[El cazador estaba furioso, afilaba su rudimentaria
lanza junto al fuego de su pequeña choza. A sus pies descansaba su viejo lobo
gris, lleno de magulladuras, el lobo castaño de su hermano lo había atacado
para hacerse con el liderato de la manada. La bestia se lamía las heridas, el
cazador le acarició afectuosamente la cabeza, y el animal le devolvió la
muestra de cariño lamiéndole los dedos. Estaba enfadado con su hermano, con su
padre, con el mundo… La caza no había sido buena aquella temporada, ni tampoco
la cosecha, el cazador tenía a su cargo un buen grupo de gente al que alimentar
y el invierno estaba cerca… Pensó en las palabras desafiante que le había
dedicado su hermano y en la expresión de decepción en el rostro de su padre,
desde que había vuelto a la manada de su viaje en solitario, todo había
cambiado: su hermano se había hecho con el puesto que le correspondía como mano
derecha del líder, nadie lo miraba como antes, infundía respeto, orgullo… ahora
solo infundía pena, asco, compasión…
-¡Te marchaste!-le gritaba su hermano después de la
desafortunada caza y de que contradijera una orden suya delante del resto de
los cazadores-Ya no eres el líder aquí, desapareciste sin decir nada y
regresaste del mismo modo. No puedes pretender que te aceptemos como antes.
Encima vas y vuelves con la refinada esa de tirabuzones en el pelo… Tienes
veinte cabañas ahí, llenas de chicas de todas las edades y aspectos, no tenías
por qué traerte a esa mujeruca aquí… Nos hace quedar en ridículo delante de las
otras tribus. ¿Qué dirán si…?
El cazador no soportó escuchar más las palabras de su
hermano en su mente y pateó la olla de bronce, repleta de guiso que ardía sobre
el fuego. El caldo se desparramó por las alfombras de la cabaña y el lobo no
tardó ni dos segundos en olvidar sus magulladuras y correr a lamer la carne y
el caldo que se había derramado. El sonido de la olla impactando contra el
resto de cacerolas alertó a la muchacha, que apareció por la puerta alarmada:
-¿Estáis bien?-le preguntó con su refinado acento
señorial y esos ojos de cervatillo.
El cazador no respondió, se dedicó a observarla
detenidamente con sus ojos de lobo. Era una niña, apenas una muchacha, ella
afirmaba que tenía veinte años, pero por su aspecto no podía tener más de
dieciséis o diecisiete. Tenía el cabello rojo, besado por el fuego y muy
rizado, pero se aclaraba a medida que bajaba hacia las puntas hasta convertirse
en un dorado meloso. Llevaba los tirabuzones mal recogidos en un moño con una simple
cinta, sin embargo, se había envuelto en sedas y satenes, muy impropios para el
gélido viento de sus bosques. El vestido en cuestión tenía un generoso escote
en forma de V, era de color gris muy suave y llevaba perlas bordadas en el
corpiño. La falda le llegaba hasta los pies y tenían bordados motivos florales
en terciopelo. Las mangas anchas dejaban al descubierto unas delicadas manos
blancas de largos dedos. El borde estaba ribeteado en plata. El corpiño se
ajustaba por todo el torso: apretando la cintura para remarcar las caderas y el
pecho. No tenía el voluptuoso pecho de las mujeres de su zona, pero sus futuros
hijos no pasarían hambre, tenía la cinturita estrecha (quizá por la edad) y las
caderas torneadas: “no tendrá problemas para dar a luz” pensó el cazador. A
pesar de los rumores que se extendían por todo lo largo y ancho de su aldea y
de los poblados de las proximidades, el cazador no la había tocado jamás. ¡Era
una cría! Y además de alta cuna, y él no era más que un nómada de las tribus de
los bosques. Había encontrado a la chica en su viaje para conocerse a sí mismo,
la muchacha huía de los latigazos de su padre y de un matrimonio de
conveniencia con un viejo señor adinerado. No podía dejarla allí, su honor de
cazador, de hombre de los bosques se lo impedía, así que se la llevó a su
tribu. La muchacha en cuestión desató muchas críticas entre su familia: ¡el
hijo del jefe había traído a una mujeruca de un palacio! Las cazadoras
empezaron a hacerle la vida imposible, metiéndose con ella, gastándole bromas y
humillándola en público. ¡Hasta su hermano se había mofado de ella! Pero la
chica no se rendía y seguía adelante, aguantando el llanto ante las risas de su
gente. Por salvarle la vida, el código de su tribu dictaba que debía servir a
su salvador al menos durante dos inviernos, y la muchacha aceptó el encargo con
gusto, todo con total de no volver a ver a su padre ni al viejo verde. El
cazador no podía negar que había pensado en calentar su lecho con ella en
alguna que otra ocasión, pero lo había desestimado en seguida, el recuerdo de
la chica que había dejado atrás, hace un año, antes de marcharse a realizar su
viaje, seguía latente en su corazón, la misma mujer que ahora amamantaba al
niño de su hermano. Por otro lado, él no era el tipo de hombre que iba
deshonrando jovencitas por ahí.
Al ver que no respondía, la chica empezó a limpiar el
estropicio que había armado al derramar el caldo. Se arremangó la seda con
cuidado, dejando al descubierto sus pies descalzos y empezó a recoger el caldo
con un trapo, mientras el lobo jugueteaba a su alrededor. Cuando ya estaba por
terminar, el cazador por fin habló:
-¿Por qué te has puesto ese vestido?-un baúl lleno de
elaborados y caros vestidos era de las escasas pertenencias que había traído.
Su idea era venderlos en algún puerto comercial para sacar algo de dinero.
-Solo…-la chica se sonrojó y miró al suelo avergonzada-Quería
recordar como…. Me gustaban estas telas… yo solo…. Como vos no me necesitabais…
Creí que podría…-tartamudeó insegura.
-Quítatelo ahora mismo.
-Pero señor…
-¡No hay excusa que valga!-gritó furioso-He sido
extremadamente bueno contigo: te he dado comida y un techo, he permitido que te
sientes en el fuego del jefe de la manada… ¿Y así me lo pagas? Poniéndote
estúpidos vestidos para que la gente se ría más de mí por si no les ha quedado
claro que soy un completo inútil…
La chica se aguantó el llanto en esa mirada de
cervatillo. El labio le tembló levemente y el cazador se arrepintió al momento
de cómo le había hablado, pero no podía parecer débil ante su sirvienta, ya era
suficiente con parecerlo ante toda la aldea.
-Vete a cambiar inmediatamente.
El cazador apartó la mirada de la joven y siguió con
su tarea de afilar la lanza, pero la muchacha seguía allí, inmóvil delante de
él, con los ojos fijos en sus pies descalzos, los hombros encogidos y las manos
agarradas sobre sus muslos:
-¿Qué haces todavía ahí?
-No puedo quitármelo sola…-susurró tímidamente-la
lazada… se desabrocha por detrás…
Dio unos pasos hacia él y se dio la vuelta. El cazador
estaba sentado sobre su lecho, se puso de pie y contempló la prieta lazada que
se ajustaba a la espalda de la joven, se preguntó cómo había hecho para
ponérselo sola. Ella no era mucho más bajita que él, de manera que el olor de
su cabello quedaba justo sobre su nariz. Aspiró el aroma suave de la chiquilla
y se mordió el labio para reprimir sus impulsos animales. Temblaba ligeramente.
Unos dedos fríos guiaron sus manos curtidas por la caza hacia su cintura, donde
comenzaba el intrínseco sistema de abertura del vestido. Deshizo el lazo de
satén con los hábiles dedos con los que un pescador maneja el hilo de su caña y
comenzó a desabrochar la lazada que recorría su espalda, desde las caderas
hasta deshacerse en el cuello. El cazador, que solía destripar animales sin
ningún temor ni remordimiento, temblaba como un niñito ante su primer lobo
mientras sus dedos desgastados deshacían los lazos de satén de color perla. La
muchacha soltó un profundo suspiro cuando terminó de desabrocharle el corpiño.
Sus dedos recorrieron el borde del vestido y descubrieron los hombros:
estrechos y blancos, delicados, elegantes… Besó uno de ellos. Un escalofrío
recorrió la columna vertebral de la joven. Luego besó el cuello de cisne, la
oreja, el cuello de nuevo… Cerró los ojos y mordisqueó el lóbulo. Su cuerpo
acariciaba las caderas de ellas y empezó a sentir una molesta presión en las
ingles.
-¿Sabes lo que dicen de nosotros, verdad?-susurró sin
abrir los ojos ni despegar la nariz del aroma suave y femenino de su pelo.
-Si-asintió ella. Su cuerpo estaba rígido, pero
reaccionaba con pequeños espasmos ante sus besos.
-Si sigo contigo, al final van a ser ciertos…
-No me importa.-admitió ella.
-Bien.
Sus dedos, que ya habían desecho varias prendas de
mujer a lo largo de su vida, recorrieron el bordado del escote, hasta encontrar
el gancho que sujetaba todo el vestido sobre la cintura. La piel de ella se
erizaba al contacto con sus yemas. Se deshizo del pequeño cierre de oro y el
vestido se abrió, lo dejó caer hasta la cintura y lo empujó a través de las
caderas hasta que quedó en el suelo. Se deshizo de su camisa de piel de venado,
dejando al descubierto su torso lleno de cicatrices de guerra, con un colmillo
de lobo danzando sobre su pecho. Le quitó la cinta del pelo y dejó que los
rizos le cubriesen los hombros pálidos. La muchacha se estremeció al notar su
aliento sobre su cuello. La giró bruscamente hacia él y la obligó a mirarlo a
los ojos. La aurora boreal se había colado en esos dos ojos verdes, llenos de
destellos naranjas y azules, que lo miraban asustada, pero a la vez desafiante,
descarada. Tenía el rostro ovalado, la nariz pequeña y respingona y los labios
curvados hacia abajo, del color de la carne sanguinolenta del salmón recién
pescado. Los acarició con su dedo. Ella cerró los ojos y se deleitó con su olor
a bosque, a almizcle y a tierra húmeda. La agarró de su cintura y la atrajo hacia
él, explorando con su lengua todos los rincones de aquella boca pequeña, cálida
y acogedora, mientras ella desabrochaba el nudo que sujetaba sus pantalones de
piel de gamuza… Sus dedos se colaron entre ambos y comenzaron a acariciar el
espeso vello castaño que crecía entre sus muslos, introdujo dos dentro de ella,
y la joven se estremeció. No tardó en darse cuenta de que no era doncella. Las
manos de ella también empezaron a jugar con su miembro, sentía la sangre latir
dentro de él y como las mejillas se coloraban mientras la chica seguía con sus
juegos. La agarró por la cintura fuertemente y la tumbó en la cama, bocabajo,
alzó las caderas hacia él, palmeó las nalgas redondas y blancas, apenas
decoradas por pequeñas estrías blanquecinas a cada lado. Ella se estremeció al
notar como su palma golpeaba la nalga y como el cazador empezaba a separarlas y
a buscar una cueva donde poder descargar la semilla apunto para germinar. El
lobo lo observaba tumbado al otro lado de la estancia, con sus ojos amarillentos
brillantes de oro fundido, deseándole una buena caza. El cazador introdujo su
virilidad en el hueco húmedo que había explorado con los dedos y comenzó a
embestir con fuerza a la chica,
arañándole los muslos. Las caderas chocaban contra él en una melodiosa
percusión que marcaba el ritmo de la voz solista del tenor masculino y su
acompañante coral femenino…]
-Vale, ya sé cómo acaba esto y no quiero seguir
leyendo.-bromeó Alba lanzando mi diario contra mí.-Si quieres contarme detalles
sobre tu vida íntima no es necesario que me cueles una historia. Dámelos sin
más…
Le tiré una almohada y Alba estalló en carcajadas.
Hacía apenas un día que había llegado y aún tenía muchas cosas que contarle. La
lluvia caía intensa sobre mi bungalow, y no pude evitar acordarme de lo fría y
solitaria que sería la noche sin Matt. Recordaba lo nervioso que estaba él
cuando le presenté formalmente a Alba, le dio la mano, rígido como el palo de
una escoba, mientras que Gabe la abrazó amigablemente. Matt nunca había tenido
problemas para relacionarse con la gente, pero se le veía nervioso ante la
llegada de Alba. Intentaba ocultándomelo con una de sus sonrisas, pero le
conocía bastante bien como para saber que algo le inquietaba. Estaban siendo
demasiados cambios de golpe, y mi temor de que Matt volviese a frustrarse
consigo mismo y a meterse en algún lío empezó a aumentar. Para colmo, íbamos a
pasar las próximas tres semanas distanciados, nos veríamos por el día, pero no
gozaríamos de pequeños momentos de intimidad que necesitábamos para mantener
viva nuestra llama. Era la primera noche que pasaría sin dormir junto a Matt, y
ya le echaba de menos… La noche alaskeña cubría de negro el paisaje, impidiendo
que distinguiera las montañas del mar, pero tenía la certeza de que al otro
lado del estrecho, había una hoguera en una choza de neumáticos esperándome:
-No te estoy dando ningún detalle… Es solo la idea
para la próxima historia. Un cazador de la Alaska primitiva con una doncella de
alta cuna… Pinta bien, ¿verdad?
-Depende, ¿el cazador como se llama, Matt Brown?
Le volví a tirar una almohada. Estábamos sentadas en
la gran cama del piso de arriba, donde me había acostado la primera vez con
Matt, en pijama y comiendo pizza y bebíamos refrescos, nos contábamos nuestras
aventuras… Hacía tiempo que no me reía tanto, y aunque echaba de menos a Matt,
necesitaba esa charla con Alba. Intenté hacerla hablar, que me contase como le
iba la vida, cómo estaba todo en España, pero ella no paraba de insistir en que
le contase “detalles” sobre mi relación con Matt:
-Así que estás con Matt… -arqueó las cejas mientras
comía un trozo de pizza- ¿Cómo surgió todo? ¿Te pidió una cita? ¿Cómo fue?
¿Cómo se piden citas en el bosque?
-Simplemente surgió…-intenté hacerme la misteriosa con
ella, pero Alba me conocía lo bastante bien como para saber que ocultaba algo.
Y ¡qué diablos! Me estaba muriendo de ganas de contárselo…
-Nos acostamos, tuvimos una charla de almohadas muy
productiva y me sugirió que me fuese con él unos días a Brown town, no sé
porque acepté, desde el primer momento me pareció muy guapo y después de
acostarme con él…. Era como un sueño, Alba. Un sueño que se hacía realidad…
Después todo surgió, y cuando quise darme cuenta él estaba de rodillas,
abrazándome las piernas, suplicando que no me marchase… -solté una
risita-Entonces yo también advertí que no quería irme, que le quería…-pronuncié
esas palabras entre suspiros.
-¡No me tomes el pelo! Tú no te enamoras…
-De Matt sí.
[El olor a muerte le invadió los pulmones cuando rajó
de una cuchillada el vientre del joven macho que acababa de matar. La flecha
del cuello había sido letal, y el animal yacía sin vida, con la lengua fuera y
los dos brillantes ojos negros mirándole fijamente. La muchacha estaba sentada
frente a él, con las manos sobre las rodillas, observándole con aquellos ojos
verdes moteados. Vestía completamente de blanco, con pieles de zorro y armiño,
decorado con plumas que había recogido en el bosque. El charco de sangre a sus
pies desprendía vapor, al igual que su aliento por el viento gélido de la
mañana. La joven tenía los labios cortados y los ojos vidriosos por el frío,
pero no protestaba. Él también tenía frío, se había quitado los guantes para
destripar al venado y estaba a empezando a perder la sensibilidad en los dedos.
Notaba como helados cristales se formaban sobre sus bigotes. Sus ojos azules
eran tan gélidos como el clima que los rodeaba, y observaban con detenimiento
cualquier gesto, movimiento o expresión de la joven: parecía tranquila, en
calma, en paz consigo misma… Había realizado el disparo con total confianza y
había acertado en el blanco: no se había alegrado ni había mostrado expresión
alguna. “Era su deber” se había repetido el cazador. Un mechón de pelo rojizo
se le escapó de la trenza y se lo recolocó sin apartar la vista de su presa. El
cazador introdujo la mano en las cálidas tripas del venado y extrajo los
intestinos, llenos de sangre y líquido. El olor atrajo enseguida a los dos
lobos que jugueteaban en el claro a pocos metros de sus compañeros: Lobo Gris era un experto en cacerías,
sabía que cuando su amo terminase de destripar al animal él recibiría su parte,
pero Pluma no era más que una
cachorra y cometió el error de acercarse demasiado al cazador mientras hacía su
labor. Rápido como un rayo, cogió una piedra y se la lanzó a la lobezna blanca,
gimió levemente y se retiró con el rabo entre las patas. La muchacha apretó las
pieles de su pantalón con fuerza:
-Debe aprender a ser paciente, a esperar, entonces
tendrá su recompensa…-le explicó el cazador pacientemente.
La chica asintió levemente con la cabeza, aceptando su
decisión, aunque no se mostrase de acuerdo en que hubiese golpeado a su
cachorro. El animalito no pareció molestarse mucho y en unos instantes empezaba
a provocar a Lobo Gris para que jugase con ella. El lobo adulto se resistió a
los encantos de la jovencita todo lo que pudo, pero enseguida empezó a lanzarse
sobre ella y a morderle amigablemente. En un momento determinado se detuvo a
olfatearle el trasero, se irguió todo lo que su estatura le permitió, con el
pecho hinchado y el rabo en alto, pero Pluma le enseñó los dientes mientras se
le erizaba el pelo de la espalda y le marcó el cuello. “Pronto será adulta y
tendrá su primer celo” pensó el cazador “y Lobo
Gris y Ojos Verdes pelearán por
ella”. Pluma era blanca como la
nieve, con una gruesa cola y el pelaje más espeso que el resto de lobos,
también era más pequeña y de formas más delicadas que el resto de su manada. La
joven que la había adoptado le había colocado en el cuello dos plumas de águila
real que había encontrado cerca del río, a modo de tocado y aunque al principio
se resistió a llevarlo, al final terminó acostumbrándose. A la chica le
gustaban las plumas, las recogía siempre que podía y hacía verdaderas obras de
arte con ellas, incluso él, el feroz cazador se había detenido expresamente a
recoger unas plumas de lechuza blanca que había encontrado mientras cazaba. La
chica le hizo un tocado para decorar su colmillo que se había puesto para lucir
en aquella ocasión tan especial: su primera presa. A pesar de la solemnidad de
la ceremonia de la primera presa, pocos miembros de su familia habían acudido a
ella. A un lado del claro se encontraban su madre y sus dos hermanas menores,
también se habían personado dos de sus hermanos varones, aunque no se mostrasen
muy de acuerdo con llevar a cabo ese ritual. Los que no asistieron fueron su
padre y su hermano de más edad, quienes se mostraban totalmente contrarios a
admitir a la muchacha como cazadora de la manada. También se encontraban
ausente su hermano más joven, la compañera de su hermano y su único hijo. El
cazador sintió dolor por no tener a su familia en aquel momento tan importante
en su día: el día que había elegido una cazadora y por un momento pensó en no
llevar a cabo la ceremonia, una mirada de su madre le alentó a seguir adelante.
“No elegimos de quien nos enamoramos, eso lo eligen los Dioses, puedes elegir repudiarla
y mandarla a casa de nuevo cuando finalicen los dos años y arrepentirte toda la
vida, o puedes convertirla en tu compañera de caza y compartir el calor del
fuego hasta la llegada del Largo Invierno”. Le había dicho la Vieja Loba
mientras lo vestía para la ceremonia. El día había amanecido gris, el olor a
nieve se respiraba desde primera hora, y a media mañana comenzaron a caer finos
copos de nieve, una de las últimas nevadas de la primavera. El suelo estaba
cubierto de barro y nieve marrón y le costaba trabajo acomodarse mientras
destripaba el ciervo. Su madre y sus hermanos y hermanas permanecían
expectantes, al igual que los lobos, que sabían que algo importante estaba a
punto de ocurrir. El cazador hurgó en el interior de la bestia hasta que sacó
el corazón: joven y fuerte, ensangrentado, le pareció sentir aún el rápido
latido de la bestia huyendo de sus depredadores en su mano teñida de rojo. Su
madre y sus hermanos se habían dibujado una línea negra con brasas en la cara,
horizontal, que atravesaba las mejillas y les cruzaba la nariz. Era la marca de
su padre, la que usaban para cazar y para identificarse con el resto de los poblados,
él ya no la llevaría más. Se pasó tres dedos ensangrentados por la mejilla
izquierda, dejando tres líneas rojas a su paso. Repitió el proceso con el
rostro de la joven. Después colocó el corazón en las manos de la chica y las
envolvió con las suyas. Una gota roja cayó en el impecable jersey blanco de la
muchacha:
-El día en que cacé mi primera presa, mi padre me
honró con un nombre de cazador: un nombre fuerte, para que fuese valiente,
vigoroso y rápido en la caza. Un nombre que me recordase cual es mi deber con
el clan: proveer alimento y pieles a mi gente, cuidar de ellos. Ese nombre fue
Corazón de Ciervo. Hoy, muchacha, has cazado tu primera presa, eso demuestra
que ya no eres una niña y que tienes unas responsabilidades con la manada.
¿Juras ante los Dioses y ante tu primera muerte que proveerás a la gente de tu
clan con tus presas?
-Lo juro.-repitió la muchacha sin levantar la vista
del ciervo.
-En ese caso, te voy a otorgar el nombre de Loba
Blanca: porque hoy has sido sigilosa y silenciosa, pero letal, como una loba y
a la vez para recordarte que perteneces y te debes a tu manada.
-Loba Blanca agradece el nombre que le ha otorgado
Corazón de Ciervo y jura que no olvidará su cometido cada vez que salga de
caza.
El cazador conocido como Corazón de Ciervo asintió
satisfecho y llamó a su madre, que se arrodilló ante ellos, les obligó a soltar
el corazón y les unió las manos ensangrentadas con una cinta roja, decorada con
figuras doradas. Y las envolvió con sus manos arrugadas y huesudas,
protegiéndolos, bendiciéndolos.
-Corazón de Ciervo, hijo del Gran Oso, tomas a Loba
Blanca como compañera de caza y de hogar. Engendrarás y proveerás para sus
hijos, los protegerás y calentarás su lecho. La amarás hasta la llegada del
Largo Invierno. ¿Lo juras ante los Dioses?
-Lo juro.-afirmó él muy convencido, con sus pupilas
clavadas en los irises multicolor de ella.
-Y tú, Loba Blanca, hija perdida del Viento, aceptas
que Corazón de Ciervo, hijo del Gran Oso, sea tu compañero de caza y de hogar.
Engendre tus hijos y caliente tu lecho, le protegerás y le amarás a partir de
hoy hasta la llegada del Largo Invierno. ¿Lo aceptas y lo juras antes los
Dioses?
El corazón se le detuvo cuando pareció que la muchacha
dudaba: se mordió el labio inferior cortado por el frio y le apretó las manos
manchadas de sangre. Había sustituido el castillo de su padre por una choza de
piel, sus sedas y sus satenes por armiños y zorros, ¿iba también a cambiarlo y
dejarlo todo, por él?
-Acepto y lo juro.]
Unos días después, una soleada mañana, los chicos y yo
llevamos a Alba a practicar con el cuchillo a mi campo de tiro. Seguía notando
extraño a Matt, nervioso, no me miraba a la cara cuando me hablaba y una
diminuta parte de mi deseaba que Alba se marchase ya para poder hablar con Matt
a solas. Bear y Gabe, como era de costumbre, se peleaban por llamar la atención
de Alba, decidí mantener en secreto que estuve a punto de besar a Bear en una
ocasión y que Gabe había sentido algo por mí y los dejé ser felices en su mundo
particular. Birdy intentaba poner orden cuando sus dos hermanos intentaron
pelearse por el cuchillo:
-¡Al final os voy a lanzar el cuchillo a vosotros!-les
gritó a sus hermanos arrebatándoles el arma y dándosela a Alba.
Ni Alba ni yo éramos buenas tiradoras, así que cuando
mandó el cuchillo a los arbustos, los dos chicos corrieron a buscarlo como dos
sabuesos a una cierva herida. Yo observaba desde la distancia, no porque no me
apeteciese participar, pero no me apetecía que esos dos lobeznos en celo me
arrancasen un ojo en una de sus peleas. Matt estaba a unos pasos detrás de mí,
con la espalda apoyada en una roca, sonriendo ante las bromas de sus hermanos.
Una brizna de hierba le colgaba de los labios y sus ojos azules estaban ocultos
tras el sombrero. Le había preocupado si quería lanzar el cuchillo él también,
pero me había dicho que prefería mirar… Me sorprendió su respuesta, Matt no
perdía ocasión de competir con sus hermanos menores, y él era el mejor de todos
lanzando cuchillos. Me preocupaba la manera en la que Matt se comportaba
últimamente: paseaba solo, estaba callado (algo muy sorprendente en él…) apenas
hablaba con Alba… y empezó a preocuparme de que se hubiese vuelto a meter en
algún lío. Ami alivió mis sospechas de que volviese a beber cuando me contó que
no había ido al pueblo en las últimas semanas, aun así, sabía que algo le
rondaba por la cabeza a Matt Brown, una parte de mi quería creer que me echaba
de menos por las noches. Yo lo añoraba más de lo que se podía imaginar, pero a
la vez, me negaba a creer que estaba preocupado por no estar a la altura del
hecho que estaba a punto de cambiar nuestras vidas:
Estaba tan distraída, riéndome de las peleas de Gabe y
de Bear que ni siquiera escuché como se acercaba hacia mí. Una mano áspera me
tomó por la cintura, sentí el olor a tierra húmeda y el aliento intenso
susurrándome el oído. La punta del sombrero me rozó la sien, pero podía sentir
la mejilla de Matt contra la mía:
-Esa camisa me está volviendo loco…-susurró con un
tono de voz grave y provocadora.
Cerré los ojos y tragué saliva mientras una ola de
excitación me recorría la columna vertebral. “Ese sí que era mi Matt”.
Una de sus manos estaba acariciándome la cintura
mientras sus labios jugueteaban con mi cuello y sorbían el aroma de mi pelo.
-Veo que alguien me echa mucho de menos…
Matt no despegaba sus labios de mí:
-No te imaginas cuanto…
-No hablaba de ti.-bromeé
Matt soltó una carcajada, me rodeó con ambos brazos y
me sentó sobre sus rodillas, en la roca donde había estado apoyado, con la
intención de utilizarme como obstáculo ante su abultado pantalón.
-¿Se lo está pasando bien, Alba?-preguntó con su voz
jovial de siempre, como si nada le preocupase.
-¿Estás de broma? Bear y Gabe se pelean constantemente
por su atención ¡Está encantada!
Matt volvió a enamorarme con su risa:
-¿Y cuál de los dos prefiere?
-Cada día uno diferente. Pero creo que Gabe es más su
tipo… Bear es demasiado… Intrépido. Míralos, parecen niños, están tan ocupados
disputándose su atención que si nos fuéramos no se darían ni…
Intercambiamos una mirada de triunfo:
-¡Alba!-le grité-¡Enseguida vuelvo!
-Si sí… Está bien.-Soltó sin prestarme demasiada
atención.
Matt me agarró de la manga de la camisa y echamos a
correr hacia la playa, como dos adolescentes en su primera escapada juntos. En
la primera línea de árboles Matt se detuvo, me alzó en brazos, me hizo girar a
su alrededor y me acomodó sobre su cintura. Le rodeé con las piernas, tiré su
sombrero al suelo y comencé a besarlo desesperadamente:
-Te echo de menos…-me susurraba entre beso y beso.
No podía creer como añoraba tanto el cuerpo de Matt,
por supuesto que también echaba de menos nuestras charlas nocturnas, pasear los
dos solos, hacer algún proyecto juntos… pero él era la única persona en la
tierra capaz de hacer despertar ese fuego que ardía dentro de mí. Matt también
ardía en deseo, se despertaba dentro de él aquel instinto básico, primitivo,
animal, que provocaba que en ocasiones me hiciese daño e incluso me asustase de
él. Lo tumbé en el suelo, sobre la hierba y le hice el amor lentamente, empapándome
de él de la misma manera que él disfrutaba de mí. Me hubiese gustado pasar más
tiempo acariciándolo, quitándole toda la ropa, jugando con él, pero para todo
aquello habría que esperar unos días más… Acomodó la cabeza sobre mis rodillas
y cerró los ojos, su respiración era agitada, al igual que la mía. Le acaricié
el pelo mientras lo veía dormitar. El mar se extendía ante nosotros, agitado,
balanceando el Integrity con fuertes embestidas. El cielo comenzaba a nublarse,
se avecinaba una tormenta… Con un poco de suerte no podríamos volver a Hoonah
esa noche y podría pasarla con Matt, de repente, me acordé de Alba y los chicos
y pensé que deberíamos volver. Matt se había dormido, le sacudí suavemente para
despertarlo. Se alzó perezosamente y comenzó a besarme el cuello de nuevo. Se
había cortado el pelo, ya no tenía esos rizos alborotados, pero seguía
pareciéndome muy atractivo, llevaba una camiseta ancha y unos vaqueros, hacía
mucho calor para él, así que iba en manga corta y sin guantes. Yo en cambio,
bajo la camisa de cuadros llevaba una camisetita interior que a Matt pareció
gustarle excesivamente:
-Quedémonos un poquito más, Ayla…-me suplicó entre
beso y beso. Cogí su lengua entre los dientes y la hundí en el interior de su
boca. Su mano volvió a colarse entre los botones de la camisa.
-Matt, detente, nos están esperando…
-Que esperen…-eso no era propio de Matt. Lo aparté
bruscamente y le obligué a mirarme. Volvía a tener esa mirada, tenía miedo,
¿pero de qué? A medida que pasaba el
tiempo me estaba dando cuenta de que yo no era la insegura de la relación y de
que Matt Brown era un manojo de temores.
-Sabes que solo quiero pasar algo de tiempo con Alba,
¿verdad, Matt? No ha cambiado nada entre nosotros,-mentí ligeramente-no voy a
marcharme a ninguna parte. Te quiero…-ya no me costaba decírselo.
Matt tragó saliva y me abrazó dulcemente. “Estoy aquí,
pequeño, estoy aquí”.
-He estado pensando últimamente, Ayla…-se me hizo un
nudo en la garganta pero me esforcé para mantener el rostro sereno y tranquilo,
aunque estuviese apretando su mano con todas mis fuerzas.
-Somos un equipo, Matt ¿recuerdas? Tus problemas son
de ambos.
Por un momento pensé que se había vuelto a meter en el
alcohol y me repetí a mí misma que había prometido estar a su lado, en las buenas
y en las malas.
-Lo sé.-esbozó una media sonrisa mientras nuestras
manos seguían unidas. Noté el sudor que le resbalaba por la palma y lo nervioso
que estaba. Su rostro empezó a congestionarse y los ojos a resquebrajarse en millones
de trocitos de vidrio. “tienes que ser fuerte por los dos”.- Cuando te traje a
casa, no pensé en todo lo que significaba para ti, lo dejaste todo…
absolutamente todo por mi… Y ahora, desde que llegó Alba, solo es un pedacito
pequeño de tu mundo, pero pareces tan feliz. Y yo tenía miedo, tenía miedo de
que ese trocito de tu mundo no me aceptase o no le gustase, o que te recordase
lo maravilloso que es…
-¿Desde cuándo me importan a mí las opiniones del
resto, Matt Brown?-no debí interrumpirle de ese modo, a Matt pareció dolerle,
pero no soportaba sus traumas sobre mi posible marcha, era algo que no
conseguía superar. Se levantó de mi lado y se puso a mirar el mar. Una suave
brisa le revolvía el cabello plateado y le agitaba la ropa.
-En cambio tú, tú fuiste fuerte Ayla. No te doblegaste
ante mi familia, seguiste adelante por mí… Y no puedo evitar preguntarme si yo
sería igual de fuerte, Ayla. Si aguantaría todos esos cambios sin rechistar,
como hiciste tú. Sin temor. Tú nunca tienes miedo…
Me levanté y abracé a Matt por la espalda, apoyando mi
mejilla sobre él. Temblaba. Me estaba dando cuenta de que, como se suele decir,
todo el mundo tiene defectos, y Matt Brown era un manojo de inseguridades y
temores. “¿Quién me iba a decir a mí que iba a ser yo la confianza de esta
extraña pareja?” El temor a que me marchase siempre estaba presente en él, a
perderme… Quizá no hubiese tolerado esa reacción en otra persona, pero él era
Matt, mi Matt. Y si él no se creía suficiente fuerte para mí, yo debía serlo
para los dos…
-Sé que no necesitas que cuiden de ti,-dijo temblando
y con la voz atrabancada- pero yo debo cuidar de ti, protegerte y tengo miedo
de no ser lo suficientemente fuerte como para hacerlo. Tú no tienes miedo, y yo
estoy lleno de temores…
“Es adorable, puede enfrentarse a los osos que quiera,
pero se muere de miedo ante mi…”
-Piensas eso, pero sé que en el momento en que te
necesite, estarás allí para cuidarme…
Matt me miró con los ojos enrojecidos.
-¿Crees que alguna vez vas a vivir un momento así?
Llevé la mano de Matt hacia mi abdomen.
-Ahora mismo estoy muerta de miedo.-Matt me rodeó con
un brazo y me besó la frente, sintiéndose culpable por no haberse dado cuenta
antes.-Estoy sola, en un país extranjero, sin mi familia y sin nadie. Tengo
veintiún años y toda la vida me han dicho que esto te arruina la vida…-las
lágrimas empezaban a acumularse en mis mejillas-Tengo a miedo a no gustarte
después, a estar demasiado ocupada y a no tener tiempo para ti, a que me
repudies. Tengo miedo a que algo salga mal, a sufrir, al dolor, a no llegar a
tiempo. A que le pase algo, a que no esté sano… Tengo muchísimo miedo, te
necesito Matt, necesito que me digas que eso no va a pasar y que estoy haciendo
lo correcto, que todo va a ir bien…
[Corazón de Ciervo despertó de golpe en medio de la
noche. El viento soplaba con fuerza y mecía bruscamente las pieles que
conformaban su cabaña circular. Los ojos tardaron un poco en adaptarse en los
destellos de luz rojos, naranjas y amarillos que lanzaba la hoguera avivaba. Su
lecho estaba caliente, palpó a ciegas las mantas en busca de su compañera, pero
ella no estaba. Los agudos gemidos que lo habían desvelado volvieron a resonar
con el eco del viento. Lobo Gris
estaba muy agitado, no paraba de dar vueltas en círculos, con el rabo entre las
patas y la cabeza gacha, de vez en cuando se volvía loco y empezaba a corretear
por toda la cabaña, dando saltos, revolviendo las cazuelas y tirando los
montones de pieles acumulados. El cazador observó a donde se dirigía el lobo en
sus idas y venidas, y fue entonces cuando descubrió a la muchacha, acuclillada
en el suelo, cubierta únicamente con una piel de oso sobre los hombros y con el
fuego arrancando reflejos dorados de sus tirabuzones rojizos. La joven estaba
atendiendo a la loba, que reposaba sobre una manta de pelo, con el vientre
rosado y blanco hinchado y la lengua a fuera, gimiendo débilmente en un
inconsolable llanto que estaba volviendo loco a Lobo Gris. La chica acariciaba a su bestia e intentaba calmarla con
palabras suaves y canciones de cuna. El lobo macho se acercaba a olfatearla de
vez en cuando, le lamía el hocico y después volvía a salir corriendo o se ponía
a dar vueltas en círculos emitiendo otro tipo de gemidos: más graves e
impotentes que los de Pluma. En
cuanto vio que el cazador se había despertado, el gran lobo gris saltó sobre su
lecho y se sentó sobre él, tuvo que apartarlo antes de incorporarse a observar
a la muchacha. Rodeó el cuello del animal con un brazo protector y le rascó el
pecho. Su compañera se había dado cuenta de que se había levantado, y le
dirigió una triste mirada de preocupación:
-Siento haberte despertado…-susurró ella sintiéndose
culpable-Intentaré calmarla todo lo que pueda.
-¿Pluma está
bien?
-Más o menos.-la muchacha le acarició el abultado
vientre-Sus cachorros se están preparando para nacer y están algo inquietos… No
la dejan dormir…
-¿Cuánto tiempo crees que le queda?
-Un par de días como mucho…- la voz de la muchacha era
melancólica, triste, se sentía impotente por no poder aliviar el sufrimiento de
su compañera-Está asustada…
Él también lo estaba, pero prefirió mantenerse en
silencio. Se había enfrentado a manadas de lobos hambrientos, a osos territoriales
e incluso a alces furiosos: una vez arrastró un venado cinco millas hasta la
aldea perseguido por una osa protectora y dos oseznos, pero jamás había sentido
tanto miedo como hasta ahora.
-Deberías acostarte, yo cuidaré de ella un rato.
-Prepararé una infusión-respondió la muchacha,
haciendo caso omiso a su propuesta-¿Quieres una taza?
La joven se alzó, sujetándose el vientre abultado, la
piel con la que se había cubierto no era lo suficiente grande, y dejaba a la
vista los pechos, más hinchados que de costumbre, las voluptuosas caderas y el
cada vez más oculto vello castaño de su sexo. Se arrodilló ante la hoguera y
puso un poco de agua a hervir. Corazón de Ciervo no pudo reprimir sus impulsos
primitivos: se bajó del lecho, mientras sentía como la sangre empezaba a
concentrársele en la ingle. Se colocó tras la muchacha y le apartó el cabello
rojizo hacia un lado, un escalofrío le recorrió la espalda cuando le echó el
aliento en la nuca. Le besó el cuello, los hombros y la espalda. Sus manos
rodearon ambos pechos y los estrujó con fuerza. En breves estarían a rebosar de
leche, y el cazador no podía esperar a probarla. Cogió a la chica y la sentó
sobre su miembro, mirándola a los ojos, ella empezó a moverse delicadamente,
sujetándose el vientre. No sabía porque, pero desde que la chica había quedado
encinta, el lívido de ambos había aumentado considerablemente: Corazón de
Ciervo veía mucho más atractiva a la chiquilla a medida que las curvas de su
cuerpo se acentuaban, y ya pensaba en el nacimiento del niño para poder hacerle
otro. Eyaculó en su interior y permaneció un largo rato en el interior de ella
hasta que su miembro se deshinchó casi por completo. La muchacha se apartó
torpemente y se tumbó en el lecho bocarriba, con una mueca de dolor en el rostro.
El cazador se sintió culpable, ella difícilmente rechazaría sus insinuaciones,
pero sabía que en pocas semanas tendría que reprimir sus impulsos, puesto que
Loba Blanca se sentía cada vez más pesada e incómoda para mantener su ritmo. Él
era muy impulsivo, era un macho alfa, listo para montar a cualquier hembra
dispuesta que se cruzase en su camino. Pensó en aliviarse con muchachitas de la
aldea durante los últimos meses de embarazo de la joven, pero desestimó la idea
enseguida, puesto que se dio cuenta que ninguna de las mujeres de la aldea
despertaba el deseo que Loba Blanca despertaba en él.
Se tumbó en el lecho al lado de la muchacha, y lo
colocó un almohadón relleno de plumas bajo las piernas para aliviar sus dolores
de espalda, después le acarició el rostro delicadamente:
-Descansa, yo me encargaré de Pluma…-le susurró tiernamente.
-Solo necesito reposar un instante, en seguida estaré
bien. ¿Recuerdas la bolsita de hierbas que me dio tu madre? Es de color verde,
tejido con briznas de hierba. ¿Puedes echar un poco de esa mezcla en la
infusión? Sirve para calmar el dolor…
El cazador rebuscó entre las hierbas de la despensa
hasta encontrar el saquito descrito y echó una pizca en el agua hirviente,
mientras lo removía, la muchacha se incorporó con dificultad: se dedicó a
observarla un rato, el embarazo le favorecía, tenía el cabello más brillante y
una luz de esperanza iluminaba sus ojos. Aun le quedaban unas tres lunas de
gestación, pero ya había sentido como se movía su hijo en sus entrañas. Su
madre la había examinado, ella había tenido siete hijos y decía que por la
vigorosidad de sus patadas y la forma de la barriga estaban esperando un niño.
A Corazón de Ciervo le entusiasmaba la idea de tener un varón: podría enseñarle
a cazar y se llevaría apenas un año con el niño de su hermano. Aprenderían
juntos, cazarían y competirían juntos, como habían hecho ellos en aquellos
tiempos pasados y felices. Su padre estaría orgulloso de tener otro nieto que
perpetuase la estirpe de su familia, sin embargo, Loba Blanca estaba segura de
que llevaba una niña: una niña intrépida y valiente y astuta, como su padre…
-le había dicho ella y entonces el cazador, conocido como Corazón de Ciervo
sintió todavía más miedo…]
-Entonces estás segura…-murmuró Matt con un timbre
vibrante en la voz.
-Al noventa por ciento. No quiero decir nada hasta entonces,
aunque creo que tu padre sospecha algo. Hasta las doce semanas no es seguro a
que todo vaya a ir bien…
Matt me besó de nuevo y me meció entre sus brazos.
-Irá bien… Te lo prometo y estaré a tu lado pase lo
que pase.
-¿Serás fuerte por mí, Matt?
-Lo seré…-prometió con los ojos vidriosos.
-¿Sabes qué?-cambié de tema rápidamente. No tenía
ganas de hablar sobre ello, ni tampoco quería agobiar a Matt. Estaba muy
asustado, tanto como yo, solo que él era incapaz de disimularlo y yo, aunque le
había prometido que no lo haría, guardaba mis temores para mí. “Tienes que ser
fuerte por los dos” no paraba de repetirme a mí misma. “Si no lo eres, Matt se
derrumbará”.
-¿Qué?
-Hay una fiesta en Hoonah la semana que viene, Alba
quiere ir, y estoy segura de que Gabe y Bear se van a pelear por llevarla, y
mientras ellos están en la fiesta… tú y yo… ya sabes, podríamos repetir lo de
antes.
Matt forzó una sonrisa:
-Me parece muy buena idea, ¿pero tú no quieres ir a
esa fiesta?
-No, prefiero pasar la noche contigo.
-La pasarás igual…-Matt me conocía lo bastante bien
para saber que le estaba ocultando algo-¿Por qué no quieres ir?-Apretaba sus
dedos ásperos con todas mis fuerzas-¿No quieres ir conmigo? ¿No te gusta
bailar?
-No es eso, Matt…
-¿Entonces qué es? Puedes decírmelo Ayla… Confía en
mí.
Me mordí el labio inferior y el miedo empezó a
apoderarse de mí de nuevo. Temí perderlo, temí que se enfadase, temí
disgustarlo, pero sobretodo: temí hacerle daño de nuevo.
-Habrá alcohol, Matt.
Supliqué en mi interior que no huyese de mí: le agarré
con fuerza las manos para retenerle a mi lado. Pude ver la decepción en sus
ojos y el sentimiento de culpa apoderándose de mí: “No quiero hacerte sufrir”.
-No me importa, eso es el pasado Ayla, el pasado que
tú cambiaste…
El arrepentimiento me golpeó la mejilla como un saco
de boxeo: “¿Cómo había podido pensar algo así? ¿Y por qué Matt había
reaccionado de esa manera? Hace un momento estaba asustadísimo con no ser lo
suficientemente fuerte, pero ahora: estaba tranquilo…”
-No quiero hacerte sentir incómodo Matt, ni que sufras
por ello.-intenté exculparme en vano.
-No voy a negarte en que no será fácil y que dado un
momento tendré que salir de allí volando, pero sé que puedo hacerlo. Tengo que
ser fuerte por ti, te lo he prometido.- “Y Matt Brown nunca faltaba a su
promesa”-Quiero hacerte feliz, ir a esa fiesta, bailar contigo-Matt estás
haciendo que me sienta peor-que te lo pases bien con tu amiga y con los chicos.
Agradezco que te preocupes por mí, pero de verdad, estoy bien. Quiero que
tengamos una cita como Dios manda de una vez, antes de que todo cambie… Es una
parte de tu mundo, de la que quiero formar parte, como hiciste tú conmigo…
Le estreché entre mis brazos y noté como sorbía la
nariz para evitarse echar a llorar. “Aunque no lo crea, es más fuerte de lo que
dice, tiene una fuerza de voluntad increíble. Sabe que quiero ir a ese baile y
va a hacer el sacrificio por mí. ¿Por qué me porto a veces como una estúpida? Creo
que no me lo merezco: a veces se porta como un idiota o como un cabeza de
chorlito, pero cuando lo necesito siempre está ahí… No se ha enfadado porque le
haya dicho lo del alcohol porque sabe que estoy muy asustada, pero con razón:
dos negativos en tan poco tiempo no puede ser una coincidencia, pero tanto él
como yo lo deseamos tanto… Le he decepcionado, sé que le entristece que piense
que no será capaz de soportarlo, pero él es fuerte, es muy fuerte. Es
imparable, lo sé. No sé cómo voy a poder compensarte todo esto Matt, pero lo
haré. Confío en ti y te quiero”.
-Estoy muy orgullosa de ti, Matt-“¿por qué no puedo
decirle todo esto a la cara?”
TODOS LOS CAPÍTULOS DE MI NOVELA BASADA EN "ALASKAN BUSH PEOPLE" ESTÁN AQUÍ.
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