Había pasado más rato del que pensaba mirando como
parpadeaba aquella maldita línea en la pantalla del ordenador. Cuando me había
sentado a escribir, tenía el estómago lleno y los cálidos rayos del sol de
mediodía atravesaban los cristales e iluminaban la estancia. Ahora, volvía a
tener hambre y unas lenguas de fuego anunciaban el ocaso sobre las siluetas
negras de los rascacielos de Nueva York. El despacho estaba en penumbra. La
página seguía en blanco, con la impertinente línea negra parpadeando sin cesar,
recordándome que tenía plazos de entrega, condiciones que cumplir,
patrocinadores a los que complacer… La inspiración no me llegaba de ningún
lugar: tenía un cuaderno lleno de apuntes, dibujos y notas que consultar,
incluso había tomado alguna fotografía, pero aún no había reunido el coraje
suficiente como para echarse un vistazo, y encontrarme con los primeros esbozos
de El Cazador, los retratos de los
ojos de Matt, su cuerpo, aquellas cartas con caligrafía nerviosa confesándole
que estaba enamorada de él. Una oleada de rabia se apoderó de mí y sentí ganas
de coger el maldito aparato y lanzarlo por la ventana. Respiré hondo e intenté
tranquilizarme, me senté en la cama que había junto al cristal y tuve el honor
de poder contemplar uno de los atardeceres más bonitos del mundo. No era
Alaska, por supuesto, pero las vistas seguían siendo impresionantes, y aunque
había pasado miles de atardeceres contemplando aquella puesta de sol, seguía
sorprendiéndome cada tarde con su belleza. “A Matt le habría gustado”. “Ojalá
pudiese tirar mi inoportuno cerebro tras el portátil”.
A mis pies, los coches que cruzaban Nueva York no eran
más que hormiguitas que corrían desesperadas en busca de su hormiguero. Central
Park se había teñido de marrones, amarillos y ocres. Apenas quedaban hojas en
los árboles y las ramas se retorcían grotescamente entre garras, verrugas y
rostros aterradores, como si un caldero de oro hirviendo les hubiese quemado
sus preciosas cabelleras
de color verde, que ahora yacían en el suelo cubriendo
los caminos de colores tristes y apagados. Casi podía imaginarme a Bear
saltando por los montones de hojas. Sonreí inconscientemente al recordar su
sonrisa. Mi aliento había formado una mancha de vaho en el cristal. Un
escalofrío me recorrió la espina dorsal, me rodeé las rodillas con los brazos y
continué observando el paisaje: A la entrada del parque, unos operarios
vestidos con monos, botas y gorros de lana rojos montaban una enorme estructura
metálica en forma de cono. Pero… ¿A qué día estamos hoy? Me volví para
consultar el calendario que había colgado sobre el escritorio, el que tenía
apuntados los plazos del libro, las citas y los eventos a los que asistir, las reuniones…
Frank insistía en que usase un calendario digital, como todo el mundo, pero a
mí me gustaba ese.
30 de noviembre, la Navidad estaba a la vuelta de la
esquina ¿Ya había pasado Acción de Gracias? Ni me había dado cuenta,
seguramente había pasado la noche viendo talk
shows españoles y comiendo comida prefabricada, la verdad es que no lo
recordaba, ni quería hacerlo. Ya hacía más de dos meses que había dejado
Alaska, y me parecían siglos: cerré los ojos para intentar visualizar los
paisajes, pero mis recuerdos estaban borrosos. Conseguí recordar el sonido de
mis botas al pisar el fango del suelo, el olor a agujas de pino y a tierra
mojada. La lluvia empapándome el pelo, la dura corteza de los árboles… Me froté
los hombros al recordar lo dolorosa que podía resultar aquella corteza. Las
marsopas saltando alrededor del barco, una ballena zambulléndose a lo lejos, la
sal escociéndome en los labios, el graznido de las gaviotas. Destellos
plateados agitándose al viento, dos pozas azules como el cielo en las que
zambullirse a nadar, aquella risa resonando entre los árboles… Logré la calma,
por un diminuto instante desde que había regresado a aquella apestosa ciudad,
había logrado la calma. Mi teléfono móvil vibrando en el escritorio me devolvió
a la nauseabunda Nueva York, de nuevo, el recuerdo de Matt, se esfumaba en el
aire. Me deshice de mi ovillo humano y cogí el aparato de mi mesa. Unas agujas
me perforaron la piel al sentir el contacto del ambiente fresco en mis brazos
desnudos. Me aparté un mechón rebelde de la cara, que se había escapado de la
coleta y observé quieta como una estatua como la llamada insistía. Quise
ignorarla, como había hecho las cinco ocasiones anteriores, pero como bien
decía Matt, no podía ocultarme siempre tras mi escudo y huir. Suspiré resignada
y respondí al teléfono:
-¿Qué pasa Lía?-suspiré exhausta.
-¿Te has pensado ya lo de Ginevra?-“Hola, ¿Qué tal?
¿Cómo va tu libro? ¿Con quién pasaste Acción de Gracias?”.
-Ya te lo dije. No pienso pagarte un vuelo a Suiza
para que pases las navidades con tu novia.
-¡Es injusto! Solo tienes que pagar el vuelo, bueno y
el pase de esquí y algo más para irnos de compras… Pero me quedo en el chalet
de Lauren, encima que te ahorro gastos…- no recordaba que Lía tuviese una voz
tan irritante. Dos enormes clavos oxidados me perforaron las sienes.
-No pienso pagarte un viaje a Suiza, ya te pago la
universidad, te ingreso una paga cada mes y te pago viajes a España siempre que
quieres. Si te quieres ir a Ginevra, hubieses ahorrado.-intenté explicarle
pacientemente.
-¡De verdad Ayla, no hay quien te aguante! Estás
amargada. A ver si te echan un buen polvo de una vez y se te quita el mal
genio.-“no lo sabes tú bien”.
-No es no, Lía.
-Pues llamaré a mamá.-si la hubiese tenido delante, la
hubiese agarrado del pelo, como cuando éramos pequeñas y esos cuatro años que
le sacaba de más eran toda una ventaja.
-¡Cómo si llamas al Papa de Roma!
-¿Seguro? Apuesto que en determinados programas les
gustará saber cómo Ayla Hurst dejó plantada a su madre enferma en Navidad para
irse con otra familia. ¡Qué mal te dejará eso! y cómo repercutirá en las ventas
de tus libros…-aquel tono irónico en su voz me recordó en exceso al mío, al
mismo que había heredado de mi madre. Estaba pasando.
-Id a decir lo que queráis, me da igual. Casi no vendo
libros en España, allí solo les interesa saber con quién me acuesto por las
noches y dejarme como una auténtica zorra. Y aunque me quedase en la ruina por
vuestros llantos en platós, no pienso pagarte ese viaje a Ginevra, Lía. Quien
algo quiere, algo le cuesta. Y yo no iría amenazando con arruinarme, al fin y
al cabo, tú estás donde estás gracias a mí.
-¡Mentirosa! No estamos hablando de eso…-cuando las
cosas se torcían para Lía, cambiaba de tema entre gritos, insultos y
llantos.-Tengo más seguidores en Instagram que tú, las marcas me regalan ropa,
me invitan a eventos…
-Los seguidores en Instagram solo son un número, un
número que no sirve para nada. No son tus amigos de verdad, y si crees que
puedes llevar el ritmo de vida que llevas sin mí y que tus seguidores te
quieren tanto, ponte tu verdadero apellido, Lía Solano, y deja de abusar del
mío.
-Eres una idiota Ayla, y una egoísta y desagradecida.
No te importamos nada, egocéntrica, zorra….
En algún momento mi cerebro pensó que sería buena idea
dejar de escuchar esas bobadas que decía Lía y pensar en que cenaría aquella noche.
El sonido de un mensaje me devolvió a mi mundo de nuevo, mi hermana continuaba
despotricando sobre mí al auricular del teléfono.
-Lo siento, Lía.-grité entre sus insultos-Te tengo que
dejar, me entra otra llamada.
Y colgué el teléfono entre sus insultos.
Me dirigí a mi vestidor y me preparé para la cena:
abandoné mi look de pijama de franela y coleta mal hecha y me embutí en unos
vaqueros y en un jersey gris de manga larga que me arremangué a la altura del codo.
Me senté en el tocador y me arreglé el pelo y la línea negra de los ojos. Otro
mensaje, ¡me había olvidado de responder! Encendí la pantalla y contemplé el
nombre de mi interlocutor: Alba, ¿Cuánto tiempo hacía que no hablaba con Alba?
La última vez que la vi fue en el aeropuerto de Juneau, cuando ella puso rumbo
a Europa y yo cogía otro avión que me dejaría en el JFK. Habían pasado más de
dos meses… y no había sido una despedida emocionante. Matt y Gabe fueron los
que nos acompañaron a coger el avión, aquella triste mañana de Alaska. Una tormenta
otoñal podría habernos impedido volar, pero no lo hizo, y aquel día el sol
brillaba como si estuviésemos en pleno verano. Matt cumplía treinta y cinco ese
mismo 7 de septiembre y en cuanto regresara al Integrity le aguardaba una
deliciosa tarta casera, globos y guirnaldas y algún que otro regalo de la marca
Browntown. Fue la despedida más incómoda de toda mi vida, Gabe y Alba se
besaban, Matt hizo ademán de darme un abrazo, pero mi mano en su pecho le indicó
que no lo hiciera, después intentó quitarse su collar, el colmillo que tanto me
gustaba, pero también se lo impedí. Su corazón palpitaba bajo la calidez de mi
mano, que seguía apoyada en su pecho. Se humedeció los labios resecos mientras
sus ojos azules se nublaban fraguando tormenta. “Siento arruinarte de este modo
el cumpleaños, Matt”. Di un paso hacia atrás, como si su simple presencia me
magnetizara hacia él. Alargué la mano:
-Ha sido un placer, señor Brown.-Estaba segura de que
Matt notaba como me vibraba la voz al pronunciar aquella solemne despedida. Su
rostro se contrajo de dolor: “Después de todo lo que hemos vivido, ¿Te vas a ir
de esta manera?” Estaba segura de que protestaría, gritaría, se arrodillaría
para suplicarme que no me marchara. Me agarraría de los antebrazos hasta
hacerme daño y me besaría hasta acariciarme el estómago con la lengua… Pero se
limitó a devolverme el apretón de manos, firme, con sus manos de herrero
tejedoras de seda.
-Que tenga un buen vuelo, señorita Hurst.-inclinó la
cabeza y se tocó el ala del sombrero.
Antes de coger la maleta y dirigirme a la puerta de
embarque contemplé sus ojos una última vez: me amenazaban. “Si te vas hoy, no
volverás nunca jamás”. Fue entonces cuando Alba se dirigió saltando alegremente
hacía mí, con una sonrisa de oreja a oreja. Me hablaba de Gabe, pero no la
escuchaba, sentía la afilada mirada de Matt clavándome una estaca de hielo en
el corazón y retorciéndola hasta drenar toda la sangre, todo el calor, todo el
amor que me había dado, para convertirlo en una pasa seca y arrugada, moribunda,
suplicando una última puñalada de clemencia que nunca llegaría. No quería
escuchar a Alba, y lo bien que iba su romance, lo bonito que sería intercambiar
cartas que atravesaban el océano para sentir una gota de perfume del
correspondido que aguardaba al otro lado del mundo. No, solo quería vomitar el
corazón que Matt acababa de apuñalar, y que aunque me pesase sobre el alma, yo
era la mano oscura que lo había incitado a hacerlo.
-Bueno, supongo que esto es una adiós…-suspiró Alba
por fin-Gracias por haberme invitado Ayla, ha sido fantástico…
-Me tengo que ir, que voy a perder el avión.
Y me marché sin mirar atrás, sin ni siquiera volverme
a ver la cara de Alba. A partir de aquella fría despedida, mis conversaciones
con ella se habían limitado a un par de mensajes durante las primeras semanas:
un “feliz cumpleaños” apenas una semana después de regresar y un par de textos
de cortesía durante los siguientes días. En un primer momento pensé que el
nuevo mensaje recibido sería otro de esos textos, pero había una sensación
extraña dentro de mí, un hormiguero me correteaba insistente por el estómago.
Desbloqueé el teléfono mientras bajaba las escaleras, el piso inferior estaba
iluminado por las campanas industriales que colgaban sobre la barra de la
cocina, a medida que avanzaba, escuché el murmullo de la televisión encendida.
Finalmente, abrí el mensaje:
“Creo que Gabe me está poniendo los cuernos”.
Respondí sin pensármelo dos veces, como si no hubiese
sucedido nada.
“¿Qué estás diciendo? Seguro que son paranoias tuyas”.
Alba no respondió, pero me envió un enlace de una
revista de prensa rosa on-line. Lo
abrí y leí el titular mientras llegaba al espacio abierto que ejercía de
salón-comedor-cocina, como un autómata me acerqué al sofá gris estilo nórdico y
empujé los calcetines blancos que asomaban en el respaldo. Mientras se cargaba
el enlace, me dirigí a la cocina, abrí la nevera y me serví una copa de Jean
León, un Chardonnay cultivado en la región española donde me crie, famosa por
las variedades de viñas francesas que allí crecían.
<<Gabe Brown, del reality Alaskan Bush People, pillado con una joven muy acaramelados
paseando por Santa Mónica>>.
“Estás exagerando, quizá sea solo una amiga”.
“Lee la noticia completa”.
<<La joven, que responde al nombre de Michelle
Carson, es aficionada al skate y a
los deportes, ya ha colgado varias fotos con el popular personaje en sus redes,
donde se ve que su relación va viento en popa>>.
La noticia iba acompañada de una serie de fotografías
extraídas del Instagram de la tal Michelle, donde, efectivamente, se la veía en
actitud muy cariñosa con Gabe. No supe que decirle a Alba, sentía ganas de abofetear
a ese idiota, después de todo lo que había incordiado por perder la virginidad
con ella. ¿Y si ese era su objetivo? Alba, una chica dulce y tímida, que se
entusiasmaba rápidamente con
cualquier chico que le prestase un poco de caso.
Menuda idiota, incluso había acabado pensando que Gabe era el más sensato de
los cinco hermanos, pero como bien me había explicado Bam: Gabe era el ojito
derecho de Matt, y si Matt se había aprovechado de mí para olvidar a Allison,
Gabe perfectamente podría aprovecharse de Alba para perder la virginidad.
“Sé que se ha comprado un móvil”-prosiguió mi amiga
entre mensajes de texto-“pero no ha intentado contactar conmigo. ¿Tú sabes
algo, Ayla?”.
Le respondí con un emoticono de incertidumbre:
“No pienses en ello”-escribí como quien le desea
buenos días a un compañero de trabajo-“seguro que tiene una explicación
razonable para todo esto”.
Yo fui la primera en negarme a escuchar los argumentos
de Matt sobre lo que sintió por Allison y lo que consecuentemente lo llevó a
sentir por mí”.
“Tú solo céntrate en el trabajo y en tus hobbies y ya
verás cómo Gabe se pone en contacto contigo en seguida.-mentí-Es un buen chico
y te quiere de verás-dije sin tener una coartada que lo demostrase-Dale
tiempo”.
Alba me respondió con una carita sonriente.
“Me han echado del trabajo”.
“¿Qué? ¿Estás de coña, no?”
“Me pasé de los días que tenía de vacaciones y el jefe
me ha echado”.
“¡Menudo imbécil! ¿Necesitas dinero? Conozco una
producción donde buscan músicos, si hago un par de llamadas…”
“Estoy viviendo con mis padres. Pero no te preocupes,
está todo bien, así puedo ver más a mi sobrino…”.
“Alba… Tendrías que habérmelo dicho antes. ¿Quieres
que te llame y hablamos del tema?”
“Mejor en otro momento, últimamente te veo muy
ocupada”.
“No digas bobadas”.
“Sigue leyendo el artículo”.
Y Alba se desconectó del chat. Me quedé paralizada,
sin saber qué hacer: ¿Debía llamarla? ¿O debía hacerle caso y esperar a que
ella me buscase? Si no fuese tan cabezota y aceptara de una vez por todas mi
dinero…
-Parece que se acerca una tormenta.-la voz vino de mi
sofá y señalaba la enorme cristalera que ejercía de pared de todo el salón.
Unos brillantes relámpagos resplandecían entre los rascacielos, invadidos casi
totalmente por el cielo nocturno, sin estrellas. En la lejanía resonó un
trueno.
Se trataba de una de mis partes favoritas del
apartamento, sin incluir mi rincón secreto, por supuesto. Era un gran espacio
abierto, decorado siguiendo los parámetros del estilo industrial con toques
nórdicos, de esa manera conservaba mis colores favoritos: grises y blancos y el
minimalismo sin perder la sensación acogedora que proporcionaba el estilo
nórdico. El espacio estaba dividido en tres zonas: el comedor, con una gran
mesa redonda de madera natural de haya y cuatro sillas blancas, apenas la
usaba. La cocina, con una isla de mármol gris con taburetes para tomar el
desayuno. La nevera también era grande, con dos puertas y en tonos metalizados.
El resto de los electrodomésticos eran sencillos y estaban casi nuevos, casi
nunca cocinaba, el trabajo me hacía comer casi cada día reunida con alguien y
para la cena tiraba de comidas a domicilios, hecho que estaba provocando mi
aumento de peso. El tercer espacio era el salón: con el también enorme sofá
gris, decorado con cojines blancos, el sillón colgante y la televisión de
plasma, que casi siempre permanecía apagada. Prefería sentarme con un buen
libro y una taza de café y observar Nueva York a mis pies. El resto del piso
inferior lo completaba una sala de reuniones con cafetera, un aseo y una
habitación de invitados con baño completo.
Sin embargo, aquella noche, la tele estaba encendida y
no me gustaba nada la programación prevista.
-¿Va todo bien?-preguntó el que era mi acompañante
aquella noche, al verme resoplar exhausta apoyada en la isla de la cocina.
-Solo es una amiga, tiene problemas con su pareja…
-Vaya, espero que lo solucionen pronto.-dijo él,
cordial-Por cierto, se ha pasado la asistenta de Frank, te ha traído el vestido
para la gala del viernes.
-¿La gala del viernes?
-Sí, aquella de no sé cuál revista. Lo he colgado en
la entrada.
Me dirigí hacia donde me indicaba. Aproveché para
cerrar la luz principal y dejar que mis preciosas campanas industriales nos
proporcionasen una cálida luz de ambiente. Deslicé con cuidado la cremallera de
la bolsa de tintorería que colgaba del armario de los abrigos. Abrí los ojos
como platos al descubrir la sencilla pieza con escote en forma de corazón y
delicados tirantes que ocultaba la bolsa. ¡Era otro ridículo vestido azul!
Inconscientemente, mi mente dibujó desgarros en la prenda, cascadas de rojo
escarlata comenzaron a deslizarse por él, mientras las puntas se roían y se
teñían de marrón. Un rugido y un grito de dolor resonaron en mi cabeza. Un
disparo que me revolvió las entrañas. Sentí un fuerte golpe en el pecho
mientras la piel de mis hombros se rompía a tiras. Me miré las manos, apenas me
quedaban marcas, sin embargo sangraban… El dolor era casi real. Di un salto
hacia atrás del sobresalto, tiré el paragüero y los ojos claros que estaban en
el sofá se posaron en mí:
-¿Estás de broma? Le dije a Frank que quería el
plateado, no el azul.-intenté disimular mis temblores y las aceleradas
pulsaciones de mi corazón lo mejor que pude.
-Mencionó algo sobre que Dolce&Gabbana ha pagado
más por el vestido azul…
-Es horrible.
-Pero hace juego con mi corbata. Por cierto, aún no me
has pedido que te acompañe a la gala-arqueó una ceja en la penumbra y forzó una
sonrisa. Tenía los incisivos superiores separados y procuraba sonreír siempre
con la boca cerrada. “Alba hacía algo parecido, poniéndose la mano en la boca
para ocultar su diente mellado”.
Yo había vuelto a mi lugar en la cocina. Intenté
apurar la copa de vino, sin embargo, la mano me temblaba tanto que creí que la
derramaría.
-¿Huele a porro? ¿Has vuelto a fumar en mi sofá?-si me
acercaba, seguro que percibía su aliento a hierba y el ensanchamiento de sus
pupilas.
-Estabas trabajando, y yo estaba aburrido.-Por fin se
enderezó en el asiento, sus ojos azul pálido parecían casi inhumanos.-Cambiando
de tema, ¿Qué te apetece cenar hoy?-preguntó con su acento británico.
-Lo que te apetezca. Me da igual-Me serví una segunda
copa.
“No es un mal chico, y es atractivo.-reflexioné para
mis adentros-Podría funcionar”.
-Han abierto un nuevo restaurante de comida tailandesa
a un par de calles de aquí. ¿Te apetece que vayamos?
“No, quiero que cojas una lanza, te pases tres días
fuera de casa y regreses con un ciervo envuelto en una lona y tres dedos de
sangre manchados en una mejilla”.
-Prefiero comer en casa.-respondí pasivamente.
-Está bien, pediré que nos la traigan.-se sacó el
teléfono del bolsillo-¿Lo de siempre?
Asentí con un nudo en la garganta:
“No funcionará”.
Una lágrima se deslizó por mi mejilla hacia el líquido
dorado de mi copa, un placebo para convencerme de que mi patética vida no era
tan desgraciada como en realidad lo era. Sam saltó sobre la isla de la cocina,
donde yo estaba apoyada y maulló para llamar mi atención. Acaricié el lomó de
mi peludo amigo mientras ronroneaba de placer. Tenía un largo y suave pelaje
gris y blanco, con las patitas, la cara, la cola y las orejas negras. En su
carita brillaban dos grandes ojos azul oscuro. Mi compañero de cuatro patas era
a quién había añorado en todo este tiempo, mi rush doll de cinco años, al que había traído de España, había
permanecido al cuidado de Esteban durante mi ausencia. No parecía haberme
echado mucho de menos, es más, me miraba intrigado pensando que hacía aquel
intruso en su palacio real. Aunque bueno, es lo que dicen de los gatos: “Tú no
tienes un gato, tú vives con él, más bien, él permite que vivas con él”. Y a
Sam no le gustaba el nuevo bufón real de su corte. Me entretuve un rato,
acariciando al gato y bebiendo vino hasta que mi acompañante captó mi atención.
-Oye, ¿Has visto eso de tus amigos de Alaska?-aquella
palabra hizo que mis conexiones sinápticas se encendiesen como las luces de
Navidad de la Gran Ciudad. Algo en mi mirada le hizo saber a mi invitado que,
efectivamente, había visto eso y no me hacía ni pizca de gracia.-Al parecer, la
madre tiene cáncer de pulmón….-dijo él en un susurro ante la palabra prohibida.
-Sí, lo sé…-escupí yo mientras Sam se bajaba de la
isla y se marchaba con el rabo bien alto.
-Es una lástima, al menos dicen que hay tratamiento.
¿Has hablado con ellos?
-Le envié un mensaje a Bam Bam.-“mensaje que leyó y no
me respondió”. Hablaba con frases cortas, no tenía ganas de tratar el tema esa
noche. Ya había tenido suficiente con la conversación con Lía y Alba.
-¿Y qué te dijo?
-Que están algo tocados, pero que son fuertes.-mentí. “¿Sería
ese el motivo por el que Gabe se estaba portando de aquella manera con Alba?”
Gabey siempre había sido tan sensible, tan cariñoso… Ahora me sentía como una
idiota por haber pensado mal de él.
-Espero que se recuperen de esto.-“No es un mal chico”
Volví a pensar forzando una sonrisa-Mira, también hablan de ti.
Subió el volumen de la televisión.
<<Mientras la familia Brown reside en California
a la espera del tratamiento de quimo y radio de la matriarca del clan, Ami
Brown, Ayla Hurst, la célebre escritora que convivió seis meses con la familia está
de fiesta en Nueva York>>
“Con que California, no es Alaska, pero sigue siendo
la otra punta del país…”.
<<Aunque eran muchos los rumores que apuntaban a
que la joven mantenía un romance con Joshua Brown, el segundo hermano, la
escritora posó ante las cámaras la semana pasada con el actor Alfie Allen, su
supuesto exnovio, en la cena benéfica que organizaba Maddona para recaudar
fondos para el Hospital Mercy James de Malaui.>>
-¡Serán idiotas! Ni siquiera es el hermano correcto.-grité
en voz alta sin darme cuenta.
Alfie estalló en carcajadas:
-¿Qué te parece tan gracioso? Estamos hablando de una
familia que está sufriendo…
-Lo siento,-se disculpó sin dejar de reír-es por la
cara que has puesto. Parece que te ha ofendido más que se equivoquen de hermano
de que te hayan acusado de zorra.
-Eres imbécil.-Tiré lo que me quedaba de vino por el desagüe
y cogí de nuevo el móvil para seguir leyendo lo que me había mandado Alba.
Era prácticamente la misma noticia que salía en
televisión, donde se me acusaba de abandonar a la familia Brown a su suerte, de
haberme largado en el momento más inoportuno, de haber dejado a Bam por Alfie…
El artículo iba acompañado de una fotografía, donde Alfie y yo posábamos a la
entrada del teatro donde se celebraba la cena: yo llevaba un vestido corto,
pero de cuello alto y mangas largas, de rizos negros y que se ajustaba con
cintas a las muñecas, a la cintura y al cuello, donde lucía una piedra violeta,
a conjunto con las uñas y los labios. Alfie llevaba una americana negra sobre
una camiseta de una banda de rock y zapatos deportivos con vaqueros. Nos
sonreíamos falsamente y nos mirábamos cómplices. En el artículo, también
mencionaban a la DJ con la que Alfie había pasado el verano entre Ibiza, Tokio
y Tailandia.
-Por cierto, ¿cómo está Jamie?-pregunté yo al leer la
noticia.
-La última vez que supe de ella estaba pinchando en
todas las Closing Nights de Ibiza,
seguramente a día de hoy siga borracha en alguna playa.
-Dale recuerdos cuando la veas.-le respondí irónica.
-Lo mismo te digo en cuanto veas a Matt, quiero decir,
a Bam.-sonrió mostrándome el agujero que había entre sus dientes.
Los insultos hacia mi persona continuaron un largo
rato más en la televisión, ni el vino, ni las miradas de superioridad de mi
gato lograban calmar esa rabia que crecía dentro de mí. Estaba acostumbrada a
las críticas, a los insultos y a los despechos, pero eso no significaba que no
me afectasen. La jaqueca comenzó a perforarme las sienes; cuando los
colaboradores comenzaron a hablar sobre las supuestas vidas amorosas de los
hermanos Brown: incluso metieron por medio a Rainy, que solo tenía catorce
años. Luego salió Gabe, tonteando con aquella tal Michelle y Bear asustando a
un grupo de chicas que se sacaban fotos en un parque, incluso Matt, le hacía
malabares a la dependienta de una tienda y le sonreía con las mejillas
sonrojadas.
-Por favor, quita eso de la televisión.-iba a estallar
en cualquier momento.
-Vale, vale, tranquila, ya lo cambio…
Alfie agarró el mando y puso una conocida emisora de
radio. Por mucho que lo intentase, me invadía la rabia y la impotencia. El no
tener noticias de Matt, el verlo en aquel programa tonteando con aquella chica…
Yo había renunciado a él, me lo merecía, era mío y lo había abandonado. La
pantalla de mi teléfono seguía encendida con aquella falsa fotografía de photocall. Lo estrellé contra el suelo,
Alfie se volvió para ver que había sido aquel estruendo, pero yo ya corría
hacia el sofá. Me senté sobre él, agarré su rostro con ambas manos y le besé
con rabia, hasta casi arrancarle el labio de un mordisco. Una canción con un
acento tan inglés como el de Alfie empezó a sonar en la radio:
She played the fiddle
in an Irish band, but she fell in love with an English man. Kissed her on the
neck and then I took her by the hand. “Baby, I just want to dance”.
Con Alfie, como había sucedido con Matt, encontraba
una sencilla predisposición cuando demandaba satisfacer mis necesidades físicas,
así que su boca se mostró encantada de recibirme, el aliento le apestaba a
hierba, arrugué la nariz mientras una lágrima se precipitaba de mi lagrimal.
Sus manos recorrieron mi espalda por el interior del jersey: eran grandes y
suaves como la piel de un bebé, y los dedos largos y finos. Le acaricié la
mandíbula perfectamente afeitada, estrecha y con las mejillas demacradas. La
piel blanca típica del clima británico y los ojos azul pálido rodeados de
cortas pestañas rubias. Su pelo era grueso y de color castaño claro, del mismo
tono que las cejas, no se me enredaba entre los dedos cuando lo acariciaba, lo
llevaba a la altura del pescuezo y se le ondulaba rebelde alrededor de la
cabeza. Mis manos se deslizaron por el cuello firme y por todo el torso hasta
agarrar su camiseta amarilla y deslizarla por encima de su cabeza. Alfie era un
chico delgado, tenía los pectorales marcados y los brazos fibrosos, pero todo
era producto de horas y horas de gimnasio. El abdomen se hundía
vertiginosamente hacia dentro al terminar las costillas. No había ni una gota
de vello, ni una cicatriz ni ningún tipo de imperfección, brillaba como si lo
acabasen de pulir con cera.
Our coats both smell of
smoke, whisky and wine. As we fil up our lungs with the cold air of the nigh. I
walked her home then she took me inside. To finish some Doritos and another
bottle of wine.
I swear I’m gonna put
you in a song that I write. About Galway Girl, and a perfect night.
Mis labios descendieron por todo su cuerpo, me bajé de
él y me senté de rodillas frente al sofá, lo miré como Hannibal Lecter a su
próxima cena y me incliné para besarle el ombligo y desabrocharle el botón de
los pantalones claros. Alfie sonrió frunciendo los labios, me quitó la goma de
pelo y dejó que los mechones rebeldes de cabellos marrones y rubios me
salpicasen la cara. Sus dedos ejercieron de coleta cuando le bajé los
pantalones y le aparté el calzoncillo. El vello de su entrepierna era del mismo
color castaño que el de su pelo, y desprendía un suave olor a jabones químicos.
Era tan distinto a Matt… No podía evitar compararlos, me había acostado con
Alfie antes de conocer a Matt, y no había pensado en él mientras hacíamos al
amor, sin embargo, era inevitable que los comparase de nuevo una vez estuve con
Alfie después de Matt. El británico le superaba en tamaño, pero no en
habilidad. No existía la conexión que había con Matt, la sensación de ser uno,
el placer que me proporcionaba. Matt era oscuro, caliente, era todo fuerza y
vigor, muecas de satisfacción y poemas en forma de gruñido. El penetrante olor
de su cuerpo invadiéndome los pulmones, el sabor de su boca, tan intenso como
la tierra que lo había visto crecer. Sus músculos desarrollados, las caricias
de sus manos pequeñas, sus joyas enredándose entre mi pelo. La línea plateada
que le atravesaba el cuerpo. La manera en la que mi ser lo anhelaba sentir
suyo, como se deslizaba en mi interior nada más rozarme. Incluso me
proporcionaba placer el recibir su esencia, cálida y potente derramándose sobre
mí. Con Alfie, a veces incluso el mínimo contacto me resultaba repugnante,
¿Pero qué podía hacer? Era la única manera que tenía de mantenerlo a mi lado,
era mi amigo, y si desaparecía, me quedaría completamente sola en aquella gran
ciudad. Aunque estuviese llena de rabia, no lo estaba lo suficiente como para
sentir su miembro europeo dándome patadas dentro de mí. De todos modos, agarré
el tallo rojo e hinchado y me lo metí en la boca entre los balbuceos de placer
de mi acompañante. Mis movimientos fueron intensos desde el primer momento, quería
terminar lo antes posible con aquello. Alfie me empujaba la cabeza contra él.
-Eso es pequeña, muy bien… -pronunció entre suspiros
mientras me tiraba del pelo.
Minutos después, una asquerosa mancha blanca perturbaba
la harmonía de las rayas rectas de mis suelos de madera.
She played the fiddle
in an Irish band, but she fell in love with an English man. Kissed her on the
neck and then I took her by the hand. “Baby, I just want to dance”. My pretty
little Galway Girl.
Me levanté de un salto y corrí al baño, si hubiese
podido arrancarme las papilas gustativas con un cepillo de hierro, lo hubiese
hecho, no solo para sacarme de la boca el horrible sabor a químicos de Alfie,
sino también para olvidar todas aquellas sensaciones que había experimentado
durante los meses anteriores: la boca cálida de Matt y el aroma que fluía de
sus poros, incluso el intenso olor del aliento de Bear, tan ardiente como el
fuego. Me miré al espejo devastada, nunca había sido una mujer de gran belleza:
me había teñido las puntas de pelo rubio claro en un vano intento de estar a la
moda, tenía los ojos llorosos y cubiertos por unas bolsas negras, incluso a mí
misma me perturbaba la idea de mirar la heterocromía que enmarcaba mi mirada.
“Tengo que agradecer de que Alfie siga a mi lado después de todo, yo no lo
hubiese hecho. Me aprietan los pantalones, creo que he vuelto a engordar… No
quiero ni imaginarme la bronca que me echará Frank para el próximo photocall. Tendré que tragarme otro mes
de gimnasio, con mayas ajustadas y haciéndome fotos para que todo el mundo vea
lo deportista que soy…” Golpeé con los puños el mármol del lavabo hasta casi
romperme los huesos: “Odio ir al gimnasio, quiero quedarme en casa, ver una
película y comerme un cubo de helado sin que nadie me juzgue por ello”.
Cuando regresé al salón, la televisión estaba apagada
y la tormenta ya caía sobre nosotros. La comida tailandesa ya había llegado,
Alfie se comía sus fideos con pollo sorbiendo sonoramente desde el sofá,
manchando mi bien cuidada tapicería nórdica. A mí, se me había cerrado el
estómago. Intenté darle un par de bocados a los trocitos de cerdo con salsa de
cacahuete, pero el simple olor me provocaba náuseas y lo tiré a la basura.
Después, me puse a fregar el tenedor que había usado.
-¿Qué estás haciendo?-preguntó Alfie con una cara de
asombro que no le cabía en el rostro.- Ya pagas a alguien para que te lave los
platos.
Mi cerebro se bloqueó durante unos segundos. Tenía
razón, ¿Por qué estaba haciendo eso?
-Me gusta hacer cosas por mí misma.-Por un momento,
volvía a estar en Alaska sin envases de comida tailandesa preparada y
desollando un ciervo con mis propias manos, manchada de rojo hasta los codos.
Matt estaba a mi lado, con tres dedos de sangre sobre la mejilla izquierda. Mi
sueño se desvaneció cuando los enclenques brazos de Alfie me agarraron por la
cintura y su cuerpo frío como las noches de Londres se pegó a mi espalda. En
Alaska hacía mucho más frío que en Inglaterra, sin embargo, las noches allí
eran mucho más cálidas: junto al fuego, rodeada del amor de tantas personas.
Su saliva me salpicó en la oreja:
-No sé qué coño te pasa, pero desde que has vuelto de
Alaska tienes más apetito que una gata salvaje.-me mordió el lóbulo mientras
una de sus manos se deslizaba de mi cintura hacia la entrepierna- Creo que ha
llegado el momento de que te devuelva el favor por lo que me has hecho en el
sofá.-Intentó meter la mano dentro de los vaqueros y me deshice de él de un
empujón:
-Estoy agotada, me voy a la cama. Deberías hacer lo
mismo.
-¿Por qué no me dejas dormir en tu cama?-introdujo su
lengua en mi boca-Podría darte unos muy buenos días.-dijo en tono pícaro.
-No insistas, Alfie.-no estaba de humor para mantener
la misma discusión cada noche que dormía en mi apartamento.
-¿Estás segura?-intentó besarme de nuevo pero aparté
mi cara y le tapé la boca con la mano.
-No, gracias. Y además, ya sabes que no soporto dormir
con gente. Yo duermo sola.
-¿A tu novio de Alaska también le decías eso?
Ya me había encaminado en dirección a las escaleras
cuando recibí aquella puñalada trapera. Una ola de rabia me recorrió la espina
dorsal y sentí ganas de terminar de romperle los dientes a puñetazos.
-Son las normas, Alfie.-dije sin volverme- O lo tomas
o lo dejas.-replique todo lo serena que pude, aunque una espina me vibrase
clavándose en la garganta.
-Tú lo has querido, entonces voy a fumarme un porro en
la habitación de invitados.
-Ni se te ocurra.
-Impídemelo.-se dirigió a la puerta de entrada y la
cerró con llave, después me miró con aquella sonrisa suya y se fue al que ya
era su cuarto por definición. Yo me quedé quieta como una estatua observando
cómo se marchaba, con sus andares entre paréntesis.
Dormir aquella noche resultó más complicado que el
resto, que ya de por si era difícil. Hacía frío, mucho frío, pero no era un
frío externo, era un frío que salía de dentro de mí, de mi corazón. No había
conseguido arrancar todas las estacas que Matt me había clavado, una
permanecía, penetrándome, arraigando dentro de mí y escampando su gélido odio
por todo mi cuerpo. Pensé en despertar a Alfie, arrancarle la ropa y cabalgarle
hasta el amanecer. Quizá aquella chispita que brillaba en sus ojos lograba
calmar durante un rato el doloroso frío que me invadía. Aunque luego volví a
pensar en lo repugnante que me resultaba sentir su olor a químicos y deseché
inmediatamente la idea. Siempre me quedaba la opción de aliviarme yo sola, pero
si lo hacía volvería a pensar en Matt y el frío seguiría expandiéndose. “¿Por
qué no podía pensar en Orlando Bloom como hace todo el mundo?” De todos modos,
decidí intentarlo, cualquier cosa era mejor que pasar la noche en vela, sola y
helada. Pero apenas había deslizado mis dedos por dentro del pantalón de seda
que el telefonillo del conserje empezó a sonar molestamente. ¿Qué hora era?
Casi media noche. Debía suceder algo importante para que Esteban me molestase a
esa hora. ¿Y si se había declarado un incendio en el edificio? No sonaban las
alarmas, ni se oían gritos en el pasillo. Además, llamaba a mi telefonillo
personal, y no al de la entrada principal. Algo olía muy pero que muy mal…
Decidí responder antes de que el insistente timbre despertase a Alfie:
-¿Esteban?
-¿Señorita Hurts?- nuestro querido portero mexicano
del turno de noche nunca aprendería a decir bien mi apellido
neozelandés.-Siento despertarla a estas horas de la noche, pero hay un muchacho
en la puerta que pregunta por usted.
No era la primera vez que un fan loco insistía en
querer entrar en mi casa. Eran gajes del oficio, la verdad es que no estaba de
humor para aguantar a un seguidor obsesionado que creía ser Robbert Madden y yo
su princesa Val, pero si yo era quién era, era gracias a esos frikies
obsesionados. Además, yo había sido una de ellos años ha.
-Ya sabe qué hacer con los fans, Esteban. Deshágase de
él, pero trátale con cariño.
-Es que insiste mucho, señorita Hurts. Aquí fuera está
cayendo el diluvio universal, hay rayos y truenos y este pobre muchacho lleva
horas en la puerta esperando. Le he dicho que no estaba en la casa, pero dice
que sabe que está, también le he dicho que era muy tarde que regresase mañana y
se ha sentado en el portal a esperar. –Hablaba tan rápido que casi ni le
entendía, y eso que era con la única persona del edificio con la que podía
interactuar en su español natal- Ni siquiera se ha asustado cuando he amenazado
con llamar a la policía… ¿No puede hacer algo por él, señorita Hurts? Al menos
convencerle de que se vaya a casa, aquí fuera va a coger una neumonía- Esteban
tenía un corazón tan grande que no le cabía en el pecho.
-Está bien, le daré un libro firmado y dinero para un
taxi para que se vaya a su casa. ¿Le ha dicho como se llama?
-No, pero ha dicho algo de que viene a recuperar algo
que es suyo…
El alma se me cayó al suelo. Sam, que se había
acomodado en el edredón me observaba con sus enormes pupilas dilatadas por la
oscuridad. Maulló. Me preguntaba que estaba pasando, pero sabía que algo había
cambiado. Si me miraba al espejo estaba segura de que tendría las pupilas tan
expandidas como él. El corazón se me detuvo un instante. “No puede ser, es
imposible. Está en Los Ángeles, lo he visto en la televisión. Está en la otra
punta del país. No es él, no es él, no es él”. No paraba de repetirme a mí
misma, al tiempo que un vocecita en mi cerebro me decía lo contrario:
“Es él, es él, es él”.
-¿Señorita Hurts?-volvió a preguntar el portero.
-Déjelo entrar Esteban.
-¿Está segura? Señorita, perdone por la intromisión
pero no creo que deba dejar pasar a un extraño a su casa, y mucho menos a estas
horas de la noche.
-No se preocupe, estaré bien. Es un antiguo compañero
de trabajo.
-¿Está segura? Porque no lo parece…
-Estaré bien, no se apure.-intenté tranquilizarle.
-Como quiera, de todos modos, métase el telefonillo
inalámbrico en el bolsillo, estaré atento hasta asegurarme de que se encuentra
usted bien.
Sonreí como una bobalicona. Personas como él hacían
que no perdiese del todo la fe en la humanidad.
-Gracias Esteban.
-Es un placer, señorita Hurts.
Tal y como me aconsejó el portero, me cubrí el pijama
de seda con una bata blanca de algodón y capucha y me metí el aparato en el
bolsillo. Me rodeé con los brazos el cuerpo, para afrontar el cambio de
temperatura que supuso abandonar mi cálido edredón a la noche fría. Bajé las
escaleras descalza y tan atemorizada que creía que me iba a orinar encima.
Estuve a punto de decirle a Esteban que había cambiado de idea, que se
deshiciese de él fuera como fuera. La última vez que había sentido un terror
así había sido cuando Matt saltó contra aquella mamá osa super protectora. De
nuevo la sangre, el barro y la lluvia… Matt desangrándose en mis brazos. El
nuevo vestido seguía colgado como un fantasma en el pomo del armario de
entrada, tragué saliva y sentí un escalofrío al escuchar como susurraba mi
nombre al viento, culpándome del incidente. Corrí hacia la puerta, quité el
pestillo a toda prisa y retrocedí a la misma velocidad, con temor a enfrentarme
a ese fantasma azul de mi pasado.
“He venido a recuperar lo que es mío”-decía el
espectro flotando con un desgarrado vestido de gala.- “He venido a buscar lo
que es mío. Lo que es mío, lo que es mío…” las palabras se las llevaba una
brisa del norte que había aparecido en mi casa por arte de magia. Instintivamente
acaricié el aparato telefónico que guardaba en el bolsillo, solo para
asegurarme de que seguía allí. El tacto del plástico metalizado me alivió
momentáneamente.
El cuarto olía a caucho, a neumático y a musgo, a café
recién hecho, a las páginas de un libro viejo, a tierra mojada…
El picaporte empezó a girar, eché un rápido vistazo al
pasillo que llevaba al cuarto de Alfie. La puerta estaba cerrada, y seguramente
llevaría tal colocón que no se enteraría de nada hasta bien avanzada la mañana
siguiente.
Entró en el apartamento como Jack el Destripador a un
callejón de Londres. Estaba oscuro, y mi cerebro solo fue capaz de dibujar una
silueta negra y brillante entre las tinieblas hasta que mis ojos lograron
acostumbrarse a la luz. Llevaba un sombrero que goteaba en el parqué y una
pequeña maletita de ruedas que dejo caer al suelo, exhausto. El pobre parecía
agotado, a punto de derrumbarse, de hacerse un ovillo y llorar hasta quedarse
dormido. Llevaba ropa oscura: pantalones y americana, y una camisa blanca de
rayas debajo. Estaba empapado hasta las trancas. Se quitó el sombrero, como un
cachorro juguetón se sacudió las gotitas de los rizos grises que le colgaban
alrededor de la cabeza. Por fin, entre mi asombro, aquellos ojos azul claro
como el cielo, se posaron en mí:
-Señorita Hurst,-dijo irónico mientras forzaba una
sonrisa cansada- mis disculpas por presentarme sin avisar y gracias por
recibirme a estas horas de la noche…
Mis pulmones se habían bloqueado, no dejaban que el
aire circulase por los capilares transportando el oxígeno a la sangre. La voz
no me salía de la garganta, quería decir muchas cosas, quería gritar, quería
llorar, quería abrazarle y quería pegarle. Amarlo y odiarlo. Finalmente, reuní
todas las fuerzas posibles para pronunciar una única palabra:
-Matt.
Suspiró aliviado:
-Ayla.
Nota: las conversaciones de whatsapp y twitter no son reales, son editadas por mí.
La canción que hay de por medio es Galway Girl, de Ed Sheeran, si queréis escucharla os dejo el enlace aquí: https://www.youtube.com/watch?v=87gWaABqGYs
TODOS LOS CAPÍTULOS DE MI NOVELA BASADA EN "ALASKAN BUSH PEOPLE" ESTÁN DISPONIBLES AQUÍ.
TODOS LOS CAPÍTULOS DE MI NOVELA BASADA EN "ALASKAN BUSH PEOPLE" ESTÁN DISPONIBLES AQUÍ.
Buenoooo!me tienes en ascuas,estoy encantada con el nuevo capítulo,q alegría leer algo q me emocione así,gracias de nuevo,espero ansiosa la nueva entrega.
ResponderEliminar¡Oish! Gracias por el comentario. ¡Un abrazo!
EliminarDios mío!!! Nos dejas el corazón en vilo... No puedo esperar a que llegue lo siguiente, eres magnífica escribiendo, cada vez mejor
ResponderEliminarNo me digas esas cosas que luego me las creo jajaja
EliminarMe alegra de que te haya gustado. :)
Madre mía... después de haberme leído 19 capítulos del tirón, ahora estas esperas se me hacen eternas.
ResponderEliminarjajaja Hago lo que puedo, que últimamente mi vida es un caos y tengo que hacer malabares para organizarme.
EliminarSiempre puedes leerte de nuevo los veinte capítulos otra vez jajaa
Por favor que intriga necesito la segunda parte ya!!!!!! Jjjjjj Me encanta esta historia!!!!!
ResponderEliminar¡Estamos en ello! Pero entre la universidad, el trabajo y el cuidado de mi hermana, si me quito más tiempo será de dormir jajaja
EliminarNo es por meter prisa...se ve q estás muy,muy liada,pero q sepas,q miramos todos los días por si ya tenemos la segunda parte de Nueva York.. ánimo!tu puedes con todo
ResponderEliminarTrabajando en ello. Además, quería darle un par de vueltas antes de ponerme a escribir, porque va a ser un capítulo muy pero que muy intenso... wuajajjaa (risa malvada)
EliminarHe de reconocer que estoy superenganchada.... no puedo esperar más para saber que es lo que ocurre.... de cualquier forma, la espera valdrá la pena. También te digo que tienes una imaginación desbordante. MUCHO ÁNIMO
ResponderEliminar¡Gracias! Me alegra que te guste y muchas gracias por el comentario. Un abrazo :)
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