobre si en tiempos pasados hubo esas fotos,
pero las arranqué y las hice trizas en uno de mis ataques de rabia.
-No necesito fotografías para describirte, Matt
Brown.-Podría hacerlo con los ojos cerrados. Sin que me lo pidiese, se lo
mostré: me tapé los ojos con una mano mientras conducía la otra por su mejilla,
que rascaba por la barba de hace dos días. Me deleité acariciando el mentón y
el cuello fuerte como un toro. Ambos disfrutamos de ese momento tan íntimo, tan
cercano, tan nuestro… Detuve un dedo en un punto estratégicamente calculado. Él
me había tomado suavemente por la cintura, de una manera tan imperceptible que
parecía que estuviese abrazando a una bailarina de aire. Su simple contacto ya
estaba provocando esas extrañas sensaciones en mi cuerpo. Me temblaron las
manos, sentía su aliento soplándome las mejillas, si me ponía de puntillas y me
balanceaba hacia delante podría besarlo en los labios… Tenía tantas ganas de
hacerlo, aun olía a la sangre que le había hecho… -Aquí, justo aquí. Tienes una mancha de nacimiento de color rojo. Sé que
la odias, porque crees que parece un grano. Pero yo creo que te da
personalidad,-me destapé los ojos con sensación de terror e inseguridad. ¿Y si
me había equivocado? ¿Y si había errado en los cálculos? ¿Y si….? Bajé la
mirada hacia donde marcaba mi dedo, justo encima de la mancha roja.- te hace
único.
Matt agarró mi muñeca y la separó de su cuello: En sus
ojos y en el tembleque de su mano pude percibir como se resistía para no
hacerme daño. Le sostuve la mirada desafiante, aunque me estaba muriendo de
miedo por dentro:
-Sí.-dijo por fin después de un largo silencio de
peleas de gallo silenciosas.
-¿Sí que?
-Sí que me enamoré de ti. No sé cuándo ni dónde, solo
sé que una mañana estaba preparando café y te observé mientras dormías. Estabas
hecha una bola, enredada en mantas, con el pelo enmarañado sobre la cara. Un
brazo se te salió de las sábanas y se te erizó la piel. No recuerdo el día que
fue, ni cuánto tiempo hacía que nos acostábamos. Pero en ese momento me di cuenta
de que ya llevaba tiempo enamorado de ti. No de Allison, de ti. De hecho, creo
que a día de hoy sigo enamorado de ti, por eso he cruzado el país en aquel
maldito trasto con alas. Porque estoy enamorado de ti, no de Ayla Hurst, sino
de ti.-Mi cerebro había estallado en mi cabeza y no era capaz de articular una
frase con sentido.
-Yo soy Ayla Hurst…
-No, no lo eres.-cogió la tableta electrónica que
había en el escritorio y me la tendió.-Esta es Ayla Hurst, la escritora que
sale en la prensa rosa, que se hace sesiones de fotos desnuda, que posa en photocalls con vestidos carísimos y sale
con actores famosos. Cuando Rainy me enseñó las fotos de aquella gala, enseguida
me di cuenta de que esa no era la chica de la que me enamoré. Mi Ayla no se
pone toneladas de maquillaje, tacones infinitamente largos ni vestidos
ajustados…
-¿Qué hay de malo en ponerse eso?
-Nada, absolutamente nada malo, solo que mi Ayla no se
lo pondría nunca. Ella prefiere los vaqueros destripados, las zapatillas de
tela que siempre se le desanudan y las camisas de cuadros de franela. Mi Ayla
siempre lleva el pelo revuelto y salvaje, las mejillas se le sonrojan con
facilidad y a veces tiene espinillas en el mentón. No me deslumbra con sus
dientes cuando sonríe, aunque esa sonrisa podría hipnotizar a cualquiera. Mi
Ayla se sonroja de una manera muy bonita cuando le acaricio las piernas porque
dice que va mal depilada. Tiene unas bonitas estrías en los muslos que me gusta
reseguir con las uñas cuando me hace el amor. A lo que ella llama grasa, yo lo
llamo curvas, y aunque dice que le sobran unos kilos, lo cierto es que cuando
está sobre mí, la siento ligera como una pluma. Ayla canta como los ángeles
cuando está contenta, pero siempre dice que desafina, vive prácticamente en las
nubes. Le gusta escalar árboles, pasear en el bosque y jugar en los ríos con el
barro hasta las rodillas… Esa es la Ayla de la que me he enamorado, y mi
pregunta es ¿Sigue ahí dentro?-me quedé mirándole atontada, sin saber bien que
decir, sin saber qué hacer. Si todo eso era verdad, tenía que darme muchas
explicaciones que debía creer. ¿Confiaba en que serían verídicas o sería otra
de sus estratagemas para no coger un avión solito y que le acompañase a
empaquetar sus cosas?- Es lo único que te pido,-prosiguió- que seas tú misma,-“mi
yo no gusta a nadie, ni siquiera a mí misma”- con eso me doy por satisfecho, y
aunque me vaya solo, seré feliz sabiendo que has dejado de aparentar para ser
quién eres en realidad.
-¿Qué te ha hecho cambiar de idea tan rápidamente?-“Hace
un momento llorabas en el suelo como un bebé suplicándome que te acompañara a
Alaska.
-Mirarte a los ojos nada más entrar y dándome cuenta
de que aun te amaba, de que te perdí por obligarte a quedarte en un lugar al
que no perteneces.-“Un lugar donde no podía mantenerte a salvo”.-Y obligándote
a volver no solucionaría las cosas…
-Si todo eso es verdad, ¿por qué dijiste “Allison”
cuando despertaste en el hospital?-pregunté de brazos cruzados, en un intento
de mantener a raya el temblor de mi cuerpo y sosteniendo la voz para el llanto
no me traicionase. El rostro semi iluminado de Matt: patético, humillado,
suplicante… era todo un poema.
-Estaba atontado por los calmantes, vi a Bam a tu lado
y quise preguntarle por ella. ¿No me crees, verdad?-mi rostro incrédulo le
indicó la respuesta. Me cogió de las manos-Escúchame Ayla,-me sorprendía su
tono de serenidad, tan distinto al que había oído hacía unos momentos,
lloriqueando en el suelo de la habitación- sé que he hecho las cosas mal, muy
mal.
-Ambos hemos hecho cosas mal.-añadí.
-Lo sé, pero desde el minuto uno te tendría que haber
contado lo de Allison, y no tendría que haber intentado retenerte a mi lado,
incluso llegué a hacerte daño por eeso.-un escalofrío me recorrió la columna al
recordar aquello-Si pudiese retroceder al pasado todo sería distinto, soy
consciente de que no me merezco una segunda oportunidad…
-¿Y si fuera así?
Sus ojos se abrieron como platos ante mi propuesta:
-¿Me la darías?-la esperanza danzaba en el tono
cantarín de su voz.
De repente, mis manos se enredaban en su pelo,
quebradizo como la paja, y mis piernas se enroscaban como serpientes en su
cintura. Entre tropezones por mi peso y los trastos que habían en el suelo,
llegamos a la cama ya prácticamente desnudos, con los labios pegados en la boca
del otro. Había un irrefrenable deseo por parte de ambos de unirnos de nuevo,
de romper ese muro que nos había separado, de besarnos, de tocarnos, de
sentirnos… Los preliminares fueron intensos desde el primer momento: lametones
ansiosos por todo el cuerpo, mordiscos en cuello y pezones. Sentía su
respiración acelerada aplastando mi pecho. Para mi placer, humedeció mi mano
con un líquido viscoso y transparente al simple contacto con su entrepierna. Lo
encontré hinchado y palpitante, tan ansioso como estaba yo por tenerle dentro.
Una película de sudor sin olor le cubría el cuerpo, su piel resplandecía a la
luz de las noches de Nueva York. Lo acaricié en su plenitud, empapándome de
cada centímetro de él, presioné las nalgas, duras y torneadas y tan blancas que
casi parecía que brillaban, con el objetivo de atraerlo hacia mí. Mis piernas
presionaban sus caderas, estaba lista, lista para que rompiésemos ese muro,
ansiosa, incontrolable. Matt se había comportado, hasta el momento se había
centrado en invadir mi boca con su lengua, cálida y de aliento intenso. Me
había mordido el labio y los pezones, y me había besado el cuello y había
manoseado los pechos todo lo que había querido. Le tomé de la mandíbula para
que me mirase a los ojos: Estaba lista. Perderse en aquellos ojos azules era
como sentir un puñal clavarse en el corazón. Su mano recorrió más allá del
estómago para comprobar que era verdad lo que le estaba pidiendo. Me separó las
piernas con cuidado, que seguían posadas sobre sus caderas. Me estremecí al
sentir la punta en los labios y cerré los ojos. El primer impacto fue
brutalmente doloroso: Las lágrimas se me acumularon en los lagrimales, un gesto
suyo me hizo comprender que él también le había dolido. Se había abierto una
gran brecha en el muro, las esquirlas volaban al nuestro alrededor, cortándonos
la piel y empapándolo todo de lágrimas y sangre. El segundo impacto fue tan
doloroso como el primero, y en un intento de rechazo, le arañé la espalda de
tal manera que gritó de dolor. Pero no fue hasta el tercero que el muro que nos
separaba se resquebrajó por completo. El impacto del cristal rompiéndose me
hizo estallar los tímpanos y una esquirla aislada se clavó en mi pecho hasta
desangrar los pulmones. “Era mío. Por fin, era mío”. Sus movimientos eran
fluidos y profundos, mis extremidades le rodeaban el cuerpo y mis caderas
acompañaban el ritmo que había marcado. Nuestros labios se buscaban desesperados
por lamerse, por morderse, por unirse. Su rostro me decía, no, me gritaba que,
a pesar del dolor inicial, de haber tenido que romper ese muro a golpes, de
haber vencido el miedo, lo estaba disfrutando como nunca. Aunque se dibujó una
mueca de sorpresa cuando lo aparté de mí y adopté la postura que realmente le
volvía loco. Matt al principio se negó, sabía lo incontrolable que podía llegar
a ser cuando actuaba de aquella manera: era un cazador… se volvía lo que en
realidad era, sin prejuicios, sin arrepentimiento. Un predador reduciendo a su
presa, demostrando quién es el que manda, quién es el más fuerte, quién domina
los bosques. Arqueé la espalda hacia abajo para tentarle, enseñarle todo lo que
deseaba que me penetrase de aquella manera. Quería ser suya, igual que él era
mío. Palpó las nalgas, las palmeó y las separo. Lo hizo con cuidado, pero nada
más empezar empezó a brotar la furia que había en él, la furia que lo hacía ser
él. Me mordí el labio hasta casi hacerme sangre, a pesar del dolor, era una
experiencia realmente excitante. Matt me tiró del pelo hasta obligarme a
ponerme de rodillas, con mi espalda pegada a su pecho. Me mordió la oreja
mientras su mano masajeaba el pecho y el pubis. Sentía que íbamos a estallar en
cualquier momento, los gruñidos que emitía y la musculatura contraída de su
rostro me indicaban que estaba realizando un esfuerzo sobrehumano para poder
aguantar la intensidad y la duración del momento. Me empujó de nuevo hasta que
caí boca abajo en la cama, sentí su peso sobre mi espalda, estaba a punto, lo
sentía… pero aquello duró tan solo un instante. Se separó de mí y bruscamente
me obligó a darme la vuelta para penetrarme de nuevo profundamente. Volvíamos a
estar como al principio:
Mis músculos se contraían en una danza hipnótica,
haciendo todo lo que él me pedía. Luchando para estar a la altura. Estuve a
punto de gritarle, de morderle y arañarle con todas mis fuerzas. Quería decirle
que me follara, que me jodiera, que se corriese. Pero en su lugar, callé, y únicamente
me limité a gemir con todas las energías que los pulmones me permitían. Una de
sus manos me rodeó el cuello y presionó levemente, le sujeté el brazo con
fuerza mientras aquella pequeña pérdida de oxígeno me excitaba todavía más.
Mientras yo luchaba por mantener el control sobre mis impulsos, Matt parecía
más tranquilo, deleitándose de como mi rostro se contraía en aquella búsqueda
infinita de placer.
Mis piernas le rodeaban las caderas, sus movimientos
se habían vuelto más secos, más hoscos, en un vano intento de alargar a aquello
todo lo que fuese posible. Mis manos presionaban su rostro contra mi pecho y su
aliento me embriagaba al sentirlo gemir sobre mi piel. Notaba que estaba a
punto de estallar, mis músculos se contrajeron anhelando sentir su cálida
esencia dentro de mí. Estaba a punto, estaba tan a punto… pero él se detuvo. Se
paró en seco. Seguía dentro de mí, palpitante y a punto de explotar por la
presión, pero inmóvil, mi cuerpo danzaba desesperado para que terminase, para
que me hiciese estallar de placer. Mis piernas lo empujaban contra mí con todas
sus fuerzas, mi espalda se arqueaba y de mi boca no salían más que sonidos
guturales inentendibles.
-Ayla,-susurró en un esfuerzo sobrehumano para no
seguir mi juego y seguir haciendo el amor. Un largo suspiro se escapó de sus
labios mientras sus ojos se cerraban con fuerza y apretaba la mandíbula-dime
que vendrás conmigo a Alaska.
Su boca estaba prácticamente pegada a la mía, si
sacaba la lengua, podría lamerle los labios.
-¡Por Dios!-exclamé desesperada intentando alcanzar el
éxtasis de una vez por todas-Por ti iría hasta el fin del mundo.
Aquellas palabras, un largo beso con lengua y un par
de embestidas más nos sirvieron a ambos para proclamar a los cielos de que
habíamos roto el muro, de que todo se había acabado. Justo en el momento en el
que sentía su semilla invadirme, inundarme y empaparme, y Matthew Jeremiah
Brown caía agoado tras el estallido de lava fundida que había derramado. Y aplastándome
las costillas, susurró en mi oído un melodioso y dulce “Te quiero”.
El orgasmo había sido intenso que, minutos después,
cuando el peso de Matt exhausto, me aplastaba las costillas, seguía temblando
de placer. A nuestro alrededor, se amontonaban un montón de esquirlas bañadas
en sangre y lágrimas, en recuerdos, en momentos, aguardando el instante preciso
para alzarse de nuevo, para volver a separarnos.
No nos dijimos nada, no era necesario que nos
dijéramos nada. Ya nos lo habíamos dicho, y no necesariamente con palabras. Como
un niño pequeño, Matt rodó hacia un lado, se hizo un ovillo y se acomodó en mi
pecho. Le acaricié hasta que se quedó dormido, protegiéndole con lo único que
tenía: con mi cuerpo desnudo. Irremediablemente volví a pensar en el oso, el
vestido azul y el disparo y me entraron ganas de verter lágrimas sobre aquel
cuerpecito indefenso. “Si mi cuerpo es lo único que se interpone entre él y un
oso, la próxima vez lo usaré como escudo”.-me prometí. Matt se estremeció en la
vigilia, estaba a punto de tener una pesadilla, pero logré calmarlo con
caricias y susurros. Me necesitaba y me amaba, al parecer, sí que eran dos
cosas diferentes, pero que iban unidas de la mano. Cuidaría de él y lo
protegería, como él haría conmigo. Seguía sin estar demasiado convencida sobre
ello, ¿Si me había utilizado una vez, por qué no una segunda? Era desconfiada
por naturaleza, y le apoyaría mientras su madre estuviese enferma. Nadie me
ayudó a mí cuando pasé por el mismo trago, y sentía que era mi obligación la de
permanecer a su lado. Y si volvía a enterarme de mentiras y amores ocultos,
sería yo misma la que me encargaría de desaparecer, esta vez, para no volver.
“Te he dado una segunda oportunidad, Matt Brown, no la desperdicies”.
Y por fin, después de largos meses de pesadillas e
insomnio, Matt se durmió en mis brazos. Velé por su sueño hasta que el
cansancio me venció y me dormí acurrucada junto a su cuerpo. Finalmente, la
noche se había despejado.
Desperté un par de horas más tarde, o quizá fuesen tan
solo un par de minutos. La tormenta había regresado, y Matt no estaba a mi
lado: lo había notado en seguida, al sentir la ausencia de su cuerpo caliente
en una cama tan estrecha. No hacía tiempo que se había ido, las sábanas seguían
tibias. Me incorporé adormilada para comprar que no hubiese ido al baño, pero
entonces lo vi, la luz del ventanuco dibujaba su silueta en la penumbra.
Hicieron falta un par de minutos y frotarme bien fuerte los párpados para que
pudiese distinguir sus rasgos: estaba despierto, con los ojos abiertos como dos
enormes lunas llenas, tumbado en el suelo al pie de la cama, con las manos en
la nuca y una de las mantas tapándole hasta la cintura. El torso se agitaba al
ritmo de una respiración regular y tranquila. Volví a apoyar la cabeza en la
almohada, con mi pelo revuelto sobre la cara y alargué una mano hacia él:
-Hola,-susurró en tono aniñado-¿Te he despertado?
-No,-recité automáticamente en trance onírico-¿Has
tenido una pesadilla?
-No, todo está bien. Tranquila.-cogió la mano con la
que le rozaba el pecho desnudo y me la besó.
-¿Quieres que te haga compañía allí abajo?
-No es necesario, tú duérmete. Subiré en seguida.
Pero no le hice caso, me bajé de la cama y me tumbé a
su lado. Rodeé su cuerpo con una pierna y un brazo y acomodé la cabeza en su
pecho. Se le escapó una risita cuando rocé sin querer sus partes íntimas, y me
apartó de allí suavemente. “Qué mal te han sentado los treinta y cinco, Matt,
ya no me aguantas ni un segundo asalto”. Me separó los mechones rebeldes de
pelo de la cara y me dio un beso en la cabeza. Estábamos desnudos, en nuestra
más primigenia forma: indefensos y adormilados. Sus brazos me protegían del
frío de la noche invernal. “Ya estamos a 1 de diciembre”. Ni el mejor refugio
del mundo me hubiese protegido tan bien de una glaciación como esos poderosos
brazos y el fuego que ardía en su interior.
-Parece que regresamos a Alaska, aunque tengamos aún
muchos frentes abiertos que cerrar.-dije por fin, luchando para vencer al
cansancio.
-Lo sé. –Respondió él.-El primero va a ser explicarle
que ha pasado a ese tipo que está durmiendo en el piso de abajo, y que
probablemente haya oído el recital que has estado cantando.
-No seas idiota,-dije con una media sonrisa esbozada
en el rostro-y ponte serio: lo primero es que tu madre se ponga bien, luego ya arreglemos
los asuntos de Browntown, hablaremos sobre Allison y sobre Alfie, y también
sobre Bear. Ah, y también tenemos una conversación pendiente sobre Gabe….-me
incorporé al decir eso, pero Matt volvió a acurrucarme en su pecho.
-Todo a su debido tiempo. Poco a poco…
-¿Matt?-dije al cabo de un largo silencio donde me
dejé llevar por sus caricias hacedoras de seda.
-¿Si?-contestó medio adormilado.
-¿Qué es esto? ¿Qué es esto en nuestra historia, en
nuestra vida? ¿Es el final de algo o el inicio de un nuevo capítulo? ¿Es una
nueva novela?
A pesar de la rareza de mi pregunta, Matt me respondió
con toda la serenidad y el cariño que el cansancio le permitió. Sabía que yo
tenía alma de escritora, y necesitaba escribir en el diario de mi vida y lo que
estuviese a punto de pasar.
-No creo que sea ni el final ni el inicio de
algo.-respondió después de algún tiempo de meditación.-Es solo, una
continuación…
TODOS LOS CAPÍTULOS DE MI NOVELA BASADA EN "ALASKAN BUSH PEOPLE" ESTÁN DISPONIBLES AQUÍ.
NOTA DEL AUTOR:
*Nabokov, V (1955) Lolita. París. Olympea Press.
Por si no os habíais dado cuenta, Matt se ha pasado casi todo el capítulo desnudo. De nada. ;)
TODOS LOS CAPÍTULOS DE MI NOVELA BASADA EN "ALASKAN BUSH PEOPLE" ESTÁN DISPONIBLES AQUÍ.
NOTA DEL AUTOR:
*Nabokov, V (1955) Lolita. París. Olympea Press.
Por si no os habíais dado cuenta, Matt se ha pasado casi todo el capítulo desnudo. De nada. ;)
La espera ha merecido la pena!!! Ahora creo que fue el propio Matt el que disparo al oso ��
ResponderEliminar¡Joo me alegra que te haya gustado! Leéis demasiado deprisa... jajajajajaja
EliminarLa verdad...... me ha encantado. Creo que se me va a hacer larga la espera del siguiente capítulo. Eres genial!!!!!!!
ResponderEliminar¡Oish que bonito! <3. Tú si que eres genial por dejarme este pedazo de comentario. ¡Un abrazo!
Eliminar¡Maravilloso capítulo! Te superas ¿eh? ¡Enhorabuena!
ResponderEliminar¡Gracias! Me alegra mucho que te haya gustado ;)
Eliminar¡¡ME SUPERENCANTAAA!! pero, no quiero, NECESITO (que no es lo mismo, pero van de la mano ;) ) saber quién disparo al oso... que intriga por dios...
ResponderEliminarMe encanta que te super encante, pero tendrás que esperar algún capítulo más para saber quién disparó... wuajajjaa (risa malvada de Halloween);)
EliminarMadre mía, que bonito, se me han escapado unas lágrimas.
ResponderEliminarMuchas gracias por tus relatos, me hacen soñar y me sacan un rato de ésta estresante vida.
No te quiero presionar, pero no tardes en el siguiente 😉
Sinceramente, yo también escribo para escaparme un ratito de la vida... me alegra que te haya gustado, y en cuanto me ponga al día de trabajo atrasado que tengo, sigo escribiendo. :)
EliminarDINOS, POR FAVOR, PARA CUÁNDO EL SIGUIENTE CAPÍTULO...
ResponderEliminarProntito, prontito...
EliminarPor fin lo terminé.
ResponderEliminarQue bonito,me ha encantado este capitulo y como siempre transportandonos y verlo tan real, eres genial.
A por el siguiente.
¡En esos estamos! Gracias por tu comentario, es precioso <3 <3 <3
Eliminar¡Que capítulo tan fascinante! He descubierto tu blog por casualidad y me encanta! Estoy esperando el nuevo capítulo:) ¡saludos desde Reus!
ResponderEliminar¿Desde Reus? ¡Qué me dices! Yo rondo por Tarragona.
EliminarMe alegra que te haya gustado y espero poder ponerme a escribir el siguiente en pocos días.
¡Un abrazo!
Bufff..... Me encanta ......y sobretodo como describes tanto el escenario como a los personajes......es una pasada..... Me encanta tus relatos.
ResponderEliminar¡Comentarios así te alegran el día! :) Gracias bonita
EliminarYlinislithi Paula Wood click
ResponderEliminarpeatimbuitrem