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Carta a papá

Querido papá,

Como cada 17 de febrero desde hace ya, once años, me encuentro aquí, sentada delante del ordenador, con los ojos empapados en lágrimas, preguntándome por qué no estás aquí y con la esperanza de que si grito tu nombre muy alto, asomarás la cabeza por la puerta para preguntarme si estoy bien.
No me gustan nada estas fechas, son días fríos y tristes, días nublados, solitarios… Días en los que mi mente se llena de preguntas que jamás se responderán, días en los que te echo más de menos. Solo me consuela la llegada de la noche: meterme en la cama y llorar a oscuras. Entristecerme, llamarte a gritos como cuando era niña… Necesito hacerte muchas preguntas, necesito tu guía, tu experiencia, tu consuelo y tus sonrisas.
No puedo evitar hacerme un montón de preguntas: ¿Estarías orgulloso de mí? ¿De las decisiones que he tomado? ¿Hacia dónde va mi vida? Yo no lo estoy, no hago más que cometer un fracaso tras otro, caerme, levantarme y volver a caer, porque no he encontrado tu mano para sujetarme. 
Me temo que no me he convertido en la princesa que te merecías, de la que estarías orgulloso. Soy la friki de la clase, la tímida, la solitaria… No tengo amigos, no visto bien, tampoco soy inteligente ni preciosa... No voy a ser una crack en la carrera que he elegido y solo baso mi vida en estúpidos sueños, estúpidos sueños que me llevan lejos de aquí, a través de letras y palabras, para disfrutar de mi soledad y mi melancolía. 

Quizá si hubieses estado aquí todo habría sido diferente: hubiese aprendido a integrarme, hubiese tomado decisiones más acertadas gracias a tu consejo, tendría más clara mi meta en la vida. Tú siempre decías que habíamos sido tu ancla, pues yo he perdido la mía y navego sin rumbo por un mar de dudas. He tenido que agarrar el timón a una edad muy temprana, te fuiste demasiado pronto, y no me ha salido bien, ahora tengo miedo de equivocarme de nuevo, de navegar a mar abierto. Necesito tu mano para levantarme porque la mayoría de las veces no me siento con suficiente fuerza para hacerlo yo sola.
Te echo de menos papá, aunque no lo creas, te añoro cada día de mi vida, dejaste un huequecito en mi corazón que nadie jamás podrá llenar. Necesito que seas mi ancla, necesito aferrarme a ti para que me digas que lo estoy haciendo bien, que, aunque crea que vaya a la deriva, es solo que aún no he descubierto mi rumbo. Lo siento, siento mucho no ser una abogada o una empresaria de éxito, con matrículas de honor, una deportista nata y tener un montón de amigos con los que hacerme fotos para subir a Internet. Siento no saber si estarías orgulloso de mi: se me han negado muchas cosas en esta vida, no cosas materiales, pero se me ha negado el don de la belleza, la inteligencia, la labia… se me ha arrebatado el don de enorgullecerme de mi misma, de valorarme, de respetarme, se me ha negado tu guía, tu apoyo, tu cariño y amor… ¡Mira en lo que me he convertido! No sabes cuánto te sigo necesitando hoy, cuánto te echo de menos. Fue muy egoísta por tu parte marcharte tan pronto, ¿es que yo no te importaba nada? ahora tengo miedo a la soledad, a estar sola, a mostrar lo que siento para no sufrir… Y todo porque te fuiste, y me negaste ese apoyo y ese cariño que necesitaba. Esas palabras: “Estoy orgulloso de ti”, no sabes lo que daría por escucharlas de tus labios, quizá si las oyera, quizá si supiera lo orgulloso que estás de mí, me hubiese valorado un poco más, me hubiese querido. Y no estaría aquí, sentada entre llantos, preguntándome qué tipo de prueba es ésta a la que me han sometido, por qué soy así, por qué me siento tan inútil e incompleta, tan triste… Porque siento tanto asco de mí.
Creo que tú tenías todas esas respuestas, todos los consejos y la ayuda que necesitaba, pero alguien no quería que me las dieses y por eso te apartó de mi lado. Ojalá encuentras al hijo de puta que hizo eso, que ha provocado que yo sea así, y le digas: “Devuélveme a su lado inmediatamente, mi hija me necesita. Necesita que la abrace, que la apoye y que le diga lo orgulloso que estoy de ella. Me necesita para hacerla feliz”.
Porque aunque diga que soy una mujer fuerte e independiente, en mi corazón sigo siendo aquella niñita asustada de nueve años que gritaba tu nombre en medio de la noche y esperaba ver la cara de su padre asomada a la puerta preguntándole si estaba bien.
Te quiero y te echo muchísimo de menos.


El Lucero de tus Ojos

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