Corrí tan veloz como las piernas me lo permitieron:
las ramas me arañaban la piel y se me enredaban en el pelo. “Tengo que seguir”.
Con cada paso me hundía en el barro hasta los tobillos, lo que dificultaba muchísimo
avanzar. Perdí una bota al pisar un charco demasiado profundo, pero ni siquiera
me volví para cogerla, me quité la otra de un saltó y continué corriendo. El
barro y la humedad se filtraron entre mis calcetines de lana y en seguida sentí
los pies helados, pero no me podía parar, tenía que seguir adelante. Al final
de todo, camuflada entre las ramas de los cedros amarillos, divisaba una luz
blanca: “mi objetivo, si llego a ella estaré a salvo, estaré lejos. Tengo que
irme, tengo que salir de aquí”. Pero al apartar la última rama me encontré con
la cruda realidad: la luz blanca y fantasmal se había difuminado, dejando a su
paso un inmenso mar de aguas espectrales que se extendía ante mí. “¡No, no, no
y no! Es una isla, una maldita isla. No puedo escapar, estoy atrapada”. Los
árboles me habían protegido del viento, pero ahora que me encontraba en la
playa, despejada de vegetación, sentía como las fuertes ráfagas tiraban de mí
violentamente. Me aparté el pelo de la cara: la tarde estaba ya muy avanzada,
pronto sería de noche y el cielo estaba cubierto por nubarrones tan grises como
los ojos de Noah. Un trueno resonó en la letanía. El Integrity se balanceaba
anclado en la bahía, luchando para hacer frente a las enormes crestas de espuma
blanca que lo sacudían con fuerza. “Me tengo que ir, tengo que salir de aquí.
No puedo quedarme”. Di grandes zancadas entre tramos de grava que se me
clavaban en los pies, charcos de lodo y agua salada y nidos de algas pringosos
y repugnantes. Me detuve a apenas un par de metros del agua, la marea estaba a
punto de subir y me quedaría atrapada en aquella maldita isla. Hasta ese
momento no me había dado cuenta de cómo me escocían los ojos de tanto llorar y
al doblar los dedos los noté rígidos de sangre seca. El pelo me revoloteaba
rebelde alrededor de la cabeza,, sacudido por el viento. Me miré las manos temblorosas
y llenas de heridas abiertas. “Las manos son una de las herramientas
principales de un escritor, y las mías están destrozadas, como yo. La otra gran
herramienta es el cerebro, y no para de decirme que tengo que salir de aquí”. Me
senté al lado del agua y me quité los calcetines de lana sucios y mojados, me
desprendí de la sudadera y la abandoné junto a los vaqueros. Tenía el frío tan
calado en los pies que ni siquiera lo percibí cuando los metí en el agua
salada. Avancé decidida, guiada por la locura y el dolor del momento, de vez en
cuando pisaba un nido de algas o un pez travieso me rozaba las piernas. El mar
era tan negro que apenas distinguía mis pies desplazarse por el fondo y en más
de una ocasión estuve a punto de tropezar con una piedra oculta entre el lodo
del fondo. Una fina lluvia comenzó a empaparme la cabeza y cuando el agua negra
me llegaba hasta el ombligo ya tenía la camiseta pegada al cuerpo y el cabello
chorreando. Me obligué a mí misma a no mirar a atrás, si lo hacía estaría
perdida. Ese no era mi hogar, tenía que volver a casa y si no podía hacerlo en
barco, llegaría a nado, aunque me costase la vida. Mil cuchillos me atravesaron
el cuerpo cuando me zambullí de cabeza y se me hizo un nudo en el estómago. La
sal me penetró en las heridas de las manos, causándome un dolor insoportable,
quería gritar, pero si abría la boca se me llenarían los pulmones de agua y me
ahogaría. Bajo el agua no veía nada, había demasiada sal para abrir los ojos y
la corriente me empujaba hacia el fondo. La bocanada de aire que tomé al salir
a la superficie fue escuálida y fría. El viento me congeló las encías y a duras
penas me llegó oxígeno a la caja torácica. Aun así, seguí adelante, brazada
tras brazada, intentando ver entre las crestas de las olas que me sumergían la
cabeza bajo el agua. Moví los pies nerviosa, en busca de un punto de apoyo para
descansar antes de seguir adelante, pero el fondo había desaparecido de mi
alcance, me puse aún más nerviosa cuando me empecé a dar cuenta de que las
piernas no respondían a las órdenes de mi cerebro. Estaba experimentando los
primeros síntomas de la hipotermia. “Sino salgo inmediatamente de aquí, me
ahogaré. ¿Pero qué diablos estoy haciendo? ¿En qué momento se me ha ocurrido
cruzar el mar para llegar a casa? ¿Y a qué casa voy a llegar? Matt no lo vale
tanto, no vale mi vida… ¿Pero qué puedo hacer? Si sigo adelante moriré…” Me di
la vuelta y entre ola y ola pude divisar las copas verdes de los árboles de
Chichagof. “Browntown, no es mi hogar, no debería regresar allí, pero si no lo
hago…”. Cuando di aquella primera brazada en dirección a la isla parecía que me
hubiesen atado una piedra al brazo. Tenía los músculos rígidos y a duras penas
se movían. “Se me está acabando el tiempo” Quise gritar de dolor cuando pegué
la segunda: alguien, el Dios de las Tormentas, Poseidón, el Leviatán, una
ballena, el destino… tiraba de mí para impedirme regresar a Browntown. El frío
se me calaba cada vez más en los huesos, tenía los músculos agarrotados y las
piernas y los brazos se negaban a obedecerme. Los pulmones me suplicaban aire
desesperadamente y el dolor abdominal era insoportable. La corriente iba en mi
contra, me arrastraba al fondo del océano para que Davy Jones cobrase mi alma.
“Otra brazada, y otra, y otra…” pero sentía tanto frío que mi cerebro comenzaba
a dormitarse y a perder el rumbo. Estaba tan cansada que no pude esquivar
aquella ola y me perforó la garganta con una espada de agua y sal. Sentí como
se me encharcaban los pulmones y pataleé histérica en busca de un apoyo para
los pies que nunca apareció. ¿Aún estaba tan lejos de tocar tierra? La ida de
no me había parecido tan larga. Estaba tan ocupada luchando por ponerme en pie
que no vi venir la segunda ola, ésta me cubrió entera y cuando intenté salir a
la superficie, mis extremidades se negaron a moverse. No podía gritar, ni
luchar, solo sentir como el peso del agua me aplastaba y la bruja del mar me
arrastraba al fondo. No podía ver casi nada en la oscuridad, solo un hilillo
rojo que brotaba de mi mano. Sangraba, las heridas de las manos me sangraban y
me escocían a horrores. Aún estaba viva, tenía que seguir adelante, tenía que
sobrevivir, me lo decía mi instinto. El latido de mi corazón me bombeaba en la
cabeza: lento, pero firme. Cerré la mano con toda la fuerza que pude y sentí dolor,
porque estaba viva. Apenas pasé unos segundos bajo el agua, pero me parecieron
siglos, encerrada en una oscura cámara de tortura repleta de afilados cuchillos
que me rasgaban los músculos. La línea de la superficie parecía un frágil panel
de cristal que se partiría en mil esquirlas cuando lo atravesase. Los cuchillos
de hielo se me clavaron en los pulmones cuando conseguí impulsarme y salir a
coger aire. El cielo lloraba porque le había vencido, había vencido a la
naturaleza. El rugido del mar furioso no me dejaba distinguir más sonido que
sus indomables olas, únicamente aquel lejano ladrido que se imaginaba mi
torturado cerebro. Alargué los brazos, a ciegas, con los ojos cubiertos de agua
y sal, en busca de otro apoyo que me ayudase a llegar a tierra. En un primer
instante no me planteé en deducir que era la extraña figura con la que me topé,
solo me aferré a ella con todas mis fuerzas, mientras me arrastraba hasta la
orilla. Mis piernas habían dejado de responder, pero en seguida noté como la
arena del fondo me rozaba los dedos de los pies. “Estaba más cerca de lo que
creía”. El ladrido se hizo más fuerte, pero en mi cabeza resonó como si una
orquestra de tambores me estuviese aporreando el cerebro. El sonido era
molesto, pero me hizo despertar, abrir los ojos y darme cuenta de que estaba
aferrada al cuello de una persona. Acariciar aquel cabello humano, con los
dedos arrugados y entumecidos fue una de las experiencias más gratificantes de
mi vida. Le palpé la nuca, como si no me lo creyese: “me había salvado la
vida”. Intentó dejarme en el suelo, pero las piernas no me respondían y me caí,
así que me arrastró hasta depositarme en un lugar seco. Desapareció un instante
de mi vista, lo supe porque escuché sus pasos alejarse, no lo había mirado a
los ojos. Tenía miedo de hacerlo y de encontrarme con los ojos azules de Matt
diciéndome que no me quería. Conseguí doblegar las rodillas y me hice un ovillo
como pude. El hielo avanzaba imparable por mis arterias, congelándolo todo a su
paso. El viento me arañaba las piernas desnudas, la camiseta desgarrada pesaba
una tonelada y la película de lluvia me confundía sobre si seguía o no metida
en el mar. Mi salvador regresó junto a mí y se agachó a mi lado. Temblaba de frío
y de miedo cuando me despegó los brazos del cuerpo, como si fuese un robot
oxidado y terminó de rasgarme la camiseta empapada para quitármela costosamente
por la espalda empapada. Una gruesa pieza de ropa se deslizó sobre mis hombros:
era mi sudadera, estaba ligeramente mojada por la lluvia, pero era mucho más
confortable que aquella camiseta empapada echa de acero. En ese momento no me
preocupaba mi desnudez, solo quería entrar en calor y volver a sentir los
miembros. Quería acurrucarme en un lecho seco y caliente, tomar una taza de
café, acariciar la piel de Matt, tan cálida con su olor a tierra mojada. Me
sorprendí pensando en él cuando el individuo me levantó la barbilla para que le
mirase a los ojos. No respetaba mi espacio personal, su cara estaba muy cerca
de la mía, tenía la piel blanca y los labios finos. El cabello lacio se le
pagaba a las mejillas e iba cubierto con una sudadera roja. Y aquellos ojos
profundos como pozos….
-Ayla,-me susurró en un tono firme pero a la vez muy
delicado-tenemos que hacerte entrar en calor lo antes posible. Estás
experimentando los primeros síntomas de la hipotermia, pero podemos detenerlos.
¿Puedes andar?-negar con la cabeza me resultó más complicado de lo
previsto-Está bien, yo te llevaré, iremos a la casa de mis padres y…
Encontré las fuerzas suficientes para enrollar mi mano
en torno a su muñeca, aferrándolo como una esposa policial. Me miró
conmocionado.
-No…-susurré. Si hablaba más alto las agujas se me
clavarían aún más profundamente en la garganta-en la casa principal no…
-Es el único lugar con una estufa lo suficiente
potente para que entres en calor.
-No.-supliqué de nuevo. Los dedos rígidos y oxidados
en torno a su brazo le hacían sentirse prisionero y se deshizo de ellos,
despegándolos uno por uno.
-Vale, vale, no iremos a la casa de mis padres, pero
tengo que sacarte de aquí lo antes posible o tu vida podría correr peligro.-se
pasó uno de mis brazos alrededor del cuello y me cogió sin problemas como a un
bebé. Su pecho estaba empapado por la lluvia, pero aun así era cálido y
acogedor. Su corazón latía ligeramente acelerado, “está asustado”, pero no
había escuchado un sonido más reconfortante en mi vida. Estaba tan agotada que
dormité todo el trayecto hasta su morada, a pesar de sus insistencias para que
me mantuviese despierta: perdí la noción del tiempo y cuando quise darme
cuenta, estaba aferrada a un hombre mono escalando para llegar a una casa
construida sobre los árboles.
Soñé con una loba menuda y blanca, que estaba herida
en la orilla de un estanque. El escarlata salpicaba su pelaje níveo y puro. No
se podía levantar, tenía una mordedura negra en el vientre, con cada intento,
la loba se sentía más débil. Unos arbustos se movieron en la cercanía, las
hojas crujían y las ramas se partían ante el avance del viejo lobo gris y la
menuda loba blanca no estaba en condiciones de afrontar una pelea. Fue el lobo
del pelaje castaño de ojos verdes el que hizo frente al viejo lobo en su lugar.
Salió de la nada, con el pelaje erizado y mostrando los dientes. El lobo gris
estaba lleno de cicatrices que le había hecho su hermano más joven. El lobo de
ojos verdes la miró apenada, no iba a enfrentarse al viejo lobo por una hembra,
estaban en época de celo y esa era la hembra de su hermano. El cuadrúpedo salió
trotando por donde había venido, dejando a la loba blanca sola ante el peligro.
El viejo lobo gris se abalanzó sobre ella, la hembra cerró los ojos y aguardó
sentir un nuevo pinchazo de dolor, sin embargo, no sintió nada. El joven e
intrépido lobo, el que tenía el pelaje rubio, había acudido en su ayuda y se
había interpuesto entre los dos animales, cuando la loba blanca se dio cuenta,
el viejo lobo gris estaba tirado en el suelo, y el macho intrépido tenía el
hocico manchado de sangre.
-Los lobos de Matt.-grité derramando el vaso de agua
que me acercaban a los labios, pero Matt no estaba allí, solo estaba Bear, acuclillado
ante mí y con la ropa empapada por el agua que le había tirado.
Tenía la espalda apoyada en la pared y ante mi crujía
una pequeña estufa eléctrica. Mis piernas estaban envueltas en un edredón viejo
y sobre los hombros me cubría una manta deshilachada que imitaba los estampados
de las alfombras turcas. La pared roja de la cabaña del árbol siempre me
revolvía el estómago. “Tripas de ciervo
sobre campo de gules”. El pelo me caía sobre los hombro encartonado por la
sal y goteando pequeñas lágrimas que recorrían la manta roída. No me había
percatado del frío que tenía hasta aquel momento: tenía el cuerpo recubierto
por una película de sudor que me había provocado el angustioso sueño, pero era
un sudor frío, cortante como el hielo. Un navajazo que me degollaba la tripa.
La piel erizada se rasgaba por las asperezas de la manta. Cada latido de mi
corazón era como un mazazo contra la gruesa capa que cubre los lagos helados.
Estaba casi desnuda bajo las protecciones que me había puesto Bear, mis
mejillas se sonrojaron y aparté la mirada de él. El chico había recuperado mi
sudadera, pero se había olvidado de traer los vaqueros y me había arrancado la
camiseta empapada, y yo misma había lanzado las botas por el bosque mientras
corría. No sentía la sangre circular por los pies y me costaba horrores
flexionar los dedos de las manos.
-Me alegra verte despierta.-dijo él alegre como el
canto de un ruiseñor, como si no hubiese pasado nada, como si no acabase de
salvarme la vida. La dentadura desgastada lucía sobre aquellos pómulos blancos
ligeramente sonrojados. “Tiene las puntas del pelo chamuscadas. Ha vuelto a
ponerse demasiado cerca del fuego, si sigue así le pasará como a Ícaro y se le
derretirá el cerebro”.-Por un momento pensaba que te me ibas, pero has logrado
salir adelante, incluso ya vuelves a tener color en las mejillas…-volvió a
llenar la taza que le había derramado de una hoya que ardía sobre la cocinita
de gas.-Toma bebe.
Agarré el vaso desconfiada:
-¿No será una infusión extrema, verdad?-Bear soltó una
agradable risita.
-No, solo es manzanilla.-sonrió y dos simpáticos
hoyuelos se dibujaron en sus mejillas:
Dejé que el líquido hirviendo me llenará el estómago.
Al principio noté un fuerte dolor y se me revolvieron las tripas ante aquel
brusco cambio de temperatura, pero a medida que mi cuerpo se acostumbró, el
olor dulce de la manzanilla resultó ser un reconfortante analgésico.
-Creo que aún no te he agradecido que me salvases la
vida hoy-pronuncié entre sorbo y sorbo con un hilo de voz-dos veces.
-No tienes que agradecerme nada… Además, no he sido yo
el que te ha salvado, fue Mr. Cupcake el que vino a avisar de que ocurría algo.
-Entonces no alucinaba cuando me pareció oír un
ladrido.-el silencio se apoderó de nosotros y nos separó con un muro de roca,
hasta que me sentí con la suficiente fuerza para proseguir.-Pensarás que soy
idiota. Lanzándome al gélido océano Pacífico una tarde de tormenta.-solté la
taza y me escurrí el pelo con ambas manos.
-¿Estás de broma? ¡Ha sido lo más extremo que he visto
jamás! Y cómo has nadado para volver a la costa ha sido increíble-le brillaban
los ojos mientras hablaba y agitaba las manos enérgico.-No todos tienen la
habilidad ni el espíritu suficiente para salir adelante, como tú has hecho
antes, tu instinto de supervivencia es muy potente. Eres una auténtica mujer de
Alaska-Matt solía decir algo parecido, pero solo eran estúpidos trucos para
mantenerme a su lado.
Recordé las palabras que me había dicho Bear aquel
lejano día en el estanque y que me había repetido aquella misma tarde: “Todo el
mundo me pide que frene, tú en cambio has intentado alcanzarme” Él también
había corrido alcanzarme ¿Matt lo habría hecho? No quería pensar en él, me
dolía demasiado. “Creí que este era mi sitio, mi hogar, pero me equivocaba, mi
sitio era estar a su lado. Ahora ya no hay nada que me una aquí”. Me repetí a
mí misma sin darme cuenta de que Bear me sujetaba la mano. La aparté de
inmediato en cuanto me percaté, un ápice de decepción apareció en su mirada ante
mi reacción.
-Lo siento… yo…-se balbuceó rascándose la nuca.
-No te preocupes, no es culpa tuya.-mi respuesta fue
igual de tonta, pero antes de seguir empeorándolo un escalofrío me recorrió la
espalda.
-¿Tienes frío?-una mueca de preocupación de dibujó en
su rostro.
-Solo un poco.
Bear se puso de pie de un salto se quitó la sudadera
roja y la camiseta negra que llevaba debajo. Me sentí realmente incómoda ante
aquella situación y solo deseaba que me tragase la tierra. Me arrebató la manta
de un tirón casi desgarrándome las maltratadas manos, me abrazó de manera que
su pecho abarcara la mayor cantidad de mi piel posible y luego nos volvió a
cubrir a ambos con la vieja manta de colores arenosos.
-¿Qué estás haciendo?-pronuncié intentando luchar
contra su abrazo, pero aún tenía los músculos demasiado rígidos para moverse
con agilidad.
-Aún no te has recuperado del todo de la hipotermia y
para vencer el frío el calor corporal es el mejor remedio.
En lugar de darme calor el cuerpo se me puso tenso.
Aquella presencia tan íntima me incomodaba terriblemente. Su piel pálida y
caliente estaba en contacto directo con la mía erizada y gélida. El olor de su
cuerpo era tan fuerte que arrugué la nariz: el almizcle se mezclaba con la
sabia en un combo que daba como resultado un aroma similar al de un perro
mojado, sin mencionar el escaso uso del desodorante. Matt era distinto, también
tenía un olor intenso, pero el suyo era más agradable: olía a cedro amarillo y a
tierra mojada. ¿Por qué no podía parar de compararlos? Si hubiese podido me
hubiese arrancado el cerebro en aquel mismo momento. Tomó mis manos entre las
suyas otra vez, y les echó el aliento para darles calor.
-Tienes las manos destrozadas…-las retiré inmediatamente
de las suyas: pequeñas, con dedos largos y huesudos y cubiertas por callos y
cicatrices.
-Me lo hice cuando intenté sacar a Birdy de aquellas
zarzas.-me había tropezado unas horas antes y se me habían abierto las heridas
de nuevo. Había abofeteado a Matt, dejándole tres dedos ensangrentados en cada
mejilla y después me había metido en el mar. La sal me penetró en la piel y el
escozor se extendió desde las muñecas hasta la punta de los dedos.
Como era de costumbre, Bear no respetaba mi espacio personal:
prácticamente podía contarle los poros de las mejillas. Los ojos pequeños pero
profundos como pozos estaban enmarcados por unos arcos ciliares pronunciados.
Las cejas y la barba de chivo eran del color oro líquido de su pelo. La
barbilla terminaba en punta y los labios eran finos y delicados como las
caricias de una pluma en contraposición de su cuello: grueso y firme como el de
un toro.
-Estás muy cerca….-escupí con cierto desprecio y
evitando a toda costa cruzarme con sus ojos. Su aliento era realmente fuerte y
tenía los dientes amarillentos.
-Estás helada.-respondió él un murmullo.
-¿Tengo cara de sentir frío?
-Tienes cara de sentirte sola.-su piel cálida
provocaba escalofríos en mi cuerpo congelado.
Me mordí el labio. Su rostro estaba demasiado cerca…
-He hablado con Bam.-solté por fin como el esclavo que
cargaba la pesada piedra desde el Nilo hasta el Valle de los Reyes-me ha
contado lo de Allison…
A Bam Bam le había costado pronunciar aquel nombre,
ahora lo entendía: sentía una espina de pescado atravesada en la garganta. Bear
tragó saliva, parecía asustado:
-Si Matt se entera pensará que he sido yo…-pronunció
apretando la mandíbula y con un tono extrañamente pausado teniendo en cuenta
que estábamos hablando de Bear Brown.
-Matt ya se ha enterado-le corté yo
-¿Y bien?-estaba tan cerca que podía sentir como el
corazón le latía a toda prisa y como se le agarrotaban los músculos de los
brazos. Sentía ganas de llorar cada vez que veía a Matt plantado delante de mí:
“Te quiero no es lo mismo que te necesito. Lo sé”.
-Se ha terminado.-la boca me sabía a ceniza, pero los
ojos de Bear reaccionaron de manera distinta, abriéndose como platos.
-¿En serio?-asentí con la cabeza-Entonces ya puedo
hacer esto…
Se abalanzó sobre mí y sus labios se posaron sobre los
míos. Era tan fuerte que me había empujado al suelo y me había caído de
espaldas. Lo aparté de un empujón y me limpié la saliva de la boca con el dorso
de la mano. “¿No hay una norma no escrita de los Brown sobre cuánto tiempo
esperar para salir con la ex de tu hermano?” Al parecer, no la había. De
repente, en mi cabeza me sorprendió el rostro de Matt: la primera vez que me
besó, la primera vez que me dijo que me quería. Arrodillado, llorando,
suplicándome que no me marchara. Todas aquellas veces en las que habíamos hecho
el amor en el bosque, la noche que me enseñó sus cincuenta sombras… Su cara,
con los cóncavos ojos azules cubiertos por una capa de vidrio. Las mejillas
sonrojadas y manchadas con tres dedos de sangre en cada una, y los labios
bulbosos y rasgados y pronunciando aquel espeluznante: “Lo sé”. De repente ya
no estaba triste, la tristeza se había convertido en rabia. Alargué las manos
hacia Bear, le clavé las uñas en los hombros y lo atraje hacia mí: devoré con
ansia aquellos labios finos como plumas, mientras su lengua de víbora intentaba
rozarme la campanilla. Me alzó del suelo y me sentó sobre él, sin despegar su
boca de mí. De repente se me cruzó momentáneamente por la mente aquella
fantasía fugaz de hacerlo suspendidos en la rama de un árbol y sonreí mientras
me succionaba el cuello. Sus labios reseguían mi cuerpo con deseo, eran tan
finos que si los mordía tenía la impresión de que los partiría. Bear era puro
fuego: las manos le ardían en cada caricia y la lengua me abrasaba cuando me
tocaba la piel. En cambio, yo tenía el corazón helado. Inundamos la estancia de
denso vapor que nos pegaba el pelo a la cara, incendiaba las mejillas y nos
perlaba el cuerpo de sudor. No recuerdo en que momento dejé de responder a sus
besos y a sus bastas caricias. Ni tampoco en el que comencé a compararlo con
Matt: tenía los labios más gruesos, y sus besos eran más delicados. Me gustaba
lamerle el labio inferior y pellizcárselo con los dientes. Los cinco años de
más que le sacaba Matt también se notaban en la forma de tocarme: él estaba
seguro de sí mismo, sabía qué hacer y cómo. Sabía que le deseaba, en cambio
Bear… su manera de tocar era torpe y agresiva. Matt tenía dedos de herrero y
aun así parecía que tejía seda cuando me acariciaba. Su hermano menor tenía las
manos tan destrozadas como él, pero rascaban como un trozo de papel de lija. No
era tan descarado como Matt, a pesar de demostrarme cuanto había esperado y
cuanto deseaba tenerme entre sus brazos. Sus manos recorrían la curva del
pecho, la depresión de la cintura y la cadera sinuosa, y apenas besaba más allá
del inicio de los senos. “A estas alturas, Matt ya me habría desnudado y
tendría uno en la mano y otro en la boca. Me diría que me desea y que es mío, y
que yo soy suya, yo siempre he sido suya…” Un espasmo me recorrió la espalda en
recordar a Matt. No sabía cómo, pero volvía a estar tumbada en el suelo con
Bear sobre mí: nuestras manos estaban unidas. “Pesa menos que Matt, pero tiene
las manos más pequeñas y huesudas. ¿Qué estoy haciendo? ¿Por qué no puedo dejar
de compararlos? ¡Son hermanos! Si me acostase con él… No, ni hablar, no podría
hacer eso, Matt se me acostó conmigo cuando aún pensaba en otra persona, no
puedo ser tan ruin como él, no, ni hablar… Es cierto que Bear me ha salvado la
vida, dos veces, y lo desea tanto…. Me desea a mí, no a Allison ni a nadie más,
solo a mí. Intenté olvidar a Matt concentrándome en los detalles del cuerpo de
Bear: no era mucho más alto que yo: era delgado, pero con brazos firmes y fibrosos
y una espalda musculada. La piel era excesivamente pálida, sin apenas atisbos
de vello y una cicatriz rosa del tamaño de un índice le brillaba en el costado.
Llevaba un tatuaje en cada brazo: una cruz cristiana en el hombro derecho y un
alambre de espinos en el izquierdo. Atraje su pelo liso hacia mí, revolviéndolo
con rabia para combatir la imagen de Matt, que proyectaba mi cerebro, con el
pecho hinchado y desnudo inclinándose sobre mí.
Se incorporó y se apartó el pelo de la cara, entonces
fue cuando vi aquellos ojos rojos llameantes y mi corazón se terminó de
glaciar. Se llevó las manos al cinturón, pero le detuve sujetándolo por las
muñecas.
-¡No! ¡Para!-su cara era un poema-No quiero volver a
cometer el mismo error…
Bear se levantó de un salto. Se dirigió a un montón de
ropa que tenía apilado al lado de su cama y rebuscó hasta encontrar con una
camisa de manga larga con estampado de camuflaje. Se arrodilló ante mí de nuevo
y me tendió la prenda.
-Tienes razón. Ha sido una desconsideración por mi
parte, mi madre ha criado a caballeros. Has tenido un día duro, será mejor que
descanses.-“pobrecito, con las ganas que tenía, aunque se lo ha tomado mejor de
lo que me esperaba. Me puse la camisa arrugada casi de manera automática y me
quité el molesto sujetador que me oprimía el pecho.-Puedes dormir en mi cama,
yo tengo un saco de dormir y puedo meterme en un rincón…-también me prestó un
peine para que me desenredase el cabello. Lo cogí con timidez y empecé a
peinarme los mechones ásperos por la sal.
-Podemos dormir juntos, no me molesta.-ya se estaba
alejando cuando se volvió para mirarme con los ojos brillantes. Extendí el saco
de dormir en el colchón de espuma y le hice una señal para que se acercase. No
dudo en acurrucarse a mi lado, escarbando con la carita entre mis pechos como
un lobezno recién nacido buscando la leche de su madre.
En el exterior, la lluvia había cesado y la noche se
presentaba fresca y despejada: a tanta altura era incapaz de distinguir el
aroma de la tierra húmeda. Una enorme luna llena brillaba más allá de las copas
de los árboles, convocando a la manada. No había pensado en nadie desde que
casi me ahogo en mar, pero tampoco nadie había pensado en mí excepto Bear.
Dormía a mi lado, su cuerpo se balanceaba al reconfortante ritmo de su
respiración regular. “Al menos alguien descansará esta noche. ¿Cómo puede
olvidarse de las cosas tan rápido?” Le acaricié el pelo con ternura y deposité
un beso de buenas noches en su sien antes de intentar dormirme entre sus
brazos.
* * *
Aquella noche soñé con Matt. Escuchaba el crepitar del
fuego y un fuerte aroma a café tostado me acariciaba los labios. Estaba tumbada
bocabajo en la cama, medio cubierta por un edredón oscuro. Llevaba el pelo
recogido en un moño descuidado para evitar que mis rebeldes mechones se
entrometiesen en mi conversación con aquella vieja amiga. Era una mañana gris,
típica de Alaska. El frío se colaba por una ventanita abierta, el ambiente era
fresco y olía a tierra mojada. Sentía el hielo alaskeño rozándome la parte del
cuerpo que daba a la ventana, pero al mismo tiempo percibía el calor de la
hoguera acariciándome el rostro y el pecho. “Que extraña danza, que extraña
canción”. Matt se acercó a mí, llevaba dos tazas humeantes en las manos,
únicamente llevaba dos tazas humeantes en las manos. Me quedé mirándole con una
sonrisa traviesa, él se sonrojó:
-Me gusta la magia de estos paisajes
matutinos.-siempre listo, siempre dispuesto. Tenía los pectorales muy marcados,
al igual que los músculos de los brazos. Una línea de plata le nacía en el ombligo
para desembocar en el jardín del Edén, que en esa época ya estaba salpicado de
escarcha. El colmillo de su cuello se balanceaba al ritmo de su respiración y
tenía las mejillas sonrojadas por haber permanecido demasiado tiempo cerca del
fuego.
-Tú tienes la culpa,-me reprochó-tú y tu manía de leer
desnuda. ¿Todos los escritores leen desnudos?-estaba a la altura perfecta,
podría haberlo tomado ahí mismo. Podía sentir en mi cabeza como palpitaban sus
gruñidos de satisfacción y como me acariciaba el pelo para atraerme hacia él.
-Seguro que George Martin lo hace.
-Compadezco a
sus vecinos.- le había hablado tanto de Martin que parecía que lo conociese en
persona.
Soltó una escueta carcajada y dejó las tazas sobre un
taburete de madera que ejercía las veces de mesilla. Se deshizo del edredón que
me cubría, deslizó una pierna sobre mí y se acomodó en mi espalda: los dedos de
herrero recorrieron la silueta de mi cuerpo como si se tratase de una hermosa y
delicada escultura de bronce. “Esas manos… En ocasiones eran suaves como el
cachemir, en cambio en otras, eran afiladas garras de acero”. Me quitó la goma
del pelo y dejó que los tirabuzones me acariciasen la piel. Sentí su peso
cuando se inclinó hacia delante: sus labios rasgados por el frío me besaron la
mejilla, la oreja, descendieron por el cuello, donde me hizo estremecer por las
cosquillas de su barba y terminaron en la espalda entre escalofríos y pequeños
espasmos de placer. Intenté hacer caso omiso a sus intentos de llamar mi
atención, pero su boca ya recorría el final de la espalda y la arqueé
buscándolo. Cerré los ojos y me mordí el labio inferior, apreté los muslos en
un intento vano de reprimir mi deseo. Matt tenía las manos pequeñas para ser un
hombre, de todos modos, cada caricia suya abarcaba todo mi ser, al menos eso me
hacía sentir cuando apretaba mis caderas contra él o sujetaba la parte baja de
la espalda, mientras rozaba los hoyuelos que según afirmaba: “lo hacían
volverse loco”. Separó el hocico de mí y su cabeza apareció sobre mi hombro.
Las manos recorrieron mis brazos, antes de apartar algunos mechones de pelo de
mi cara y colocarlos cuidadosamente detrás de la oreja. Su peso me aplastaba,
pero era un dolor agradable, especialmente porque sentía su piel áspera y
cálida como el fuego contra la mía, suave y dulce como el tierno abrazo del
invierno. Su calor se concentraba especialmente en su pelvis, muy cerca de su
particular pozo de placer: estaba tan listo como yo, pero se aguantaba para no
desconcentrarme de mi lectura.
-¿Qué estás haciendo?-preguntó con una voz gutural.
-Charlo con una vieja amiga…-respondí yo, girando
levemente la cabeza para encontrarme con aquellos cóncavos ojos azules, que
podía distinguir incluso en la penumbra de la habitación.
-¿Qué? Deberías haberme avisado de que teníamos
visita, ¿no ves que estoy desnudo? Discúlpame mientras me arreglo.
Reí encandilada ante su ocurrencia.
-No, tonto. Es un viejo proverbio chino que dice que
“leer un libro por primera vez es hacer una nueva amistad. Volver a leerlo es
reencontrarse con un viejo amigo”. Significa que es un libro que estoy
releyendo.-le expliqué como si fuera idiota, aunque sabía perfectamente que lo
había entendido.
Si se había sentido ofendido, Matt no le demostró, sus
dedos austeros tejían una prenda de seda entre mis cabellos.
-No entiendo porque lees un libro que ya has leído, si
ya te sabes el final…
-Es para documentarme. Es una historia que trata sobre
una niña de la prehistoria, sobre como vivía, técnicas de supervivencia y de
caza, higiene, como criaban a sus hijos…
-Te documentas para El Cazador. –dedujo locuaz.
-Exacto.
Matt acomodó mi pelo tras la oreja y apoyó el mentón
sobre mi hombro, para intentar descifrar el entramado de letras y palabras que
danzaban en el maltratado volumen que sujetaban mis manos.
-¿Cómo se llama tu amiga?-le estaba costando encontrarle
un sentido al texto. Matt no había sido nunca un gran lector, por mucho que yo
intentara inculcarle el hábito de la lectura, prefería sentarse a escuchar,
silencioso como un mudo y ver cómo me brillaban los ojos cuando hablaba sobre
mis historias.
-Se llama Jean.
Asintió con la cabeza, algo en el libro había captado
su atención:
-¡Anda! La chica de esta historia se llama como
tú-anunció jovial mostrando los dientes ligeramente torcidos. Le di un codazo
para que no pusiera su dedo sucio sobre mi preciado volumen, pero Matt
consiguió arrebatarme el libro de las manos e inmovilizarme bajo su propio
peso:
-“Su virilidad palpitaba anhelante, impaciente,
mientras cambiaba de postura para deslizarse entre las piernas de ella.
Entonces abrió los repliegues y los saboreó lenta y amorosamente. Ella no podía
oír los ruidos que hacía al sumirse en
el estallido de sensaciones exquisitas que la recorrían mientras la lengua de
él exploraba cada pliegue, cada borde…”1 ¡Ayla
Hurst pero clase de libro es este! No me parece que esto sean técnicas de
supervivencia.-bromeó Matt.
-¡Devuélvemelo!-forcejeé bajo su cuerpo, pero no
conseguí librarme de él. Siguió leyendo entre risas, esta vez exagerando el
tono, como si estuviese narrando un melodrama en un obscuro teatro inglés.
-“Él penetró en ella con el placer sensual absoluto de
enterrar toda su joven virilidad en el calor anhelante. Se movieron juntos.
Ayla gritó su nombre y, dándole todo lo que le quedaba, Jondalar la llenó”2
-Se acabó, dame el libro.-me revolví nerviosa, Matt se
estaba riendo tanto que no logró sujetarme. Conseguí arrebatarle el objeto de
entre sus manos e intenté escapar reptando. Me agarró por las caderas y me
atrajo hacia sí, solté el libro y me deslicé de entre sus piernas opresoras
mientras agitaba los brazos para deshacerme de él. Matt me sujetó por las
muñecas. Mi respiración era agitada y el pecho de él se hinchaba magnificente
ante mí.
-Me cae bien tu amiga Jean.-se inclinó hacia mí y me
invadió su aroma a tierra mojada. “Se nos va a enfriar el café” pensé sin saber
exactamente el motivo.
-Creí que te llevabas mejor con Martin.
-Martin es mi mejor amigo. ¿Cómo no va a ser amigo de
Matt Brown alguien qué tiene dragones? Pero reconozco que Jean tiene su
encanto.
-¿A si? ¿Qué clase de encanto?
-Sí.-logré entrever una sonrisa pícara antes de que
sus labios se fundieran con los míos. Unos dedos que ardían como el infierno ya
se deslizaba por mi cuerpo frío y desnudo y se abrían paso a través de la
espesura del bosque. Le agradó que le recibiera retorciendo la espalda, ansiosa
de él, de sentirle- El encanto de saborear lenta y amorosamente…-La punta de su
nariz rozó la mía y su fuerte aliento alimentaba mis pulmones.
-Adelante.-le sonreí.
Matt me mordió el labio inferior, pero antes de seguir
con su tarea se puso en pie.
-Cerraré la ventana para que estés más cómoda.
-¡No!-le detuve agarrándolo por la muñeca y mirándolo
desde abajo con ojos melosos. Las señales de su cuerpo evidenciaban su disposición.
El hecho de verse tan exorbitante en frente de mí prendía un inmenso fuego en
su interior -Me gusta así.
“Me gusta que el frío me erice la piel, me gusta que
el calor dance en tu cuerpo, me gusta cómo me apagas con tu fuego. Me gusta
esta extraña canción de hielo y fuego que entonamos”. El mundo se volvió negro.
* * *
Me desperté con el amanecer, empapada en sudor y con
un mal sabor de boca. Habría dado cualquier cosa por poder enjuagarme la boca
en aquel momento. El pelo se me había aplastado y aún lo sentía húmedo de la
noche anterior. La cabeza me picaba a horrores: la incliné hacia delante y me
alboroté la melena castaña. Había demasiada luz para ser tan temprano: los
rayos naranjas manchaban mis ojos con lunares de colores que debieron afectarme
al cerebro, porque me sorprendí a mi misa buscando el cuerpo de Matt: no olía a
café recién hecho ni crepitaba el fuego. Entonces recordé donde estaba, qué
había sucedido: había cambiado la plata de los rizos de Matt por el oro de la
cascada lacia de Bear. Había dejado atrás un mundo que conocía a la perfección
y me había aventurado en la conquista de nuevas fronteras. Sin saber
exactamente porque motivo volví a pensar en el café a punto de enfriarse. Mi
compañero había abandonado el nido, pero su olor permanecía en la estancia: me
llevé el edredón a los labios, con la esperanza de oler a tierra mojada. La
cabeza de Bear apareció por la ventana. El sol le arrancaba destellos del pelo.
Estaba desnudo de cintura para arriba: tenía la piel tan blanca que
resplandecía, a excepción de aquella cicatriz rosa del costado.
-¡Buenos días! Cuánto has madrugado.-saludé
exageradamente alegre para ocultar mi decepción.
-Ven, quiero enseñarte algo.
Me alegré al sentir como la corteza áspera se me
clavaba en las palmas de los pies mientras recorría la gruesa rama que ejercía
de cimiento de la cabaña de Bear. El frío de la noche se había desvanecido,
volvía a sentir como me circulaba la sangre por las venas. El aire era fresco y
me erizaba el vello de los brazos, pero el sol incipiente predecía un día
caluroso de finales de primavera. Una suave brisa me moldeaba el pelo a su
gusto e invitaba a sacudirse la única prenda con la que me cubría. Al final del
trayecto de madera aguardaba él: erguido como un vigía dispuesto a saltar en
cualquier momento. Su oído ultrasensible le advirtió de mi llegada y se volvió
ligeramente hacia mí:
-Mira.
Señaló al horizonte: entre las ramas de los árboles,
más allá de las frondosas copas de los cedros: el sol huía de los dominios de
Neptuno. Apolo atizaba a sus caballos alados que arrancaban lenguas de fuego
del poderoso astro. El cielo se cubría de colores naranjas, rosados y púrpuras
que alejaban la noche para dar paso a un nuevo día que lloraba en forma de
pájaros en busca de leche caliente que llevarse a la boca. Una familia de
marsopas surcaba la bahía de Chichagof, aunque desde nuestra perspectiva parecían
una bandada de libélulas revoloteando en el agua oscura, salpicada de reflejos
naranjas. Dos ardillas se perseguían a nuestro alrededor entre chasquidos y
chillidos, alborotando las hojas y las ramas a su paso. A nuestros pies,
Browntown aun dormía. Pensé en cómo habría pasado la noche Alba, si sola o
acompañada, también le dediqué unos segundos a Bam, ¿habría descansado después
de nuestra charla de anoche? Pero sobretodo, pensé en Matt y en si estaría
preparando dos tazas de café desnudo.
-Es lo más bonito que he visto jamás…
-Eso es porque no te has visto salir del agua-estaba
extrañamente serio. Algo no iba bien. Hice ademán de retirarle un mechón de
pelo de la cara pero me apartó suavemente.- ¿Has soñado con él, verdad?
-No.-la mentira me salió casi automática-no recuerdo
que he soñado.
Afortunadamente, Bear Brown tenía la vista fija en un
punto remoto del horizonte: lejos de mí. Si me miraba con aquellos ojos, podría
volver a ahogarme en el mar.
-Sí, has soñado con él.-el instinto del bosque era más
potente de lo que me creía. Sacudió la cabeza.-No logro entenderlo, ¿por qué?
¿Por qué Matt y yo no? Después de todo…
Le puse una mano en el hombro, todo lo comprensiva que
pude. EL aire fresco del amanecer había disipado su penetrante olor, aunque
seguía siendo excesivamente fuerte para mí:
-Había una vez una princesa, que por azares de la vida
fue obligada a servir a un terrible dragón durante muchos años, hasta el día en
el que un valiente caballero fue a salvarla. El caballero la rescató de las
terribles garras del dragón y le regaló una hermosa rosa roja como prueba de su
amor, pero a pesar de que le hubiese salvado la vida, la princesa prefería
estar con el dragón…
-No lo entiendo, Ayla.-se le veía derrumbado. Una bola
de saliva amarga me recorría la garganta cuando le rodeé por la cintura y apoyé
el mentón sobre su hombro.
-No te miento si te digo que quiero odiarle con toda
mi alma. Nunca me había sentido tan humillada en mi vida… Y tú, tú me deseas,
tú quieres estar conmigo, me salvaste.
-No quiero que te sientas forzada a estar aquí. Tienes
razón, la norma de los Brown es una estupidez: Creía que si Matt se apartaba tú
verías en mí lo que el resto de chicas no suele ver. Correrías para alcanzarme…
-Bear, quiero estar aquí.-le acaricié la barbilla y le
planté un suave beso en los labios que él me devolvió con la misma
ternura.-pero no quiero cometer los mismos errores que cometí con Matt.
Vi como reprimía sus intenciones de besarme de nuevo y
me lancé en picado en su mirada:
-No, no quieres es estar aquí. Le quieres a él.
-No, no le quiero, es un idiota, ha jugado conmigo,
estaba mal y se aprovechó de mí. ¿Por qué tengo que sufrir con él? ¿Por qué
tengo que remendar sus heridas?-sentí ganas de abofetear a Matt otra vez.
-¿Por qué soñabas con él anoche?-temí que hubiese
murmurado dormida, y mientras él se acurrucaba en mi pecho, haber pronunciado
el nombre de su hermano:
-No soñé con él. Era un recuerdo.-reconocí
decepcionada-pero eso no significa nada.
-Significa que una parte de ti se niega a odiarle, y
que vas a luchar por él.-me quedé callada. Pensé en besarle de nuevo y cumplir
así mi fantasía del árbol, pero Bear tenía razón: no sabía porque extraño
motivo mi corazón se negaba a odiar a Matt y por eso le buscaba a tientas en la
oscuridad y por eso no me había acostado con él la noche anterior. Deposité un
sincero beso en su mejilla: mis labios estaban fríos y húmedos, su piel, en
cambio, era caliente y estaba agrietada. “Podríamos haber entonado un bonita
canción de hielo y fuego, pero antes debía deshacerme de aquella melodía del
pasado que no se me quitaba de la cabeza”. Me sentí orgullosa por no caer en la
tentación de desviar la conversación mediante el sexo, pero no quería cometer
los mismos errores que el despreciable de Matt y no me acostaría con él
mientras la imagen de su hermano se me cruzase en la mente. “Es muy bueno, no
se merece que le haga sentir como él me hizo sentir a mí”.
-Me gustas Bear, lo digo en serio, pero antes de
empezar de nuevo con todo esto, tengo que aclarar mis ideas. Tengo que olvidarme
de Matt…-ya casi había conseguido salir de sus ojos pero resbalé y caí de nuevo
cuando me tomó de la mano. Las ramas de los árboles jugaban con las sombras en su rostro:
-Te pareces más a mí de lo que crees. Te gustan los
amores extremos.-ambos forzamos una sonrisa y me despedí con una caricia.
Cuando ya estaba a punto de entrar en la casa, Bear me llamó por mi nombre, me
volteé para mirarlo.-Ayla, lo que más me gusta de ti es que no te rindes nunca,
eres una luchadora: luchaste por salir del agua, por sobrevivir y ahora vas a
luchar por Matt-“No, no voy a hacerlo. Es un idiota, le odio. Voy a olvidarlo”-solo
quiero que sepas, que yo tampoco pienso rendirme, y voy a luchar por ti.
TODOS LOS CAPÍTULOS DE MI NOVELA BASADA EN "ALASKAN BUSH PEOPLE" ESTÁN AQUÍ.
1. Jean M. Auel, 1982, El Valle de los Caballos p. 560
2. Jean M. Auel, 1982, El Valle de los Caballos p.561
Como hoy es el Día del Libro, mi día favorito de todos: hay dragones, rosas y libros ¿cómo no iba a ser mi día favorito de todo el año? He decidido titular el capítulo con una de mis obras favoritas
"Querido Sr. Martin, gracias por inspirarme en los momentos que lo necesito, gracias por haberme hecho amar aún más las historias de aventuras. Me llamo Ayla, quédate con ese nombre porqué algún día jugaremos en la misma liga" Feliz día del libro.
Como hoy es el Día del Libro, mi día favorito de todos: hay dragones, rosas y libros ¿cómo no iba a ser mi día favorito de todo el año? He decidido titular el capítulo con una de mis obras favoritas
"Querido Sr. Martin, gracias por inspirarme en los momentos que lo necesito, gracias por haberme hecho amar aún más las historias de aventuras. Me llamo Ayla, quédate con ese nombre porqué algún día jugaremos en la misma liga" Feliz día del libro.
Esto suena a duelo entre hermanos , pero por q bear y no otro de los hermanos de matt ?
ResponderEliminar¿Por qué no?
EliminarGenial...duelo de dos, aunque no creo que Ayla olvide a Matt tan facil despues de todo lo vivido.
ResponderEliminarTe superas en cada capitulo
¡Por el amor de esa mujeeeeeeeeeeer! Somos dos hombres con un mismo destino....
EliminarEste capitulo estubo genial!!! Pero me da pena bear pooooobre...
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