Habían sido unas largas horas en autobús desde Los
Ángeles, pero a los hermanos Brown les produjo cierta sensación de alivio, el
hecho de salir de la metrópolis y encontrarse en una vasta extensión de campo:
no era la naturaleza salvaje a la que estaban acostumbrados, es más ni se le
parecía. No había montañas, ni nieve ni osos, ni siquiera árboles. Solo era un
gran terreno de viñedos que empezaban a echar hojas al inicio de la primavera.
Tampoco olía como Alaska, aun se notaban los carburantes de los vehículos en el
aire y los químicos que les echaban a las viñas. Gabe Brown asomaba la cabeza
por la ventana del autobús como un perrito al que sacan a pasear, a su lado,
Bear dormitaba utilizando su mochila a modo de cojín:
-¡Despierta hermano!-le sacudió Gabey por los
hombros-ya casi hemos llegado.
Desde que se habían instalado en California, que
Gabriel Brown se había vuelto más “cosmopolita” había dejado crecer su
alborotado pelo rizado, se había tatuado la cabeza de un lobo en una pierna y
se había hecho un piercing en la ceja. Bear, en cambio, mantenía su cabello
largo y liso y la frescura y el perfil animal que lo caracterizaba en su vida
salvaje.
Hacía rato que habían pasado el enorme cartel de
madera que daba la bienvenida al Valle de Sonoma, con letras enormes y un
racimo de uvas moradas. Ya habían pasado varias bodegas, lujosas casas antiguas
reformadas donde los turistas acudían a catar los famosos vinos y mostos del
valle.
La última parada del autobús destartalado lleno de
alemanes, holandeses y suecos fue en la entrada de la Bodega de Nuestra Señora
de Guadalupe, allí fue donde los dos hermanos Brown se separaron del grupo de
extranjeros en pantalón corto y prosiguieron su camino a pie, durante una milla
al norte. Cargados con sus mochilas y en camiseta de tirantes, el sol
californiano pegaba fuerte esa mañana de principio de marzo, y aunque Bear,
Gabe y toda su familia llevase casi un año viviendo en el sur, aún no habían
logrado adaptarse a ese horrible calor. Había sido un año de lo más intenso
para la familia Brown: Matt había vuelto de la rehabilitación y Ami estaba
respondiendo bien al tratamiento. Bam se había ido a vivir con Allison a la
Costa Este y Noah se había prometido y planeaba su boda para finales del verano
siguiente. Gabe había perdido la virginidad y Rainy se había hecho mayor, pero
una de las cosas que más había impactado a Bear Brown aquel último año (por
supuesto, no tanto como la enfermedad de su madre) era la aparición de Ayla
Hurst en su vida. Había sido una soleada mañana de principios de primavera,
justo como aquella, en la Isla de Chichagof, en el condado de Honnah-Angoon,
Alaska, cuando su hermano mayor había desembarcado en la playa de Browntown,
llevando a una chica tímida de la mano: una joven de cabello castaño rojizo,
ojos heterocrómicos y rasgos suaves y delicados. Una chica que cambiaría la
vida de toda la familia.
El camino de tierra polvorienta llevó a los dos
exhaustos y sudorosos hermanos Brown hasta una verja de hierro forjado,
decorada con espléndidos racimos de uvas y hojas de parra, con dos querubines
custodiando la entrada. Un cartel dorado en elegante caligrafía daba la
bienvenida a El Balcón del Mediterráneo.
Un guardia de seguridad les cortó el paso en la
entrada, pero Bear y Gabe sacaron unas tarjetas de sus bolsillos que les
abrieron las puertas de la finca de par en par. Penetraron por el camino de
adoquines que conducía al gran casoplón rodeado de viñedos. La casa era una
antigua bodega del siglo xix, pintada de blanco con pequeñas ventanitas
arqueadas y de unos cuatro pisos de altura. Un patio de arcos de medio punto en
la parte inferior y rojos tejados en las almenas. Los muchachos atravesaron el
patio interior deleitándose con la espectacular arquitectura del lugar: en el
centro había una fuente con esculturas mitológicas, tanto griegas como nórdicas
y alrededor alegres parterres de flores de brillantes colores que envolvían el
aire con un suave aroma y que complementaba la frescura del recién regado césped.
A ambos lados del patio había dos grandes puertas de roble y hierro forjado que
conducían a las bodegas donde se almacenaba el vino y los otros productos
vinícolas que allí se elaboraban. Por las paredes había pequeñas placas de
arcilla explicando los distintos tipos de uvas que allí se cultivaban, la
mayoría provenían del sur de Francia y del este de este de España, y por eso
daban ese nombre a las bodegas, además de recordar los orígenes de su
propietaria. Aunque lo que de verdad destacaba de ese lugar era la enorme
puerta de cristal al fondo del patio, y que rompía con el estilo rústico del
resto del complejo. Los muchachos se acercaron asombrados, en un lateral se
adivinaba una placa dorada con una inscripción en negro: Bodegas El Balcón del Mediterráneo. Editorial: La Chica del Continente.
Los hermanos intercambiaron una mirada y un
encogimiento de hombros y entraron a la ajetreada oficina. La tranquilidad que
se respiraba en el exterior de la casa no tenía nada que ver con el interior de
la editorial: el suelo estaba hecho de mármol blanco resplandeciente, tanto que
a ambos hermanos les dio miedo mancharlo con sus botas llenas de tierra. Había
gente andando por todas partes: mujeres y hombres trajeados con un montón de
papeles y hablando a gritos por el teléfono móvil. La sala era ancha y
alargada, con varios cubículos de cristal opalizado al final del pasillo y una
estatua de tres dragones de hierro azulado, peleándose entre ellos, decoraba el
centro de la estancia. Una inscripción se leía en una placa al pie de la
escultura: “para A. Hurst de parte de M.
Michaels”. Gabe se acercó para leer la inscripción detenidamente, pero Bear
le llamó la atención con temor a que su patoso hermano rompiera aquella valiosa
pieza.
Al ver a tanta gente arreglada, Bear y Gabe sintieron
vergüenza de sus brazos y sus hombros desnudos, se soltaron las mochilas y se
pusieron unas camisas sobre los tirantes, la de Gabe era de cuadros rojos y
negros, la de Bear de estampado de camuflaje. Disimuladamente y a espaldas de
su hermano, sacó un espejito del bolsillo de sus vaqueros y un peine plegable y
se arregló su pelo largo del color del oro fundido, como solía decir Ayla. Bear
sonrió al recordarlo, no había sentido miedo hasta ese instante, pero poco le
faltó para salir corriendo y regresar a Los Ángeles a pie, o mejor dicho, de
volver a Alaska a nado. En realidad, no hacía demasiado tiempo que no veía a
Ayla pero nunca sabía cómo reaccionaría cuando la viese la próxima vez. Seguía
guardando la carta que ella le había escrito, era un simple párrafo, pero para
él significaba tanto… Se limpió las manos sudorosas en sus viejos Levi’s Straus
y se enderezó para colocarse la camisa sobre los hombros. Estaba sudando a
mares y el corazón le palpitaba extremadamente rápido a la vez que un
cosquilleo le recorría el esófago. Cerró los ojos un instante para intentar
visualizar la última sonrisa que Ayla le había dedicado: le acariciaba la
mejilla y el pelo con ternura, y tenía los pómulos y la nariz enrojecida por el
frío, pero aquellos ojos vidriosos y verdes le miraban solo a él, no a Matt, no
a Bam, no Alba, a él.
“Si hubiese tenido corazón, podría haberte amado” su
voz le cortaba el rostro como la gélida brisa alaskeña.
-¿Cómo encontraremos a Ayla en un lugar tan grande y
con tanta gente?-preguntó Gabe anonadado aún por la elegante decoración del
lugar.
Bear miró a su alrededor, o bien podía encaramarse a
la gran lámpara colgante que iluminaba desde el techo, o bien podía acercarse
al mostrador a pedir información: Tras la barra semicircular, bajo el cartel de
“Recepción” había un joven ordenando papeles y atendiendo al teléfono. Tendría
unos veinticinco o veintiséis años, el cabello corto y alborotado de un extraño
color naranja, pequeños ojos azules ocultos tras unas gruesas gafas de pasta en
un rostro redondo y mal afeitado. Camisa azul marino, abrochada hasta el cuello
y con pequeños estampados en blanco.
-Disculpe señor,-pronunció todo lo educadamente que
pudo, aunque colocase sus manos sudorosas en la impecable y brillante mesa de
mármol- me llamo Solomon Brown, y este es mi hermano Gabriel…
El recepcionista le hizo callar poniéndose un dedo en
los labios, cogió el teléfono y comenzó a hablar sobre un montón de temas
editoriales y literarios que Bear no logró entender, después de que les hiciese
esperar más de diez minutos, el joven les atendió por fin:
-Me llamo Solomon Brown, y este es mi hermano
Gabe.-repitió Bear pacientemente-venimos a ver a Ayla.
-¿Tienen cita?-preguntó el muchacho pelirrojo sin
levantar la vista de su ordenador.
-No, venimos a darle una sorpresa.
-Me temo que la señorita Hurst está demasiado ocupada
para recibir alguna sorpresa.
-¡Venga hombre! No seas así…-se quejó Gabey poniendo
sus enormes puños sobre la mesa, algo que al recepcionista no le hizo demasiada
gracia-¿A quién no le gustan las sorpresas?
Bear, sin perder la calma, extrajo de su cartera la
tarjeta que Ayla había regalado a cada miembro de la familia Brown, y que les
proporcionaba el acceso libre a todas las instalaciones de La Chica del Continente, tanto en la Costa Este como en la Costa
Oeste. El joven se miró la tarjeta con resignación y durante un instante que a
Bear le pareció eterno:
-Lo lamento caballeros,-el chico tenía una voz dulce,
pero utilizaba un tono muy impertinente, o eso le parecía a Bear, quizá solo
fuese el estirado acento británico- pero la señorita Hurst tiene una agenda muy
ajetreada esta semana, y le será imposible atenderles por el momento, ¿qué les
parece si les apunto para el día doce de dentro de dos meses? ¿A las diez de la
mañana les viene bien?
-¿Estás de broma?-gritó Gabey golpeando de nuevo la
mesa, mostrándole al mundo que aún no controlaba del todo su fuerza, y
provocando que al recepcionista se le deslizasen las gafas nariz a bajo.
Bear y Gabe aún discutían con el muchacho cuando la
puerta de uno de los cubículos se abrió y de ella salieron dos personajes: uno
era un hombre muy alto, de rostro alargado y bien afeitado, pelo negro, con
pecas en la cara, labios gruesos y ojos oscuros y almendrados. Vestía con un
traje negro muy elegante, a la vez que informal con las mangas de la americana
arremangadas y el nudo de la corbata granate suelto. La otra era una mujer, era
Ayla, o al menos alguien que se le parecía: las hondas de su pelo habían
desaparecido, en su lugar una cascada de cabello liso con mechas rubias le
envolvía el rostro hasta la nuca, llevaba una camisa blanca arremangada, con un
generoso escote, una falda de tubo negro, medias a juego y zapatos de tacón.
Los labios rojos iluminaban su sonrisa a millas de distancia. Bear siempre
había pensado que le quedaba extremadamente bien el carmín rojo. Charlaba
amistosamente con el caballero alto, que debía tener más o menos la edad de
Matt, aunque era mucho más atractivo que su hermano mayor. Para el gusto de
Bear, charlaban demasiado amigablemente, el hombre en cuestión se tomó las
confianzas suficientes como para empujar a Ayla suavemente por la cintura
mientras cerraba la puerta de la habitación de cristal.
-¡No puede ser!-Bear se dio la vuelta y cerró los
ojos. La voz de Ayla le recordaba siempre al viento alaskeño-¿Gabey? ¿Bear?
¿Qué hacéis aquí? ¡Por Dios menuda sorpresa!
El tono de ella era jovial y entusiasta, sin duda se
alegraba de verles. Bear se dio la vuelta, pero Gabe ya había corrido hacia su
amiga para abrazarla.
-Señorita Hurst, ¿les digo a estos caballeros que está
muy ocupada para atenderlos?-se pronunció el recepcionista poniéndose en pie.
-Por favor Teddy, te he dicho mil veces que no seas
tan formal, y que me llames Ayla.-explicó ella con suavidad- Y ya sabes que
cualquier miembro de la familia Brown es bienvenido aquí, Bear y Gabe son de la
familia.
Gabe se despegó de Ayla para volver a encararse con el
recepcionista. Golpeó el mármol y se puso de puntillas, aunque su estatura
pasaba de sobras la del joven pelirrojo.
-Ya lo has oído, somos familia. Esa chica que ves ahí
va a casarse con mi hermano.-le escupió Gabey en un impulso que empapó las
gafas de Teddy e hizo trizas el corazón de Bear.
Se acercó a ella lentamente mientras intentaba por
todos los medios disimular como temblaba de miedo. Una gota de sudor le resbaló
por la sien.
-Parece que estás ocupada.-pronunció el caballero alto
con una voz muy grave cuando Bear se hubo plantado delante de ellos- Te dejo
con tus amigos, gracias por atenderme, Ayla. Nos vemos la semana que viene.
Y le dio un beso en la mejilla de despedida, que Ayla
le devolvió cariñosamente.
-¿Quién era él?-preguntó Bear antipático y sin
aguardar a que el caballero se hubiese alejado lo suficiente.
Estaba claro que la pregunta tan desconfiada había
ofendido a Ayla, pero decidió responder con cortesía antes de iniciar una
discusión. Ella aborrecía las discusiones:
-Se llama Adam Ford, su mujer nos está escribiendo un
recopilatorio de relatos eróticos. Adam ejerce como su agente y hemos tenido
una reunión de negocios.
Bear suspiró más tranquilo, porque mientras Ayla
hablaba, observó como su “anillo de compromiso” se balanceaba entre sus pechos,
agitándose con su respiración. Ayla llevaba colgado del cuello el anillo de
plata y brillantes verdes que Matt le había regalado cuando “se
comprometieron”. Estaba claro que le tenía mucho cariño, puesto que había
encargado una cadena y un broche especial para sujetarlo en torno a su cuello,
y del que en pocas ocasiones se desprendía.
-Me alegro de verte Bear.-dijo en un tono más sobrio
mientras sus brazos se enrollaban en torno a su cuello. Él retuvo un suspiro
cuando sujetó contra si el pequeño cuerpo de ella, y sus pechos se aplastaron
contra su corazón que palpitaba a velocidades vertiginosas. Una ola de calor le
recorrió el cuerpo, sentía las sienes empapadas al tiempo que estrechaba su
espalda contra sí y el olor dulzón de su pelo le inundaba los pulmones.
-Queríamos darte una sorpresa.-pronunció Gabey incorporándose
a la conversación y salvando a su hermano de sufrir un infarto-Como no pudiste
venir por San Valentín, hemos venido nosotros, casi con un mes de
retraso-sonrió mostrando su diente mellado-pero así somos los Brown. El
objetivo principal era que viniese Matt, pero está con gripe, y como ya
habíamos comprado los billetes de autobús y hacía mucho tiempo que no te
veíamos, decidimos venir igualmente.
-Y me alegra que lo hayáis hecho. Me encanta tener
siempre a algún Brown correteando por mi oficina. Venid, subid a mi despacho y
así nos ponemos al día. Teddy, cancela el brunch
de las doce, dile a Lourd que lo aplazamos para esta tarde, y despeja mi agenda
para esta noche y encárgate de que preparen dos habitaciones de mi apartamento
para que mis amigos pasen el fin de semana.
-¿Y qué hay de la entrevista con los de TV Insider?
-Cancela lo también, son unos frikies.
-¿Y qué hay de la entrevista con los de TV Insider?
-Cancela lo también, son unos frikies.
-Que profesional has sonado. Miradme, soy Ayla Hurst,
soy empresaria y tomo brunch con
gente famosa. Por cierto, ¿qué es un brunch?-se
burló Gabey, a lo que Ayla respondió dándole un puñetazo en el brazo.
-Venga chicos, tenemos mucho de qué hablar. No nos
vemos desde ¿navidad? -Ayla comenzó a subir unas escaleras de caracol muy
modernas, con escalones de color azul transparente que conducían al segundo
piso de la editorial y que ocupada su despacho personal. Andaba contoneando las
caderas, con andares torpes y graciosos por su poca práctica con los tacones
altos. Gabe la siguió, Bear cerraba el grupo-Ah, y Gabey-dijo deteniéndose de
golpe y advirtiendo al muchacho con un dedo acusador. No vayas diciendo por ahí
que voy a casarme con tu hermano. Matt y yo no estamos prometidos. No le dije
que sí.
Gabe sonrió pícaro:
-Llevas un anillo y como él mismo dice, tampoco le
dijiste que no.
Esa fue la frase con la que Matt entró cantando a la
habitación de sus padres en Santa Mónica, una vez regresaron de cerrar
Browntown, junto con Ayla y las chicas. Qué bien le sentaba California a la
joven mediterránea: tenía las mejillas sonrojadas y los labios brillantes.
Parecía más alta y erguida, y no estaba siempre encogida y muerta de frío. El
día que aterrizaron en Los Ángeles, llevaba una camiseta blanca, con letras
rosas y negras estampadas en el pecho y unos vaqueros ceñidos que la envolvían
en un aire fresco y veraniego, aunque para Bear, Ayla estaba bonita incluso con
aquel plumón abrochado hasta el cuello y el rostro oculto bajo la braga, con
diminutos copos de nieve posándose en sus pestañas.
Faltaban un par de semanas para navidad y Matthew
Brown no había estado tan feliz desde que consiguió ingeniárselas para hacer
una espada llameante y usarla de untador de sándwiches. Bear no olvidaría nunca
el rostro pálido y de terror de Ayla cuando entró a la habitación donde
reposaba la enferma. Temblaba como un pollito cuando su madre le suplicó un
abrazo… Ami estaba muy delgada, cadavérica y había perdido la mayoría de su
pelo, y lo peor de todo, Ayla ya había pasado por todo eso antes.
-¿Cómo te encuentras hoy, mamá?-le preguntó Matt
cogiendo a su madre de la mano y sentándose sobre la cama.
-Hoy bastante bien.-respondió ella frágilmente y casi
en susurros-Me alegra teneros de vuelta a todos.
Apenas hacía unas horas que habían regresado de
Alaska, Bear observó el rostro de Ayla, parecía muy cansada, exhausta. Matt
también tenía unas grandes ojeras bajo los ojos, pero mantenía esa sonrisa suya
que tanto le caracterizaba. La familia había alquilado una pequeña casa en un
barrio de Santa Mónica: la choza en si tenía un gran patio, pero solo tres
habitaciones y un baño donde se apiñaban los Brown y cinco de sus hijos. La
habitación principal, aunque pequeña era muy luminosa, la cama con la colcha de
flores ocupaba casi todo el espacio y el aroma a flores frescas acariciaba
suavemente los sentidos. No había armarios, tan solo algunas estanterías con
libros y mapas y una cajonera oculta bajo el colchón. En la estancia, se habían
apiñado Gabe y Bear en un rincón apartado, junto con Cupcake, Billy estaba a la
derecha de la cama, sentado en una silla cerca de Matt. Las chicas estabas a la
izquierda de Ayla, e incluso el gato, había decidido que no había suficiente
gente en la casa y se acomodó sobre la cama. La joven extranjera, ocupaba el
centro de todas las miradas, parecía que estuviese a punto de desmayarse.
-Pues tengo una noticia que te va a alegrar.-dijo el
mayor de los hermanos con los ojos iluminados. Se pasó las manos por los rizos
plateados y se aclaró la garganta. Ni él mismo se lo creía todavía.-Le he
pedido a Ayla que se case conmigo.-Lo primero que escuchó Bear fue el grito de
sorpresa de Rainy y como las dos hermanas rodeaban a Ayla en un gran abrazo de
oso. La sonora risa de Billy retumbó por la habitación y Gabe se abrió paso
dando empujones hasta su hermano mayor y le dio una fuerte palmada en el
hombro, felicitándolo. Ami se llevó las manos al rostro y derramó unas lágrimas
de alegría. Era su sueño, el ver a sus hijos casados y dándoles nietos, si Ayla
anunciaba en aquel mismo instante que estaba embarazada, harían de Ami Brown la
mujer más feliz del mundo.- ¿Y sabéis lo mejor de todo?-prosiguió Matt-¡No me
ha dicho que no!
Todos empezaron a reír divertidos, incluso Ami mostró
una débil sonrisa. Todos a excepción de Ayla, que tenía el rostro pálido de
terror y los labios blancos. Los ojos cubiertos bajo una capa de cristal y la piel
de los brazos erizada, cuando Ami la llamó a su lado, la muchacha se acercó
temblando y forzando una débil sonrisa. Bear era el único de los allí presentes
que no se había alegrado de la buena nueva, tenía el corazón destrozado. Nunca
se había caído de un árbol, pero estaba seguro que se sentiría la misma presión
apresora en el pecho que experimentaba en esos momentos:
-¿Cuándo se lo pediste?-logró pronunciar con un nudo
en la garganta.
-Pocos días antes de marcharnos de Alaska. Sabía que
tenía que hacerlo antes de que nos fuéramos. Es un lugar especial para ambos,
tenía que ser allí.
Las miradas de Bear y Matt se cruzaron durante un
instante eterno.
- ¿Y cuándo es la boda?-preguntó Rainy quien
probablemente ya tendría mil planes en la cabeza sobre cómo organizarla-¿Te
cambiarás el apellido? ¿Puedo ver el anillo?
Ayla se lo había colgado del cuello, con una cuerda
negra trenzada. Bear reconoció la joya en seguida, se trataba del anillo
favorito de Matt: el de plata con los brillantes verdes. Se lo mostró a Rainy
recelosa:
-Prometo que en cuanto pueda, le compraré un anillo de
verdad-Ayla no quería un anillo de verdad, quería ese anillo-Pero lo primero es
mamá-aclaró Matt-y después ya veremos.
Ami tenía las manos de Ayla envueltas entre las suyas,
le acarició el rostro con delicadeza:
-Que sepas que has hecho muy feliz a esta
anciana.-Bear podía sentir el terror que invadía a Ayla en aquel instante, la
presión, la sensación de sentirse presa-Sé que cuidarás muy bien de mi hijo, y
que él cuidará de ti, y de que tendréis niños preciosos a los que criaréis en
un entorno libre y salvaje.
Ayla estaba a punto de estallar: se mordía el labio
nerviosa y una lágrima se le escapó entre las pestañas. Y no, no era una
lágrima de alegría. Quería huir, apenas había pronunciado palabra desde que
habían entrado en la casa, se sentía verdaderamente incómoda y presa en esa
habitación llena de tantas personas. Le faltaba el aire. Bear observó cómo le
temblaban las piernas reposadas sobre la cama de su madre, estaba a punto de
salir corriendo cuando de repente…
-¡Mamá! ¡Papá! Ya estamos aquí…
Con su largo pelo totalmente suelto, una camiseta
negra ajustada y unas gafas de sol oscuras, Bam Bam entró en la habitación con
sus andares soberbios y su rostro serio. En cuento lo vio, Ayla se incorporó de
un salto:
-Bam…-se le escapó en un susurro atónita. Si su rostro
palidecía más, se volvería invisible.
Su hermano mayor estaba igual de boquiabierto, se
quitó las gafas de sol y se frotó los ojos para asegurarse de que no era un
sueño:
-Ayla, estás aquí…-preguntó más que afirmó, aún sin
creérselo.
Matt, por su parte, sonreía nervioso sin saber dónde
meterse. Bam y Ayla no sabían que hacer: abrazarse, abofetearse o hacer como si
nada hubiese pasado durante los últimos meses, y fueran los amigos de siempre.
Lo que Bear sabía era que ambos eran demasiado orgullosos como para pedirse
disculpas. “Son como hermanos, incluso cumplen años el mismo día”. Pensó él.
Después de aquellos interminables segundos de silencio
incómodo, continuaron las sorpresas para Ayla, tras Bam, entró una chica alta y
delgada, con cintura de avispa y pecho generoso, una voluminosa melena castaña,
labios gruesos y ojos azules. Llevaba vaqueros y botas altas, y un top rosa
ajustado bajo la chaqueta de lana negra. Matt se incorporó también, ahora era
él el que estaba blanco como un fantasma. Bear, que observaba la escena
imparcial, rodeó con un brazo el cuello de Mr. Cupcake y le rascó el denso
pelaje.
-Ayla,-dijo Bam casi en susurros-esta… esta es mi
novia… Allison.
La mujer tendría unos treinta y cuatro años, llevaba
un bolso marrón y un café humeante en un vaso de papel. Se guardó las gafas de
sol en el bolso y le dio la mano a Ayla:
-Encantada de conocerte…em….
-Ayla. Ayla Hurst.
-¿Hurst? ¿Es australiano?-la chica tenía un tono de
voz agudo y alegre, a diferencia del de Ayla, que era grave y melancólico.
-No, es inglés antiguo.
-Oye, tú cara me suena de algún sitio, ¿nos conocemos
de antes? ¿Has trabajado en televisión?
Ayla negó con la cabeza. Nadie dijo nada, pero todos
los miembros allí reunidos se preguntaron por qué le había mentido.
-Ally, Ayla es…-Bam no sabía cómo describirla en aquel
momento. Él aún no estaba al día de cómo habían cambiada la situación durante
el último viaje a Alaska.
-Ella es mi prometida.-la cara de Bam Bam era un poema
ante la rotunda afirmación de Matt, que, como solía hacer, rodeó a Ayla por los
hombros, protegiéndola, o reteniéndola, según se mirase.
-Matt.-saludó Allison-me alegra verte tan recuperado.
Él forzó una sonrisa. Estaba demasiado pendiente de
Ayla, que apenas era capaz de articular palabra y estaba blanca, con el cuerpo
rígido como el hielo. Bam no deseaba que lo tragase la tierra, probablemente
pensase que era una mala decisión, que se habían precipitado, pero no se
atrevía a decirlo allí delante de toda la familia, delante de su madre. Bear
permaneció inmóvil y al acecho, observando aquel extraño e incómodo momento. El
tiempo se había detenido, nadie hablaba, todo el mundo estaba pendiente de la
reacción de Ayla, de Matt, de Bam y de Allison. No sabía si echarse a reír o a
llorar. Gabe, a su lado, parecía haberse tele transportado a otro mundo. No
calculó el rato que pasaron sin decirse nada, perdidos en aquel pliegue en el
tiempo. El teléfono de Ayla vibró en su bolsillo, acabando con aquel misterioso
escenario de muñecos de cera que habían formado.
-Disculpad, tengo que cogerlo.-dijo la muchacha
retirándose de la habitación y suspirando aliviada.
Ami intentó relajar la tensión del momento, haciendo
preguntas a Bam y a Ally sobre cómo había sido su viaje, si estaban cómodos en
el hotel… pero su hijo no la escuchó, saltó sobre Matt y le agarró del cuello
sacudiéndolo con fuerza y escupiéndole unas palabras tan feas que incluso los
demonios del Averno se taparon los oídos para no escucharlo. Bear quiso taparse
los oídos, pero las palabras de sus hermanos mayores eran capaces de atravesar
hasta el más grueso muro:
-¿Es que estás loco, Matt? Hace menos de un mes no os
podíais ni ver, te pasabas el día solo, paseando en silencio, pensando en ella…
Os hicisteis mucho daño, mutuamente, no podéis estar juntos, no podéis casaros.
¿Es que no lo entiendes, cabeza de chorlito? Os acabaréis matando el uno al
otro.
A pesar de las duras palabras de Bam, Matt seguía
firme como una roca, con el pecho hinchado y el sudor resbalándole por los
puños apretados:
-La quiero Bam, es con diferencia lo mejor que me ha
pasado en la vida.-sus ojos vidriosos se posaron en Allison durante un
instante. El segundo hermano quedó en silencio, sin saber que responder-Voy a
luchar por esto.
Las palabras
que Ayla le había escrito en aquella carta de despedida le ardían en el pecho.
Matt y Bam discutieron durante un rato más, sus voces eran pausadas, tranquilas
y serenas para no alarmar a su madre, pero sus palabras herían como flechas.
Nadie se atrevió a interrumpirlos, a decirles que ya no eran unos críos y que
se comportasen como adultos, nadie salvo Allison, que señaló el pasillo con un
dedo tembloroso:
Desde su ángulo, en un rincón agachado entre su
hermano Gabe y el perro, Bear no veía que sucedía, solo vio como a Matt le
cambiaba el rostro de golpe: su expresión se ensombreció y salió corriendo de
la sala. Rainy preguntó que pasaba y Bird hizo ademán de ir tras Matt pero Bam
la detuvo agarrándola del hombro y obligándola a sentarse. La joven protestó
pero la soberbia mirada de Bam Bam y su ceño fruncido la obligaron a permanecer
sentadita como una buena estudiante. El mismo Bear también quiso correr, pero
se quedó quietecito en su rincón, tan quieto como nunca lo había estado,
temblando ligeramente y con el brazo rodeando el cuello de Mr. Cupcake, que
salivaba por el exceso de calor. Matt regresó a la habitación pasados unos
quince minutos que a Bear le parecieron días, y aunque alzó la voz para que los
allí reunidos pudieron oírle, las palabras que salieron de la boca de Matthew
Brown se dirigían única y exclusivamente a su hermano Bam:
-La han echado de la editorial. Han rescindido su
contrato.
Las chicas se llevaron las manos a la boca y un gesto
de pesadumbre oscureció la ternura del rostro de Ami:
-Pobre Ayla…-susurró la matriarca mientras su marido
le acariciaba el hombro.
-¿Por qué hacen eso? Ayla es la mejor escritora del
mundo.-protestó Snowbird.
Bear miró a Gabey con disimulo, tenía la mirada
perdida, ausente en su mundo, no comprendía exactamente lo que estaba
sucediendo. Mientras tanto, su piel se volvía blanca y gélida como el hielo, y
abrazó al perro con tanta fuerza que incluso llegó a gemir para que lo soltara.
Bam Bam pidió más detalles a Matt:
-La han echado por mi culpa, -estaba tan devastado que
tuvo que sentarse en la cama. Rainy tomó asiento junto a él y apoyó su cabecita
en el hombro: Matt se pasó los dedos por su pelo gris, que llevaba atado en una
coleta y se frotó los ojos con fuerza, como si quisiera despertar de aquella
horrible pesadilla-la mantuve distraída de su libro, no cumplió con los plazos
ni con las expectativas. A la editorial no le salía a cuenta mantenerle un
sueldo a Ayla, ni pagarle los viajes si no escribía un libro…
-Pero Ayla es una de las escritoras del momento, no
solo escribe novelas, también hace mucha televisión… la prensa habla mucho de
ella. ¿Cómo pueden decir que no les sale a cuenta mantenerla? ¿Y qué hay de su
agente literario, el tal Frank? ¿No tiene nada que decir?
-También la ha abandonado.-dijo Matt hecho polvo-Se ha
quedado sola, y esa es su mayor pesadilla. Ahora tiene que encontrar otro
agente, otra editorial, terminar el libro, casarse conmigo…-pronunció aquello
último con un nudo en la garganta.
-¿Crees en ella, Matt? ¿La quieres?-preguntó Bam
seriamente, (más seriamente de lo normal) mientras Allison se colgaba de su
brazo.
-Por supuesto que creo en ella. Por supuesto que la
quiero.-respondió él algo ofendido y con los ojos vidriosos por el tono de
reproche de su hermano.
-Genial, porque lo que más necesita ahora en este
momento, es que crean en ella.
El resto de recuerdos de aquellas navidades estaban
ligeramente borrosos en la mente de Bear. Era una navidad cálida, sin nieve y
sin frío. Sin muñecos de nieve ni ángeles en el suelo. Sin la cena de mamá, sin
Noah pero con Allison. La primera navidad fuera de Alaska.
Ayla, por su parte, se recompuso en seguida de su
inesperado despido y, con el apoyo de Matt, comenzó a elaborar el proyecto de La Chica del Continente, algo que ya
había empezado a elaborar años atrás, cuando todas las editoriales la
rechazaban por ser una escritora novata. Llegó a un acuerdo con el propietario
de las bodegas de El Balcón del
Mediterráneo, que al parecer, eran viejos amigos de la familia Solano, el
padrastro de Ayla, y logró el alquiler del espacio. No vivían en la misma
ciudad, pero estaba a una distancia relativamente corta de Matt y del resto de
la familia Brown, y cuando ella se instaló definitivamente en Sodoma, su
hermano mayor y “prometido” acudía casi cada fin de semana para estar a su
lado. Las chicas también habían ido a
verla en alguna ocasión, y también Noah y Rhain, pero era la primera vez que
Bear acudía a verla.
La última vez que la había visto hasta aquel fin de
semana había sido durante la noche de fin de año. Ayla cenó con los Brown, pero
se marchó prácticamente después de media noche para atender a su pequeña
empresa a primera hora de la mañana. Empezó el año nuevo acariciando los labios
de Matt y sus brazos entrelazados entre ambos. Aquella imagen había deprimido
algo al joven Bear, que veía como todos sus hermanos tenían a alguien con quien
compartir aquellos momentos. Ayla lo halló sentado en el porche, con un gorro
de Santa Claus y una matasuegra estropeada chirriando entre sus labios. Dentro
de la casa, el resto de la familia brindaba con sidra, se abrazaban y se
felicitaban la entrada del nuevo año.
Bear se levantó y se irguió todo lo que podía. Ella
apenas había notado se presencia. Vestía unos vaqueros y deportivas y un jersey
de una de esas películas de ciencia ficción que tanto le gustaban. El cabello
castaño rojizo le rozaba las mejillas y una tierna sonrisa le iluminaba el
rostro. Su piel blanca le recordaba a los cristales de nieve cuando caían
balanceándose desde el cielo pálido.
-Perdona Bear, no te había visto.-se disculpó ella,
que llevaba una bolsa de viaje colgada del hombro-¿Qué haces aquí?
-Solo he salido a tomar un poco el aire, ya sabes que
estas casas pequeñas de la ciudad me ponen nervioso.-respondió gesticulando
excesivamente y con una sonrisa forzada-¿Ya te marchas?
-Sí, con el primer tren. Matt va a acercarme a la estación,
ha ido a por el coche.
-Pues que tengas buen viaje y espero que vengas a
vernos pronto, cuando seas una empresaria de éxito.-bromeó.
Ayla le regaló una sonrisa. Le puso una mano en el
hombro y le besó la mejilla con ternura:
-Feliz año nuevo.-le deseó antes de marcharse.
Aún sentía un cosquilleo en la mejilla cuando
recordaba como los labios fibrosos de ella se posaron sobre su piel dura y mal
afeitada.
Para ser sincero, lo que más deseaba Bear en esos
días, no era a Ayla, sino su hogar. Volver a casa, a Alaska. Trepar a su árbol,
encender fuego y pescar con las manos. Sentir el frío en los labios y el viento
en la cara cuando navegaban. El sabor a sal y el olor a tierra húmeda. Bañarse
en el lago de la cascada. Correr, ser libre…. Y no sabía porque extraño motivo,
Ayla Hurst le recordaba a todas aquellas cosas. “Si ella estuviese a mi lado,
como está en el de Matt, como Rhain está con Noah y Allison con Bam, estar tan
lejos de casa no sería algo tan difícil de llevar”. Y es que todos los hermanos
Brown comenzaban a enderezar sus vidas, incluso Matt, al que todos daban como
un caso perdido, estaba prometido. Todos a excepción de Bear, que había
cometido el error de enamorarse de la única persona en toda su vida que en
lugar de pedirle que frenara, había intentado alcanzarle. Lo que no sabía ella,
era que él estaba dispuesto a echar el freno. Recordaba con frecuencia aquella
despedida, e imaginaba a Ayla bailando en la nieve, con las mejillas
enrojecidas y los labios cortados. Los ojos vidriosos y alegres, que se
deleitaban con la lluvia de cristales de nieve que se mecía suavemente a su
alrededor, y entonces, ella corría.
* * *
Nada más entrar en el despacho, Gabe sacó el móvil
para fotografiar todo aquello y enseñárselo a Michelle, a Rose o a la chica que
fuese con la que estuviese tonteando aquella semana.
El despacho de Hurst era un módulo construido sobre la
gran oficina, con paredes de cristal opalizado, aunque con un gran ventanal que
daba a una espléndida vista de los viñedos en primavera. Una mesa de madera
oscura con volutas en las patas era la pieza principal de la habitación y una
silla de escritorio de color negra. Detrás había un mueble empotrado de madera
antigua restaurado con un montón de botellas de vino y champán. En el mueble de
enfrente, del mismo estilo, había libros.
También había un rinconcito para el café, formado por una mesa baja de
cristal, un sofá chéster y dos sillas, y por último en un rincón había un gran
butacón con una lámpara de pie y una mesita para leer. La habitación estaba
decorada con posters de películas y series de televisión. En la mesa de café
había sentada una jovencita, de pelo rubio recogido en una coleta alta y polo
Ralph Lauren blanco y azul. Vaqueros ajustados y doblados a la altura del
tobillo. No apartaba la vista de su teléfono móvil, ni siquiera para saludar a
los recién llegados.
Nada más entrar, Ayla se quitó los tacones a patadas y
suspiró aliviada. Se dirigió a la mesita de café con sus andares torpes
contoneando las caderas y le quitó el teléfono a la adolescente, que protestó
enfadada:
-Chicos, esta es mi hermana Lía Solano. Estudia
medicina en la Universidad de Nueva York, aunque aprovecha las vacaciones de
primavera para trabajar aquí y aprender sobre el valor del dinero. Lía, saluda
a Gabe y a Bear, son hermanos de Matt.
-¿Qué hay?-respondió secamente la muchacha, que aún
tenía ciertos rasgos adolescentes picándole el rostro alargado-¿Más hermanos de
Matt? ¿Pero cuántos de esos hay?
-Lía, levántate y saluda como es debido.-la regañó
Ayla a regañadientes.
La chica frunció el ceño y se dejó caer al sofá
exageradamente. Los dos hermanos ocultaron una risita, pero finalmente la
muchacha se levantó y los saludó a ambos.
-¿Me devuelves ya el móvil?
Ayla se lo devolvió de mala gana, y Lía recuperó la
misma posición que cuando llegaron: cruzada de piernas y con el teléfono pegado
a los ojos. Bear apenas conocía a Lía, pero al igual que pasaba con los
hermanos Brown, especialmente con los varones, no se parecía en nada a su
hermana Ayla: tenían un aire en la forma del rostro y en esos grandes ojos
verdes, por el resto, mientras Ayla era bajita y voluptuosa, y de elegantes
rasgos faciales. Lía era alta y delgada y de rostro alargado y nariz
picassiana. Y tampoco se parecían demasiado en el carácter. Ya solo en la
manera de vestir lo notaba: Ayla (su Ayla, no esa copia maquillada que tenía
delante) le gustaban las sudaderas anchas y los vaqueros, con deportivas,
mientras que Lía vestía con un polo ajustado y unos pantalones negros con el
dobladillo a la altura de los tobillos y unos zapatos de charol que tenían
pinta de ser muy caros.
-Lía está aquí porque como tiene bastante en que su
hermana le page la universidad, la residencia en Nueva York, y prácticamente
todo, que se ha gastado hasta el último dólar de la tarjeta para emergencias
que le dejé…
-¡Esos zapatos eran únicos! No podía dejarlos pasar,
si Lauren los viese...
-¡Ya hemos hablado de eso! Qué te entre en la cabeza
que no tienes el dinero de los padres de Lauren, y vas a pagar hasta el último
centavo de esos zapatos trabajando duro, como hemos hecho todos. Ahora te vas a
levantar y educadamente vas a disculparte con mis amigos y vas a ir a preparar
sus habitaciones para el fin de semana, y cuando termines, seguro que Teddy
necesita ayuda en recepción.
La muchacha obedeció a regañadientes pero hizo todo lo
que Ayla le ordenó. Esa si era la Ayla de Bear, la que no se dejaba pisotear
por una mocosa caprichosa. Sonrió inconscientemente. Ella se dirigió al armario
de las botellas, cogió una que en la etiqueta ponía Cabernet Sauvignon y se sirvió una copa. A Bear no le hizo
demasiada gracia aquello, pero se privó de intervenir. Hasta ese momento de
silencio y tranquilidad, no se había dado cuenta del rostro de cansancio de
Ayla.
-¡Esto es enorme!-gritó Gabe que seguía en su
mundo-¿Has dicho que nos van a preparar habitaciones?
-Así es,-explicó ella forzando una sonrisa desde su
silla de escritorio-este es el antiguo edificio donde se fabricaba el mosto
para hacer el vino, ahora es mi editorial. Arriba hay dos pisos más que son
parte de la antigua vivienda del amo de las bodegas: ahora los hemos reformado
y es donde vivo yo. Hay tres habitaciones con su baño, un despacho y un salón
comedor. El piso de superior es mi apartamento particular, la verdad es que da
gusto tener el trabajo tan cerca de casa, te ahorra muchos madrugones.
-¿Entonces este es tu edificio y qué hay en el
resto?-preguntó Gabey.
-Se sigue usando de bodegas para los turistas, es
bastante rentable así que al menos reducimos costes. Hay un restaurante de
lujo, una zona de cata, una bodega, recepción… ya sabes.
-¿Comes cada día en un restaurante de lujo?-se
sorprendió el muchacho.
-¡No!-respondió Ayla con una sonrisa y los ojos
brillantes-Alquilamos a una franquicia uno de los espacios del patio interior y
comemos y desayunamos allí.
-¿Entonces, el negocio va bien?
-Aún es pronto para saberlo.-forzó otra sonrisa
cansada-Apenas hace tres meses que abrimos, pero estamos recibiendo muy buenos
manuscritos, y no solo de escritores nóveles, el otro día, estuvo aquí Michael
Gordon.-dijo Ayla disminuyendo el volumen de su voz. Bear no sabía quién era
ese tal Gordon, pero por cómo le brillaban los ojos a Ayla, debía de ser un
escritor muy importante- La prensa también tiene buenas perspectivas, y eso
también ayuda.
Dio un sorbo al líquido dorado de su copa.
-Impresionante, lo malo es que no puedes venir
demasiado a vernos…-Gabe susurró medio avergonzado aquello último.
Ayla se levantó de su asiento y los abrazó a los dos.
A Bear la encantó sentir como el cabello ondulado le acariciaba las mejillas y
un perfume muy femenino le invadía los pulmones.
-Venga chicos, estoy a un par de horas en tren, si me
hubiese quedado en Nueva York, tendría que coger un avión cada vez que quisiera
estar con Matt. Él viene muchos fines de semana a verme, y yo voy a Los Ángeles
siempre que puedo, y sabéis que si me necesitáis me planto en vuestra casa en
un abrir y cerrar de ojos.
-¿Y qué hay de Nueva York? Creo que ahí se editan
muchos más libros que en California.
Esta vez su sonrisa fue de lo más pícara:
-Tengo a alguien de confianza en Nueva York, que gestiona
todos mis asuntos allí.
-Tiene que ser alguien de mucha confianza.-respondió
Gabey que sonrió travieso.
-Es Alba.-su rostro empalideció como el de un
fantasma, mientras Bear no pudo evitar que se le escapase una risita-Está
viviendo en mi apartamento de Manhattan y se encarga de que La Chica del Continente llegue por toda
la Costa Este.
-¿Alba está aquí?-la expresión de terror de Gabe era
más exagerada que cuando Bart Simpson se entera de que el Actor Secundario Bob
ha escapado otra vez de la cárcel. Ayla, por su parte, sonreía maliciosa
mientras se llevaba la copa de vino a los labios.
-Si con ‘aquí’ te refieres a California no, no está
‘aquí. Si te refieres a Estados Unidos sí, pero suele venir al menos un par de
veces al mes. Quizá se planta aquí este fin de semana…-respondió ella irónica.
Gabe se puso tan nervioso que se le cayó el teléfono
al suelo y como era tan torpe y tenía las manazas sudorosas tardó una eternidad
en recogerlo. Momentos en que Bear y Ayla no pararon de reír mientras el rostro
del hermano menor enrojecía cada vez más.
En ese momento entró Lía al despacho, ninguneó a Gabe
con la mirada y se dirigió a Ayla:
-Teddy dice que ya han preparado los cuartos de tus
amigos. ¿Se los enseño?
-Me vendría bien una ducha para quitarme el polvo del
viaje-gritó Gabe dando un salto y saliendo tras Lía-¿No vienes, Bear?
-En seguida subo.
Una vez estuvieron a solas, Ayla escupió en el suelo,
se rascó la cabeza bruscamente y puso los pies sobre el escritorio, antes de
servirse otra copa de vino.
-Maldito bastardo.-refunfuñó.
-Ayla, no hables así de él, es mi hermano.-protestó
Bear aunque no en tono de enfado.
-Como si es el presidente, se aprovechó de mi mejor
amiga y luego la dejó plantada, ni siquiera tuvo la decencia de llamarla, Alba
tuvo que enterarse por la prensa. No tendría que haberle dejado ni entrar aquí.
-Matt se enteró de que salías con otro chico porque lo
vio en un periódico…-susurró Bear haciéndose cada vez más pequeño.
-No digo que lo que hiciese estuviese bien, no predico
con el ejemplo, solo digo que Gabe no ha actuado bien. Es un completo
imbécil.-volvió a escupir y se frotó exhausta los ojos, dejando al descubierto
dos enormes bolsas negras de maquillaje. Hacía tiempo que no dormía bien, y no
era por el trabajo que tenía, Bear sabía exactamente desde que instante había
perdido el sueño, y él era irremediablemente parte de esa historia.
Bear sonrió sin darse cuenta, esa era la Ayla que él
conocía y adoraba: la que le daba igual su aspecto, la Ayla despeinada que se
mordía las uñas y no se mostraba como una niña pija y refinada embadurnada de
cremas y potingues intentando parecer amable con todo el mundo, coqueteando con
todo el mundo. Ella era una princesa salvaje, coronada con agujas de pino y
bendecida con agua de mar…
Él se acercó al otro lado del escritorio, sonrió
satisfecho y cogió sin pudor uno de los marcos de fotos que decoraban el mueble.
Era una foto pequeña y de no demasiada calidad, estaba algo desenfocada. El
marco era rectangular de madera artificial y de color oscuro.
-Soy una anticuada, me gusta que las fotos tengan sus
marcos. Inspiran recuerdos.-explicó ella.
El joven Brown conocía aquel paisaje, aunque estuviese
completamente cubierto de blanco. Era Alaska, su hogar, su añorado hogar y en
el centro de la fotografía el rostro de dos personas, casi ocultos por cuellos
altos y sombreros desgastados: solo se distinguía con relativa claridad los
ojos azul claro de uno y los ojos bicolores de ella.
Ayla sonrió nostálgica al ver como Bear examinaba la
foto: pasó los dedos por el cristal, como si pudiese tocar la nieve desde allí.
Apretó la mandíbula con fuerza y una lágrima estuvo a punto de derramarse de su
ojo al darse cuenta de que pasaría mucho tiempo antes de que pudiese tocar de
nuevo aquella nieve.
-Matt me pidió que me casase con él poco después de
tomar esa foto.-Ayla se había apoyado sobre la mesa para contemplar con esa imagen.
Sus pechos altivos y juveniles se insinuaban entre la blusa desabrochada por la
parte superior. El frío anillo de plata con brillantes verdes estaba aplastado
entre ellos. Bear tragó saliva. Una gota de sudor frío resbaló por su sien,
soltó el marco torpemente y se puso a dar vueltas por la estancia, fingiendo
que cotilleaba los libros que Ayla guardaba en sus estanterías, cuando en
realidad estaba intentando que su corazón no le perforase el pecho de tan
rápido como le latía. Se detuvo en uno de los posters de las películas de Ayla,
en él aparecían cuatro figuras masculinas: dos hombres jóvenes y guapos en
primer plano, un hombre con gabardina y corbata en segundo, y al final otro de
traje negro con una antorcha de fuego rojo prendida en los dedos. El fondo era
totalmente gris: la hierba, el cielo y la iglesia de madera. Únicamente destacaba
una lluvia de estrellas entre las nubes:
-¿En qué piensas?-preguntó ella con su voz grave y
sensual después de un largo silencio.
-En que veo muchas botellas de vino en el despacho de
alguien que está prometida con un alcohólico.
-No seas exagerado Bear.-respondió Ayla quitándole
hierro al asunto, aunque ya estuviese apurando la segunda copa de mosto dorado-Esto
es una bodega. Es normal que haya vino, y además a Matt no le molesta que beba.-la
mueca de su rostro le comunicó que no estaba demasiado convencido- Recibo mil
manuscritos al día. Si no fuera por el vino no podría leerme ni la mitad.
Algunos son infumables.
-Ya sabes lo que pensaban de ti esas grandes
editoriales cuando tenías dieciocho años e ibas puerta por puerta entregando
tus libros…-se arrepintió al momento de haber pronunciado aquella frase. Apretó
los puños tan fuerte que se clavó las uñas en las palmas, y dejó que el dolor
se llevase las inaguantables ganas de echarse al suelo a llorar como un
cervatillo huérfano.
Ayla, por su parte, se acercó a él decidida, con las
caderas contoneándose y los mechones de pelo castaño rozándole las mejillas
rosas. Bear empequeñeció ante la posible represión de ella: le habían quitado
su hogar, su libertad y habían eliminado prácticamente el 90% de su
personalidad. Había soportado todo eso, pero no podría soportar que lo único
que todavía le hacía sonreír, terminase odiándolo. La cuestión dio un cambio de
rumbo de 180 grados cuando Ayla se detuvo a menos de un palmo de su rostro. De
entre sus labios entreabiertos se escapa el agrio sabor del vino blanco que a
Bear le raspaba la garganta. Le iba a gritar, su ceño fruncido le dijo que le
iba a gritar, pero es que Bear no era consciente todavía del gran poder que
ejercía sobre Ayla Hurst en cuanto ella le miraba a los ojos.
De repente, ella tenía la mirada perdida, con las
pupilas fijas en los suyos, totalmente ausente. El color verde oscuro lo acentuaban
las pestañas negras junto a las mejillas rosadas, bajo los pómulos difuminados.
Sus labios húmedos aclamaban a gritos ser besados. Aun recordaba aquel
inesperado beso en su árbol, apenas le rozó los labios pero fue suficiente para
que un panal de abejas se rompiera dentro de su ser. Tampoco había olvidado el
tacto templado de su piel, y como se erizaba cuando el pasaba por encima sus
manos frías y curtidas. Daría todo lo que fuese por regresar a su cabaña en el
árbol, por regresar con ella a su cabaña del árbol.
Bear notó como a ella le flaqueaban las rodillas y se
sujetaba por sus antebrazos. Él no reaccionó, es más, se quedó inmóvil como un
cazador atento, temeroso de que cualquier movimiento en falso, podría
espantarla. No era la primera vez que Ayla reaccionaba así cuando lo miraba a
los ojos, no sabía el motivo, ni tampoco iba a preguntárselo. Pero durante
aquellos instantes en los que ella se dejaba caer en su mirada, era suya. No
era de Matt, no era de nadie, era solo suya.
-Ha sido un viaje muy largo.-dijo finalmente ella
cuando recobró la compostura- Debéis estar muy cansados, será mejor que os
instaléis y os deis una buena ducha. Teddy os enseñará las bodegas por la tarde
y nos vemos para cenar.
Se separó de él con las piernas temblorosas, cogió una
tableta electrónica de su mesa y se la acercó a los ojos. El brillo azul de la
pantalla no logró disimular el rostro enrojecido de Ayla.
Bear sonrió con su característica sonrisa traviesa.
¡Qué cerca había estado de besarla otra vez!
Hacía tiempo que Bear Brown no se lo pasaba tan bien.
No era un bosque alaskeño, pero la extensión de los viñedos le permitió correr
todo lo que el cuerpo le pedía después de meses de clausura en la claustrofóbica
metrópolis. Aprovechó aquel ratito de soledad para analizar los sentimientos
que entrechocaban en su cuerpo: se alegraba por Matt, era su hermano mayor y
estaba prometido con una mujer fantástica. Ayla era inteligente a la vez que intuitiva,
enigmática, rodeada siempre por aquella misteriosa aura de tristeza. Sensual, de
penetrante mirada animal y provocativas curvas. Se esforzaba por aprender, por
escuchar, por hacerse más fuerte y eso era lo que más cautivaba de ella. Al
mismo tiempo, Bear se entristecía por sí mismo, porque ella no le
correspondiese como correspondía a Matt, porque como según Noah afirmaba, “hay
una alma gemela para cada uno”. Su hermano menor no había tenido en cuenta que
a veces las “almas gemelas” se cruzan entre ellas, y su “alma gemela” se había
cruzado con la de Matt, provocando un enredo imposible que solo había que comenzado
a liarse.
RECORDAD QUE SI OS HA GUSTADO PODÉIS HACER UNA DONACIÓN VÍA PAYPAL: https://www.paypal.me/aaylahurst
Este es el primer capítulo de la Segunda Temporada de Tierra Mojada, podéis disfrutar de la serie completa aquí: http://aylahurst.blogspot.com.es/p/alaskan-bush-people.html
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Madre mía, vaya lío!!
ResponderEliminarÉsto puede terminar de cualquier manera, a ver qué pasa...
Cómo han ido los exámenes, espero que bien...un saludo!!
Más que los exámenes es el maldito trabajo de fin de grado, que me tiene loca.... ¡Pero poco a poco! Un beso, guapa.
EliminarHola acabo de leer todo de un tirón! Simplemente guau, ha sido impresionante.pero perdona q pregunté Esto, es q no me ha quedado claro ¿ Esto es de verdad o es creado? Madre mía si parece otro programa distinto a lo q veo en la tele! Jajaja si es verdad enhorabuena por tu compromiso no? ;)
ResponderEliminaruiii tranquila, no es la primera vez que me lo preguntan jejeje. Ya me gustaría que fuese real, en realidad solo soy una escritora novata intentando hacerse un hueco en el sector. ;)
Eliminar¡Un abrazo!
Hay algo entre estos dos, pero ya nos lo iras desvelando. De momento nos toca esperar... que intriga!!!! o igual aparece alguien que atraiga a bear y todavia se lia mas 😉
ResponderEliminarPero, ¿se puede liar esto más? JAJAJAJAJAJ
EliminarCapitulo releido. Esperando con ganas el siguiente!!!! ����
ResponderEliminarA finales de semana o a principios de la siguiente publico el capítulo.
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