Jaime recibió el Impacto del pelaje cálido y oscuro del caballo sobre su mejilla: era una bestia inmensa, fuerte, puro músculo que le había derribado de una embestida. Había salido de la nada, de entre los arbustos, silencioso como un lobo y se había lanzado sobre él. No era demasiado hábil con la mano de oro, todavía, pero fue lo suficientemente ágil como para agarrar la bota del encapuchado jinete y bajarlo del caballo. El impulso del impacto le ayudó para lanzarlo contra el tronco de un grueso y viejo árbol a un lado del camino. El jinete gimió levemente cuando su cabeza impactó contra la madera, el corcel se alejó al galope y pronto lo perdió de vista. Ser Jaime se levantó del polvoriento suelo, veía borroso por la caída y por la suciedad que había levantado el caballo y expulsó mediante tosidos ásperos la arena que se le había colado en los pulmones. Desenvainó su espada, y en cuanto se le aclaró la vista se acercó tambaleante hacia el jinete derribado. La hermosa capa blanca de ...
La Grandeza nace de los Pequeños Comienzos.