“Matt corrió todo lo deprisa que las piernas le
permitieron, sentía que en cualquier momento iba a fallar y a caer. Los gritos
se hacían cada vez más intensos y le llamaban por su nombre: eran gritos de mujer,
mezclados con el llanto de un bebé, y pedían su ayuda. Se adentró en el bosque:
iba a vomitar los pulmones en cualquier momento. Todo estaba helado, había
perdido la sensibilidad en los dedos de las manos y sentía los labios húmedos
como dos témpanos helados. Utilizó las manos como amplificador para llamarla y
el hielo penetró en su garganta como un cuchillo recién afilado al fuego.
-¡Matt! Estoy aquí…-la voz era débil y enfermiza por
el frío y por el dolor.
-No te preocupes, voy a buscarte-respondió él.
Corrió todo lo que pudo mientras la oscuridad se
cernía a su alrededor, intentaba avanzar más deprisa para no perder
visibilidad, pero la noche era más rápida que sus piernas. Metió el pie hasta
el tobillo en un charco de agua, pero cuando dirigió la vista hacia abajo,
contempló horrorizado como los bajos de su pantalón se habían teñido de rojo.
El rastro, como de serpiente, se extendía delante de él en el camino de tierra
envuelto por la negrura. Tragó saliva, pero no dudó en seguir avanzando a toda
prisa. Ella estaba en un claro, rodeada de arbustos de espinos que la
encerraban en forma de cúpula, apenas iluminado por un rayo de sol en lo más
alto. Estaba tirada en el suelo, cubierta de sangre, jadeaba y ni siquiera
podía ponerse en pie. Matt corrió hacia ella con el corazón en un puño. La
estrechó contra su pecho entre lágrimas:
-Estoy aquí Ayla, no te preocupes, estoy aquí
contigo…-intentó consolarla meciéndola entre sus brazos.
-Matt,-respondió ella en un suspiro-el bebé, ve a
buscar al bebé…
-¿Qué bebé, Ayla? ¿De qué me estás hablando?
-El bebé… Nuestro bebé…
La mano pringosa le manchó la cara de sangre, ella se
dio la vuelta en el suelo. Tenía un enorme tajo en la barriga que no paraba de
sangrar. Matt se horrorizó y su primer impulso fue quitarse la chaqueta y
cortar la hemorragia con ella, pero Ayla se resistió:
-No, ya es tarde para mi Matt… Sálvalo a él…
-Te sacaré de aquí, Ayla, te lo prometo. Te pondrás
bien.-la cogió en brazos, cubriéndose con su propia sangre, el alambre de
espinas crecía a una velocidad sobrenatural, estaba a punto de bloquearles la
salida. La oscuridad avanzaba cada vez más.
-Suéltame Matt, sálvate tú…-insistió ella.
-No.-él se mantuvo firme ante su postura-Te salvaré
Ayla, te lo prometo, a ti y a nuestro bebé…-aunque no sabía bien de que bebé
estaba hablando-y haré pagar al que te ha hecho esto…
-No.-su voz había pasado del suspiro inaudible a un
golpe seco y autoritario-no puedes hacer eso, Matt… No puedes hacer pagártelas
a ti mismo.
-¿Qué?
Una figura, negra como la noche, se alzó de entre los
espinos. El cielo se había teñido de rojo, igual que la ropa de Matt. Sus
brazos empezaban a cansarse de sujetar a Ayla, la estrechó aún más fuerte
contra su pecho ante la presencia del diabólico personaje. La figura se acercó
a grandes zancadas hacia ellos, no distinguía sus facciones, pero llevaba un
cuchillo amenazante en la mano. Matt retrocedió, Ayla seguía insistiendo en que
la soltase y se salvase él. Tropezó con una piedra y cayó al suelo, intentó
arrastrar a Ayla, pero la figura fue más rápida y cogió a la muchacha de la
ropa y la alzó bruscamente.
-¡No!-gritó Matt, impotente.
Antes de hacer cualquier cosa, la figura negra extrajo
del interior de su abrigo un paquete y lo tiró a escasos centímetro de Matt.
Era una manta blanca, manchada de sangre, en la que entre los pliegues salía
una pequeña manita con el puño cerrado. Se le llenaron los ojos de lágrimas.
“Mi bebé, nuestro bebé…” Quería matar a ese indeseable por hacer daño a Ayla y
al pequeño, el personaje negro alzó el cuchillo. Matt cogió la piedra con la
que se había tropezado y se la lanzó a la cabeza. La esquivó y atónito pudo
contemplar como su propio rostro destripaba a Ayla hasta matarla.”
-¡Ayla!-gritó incorporándose del susto. Un sudor frío
le cubría todo el cuerpo y sentía los pulmones ardiendo como si terminase de
correr una maratón. A su alrededor reinaba la oscuridad y hasta que sus pupilas
no se adaptaron al ambiente, apenas podía distinguir sus manos delante de sus
ojos.
-¡Matt!-la voz de Bam resonó furiosa al otro lado de
la choza-¿Qué narices te pasa ahora?
-Lo siento, he tenido una pesadilla…-se disculpó
avergonzado por haber despertado a su hermano de una manera tan tonta.
-Pues tenlas en silencio.-gruñó el otro.
“Al menos no había sido el sueño de la manada de lobos”
Matt solía soñar con una familia de nueve lobos, que descansaban en un claro
donde había unas rocas muy altas para vigilar todo el descampado de hierba
verde claro: sobre las piedras, al sol del verano de Alaska estaba el viejo
lobo, su guía: era más grande y robusto que la mayoría y tenía el pelaje gris
claro, sucio y desgastado por el paso de los años y unos largos bigotes canosos
le colgaban del hocico. Siempre a su vera estaba su hembra, la otra líder del
grupo, era más menuda que él, pero igual de imponente y autoritaria, tenía la
vista fija en el suelo del claro, donde las dos cachorras de loba de pelaje
oscuro jugueteaban a perseguirse la una a la otra. A la sombre de la
construcción de piedra, merodeaba uno de los lobos más adultos: tenía el pelo
castaño claro y los ojos verdes, siempre enseñaba los dientes cuando se le
molestaba, permanecía allí, andando de un lado para otro, listo para saltar sobre
la piedra en cuanto el líder cayese, y pelear por ella hasta la muerte. En el
lado más apartado del claro, bajo un robusto abeto, estaba el macho más joven,
de largo pelaje amarillo como el trigo, disfrutaba de la soledad sin alejarse
demasiado de la seguridad de la manada. El macho más intrépido era también el
más menudo, su pelaje era del color de oro, y estaba en la flor de la vida, en
la edad de encontrar una hembra en celo para procrear y no paraba de correr por
el bosque en busca de la loba perfecta, tan salvaje como él. Otro de los machos
jóvenes mordisqueaba una pata de venado en un rincón del claro, era el más
fuerte de todos y podría derrotar fácilmente a los dos lobos más adultos para
arrebatarles el liderazgo, pero era demasiado inexperto y profesaba demasiado
respecto al macho alpha como para intentarlo. Él era el viejo lobo gris que se
lamía las heridas causadas por los cazadores en un lugar cercano donde
jugueteaban las dos cachorritas, era lo único que podía hacer, vigilar a la
camada reciente para que no se lastimasen mientras jugaban. Estaba demasiado débil
como para competir con
el hermano de pelaje castaño y tampoco contaba con la
suficiente fuerza como para salir a cazar con el fuerte y el intrépido, así que
permanecía allí, tumbado al sol, con la piel cubierta de cicatrices vigilando a
las lobitas. Pero entonces apareció ella, saltando desde lo alto de una colina:
era una loba pequeña, que recién había alcanzado la madurez, tenía el pelaje
tan blanco que en invierno la confundirían con la nieve, estaba salpicado por
gotas escarlata: la joven loba estaba herida, pero se mostraba fuerte y
agresiva ante el resto de lobos. Se le erizó el pelo y enseñó los dientes
cuando se vio rodeada por una manada de desconocidos. Su extraño olor inundó el
desarrollado hocico del lobo gris, sin duda, venía de muy muy lejos, pero las
hormonas que desprendía le indicaban que ya estaba lista para dar a luz a una
camada de cachorros sanos y fuertes. El macho alpha dejó que fuese el hermano
de los ojos verdes el que se acercase a olfatearla, la loba blanca dio un salto
hacia atrás y le soltó un gruñido. El lobo intrépido y el fuerte también se
acercaron a investigarla, incluso el solitario macho del pelaje de trigo dio
unos pasos hacia ella. El único que se quedó al margen fue el viejo lobo gris,
el herido, el más adulto, cuyas heridas le impedían saltar sobre sus hermanos y
defender a la hembra blanca recién llegada que no le quedaba otra opción que
someterse ante la insistencia del grupo de machos jóvenes que la rodeaban.
No era la primera vez que tenía ese tipo de pesadillas,
pero en todas se repetía el mismo patrón: a Ayla le sucedían cosas malas, le
hacían daño, él mismo la hacía daño. Tenía miedo de dormirse por las noches y
despertarse sobresaltado por haber visto como él mismo la sumergía en la gélida
agua del océano permitiendo que en sus pulmones se clavasen agujas de hielo.
Cuando despertaba la buscaba a tientas en la oscuridad, Ayla tenía el sueño muy
ligero, y se despertaba cada a menudo, aunque estaba inmóvil mientras él la
abrazaba y volvía a conciliar el sueño. Se había metido en su cama por primera
vez la noche en la que la conoció, el día después de salir de la clínica: fue
un vano intento de sentir el calor de un cuerpo femenino a su lado por primera
vez en mucho tiempo. Nada más cerrar los ojos le venía a la mente el olor
dulzón de su pelo, permaneció a su lado, sin tocarla, unas horas que le
parecieron días, sentía el calor que emanaba su cuerpo y un deseo primitivo le
presionó la ingle. Después se acordó del daño que le habían causado las mujeres
en su vida, se levantó de la cama, cogió las dos primeras botellas que se
encontró en el mueblebar y salió a la calle.
El viento le alborotaba el pelo y le desgarraba el pecho, pero Matt no
sintió nada, simplemente avanzaba con pasos firmes y seguros hacia ninguna
parte. Se quedó quieto, con una de las botellas en la mano y el dedo en el
precinto, pero fue incapaz de abrirlo, estaba demasiado cerca de volver a casa,
de salir de ese lugar infernal que lo torturaba. Era un Brown de Alaska, habían
pasado por demasiado como para rendirse, pero se sentía tan solo, tan olvidado…
el alcohol era una buena salida para no sentirse así. Estuvo tentado de nuevo a
abrir la botella, cuando sintió como Ayla salía por la puerta.
Si hubiese sido en otro momento, hubiese discutido con
Bam o le hubiese explicado su sueño aunque él no quisiese escucharlo, pero no
era el día, se acurrucó entre sus mantas y fingió que volvía a dormirse. En
realidad, no podía echarle nada en cara a Bam Bam, había sido muy comprensivo
con él: después de la discusión con Ayla, no le apetecía pasar la noche con
ella. No por cómo reaccionaría la chica, sino porque no sería capaz de mirarla
a los ojos sin echarse a llorar. Había intentado explicarle los motivos de su
decisión, pero ella se había negado a escucharlo, había sido un día muy duro
para ambos y Ayla solo quería llorar entre sus brazos, y él, “él muy idiota”, en
un intento de acercarla, de impedir que se marchase, solo había conseguido
alejarla más. Intentaba convencerse de que había tomado la decisión correcta,
las palabras de Gabe volaban en su mente cuando cerraba los ojos:
“No es solo por ti, hermano, es por ambos, por toda la
familia… No puedes depender así de ella, no es sano… Créeme, es lo mejor. Si
ella te quiere, te esperará…”
Pero las palabras de Ayla resonaban aún más fuerte que
las de Gabe:
“¡Vas a matarte Matt Brown! Te vas a matar… Y yo no
pienso estar allí para verlo”
Una lágrima le recorrió la mejilla al recordar la
expresión de dolor de Ayla. No habían hablado más durante el resto del día.
Todo el mundo fingía que no había sucedido nada: la policía no había venido a
verlos, ni ese hombrecillo del bigote había insultado a Ayla, ni tampoco
hablaron sobre la decisión de Matt… El momento más tenso fue la hora de irse a
acostar, con la excusa de que había visto un oso merodeando cerca de las
cabañas, Matt se ofreció a hacer el primer turno de guardia, con Bam. Así
pospondría el encontronazo con Ayla, a lo mejor estaba dormida y todo cuando
regresase y a la mañana siguiente podrían hablar con más calma. Matt estuvo
tenso durante toda la guardia, casi no intercambió palabras con su hermano,
algo que realmente le sorprendió al otro, teniendo en cuenta la fama de
parlanchín de Matt. Bam tampoco habló mucho durante toda la noche, solamente
cuando Bear y Gabe se acercaron para reemplazarlos, Bam Bam se dignó a soltar
una brusca oración:
-Puedes quedarte en mi choza si quieres, pero que
conste que lo hago por ella, para que pueda dormir tranquila, no por ti, cabeza
de chorlito…
Bam siempre se ponía en contra suya, siempre. Había
hecho muy buenas migas con Ayla. Le costó asimilar que tuviesen un carácter tan
similar: ambos con su sentido del deber y de la responsabilidad, con los pies
en la tierra, bajándole de las nubes. Sin duda, Ayla era su ancla, le ayudaba a
concentrarse y a ver la realidad cuando tocaba, mientras que él la ayudaba a
desmelenarse un poco cuando hacía falta. También le costó reconocer que sintió
algunos celos de Bam: Ayla y él parecían tener más en común que ella con él
mismo, podían pasarse horas hablando sobre negocios, política o un montón de
temas de los que Matt no tenía ni idea… No le confesó sus temores, tenía miedo
de que al hacerlo, ella se diese cuenta de que tenía más afinidad con Bam y lo
dejase… Gabe tenía razón, esa dependencia que había desarrollado hacia ella, el
temor a perderla, a que se marchase… Era una adicción tan mala como el alcohol,
y debía desaparecer.
Comenzó a dar vueltas en su improvisada cama,
intentando no pensar en ello, una botella de plástico vacía le golpeó la
cabeza:
-¡O te duermes de una vez o te echo a patadas!-le
gritó Bam. Matt no respondió, se hizo un ovillo e intentó dormir, pero Ayla
ocupaba el centro de sus pensamientos:
No sabía decir en qué momento se dio cuenta de que
estaba enamorado de ella, simplemente surgió y la quería a su lado. Recordaba
los primeros días en la cabaña de Ayla, eran como dos adolescentes en su
primera vez. Se pasaron una semana comiendo porquerías, semidesnudos la mayor
parte del día, haciendo el amor en todos los rincones de la casa… Admitió que
para él, en un primer momento, ella solo era un cuerpo con el que se iba a
consolar durante un tiempo. Se odiaba a si mismo por haber pensado eso alguna
vez: él no era así, su madre no lo había criado así… pero estaba furioso con el
mundo y anhelaba sentir el contacto humano, su calor… ¡Joder, necesitaba
echarle un buen polvo a alguien! y esa chica estaba a su alcance: era bonita,
tenía un cuerpo torneado y el pelo largo y rubio, con reflejos rojizos. Tenía
los ojos verdes, verdes y tristes y la curvatura del labio caía finamente hacia
abajo, otorgándole un aspecto de doncella trágica griega. Recordaba cómo había
estudiado su cuerpo: el olor dulce de su pelo, la piel suave y lisa. Las
pequeñas estrías en sus torneadas caderas. El olor de su sexo al excitarse, el
interior de su boca, cálido y acogedor, invitándole a quedarse. El pecho firme
y del tamaño ideal para que le cupiese en la mano y poder juguetear con él
mientras la besaba. El primer polvo lo dejó exhausto, a pesar de que él fuese
trece años mayor, la muchacha gozaba de una experiencia que no se esperaba: se
movía ágilmente sobre él, jugando con el ritmo y la medida de la penetración y
en seguida supo que quería repetir y volver a disfrutar de ese cuerpo. Pero
cuando Ayla confió en él y le contó cómo de trágica había sido su vida quiso
que se lo tragase la tierra… “Ella ha sufrido mucho, intenta no aparentarlo,
pero tiene el corazón destrozado y sin embargo, aquí está: sonriéndome y
ayudándome, aparentando que está bien, para que yo lo esté…” La chica le había
ayudado a salir del hueco, se sentía responsable de ella, tenía que sacarla
adelante y por eso decidió llevársela a Browntown. A partir de allí, todo fue
surgiendo:
Primero pensó en lo bonita que era, y eso fue apenas
la primera noche que pasaron juntos, en la cabaña de Ayla, después de dormir
dándose calor el uno al otro: Matt se despertó tarde, la buscó a tientas en la
cama, pero no dio con ella, estaba vacío… pero no hacía mucho tiempo que se
había levantado: el colchón aún estaba tibio y el edredón conservaba su olor
suave y dulzón. No pudo evitar aspirarlo hasta que le llegase a la parte más
profunda de sus pulmones. Entonces se percató de que llovía, las gotas de
lluvia impactaban contra el ventanal de cristal y resonaban cual cascada por
toda la casa. Era una lluvia fuerte, intensa. Las gotas repiqueteaban como un
enjambre entero de mosquitos. Y ella estaba allí: sentada en el hueco del
ventanal, mirando la lluvia, ni siquiera se había dado cuenta de su presencia:
vestía con un pantalón corto, siempre llevaba pantalones cortos, y un jersey
rosa de manga larga, muy ancho, que apenas dejaba intuir sus formas femeninas.
El pelo lo llevaba recogido en una coleta suelta que se le resbalaba poco a
poco. Estaba acurrucada, abrazándose las rodillas, con la vista fija en las
gotas de lluvia. Matt no sabía exactamente el por qué esa imagen se había
quedado grabado en su mente, pero solo pensó que de verdad era una chica
preciosa. “Me gustaría que ella pudiese verse a sí misma con mis ojos, entonces
no estaría tan triste ni tendría esa imagen tan mala que tiene de ella misma:
no solo es una chica preciosa, es fuerte, inteligente, y espabilada… Cuenta
historias preciosas, y sabe escuchar, me encanta cuando me escucha y me sonríe
y cuando digo alguna locura me responde llamándome por mi nombre completo, me
parece gracioso, solo lo hace ella. Igual que es la única que me llama Matthie
o pequeño, me gusta cuando lo hace. Quisiera que hablase más conmigo, que se
soltase, que confiase más en mí… ¿De qué tiene miedo? Ella sabe que mi temor es
perderla, pero no sé qué ella teme tanto… Ojala pudiese ayudarla, ojala se
quisiera un poco más, ambos seríamos más felices…”
Lo segundo que le sorprendió fue el carácter de la
chica: era fuerte, más de lo que ella se pensaba. Trabajaba duro y se esforzaba
por encajar, aunque a veces eso le llevase a la frustración, pero no se rendía,
y eso era admirable. Se acostumbraron a dar largos paseos por la playa, Matt
hablaba y hablaba sin parar, de cualquier tontería, y ella solo se dignaba a
escuchar, dando algún apunte de vez en cuando. Él se dio cuenta de que apenas
intervenía, se dedicaba a escucharlo, y él estaba encantado, pero a la vez,
quería saber por qué no decía nada. Un día, mientras miraban el mar, Matt se lo
preguntó, tal cual. Su respuesta era como toda ella: ambigua, misteriosa,
atrayente:
-No tengo nada que decir.
Pero Matt insistió:
-Seguro que sí.
-Un hombre pequeño, pero sabio, dijo que los hombres
inteligentes escuchan y solo hablan cuando lo creen conveniente. Quizá aún no
haya encontrado ese momento.
Matt estaba tan eufórico por su vuelta que le costó
tiempo asumir que Ayla no se abriría a él tan fácilmente como le hubiese
gustado. Había sufrido mucho, como él, no se sentía querida, ni valorada, ni
escuchada por nadie… Normal que no quisiese hablar, tenía miedo a hacer el
ridículo, a que lo que tuviese que contar no le interesase a nadie. “¡Pero a mí
me interesa! Se lo calla todo porque está centrada en ayudarme a mí, cuando yo
quiero lo mismo para ella. ¡Eres idiota Matt! solo estás preocupado por ti,
mientras que ella lo está dando todo para que vuelvas sano y salvo a casa,
incluso ha venido aquí para asegurarte de que estás bien, intentando llevarse
bien con tu familia y encajar en tu modo de vida, y ni siquiera le has
preguntado cómo le ha ido el día”. No sabía exactamente qué hacer con el tema
de Ayla, una voz en su interior le decía que empezaba a gustarle esa chica,
pero él mismo se negaba a aceptarlo. “Se acabará marchando, como hacen todas…”
No servía de nada encariñarse, o peor enamorarse, solo sufriría aún más, y
estaba harto de sufrir, aun así, decidió pedirle consejo al Romeo de la
familia, para lograr que Ayla adquiriese con él la confianza con la que habían
gozado la semana de la cabaña.
-¿Has probado en intentar interesarte un poco por
ella?-le reprochó Noah sin apartar la vista del murciélago que estaba
inspeccionando.
-¿Interesarme? ¿A qué te refieres?
-Sí, Matt…-le estaba exasperando-Ayla ha tenido una
vida, pregúntale por su familia, su ciudad… ¡Por Dios, Matt! ¡Es escritora!
Tienes un sinfín de preguntas que hacerle… ¿De dónde ha sacado las ideas? ¿En
quién se ha inspirado para hacer no se cual personaje? Creo que Gabe tiene un
par de libros suyos, pídele que te los preste, léelos e intenta aparentar que
te interesas por ella…
Matt hizo caso al consejo de Noah, pero pedirle esos
libros a Gabe fue una decisión muy mal tomada. Con Gabey gozaba de una
confianza especial, no sabía por qué motivo, simplemente se entendían, quizá
porque ambos veían la vida de la misma manera. Bam era todo energía negativa,
Noah, energía mística y Bear… en fin, Bear era un mundo completamente distinto.
Fue a Gabe al primero que le confesó sus problemas con el alcohol, y estaba
dispuesto a confesarle que empezaba a sentir algo por su “amiga”, cuando Gabe
pronunció aquellas palabras:
-Estos son mis dos libros favoritos…-le dio a Matt dos
libros algo sucios y no muy bien conservados que extrajo de su montón de cosas
de su rincón. Los libros habían sobrevivido a un naufragio, a las lluvias
torrenciales de Alaska e incluso a la invasión osuna que vivió Browntown, sin
embargo, estaban ahí, seguían en pie, dispuestos a que alguien los leyera, los
entendiera… “igual que Ayla” no pudo evitar pensar Matt.
-“El Arquero del
Alba” y “La Guerra de los Dragones”-leyó
en voz alta Matt.
-El Arquero
es considerada una de sus mejores obras, pero yo soy más partidario de La Guerra de los Dragones, fue su
primera publicación ¿sabes? Me gusta porque es Ayla en su más pura esencia,
antes de ser famosa. Te introduce en un mundo de fantasía, problemas tan
complejos como la maternidad, el deber, la familia, la amistad, el amor…- Matt
abrió el libro por la primera página, había una foto de ella, en blanco y
negro, con manchurrones grises por el agua derramada. Sonreía tímidamente,
visiblemente incómoda por la presencia del fotógrafo, pero a Matt siguió
pareciéndole bonita. Por el que temió fue por Gabe, el día que llegaron a
Browntown, la llevaba de la mano, Noah y Bam enseguida se dieron cuenta de que
esa “amiga” que había traído Matt era más que eso, pero Gabe no, Gabey era
demasiado ingenuo y demasiado inocente como para darse cuenta…
-Devuélvemelos pronto.-le dijo-He memorizado la mayor
parte de sus diálogos para conquistarla. –“¿conquistarla?” Matt apretó el
volumen de papel amarillento de las portadas rojas con dibujos de dragones
dorados entre sus manos. “¡Oh Dios mío! ¿Qué he hecho?” Ya había tenido esas
broncas con Bam antes, por las chicas, la norma era que al que más le gustase
se la quedaba, y los otros debían apartarse. “Pero a Gabe no le puede gustar
más que yo, yo me he acostado con ella, la he traído aquí. Estoy seguro de que
lo comprenderá…”-Debo agradecerte hermano que la trajeras aquí. Llevo enamorado
de ella desde que leí su libro, y ahora, gracias a ti, voy a tener una
oportunidad…”
“¡Gabe por Dios, abre los ojos! Dormimos en la misma
cabaña, no eres un niño, sabes perfectamente lo que hacemos” En ese momento,
Matt Brown se planteó seriamente dejar de lado el tema de Ayla, su hermano era
más importante, no podía fallarle, él jamás lo habría hecho… Le costó abrir el
primer libro, lo hizo a oscuras, en la soledad de las literas del Integrity,
aprovechando un viaje de negocios. Puso su habitual excusa de irse a echar una
cabezadita, cuando en realidad se pasó el día leyendo, le surgieron un montón
de preguntas que hacerle a Ayla, y casi no podía esperar a regresar para
hacérselas… Abordó el tema mientras practicaban el lanzamiento de cuchillo,
Ayla estaba radiante ese día, aunque para él siempre lo estaba. El pelo con
reflejo de jengibre le acariciaba las mejillas y le caía en ondas hasta el
pecho, tenía las mejillas sonrojadas y los ojos brillantes por el frío, llevaba
una camisa a cuadros rojos y negros, a Matt le gustaban las camisas de Ayla,
ocultaban la mayor parte de su figura: apenas marcaban los pechos y se
ajustaban ligeramente a las caderas, pero Matt podía desabrocharlas lentamente
mientras mostraban su objeto de deseo y la cubría a besos. Hacía pocos días que
se habían acostado de nuevo, no lo hacían desde que salieron de la cabaña y
regresaron a Browntown, para Matt fue una de las experiencias más placenteras
de su vida: la chica estaba entre el árbol y su cuerpo, la empujaba ligeramente
mientras sentía como su cuerpo se arañaba con la madera y le hacía de tope para
llegar a lo más profundo de su ser. Cada vez que pasaba por su improvisado
campo de tiro no podía evitar recordar aquello sin alegrarse ligeramente:
El campo de tiro había sido idea de su madre, quien
parecía estar de lo más interesada en que Matt conquistase a la joven
escritora: cuando quería hablar a solas con alguien se lo llevaba a disparar y,
como siempre, abordó el complejo tema de los nietos:
-¿A Ayla le gustan los niños?-preguntó después de
disparar su revolver en una diana casi perfecta.
Matt intentó recordar si alguna vez habían hablado del
tema:
-No lo sé,-dijo finalmente-tampoco sé si quiere tener
hijos, mamá… Ni siquiera estamos saliendo oficialmente.
-Vale, vale-se excusó ella abriendo los brazos
desarmada-No sacaré el tema niños.
-¿Me lo prometes?
-Te lo prometo.
-Bien,-Matt apuntó con su rifle y disparó hacia la
diana.
-Solo quiero que estés bien, hijo, que ella se la
adecuada. Es una chica muy guapa…
-E inteligente, y valiente y fuerte, mamá… Se lo que
es ella, también se lo que se esfuerza por hacerme sentir bien mientras ella
sufre porque no salen bien cosas como: disparar…
Ami lo miró con esos ojos que solo las madres saben
poner:
-Matthew, ¿te gusta esa chica, verdad?
Matt no respondió, simplemente disparó de nuevo y en
su excéntrico cerebro se le ocurrió la idea de crear su propio campo de tiro
para “hablar” con ella:
Ayla disparó el cuchillo pero falló, Matt corrió a
buscarlo y se lo volvió a dar. El sol calentaba el claro, y se quitó la
chaqueta dejando al descubierto la camisa de cuadros rojos que se ajustaba
ligeramente a la cadera y el dilatado botón de sus pechos. Le dio el cuchillo
sin poder apartar la mirada de su busto, Ayla se dio cuanta y le levantó el
mentón con un dedo:
-Estoy aquí.-dijo sonriendo.
Matt se sonrojó:
-Lo siento, ven aquí, vamos-se colocó tras ella- voy a
enseñarte cómo hacerlo:
Le colocó el cuchillo en la mano y rodeó sus dedos con
la suya. Al contrario que él, Ayla tenía la piel suave, los dedos largos y
finos y las uñas cortísimas. “Es tan nerviosa que si se deja las uñas largas se
las mordería”.
-Separa las piernas.-sus labios rozaban el pelo
ondulado que le caía alrededor de la oreja donde la susurraba. El olor dulce le
invadía las fosas nasales.
-¿A sí?
-No tanto…-Ayla rectificó-Eso es, perfecto, ahora
dobla el brazo hacia atrás.- La chica obedeció, Matt guio su otra mano hacia su
cintura para que mantuviese la postura erguida, y sin querer le rozó un pecho.
Gracias a la agradable temperatura, ambos no llevaban más que una o dos capas
de ropa, y Matt podía sentir las curvas torneadas de su cuerpo en contacto con
el suyo. Ella se inclinó levemente hacia atrás, pegando sus nalgas directamente
contra su pantalón. Matt se puso tenso, pero intentó no desconcentrarse de sus
tareas docentes, pero Ayla se dio cuenta:
-¿Tienes otro cuchillo ahí escondido o es que te
emociona verme tirar?-Matt enrojeció de nuevo y fingió que no había entendido
su broma. Se sorprendía a si mismo cuando su cuerpo reaccionaba de ese modo
ante Ayla: era como un instinto primitivo que florecía de su interior, una
fuerza animal deseosa de encontrar a la hembra más adecuada para que perdurase
la especie. Ayla decía que no tenía por qué avergonzarse de eso y Matt no lo
hacía, solo tenía miedo, tenía miedo de no poder controlar las reacciones de su
propio cuerpo, temía dañar a alguien por saciar desesperadamente sus ansias
masculinas.
-Céntrate Ayla:-intentó ponerse serio, aunque la rojez
de sus mejillas delataban sus verdaderos sentimientos-La fuerza con la que
tiras tiene que salir de tu bíceps, pero el truco es el juego de muñeca.
Ayla tiró el cuchillo, impactó en la diana, pero la
faltó suficiente fuerza para que se quedase clavado.
-¡Casi lo consigo!-gritó dando una patada al suelo de
frustración-Voy a intentarlo otra vez.
Recorrió a grandes zancadas los metros que los
separaban de la diana y comenzó a buscar entre las hierbas altas el cuchillo.
Matt se quitó el sombrero y se abanicó con él para intentar enfriar su
temperatura corporal. Miró un momento a la chica, agachada recogiendo el
cuchillo y sintió unas inmensas ganas de arañarle las nalgas mientras la
penetraba con todas sus fuerzas. “Cálmate Matt, cálmate” se repitió a sí mismo
una y otra vez. Ayla regresaba con el cuchillo en la mano y una medio sonrisa
esbozada en el rostro: “Mírala, no se rinde nunca…” no pudo evitar devolverle
la sonrisa cuando se colocó otra vez dispuesta a lanzar:
-Ayla.-Matt interrumpió de repente su lanzamiento,
ella se volvió grácilmente hacia él-¿Por qué ser Killian abandona a la princesa
Naerys en el Lucero del Alba?
-¿Te has leído el Arquero del Alba?-preguntó como si
no se lo creyera…
-Tú te has interesado por mi modo de vida… yo quería
interesarme por el tuyo.-el rostro de incredulidad de la muchacha lo dejó sin
palabras y su voz fue volviéndose cada vez más débil.- ¿He hecho mal?-Matt
decidió omitir la parte en la que interesarse por sus hobbies había sido idea
de su hermano menor, ayudado por Gabe y su madre.
-No, no en absoluto… Es solo que… Nadie de mi entorno
se había interesado jamás por mis historias, y que tú me preguntes eso… No sé,
me ha dejado un poco desconcertada. Estoy segura de que si le preguntas a mi
editor quién es la princesa Naerys no sabría contestarte…
-Naerys es la tercera hija del rey Orson y de la reina
Ranya de Alannys. Tiene dos hermanos: Rheagal y Daesmond y ha sido elegida por
los Cinco…-el asombro de Ayla crecía por momentos- y está secretamente
enamorada de un mercenario: Killian, y aquí vuelve mi pregunta ¿si ambos se aman,
por qué no pueden estar juntos?
Los ojos de ella se entristecieron ligeramente y sus
labios se curvaron hacia abajo. Se acercó a Matt lentamente y le acarició la
mejilla con dulzura:
-Era un amor imposible…-le cambiaba la voz cuando hablaba
de sus historias, Ayla tenía una voz muy bonita: grave, pero sensual: muy
profunda y expresiva, sabía cautivar con sus palabras y Matt estaba
completamente hipnotizado.-él es un caballero sin honor, un mercenario… y ella
es una princesa, la última de una antigua estirpe; por mucho que lo ame, tiene
responsabilidades con su reino y su pueblo, y eso incluye buscar un matrimonio
beneficioso para ambos.
“No olvides de quien eres hija” Era una frase que
repetía constantemente el libro y que Matt no pudo evitar recordar en ese
momento.
-Killian decide alejarse de ella porque no soporta la
idea de verla en brazos de otro, amamantando a niños de otro hombre que no
fuera él…
-Deberían haberse casado y ser reyes de Alannys.-dijo
Matt firmemente.
-No es tan fácil como crees, pequeño.
-¿Por qué no? Tú eres la escritora del libro, tú
decides como termina…-su voz empezó a sonar repelente, como la de un chiquillo,
Ayla le respondía como tal: un niño enrabietado a quien hay que explicarle que
el mundo es más cruel de lo que parece.
“Matt seguía insistiendo en que Ayla cambiase el final
de su historia, sin darse cuenta de que aún no estaba escrito”.
-A veces los personajes tienen vida propia, Matt, no
puedes hacer lo que quieras con ellos, sino que ellos hacen lo que quieren
contigo. Naerys, por ejemplo, no quiere tener hijos: ni soporta la idea en la
que se maten los unos a los otros como ha ocurrido en su familia en las dos
últimas generaciones…
-¿Y tú?
-¿Yo qué, Matt?-Ayla se sorprendió ante el repentino
cambio de tema, estaba disfrutando contándole a alguien acerca de sus
historias, pero era una costumbre de Matt Brown cambiar de tema contantemente
durante una conversación.
-¿Tú quieres tener niños?
Ayla se dio la vuelta, no parecía tener ganas de
hablar de eso y se encaminó a cubrirse con la chaqueta:
-Ni me quiero casar, ni quiero traer niños a este
mundo que me ha tratado de esa manera…-su tono de voz se volvió oscuro y
melancólico. La muchacha le devolvió el cuchillo a Matt.
-¿Por qué no?-sus miradas se cruzaron, parecía una
niña asustada y Matt sintió ganas de estrujarla entre sus brazos.
-No necesito que un papel, un cura o lo que sea me
diga con quien tengo que pasar el resto de mi vida…
-No lo mires de esa manera-intentaba hablarle lo más
suave que podía-sino como una promesa… una promesa que le haces a alguien que
amas, con que estarás con él toda la vida…-Matt parecía estar suplicándole que
se quedase con él.
-No me gusta hacer promesas que sé que no puedo
cumplir…
Matt sabía que, a pesar de que en sus historias
siempre había las historias más románticas que había leído, Ayla Hurst no era
muy partidaria de las relaciones para toda la vida. Era una loba solitaria,
utilizaba a los machos el tiempo justo y después se deshacía de ellos. Era
demasiado independiente para estar ligada a alguien, disfrutaba de la soledad,
de sus momentos, lejos de la protección de la manada. Él era un viejo lobo que
había gozado de la soltería durante más de treinta años, pero que ya comenzaba
a plantearse el asentarse con el resto de lobos, guiar al grupo y tener un par
de camadas de cachorros, solo faltaba ella: la escurridiza loba blanca, que por
muy vulnerable que pareciese, era capaz de destrozarle la garganta de un
mordisco. Él la acechaba día y noche para que permaneciese en la manada, pero
la loba ya había cazado y había dormido con ellos, pronto tendría las
suficientes fuerzas para marcharse y seguir andando por su cuenta, sin depender
de nadie, sin necesitarle a él. En ese momento, Matthew Jeremiah Brown tuvo
miedo, tuvo miedo de que su loba blanca no lo necesitase más y se marchase en
busca de carne fresca: ¡Era ella! Se le decía su instinto animal, Noah la
llamaría su ‘alma gemela’ pero para él, su instinto, su desarrollado instinto
del bosque le decía que era ella: la loba que estaba esperando. Ese día
comenzaron las pesadillas, pesadillas en las que una manada de lobos le
arrebataba a la chica, le arrancaban la garganta o se comían a sus cachorros.
Estaba entre la espada y la pared: quería correr tras la loba y estar con ella,
seguirla hasta el bosque más alejado, hasta su hogar, pero debía permanecer en
la manada: algún día sustituiría a su padre como macho alpha, pelearía con su
hermano de más edad por ese puesto. Sus hermanos menores le necesitaban como
guía, y tenía que proteger a las jóvenes lobas de los furiosos osos, pero su
loba blanca se estaba alejando cada vez más y el temor a perderla se hizo cada
vez más palpable.
-¡Ayla!-gritó antes de que la muchacha se alejara por
el camino, mientras veía como en su cerebro no paraban de correr lobos de
distintos colores y tamaños. La chica se volvió:-si no quieres traer niños a tu
mundo no lo hagas, tráelos al mío.
Desde ese día, que le recordaba constantemente que la
quería, para que no se le olvidase y permaneciese a su lado. “En Alaska nunca
sabes cuándo volverás a ver a alguien” solía repetirle para que no se apartase
de su lado.
Matt abrió los ojos de nuevo, un trueno resonó en la
lejanía y sintió como la lluvia repiqueteaba contra el techo de madera de la
choza de Bam. No sabía si habían pasado minutos u horas desde la última vez que
había intentado dormir, pero lo último que vio antes de despertar fue a él, no
en su forma humana, sino en su forma de lobo, muerto a flechadas y a la loba
blanca huyendo, perseguida por sus hermanos más jóvenes: “maldita sea
Gabe”-murmuró entre sus adentros. No podía creer que la idea de su hermano de
marcharse de nuevo a la clínica fuese una estratagema para intentar robarle a
Ayla. “No, no puede ser, Gabe sería incapaz de hacer eso, pero y si tiene razón
y ella me espera aquí quedaría a merced de Bam, y de él sí que no me fio un
pelo”. Volvió a visualizar la manada de lobos: su hermano más adulto, el de los
ojos aceituna y pelaje castaño aullaba como macho alpha en lo alto de una roca,
el resto de la manada le respondía al aullido, a su lado permanecía la loba
blanca: preciosa e intacta, con el pelaje brillando a la luz de la luna, y al
fondo de todo estaba él: lamiéndose las heridas sangrantes que le habían hecho
los cazadores, tumbado y sometido ante la magnificencia del nuevo líder. “Yo no
me voy a ningún sitio”. Decidió mientras daba un salto de su improvisada cama,
se ponía el sombrero y recogía las botas y la vieja camiseta gris a toda prisa.
Salió disparado por la puerta, sus pies descalzos chapoteaban en el barro en
cada paso mientras la lluvia cubría su torso desnudo y le erizaba la piel al
contacto directo con el frío viento de Alaska. Hacía tiempo que no llovía de
esa manera.
Entró a su cabaña con el corazón en el puño: estaba
todo oscuro, pero aun así distinguía la silueta de la muchacha envuelta en los
edredones: estaba despierta, la conocía lo bastante bien como para saber que no
le gustaban las tormentas ni dormir sola. Se secó con la camiseta el torso
empapado y después la utilizó para quitarse el barro de los pies, tiró el
sombrero al suelo y se quitó los vaqueros húmedos. Caminó despacio hacia ella,
Ayla no se movió y se hizo la dormida, Matt se acurrucó contra su espalda, sin
meterse en las sábanas, exactamente del mismo modo que hizo la primera vez que
durmieron juntos, y permaneció inmóvil unos instantes para entrar en calor. Con
la de capas que llevaba apenas podía distinguir las curvas y el calor de su
cuerpo, ni sentir como su piel se erizaba al contacto de sus dedos congelados.
Se incorporó levemente para observar como “dormía” y se mordió el labio,
sintiéndose culpable: le apartó las ondas del pelo con una caricia, y después
le besó en la sien, pero no pudo detenerse allí y le besó la oreja y la
mejilla, y otra vez el pelo…
-Matt, estate quieto…- parecía más una súplica por
piedad que una orden, pero Matt obedeció ante esa voz reprimiéndose el llanto.
“Ha estado llorando, seguro que por mí-Matt se sintió
como una mierda-no puede evitar preocuparse por la gente, se debe haber estado
preguntando dónde estaba, sobre todo cuando ha empezado a llover. Mi padre
tiene razón y a veces puedo llegar a ser un auténtico imbécil”.
Se metió entre las mantas y volvió a besar a Ayla en
el rostro. Su cuerpo helado, casi desnudo se pegó al de ella, que para su grata
sorpresa, apenas iba cubierto con un pantalón corto y un jersey ancho.
Inmediatamente metió la mano bajo la ropa, apretó los pechos y le mordió la
oreja: su cuerpo se puso rígido al contacto con el de él: el instinto animal
primitivo, que tenía en su interior estaba empezando a florecer, más intenso
que nunca: su mano apretó su sexo y tuvo que reprimir un aullido de excitación:
-Matt, por favor para…- le suplicó ella intentando
incorporarse.
-No puedo, Ayla, te juro que no puedo…
La empujó hasta colocarla boca abajo y le apartó los
pantalones. Ella se revolvió nerviosa, pero él era más fuerte: era un viejo
lobo gris a punto de montar a su loba blanca en celo, y nadie iba a impedir que
de esa bestia naciesen una camada de cachorros fuertes y sanos llamados a
reemplazarlo a él como líder de la manada algún lejano día. Por un momento se
vio tentado de penetrarla por detrás, de clavar las uñas en las nalgas
torneadas y sentir como se contraía todo a su alrededor, pero entonces no
tendría cachorros, y si los tenía, no se marcharía. “Una loba sola con una
camada es una presa muy sencilla, me necesitará a mí y al resto de la manada
para que la ayudemos a criarlos” Introdujo su miembro hinchado en el interior
de la joven, a pesar de sus súplicas, pero no era el lugar cálido que anhelaba:
estaba seco y rígido y le rasgaba al intentar empujar.
Ayla comenzó a emitir un débil llanto:
-Matt, por favor para…
“¡Oh Dios mío! ¿Qué estoy haciendo? Esto no está bien…
no puedo hacer esto cada vez que quiera. Somos un equipo, se necesita el
consentimiento de ambos. Si querías que se quedase esto ha sido una mala idea
Matt, una malísima idea. Ahora sí que tiene motivos para largarse, y tú para
volver a la clínica, pero para que te encierren de por vida. ¡Es que no veías
que le estabas haciendo daño, maldito idiota!
Matt se apartó de ella de un salto y se puso de pie,
pero Ayla se incorporó con él y le agarró del brazo para atraerla hacia ella,
tumbándolo sobre su cuerpo. Se besaron con intensidad: le lengua de ella le
entreabrió los labios para encontrar refugio en su boca y explorar hasta el
último rincón. Ella misma tomó la iniciativa de desprenderse de su jersey para
dejar que los dientes de Matt mordisquearan y saboreasen los pezones. Sus
labios descendieron por el estómago, la chica tenía el vientre plano, pero
contrastaba con sus muslos anchos y las caderas voluptuosas; solía decir que le
sobraban algunos kilos, en opinión de Matt, le faltaban besos. Se detuvo a
juguetear con el ombligo. Ayla soltó una risita nerviosa y su cuerpo
convulsionó por las cosquillas, Matt tuvo que reprimir echarse a llorar de la
alegría que le producía que ella recibiese tan bien sus atenciones. Descendió
hasta los muslos y se deshizo de sus pantalones: besó y mordió su cara
interior. También besó el espeso vello rizado que crecía sobre su sexo, que
empezaba humedecerse y separó los labios
con los pulgares. Cerró los ojos para empaparse mejor de aquella textura y de
aquel olor que le hacía excitarse cada vez más. Buscó a ciegas con la lengua el
nódulo que era la fuente de placer de la muchacha y cuando lo encontró lo lamió
de distintas maneras mientras percibía como la chica arqueaba la espalda de
placer y emitía algún que otro gemido. Su intención era que estallase mediante
sus húmedos besos, pero ella lo obligó a subir para que la penetrase. En su
boca cálida se fundieron un sinfín de fluidos corporales mientras su miembro
palpitante entraba en la cueva húmeda y acogedora que recordaba. Se rodearon
fuertemente con los brazos, el uno al otro, como si no quisiesen soltarse
jamás. Matt la sujetó para darle la vuelta y sentarla sobre él y disfrutar de
la vista, de los pechos danzantes, mientras la muchacha lo cabalgaba. Le clavó
las uñas en los muslos, ya tenía algunos arañazos morados de su pasión de anteriores
ocasiones. Tuvo que reprimirse las ganas de aullar, se incorporó para morder
sus labios y así aguantar sus aullidos. Ella aprovechó para acariciarle los
rizos, le encantaba revolverle el pelo y pegar su cabeza contra su pecho.
Terminaron fundiéndose entre gemidos, besos y caricias, mirándose a los ojos,
intercambiando una de esas miradas que solo entienden determinadas personas. En
ella Matt decía: “te quiero” y ella le respondía con un “lo sé”. No solía
repetirle que lo quería tanto como él, pero él lo sabía. Un trueno resonó, esta
vez más cerca, la lluvia caía intensamente sobre los neumáticos de caucho,
mientras la esencia de Matt inundaba el cálido interior de Ayla.
Matt Brown quedó destrozado, con cada respiración
intentaba llenar al máximo sus pulmones para recuperar el aliento, pero el peso
de la cabeza de Ayla, apoyada sobre su pecho le impedía alcanzar sus objetivos:
la miró orgulloso mientras ella jugueteaba con los rizos plateados de su pecho
y el colmillo que le colgaba del cuello, le besó la frente. Estaba feliz por
cómo lo había recibido Ayla después de cómo se había comportado, pero a la vez
se sentía confuso y decepcionado: aunque adorase a la chica, como cualquier
otra persona tenía defectos, y a aparte de no contar su vida a nadie, Ayla
Hurst podía llegar a ser muy manipuladora. Sabía lo que dependía él de ella, le
dolía que pensase que era tan superficial, pero conocía lo suficiente el cuerpo
de Matt como para saber que había creado cierta adicción por el sexo y que si
se iba, se acabaría el acostarse con ella. A veces se avergonzaba de sí mismo
por ello, Ayla era más joven que él y aun así en la cama siempre vencía: él
contaba con la ventaja de la experiencia: donde tocar, donde lamer y donde
morder, pero ella contaba con la habilidad extra de un par de caderas bien
torneadas y sobre cómo moverlas para hacerlo llegar al paraíso. “Si me
propusieran acostarme con ella una última vez y después no volverla a ver jamás
o no volver a tocarla en la vida pero que se quedara conmigo, elegiría lo
segundo, me duele que piense que no lo haría… Ahora sé cómo se sintió durante
los días en la cabaña. Matt, por Dios, deja de hacer el tonto, la paciencia que
está teniendo contigo no la va a tener nadie más. No la dejes escapar…” Se
obligó a mantenerse despierto, después del sexo los párpados le pesaban dos
toneladas cada uno y no se sentía con fuerzas de mantener una conversación
decente:
-Creo que te debo una disculpa y una explicación…- se
aclaró la garganta, le estaba costando encontrar las palabras adecuadas. Ayla
se incorporó sin decir nada, se peinó el cabello rubio oscuro con destellos
rojizos hacia un lado, a Matt le pareció que sus ojos le estaban echando la
culpa de todos los malos del mundo. Ayla se cubría los pechos con la sábana,
como si se avergonzara de ellos, pero le quedaba una mano libre para poder
acariciar los dedos de Matt. Se la llevó a los labios y no pudo evitar derramar
una lágrima. No le avergonzaba llorar delante de Ayla, a ella sí, así
demostraba lo que sentía de verdad, para ella era un gesto de debilidad.-La
cuestión es que te quiero Ayla-consiguió escupir-te quiero demasiado, ese es mi
problema. Me has sacado del hoyo, y estoy tan agradecido por ello que la sola
idea de perderte me produce pesadillas. Si vuelvo a la clínica no es para
desintoxicarme del alcohol, es para desintoxicarme de ti…-“quizá no debería
haber dicho eso, ahora se sentirá mal”.
Permanecieron en silencio un rato, evitando mirarse a
los ojos para no fundirse en un mar de lágrimas.
-Esa clínica te estaba matando Matt, lo vi, lo vi con
mis propios ojos-su voz era dulce y grave-pídeme lo que quieras, pero por
favor, no me obligues a verte sufrir de esa manera Matt, porque no lo
aguantaré… Si crees que soy un veneno para ti me marcharé, no dudes en que lo
haré, pero por favor, no vuelvas a ese lugar…
Ahora era Ayla la que empezaba a llorar. Matt sintió
como una brecha le atravesó el corazón. En su mente apareció el recuerdo del
día del susto del falso embarazo: el miedo que pasó cuando comenzó a vomitar y
los nervios por no encontrarla en todo el campamento. Tenía el estómago
revuelto y andaba nervioso por la playa, esperando ver el esquife en cualquier
momento asomarse por el horizonte, incluso le pegó una patada a Cupcake de lo
nervioso que estaba… y como se derrumbó cuando prometió que no se iba a marchar
a ninguna parte.
-Matt, soy consciente de que no es sano que dependas
así de mí, tienes que aprender a relajarte. La vida sigue con o sin mi…-un
escalofrío de terror le recorrió la espalda con solo pensarlo-Prométeme que lo
harás, que seguirás adelante si algún día pasa algo.-le alzó el mentón con la
mano para que lo mirase a los ojos-Prométemelo Matt, prométetelo a ti mismo. Si
no lo haces, esto se acaba aquí mismo Matt…
Le costó pronunciar esas palabras, probablemente no lo
había meditado bien, pero el corazón de Matt terminó de resquebrajarse por
completo. Se llevó las manos de Ayla a los labios y las besó repetidamente:
-Lo haré, te juro que lo haré…
-Ese es mi chico-Ayla lo miró orgullosa, le gustaba
cuando lo miraba así, le hacía sentir feliz, respaldado. Le abrazó con fuerza.-
Paul quiere que vayamos a Juneau a hacer un encargo, y ya de paso, terminar de
resolver sus asuntos con la aseguradora. Estaremos tres o cuatro días fuera,
puede que una semana si el clima nos traiciona…-Matt no sabía dónde quería ir a
parar-Tu padre quería que fueseis los cuatro chicos mayores y yo, pero Birdy
está tan capacitada como tú para hacer el trabajo… Así podrás quedarte a cuidar
del resto de la manada…
-Creo que no te estoy entendiendo…
-Vamos a separarnos por unos días, Matt,-le explicó
paciente-para que veas que puedes vivir perfectamente sin mí… ¿Te parece bien?
“Sinceramente no, tú: en dirección a una ciudad con
aeropuerto y encerrada en un barco con Bam y con Gabe, pero no me queda otro
remedio que aceptar, ¿verdad?”
-Por supuesto, un viajecito a Juneau con la familia…
-se forzó a sonreírle mientras ella le acariciaba la mejilla. Después la invitó
a tumbarse de nuevo sobre su pecho, ya estaba a punto de dormirse cuando Ayla
reclamó su atención:
-¿Recuerdas el teléfono que me ha dado Frank?-a Matt
se le tensaron todos los músculos del cuerpo.
-¿Has llamado a tu madre?-preguntó con temor a conocer
la respuesta.
-No, he llamado a una amiga de allí, de España, para
que le contase a mi familia que estaba bien. ¿Y sabes qué? Ni siquiera se
acordaban de que estaba en Alaska…-Matt no supo que decir, simplemente la
apretó aún más contra su pecho y le frotó los hombros para consolarla-El imbécil
de Frank me la ha jugado, ¿cómo no he podido verlo? Me siento una idiota, sola
y abandonada…
“el imbécil soy yo, por haberte gritado, pero de
verdad creía que te ibas a marchar con él… Debe de ser muy duro, llevar más de
tres meses fuera de casa y que tu familia no se haya interesado por ti.”
-No estás sola ni abandonada. Me tienes a mí y a toda
la manada… Y a esa amiga tuya que has llamado.
Ayla sonrió:
-Alba es muy buena conmigo, es la que insistió en que
viniese a trabajar aquí y después insistió en que me quedase, que siguiese
adelante con lo nuestro.-soltó una carcajada- Siempre me dice que cuando la voy
a invitar a venir…
-¿Y por qué no?-el excéntrico cerebro de Matt
trabajaba a toda prisa-Tenemos sitio en la casa principal, y aunque te lleves
bien con Bird y con Rain, seguro que te apetece ponerte al día con una vieja
amiga…
-No sé yo Matt, no quiero molestar…
-No molestarás. Los chicos estarán encantados de que
haya otra chica rondando por el campamento.
-Y Alba estará encantada de que lo hagan-bromeó ella.
A Ayla parecía estar tentándole la idea cada vez más.
-Tú puedes pagar el billete, ¿verdad?-ella asintió.
Matt cada vez estaba más entusiasmado-Perfecto. Mañana lo terminamos de hablar
con mis padres, y cuando vayáis a Juneau la llamas y le propones el viaje.
-¡Seguro que le encantará venir a conoceros a todos!
Ayla abrazó a Matt emocionada y agradecida por su
brillante idea.
-Ves como a veces tengo buenas ideas y todo.
Le dio un ligero beso en los labios:
-Todas tus ideas son brillantes para mí. Será genial
tener a Alba rondando por aquí.
“Y será genial que la loba recién llegado llame la
atención del resto de los jóvenes lobos para que el viejo lobo gris y la loba
blanca puedan descansar tranquilos y lamerse las heridas el uno al otro
mientras toman el sol”.
TODOS LOS CAPÍTULOS DE MI NOVELA BASADA EN "ALASKAN BUSH PEOPLE" ESTÁN AQUÍ.
Dedicado a Alba, por sus interminables listas de ideas para que no dejase de escribir esta historia.
TODOS LOS CAPÍTULOS DE MI NOVELA BASADA EN "ALASKAN BUSH PEOPLE" ESTÁN AQUÍ.
Dedicado a Alba, por sus interminables listas de ideas para que no dejase de escribir esta historia.
Increíble.Se me ponen los los pelos de punta en algunos momentos.
ResponderEliminar¡Me alegra de que te haya gustado! Siempre a vuestra disposición
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