Quería besarla, quería besarla
allí mismo, entre la paja. Quería volver a sentir sus labios calientes y
palpitantes sobre los suyos, aquella humedad cálida que producían ¿Pero ella
querría besarlo de nuevo? Tenía miedo de preguntárselo: ¿y si le decía que no?
Al fin y al cabo, ¿quién querría besar a Hediondo? Ella lo había hecho, un par
de días antes, cuando pasaron la noche en Puerto Blanco. Le había besado en la
boca, sin importarle que tuviese los dientes rotos, ni que le faltasen dedos ni
aquella otra cosa que Ramsay le había amputado. Fue la sensación más agradable
que había sentido en años, el otro muchacho jamás hubiese pensado que un beso
pudiese significar tanto, pero Hediondo había pasado mucho tiempo encerrado en
la oscuridad, siendo más criatura que hombre, y aquella muestra de cariño había
sido tan importante para él que se había echado a llorar. Lástima que les
hubiesen interrumpido, sino la hubiese seguido besando hasta el amanecer. La
observaba arrebujado en su capa, aquella basta y gris que Brego había robado a
un cadáver en los bosques de Fuerte Terror. Se habían detenido para pasar la
noche en unos establos abandonados: no era un lecho de plumas, pero la paja del
suelo y la capa eran mucho mejor que las perreras donde había pasado muchas de
las noches de los últimos meses. Habían cenado un escuálido conejo que Brego
había traído medio comido, acompañado de cebollas silvestres que habían
recogido durante el trayecto.
Ya era noche cerrada y el
pequeño establo apenas estaba iluminado por las brasas dela hoguera de cocinar.
El viento hacía crujir las paredes de madera roída y parecía que en cualquier
momento se les fueran a venir encima, incluso así, Hediondo no tenía miedo. Las
chispas brillantes del fuego le arrancaban destellos al cabello castaño de Noa,
que en el otro extremo de la estancia, intentaba que Brego se durmiese.
Se acercó a él, deshaciéndose
la trenza de su cabello, para que sus tirabuzones castaños le enmarcasen el
rostro de chiquilla. Hediondo enrojeció cuando tomó asiento a su lado para
apurar los restos de la cena. Su compañía era infinitamente mejor que la de las
Chicas del Bastardo, y no tenía que pelearse con ella por medio trozo de
pollo.
-¿Te duelen los
dientes?-preguntó ella al ver que apenas había probado el estofado de
conejo-¿Quieres que te prepare una sopa de cebolla?
"No tengo hambre-se
sorprendió Hediondo-¡No tengo hambre! Por fin no tengo hambre. Desde que había
se había encontrado con Noa y Brego, aunque no comían como reyes, no se había
acostado una sola noche sin el estómago vacío.-Me está arreglando, el Bastardo
me rompió, pero ella me está arreglando, y me besó, ella me besó, no merezco
que lo hiciera, son besos demasiado dulces, no me los merezco... ¿Quién querría
besar al apestoso de Hediondo?".
-No, no me duelen.-mintió. Lo
cierto es que la boca le dolía a horrores cuando intentaba comer, pero si se lo
decía quizá no querría besarle otra vez, y lo deseaba tanto...-Es solo, que no
tengo apetito.
-Tienes que comer algo, tienes
que recuperar las fuerzas, nos espera un viaje muy largo.-se llevó un pedacito
de carne a los labios, lo sopló y se lo metió en la boca. Que cerca estaba de
él, el otro chico, el que había sido en otra vida solo hubiese pensado en
poseerla todo lo que su cuerpo hubiese aguantado y emborracharse hasta vomitar,
Hediondo se conformaba en que durmiese a su lado y le acariciase la cara.
Recordaba como aquel gesto le había hecho seguir adelante, aquel simple gesto
de tocarle el rostro con dulzura... Que agradable era sentir que alguien se
preocupase por él.
Se obligó a masticar el trozo
fibroso de carne soportando las punzadas de dolor de sus encías. El sabor a
sangre le inundó la boca. Noa se dio cuenta y le limpió la comisura de los
labios con la punta de la capa. Había decidido hacía unos días que le parecía
una chica bonita, a pesar de que vistiese de una manera tan varonil: tenía el
cabello castaño oscuro que le caía hasta la mitad de la espalda en forma de gruesos
bucles, el rostro redondeado, de rasgos suaves y ojos avellana que se movían
inquietos como un cervatillo. Tenía la boca pequeña, pero los labios abultados,
inclinándose tristemente hacia abajo. No se había fijado en las formas de su
cuerpo, únicamente en que ya estaban lo suficientemente desarrolladas para deducir
aproximadamente su edad. Aún tenía algún signo de acné en la barbilla y en la
sien, Hediondo calculó que tendría unos diecisiete años como mínimo y
diecinueve como mucho.
-Que hermosos debías ser
antes...-susurró Noa acariciándole la sien con la yema de los dedos. Hediondo
cerró los ojos para empaparse de aquella sensación que tanto le gustaba-antes
de que ese bastardo te amputara los dedos y se te pusiese el pelo blanco.-Cogió
una de sus manos y le quitó el guante. Hediondo sintió vergüenza mientras ella
le contaba una y otra vez los tres dedos que le quedaban-y antes de que la piel
se te arrugase y perdieses tanto peso. Seguro que eras un señor muy apuesto y
tenías todas las doncellas que quisieses besándote los pies.
"Yo solo quiero a
una".
-No soy ningún señor, soy
Hediondo.-"Hediondo, Hediondo que rima con fondo".
Noa hizo caso omiso y le alzó
el mentón para obligarlo a mirarla a la cara:
-Tienes unos ojos preciosos, y
una sonrisa encantadora, anda sonríeme.
¿Cómo iba a sonreírle con los
dientes partidos? ¿A caso se quería reír de él?
Respiró hondo, las costillas golpeadas le dolían
cuando sus pulmones colisionaban con ellas. Tenía tanto miedo que pensó que iba
a orinarse en la primera muda limpia que se ponía en siglos. Ni cuando estuvo
cara a cara frente al Matarreyes, en la batalla del Bosque Susurrante, había
sentido tanto miedo, pero ese no era él, era otra persona: Era un príncipe, él
era más criatura que hombre.
-¿Por qué me besaste la otra noche?-escupió por fin
mientras unas gotas le salpicaban los calzones. La muchacha se volvió hacia él,
estaba distraído observando como dormía su hermano. Las brasas de la hoguera le
arrancaban destellos anaranjados a su ojo izquierdo. Le dedicó una sonrisa:
-Porque quise hacerlo. Porque me pareces hermoso, y
dulce… Porque tratas bien a Brego, porque a pesar de conocer su secreto, no nos
has abandonado…
¿Hermoso? ¿Él? ¿Cómo iba a considerarlo alguien
hermoso? Lo había sido en otra vida: apuesto y atractivo, rodeado de las más
hermosas doncellas y las más asquerosas porqueras, pero siempre con un hueco
caliente a su disposición donde poder derramarse cuando le placiera. Pero ese
no era él, él era Hediondo “Hediondo, Hediondo, que rima con hondo” y no debía
olvidarlo. Solo tenía siete dedos en las manos y cinco en los pies, Lord Bolton
se los había degollado, igual que aquella otra cosa… También tenía la piel
arrugada, los labios agrietados y la mayor parte de su pelo era blanco y
quebradizo como la paja. Estaba sumamente delgado, en ocasiones le costaba
seguir el ritmo de Noa y de Brego y terminaba montando en el jamelgo, aunque
también le provocase un horrible dolor en las pantorrillas. Noa le había dado
de comer, le había cortado el pelo y la barba, curado las heridas y limpiado
las costras de vómito de la cara. Lo había desnudado, deshaciéndose de los
viejos calzones rebozados en mierda. Se había metido con él en la bañera de
agua hirviendo y le había frotado la piel hasta quitarle toda la porquería. Sabía
que le faltaban varios dientes, y aun así lo había besado, y en siglos había
sentido algo tan cálido, tan reconfortante… Fue tanto para él que justo después
se desmoronó y se echó a llorar en sus brazos.
-¿Te gustó?-preguntó ella. Brego dormía en la otra
punta del establo, y la presencia del niño incomodó a Hediondo, pero tuvo que
reconocer que le había gustado. Noa se inclinó sobre él: le acarició el pelo,
la mejilla y descendió hasta el mentón.- ¿Te gustaría que volviese a hacerlo?
Tragó saliva mientras unos dedos demasiado expertos
para su edad deshacían la lazada con la que se sujetaba la túnica por el pecho.
Una bola de saliva amarga y sanguinolenta le recorrió la garganta:
-Sí, me gustaría que lo volvieses a hacer.-escupió con
un hilo de voz exageradamente agudo.
Lo empujó suavemente y se acomodó sobre él. El torso
le dolía a horrores por tener que soportar el peso de ella sobre sus
maltratadas costillas, pero le gustaba. El corazón le latía tan deprisa que en
cualquier momento iba a salírsele del pecho. Estaba caliente, su cuerpo estaba
caliente, eso era lo mejor: la calidez del contacto humano, antes trataba a las
mujeres como objetos, pero si Noa no le hubiese ayudado, probablemente estaría
muerto, tirado en medio del bosque o siendo devorado por una de las chicas de
Ramsay.
Las puntas de
su cabello le rozaban las mejillas. ¡Qué bien olía! A pesar de haber estado
andando todo el día, no apestaba a sudor, pero el aroma del bosque otoñal se
había filtrado en sus poros, desprendiendo un olor muy agradable. Su boca
estaba tan cerca de la suya que podía respirar su aliento:
-Lo haré, pero con una condición.
-¿Cuál?
-Que me digas tu nombre…
-Hediondo.
-Ese nombre no, el otro, el que te puso tu madre al
nacer-Hediondo no había tenido nunca madre. Recordaba a una mujer en un
castillo en el mar, pero siempre estaba enferma, cuando creció lo alimentó una
mujer pelirroja, que parecía estar resentida con él. Su siguiente alimento
fueron las ratas de las mazmorras de Roose Bolton.
-Hediondo, me llamo Hediondo.
“Es una trampa-lo comprendió de repente-está aliada
con el Bastardo, siempre lo ha estado. No olvides quién eres, y nunca volverá a
pasarte nada malo. Me lo prometió… Esto debe ser una de las bromas de Lord
Ramsay, sí, él y sus juegos, está jugando, sabe que soy su Hediondo, su
criatura, solo es un juego para recordarme quién soy”.
-Hediondo.-repitió, esta vez más convencido que nunca.
Noa se apartó de su lado con una mueca de tristeza en
los labios abombados. Sintió como el calor de su cuerpo se desvanecía y recordó
las frías mazmorras de Fuerte Terror. Un cuchillo de hielo le recorrió la
espalda.
-He confiado en ti:- la melancolía de sus palabras le
encogía el corazón. Después de lo mal que se había portado, ¿por qué ella se
había cruzado en su camino? ¿Era una bendición o una maldición? No descartaba
la posibilidad de que fuese una de las chicas del Bastardo: haría que le
cogiese cariño, que la desease, que la amase, y luego se la arrebataría. ¡Tenía
que resistir! Pero tenía tantas ganas de besarla…-Te conté el secreto de Brego
y de lo que le sucedió a nuestro padres, te saqué de aquellos bosques,
arriesgándome a que Bolton me encontrase y diese de comer a sus chuchos con la
carne de mi hermano. Te estoy ayudando a conseguir un pasaje para llegar a las
Islas del Hierro, ¿y tú sigues sin querer decirme tu nombre? Estoy segura de
que fue horrible lo que te hizo Bolton, pero ya estás a salvo, con nosotros.
Nosotros cuidamos de ti, pero quiero saber quién eres, quiero saber a quién voy
a besar…
-Hediondo.-repitió. Tenía los ojos desencajados por el
miedo, se hizo un ovillo y se meció mientras tarareaba una versión norteña de El Oso y la Doncella.
-Yo no quiero besar a ningún Hediondo…-se lamentó
mientras se apartaba de él. No recordaba haberse incorporado y sujetarle la
muñeca como un niño, se aferraba a la teta de su madre. “No te vayas, quédate
conmigo, tengo frío, abrázame” pero las palabras se le quedaban atascadas en la
boca. Noa aguardaba, cada vez que pensaba en su nombre se le revolvía el
estómago y temió por un instante vomitarle encima. “Sansa está a salvo, está
con Jon en el Muro, Yara se sentará en el Trono de Piedramar, ya he remendado
lo que hizo aquel otro chico, el de la sonrisa impertinente: puedo morir en
paz, solo pido que sea algo rápido y que por favor, no me devuelva al Bastardo,
entonces sí que me marcharé de esta vida. Se lo ruego a los Antiguos Dioses y a
los Nuevos, al Dios Ahogado e incluso a ese Dios de la Luz que adoran esos
sacerdotes vestidos de rojo, se lo pido a todos los dioses habidos y por haber…
No dejéis que me vaya sin besarla una vez más.
No supo de dónde sacó la fuerza necesaria, pero logró
tumbar a la muchacha sobre el lecho de paja para después acomodarse sobre su
cuerpo cálido. La mano de ella le recorrió el cuerpo, desde la cadera hasta el
hombro.
-Theon Greyjoy.
Noa le agarró el rostro con ambas manos y su lengua
exploró hasta el último rincón de su boca. ¡Qué cálida era! Y qué vivo lo hacía
sentir, con la punta rozaba las encías mientras que la sangre goteaba por ellas
y confundían la cantidad de sabores que se mezclaban en su boca…Se sorprendió
cuando su lengua comenzó a buscar a Noa y a penetrar en la cavidad cálida y húmeda
que estaba entre sus labios. La sangre de las ratas de Fuerte Terror también
estaba caliente, pero era un calor distinto, putrefacto, incomparable con la
calidez y el bienestar que le proporcionaban los labios de Noa. Un enjambre de
mariposas se agitaba en su estómago con cada beso. Le besó de todas las formas
posibles: besos ligeras, apenas rozándole los labios. Besos cargados de pasión,
hundiendo su lengua hasta rozarle la garganta. Otros eran dulces, otros
empalagosos, otros repletos de amor. Podría haberse detenido allí, pero la joven
siguió besándole por el cuello y el pecho. Le dio un beso en cada párpado y
otro en la punta de la nariz. Los lóbulos, el mentón, los labios otra vez. Lo
incorporó para quitarle la túnica por encima de la cabeza y lo volvió a
recostar. Brego se revolvió en su lecho y Noa se quedó inmóvil hasta asegurarse
de que estaba dormido: volvió a su boca una y otra vez hasta que decidió qué
sería un buen momento para besarle el cuello y descender por el torso desnudo.
Besó cada una de las cicatrices, golpes y moratones que le cubrían el cuerpo.
Besó los trozos de piel rosada que le habían arrancado en un costado. La
bregadura en forma de cruz que tenía en un hombro… Cogió sus manos y besó los
muñones de los dedos uno por uno: incluso le besó el ombligo y la zona de la
pelvis, donde crecía una mata quebradiza de pelo castaño y ensortijado. Seguidamente
se separó de él con un gestó de aflicción en la mirada.
-Será mejor que pare, yo no puedo proporcionaros el
placer que buscáis.-había empezado a hablarle diferente, a hablarle como a un
señor y no como a un amigo.
Theon se incorporó con la suficiente fuerza como para
intercambiar los roles, ahora era él quien la miraba desde arriba:
-Quizá no puedas darme placer-aunque ya le había
proporcionado la experiencia más satisfactoria de su vida.-pero yo puedo
proporcionártelo a ti.
Jamás pensó como siete dedos podían deshacer la lazada
de un corpiño tan deprisa, ni como un hombre al que habían mutilado los
genitales podía desear tanto a una mujer: También la besó en la boca de todas
las maneras posibles. El cuerpo de Noa se estremeció cuando llegó al cuello: el
cabello castaño ocultaba tres dragones negros que volaban desde detrás de la
oreja hasta la nuca afeitada. Theon los besó a los tres y siguió descendiendo
por el pecho. De entre los senos pequeños pero firmes colgaba un anillo de
hierro forjado, tenía algo escrito en rúnico, la Antigua Lengua de los Primeros
Hombres, pero no se detuvo a pensar que podría decir. Succionó los pezones diminutos,
que descansaban en corolas suaves y sensibles, con tanta delicadeza como si se
tratara de una bella princesa a la que no quería romperle el encaje myriense
con sus caricias. Notaba la respiración agitada de la muchacha y como trataba
de controlar los espasmos de placer que le estaba proporcionando. La piel del
estómago era más pálida que la de los brazos, expuestos constantemente a las
inclemencias del sol, pero también era más suave que sus maltratadas manos de
cazadora. Sus manos se deslizaron por las caderas y estrecharon con firmeza los
muslos. La besó de nuevo en la boca, ella lo atrajo hacia si con los brazos
alrededor de su cuello y rodaron juntos por la paja. Se deshizo de los calzones
de hombre que vestía: desabrocharle el cinturón fue más complicado de lo que se
pensaba, una gota de sudor le resbaló por la nariz y cayó en el vientre llano de
Noa. Deslizó la prenda hacia abajo, rodeó la estrecha cintura con las manos y
comenzó el empinado descenso desde el ombligo. Observó unas pequeñas estrías
violáceas en los muslos, y se preguntó si habría estado embarazada o
simplemente era una consecuencia de su metabolismo. Brego tendría unos ocho o
nueve años, sería muy extraño que Noa lo hubiese concebido, aunque si lo
hubiera hecho, encontraba lógico que lo hiciera pasar por su hermano. Su teoría
se desmanteló cuando introdujo dos dedos en su interior y se encontró con las
paredes rígidas de un cuerpo que aún no había sido explorado.
Noa arqueaba la espalda en su búsqueda. Alzó los ojos
hacia ella cuando besó por primera vez el vello alborotado y oscuro que le
crecía entre las piernas: Ahogó un gemido de placer, Theon la observó: tenía
los ojos cerrados y los labios apretados, conteniéndose para no dejarse llevar
y no despertar a Brego. El calor y la humedad de ese lugar eran tan agradables
como el de sus labios: se sorprendió al encontrarla tan dispuesta. Su aroma le
indicaba que estaba lista: era fuerte y penetrante, pero no podía apartar la
nariz de sus muslos. Separó los labios con las manos con toda la delicadez que
pudo permitirse y besó el nódulo palpitante de carne rosada. Una ola de humedad
le llenó la boca. Noa blasfemó e invocó su nombre en un susurro forzado:
-¡Por los Antiguos Dioses! Theon… mi señor….- Escuchar su nombre desde
sus labios era mucho más satisfactorio que decirlo el mismo. Le acarició el
cabello con la intención de unirlo más a ella, hasta el punto que no se supiera
donde terminaba la lengua de uno y comenzaban las partes del otro.
También allí la besó de todas las maneras que conocía:
besos ligeros y dulces, empalagosos y pasionales. Incluso su lengua exploró
cada rincón como había hecho con su boca. Una segunda ola de humedad le resbaló
por la comisura de los labios: ni todo el vino del Rejo, ni toda la cerveza de
Invernalia le embriagarían tanto como lo estaba haciendo aquel sabor en ese momento.
Durante los últimos besos quiso devorarla como devoró a aquella rata. El
orgasmo de ella fue tan intenso que sacudió su cuerpo hasta incorporarse, Theon
aprovechó el momento para rodearla con los brazos y fundir su boca con la suya:
el gemido nació de los pulmones de Noa para terminar en los de él, oxigenándole
los capilares con el placer que orgullosamente le había proporcionado. Se
tumbaron exhaustos sobre la paja, y Theon los cubrió con su vieja capa. Noa se
acomodó sobre su pecho, dándole aquel calor tan agradable que había descubierto
que le encantaba y sin el que ya no podría vivir. Estaba exhausta y respiraba
agitada, aunque tenía los músculos relajados y los ojos entrecerrados. Brego ni se había
enterado, continuaba durmiendo plácidamente en su rincón, si se despertaba para
cazar quizá los vería juntos. No sabía por qué extraño motivo se sentía tan agotado
como ella, pero era un cansancio de victoria, de triunfo. Tenía la adrenalina
por las nubes, como si acabase de volver glorioso de una batalla. Theon le
acarició el cabello y lo apartó a un lado para contemplar las siluetas de los
tres dragones tatuados que tenía en la nuca. Iba a preguntarle sobre ellos,
pero Noa se adelantó a la conversación.
-Con que Theon Greyjoy ¿eh?
Le dio un beso en la cabeza:
-El menor de los hijos de Lord Balon.
-Sabía que eráis un señor.-Noa sonrió y comenzó a
repetir su nombre en voz alta hasta hartarse. Theon rio su broma y le dio un
tierno beso en el pelo-Entonces, ¿cómo debo llamaros ahora? ¿Lord Theon? ¿Lord
Greyjoy? ¿Mi señor? ¿O quizá su alteza?
Le acarició los hombros desnudos y la empujó aún más
hacia él para sentirla todo lo cerca que fuese posible. Esta vez la besó en la
frente.
-Solo Theon.
-Está bien, solo Theon.-los ojos azules de él se
cruzaron con los de ella, del color de las avellanas.-Tenéis una sonrisa muy
hermosa…
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