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Capítulo VIII: Matt y el Cazador

[El cazador estaba furioso, afilaba su rudimentaria lanza junto al fuego de su pequeña choza. A sus pies descansaba su viejo lobo gris, lleno de magulladuras, el lobo castaño de su hermano lo había atacado para hacerse con el liderato de la manada. La bestia se lamía las heridas, el cazador le acarició afectuosamente la cabeza, y el animal le devolvió la muestra de cariño lamiéndole los dedos. Estaba enfadado con su hermano, con su padre, con el mundo… La caza no había sido buena aquella temporada, ni tampoco la cosecha, el cazador tenía a su cargo un buen grupo de gente al que alimentar y el invierno estaba cerca… Pensó en las palabras desafiante que le había dedicado su hermano y en la expresión de decepción en el rostro de su padre, desde que había vuelto a la manada de su viaje en solitario, todo había cambiado: su hermano se había hecho con el puesto que le correspondía como mano derecha del líder, nadie lo miraba como antes, infundía respeto, orgullo… ahora solo infundía pena, asco, compasión…
-¡Te marchaste!-le gritaba su hermano después de la desafortunada caza y de que contradijera una orden suya delante del resto de los cazadores-Ya no eres el líder aquí, desapareciste sin decir nada y regresaste del mismo modo. No puedes pretender que te aceptemos como antes. Encima vas y vuelves con la refinada esa de tirabuzones en el pelo… Tienes veinte cabañas ahí, llenas de chicas de todas las edades y aspectos, no tenías por qué traerte a esa mujeruca aquí… Nos hace quedar en ridículo delante de las otras tribus. ¿Qué dirán si…?
El cazador no soportó escuchar más las palabras de su hermano en su mente y pateó la olla de bronce, repleta de guiso que ardía sobre el fuego. El caldo se desparramó por las alfombras de la cabaña y el lobo no tardó ni dos segundos en olvidar sus magulladuras y correr a lamer la carne y el caldo que se había derramado. El sonido de la olla impactando contra el resto de cacerolas alertó a la muchacha, que apareció por la puerta alarmada:
-¿Estáis bien?-le preguntó con su refinado acento señorial y esos ojos de cervatillo.
El cazador no respondió, se dedicó a observarla detenidamente con sus ojos de lobo. Era una niña, apenas una muchacha, ella afirmaba que tenía veinte años, pero por su aspecto no podía tener más de dieciséis o diecisiete. Tenía el cabello rojo, besado por el fuego y muy rizado, pero se aclaraba a medida que bajaba hacia las puntas hasta convertirse en un dorado meloso. Llevaba los tirabuzones mal recogidos en un moño con una simple cinta, sin embargo, se había envuelto en sedas y satenes, muy impropios para el gélido viento de sus bosques. El vestido en cuestión tenía un generoso escote en forma de V, era de color gris muy suave y llevaba perlas bordadas en el corpiño. La falda le llegaba hasta los pies y tenían bordados motivos florales en terciopelo. Las mangas anchas dejaban al descubierto unas delicadas manos blancas de largos dedos. El borde estaba ribeteado en plata. El corpiño se ajustaba por todo el torso: apretando la cintura para remarcar las caderas y el pecho. No tenía el voluptuoso pecho de las mujeres de su zona, pero sus futuros hijos no pasarían hambre, tenía la cinturita estrecha (quizá por la edad) y las caderas torneadas: “no tendrá problemas para dar a luz” pensó el cazador. A pesar de los rumores que se extendían por todo lo largo y ancho de su aldea y de los poblados de las proximidades, el cazador no la había tocado jamás. ¡Era una cría! Y además de alta cuna, y él no era más que un nómada de las tribus de los bosques. Había encontrado a la chica en su viaje para conocerse a sí mismo, la muchacha huía de los latigazos de su padre y de un matrimonio de conveniencia con un viejo señor adinerado. No podía dejarla allí, su honor de cazador, de hombre de los bosques se lo impedía, así que se la llevó a su tribu. La muchacha en cuestión desató muchas críticas entre su familia: ¡el hijo del jefe había traído a una mujeruca de un palacio! Las cazadoras empezaron a hacerle la vida imposible, metiéndose con ella, gastándole bromas y humillándola en público. ¡Hasta su hermano se había mofado de ella! Pero la chica no se rendía y seguía adelante, aguantando el llanto ante las risas de su gente. Por salvarle la vida, el código de su tribu dictaba que debía servir a su salvador al menos durante dos inviernos, y la muchacha aceptó el encargo con gusto, todo con total de no volver a ver a su padre ni al viejo verde. El cazador no podía negar que había pensado en calentar su lecho con ella en alguna que otra ocasión, pero lo había desestimado en seguida, el recuerdo de la chica que había dejado atrás, hace un año, antes de marcharse a realizar su viaje, seguía latente en su corazón, la misma mujer que ahora amamantaba al niño de su hermano. Por otro lado, él no era el tipo de hombre que iba deshonrando jovencitas por ahí.
Al ver que no respondía, la chica empezó a limpiar el estropicio que había armado al derramar el caldo. Se arremangó la seda con cuidado, dejando al descubierto sus pies descalzos y empezó a recoger el caldo con un trapo, mientras el lobo jugueteaba a su alrededor. Cuando ya estaba por terminar, el cazador por fin habló:
-¿Por qué te has puesto ese vestido?-un baúl lleno de elaborados y caros vestidos era de las escasas pertenencias que había traído. Su idea era venderlos en algún puerto comercial para sacar algo de dinero.
-Solo…-la chica se sonrojó y miró al suelo avergonzada-Quería recordar como…. Me gustaban estas telas… yo solo…. Como vos no me necesitabais… Creí que podría…-tartamudeó insegura.
-Quítatelo ahora mismo.
-Pero señor…
-¡No hay excusa que valga!-gritó furioso-He sido extremadamente bueno contigo: te he dado comida y un techo, he permitido que te sientes en el fuego del jefe de la manada… ¿Y así me lo pagas? Poniéndote estúpidos vestidos para que la gente se ría más de mí por si no les ha quedado claro que soy un completo inútil…
La chica se aguantó el llanto en esa mirada de cervatillo. El labio le tembló levemente y el cazador se arrepintió al momento de cómo le había hablado, pero no podía parecer débil ante su sirvienta, ya era suficiente con parecerlo ante toda la aldea.
-Vete a cambiar inmediatamente.
El cazador apartó la mirada de la joven y siguió con su tarea de afilar la lanza, pero la muchacha seguía allí, inmóvil delante de él, con los ojos fijos en sus pies descalzos, los hombros encogidos y las manos agarradas sobre sus muslos:
-¿Qué haces todavía ahí?
-No puedo quitármelo sola…-susurró tímidamente-la lazada… se desabrocha por detrás…
Dio unos pasos hacia él y se dio la vuelta. El cazador estaba sentado sobre su lecho, se puso de pie y contempló la prieta lazada que se ajustaba a la espalda de la joven, se preguntó cómo había hecho para ponérselo sola. Ella no era mucho más bajita que él, de manera que el olor de su cabello quedaba justo sobre su nariz. Aspiró el aroma suave de la chiquilla y se mordió el labio para reprimir sus impulsos animales. Temblaba ligeramente. Unos dedos fríos guiaron sus manos curtidas por la caza hacia su cintura, donde comenzaba el intrínseco sistema de abertura del vestido. Deshizo el lazo de satén con los hábiles dedos con los que un pescador maneja el hilo de su caña y comenzó a desabrochar la lazada que recorría su espalda, desde las caderas hasta deshacerse en el cuello. El cazador, que solía destripar animales sin ningún temor ni remordimiento, temblaba como un niñito ante su primer lobo mientras sus dedos desgastados deshacían los lazos de satén de color perla. La muchacha soltó un profundo suspiro cuando terminó de desabrocharle el corpiño. Sus dedos recorrieron el borde del vestido y descubrieron los hombros: estrechos y blancos, delicados, elegantes… Besó uno de ellos. Un escalofrío recorrió la columna vertebral de la joven. Luego besó el cuello de cisne, la oreja, el cuello de nuevo… Cerró los ojos y mordisqueó el lóbulo. Su cuerpo acariciaba las caderas de ellas y empezó a sentir una molesta presión en las ingles.
-¿Sabes lo que dicen de nosotros, verdad?-susurró sin abrir los ojos ni despegar la nariz del aroma suave y femenino de su pelo.
-Si-asintió ella. Su cuerpo estaba rígido, pero reaccionaba con pequeños espasmos ante sus besos.
-Si sigo contigo, al final van a ser ciertos…
-No me importa.-admitió ella.
-Bien.
Sus dedos, que ya habían desecho varias prendas de mujer a lo largo de su vida, recorrieron el bordado del escote, hasta encontrar el gancho que sujetaba todo el vestido sobre la cintura. La piel de ella se erizaba al contacto con sus yemas. Se deshizo del pequeño cierre de oro y el vestido se abrió, lo dejó caer hasta la cintura y lo empujó a través de las caderas hasta que quedó en el suelo. Se deshizo de su camisa de piel de venado, dejando al descubierto su torso lleno de cicatrices de guerra, con un colmillo de lobo danzando sobre su pecho. Le quitó la cinta del pelo y dejó que los rizos le cubriesen los hombros pálidos. La muchacha se estremeció al notar su aliento sobre su cuello. La giró bruscamente hacia él y la obligó a mirarlo a los ojos. La aurora boreal se había colado en esos dos ojos verdes, llenos de destellos naranjas y azules, que lo miraban asustada, pero a la vez desafiante, descarada. Tenía el rostro ovalado, la nariz pequeña y respingona y los labios curvados hacia abajo, del color de la carne sanguinolenta del salmón recién pescado. Los acarició con su dedo. Ella cerró los ojos y se deleitó con su olor a bosque, a almizcle y a tierra húmeda. La agarró de su cintura y la atrajo hacia él, explorando con su lengua todos los rincones de aquella boca pequeña, cálida y acogedora, mientras ella desabrochaba el nudo que sujetaba sus pantalones de piel de gamuza… Sus dedos se colaron entre ambos y comenzaron a acariciar el espeso vello castaño que crecía entre sus muslos, introdujo dos dentro de ella, y la joven se estremeció. No tardó en darse cuenta de que no era doncella. Las manos de ella también empezaron a jugar con su miembro, sentía la sangre latir dentro de él y como las mejillas se coloraban mientras la chica seguía con sus juegos. La agarró por la cintura fuertemente y la tumbó en la cama, bocabajo, alzó las caderas hacia él, palmeó las nalgas redondas y blancas, apenas decoradas por pequeñas estrías blanquecinas a cada lado. Ella se estremeció al notar como su palma golpeaba la nalga y como el cazador empezaba a separarlas y a buscar una cueva donde poder descargar la semilla apunto para germinar. El lobo lo observaba tumbado al otro lado de la estancia, con sus ojos amarillentos brillantes de oro fundido, deseándole una buena caza. El cazador introdujo su virilidad en el hueco húmedo que había explorado con los dedos y comenzó a embestir con fuerza  a la chica, arañándole los muslos. Las caderas chocaban contra él en una melodiosa percusión que marcaba el ritmo de la voz solista del tenor masculino y su acompañante coral femenino…]
-Vale, ya sé cómo acaba esto y no quiero seguir leyendo.-bromeó Alba lanzando mi diario contra mí.-Si quieres contarme detalles sobre tu vida íntima no es necesario que me cueles una historia. Dámelos sin más…
Le tiré una almohada y Alba estalló en carcajadas. Hacía apenas un día que había llegado y aún tenía muchas cosas que contarle. La lluvia caía intensa sobre mi bungalow, y no pude evitar acordarme de lo fría y solitaria que sería la noche sin Matt. Recordaba lo nervioso que estaba él cuando le presenté formalmente a Alba, le dio la mano, rígido como el palo de una escoba, mientras que Gabe la abrazó amigablemente. Matt nunca había tenido problemas para relacionarse con la gente, pero se le veía nervioso ante la llegada de Alba. Intentaba ocultándomelo con una de sus sonrisas, pero le conocía bastante bien como para saber que algo le inquietaba. Estaban siendo demasiados cambios de golpe, y mi temor de que Matt volviese a frustrarse consigo mismo y a meterse en algún lío empezó a aumentar. Para colmo, íbamos a pasar las próximas tres semanas distanciados, nos veríamos por el día, pero no gozaríamos de pequeños momentos de intimidad que necesitábamos para mantener viva nuestra llama. Era la primera noche que pasaría sin dormir junto a Matt, y ya le echaba de menos… La noche alaskeña cubría de negro el paisaje, impidiendo que distinguiera las montañas del mar, pero tenía la certeza de que al otro lado del estrecho, había una hoguera en una choza de neumáticos esperándome:
-No te estoy dando ningún detalle… Es solo la idea para la próxima historia. Un cazador de la Alaska primitiva con una doncella de alta cuna… Pinta bien, ¿verdad?
-Depende, ¿el cazador como se llama, Matt Brown?
Le volví a tirar una almohada. Estábamos sentadas en la gran cama del piso de arriba, donde me había acostado la primera vez con Matt, en pijama y comiendo pizza y bebíamos refrescos, nos contábamos nuestras aventuras… Hacía tiempo que no me reía tanto, y aunque echaba de menos a Matt, necesitaba esa charla con Alba. Intenté hacerla hablar, que me contase como le iba la vida, cómo estaba todo en España, pero ella no paraba de insistir en que le contase “detalles” sobre mi relación con Matt:
-Así que estás con Matt… -arqueó las cejas mientras comía un trozo de pizza- ¿Cómo surgió todo? ¿Te pidió una cita? ¿Cómo fue? ¿Cómo se piden citas en el bosque?
-Simplemente surgió…-intenté hacerme la misteriosa con ella, pero Alba me conocía lo bastante bien como para saber que ocultaba algo. Y ¡qué diablos! Me estaba muriendo de ganas de contárselo…
-Nos acostamos, tuvimos una charla de almohadas muy productiva y me sugirió que me fuese con él unos días a Brown town, no sé porque acepté, desde el primer momento me pareció muy guapo y después de acostarme con él…. Era como un sueño, Alba. Un sueño que se hacía realidad… Después todo surgió, y cuando quise darme cuenta él estaba de rodillas, abrazándome las piernas, suplicando que no me marchase… -solté una risita-Entonces yo también advertí que no quería irme, que le quería…-pronuncié esas palabras entre suspiros.
-¡No me tomes el pelo! Tú no te enamoras…
-De Matt sí.
[El olor a muerte le invadió los pulmones cuando rajó de una cuchillada el vientre del joven macho que acababa de matar. La flecha del cuello había sido letal, y el animal yacía sin vida, con la lengua fuera y los dos brillantes ojos negros mirándole fijamente. La muchacha estaba sentada frente a él, con las manos sobre las rodillas, observándole con aquellos ojos verdes moteados. Vestía completamente de blanco, con pieles de zorro y armiño, decorado con plumas que había recogido en el bosque. El charco de sangre a sus pies desprendía vapor, al igual que su aliento por el viento gélido de la mañana. La joven tenía los labios cortados y los ojos vidriosos por el frío, pero no protestaba. Él también tenía frío, se había quitado los guantes para destripar al venado y estaba a empezando a perder la sensibilidad en los dedos. Notaba como helados cristales se formaban sobre sus bigotes. Sus ojos azules eran tan gélidos como el clima que los rodeaba, y observaban con detenimiento cualquier gesto, movimiento o expresión de la joven: parecía tranquila, en calma, en paz consigo misma… Había realizado el disparo con total confianza y había acertado en el blanco: no se había alegrado ni había mostrado expresión alguna. “Era su deber” se había repetido el cazador. Un mechón de pelo rojizo se le escapó de la trenza y se lo recolocó sin apartar la vista de su presa. El cazador introdujo la mano en las cálidas tripas del venado y extrajo los intestinos, llenos de sangre y líquido. El olor atrajo enseguida a los dos lobos que jugueteaban en el claro a pocos metros de sus compañeros: Lobo Gris era un experto en cacerías, sabía que cuando su amo terminase de destripar al animal él recibiría su parte, pero Pluma no era más que una cachorra y cometió el error de acercarse demasiado al cazador mientras hacía su labor. Rápido como un rayo, cogió una piedra y se la lanzó a la lobezna blanca, gimió levemente y se retiró con el rabo entre las patas. La muchacha apretó las pieles de su pantalón con fuerza:
-Debe aprender a ser paciente, a esperar, entonces tendrá su recompensa…-le explicó el cazador pacientemente.
La chica asintió levemente con la cabeza, aceptando su decisión, aunque no se mostrase de acuerdo en que hubiese golpeado a su cachorro. El animalito no pareció molestarse mucho y en unos instantes empezaba a provocar a Lobo Gris para que jugase con ella. El lobo adulto se resistió a los encantos de la jovencita todo lo que pudo, pero enseguida empezó a lanzarse sobre ella y a morderle amigablemente. En un momento determinado se detuvo a olfatearle el trasero, se irguió todo lo que su estatura le permitió, con el pecho hinchado y el rabo en alto, pero Pluma le enseñó los dientes mientras se le erizaba el pelo de la espalda y le marcó el cuello. “Pronto será adulta y tendrá su primer celo” pensó el cazador “y Lobo Gris y Ojos Verdes pelearán por ella”. Pluma era blanca como la nieve, con una gruesa cola y el pelaje más espeso que el resto de lobos, también era más pequeña y de formas más delicadas que el resto de su manada. La joven que la había adoptado le había colocado en el cuello dos plumas de águila real que había encontrado cerca del río, a modo de tocado y aunque al principio se resistió a llevarlo, al final terminó acostumbrándose. A la chica le gustaban las plumas, las recogía siempre que podía y hacía verdaderas obras de arte con ellas, incluso él, el feroz cazador se había detenido expresamente a recoger unas plumas de lechuza blanca que había encontrado mientras cazaba. La chica le hizo un tocado para decorar su colmillo que se había puesto para lucir en aquella ocasión tan especial: su primera presa. A pesar de la solemnidad de la ceremonia de la primera presa, pocos miembros de su familia habían acudido a ella. A un lado del claro se encontraban su madre y sus dos hermanas menores, también se habían personado dos de sus hermanos varones, aunque no se mostrasen muy de acuerdo con llevar a cabo ese ritual. Los que no asistieron fueron su padre y su hermano de más edad, quienes se mostraban totalmente contrarios a admitir a la muchacha como cazadora de la manada. También se encontraban ausente su hermano más joven, la compañera de su hermano y su único hijo. El cazador sintió dolor por no tener a su familia en aquel momento tan importante en su día: el día que había elegido una cazadora y por un momento pensó en no llevar a cabo la ceremonia, una mirada de su madre le alentó a seguir adelante. “No elegimos de quien nos enamoramos, eso lo eligen los Dioses, puedes elegir repudiarla y mandarla a casa de nuevo cuando finalicen los dos años y arrepentirte toda la vida, o puedes convertirla en tu compañera de caza y compartir el calor del fuego hasta la llegada del Largo Invierno”. Le había dicho la Vieja Loba mientras lo vestía para la ceremonia. El día había amanecido gris, el olor a nieve se respiraba desde primera hora, y a media mañana comenzaron a caer finos copos de nieve, una de las últimas nevadas de la primavera. El suelo estaba cubierto de barro y nieve marrón y le costaba trabajo acomodarse mientras destripaba el ciervo. Su madre y sus hermanos y hermanas permanecían expectantes, al igual que los lobos, que sabían que algo importante estaba a punto de ocurrir. El cazador hurgó en el interior de la bestia hasta que sacó el corazón: joven y fuerte, ensangrentado, le pareció sentir aún el rápido latido de la bestia huyendo de sus depredadores en su mano teñida de rojo. Su madre y sus hermanos se habían dibujado una línea negra con brasas en la cara, horizontal, que atravesaba las mejillas y les cruzaba la nariz. Era la marca de su padre, la que usaban para cazar y para identificarse con el resto de los poblados, él ya no la llevaría más. Se pasó tres dedos ensangrentados por la mejilla izquierda, dejando tres líneas rojas a su paso. Repitió el proceso con el rostro de la joven. Después colocó el corazón en las manos de la chica y las envolvió con las suyas. Una gota roja cayó en el impecable jersey blanco de la muchacha:
-El día en que cacé mi primera presa, mi padre me honró con un nombre de cazador: un nombre fuerte, para que fuese valiente, vigoroso y rápido en la caza. Un nombre que me recordase cual es mi deber con el clan: proveer alimento y pieles a mi gente, cuidar de ellos. Ese nombre fue Corazón de Ciervo. Hoy, muchacha, has cazado tu primera presa, eso demuestra que ya no eres una niña y que tienes unas responsabilidades con la manada. ¿Juras ante los Dioses y ante tu primera muerte que proveerás a la gente de tu clan con tus presas?
-Lo juro.-repitió la muchacha sin levantar la vista del ciervo.
-En ese caso, te voy a otorgar el nombre de Loba Blanca: porque hoy has sido sigilosa y silenciosa, pero letal, como una loba y a la vez para recordarte que perteneces y te debes a tu manada.
-Loba Blanca agradece el nombre que le ha otorgado Corazón de Ciervo y jura que no olvidará su cometido cada vez que salga de caza.
El cazador conocido como Corazón de Ciervo asintió satisfecho y llamó a su madre, que se arrodilló ante ellos, les obligó a soltar el corazón y les unió las manos ensangrentadas con una cinta roja, decorada con figuras doradas. Y las envolvió con sus manos arrugadas y huesudas, protegiéndolos, bendiciéndolos.
-Corazón de Ciervo, hijo del Gran Oso, tomas a Loba Blanca como compañera de caza y de hogar. Engendrarás y proveerás para sus hijos, los protegerás y calentarás su lecho. La amarás hasta la llegada del Largo Invierno. ¿Lo juras ante los Dioses?
-Lo juro.-afirmó él muy convencido, con sus pupilas clavadas en los irises multicolor de ella.
-Y tú, Loba Blanca, hija perdida del Viento, aceptas que Corazón de Ciervo, hijo del Gran Oso, sea tu compañero de caza y de hogar. Engendre tus hijos y caliente tu lecho, le protegerás y le amarás a partir de hoy hasta la llegada del Largo Invierno. ¿Lo aceptas y lo juras antes los Dioses?
El corazón se le detuvo cuando pareció que la muchacha dudaba: se mordió el labio inferior cortado por el frio y le apretó las manos manchadas de sangre. Había sustituido el castillo de su padre por una choza de piel, sus sedas y sus satenes por armiños y zorros, ¿iba también a cambiarlo y dejarlo todo, por él?
-Acepto y lo juro.]
Unos días después, una soleada mañana, los chicos y yo llevamos a Alba a practicar con el cuchillo a mi campo de tiro. Seguía notando extraño a Matt, nervioso, no me miraba a la cara cuando me hablaba y una diminuta parte de mi deseaba que Alba se marchase ya para poder hablar con Matt a solas. Bear y Gabe, como era de costumbre, se peleaban por llamar la atención de Alba, decidí mantener en secreto que estuve a punto de besar a Bear en una ocasión y que Gabe había sentido algo por mí y los dejé ser felices en su mundo particular. Birdy intentaba poner orden cuando sus dos hermanos intentaron pelearse por el cuchillo:
-¡Al final os voy a lanzar el cuchillo a vosotros!-les gritó a sus hermanos arrebatándoles el arma y dándosela a Alba.
Ni Alba ni yo éramos buenas tiradoras, así que cuando mandó el cuchillo a los arbustos, los dos chicos corrieron a buscarlo como dos sabuesos a una cierva herida. Yo observaba desde la distancia, no porque no me apeteciese participar, pero no me apetecía que esos dos lobeznos en celo me arrancasen un ojo en una de sus peleas. Matt estaba a unos pasos detrás de mí, con la espalda apoyada en una roca, sonriendo ante las bromas de sus hermanos. Una brizna de hierba le colgaba de los labios y sus ojos azules estaban ocultos tras el sombrero. Le había preocupado si quería lanzar el cuchillo él también, pero me había dicho que prefería mirar… Me sorprendió su respuesta, Matt no perdía ocasión de competir con sus hermanos menores, y él era el mejor de todos lanzando cuchillos. Me preocupaba la manera en la que Matt se comportaba últimamente: paseaba solo, estaba callado (algo muy sorprendente en él…) apenas hablaba con Alba… y empezó a preocuparme de que se hubiese vuelto a meter en algún lío. Ami alivió mis sospechas de que volviese a beber cuando me contó que no había ido al pueblo en las últimas semanas, aun así, sabía que algo le rondaba por la cabeza a Matt Brown, una parte de mi quería creer que me echaba de menos por las noches. Yo lo añoraba más de lo que se podía imaginar, pero a la vez, me negaba a creer que estaba preocupado por no estar a la altura del hecho que estaba a punto de cambiar nuestras vidas:
Estaba tan distraída, riéndome de las peleas de Gabe y de Bear que ni siquiera escuché como se acercaba hacia mí. Una mano áspera me tomó por la cintura, sentí el olor a tierra húmeda y el aliento intenso susurrándome el oído. La punta del sombrero me rozó la sien, pero podía sentir la mejilla de Matt contra la mía:
-Esa camisa me está volviendo loco…-susurró con un tono de voz grave y provocadora.
Cerré los ojos y tragué saliva mientras una ola de excitación me recorría la columna vertebral. “Ese sí que era mi Matt”.
Una de sus manos estaba acariciándome la cintura mientras sus labios jugueteaban con mi cuello y sorbían el aroma de mi pelo.
-Veo que alguien me echa mucho de menos…
Matt no despegaba sus labios de mí:
-No te imaginas cuanto…
-No hablaba de ti.-bromeé
Matt soltó una carcajada, me rodeó con ambos brazos y me sentó sobre sus rodillas, en la roca donde había estado apoyado, con la intención de utilizarme como obstáculo ante su abultado pantalón.
-¿Se lo está pasando bien, Alba?-preguntó con su voz jovial de siempre, como si nada le preocupase.
-¿Estás de broma? Bear y Gabe se pelean constantemente por su atención ¡Está encantada!
Matt volvió a enamorarme con su risa:
-¿Y cuál de los dos prefiere?
-Cada día uno diferente. Pero creo que Gabe es más su tipo… Bear es demasiado… Intrépido. Míralos, parecen niños, están tan ocupados disputándose su atención que si nos fuéramos no se darían ni…
Intercambiamos una mirada de triunfo:
-¡Alba!-le grité-¡Enseguida vuelvo!
-Si sí… Está bien.-Soltó sin prestarme demasiada atención.
Matt me agarró de la manga de la camisa y echamos a correr hacia la playa, como dos adolescentes en su primera escapada juntos. En la primera línea de árboles Matt se detuvo, me alzó en brazos, me hizo girar a su alrededor y me acomodó sobre su cintura. Le rodeé con las piernas, tiré su sombrero al suelo y comencé a besarlo desesperadamente:
-Te echo de menos…-me susurraba entre beso y beso.
No podía creer como añoraba tanto el cuerpo de Matt, por supuesto que también echaba de menos nuestras charlas nocturnas, pasear los dos solos, hacer algún proyecto juntos… pero él era la única persona en la tierra capaz de hacer despertar ese fuego que ardía dentro de mí. Matt también ardía en deseo, se despertaba dentro de él aquel instinto básico, primitivo, animal, que provocaba que en ocasiones me hiciese daño e incluso me asustase de él. Lo tumbé en el suelo, sobre la hierba y le hice el amor lentamente, empapándome de él de la misma manera que él disfrutaba de mí. Me hubiese gustado pasar más tiempo acariciándolo, quitándole toda la ropa, jugando con él, pero para todo aquello habría que esperar unos días más… Acomodó la cabeza sobre mis rodillas y cerró los ojos, su respiración era agitada, al igual que la mía. Le acaricié el pelo mientras lo veía dormitar. El mar se extendía ante nosotros, agitado, balanceando el Integrity con fuertes embestidas. El cielo comenzaba a nublarse, se avecinaba una tormenta… Con un poco de suerte no podríamos volver a Hoonah esa noche y podría pasarla con Matt, de repente, me acordé de Alba y los chicos y pensé que deberíamos volver. Matt se había dormido, le sacudí suavemente para despertarlo. Se alzó perezosamente y comenzó a besarme el cuello de nuevo. Se había cortado el pelo, ya no tenía esos rizos alborotados, pero seguía pareciéndome muy atractivo, llevaba una camiseta ancha y unos vaqueros, hacía mucho calor para él, así que iba en manga corta y sin guantes. Yo en cambio, bajo la camisa de cuadros llevaba una camisetita interior que a Matt pareció gustarle excesivamente:
-Quedémonos un poquito más, Ayla…-me suplicó entre beso y beso. Cogí su lengua entre los dientes y la hundí en el interior de su boca. Su mano volvió a colarse entre los botones de la camisa.
-Matt, detente, nos están esperando…
-Que esperen…-eso no era propio de Matt. Lo aparté bruscamente y le obligué a mirarme. Volvía a tener esa mirada, tenía miedo, ¿pero de qué?  A medida que pasaba el tiempo me estaba dando cuenta de que yo no era la insegura de la relación y de que Matt Brown era un manojo de temores.
-Sabes que solo quiero pasar algo de tiempo con Alba, ¿verdad, Matt? No ha cambiado nada entre nosotros,-mentí ligeramente-no voy a marcharme a ninguna parte. Te quiero…-ya no me costaba decírselo.
Matt tragó saliva y me abrazó dulcemente. “Estoy aquí, pequeño, estoy aquí”.
-He estado pensando últimamente, Ayla…-se me hizo un nudo en la garganta pero me esforcé para mantener el rostro sereno y tranquilo, aunque estuviese apretando su mano con todas mis fuerzas.
-Somos un equipo, Matt ¿recuerdas? Tus problemas son de ambos.
Por un momento pensé que se había vuelto a meter en el alcohol y me repetí a mí misma que había prometido estar a su lado, en las buenas y en las malas.
-Lo sé.-esbozó una media sonrisa mientras nuestras manos seguían unidas. Noté el sudor que le resbalaba por la palma y lo nervioso que estaba. Su rostro empezó a congestionarse y los ojos a resquebrajarse en millones de trocitos de vidrio. “tienes que ser fuerte por los dos”.- Cuando te traje a casa, no pensé en todo lo que significaba para ti, lo dejaste todo… absolutamente todo por mi… Y ahora, desde que llegó Alba, solo es un pedacito pequeño de tu mundo, pero pareces tan feliz. Y yo tenía miedo, tenía miedo de que ese trocito de tu mundo no me aceptase o no le gustase, o que te recordase lo maravilloso que es…
-¿Desde cuándo me importan a mí las opiniones del resto, Matt Brown?-no debí interrumpirle de ese modo, a Matt pareció dolerle, pero no soportaba sus traumas sobre mi posible marcha, era algo que no conseguía superar. Se levantó de mi lado y se puso a mirar el mar. Una suave brisa le revolvía el cabello plateado y le agitaba la ropa.
-En cambio tú, tú fuiste fuerte Ayla. No te doblegaste ante mi familia, seguiste adelante por mí… Y no puedo evitar preguntarme si yo sería igual de fuerte, Ayla. Si aguantaría todos esos cambios sin rechistar, como hiciste tú. Sin temor. Tú nunca tienes miedo…
Me levanté y abracé a Matt por la espalda, apoyando mi mejilla sobre él. Temblaba. Me estaba dando cuenta de que, como se suele decir, todo el mundo tiene defectos, y Matt Brown era un manojo de inseguridades y temores. “¿Quién me iba a decir a mí que iba a ser yo la confianza de esta extraña pareja?” El temor a que me marchase siempre estaba presente en él, a perderme… Quizá no hubiese tolerado esa reacción en otra persona, pero él era Matt, mi Matt. Y si él no se creía suficiente fuerte para mí, yo debía serlo para los dos…
-Sé que no necesitas que cuiden de ti,-dijo temblando y con la voz atrabancada- pero yo debo cuidar de ti, protegerte y tengo miedo de no ser lo suficientemente fuerte como para hacerlo. Tú no tienes miedo, y yo estoy lleno de temores…
“Es adorable, puede enfrentarse a los osos que quiera, pero se muere de miedo ante mi…”
-Piensas eso, pero sé que en el momento en que te necesite, estarás allí para cuidarme…
Matt me miró con los ojos enrojecidos.
-¿Crees que alguna vez vas a vivir un momento así?
Llevé la mano de Matt hacia mi abdomen.
-Ahora mismo estoy muerta de miedo.-Matt me rodeó con un brazo y me besó la frente, sintiéndose culpable por no haberse dado cuenta antes.-Estoy sola, en un país extranjero, sin mi familia y sin nadie. Tengo veintiún años y toda la vida me han dicho que esto te arruina la vida…-las lágrimas empezaban a acumularse en mis mejillas-Tengo a miedo a no gustarte después, a estar demasiado ocupada y a no tener tiempo para ti, a que me repudies. Tengo miedo a que algo salga mal, a sufrir, al dolor, a no llegar a tiempo. A que le pase algo, a que no esté sano… Tengo muchísimo miedo, te necesito Matt, necesito que me digas que eso no va a pasar y que estoy haciendo lo correcto, que todo va a ir bien…
[Corazón de Ciervo despertó de golpe en medio de la noche. El viento soplaba con fuerza y mecía bruscamente las pieles que conformaban su cabaña circular. Los ojos tardaron un poco en adaptarse en los destellos de luz rojos, naranjas y amarillos que lanzaba la hoguera avivaba. Su lecho estaba caliente, palpó a ciegas las mantas en busca de su compañera, pero ella no estaba. Los agudos gemidos que lo habían desvelado volvieron a resonar con el eco del viento. Lobo Gris estaba muy agitado, no paraba de dar vueltas en círculos, con el rabo entre las patas y la cabeza gacha, de vez en cuando se volvía loco y empezaba a corretear por toda la cabaña, dando saltos, revolviendo las cazuelas y tirando los montones de pieles acumulados. El cazador observó a donde se dirigía el lobo en sus idas y venidas, y fue entonces cuando descubrió a la muchacha, acuclillada en el suelo, cubierta únicamente con una piel de oso sobre los hombros y con el fuego arrancando reflejos dorados de sus tirabuzones rojizos. La joven estaba atendiendo a la loba, que reposaba sobre una manta de pelo, con el vientre rosado y blanco hinchado y la lengua a fuera, gimiendo débilmente en un inconsolable llanto que estaba volviendo loco a Lobo Gris. La chica acariciaba a su bestia e intentaba calmarla con palabras suaves y canciones de cuna. El lobo macho se acercaba a olfatearla de vez en cuando, le lamía el hocico y después volvía a salir corriendo o se ponía a dar vueltas en círculos emitiendo otro tipo de gemidos: más graves e impotentes que los de Pluma. En cuanto vio que el cazador se había despertado, el gran lobo gris saltó sobre su lecho y se sentó sobre él, tuvo que apartarlo antes de incorporarse a observar a la muchacha. Rodeó el cuello del animal con un brazo protector y le rascó el pecho. Su compañera se había dado cuenta de que se había levantado, y le dirigió una triste mirada de preocupación:
-Siento haberte despertado…-susurró ella sintiéndose culpable-Intentaré calmarla todo lo que pueda.
-¿Pluma está bien?
-Más o menos.-la muchacha le acarició el abultado vientre-Sus cachorros se están preparando para nacer y están algo inquietos… No la dejan dormir…
-¿Cuánto tiempo crees que le queda?
-Un par de días como mucho…- la voz de la muchacha era melancólica, triste, se sentía impotente por no poder aliviar el sufrimiento de su compañera-Está asustada…
Él también lo estaba, pero prefirió mantenerse en silencio. Se había enfrentado a manadas de lobos hambrientos, a osos territoriales e incluso a alces furiosos: una vez arrastró un venado cinco millas hasta la aldea perseguido por una osa protectora y dos oseznos, pero jamás había sentido tanto miedo como hasta ahora.
-Deberías acostarte, yo cuidaré de ella un rato.
-Prepararé una infusión-respondió la muchacha, haciendo caso omiso a su propuesta-¿Quieres una taza?
La joven se alzó, sujetándose el vientre abultado, la piel con la que se había cubierto no era lo suficiente grande, y dejaba a la vista los pechos, más hinchados que de costumbre, las voluptuosas caderas y el cada vez más oculto vello castaño de su sexo. Se arrodilló ante la hoguera y puso un poco de agua a hervir. Corazón de Ciervo no pudo reprimir sus impulsos primitivos: se bajó del lecho, mientras sentía como la sangre empezaba a concentrársele en la ingle. Se colocó tras la muchacha y le apartó el cabello rojizo hacia un lado, un escalofrío le recorrió la espalda cuando le echó el aliento en la nuca. Le besó el cuello, los hombros y la espalda. Sus manos rodearon ambos pechos y los estrujó con fuerza. En breves estarían a rebosar de leche, y el cazador no podía esperar a probarla. Cogió a la chica y la sentó sobre su miembro, mirándola a los ojos, ella empezó a moverse delicadamente, sujetándose el vientre. No sabía porque, pero desde que la chica había quedado encinta, el lívido de ambos había aumentado considerablemente: Corazón de Ciervo veía mucho más atractiva a la chiquilla a medida que las curvas de su cuerpo se acentuaban, y ya pensaba en el nacimiento del niño para poder hacerle otro. Eyaculó en su interior y permaneció un largo rato en el interior de ella hasta que su miembro se deshinchó casi por completo. La muchacha se apartó torpemente y se tumbó en el lecho bocarriba, con una mueca de dolor en el rostro. El cazador se sintió culpable, ella difícilmente rechazaría sus insinuaciones, pero sabía que en pocas semanas tendría que reprimir sus impulsos, puesto que Loba Blanca se sentía cada vez más pesada e incómoda para mantener su ritmo. Él era muy impulsivo, era un macho alfa, listo para montar a cualquier hembra dispuesta que se cruzase en su camino. Pensó en aliviarse con muchachitas de la aldea durante los últimos meses de embarazo de la joven, pero desestimó la idea enseguida, puesto que se dio cuenta que ninguna de las mujeres de la aldea despertaba el deseo que Loba Blanca despertaba en él.
Se tumbó en el lecho al lado de la muchacha, y lo colocó un almohadón relleno de plumas bajo las piernas para aliviar sus dolores de espalda, después le acarició el rostro delicadamente:
-Descansa, yo me encargaré de Pluma…-le susurró tiernamente.
-Solo necesito reposar un instante, en seguida estaré bien. ¿Recuerdas la bolsita de hierbas que me dio tu madre? Es de color verde, tejido con briznas de hierba. ¿Puedes echar un poco de esa mezcla en la infusión? Sirve para calmar el dolor…
El cazador rebuscó entre las hierbas de la despensa hasta encontrar el saquito descrito y echó una pizca en el agua hirviente, mientras lo removía, la muchacha se incorporó con dificultad: se dedicó a observarla un rato, el embarazo le favorecía, tenía el cabello más brillante y una luz de esperanza iluminaba sus ojos. Aun le quedaban unas tres lunas de gestación, pero ya había sentido como se movía su hijo en sus entrañas. Su madre la había examinado, ella había tenido siete hijos y decía que por la vigorosidad de sus patadas y la forma de la barriga estaban esperando un niño. A Corazón de Ciervo le entusiasmaba la idea de tener un varón: podría enseñarle a cazar y se llevaría apenas un año con el niño de su hermano. Aprenderían juntos, cazarían y competirían juntos, como habían hecho ellos en aquellos tiempos pasados y felices. Su padre estaría orgulloso de tener otro nieto que perpetuase la estirpe de su familia, sin embargo, Loba Blanca estaba segura de que llevaba una niña: una niña intrépida y valiente y astuta, como su padre… -le había dicho ella y entonces el cazador, conocido como Corazón de Ciervo sintió todavía más miedo…]
-Entonces estás segura…-murmuró Matt con un timbre vibrante en la voz.
-Al noventa por ciento. No quiero decir nada hasta entonces, aunque creo que tu padre sospecha algo. Hasta las doce semanas no es seguro a que todo vaya a ir bien…
Matt me besó de nuevo y me meció entre sus brazos.
-Irá bien… Te lo prometo y estaré a tu lado pase lo que pase.
-¿Serás fuerte por mí, Matt?
-Lo seré…-prometió con los ojos vidriosos.
-¿Sabes qué?-cambié de tema rápidamente. No tenía ganas de hablar sobre ello, ni tampoco quería agobiar a Matt. Estaba muy asustado, tanto como yo, solo que él era incapaz de disimularlo y yo, aunque le había prometido que no lo haría, guardaba mis temores para mí. “Tienes que ser fuerte por los dos” no paraba de repetirme a mí misma. “Si no lo eres, Matt se derrumbará”.
-¿Qué?
-Hay una fiesta en Hoonah la semana que viene, Alba quiere ir, y estoy segura de que Gabe y Bear se van a pelear por llevarla, y mientras ellos están en la fiesta… tú y yo… ya sabes, podríamos repetir lo de antes.
Matt forzó una sonrisa:
-Me parece muy buena idea, ¿pero tú no quieres ir a esa fiesta?
-No, prefiero pasar la noche contigo.
-La pasarás igual…-Matt me conocía lo bastante bien para saber que le estaba ocultando algo-¿Por qué no quieres ir?-Apretaba sus dedos ásperos con todas mis fuerzas-¿No quieres ir conmigo? ¿No te gusta bailar?
-No es eso, Matt…
-¿Entonces qué es? Puedes decírmelo Ayla… Confía en mí.
Me mordí el labio inferior y el miedo empezó a apoderarse de mí de nuevo. Temí perderlo, temí que se enfadase, temí disgustarlo, pero sobretodo: temí hacerle daño de nuevo.
-Habrá alcohol, Matt.
Supliqué en mi interior que no huyese de mí: le agarré con fuerza las manos para retenerle a mi lado. Pude ver la decepción en sus ojos y el sentimiento de culpa apoderándose de mí: “No quiero hacerte sufrir”.
-No me importa, eso es el pasado Ayla, el pasado que tú cambiaste…
El arrepentimiento me golpeó la mejilla como un saco de boxeo: “¿Cómo había podido pensar algo así? ¿Y por qué Matt había reaccionado de esa manera? Hace un momento estaba asustadísimo con no ser lo suficientemente fuerte, pero ahora: estaba tranquilo…”
-No quiero hacerte sentir incómodo Matt, ni que sufras por ello.-intenté exculparme en vano.
-No voy a negarte en que no será fácil y que dado un momento tendré que salir de allí volando, pero sé que puedo hacerlo. Tengo que ser fuerte por ti, te lo he prometido.- “Y Matt Brown nunca faltaba a su promesa”-Quiero hacerte feliz, ir a esa fiesta, bailar contigo-Matt estás haciendo que me sienta peor-que te lo pases bien con tu amiga y con los chicos. Agradezco que te preocupes por mí, pero de verdad, estoy bien. Quiero que tengamos una cita como Dios manda de una vez, antes de que todo cambie… Es una parte de tu mundo, de la que quiero formar parte, como hiciste tú conmigo…
Le estreché entre mis brazos y noté como sorbía la nariz para evitarse echar a llorar. “Aunque no lo crea, es más fuerte de lo que dice, tiene una fuerza de voluntad increíble. Sabe que quiero ir a ese baile y va a hacer el sacrificio por mí. ¿Por qué me porto a veces como una estúpida? Creo que no me lo merezco: a veces se porta como un idiota o como un cabeza de chorlito, pero cuando lo necesito siempre está ahí… No se ha enfadado porque le haya dicho lo del alcohol porque sabe que estoy muy asustada, pero con razón: dos negativos en tan poco tiempo no puede ser una coincidencia, pero tanto él como yo lo deseamos tanto… Le he decepcionado, sé que le entristece que piense que no será capaz de soportarlo, pero él es fuerte, es muy fuerte. Es imparable, lo sé. No sé cómo voy a poder compensarte todo esto Matt, pero lo haré. Confío en ti y te quiero”.
-Estoy muy orgullosa de ti, Matt-“¿por qué no puedo decirle todo esto a la cara?”

TODOS LOS CAPÍTULOS DE MI NOVELA BASADA EN "ALASKAN BUSH PEOPLE" ESTÁN AQUÍ.

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