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La Primavera III: La Bailarina

El detective Howard Montana avanzó por el estrecho y oscuro pasillo lleno de fregonas, cubos y basura hasta llegar a una puerta de madera vieja, donde en una estrella de cartón y escrito con rotulado había escrito un nombre: Ayla Hurst.
Entró sin llamar, la chica estaba frente al tocador, cepillándose el cabello rubio, ¿rubio? La peluca pelirroja descansaba en un maniquí sobre la mesa mientras la joven se peinaba una media melena rubia y sin ondas.
Era una habitación pequeña, decorada con un papel de pared viejo y desgastado de color rosa con motivos florales morados. Había un diván junto a una pequeña mesa de café y un tocador con un espejo lleno de productos de belleza y maquillaje. En un rincón había una barra metálica llena de vestidos colgados. En el suelo había zapatos de tacón y sombreros y boas de plumas de diferentes colores colgados por el pequeño camerino
Ayla vio a Montana a través del espejo y se sobresaltó dejando escapar un pequeño aullido.

-Perdona, no pretendía asustarte- dijo Montana poniéndose nervioso. Nunca había sido muy habilidoso con las mujeres.

-No, tranquilo, es solo que esta noche no esperaba compañía. Si lo hubiera sabido me hubiese preparado para la ocasión. ¿Cómo te llamas, pequeño?

Ayla llevaba una bata rosa, en lugar del vestido rojo y se había quitado el maquillaje. Cogió una boa de plumas de color rojo y se acercó al detective, que se había quedado plantado detrás de la puerta. Cuando la joven se acercó tuvo que aflojarse el nudo de la corbata. Le agarró la mano y lo condujo hasta el diván. Tomaron asiento uno al lado del otro. De cerca y sin maquillaje, Ayla parecía mucho más joven que durante el espectáculo.

-Dime guapo ¿en qué puedo ayudarte?- tenía una voz grave, pero muy sensual, que ya había destacado mientras cantaba.

-Verás, yo… Buscaba información sobre una sortija, se llama La Primavera, ¿te suena?

-No me gusta mucho hablar de esos temas… Soy más de pasar a la acción. Un dedo juguetón acarició el botón de la camisa de Howard Montana y éste se apartó bruscamente.

-¿Pero, tú, cuántos años tienes?- preguntó el detective

-Creo que no has venido para eso…- dijo ella acercándose sensualmente a Montana

-Créeme que sí.

Ella resopló indignada

-¿No serás uno de esos clientes que viene a ponerse paternalista conmigo, verdad?

-¿Cuántos años tienes?-preguntó el otro insistente.

-Diecinueve.

-Ahora en serio…

-No te estoy mintiendo.-dijo ella en un tono exageradamente infantil

-¿Dieciséis?

-Diecisiete… -aceptó ella

-¿Y no deberías estar en casa con tus padres, en vez de en un lugar como este?

-Oye mira, me da igual cuánto hayas pagado por entrar aquí. Pero si solo has venido para soltarme este rollo de que cambie de vida, de ambientes y todo eso, lárgate… Pierdes el tiempo… Tampoco sé 
nada de esa joya de la que me hablas.

Ayla señaló la puerta y permaneció de pie, plantada delante de Montana.

-En realidad, yo creo que si sabes algo-el detective alargó la mano hacia el pecho de la joven y tomó el corazón dorado entre sus manos.

Ella se lo arrebató inmediatamente. Pero el hábil y experto ojo de Howard Montana puedo observar bien la pieza. Era un corazón de oro, bastante grueso, con un dibujito de una flor rosa y verde hecha con pequeñas piedras preciosas, muy parecido al diseño de La Primavera. Sin duda, una pieza de categoría, teniendo en cuenta que la lucía una joven bailarina de diecisiete años.

-¿De dónde has sacado esto?-preguntó intrigado.

-Fue un regalo…- saltó ella a la defensiva ante la incrédula mirada de Howard- Mira, pone mi nombre…

Efectivamente, en medio del corazón aparecía gravado el nombre de Ayla…

-¿Quién te lo ha regalado?-preguntó él en tono agresivo, la chica le ocultaba algo. Montana se acercó bruscamente a la joven y ella retrocedió asustada…

-Un cliente.

-¿Qué cliente?

-No puedo decírtelo…

-¿Qué cliente?-preguntó él agarrándola de las muñecas con fuerza…

Ella intentó liberarse, pero él era más fuerte. Cerró los ojos y apretó el rostro.

-Si te lo digo me matarán…-sollozó

Montana observó los brazos de la joven, cuando vio una pequeña marca en la muñeca izquierda. Un tatuaje diminuto, hecho con simples trazados de tinta negra que en conjunto con los trozos sin pintar 
simulaban el rostro de un zorro…

Miró a la joven a los ojos, dos grandes ojos verdes aterrorizados.

-¡Estás marcada!- dijo él soltándola de golpe y retrocediendo…- ¡Estás marcada!

El detective se apresuró a correr hacia la salida, sin escuchar las palabras de Ayla…

-¡Espera!

Howard Montana recorrió el pasillo hasta el salón y buscó con la mirada a su compañero. Estaba aterrorizado, temblaba y había comenzado a sudar…
Localizó a Álex en una mesa, con Bethany sentada sobre su regazo y un puro en la mano. Ambos reían mientras él le acariciaba la espalda desnuda.

Montana tomó al periodista del brazo, casi tira a la mujer al suelo, y se lo llevó a la salida…

-Tenemos que irnos. Ya.

-Detente un momento- dijo Álex sujetándole por la gabardina- ¿Qué ha ocurrido? ¿Qué has averiguado?

-La chica, la bailarina… - Montana estaba muy nervioso, casi no le salían las palabras y empezó a preocupar a su compañero.

-¿El qué? ¿Qué le pasa?

-Está… La chica está marcada….

A Álex se le desencajó el rostro…

-No puede ser, quieres decir que Ayla Hurst…

-Sí,- asintió el detective con el rostro cubierto de sudor- Ayla Hurst está marcada por Renée le Renne.


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