Quería besarla, quería besarla allí mismo, entre la paja. Quería volver a sentir sus labios calientes y palpitantes sobre los suyos, aquella humedad cálida que producían ¿Pero ella querría besarlo de nuevo? Tenía miedo de preguntárselo: ¿y si le decía que no? Al fin y al cabo, ¿quién querría besar a Hediondo? Ella lo había hecho, un par de días antes, cuando pasaron la noche en Puerto Blanco. Le había besado en la boca, sin importarle que tuviese los dientes rotos, ni que le faltasen dedos ni aquella otra cosa que Ramsay le había amputado. Fue la sensación más agradable que había sentido en años, el otro muchacho jamás hubiese pensado que un beso pudiese significar tanto, pero Hediondo había pasado mucho tiempo encerrado en la oscuridad, siendo más criatura que hombre, y aquella muestra de cariño había sido tan importante para él que se había echado a llorar. Lástima que les hubiesen interrumpido, sino la hubiese seguido besando hasta el amanecer. La observaba arrebujado en su capa, a...
La Grandeza nace de los Pequeños Comienzos.