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Somos De Mundos Diferentes

Ayla caminaba penosamente hacia casa. La oscuridad se cernía sobre ella. Con cada paso, sus pies descalzos sentían clavarse mil agujas congeladas. El viento le cortaba la cara y el busto, apenas cubierto con un fino manto. Avanzó silenciosa y desapercibida por la taberna de Thenardier. Se sentía sucia y asqueada consigo misma, con el único deseo de tirarse al Sena y limpiar para siempre esa repugnante suciedad que se le pegaba al cuerpo y al alma.
Cuando entró por la puerta del pequeño apartamento, Gavroche estaba mirando por la ventana, cuando el chico la vio empezó a agitarse nervioso por la habitación, mirando sucesivamente a Ayla, a la ventana y al suelo.

-¿Qué te pasa pequeño?-preguntó la joven

-Yo, yo... -tartamudeaba el chiquillo- Yo tengo una sorpresa para ti. Ven a ver, corre.-Gavroche la tomó de la mano  la arrastró hasta su cama- Asómate, ya verás...

Ayla se asomó por la ventana y observó el paisaje. Una niebla espesa cubría los tejados de París, pero justo delante de su edificio sobre los malgastados adoquines, como una figura heroica con chaqueta roja, se encontraba el joven y apuesto Enjolras Pontmercy.
Ayla miró a Gavroche, perpleja.

-¿A qué esperas?-dijo el niño- Abre la ventana, tiene algo que decirte.

Ayla abrió la ventana, despacio, asustada. Un golpe de aire frío le golpeó el rostro, pero ella ni se percató. Apoyó los brazos en el borde de la ventana y sin decir nada escuchó el mensaje de Enjolras.
El joven se puso a cantar una dulce melodía sobre un joven humilde que intentaba seducir a una dama rica. Ayla conocía esa canción, se la cantaba su madre de niña, y ella se la cantaba a Gavroche cuando tuvo que hacerse cargo de él. La chica acompañó a Enjolras en su canto, creando ambos un perfecto dueto. La magia de sus voces se entrelazaba, se unía, se separaba... Ayla se dejó seducir por el encanto de esa canción, pero cuando Enjolras sostuvo una nota muy aguda, Ayla despertó de su sueño. Se apartó de la ventana y se arrodilló en el suelo, llevándose las manos a la cabeza,

-¡Dios mio! ¿Qué estoy haciendo? ¿Cómo se me ha podido pasar por la cabeza?

Gavroche se asustó al ver a su hermana tirada en el suelo.

-Ayla... -susurró- ¿Qué te ocurre? ¿Es que no te ha parecido bonito?

Ayla alzó la vista, tenía los ojos llenos de lágrimas. Gavroche se sintó culpable, no sabía que ayudar a Enjolras, a su héroe, a conquistar a su hermana fuese una cosa tan mala.
La joven tomó al chico por los hombros

-Gavroche, se que no lo has hecho con mala intención. ¡Pero es imposible! Somos de mundos diferentes, ¿es que no lo ves? Si algún día se cumplen sus estúpidos sueños de República, ¿crees que nos beneficiaremos en algo? Todo seguirá igual, seguiremos pasando hambre y frío.

Gavroche se deshizo del abrazo de su hermana, ahora ambos tenían los ojos llenos de lágrimas.

-¡No es verdad! Enjolras es una buena persona y se preocupa por todo el pueblo. Si te detuvieras a escucharle alguna vez...

-¡Gavroche! Enjolras solo es un borracho y un mujeriego. Te prohíbo que te vuelvas a acercarte a él o a sus amigos.

-¡No eres nadie para prohibirme eso!-gritó el muchacho- ¡No eres mi madre!

Gavroche corrió escaleras a bajo, Ayla le llamó y se pensó que volvería en seguida, pero al ver que el chico seguía bajando escaleras corrió tras él. Salió a la calle, descalza y con los hombros al descubierto, llamando a gritos a su hermanito. Ayla corrió hacia la plaza de Saint Michel y lo encontró delante del Café ABC, rodeado por los Amigos, y con el rostro empapado en lágrimas.
Ayla mantuvo las distancias, pero el grupo de jóvenes la miraba fijamente con desprecio. La chica se rodeaba el cuerpo con los brazos, para intentar combatir el frío. Tendió la mano hacia Gavroche.

-Gavroche, -dijo con la voz tenue- venga, vayámonos a casa. Hace frío.

-No.-negó el niño firmemente.

-Vamos Gavroche- le suplicó- Escucha, siento lo que te he dicho, no era mi intención hacerte daño. Por favor perdóname, solo quiero lo mejor para ti...

- Y yo también, es más, quiero lo mejor para todo el pueblo- Ayla se dio la vuelta. Enjolras estaba detrás de ella, con su esbelta estatura y su presencia firme y autoritaria- Por eso lucho, para que gente buena como tu y Gavroche no tenga que pasarlo mal enfrente de tiranos aristócratas.

-¿Lo ves? Protestó Gavroche, tiene buenas ideas. Si te pararas a escucharlo...

Ayla miró al niño y a sus brillantes ojos azules de suplica, era incapaz de negarle algo.

-Lo siento, Enjolras-dijo Ayla sin mirar al joven a la cara- siento haberte ofendido. Seguro que tienes ideas muy buenas para salvar al pueblo.

Enjolas asintió: "Disculpas aceptadas".

La joven volvió a mirar a su hermano.

-¿Me perdonas tú ahora?

-No,-se negó Gavroche cruzando los brazos.

-¿Cómo que no? Si ya le he pedido perdón, ¿qué más quieres que haga?

-Te perdonaré con una condición. Tienes que salir con Enjolras esta noche.

Ayla miró a Enjolras, ruborizada

-¿Pero qué estás diciendo?

-A mi me parece bien- afirmó Enjolras

-Venga, id y divertíos. No te preocupes por el niño, nosotros nos encargamos- dijo Grantaire, un simpático estudiante de medicina- Cuando regreséis te estará esperando aquí.

Enjolras se quitó la chaqueta roja y la pasó por los hombros de Ayla, la rodeó con el brazo y se la llevó. La joven no paraba de mirar a todos lados, nerviosa, miraba a Gavroche mientras se alejaban, preocupada. Pero fue una de las mejores noches de su vida. Rieron juntos, se abrazaron y se tomaron de la mano. Ayla estaba tan ocupada trabajando que jamás había tenido tiempo para divertirse, por primera vez ella era el centro de atención, alguien se estaba preocupando por ella, y le gustaba.
Los dos jóvenes llegaron a uno de los puentes que cruza el Sena, el Pont Saint-Michel. Ambos se quedaron mirando como corría el agua bajo sus píes. Ayla se percató que Enjolras la estaba mirando fijamente, sonriendo orgulloso. Ella sonrío e intentó ocultar su rubor apartando la vista.

-Eres tan especial, Ayla. -susurró él.

-Seguro que eso se lo dices a todas. Es cierto eso de que tienes fama de galán.

- Puede que sí, pero tu eres diferente...

-¿Por qué?

El le agarró el rostro y la obligó a mirarle a los ojos

-Porqué siento que a ti-tragó saliva-debo pedirte permiso antes, antes de besarte...

Ahora si que era imposible ocultar su rubor. Cerraron los ojos y sus rostros se acercaban cada vez más. Jamás había tenido tantas ganas de besar a alguien. Pero, como siempre, la conciencia de la joven se despertó y se apartó de él bruscamente.

-No puedo- ella era incapaz de mirarle a los ojos, se sentía avergonzada.

-¿Por qué no?-dijo él sorprendido.

-Porque somos de mundos diferentes.

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