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El Príncipe de Invernalia

-Príncipe Theon…- Hediondo no quiso ni volverse para ver quien lo había llamado, hacía ya tiempo que él no respondía por ese nombre. Se hizo una bola y se acurrucó contra la fría pared gris de la perrera. Sus harapos comenzaban a pudrirse sobre su piel y su aroma era cada vez más insoportable. Las costras y las heridas infectaban envolvían su cuerpo y había perdido mucho peso. Se encontraba débil y hambriento, y el frío del invierno invitaba a dormirse para siempre, olvidarse de este horrible mundo, de Ramsey, de Invernalia y poder descansar al fin, pero sus ojos, muertos de miedo se negaban a cerrarse. Una suave capa de lana le envolvió el cuerpo, pero Theon se la apartó de un tirón, temblando de miedo, sin atreverse a mirar a su interlocutor. No quería que se volvieran a reír de él de esa forma tan cruel, fingiendo que se interesaban por él, para después pegarle una puñalada por la espalda. Una mano suave y cálida se posó sobre su espalda, Theon ocultó el rostro, los músculos se le tensaron del terror y aguardó el impacto de una navaja, un palo, un látigo… pero en lugar de eso, recibió una suave caricia en la espalda. Seguía en tensión, en cualquier momento aparecería Ramsey y volvería a atarlo en el potro de tortura. Los dedos suaves y finos que le acariciaban la espalda, sin duda eran de mujer, ¿sería Sansa, en un acto de compasión? ¿O Kyra, su antigua amante que aún rondaba por el castillo? Los dedos se deslizaron sobre su cuello, intentó evitar que le tocase, pero si le apartaba la mano, podría llevarse una buena paliza, así que cerró los ojos con fuerza, tensó aún más los músculos y apretó la mandíbula. Una gota de sudor resbaló por su frente, a pesar del frío, el esfuerzo realizado le empezaba a pasar factura. Los dedos acariciaron su mejilla áspera, su barba desaliñada y un mechón de pelo castaño claro, sucio y enmarañado.-Estáis congelado, abrigaos y tomad esto, os sentará bien…-la voz resultaba extrañamente familiar, más como un recuerdo lejano, un dejavú, la sensación de haberla oído antes, hace mucho tiempo… Era una voz femenina, ligera como una pluma, pero a la vez grave y melancólica.-De mí no tenéis que tener miedo, no soy el bastardo de Bolton… Solo soy yo…-Temblando como un niño de pecho, el antes conocido como Theon Greyjoy alzó la mirada hacia la muchacha que le hablaba.
Theon Greyjoy, torturado por Ramsey Bolton, ha
perdido todas las ganas de vivir y de actuar por su
propia voluntad.

“La Chica Targaryen”-pensó para si mismo. En realidad, la joven que aguardaba frente a su perrera y se sentó a su lado, no tenía ninguna relación con la sangre del dragón, pero bien podría pasar por una pariente lejana. No poseía los ojos liliáceos que caracterizaban a la antigua dinastía, pero tenía el cabello tan claro que casi parecía tejido con hilos de plata. De hecho, la muchacha también poseía un nombre Targaryen, Theon no recordaba cual era exactamente: ¿Daenerys? ¿Rhaenys? ¿Visenya? Para él todos los nombres y reyes Targaryen eran iguales,  jamás había prestado demasiada atención a las lecciones del Maestre Luwin sobre la antigua dinastía como para saber diferenciarlos. Sí que sabía su apellido, puesto que era el propio de los bastardos en el norte, aunque jamás había oído hablar de su familia. Sin embargo, la chica lucía distinta a como la recordaba: era la ayudante de Hodor en las cuadras, se le daban bien los caballos, era tierna y dulce con ellos, y parecía entenderse mejor con las bestias que con las personas. También les había acompañado en alguna cacería, no era mala con el arco y se manejaba bien con el puñal. Theon apenas había hablado un par de veces con ella, sobre como quería que tratasen a alguno de sus animales. La muchacha bajaba la mirada y simplemente asentía con la cabeza y susurraba un inaudible: “Si, mi Lord…” No era más que una plebeya, tenía el pelo excesivamente largo y lacio y siempre lo llevaba recogido en una cola en la parte superior de la cabeza. Vestía como un muchacho, siempre con ropas de montar, viejas y roídas y botas rotas y desgastadas. Siempre estaba sucia, y olía a estiércol. En todos sus años en Invernalia, Theon jamás se había fijado demasiado en ella: era un par de años menor que él, y solía espiarlo mientras montaba, o practicaban con la espada o el arco junto con Robb y Jon. Él se había reído de ella, diciendo que era la mayor admiradora de Robb, porque siempre estaba cerca de él cuando entrenaba. Él mismo fue el que le llamó a modo de burla la “Chica Targaryen”,  por su parecido físico con la familia real y su apellido ilegítimo. Alentaba a Jon a acostarse con ella, alegando que, a lo mejor, de dos bastardos podría salir un Stark auténtico. Sin duda se arrepentía de como la había tratado, quería disculparse con ella, decirle que lo sentía y que había cambiado, pero estaba demasiado traumatizado como para abrir la boca sin autorización previa de Ramsey.

Con los ojos desorbitados por el miedo y marcados por unas profundas ojeras, Hediondo examinó más de cerca a la joven: tenía los ojos grises y almendrados, como Jon, una característica muy norteña. La piel blanca, apenas salpicada por algunas pecas y varias cicatrices curadas. El rostro era ovalado y con las facciones delicadamente marcadas, elegantes. La nariz pequeña y respingona destacaba sobre los pómulos sonrojados por el frío. El labio inferior era más grueso que el superior, y se curvaba vertiginosamente hacia abajo. Eran rosas, muy brillantes, comparables a las estivales flores de Altojardín. Tenía una pequeña cicatriz en la mejilla izquierda, probablemente fruto de alguna accidente a caballo, pero en conjunto se trataba de una muchacha hermosa. Era de complexión menuda, sin demasiado pecho, pero esbelto y firme, propio de su juventud. Las abundantes capas de ropa no permitían distinguir mucho más allá, el cinturón marcaba la depresión de la cintura y resaltaba las voluptuosas caderas, que finalizaban en dos piernas fuertes y musculadas, como consecuencia de todos sus años como amazona.

La joven seguía acariciándole el cuello con delicadeza, Theon se preguntaba como llevaba tanto rato a su lado sin salir corriendo por el olor. Tenía los dedos congelados, puesto que a pesar del clima, iba sin guantes, pero Greyjoy agradeció al cosquilleo delicado que le producía el contacto humano. La joven lo tomó por la barbilla y le obligó a mirarla a los ojos. Un tintineo resonó cuando efectuó el movimiento del brazo-Theon Greyjoy…-susurró como decepcionada y con un ápice de tristeza-¿Qué ha hecho este mundo con vos?-El muchacho dirigió sus ojos azules hacia abajo, hacia la mano que le sujetaba el mentón, la muñeca de la chica lucía un brazalete de plata, demasiado elegante para una plebeya, de éste, colgaba una pequeña cruz, tuvo que fijarse detenidamente para darse cuenta que en realidad se trataba del hombre desollado de los Bolton. Theon soltó un alarido de terror y se hizo una bola contra la pared de la perrera, gritando asustado:

-No os preocupéis, príncipe Theon…-dijo ella en un susurro intentando calmarlo y presionando para que bajase la voz-el bastardo duerme, no sabe que estoy aquí, pero si lo averigua nos despellejará a ambos, por favor, bajad la voz…-la muchacha sacó un tarro humeante de barro de la bolsa de cuero que había llevado con ella. El olor a pollo le hizo rugir el estómago. La bastarda sirvió un tazón de caldo en la tapa del tarro y se lo tendió a Theon-Tomad, os sentará bien...- el joven la miró desconfiado- Os aseguro que no está envenenado, Ramsey buscaría otras formas más crueles de mataros que no envenenando vuestra sopa, eso os lo aseguro…

La chica tenía razón. Dos manos huesudas y esqueléticas se acercaron tambaleantes al tarro que le tendían. Theon se llevó el caldo a los labios, primero bebió un sorbo desconfiado, pero terminó bebiéndoselo todo de un trago. La joven le llenó otro cuenco, que bebió con más calma…

-Gracias…-se atrevió a pronunciar por fin con un hilillo de voz tartamudo. Quería pronunciar su nombre, pero no lo recordaba:

-Naerys. Me llamo Naerys, Naerys Nieve,-aclaró-como la madre de Daeron II.

Después de ver el brazalete, Theon se percató de que la joven no vestía como una plebeya. Tenía el cabello más corto que cuando la vio por última vez, a la altura del pecho, limpio y sedoso, desprendía un aroma dulzón y se rizaba suavemente en una delicada onda natural. Lo llevaba suelta, con apenas un mechón recogido a cada lado. No vestía un exquisito vestido de terciopelo, pero las prendas que llevaba eran de muy buena calidad: La túnica de lana gris perla era de manga larga, aunque la llevase arremangada por los antebrazos, le llegaba hasta los muslos y la sujetaba a la cintura una cinta azul decorada con piedrecitas negras y brillantes. Las mayas oscuras también eran de lana tejida y las botas nuevas, de cuero curtido ribeteadas. En el cuello llevaba otra pieza de lana azul marino para proteger la garganta del frío. La capa con la que había cubierto a Theon era caliente y tenía el cuello cubierto de pelo de lobo para mantener aún más el calor. Mientras sorbía la sopa, Naerys le cubrió las piernas con ella.

La reina Naerys Targaryen, fue la esposa-
hermana de Aegon V, la hija de Viserys II
y la madre de Daeron II, 
fue una reina muy devota.
La chica recibe su nombre en su honor.
Quería hacerle un sinfín de preguntas, el por qué llevaba ese brazalete, o estaba tan limpia y tan bien vestida. Como había sobrevivido todos estos años y por qué le estaba ayudando… Pero Theon tenía demasiado miedo a despegar los labios de su tazón y que le arrebatasen su preciada cena. Con suma delicadeza y aprovechando que estaba distraído, Naerys cortó con su puñal la camisa sucia de Theon y le examinó el pecho desnudo: estaba lleno de costras y cicatrices, heridas mal curadas, quemaduras y hasta había zonas donde la piel arrancada aún no se había recuperado del todo. La joven acarició con delicadeza las palpables costillas, y besó con ternura el pectoral izquierda, donde un trozo de piel acaba de regenerarse. Hediondo se estremeció ante tal reacción, hacía demasiado tiempo que una mujer no lo tocaba… Pensaba que después de su mutilación, no sentiría nada, pero Naerys acababa de despertar en él sensaciones que ni recordaba y que creía extintas. Con sumo cuidado aplicó un paño húmedo sobre sus hombros y comenzó a limpiar la mugre y la suciedad de su cuerpo. Greyjoy temblaba, no por el contacto frío del paño, sino por el terror, tenía la mirada perdida en el suelo, no movía ni un músculo, estaba en constante tensión, pero simplemente se dejaba hacer:

-Tenéis los músculos agarrotados…-dijo ella mientras le lavaba los hombros-hace mucho frío y las perreras son muy húmedas, espero que la ropa limpia, la sopa y la capa que os he traído hagan de vuestra cárcel un lugar un poco más acogedor…

-Al amo no le gustará…-se atrevió a susurrar Theon, sin intención de mirarla a los ojos.

-Me da igual lo que me haga ese cruel bastardo, no le tengo miedo a morir. No pude defender a los míos cuando llegaron los Bolton, no sois un Stark, príncipe Theon, no sois Lord Eddard, ni tampoco Robb, pero sois lo único que me queda, y voy a luchar por vos, os lo prometo…

La joven no se atrevía a mirarlo a los ojos tampoco. Cuando terminó de lavarle el torso, siguió con el cabello, Theon no podía parar de observar el tintineo que producía el brazalete al moverse, Naerys se percató de cómo le incomodaba.

-No os preocupéis por esto-continuó-fue un regalo de Ramsey, él me tiene “aprecio”, quizá porque ambos hemos nacido con el mismo apellido. Con sus otras amantes practica cosas muy extrañas, pero a mi me trata bien… A veces se pone un poco salvaje cuando se acuesta conmigo, pero después duerme durante toda la noche, no creo que se despierte hasta bien entrada la mañana, y entonces yo estaré allí, durmiendo desnuda a su lado: Obediente y servicial, así es Naerys Nieve… No me miréis así, no soy una ramera como con las que os acostabais cuando erais un chiquillo. Ha sido mi manera de sobrevivir, por la mañana atiendo caballos y organizo cacerías, por la noche caliento el lecho del bastardo de Fuerte Terror. A cambio consigo ropas nuevas, un lecho cálido y un plato de comida caliente… Se acerca el invierno príncipe Theon. Pensadlo por el lado bueno, cada noche que pasa conmigo, es una noche menos que pasa con Lady Sansa.

A Theon le dolió ver como se desprestigiaba esa muchacha por no poseer sangre noble: por supuesto que se alegraba que ese monstruo no yaciese con Sansa, pero no por eso tenía que acarrear con el castigo esa pobre chica…

-¿Por qué me ayudáis?-consiguió escupir Theon mientras Naerys le colocaba una camisa limpia.

Ella soltó una risita:

-Siempre me habéis parecido un arrogante y un engreído, con aquella sonrisa tan irritante, siempre rodeado de mujeres, contando vuestras hazañas de caballero como si fueseis el mismísimo Arthur Dayne, pero en el fondo, tenéis buen corazón… La noche en la que tomasteis Invernalia, un hombretón gordo y maloliente me sacó de la cama y me arrastró hasta las cuadras, quería que le preparase mi mejor montura para huir de la fortaleza, me negué, ni el rey Robb ni el príncipe Bran me habían autorizado a hacerlo. El hombre me pegó una paliza brutal, y como castigo por desovedecerlo intentó forzarme, robarme mi honor... pero entonces entrasteis vos, mi príncipe, y ordenasteis que no se tocase un pelo del servicio de Invernalia, el que lo hiciera, sería severamente castigado. Sin saberlo me salvasteis la vida, ni siquiera me conocíais, pero no importó, me salvasteis y os estaré eternamente agradecida por ello, aunque desgraciadamente terminé entregando al bastardo de Bolton aquello que os pertenecía solo a vos...

Theon se estremeció al mirarla a los ojos, fríos y grises como el hielo, sin duda, había algo de Stark en ella. Era tan dulce y tan bella, tan inocente... ¿Por qué el viejo Theon no se percató de ello? La hubiese acogido en su lecho, Hediondo solo podía lamentarse por ella, y recordarla como era antes, la sucia bastarda de las caballerías:

-Cuando eráis niña, solíais espiarnos a Robb, a Jon Nieve y a mi mientras practicábamos…-Greyjoy casi esbozó una sonrisa al rememorar aquellos tiempos tan felices, donde no era más que un adolescente altivo y despreocupado.

Naerys rió de nuevo:

-Robb era muy apuesto, honorable, valiente, con esa sonrisa tan bonita y esos hermosos ojos azules, era el sueño de todas las pupilas de Invernalia… y Jon, su medio hermano, la sangre del lobo recorría sus venas, tenía ese aire salvaje, misterioso, tan irresistiblemente exótico… Y luego estabais vos, con vuestra irritante sonrisa y vuestro enorme ego, alardeando de vuestras dotes delante de las doncellas, siempre rodeado de prostitutas baratas y vino agrio, eráis insoportable, pero yo moría por esa irritante sonrisa.-Por primera vez en toda la conversación sus miradas se cruzaron. Naerys acarició con
Los lejanos y felices días en Invernalia: Robb y Theon
el día que encontraron los cachorros de Lobo Huargo.
suavidad las mejillas de Theon… El muchacho se quedó sin palabras, por primera vez en mucho tiempo, alguien le mostraba cariño, amor, la calidez de ser amado… y le estaba encantando. Deseó no tener miedo, sentirse vivo de nuevo, ser el viejo Theon, llevarse a esa cosita pequeña y rubia a su lecho y pasar con ella todo el invierno, manteniéndola caliente a su lado, pero no se atrevía a pedirle disculpas, ni siquiera por haber estado tan ciego… Siempre pendiente de las damas de alta cuna, pagando a las más sucias prostitutas, sin haberse fijado en la dulce sonrisa de la bastarda de las cuadras. Creía que ya no sentía deseo alguno, pero estaba equivocado, deseaba con todas sus fuerzas besar a esa chica, estar con ella, yacer a su lado... 

-Sabéis que yo… en fin… no puedo… Lord Bolton me…

-Eso me da igual…-pronunció Naerys mordiéndose el labio inferior. Dubitativa alargó la mano hacia él y acarició sus dedos, fríos y ásperos, un escalofrío le recorrió la espina dorsal al sentir ese contacto tan cercano, tan íntimo- Sois lo único que me queda príncipe Theon, el único motivo por el que puedo luchar, por liberar a Invernalia de esta pesadilla, si no lo hago, no sé qué será de mi…
Greyjoy volvió a sentirse indefenso ante los ojos grises de la muchacha, la valentía de Naerys lo asombraba, y lo hacía sentirse pequeño e insignificante. Ojalá tuviese el valor que tenía aquella joven ahora mismo y pudiese vencer a Ramsey y ayudar a Sansa…

-Dejadme de llamar príncipe Theon, soy Hediondo…-escondió el rostro entre las rodillas, pero dejando los ojos al descubierto, sin poder apartar la vista de esos ojos de lobo… una extraña fuerza lo atraía hacia la joven bastarda.

-No…-dijo ella negando con la cabeza. Su tono de voz era firme y seguro. Un rayo de luz se posó sobre su mejilla, el sol comenzaba a despuntar-Lord Eddad fue mi señor, Robb Stark mi rey, y vos sois y seréis mi príncipe… Me da igual quien se siente en el trono de Invernalia, el en el Trono de Hierro o sobre la reina Cersei. Sois mi príncipe...

Apoyaron la frente el uno en el otro y cerraron los ojos, en silencio, manteniendo la magia del momento, deseando que no se terminase nunca:

-Debo marcharme, Ramsey despertará en breve, y querrá que le alegre la mañana… Eso os dará tiempo para descansar un poco más y terminar de entrar en calor.-Naerys le besó tiernamente la frente y se levantó del agujero que era la perrera de Theon. El joven alargó la mano para intentar retenerla, pero fue incapaz de pronunciar palabra de nuevo:

-Ayudad a Lady Sansa, príncipe Theon…-dijo ella antes de salir por la puerta-No la ignoréis, como hicisteis conmigo…-se volvió un última vez, el joven ya casi no distinguía su silueta, la luz del sol le cegaba y apenas pudo ver esos ojos grises y los labios rosados sonreírle de nuevo.-Yo soy tuya...-pronunció antes de desaparecer entre el ajetreo matutino de Invernalia

Una fina capa de nieve cubría la fortaleza aquella mañana, pero el sol cálido brillaba e invitaba a los lugareños a abandonar sus hogueras y a salir a pasear al aire libre. Lord Bolton decidió que era un buen día para irse de caza, lo acompañó un pequeño séquito, y también Naerys y Myranda, otra de sus amantes. Theon los vio alejarse a caballo, desde la puerta en forma de arco de piedra de las perreras, en dirección al Bosque de los Lobos. Su rostro estaba más ofuscado que habitualmente. Era consciente que ese día, la presa no iba a ser una bestia cuadrúpeda.

-Y yo soy tuyo...-afirmó Theon mientras veía a la comitiva perderse entre los frondosos árboles del bosque.

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