Un fuerte golpe de viente le arrancó la capucha de la cabeza y le alborotó el cabello, pero parecía que no se había dado cuenta. Ayla estaba demasiado asombrada por la fuerza del mar, que impactaba bruscamente contra las afiladas costas de Malmö. No recordaba que los acantilados fueran tan altos: las dos últimas veces que había abandonado la isla lo había hecho a lomos de un dragón y no había podido apreciar la magnitud de la isla. El barco se balanceaba bajo sus pies acompañado por el débil crujido de la marea. Ya divisaban el puerto: Ayla jamás lo había visto tan lleno de vida, más de una docena de barcos atracaban o se acercaban a la isla. La joven no tenía demasiado conocimiento sobre náutica, pero reconocía algunos cascos: los barcos que venían del este tenían la proa afilada y las velas en forma de triángulo, normalmente pintadas con los más vivos colores, mientras que las naves del continente tenían forma de cáscara de nuez y las velas en forma de rectángulo. El puerto de Malmö ...
La Grandeza nace de los Pequeños Comienzos.