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S.2. Capítulo I: La Chica del Continente


Habían sido unas largas horas en autobús desde Los Ángeles, pero a los hermanos Brown les produjo cierta sensación de alivio, el hecho de salir de la metrópolis y encontrarse en una vasta extensión de campo: no era la naturaleza salvaje a la que estaban acostumbrados, es más ni se le parecía. No había montañas, ni nieve ni osos, ni siquiera árboles. Solo era un gran terreno de viñedos que empezaban a echar hojas al inicio de la primavera. Tampoco olía como Alaska, aun se notaban los carburantes de los vehículos en el aire y los químicos que les echaban a las viñas. Gabe Brown asomaba la cabeza por la ventana del autobús como un perrito al que sacan a pasear, a su lado, Bear dormitaba utilizando su mochila a modo de cojín:
-¡Despierta hermano!-le sacudió Gabey por los hombros-ya casi hemos llegado.
Desde que se habían instalado en California, que Gabriel Brown se había vuelto más “cosmopolita” había dejado crecer su alborotado pelo rizado, se había tatuado la cabeza de un lobo en una pierna y se había hecho un piercing en la ceja. Bear, en cambio, mantenía su cabello largo y liso y la frescura y el perfil animal que lo caracterizaba en su vida salvaje.
Hacía rato que habían pasado el enorme cartel de madera que daba la bienvenida al Valle de Sonoma, con letras enormes y un racimo de uvas moradas. Ya habían pasado varias bodegas, lujosas casas antiguas reformadas donde los turistas acudían a catar los famosos vinos y mostos del valle.
La última parada del autobús destartalado lleno de alemanes, holandeses y suecos fue en la entrada de la Bodega de Nuestra Señora de Guadalupe, allí fue donde los dos hermanos Brown se separaron del grupo de extranjeros en pantalón corto y prosiguieron su camino a pie, durante una milla al norte. Cargados con sus mochilas y en camiseta de tirantes, el sol californiano pegaba fuerte esa mañana de principio de marzo, y aunque Bear, Gabe y toda su familia llevase casi un año viviendo en el sur, aún no habían logrado adaptarse a ese horrible calor. Había sido un año de lo más intenso para la familia Brown: Matt había vuelto de la rehabilitación y Ami estaba respondiendo bien al tratamiento. Bam se había ido a vivir con Allison a la Costa Este y Noah se había prometido y planeaba su boda para finales del verano siguiente. Gabe había perdido la virginidad y Rainy se había hecho mayor, pero una de las cosas que más había impactado a Bear Brown aquel último año (por supuesto, no tanto como la enfermedad de su madre) era la aparición de Ayla Hurst en su vida. Había sido una soleada mañana de principios de primavera, justo como aquella, en la Isla de Chichagof, en el condado de Honnah-Angoon, Alaska, cuando su hermano mayor había desembarcado en la playa de Browntown, llevando a una chica tímida de la mano: una joven de cabello castaño rojizo, ojos heterocrómicos y rasgos suaves y delicados. Una chica que cambiaría la vida de toda la familia.
El camino de tierra polvorienta llevó a los dos exhaustos y sudorosos hermanos Brown hasta una verja de hierro forjado, decorada con espléndidos racimos de uvas y hojas de parra, con dos querubines custodiando la entrada. Un cartel dorado en elegante caligrafía daba la bienvenida a El Balcón del Mediterráneo.
Un guardia de seguridad les cortó el paso en la entrada, pero Bear y Gabe sacaron unas tarjetas de sus bolsillos que les abrieron las puertas de la finca de par en par. Penetraron por el camino de adoquines que conducía al gran casoplón rodeado de viñedos. La casa era una antigua bodega del siglo xix, pintada de blanco con pequeñas ventanitas arqueadas y de unos cuatro pisos de altura. Un patio de arcos de medio punto en la parte inferior y rojos tejados en las almenas. Los muchachos atravesaron el patio interior deleitándose con la espectacular arquitectura del lugar: en el centro había una fuente con esculturas mitológicas, tanto griegas como nórdicas y alrededor alegres parterres de flores de brillantes colores que envolvían el aire con un suave aroma y que complementaba la frescura del recién regado césped. A ambos lados del patio había dos grandes puertas de roble y hierro forjado que conducían a las bodegas donde se almacenaba el vino y los otros productos vinícolas que allí se elaboraban. Por las paredes había pequeñas placas de arcilla explicando los distintos tipos de uvas que allí se cultivaban, la mayoría provenían del sur de Francia y del este de este de España, y por eso daban ese nombre a las bodegas, además de recordar los orígenes de su propietaria. Aunque lo que de verdad destacaba de ese lugar era la enorme puerta de cristal al fondo del patio, y que rompía con el estilo rústico del resto del complejo. Los muchachos se acercaron asombrados, en un lateral se adivinaba una placa dorada con una inscripción en negro: Bodegas El Balcón del Mediterráneo. Editorial: La Chica del Continente.

Los hermanos intercambiaron una mirada y un encogimiento de hombros y entraron a la ajetreada oficina. La tranquilidad que se respiraba en el exterior de la casa no tenía nada que ver con el interior de la editorial: el suelo estaba hecho de mármol blanco resplandeciente, tanto que a ambos hermanos les dio miedo mancharlo con sus botas llenas de tierra. Había gente andando por todas partes: mujeres y hombres trajeados con un montón de papeles y hablando a gritos por el teléfono móvil. La sala era ancha y alargada, con varios cubículos de cristal opalizado al final del pasillo y una estatua de tres dragones de hierro azulado, peleándose entre ellos, decoraba el centro de la estancia. Una inscripción se leía en una placa al pie de la escultura: “para A. Hurst de parte de M. Michaels”. Gabe se acercó para leer la inscripción detenidamente, pero Bear le llamó la atención con temor a que su patoso hermano rompiera aquella valiosa pieza.
Al ver a tanta gente arreglada, Bear y Gabe sintieron vergüenza de sus brazos y sus hombros desnudos, se soltaron las mochilas y se pusieron unas camisas sobre los tirantes, la de Gabe era de cuadros rojos y negros, la de Bear de estampado de camuflaje. Disimuladamente y a espaldas de su hermano, sacó un espejito del bolsillo de sus vaqueros y un peine plegable y se arregló su pelo largo del color del oro fundido, como solía decir Ayla. Bear sonrió al recordarlo, no había sentido miedo hasta ese instante, pero poco le faltó para salir corriendo y regresar a Los Ángeles a pie, o mejor dicho, de volver a Alaska a nado. En realidad, no hacía demasiado tiempo que no veía a Ayla pero nunca sabía cómo reaccionaría cuando la viese la próxima vez. Seguía guardando la carta que ella le había escrito, era un simple párrafo, pero para él significaba tanto… Se limpió las manos sudorosas en sus viejos Levi’s Straus y se enderezó para colocarse la camisa sobre los hombros. Estaba sudando a mares y el corazón le palpitaba extremadamente rápido a la vez que un cosquilleo le recorría el esófago. Cerró los ojos un instante para intentar visualizar la última sonrisa que Ayla le había dedicado: le acariciaba la mejilla y el pelo con ternura, y tenía los pómulos y la nariz enrojecida por el frío, pero aquellos ojos vidriosos y verdes le miraban solo a él, no a Matt, no a Bam, no Alba, a él.
“Si hubiese tenido corazón, podría haberte amado” su voz le cortaba el rostro como la gélida brisa alaskeña.
-¿Cómo encontraremos a Ayla en un lugar tan grande y con tanta gente?-preguntó Gabe anonadado aún por la elegante decoración del lugar.
Bear miró a su alrededor, o bien podía encaramarse a la gran lámpara colgante que iluminaba desde el techo, o bien podía acercarse al mostrador a pedir información: Tras la barra semicircular, bajo el cartel de “Recepción” había un joven ordenando papeles y atendiendo al teléfono. Tendría unos veinticinco o veintiséis años, el cabello corto y alborotado de un extraño color naranja, pequeños ojos azules ocultos tras unas gruesas gafas de pasta en un rostro redondo y mal afeitado. Camisa azul marino, abrochada hasta el cuello y con pequeños estampados en blanco.
-Disculpe señor,-pronunció todo lo educadamente que pudo, aunque colocase sus manos sudorosas en la impecable y brillante mesa de mármol- me llamo Solomon Brown, y este es mi hermano Gabriel…
El recepcionista le hizo callar poniéndose un dedo en los labios, cogió el teléfono y comenzó a hablar sobre un montón de temas editoriales y literarios que Bear no logró entender, después de que les hiciese esperar más de diez minutos, el joven les atendió por fin:
-Me llamo Solomon Brown, y este es mi hermano Gabe.-repitió Bear pacientemente-venimos a ver a Ayla.
-¿Tienen cita?-preguntó el muchacho pelirrojo sin levantar la vista de su ordenador.
-No, venimos a darle una sorpresa.
-Me temo que la señorita Hurst está demasiado ocupada para recibir alguna sorpresa.
-¡Venga hombre! No seas así…-se quejó Gabey poniendo sus enormes puños sobre la mesa, algo que al recepcionista no le hizo demasiada gracia-¿A quién no le gustan las sorpresas?
Bear, sin perder la calma, extrajo de su cartera la tarjeta que Ayla había regalado a cada miembro de la familia Brown, y que les proporcionaba el acceso libre a todas las instalaciones de La Chica del Continente, tanto en la Costa Este como en la Costa Oeste. El joven se miró la tarjeta con resignación y durante un instante que a Bear le pareció eterno:
-Lo lamento caballeros,-el chico tenía una voz dulce, pero utilizaba un tono muy impertinente, o eso le parecía a Bear, quizá solo fuese el estirado acento británico- pero la señorita Hurst tiene una agenda muy ajetreada esta semana, y le será imposible atenderles por el momento, ¿qué les parece si les apunto para el día doce de dentro de dos meses? ¿A las diez de la mañana les viene bien?
-¿Estás de broma?-gritó Gabey golpeando de nuevo la mesa, mostrándole al mundo que aún no controlaba del todo su fuerza, y provocando que al recepcionista se le deslizasen las gafas nariz a bajo.
Bear y Gabe aún discutían con el muchacho cuando la puerta de uno de los cubículos se abrió y de ella salieron dos personajes: uno era un hombre muy alto, de rostro alargado y bien afeitado, pelo negro, con pecas en la cara, labios gruesos y ojos oscuros y almendrados. Vestía con un traje negro muy elegante, a la vez que informal con las mangas de la americana arremangadas y el nudo de la corbata granate suelto. La otra era una mujer, era Ayla, o al menos alguien que se le parecía: las hondas de su pelo habían desaparecido, en su lugar una cascada de cabello liso con mechas rubias le envolvía el rostro hasta la nuca, llevaba una camisa blanca arremangada, con un generoso escote, una falda de tubo negro, medias a juego y zapatos de tacón. Los labios rojos iluminaban su sonrisa a millas de distancia. Bear siempre había pensado que le quedaba extremadamente bien el carmín rojo. Charlaba amistosamente con el caballero alto, que debía tener más o menos la edad de Matt, aunque era mucho más atractivo que su hermano mayor. Para el gusto de Bear, charlaban demasiado amigablemente, el hombre en cuestión se tomó las confianzas suficientes como para empujar a Ayla suavemente por la cintura mientras cerraba la puerta de la habitación de cristal.
-¡No puede ser!-Bear se dio la vuelta y cerró los ojos. La voz de Ayla le recordaba siempre al viento alaskeño-¿Gabey? ¿Bear? ¿Qué hacéis aquí? ¡Por Dios menuda sorpresa!
El tono de ella era jovial y entusiasta, sin duda se alegraba de verles. Bear se dio la vuelta, pero Gabe ya había corrido hacia su amiga para abrazarla.
-Señorita Hurst, ¿les digo a estos caballeros que está muy ocupada para atenderlos?-se pronunció el recepcionista poniéndose en pie.
-Por favor Teddy, te he dicho mil veces que no seas tan formal, y que me llames Ayla.-explicó ella con suavidad- Y ya sabes que cualquier miembro de la familia Brown es bienvenido aquí, Bear y Gabe son de la familia.
Gabe se despegó de Ayla para volver a encararse con el recepcionista. Golpeó el mármol y se puso de puntillas, aunque su estatura pasaba de sobras la del joven pelirrojo.
-Ya lo has oído, somos familia. Esa chica que ves ahí va a casarse con mi hermano.-le escupió Gabey en un impulso que empapó las gafas de Teddy e hizo trizas el corazón de Bear.
Se acercó a ella lentamente mientras intentaba por todos los medios disimular como temblaba de miedo. Una gota de sudor le resbaló por la sien.
-Parece que estás ocupada.-pronunció el caballero alto con una voz muy grave cuando Bear se hubo plantado delante de ellos- Te dejo con tus amigos, gracias por atenderme, Ayla. Nos vemos la semana que viene.
Y le dio un beso en la mejilla de despedida, que Ayla le devolvió cariñosamente.
-¿Quién era él?-preguntó Bear antipático y sin aguardar a que el caballero se hubiese alejado lo suficiente.
Estaba claro que la pregunta tan desconfiada había ofendido a Ayla, pero decidió responder con cortesía antes de iniciar una discusión. Ella aborrecía las discusiones:
-Se llama Adam Ford, su mujer nos está escribiendo un recopilatorio de relatos eróticos. Adam ejerce como su agente y hemos tenido una reunión de negocios.
Bear suspiró más tranquilo, porque mientras Ayla hablaba, observó como su “anillo de compromiso” se balanceaba entre sus pechos, agitándose con su respiración. Ayla llevaba colgado del cuello el anillo de plata y brillantes verdes que Matt le había regalado cuando “se comprometieron”. Estaba claro que le tenía mucho cariño, puesto que había encargado una cadena y un broche especial para sujetarlo en torno a su cuello, y del que en pocas ocasiones se desprendía.
-Me alegro de verte Bear.-dijo en un tono más sobrio mientras sus brazos se enrollaban en torno a su cuello. Él retuvo un suspiro cuando sujetó contra si el pequeño cuerpo de ella, y sus pechos se aplastaron contra su corazón que palpitaba a velocidades vertiginosas. Una ola de calor le recorrió el cuerpo, sentía las sienes empapadas al tiempo que estrechaba su espalda contra sí y el olor dulzón de su pelo le inundaba los pulmones.
-Queríamos darte una sorpresa.-pronunció Gabey incorporándose a la conversación y salvando a su hermano de sufrir un infarto-Como no pudiste venir por San Valentín, hemos venido nosotros, casi con un mes de retraso-sonrió mostrando su diente mellado-pero así somos los Brown. El objetivo principal era que viniese Matt, pero está con gripe, y como ya habíamos comprado los billetes de autobús y hacía mucho tiempo que no te veíamos, decidimos venir igualmente.

-Y me alegra que lo hayáis hecho. Me encanta tener siempre a algún Brown correteando por mi oficina. Venid, subid a mi despacho y así nos ponemos al día. Teddy, cancela el brunch de las doce, dile a Lourd que lo aplazamos para esta tarde, y despeja mi agenda para esta noche y encárgate de que preparen dos habitaciones de mi apartamento para que mis amigos pasen el fin de semana.
-¿Y qué hay de la entrevista con los de TV Insider?
-Cancela lo también, son unos frikies.
-Que profesional has sonado. Miradme, soy Ayla Hurst, soy empresaria y tomo brunch con gente famosa. Por cierto, ¿qué es un brunch?-se burló Gabey, a lo que Ayla respondió dándole un puñetazo en el brazo.
-Venga chicos, tenemos mucho de qué hablar. No nos vemos desde ¿navidad? -Ayla comenzó a subir unas escaleras de caracol muy modernas, con escalones de color azul transparente que conducían al segundo piso de la editorial y que ocupada su despacho personal. Andaba contoneando las caderas, con andares torpes y graciosos por su poca práctica con los tacones altos. Gabe la siguió, Bear cerraba el grupo-Ah, y Gabey-dijo deteniéndose de golpe y advirtiendo al muchacho con un dedo acusador. No vayas diciendo por ahí que voy a casarme con tu hermano. Matt y yo no estamos prometidos. No le dije que sí.
Gabe sonrió pícaro:
-Llevas un anillo y como él mismo dice, tampoco le dijiste que no.
Esa fue la frase con la que Matt entró cantando a la habitación de sus padres en Santa Mónica, una vez regresaron de cerrar Browntown, junto con Ayla y las chicas. Qué bien le sentaba California a la joven mediterránea: tenía las mejillas sonrojadas y los labios brillantes. Parecía más alta y erguida, y no estaba siempre encogida y muerta de frío. El día que aterrizaron en Los Ángeles, llevaba una camiseta blanca, con letras rosas y negras estampadas en el pecho y unos vaqueros ceñidos que la envolvían en un aire fresco y veraniego, aunque para Bear, Ayla estaba bonita incluso con aquel plumón abrochado hasta el cuello y el rostro oculto bajo la braga, con diminutos copos de nieve posándose en sus pestañas.
Faltaban un par de semanas para navidad y Matthew Brown no había estado tan feliz desde que consiguió ingeniárselas para hacer una espada llameante y usarla de untador de sándwiches. Bear no olvidaría nunca el rostro pálido y de terror de Ayla cuando entró a la habitación donde reposaba la enferma. Temblaba como un pollito cuando su madre le suplicó un abrazo… Ami estaba muy delgada, cadavérica y había perdido la mayoría de su pelo, y lo peor de todo, Ayla ya había pasado por todo eso antes.
-¿Cómo te encuentras hoy, mamá?-le preguntó Matt cogiendo a su madre de la mano y sentándose sobre la cama.
-Hoy bastante bien.-respondió ella frágilmente y casi en susurros-Me alegra teneros de vuelta a todos.
Apenas hacía unas horas que habían regresado de Alaska, Bear observó el rostro de Ayla, parecía muy cansada, exhausta. Matt también tenía unas grandes ojeras bajo los ojos, pero mantenía esa sonrisa suya que tanto le caracterizaba. La familia había alquilado una pequeña casa en un barrio de Santa Mónica: la choza en si tenía un gran patio, pero solo tres habitaciones y un baño donde se apiñaban los Brown y cinco de sus hijos. La habitación principal, aunque pequeña era muy luminosa, la cama con la colcha de flores ocupaba casi todo el espacio y el aroma a flores frescas acariciaba suavemente los sentidos. No había armarios, tan solo algunas estanterías con libros y mapas y una cajonera oculta bajo el colchón. En la estancia, se habían apiñado Gabe y Bear en un rincón apartado, junto con Cupcake, Billy estaba a la derecha de la cama, sentado en una silla cerca de Matt. Las chicas estabas a la izquierda de Ayla, e incluso el gato, había decidido que no había suficiente gente en la casa y se acomodó sobre la cama. La joven extranjera, ocupaba el centro de todas las miradas, parecía que estuviese a punto de desmayarse.
-Pues tengo una noticia que te va a alegrar.-dijo el mayor de los hermanos con los ojos iluminados. Se pasó las manos por los rizos plateados y se aclaró la garganta. Ni él mismo se lo creía todavía.-Le he pedido a Ayla que se case conmigo.-Lo primero que escuchó Bear fue el grito de sorpresa de Rainy y como las dos hermanas rodeaban a Ayla en un gran abrazo de oso. La sonora risa de Billy retumbó por la habitación y Gabe se abrió paso dando empujones hasta su hermano mayor y le dio una fuerte palmada en el hombro, felicitándolo. Ami se llevó las manos al rostro y derramó unas lágrimas de alegría. Era su sueño, el ver a sus hijos casados y dándoles nietos, si Ayla anunciaba en aquel mismo instante que estaba embarazada, harían de Ami Brown la mujer más feliz del mundo.- ¿Y sabéis lo mejor de todo?-prosiguió Matt-¡No me ha dicho que no!
Todos empezaron a reír divertidos, incluso Ami mostró una débil sonrisa. Todos a excepción de Ayla, que tenía el rostro pálido de terror y los labios blancos. Los ojos cubiertos bajo una capa de cristal y la piel de los brazos erizada, cuando Ami la llamó a su lado, la muchacha se acercó temblando y forzando una débil sonrisa. Bear era el único de los allí presentes que no se había alegrado de la buena nueva, tenía el corazón destrozado. Nunca se había caído de un árbol, pero estaba seguro que se sentiría la misma presión apresora en el pecho que experimentaba en esos momentos:
-¿Cuándo se lo pediste?-logró pronunciar con un nudo en la garganta.
-Pocos días antes de marcharnos de Alaska. Sabía que tenía que hacerlo antes de que nos fuéramos. Es un lugar especial para ambos, tenía que ser allí.
Las miradas de Bear y Matt se cruzaron durante un instante eterno.
- ¿Y cuándo es la boda?-preguntó Rainy quien probablemente ya tendría mil planes en la cabeza sobre cómo organizarla-¿Te cambiarás el apellido? ¿Puedo ver el anillo?
Ayla se lo había colgado del cuello, con una cuerda negra trenzada. Bear reconoció la joya en seguida, se trataba del anillo favorito de Matt: el de plata con los brillantes verdes. Se lo mostró a Rainy recelosa:
-Prometo que en cuanto pueda, le compraré un anillo de verdad-Ayla no quería un anillo de verdad, quería ese anillo-Pero lo primero es mamá-aclaró Matt-y después ya veremos.
Ami tenía las manos de Ayla envueltas entre las suyas, le acarició el rostro con delicadeza:
-Que sepas que has hecho muy feliz a esta anciana.-Bear podía sentir el terror que invadía a Ayla en aquel instante, la presión, la sensación de sentirse presa-Sé que cuidarás muy bien de mi hijo, y que él cuidará de ti, y de que tendréis niños preciosos a los que criaréis en un entorno libre y salvaje.
Ayla estaba a punto de estallar: se mordía el labio nerviosa y una lágrima se le escapó entre las pestañas. Y no, no era una lágrima de alegría. Quería huir, apenas había pronunciado palabra desde que habían entrado en la casa, se sentía verdaderamente incómoda y presa en esa habitación llena de tantas personas. Le faltaba el aire. Bear observó cómo le temblaban las piernas reposadas sobre la cama de su madre, estaba a punto de salir corriendo cuando de repente…
-¡Mamá! ¡Papá! Ya estamos aquí…
Con su largo pelo totalmente suelto, una camiseta negra ajustada y unas gafas de sol oscuras, Bam Bam entró en la habitación con sus andares soberbios y su rostro serio. En cuento lo vio, Ayla se incorporó de un salto:
-Bam…-se le escapó en un susurro atónita. Si su rostro palidecía más, se volvería invisible.
Su hermano mayor estaba igual de boquiabierto, se quitó las gafas de sol y se frotó los ojos para asegurarse de que no era un sueño:
-Ayla, estás aquí…-preguntó más que afirmó, aún sin creérselo.
Matt, por su parte, sonreía nervioso sin saber dónde meterse. Bam y Ayla no sabían que hacer: abrazarse, abofetearse o hacer como si nada hubiese pasado durante los últimos meses, y fueran los amigos de siempre. Lo que Bear sabía era que ambos eran demasiado orgullosos como para pedirse disculpas. “Son como hermanos, incluso cumplen años el mismo día”. Pensó él.
Después de aquellos interminables segundos de silencio incómodo, continuaron las sorpresas para Ayla, tras Bam, entró una chica alta y delgada, con cintura de avispa y pecho generoso, una voluminosa melena castaña, labios gruesos y ojos azules. Llevaba vaqueros y botas altas, y un top rosa ajustado bajo la chaqueta de lana negra. Matt se incorporó también, ahora era él el que estaba blanco como un fantasma. Bear, que observaba la escena imparcial, rodeó con un brazo el cuello de Mr. Cupcake y le rascó el denso pelaje.
-Ayla,-dijo Bam casi en susurros-esta… esta es mi novia… Allison.
La mujer tendría unos treinta y cuatro años, llevaba un bolso marrón y un café humeante en un vaso de papel. Se guardó las gafas de sol en el bolso y le dio la mano a Ayla:
-Encantada de conocerte…em….
-Ayla. Ayla Hurst.
-¿Hurst? ¿Es australiano?-la chica tenía un tono de voz agudo y alegre, a diferencia del de Ayla, que era grave y melancólico.
-No, es inglés antiguo.
-Oye, tú cara me suena de algún sitio, ¿nos conocemos de antes? ¿Has trabajado en televisión?
Ayla negó con la cabeza. Nadie dijo nada, pero todos los miembros allí reunidos se preguntaron por qué le había mentido.
-Ally, Ayla es…-Bam no sabía cómo describirla en aquel momento. Él aún no estaba al día de cómo habían cambiada la situación durante el último viaje a Alaska.
-Ella es mi prometida.-la cara de Bam Bam era un poema ante la rotunda afirmación de Matt, que, como solía hacer, rodeó a Ayla por los hombros, protegiéndola, o reteniéndola, según se mirase.
-Matt.-saludó Allison-me alegra verte tan recuperado.
Él forzó una sonrisa. Estaba demasiado pendiente de Ayla, que apenas era capaz de articular palabra y estaba blanca, con el cuerpo rígido como el hielo. Bam no deseaba que lo tragase la tierra, probablemente pensase que era una mala decisión, que se habían precipitado, pero no se atrevía a decirlo allí delante de toda la familia, delante de su madre. Bear permaneció inmóvil y al acecho, observando aquel extraño e incómodo momento. El tiempo se había detenido, nadie hablaba, todo el mundo estaba pendiente de la reacción de Ayla, de Matt, de Bam y de Allison. No sabía si echarse a reír o a llorar. Gabe, a su lado, parecía haberse tele transportado a otro mundo. No calculó el rato que pasaron sin decirse nada, perdidos en aquel pliegue en el tiempo. El teléfono de Ayla vibró en su bolsillo, acabando con aquel misterioso escenario de muñecos de cera que habían formado.
-Disculpad, tengo que cogerlo.-dijo la muchacha retirándose de la habitación y suspirando aliviada.
Ami intentó relajar la tensión del momento, haciendo preguntas a Bam y a Ally sobre cómo había sido su viaje, si estaban cómodos en el hotel… pero su hijo no la escuchó, saltó sobre Matt y le agarró del cuello sacudiéndolo con fuerza y escupiéndole unas palabras tan feas que incluso los demonios del Averno se taparon los oídos para no escucharlo. Bear quiso taparse los oídos, pero las palabras de sus hermanos mayores eran capaces de atravesar hasta el más grueso muro:
-¿Es que estás loco, Matt? Hace menos de un mes no os podíais ni ver, te pasabas el día solo, paseando en silencio, pensando en ella… Os hicisteis mucho daño, mutuamente, no podéis estar juntos, no podéis casaros. ¿Es que no lo entiendes, cabeza de chorlito? Os acabaréis matando el uno al otro.
A pesar de las duras palabras de Bam, Matt seguía firme como una roca, con el pecho hinchado y el sudor resbalándole por los puños apretados:
-La quiero Bam, es con diferencia lo mejor que me ha pasado en la vida.-sus ojos vidriosos se posaron en Allison durante un instante. El segundo hermano quedó en silencio, sin saber que responder-Voy a luchar por esto.
Las  palabras que Ayla le había escrito en aquella carta de despedida le ardían en el pecho. Matt y Bam discutieron durante un rato más, sus voces eran pausadas, tranquilas y serenas para no alarmar a su madre, pero sus palabras herían como flechas. Nadie se atrevió a interrumpirlos, a decirles que ya no eran unos críos y que se comportasen como adultos, nadie salvo Allison, que señaló el pasillo con un dedo tembloroso:
Desde su ángulo, en un rincón agachado entre su hermano Gabe y el perro, Bear no veía que sucedía, solo vio como a Matt le cambiaba el rostro de golpe: su expresión se ensombreció y salió corriendo de la sala. Rainy preguntó que pasaba y Bird hizo ademán de ir tras Matt pero Bam la detuvo agarrándola del hombro y obligándola a sentarse. La joven protestó pero la soberbia mirada de Bam Bam y su ceño fruncido la obligaron a permanecer sentadita como una buena estudiante. El mismo Bear también quiso correr, pero se quedó quietecito en su rincón, tan quieto como nunca lo había estado, temblando ligeramente y con el brazo rodeando el cuello de Mr. Cupcake, que salivaba por el exceso de calor. Matt regresó a la habitación pasados unos quince minutos que a Bear le parecieron días, y aunque alzó la voz para que los allí reunidos pudieron oírle, las palabras que salieron de la boca de Matthew Brown se dirigían única y exclusivamente a su hermano Bam:
-La han echado de la editorial. Han rescindido su contrato.
Las chicas se llevaron las manos a la boca y un gesto de pesadumbre oscureció la ternura del rostro de Ami:
-Pobre Ayla…-susurró la matriarca mientras su marido le acariciaba el hombro.
-¿Por qué hacen eso? Ayla es la mejor escritora del mundo.-protestó Snowbird.
Bear miró a Gabey con disimulo, tenía la mirada perdida, ausente en su mundo, no comprendía exactamente lo que estaba sucediendo. Mientras tanto, su piel se volvía blanca y gélida como el hielo, y abrazó al perro con tanta fuerza que incluso llegó a gemir para que lo soltara. Bam Bam pidió más detalles a Matt:
-La han echado por mi culpa, -estaba tan devastado que tuvo que sentarse en la cama. Rainy tomó asiento junto a él y apoyó su cabecita en el hombro: Matt se pasó los dedos por su pelo gris, que llevaba atado en una coleta y se frotó los ojos con fuerza, como si quisiera despertar de aquella horrible pesadilla-la mantuve distraída de su libro, no cumplió con los plazos ni con las expectativas. A la editorial no le salía a cuenta mantenerle un sueldo a Ayla, ni pagarle los viajes si no escribía un libro…
-Pero Ayla es una de las escritoras del momento, no solo escribe novelas, también hace mucha televisión… la prensa habla mucho de ella. ¿Cómo pueden decir que no les sale a cuenta mantenerla? ¿Y qué hay de su agente literario, el tal Frank? ¿No tiene nada que decir?
-También la ha abandonado.-dijo Matt hecho polvo-Se ha quedado sola, y esa es su mayor pesadilla. Ahora tiene que encontrar otro agente, otra editorial, terminar el libro, casarse conmigo…-pronunció aquello último con un nudo en la garganta.
-¿Crees en ella, Matt? ¿La quieres?-preguntó Bam seriamente, (más seriamente de lo normal) mientras Allison se colgaba de su brazo.
-Por supuesto que creo en ella. Por supuesto que la quiero.-respondió él algo ofendido y con los ojos vidriosos por el tono de reproche de su hermano.
-Genial, porque lo que más necesita ahora en este momento, es que crean en ella.
El resto de recuerdos de aquellas navidades estaban ligeramente borrosos en la mente de Bear. Era una navidad cálida, sin nieve y sin frío. Sin muñecos de nieve ni ángeles en el suelo. Sin la cena de mamá, sin Noah pero con Allison. La primera navidad fuera de Alaska.
Ayla, por su parte, se recompuso en seguida de su inesperado despido y, con el apoyo de Matt, comenzó a elaborar el proyecto de La Chica del Continente, algo que ya había empezado a elaborar años atrás, cuando todas las editoriales la rechazaban por ser una escritora novata. Llegó a un acuerdo con el propietario de las bodegas de El Balcón del Mediterráneo, que al parecer, eran viejos amigos de la familia Solano, el padrastro de Ayla, y logró el alquiler del espacio. No vivían en la misma ciudad, pero estaba a una distancia relativamente corta de Matt y del resto de la familia Brown, y cuando ella se instaló definitivamente en Sodoma, su hermano mayor y “prometido” acudía casi cada fin de semana para estar a su lado.  Las chicas también habían ido a verla en alguna ocasión, y también Noah y Rhain, pero era la primera vez que Bear acudía a verla.
La última vez que la había visto hasta aquel fin de semana había sido durante la noche de fin de año. Ayla cenó con los Brown, pero se marchó prácticamente después de media noche para atender a su pequeña empresa a primera hora de la mañana. Empezó el año nuevo acariciando los labios de Matt y sus brazos entrelazados entre ambos. Aquella imagen había deprimido algo al joven Bear, que veía como todos sus hermanos tenían a alguien con quien compartir aquellos momentos. Ayla lo halló sentado en el porche, con un gorro de Santa Claus y una matasuegra estropeada chirriando entre sus labios. Dentro de la casa, el resto de la familia brindaba con sidra, se abrazaban y se felicitaban la entrada del nuevo año.
Bear se levantó y se irguió todo lo que podía. Ella apenas había notado se presencia. Vestía unos vaqueros y deportivas y un jersey de una de esas películas de ciencia ficción que tanto le gustaban. El cabello castaño rojizo le rozaba las mejillas y una tierna sonrisa le iluminaba el rostro. Su piel blanca le recordaba a los cristales de nieve cuando caían balanceándose desde el cielo pálido.
-Perdona Bear, no te había visto.-se disculpó ella, que llevaba una bolsa de viaje colgada del hombro-¿Qué haces aquí?
-Solo he salido a tomar un poco el aire, ya sabes que estas casas pequeñas de la ciudad me ponen nervioso.-respondió gesticulando excesivamente y con una sonrisa forzada-¿Ya te marchas?
-Sí, con el primer tren. Matt va a acercarme a la estación, ha ido a por el coche.
-Pues que tengas buen viaje y espero que vengas a vernos pronto, cuando seas una empresaria de éxito.-bromeó.
Ayla le regaló una sonrisa. Le puso una mano en el hombro y le besó la mejilla con ternura:
-Feliz año nuevo.-le deseó antes de marcharse.
Aún sentía un cosquilleo en la mejilla cuando recordaba como los labios fibrosos de ella se posaron sobre su piel dura y mal afeitada.
Para ser sincero, lo que más deseaba Bear en esos días, no era a Ayla, sino su hogar. Volver a casa, a Alaska. Trepar a su árbol, encender fuego y pescar con las manos. Sentir el frío en los labios y el viento en la cara cuando navegaban. El sabor a sal y el olor a tierra húmeda. Bañarse en el lago de la cascada. Correr, ser libre…. Y no sabía porque extraño motivo, Ayla Hurst le recordaba a todas aquellas cosas. “Si ella estuviese a mi lado, como está en el de Matt, como Rhain está con Noah y Allison con Bam, estar tan lejos de casa no sería algo tan difícil de llevar”. Y es que todos los hermanos Brown comenzaban a enderezar sus vidas, incluso Matt, al que todos daban como un caso perdido, estaba prometido. Todos a excepción de Bear, que había cometido el error de enamorarse de la única persona en toda su vida que en lugar de pedirle que frenara, había intentado alcanzarle. Lo que no sabía ella, era que él estaba dispuesto a echar el freno. Recordaba con frecuencia aquella despedida, e imaginaba a Ayla bailando en la nieve, con las mejillas enrojecidas y los labios cortados. Los ojos vidriosos y alegres, que se deleitaban con la lluvia de cristales de nieve que se mecía suavemente a su alrededor, y entonces, ella corría.
*    *   *
Nada más entrar en el despacho, Gabe sacó el móvil para fotografiar todo aquello y enseñárselo a Michelle, a Rose o a la chica que fuese con la que estuviese tonteando aquella semana.
El despacho de Hurst era un módulo construido sobre la gran oficina, con paredes de cristal opalizado, aunque con un gran ventanal que daba a una espléndida vista de los viñedos en primavera. Una mesa de madera oscura con volutas en las patas era la pieza principal de la habitación y una silla de escritorio de color negra. Detrás había un mueble empotrado de madera antigua restaurado con un montón de botellas de vino y champán. En el mueble de enfrente, del mismo estilo, había libros.  También había un rinconcito para el café, formado por una mesa baja de cristal, un sofá chéster y dos sillas, y por último en un rincón había un gran butacón con una lámpara de pie y una mesita para leer. La habitación estaba decorada con posters de películas y series de televisión. En la mesa de café había sentada una jovencita, de pelo rubio recogido en una coleta alta y polo Ralph Lauren blanco y azul. Vaqueros ajustados y doblados a la altura del tobillo. No apartaba la vista de su teléfono móvil, ni siquiera para saludar a los recién llegados.
Nada más entrar, Ayla se quitó los tacones a patadas y suspiró aliviada. Se dirigió a la mesita de café con sus andares torpes contoneando las caderas y le quitó el teléfono a la adolescente, que protestó enfadada:
-Chicos, esta es mi hermana Lía Solano. Estudia medicina en la Universidad de Nueva York, aunque aprovecha las vacaciones de primavera para trabajar aquí y aprender sobre el valor del dinero. Lía, saluda a Gabe y a Bear, son hermanos de Matt.
-¿Qué hay?-respondió secamente la muchacha, que aún tenía ciertos rasgos adolescentes picándole el rostro alargado-¿Más hermanos de Matt? ¿Pero cuántos de esos hay?
-Lía, levántate y saluda como es debido.-la regañó Ayla a regañadientes.
La chica frunció el ceño y se dejó caer al sofá exageradamente. Los dos hermanos ocultaron una risita, pero finalmente la muchacha se levantó y los saludó a ambos.
-¿Me devuelves ya el móvil?
Ayla se lo devolvió de mala gana, y Lía recuperó la misma posición que cuando llegaron: cruzada de piernas y con el teléfono pegado a los ojos. Bear apenas conocía a Lía, pero al igual que pasaba con los hermanos Brown, especialmente con los varones, no se parecía en nada a su hermana Ayla: tenían un aire en la forma del rostro y en esos grandes ojos verdes, por el resto, mientras Ayla era bajita y voluptuosa, y de elegantes rasgos faciales. Lía era alta y delgada y de rostro alargado y nariz picassiana. Y tampoco se parecían demasiado en el carácter. Ya solo en la manera de vestir lo notaba: Ayla (su Ayla, no esa copia maquillada que tenía delante) le gustaban las sudaderas anchas y los vaqueros, con deportivas, mientras que Lía vestía con un polo ajustado y unos pantalones negros con el dobladillo a la altura de los tobillos y unos zapatos de charol que tenían pinta de ser muy caros.
-Lía está aquí porque como tiene bastante en que su hermana le page la universidad, la residencia en Nueva York, y prácticamente todo, que se ha gastado hasta el último dólar de la tarjeta para emergencias que le dejé…
-¡Esos zapatos eran únicos! No podía dejarlos pasar, si Lauren los viese...
-¡Ya hemos hablado de eso! Qué te entre en la cabeza que no tienes el dinero de los padres de Lauren, y vas a pagar hasta el último centavo de esos zapatos trabajando duro, como hemos hecho todos. Ahora te vas a levantar y educadamente vas a disculparte con mis amigos y vas a ir a preparar sus habitaciones para el fin de semana, y cuando termines, seguro que Teddy necesita ayuda en recepción.
La muchacha obedeció a regañadientes pero hizo todo lo que Ayla le ordenó. Esa si era la Ayla de Bear, la que no se dejaba pisotear por una mocosa caprichosa. Sonrió inconscientemente. Ella se dirigió al armario de las botellas, cogió una que en la etiqueta ponía Cabernet Sauvignon y se sirvió una copa. A Bear no le hizo demasiada gracia aquello, pero se privó de intervenir. Hasta ese momento de silencio y tranquilidad, no se había dado cuenta del rostro de cansancio de Ayla.
-¡Esto es enorme!-gritó Gabe que seguía en su mundo-¿Has dicho que nos van a preparar habitaciones?
-Así es,-explicó ella forzando una sonrisa desde su silla de escritorio-este es el antiguo edificio donde se fabricaba el mosto para hacer el vino, ahora es mi editorial. Arriba hay dos pisos más que son parte de la antigua vivienda del amo de las bodegas: ahora los hemos reformado y es donde vivo yo. Hay tres habitaciones con su baño, un despacho y un salón comedor. El piso de superior es mi apartamento particular, la verdad es que da gusto tener el trabajo tan cerca de casa, te ahorra muchos madrugones.
-¿Entonces este es tu edificio y qué hay en el resto?-preguntó Gabey.
-Se sigue usando de bodegas para los turistas, es bastante rentable así que al menos reducimos costes. Hay un restaurante de lujo, una zona de cata, una bodega, recepción… ya sabes.
-¿Comes cada día en un restaurante de lujo?-se sorprendió el muchacho.
-¡No!-respondió Ayla con una sonrisa y los ojos brillantes-Alquilamos a una franquicia uno de los espacios del patio interior y comemos y desayunamos allí.
-¿Entonces, el negocio va bien?
-Aún es pronto para saberlo.-forzó otra sonrisa cansada-Apenas hace tres meses que abrimos, pero estamos recibiendo muy buenos manuscritos, y no solo de escritores nóveles, el otro día, estuvo aquí Michael Gordon.-dijo Ayla disminuyendo el volumen de su voz. Bear no sabía quién era ese tal Gordon, pero por cómo le brillaban los ojos a Ayla, debía de ser un escritor muy importante- La prensa también tiene buenas perspectivas, y eso también ayuda.
Dio un sorbo al líquido dorado de su copa.
-Impresionante, lo malo es que no puedes venir demasiado a vernos…-Gabe susurró medio avergonzado aquello último.
Ayla se levantó de su asiento y los abrazó a los dos. A Bear la encantó sentir como el cabello ondulado le acariciaba las mejillas y un perfume muy femenino le invadía los pulmones.
-Venga chicos, estoy a un par de horas en tren, si me hubiese quedado en Nueva York, tendría que coger un avión cada vez que quisiera estar con Matt. Él viene muchos fines de semana a verme, y yo voy a Los Ángeles siempre que puedo, y sabéis que si me necesitáis me planto en vuestra casa en un abrir y cerrar de ojos.
-¿Y qué hay de Nueva York? Creo que ahí se editan muchos más libros que en California.
Esta vez su sonrisa fue de lo más pícara:
-Tengo a alguien de confianza en Nueva York, que gestiona todos mis asuntos allí.
-Tiene que ser alguien de mucha confianza.-respondió Gabey que sonrió travieso.
-Es Alba.-su rostro empalideció como el de un fantasma, mientras Bear no pudo evitar que se le escapase una risita-Está viviendo en mi apartamento de Manhattan y se encarga de que La Chica del Continente llegue por toda la Costa Este.
-¿Alba está aquí?-la expresión de terror de Gabe era más exagerada que cuando Bart Simpson se entera de que el Actor Secundario Bob ha escapado otra vez de la cárcel. Ayla, por su parte, sonreía maliciosa mientras se llevaba la copa de vino a los labios.
-Si con ‘aquí’ te refieres a California no, no está ‘aquí. Si te refieres a Estados Unidos sí, pero suele venir al menos un par de veces al mes. Quizá se planta aquí este fin de semana…-respondió ella irónica.
Gabe se puso tan nervioso que se le cayó el teléfono al suelo y como era tan torpe y tenía las manazas sudorosas tardó una eternidad en recogerlo. Momentos en que Bear y Ayla no pararon de reír mientras el rostro del hermano menor enrojecía cada vez más.
En ese momento entró Lía al despacho, ninguneó a Gabe con la mirada y se dirigió a Ayla:
-Teddy dice que ya han preparado los cuartos de tus amigos. ¿Se los enseño?
-Me vendría bien una ducha para quitarme el polvo del viaje-gritó Gabe dando un salto y saliendo tras Lía-¿No vienes, Bear?
-En seguida subo.
Una vez estuvieron a solas, Ayla escupió en el suelo, se rascó la cabeza bruscamente y puso los pies sobre el escritorio, antes de servirse otra copa de vino.
-Maldito bastardo.-refunfuñó.
-Ayla, no hables así de él, es mi hermano.-protestó Bear aunque no en tono de enfado.
-Como si es el presidente, se aprovechó de mi mejor amiga y luego la dejó plantada, ni siquiera tuvo la decencia de llamarla, Alba tuvo que enterarse por la prensa. No tendría que haberle dejado ni entrar aquí.
-Matt se enteró de que salías con otro chico porque lo vio en un periódico…-susurró Bear haciéndose cada vez más pequeño.
-No digo que lo que hiciese estuviese bien, no predico con el ejemplo, solo digo que Gabe no ha actuado bien. Es un completo imbécil.-volvió a escupir y se frotó exhausta los ojos, dejando al descubierto dos enormes bolsas negras de maquillaje. Hacía tiempo que no dormía bien, y no era por el trabajo que tenía, Bear sabía exactamente desde que instante había perdido el sueño, y él era irremediablemente parte de esa historia.
Bear sonrió sin darse cuenta, esa era la Ayla que él conocía y adoraba: la que le daba igual su aspecto, la Ayla despeinada que se mordía las uñas y no se mostraba como una niña pija y refinada embadurnada de cremas y potingues intentando parecer amable con todo el mundo, coqueteando con todo el mundo. Ella era una princesa salvaje, coronada con agujas de pino y bendecida con agua de mar…
Él se acercó al otro lado del escritorio, sonrió satisfecho y cogió sin pudor uno de los marcos de fotos que decoraban el mueble. Era una foto pequeña y de no demasiada calidad, estaba algo desenfocada. El marco era rectangular de madera artificial y de color oscuro.
-Soy una anticuada, me gusta que las fotos tengan sus marcos. Inspiran recuerdos.-explicó ella.
El joven Brown conocía aquel paisaje, aunque estuviese completamente cubierto de blanco. Era Alaska, su hogar, su añorado hogar y en el centro de la fotografía el rostro de dos personas, casi ocultos por cuellos altos y sombreros desgastados: solo se distinguía con relativa claridad los ojos azul claro de uno y los ojos bicolores de ella.
Ayla sonrió nostálgica al ver como Bear examinaba la foto: pasó los dedos por el cristal, como si pudiese tocar la nieve desde allí. Apretó la mandíbula con fuerza y una lágrima estuvo a punto de derramarse de su ojo al darse cuenta de que pasaría mucho tiempo antes de que pudiese tocar de nuevo aquella nieve.
-Matt me pidió que me casase con él poco después de tomar esa foto.-Ayla se había apoyado sobre la mesa para contemplar con esa imagen. Sus pechos altivos y juveniles se insinuaban entre la blusa desabrochada por la parte superior. El frío anillo de plata con brillantes verdes estaba aplastado entre ellos. Bear tragó saliva. Una gota de sudor frío resbaló por su sien, soltó el marco torpemente y se puso a dar vueltas por la estancia, fingiendo que cotilleaba los libros que Ayla guardaba en sus estanterías, cuando en realidad estaba intentando que su corazón no le perforase el pecho de tan rápido como le latía. Se detuvo en uno de los posters de las películas de Ayla, en él aparecían cuatro figuras masculinas: dos hombres jóvenes y guapos en primer plano, un hombre con gabardina y corbata en segundo, y al final otro de traje negro con una antorcha de fuego rojo prendida en los dedos. El fondo era totalmente gris: la hierba, el cielo y la iglesia de madera. Únicamente destacaba una lluvia de estrellas entre las nubes:
-¿En qué piensas?-preguntó ella con su voz grave y sensual después de un largo silencio.
-En que veo muchas botellas de vino en el despacho de alguien que está prometida con un alcohólico.
-No seas exagerado Bear.-respondió Ayla quitándole hierro al asunto, aunque ya estuviese apurando la segunda copa de mosto dorado-Esto es una bodega. Es normal que haya vino, y además a Matt no le molesta que beba.-la mueca de su rostro le comunicó que no estaba demasiado convencido- Recibo mil manuscritos al día. Si no fuera por el vino no podría leerme ni la mitad. Algunos son infumables.
-Ya sabes lo que pensaban de ti esas grandes editoriales cuando tenías dieciocho años e ibas puerta por puerta entregando tus libros…-se arrepintió al momento de haber pronunciado aquella frase. Apretó los puños tan fuerte que se clavó las uñas en las palmas, y dejó que el dolor se llevase las inaguantables ganas de echarse al suelo a llorar como un cervatillo huérfano.
Ayla, por su parte, se acercó a él decidida, con las caderas contoneándose y los mechones de pelo castaño rozándole las mejillas rosas. Bear empequeñeció ante la posible represión de ella: le habían quitado su hogar, su libertad y habían eliminado prácticamente el 90% de su personalidad. Había soportado todo eso, pero no podría soportar que lo único que todavía le hacía sonreír, terminase odiándolo. La cuestión dio un cambio de rumbo de 180 grados cuando Ayla se detuvo a menos de un palmo de su rostro. De entre sus labios entreabiertos se escapa el agrio sabor del vino blanco que a Bear le raspaba la garganta. Le iba a gritar, su ceño fruncido le dijo que le iba a gritar, pero es que Bear no era consciente todavía del gran poder que ejercía sobre Ayla Hurst en cuanto ella le miraba a los ojos.
De repente, ella tenía la mirada perdida, con las pupilas fijas en los suyos, totalmente ausente. El color verde oscuro lo acentuaban las pestañas negras junto a las mejillas rosadas, bajo los pómulos difuminados. Sus labios húmedos aclamaban a gritos ser besados. Aun recordaba aquel inesperado beso en su árbol, apenas le rozó los labios pero fue suficiente para que un panal de abejas se rompiera dentro de su ser. Tampoco había olvidado el tacto templado de su piel, y como se erizaba cuando el pasaba por encima sus manos frías y curtidas. Daría todo lo que fuese por regresar a su cabaña en el árbol, por regresar con ella a su cabaña del árbol.
Bear notó como a ella le flaqueaban las rodillas y se sujetaba por sus antebrazos. Él no reaccionó, es más, se quedó inmóvil como un cazador atento, temeroso de que cualquier movimiento en falso, podría espantarla. No era la primera vez que Ayla reaccionaba así cuando lo miraba a los ojos, no sabía el motivo, ni tampoco iba a preguntárselo. Pero durante aquellos instantes en los que ella se dejaba caer en su mirada, era suya. No era de Matt, no era de nadie, era solo suya.
-Ha sido un viaje muy largo.-dijo finalmente ella cuando recobró la compostura- Debéis estar muy cansados, será mejor que os instaléis y os deis una buena ducha. Teddy os enseñará las bodegas por la tarde y nos vemos para cenar.
Se separó de él con las piernas temblorosas, cogió una tableta electrónica de su mesa y se la acercó a los ojos. El brillo azul de la pantalla no logró disimular el rostro enrojecido de Ayla.
Bear sonrió con su característica sonrisa traviesa. ¡Qué cerca había estado de besarla otra vez!
Hacía tiempo que Bear Brown no se lo pasaba tan bien. No era un bosque alaskeño, pero la extensión de los viñedos le permitió correr todo lo que el cuerpo le pedía después de meses de clausura en la claustrofóbica metrópolis. Aprovechó aquel ratito de soledad para analizar los sentimientos que entrechocaban en su cuerpo: se alegraba por Matt, era su hermano mayor y estaba prometido con una mujer fantástica. Ayla era inteligente a la vez que intuitiva, enigmática, rodeada siempre por aquella misteriosa aura de tristeza. Sensual, de penetrante mirada animal y provocativas curvas. Se esforzaba por aprender, por escuchar, por hacerse más fuerte y eso era lo que más cautivaba de ella. Al mismo tiempo, Bear se entristecía por sí mismo, porque ella no le correspondiese como correspondía a Matt, porque como según Noah afirmaba, “hay una alma gemela para cada uno”. Su hermano menor no había tenido en cuenta que a veces las “almas gemelas” se cruzan entre ellas, y su “alma gemela” se había cruzado con la de Matt, provocando un enredo imposible que solo había que comenzado a liarse.

RECORDAD QUE SI OS HA GUSTADO PODÉIS HACER UNA DONACIÓN VÍA PAYPAL: https://www.paypal.me/aaylahurst

Este es el primer capítulo de la Segunda Temporada de Tierra Mojada, podéis disfrutar de la serie completa aquí: http://aylahurst.blogspot.com.es/p/alaskan-bush-people.html

Comentarios

  1. Madre mía, vaya lío!!
    Ésto puede terminar de cualquier manera, a ver qué pasa...
    Cómo han ido los exámenes, espero que bien...un saludo!!

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    1. Más que los exámenes es el maldito trabajo de fin de grado, que me tiene loca.... ¡Pero poco a poco! Un beso, guapa.

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  2. Hola acabo de leer todo de un tirón! Simplemente guau, ha sido impresionante.pero perdona q pregunté Esto, es q no me ha quedado claro ¿ Esto es de verdad o es creado? Madre mía si parece otro programa distinto a lo q veo en la tele! Jajaja si es verdad enhorabuena por tu compromiso no? ;)

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    1. uiii tranquila, no es la primera vez que me lo preguntan jejeje. Ya me gustaría que fuese real, en realidad solo soy una escritora novata intentando hacerse un hueco en el sector. ;)
      ¡Un abrazo!

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  3. Hay algo entre estos dos, pero ya nos lo iras desvelando. De momento nos toca esperar... que intriga!!!! o igual aparece alguien que atraiga a bear y todavia se lia mas 😉

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    1. Pero, ¿se puede liar esto más? JAJAJAJAJAJ

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  4. Capitulo releido. Esperando con ganas el siguiente!!!! ����

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    1. A finales de semana o a principios de la siguiente publico el capítulo.

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