Ayla recordaba perfectamente el día que su padre la
llevó por primera vez ante el Consejo de Ancianos. Acababa de cumplir los seis
años, cuando aquella fría mañana de invierno, la que tía Eli la levantó a toda
prisa de la cama. La esposa de Svend entró en la habitación de piedra y madera
dando gritos de buenos días, deposito una bandeja con comida en la mesita y
encendió la chimenea. A la pequeña le costó trabajo abandonar la calidez de sus
pieles para enfrentarse a la gélida brisa matutina de Halogala. Elisabetha
abrió las cortinas para que entrase la luz, pero no sirvió de mucho, los rayos
del sol apenas habían comenzado a rozar los tejados de las cabañas de Malmö.
“¿Por qué la levantaba tan temprano?” se preguntaba la jovencísima Ayla
tapándose la cabeza con las mantas de piel de zorro. Tía Eli era una mujer
bajita y regordeta, Ayla no recordaba haberla visto jamás sin su moño y su
delantal. Tenía fama de ser la joven más hermosa de Isla Corazón, pero los
abortos, el embarazo y el complicado parto de Ryden la habían provocado un
notable aumento de peso, arrugas y dos grandes bolsas negras bajo los ojos. La
mujeruca tiró de las pieles hacia abajo y la niña sintió como un escalofrío le
recorría el cuerpo. Se hizo una bola e intentó ocultar su rostro bajo la almohada.
La corpulenta mujer que la había amamantado la alzó en brazos y la sentó en su
sillita delante de la chimenea encendida. El sueño no la dejaba pensar con
claridad, Ayla se sintió hipnotizada por el baile de las incipientes y
anaranjadas llamas que le sonrojaban las mejillas. En la bandeja que le había
traído tía Eli había un bol lleno de humeantes gachas calientes y un gran baso
de zumo. A Ayla le rugió el estómago, no era consciente del hambre que tenía
hasta que olfateó las deliciosas gachas que le había preparado tía Eli. Se las
comió con ansias:
-Termínatelo todo, Ayla-ordenó su tía mientras hacía
la cama y elegía algo de ropa del armario-tienes que recoger fuerzas para el
día de hoy…
“¿Qué sucedía hoy? ¿Había olvidado algo? ¿Algo
importante?” se preguntaba la niñita con la cara manchada de gachas.
Normalmente no se levantaba tan pronto, ni desayunaba en la habitación, ni
siquiera se había vestido esa mañana, algo raro sucedía…
Cuando estaba a punto de terminar su desayuno, Ryden
entró en su habitación en busca de su madre. A pesar de tener apenas un año más
que ella, Ryden era mucho más alto que la mayoría de los niños de su edad, pero
delgado como un palo de escoba y silencioso como un gato durante una cacería.
Los niños del pueblo le llamaban Ryden el Mudo o Ryden la Sombra. Su altura, su
mudez y que siempre andase tras los pasos de su primita pequeña le habían
otorgado al joven Adger fama de retrasado y cobarde, aunque al chiquillo
parecía no importarle demasiado los comentarios de los otros niños, y si Ayla
le pedía que fuese con ella a recoger flores al bosque, Ryden cogía una cesta y
recogía flores en el bosque. El pequeño iba vestido con una camisa gruesa de
manga larga, de piel teñida de azul marino y unos pantalones anchos a juego.
Eran prendas nuevas y por su aspecto habían tenido que ser muy caras. Todo lo
elegante que se podía ir en el gélido invierno malmoniano. Encima de las botas
llevaba unas polainas de pelo y un cinturón de cuero adornaba su vestimenta.
Cuando lo vio llegar, tía Elisabetha cogió un paño de la mesilla de Ayla, lo
humedeció en el cuenco lleno de agua y le lavó la cara a su hijo, le preguntó
si se había terminado el desayuno, él asintió con la cabeza. Su madre le
arregló los rizitos rubio oscuro y le tendió un vaso con preparado de menta
para que se enjuagase la boca. Después fue el turno de Ayla, sus ropas de
dormir estaban cubiertas de gachas, al igual que su rostro, sus manos y algún
que otro mechón de pelo. Tía Eli la cogió en brazos y la plantó delante de la
cama, alejándola del calor de las llamas de la chimenea. Le quitó la ropa y
comenzó a pasarle un trapo húmedo y jabonoso por todo el cuerpo. Ayla intentó
resistirse, el agua estaba muy fría y odiaba los baños, no porque no le gustase
el agua, ni sentirse limpia, sino porque sabía que después del baño tocaba el
cepillado de pelo y tía Eli domaba sus ondas plateadas a base de dolorosos
tirones.
-Menos mal que he decidido darte el desayuno
primero-refunfuñaba tía Eli mientras le levantaba un brazo por la muñeca y le
fregaba la axila-te has puesto perdida…
La ropa que Elisabetha eligió para Ayla era parecida a
la de Ryden pero en una versión más femenina. La túnica era más larga y los
pantalones se le ajustaban a las piernas, y en lugar de colores añiles sus
prendas lucían azules como el cielo. Las polainas eran de pelo blanco, en lugar
de marrón, como las de su primo, y el cuero del cinturón también había sido
teñido de beige en lugar del tono oscuro del otro. Eran ropas cómodas y cálidas
y olían a nuevo. La hacían sentirse elegante y preciosa, lista para montar un
dragón con espada en mano y plantarse ante el Consejo reclamando su trono.
Después, su tía le cepilló la media melena rubia hasta
sacarle brillo y la adornó con una cinta azul sobre la frente. Durante todo el
rato, Ryden había aguardado sentado en silencio sobre la cama de Ayla,
jugueteando con los guantes peludos que se pondría para salir a la calle. A
ella también le dieron unos, y se los colgó por las muñecas. Cuando ambos niños
estuvieron al fin aseados, vestidos y desayunados, Elisabetha los cogió de la
mano y los llevó hasta el primer piso. Antes de salir de su cuarto, Ayla echó
un último vistazo por la ventana alargada. Los rayos del sol ya cubrían la
mitad de la Montaña del Fuego y el semicírculo de la Academia resplandecía
desde primera hora y unas lenguas naranjas lamían los muros grisáceos de la
Fortaleza de las Escamas. En la cocina aguardaban el rey Haakon y su hermano
Svend, estaban sentados en taburetes, cerca del fuego, comiendo pan con panceta
y bebiendo cerveza negra de cuernos de uro. Ambos se habían vestido muy
elegantes, también. Haakon lucía una túnica negra sin mangas y un cinturón de
medallones de oro y rubíes que le sujetaba los largos pantalones de cuero
curtido negro. Sus polainas eran de piel de lobo gris. La capa era negra como
el carbón, con el cuello forrado con pelo, llevaba pesados brazaletes de
metales preciosos en las muñecas y un broche de plata en forma de dragón, con
las alas extendidas y un halo de fuego brotando de sus fauces abiertas, cerraba
su capa en torno a los hombros. La larga melena rojiza y la barba habían sido
cuidadosamente cepilladas y relucían como brocados dorados. Svend era algo más
delicado que Haakon, su túnica granate era de manga larga y llevaba el cabello
rubio oscuro trenzado en una larga trenza que caía por su espalda. Llevaba el
mismo broche de plata que su hermano y un enrome medallón dorado con un rubí
incrustado le colgaba del cuello. Una distinguida cicatriz, fruto de una
antigua batalla, le atravesaba el rostro en diagonal, otorgándole un aspecto
fiero, que contrastaba con la delicadeza de sus ropas. Ambos hombres eran
tremendamente altos y corpulentos, aunque las medidas de Haakon sobrepasaban
las de la mayoría de los habitantes.
-¿Seguro que es buena idea?-le oyó susurrar Svend a
Haakon mientras terminaba de bajar las escaleras. El otro asintió con un
gruñido.
-¡Pero mira a quién tenemos aquí!-exclamó el Guardián
de Halogala cuando Elisabetha apareció con los niños-pero que guapos estáis.
El dulce tono con que Haakon hablaba a su hija no
encajaba con el corpulento y gran hombretón. Ayla corrió hacía él, su padre la
agarró bajo los brazos y la hizo volar mientras ambos reían de placer. La dejó
en el suelo y la contempló orgulloso, no se parecía en nada a Tiana, no, era
toda una Adger, de sangre pura, de la familia del dragón de los Antiguos
Clanes. No tenía la elegancia ni la gracia, ni los dones femeninos de su madre,
pero era toda una princesa. Su princesa.
-Hoy es un día muy especial para nosotros.-proclamó
Haakon con su voz de rey, aquella que solo usaba en las reuniones con el
Consejo-vais a ser nombrados aprendices de jinete ante el Primer Dragón y los
Antiguos Clanes y cuando llegué la Primavera comenzaréis a entrenar en la
Academia.
A Ayla casi se le sale el corazón del pecho por la
emoción. ¡Jinete de dragón! Como su padre, su tío, y como lo fue su abuelo y su
bisabuelo, y todos sus ascendientes desde que los Adger velaban por Halogala,
hacía ya tres siglos. Iba a ser la primera reina de Malmö, montaría un
impresionante dragón de fuego, ¿o quizá del viento, como su padre? ¿O del
hielo? Le daba igual cual, pero Ayla ya se imaginaba montando una maravillosa
bestia alada, espada en mano, defendiendo su isla de los usurpadores, luchando
en lejanas tierras, dirigiendo a un equipo de jinetes… Era para lo que había
nacido, la pureza de su sangre, la marca en su pecho, todo en su cuerpo eran
señales de que algún día, ella, iba a montar un dragón. Miró a Ryden, no había
dicho nada, el casi nunca decía nada, pero Ayla percibía su entusiasmo. Le tomó
la mano y le sonrió. Svend también había visto la reacción de los niños en
silencio y, una vez superada la sorpresa inicial, les tendió una cajita de
ébano oscuro, con detalles en oro y la marca en plata del dragón serpenteado
justo en el centro. Tía Eli también se acercó, en la mano llevaba dos capas,
una añil, y la otra azul cielo, forradas con lana y con el cuello cubierto de
pelo. Se las colocó a los niños sobre los hombros y Svend abrió la caja, dentro
había dos broches plateados, en forma de dragón, con las alas extendidas y un
halo de fuego brotando de sus fauces, idénticos a los que ellos mismos
llevaban. Haakon cogió uno de los broches y se lo colocó a Ayla, Svend hizo lo
mismo con Ryden:
-Recordad bien esto niños: Sois Adger, de la familia
del dragón de los Antiguos Clanes. Jinetes de dragón, Reyes de Malmö,
Guardianes de Halogala. Vuestros ancestros lucharon en la Gran Guerra montando
monstruosas bestias de escamas negras. Nuestro nombre resuena en los cuatro
puntos cardinales y en todos ellos tiemblan al oírlo. Así que: no nos
defraudéis.
No era la primera vez que Ayla viajaba en Tormenta, la
dragona blanca de su padre, de hecho, montaba en dragón antes de saber andar.
Pero esa vez fue diferente: el viento resoplaba a través de las membranas de la
bestia, mientras esta se retorcía al compás de las corrientes. Calígula les
seguía de cerca, con Svend y Ryden, Ayla escuchaba como retumbaba el batir de
las alas del dragón de cuello alargado de su tío. Cuando montaba, no solía
mirar al suelo, apuntaba alto: soñaba con llegar a las nubes, o a lo lejos,
cruzar el mar: visitar las otras islas, el continente, las Tierras de Jade, el
interminable azul del oeste… Pero eso día, miró hacia abajo: sobrevolaron la
Fortaleza de las Escamas, en otros tiempos la familia real había habitado ese
enorme bastión que construyeron con magma y fuego de dragón, pero Haakon no
quería criar a su hija rodeada de lujos entre sedas y criados. Ayla debía
conocer a su pueblo, comprenderlo: desde el guerrero más poderoso, al campesino
más pobre. Debía aprender a hacer las cosas por sí misma, demostrar lo que
valía por sus capacidades, no por ser hija de quien era. Haakon trasladó a su
familia a una cabaña de piedra, más grande y lujosa que la mayoría, pero al
lado de las tierras de sus hombres. Desde ese día, en la Fortaleza de las
Escamas solo se recibía a las visitas que incluían asuntos de Estado y se
almacenaba a los presos en sus mazmorras. A lo lejos, y al pie de la montaña
los mármoles blancos de la mansión Pendragón resplandecían con los primeros
rayos del sol. Al este, la ciudad comenzaba a cobrar vida: los barcos
comenzaban a danzar alrededor del puerto, los campesinos se ponían en marcha y
los artesanos encendían sus fuegos. Casi al llegar al Bosque del Consejo, al
sur de la escarpada isla, Ayla divisó la Academia: alrededor del semicírculo de
piedra algunos dragones y sus jinetes practicaban algunas maniobras, desde su
altura, se escuchaba el repiquetear de las espadas de los aprendices que
entrenaban el patio bajo las órdenes de un veterano jinete convertido en
instructor. Ayla observó la estructura de piedra hasta que se desvaneció entre
las ramas del espeso Bosque del Consejo. Tormenta serpenteó entre las ramas de
los árboles relativamente jóvenes del Bosque Nuevo y aterrizó en un claro, más
grande que el semicírculo de la Academia. En Halogala existían dos grandes
extensiones boscosas: El Bosque Viejo, o Bosque de las Bestias, era el más
grande y abarcaba el norte y el oeste de la isla. Estaba constituido por
robustos y gruesos árboles, de hojas oscuras que escondían pantanos y cuevas
donde habitaban los dragones en estado salvaje. Si Ayla conseguía superar su
faceta de aprendiz, sería abandonada en ese bosque durante una luna entera con
la esperanza de encontrar a su montura y volver sobre ella, o hacerlo a pie y
ser una vergüenza para su familia. El Bosque del Consejo había sido una
extensión del Bosque de las Bestias, pero la Guerra lo arrasó todo, y lo
reconstruyeron con árboles más finos y claros que los antiguos. Se ubicaba en
el lado sur de la isla y no solo ejercía como lugar de reunión de los Antiguos
Clanes, sino que también como reserva de caza de los malmonianos. El conflicto
había destruido el bosque entero, con la excepción de un antiguo monumento de
piedra, pequeño y humilde, que seguramente levantaría algún cazador para dar
las gracias por sus presas, y que constituyó el núcleo de la nueva sede del
Consejo, donde a su alrededor se alzaban doce tronos de piedra con una marca
roja grabada en el respaldo. Haakon bajó a Ayla de su dragón y la llevó de la
mano a recorrer el claro. Allí había reunido como medio centenar de personas,
incluyendo: ancianos, hombres y niños y sus respectivos dragones. Haakon se
detuvo a saludar a todo aquel que le hizo una reverencia, inclinaba la cabeza,
preguntaba por la esposa y la familia, por una antigua lesión y rememoraba
antiguas batallas. A Ayla le sorprendió como su padre había memorizado tantos
nombres, rostros e historias, y a pesar del interés que el mostraba en sus
camaradas, nadie pareció prestar ningún tipo de atención a la niña que lo
acompañaba, pero, a pesar de todo, la joven sintió como todas las miradas
afiladas como cuchillos se clavaban en ellas y como los hombres susurraban a sus
espaldas: “¿una mujer aquí? ¡Vaya insulto! ¡Es la hija del rey! Debería estar
aprendiendo con las sacerdotisas y no aquí, perdiendo el tiempo ¡esto es una vergüenza!
¡No es lugar para una chiquilla”. Después de su ronda, Haakon se reunió con su
hermano, el tímido Ryden había recibido excesiva atención y se ocultaba entre
las piernas de su padre, rojo como un tomate y con la mirada perdida en el
suelo:
-¿Cómo pinta el asunto?-preguntó el rey a Svend.
-No muy bien-respondió el otro-he contado unos
treinta, entre los Antiguos y los Nuevos Clanes. Eso te da una posibilidad,
pero…
-Pero ha habido tiempos mejores…-suspiró Haakon
mirando a su hija.
Un tintineo resonó por todo el claro, interrumpiendo
las conversaciones entre los jinetes. En el centro del círculo de tronos de
piedra, un hombre mayor, calvo y con una larga y afilada barba blanca, hacía
sonar una campana con la mano:
-la sesión va a comenzar en seguida, se ruega a los
patriarcas que ocupen su puesto en el Consejo y a sus acompañantes que guarden
silencio.
El hombre tenía una voz ronca y salpicaba al hablar a
través de dos gruesos y resecos labios. A medida que los hombres se iban
acercando, el hombrecillo, que vestía con una larga túnica oscura sin apenas
decoración, fue fijando sus pequeños y curiosos ojos grises en cada uno de los
miembros del Consejo. El trono de Haakon era más grande que la mayoría, y en su
respaldo había grabado y
pintado un dragón serpenteante, igual que el que Ayla
lucía en el pecho. Svend se situó a su lado, con los niños.
El veterano consejero Drog Shane, de la familia de los halcones de los Antiguos Clanes |
-¿Veis ese hombre de allí? ¿El que hace tocar la
campana?-los chicos asintieron en silencio-Ese es Drog Shane, de la familia del
halcón, es el miembro más veterano del Consejo, su hijo Gavin es uno de los
principales instructores de la Academia. Es un hombre muy respetado y ocupa un
cargo de honor en el Consejo. Es un hombre muy sabio e inteligente, tu padre
sabe escucharlo bien…
-¿Cuánto de viejo es, tío Svend?-preguntó la pequeña.
-Fue nombrado jinete a la vez que el padre de nuestro
abuelo…
Ayla intentó calcular con los dedos cuantos años debía
de tener ese hombre, pero los cálculos no cuadraban en su joven mente.
-Eso son muchos años…-suspiró al fin.
-Y que lo digas, pequeña…
En tiempos pasados, se habían celebrado las
convocatorias para los aprendices cada año y solían tener una media de cien
nuevos aprendices. Desde hacía dos décadas, que el número de niños disminuya
cada vez de manera más alarmante: la sangre estaba demasiado mezclada y muchos
niños nacían enfermos o con malformaciones, o simplemente no nacían, llevándose
con ellos las vidas de sus pobres madres. Otro factor que intervino, fueron los
inviernos: habían sido exageradamente fríos y muchos recién nacidos no los
superaban y morían antes de llegar la primavera. El escaso número de infantes
retrasó su entrada en la Academia, y desde hacía unos diez años, entraban
jinetes nuevos cada dos años en lugar de anualmente, y solo podían hacerlo los
varones. La bienvenida de los nuevos aprendices se llevaba a cabo por separado,
por un lado los Antiguos Clanes, cuya obligación era que todos sus hijos
varones entrasen a entrenar para convertirse en futuros jinetes de Malmö. Los
Nuevos Clanes tenían que pagar un impuesto si querían que sus niños comenzasen
a entrenar en la Academia.
Ayla examinó uno a uno los doce tronos de piedra,
cinco de ellos estaban vacíos: los Maggen (la familia de los osos), los Fairley
(delfines), Bean (el bosque) y los Enston (los lobos), se habían extinguido
durante la Gran Guerra. Ese gran conflicto enfrentó islas contra islas, a los
señores del continente y hasta los sultanes de las Tierras de Jade… la guerra
duró cerca de un siglo, y terminó con el legendario Auel Adger como primer rey
de los dragones de Halogala y con la llegada de los Nuevos Clanes, y con ellos
sus extrañas costumbres: la lengua del continente, el comercio, el matrimonio
de conveniencia y su obsesión por controlar las leyes de Malmö.
El quinto asiento vacío era el de los Niara, que tenía
la marca roja de un buey. Tiana Niara era hija de Roster Niara, patriarca de
los bueyes de los Antigos Clanes, a su muerte, su hermano Morgan desapareció,
no quería ocupar esa vieja silla de piedra, y desapareció sin dejar
rastro. La amplia descendencia que Tiana
debía tener debía ocupar el trono de los Adger y también el de su hermano, pero
su muerte durante el parto de Ayla, había dejado esa silla vacía y cubierta de
telarañas.
Drog Shane alzó la voz de nuevo:
-Presentaos, patriarcas ante el Primer Dragón y
anunciad el nombre de aquellos que comenzarán a servirle-el anciano encendió
una hoguera en el centro del círculo, sobre las ruinas del antiguo templo y
pronunció una oración en su lengua antigua de gestos y signos. Después, uno por
uno comenzaron las presentaciones. Aquellos que no tenían ningún pupilo que
presentar, simplemente decían su nombre en voz alta y el de su familia. El
primero fue la familia Jory, que la representaba un joven de
unos veinte años,
de pelo castaño claro y profundos ojos verdes:
-Kassius Jory, de la familia de la Rosa de los
Antiguos Clanes. Jinete de Malmö, en representación de Green Jory, patriarca de
la familia de la Rosa de los Antiguos Clanes.
(El padre de
Kassius estaba muy afectado por la Gota, y su primogénito acudía en su nombre)
-Mace Huffle, patriarca de la familia de la serpiente
de los Antiguos Clanes. Mi Segundo hijo: Warren Huffle, jinete de Malmö.
Detrás del trono de piedra aguardaban los dos hijos de
Mace: Mace II y Warren, con los dos hijos gemelos de el segundo:
-Consejeros-saludó el tal Warren con una leve
reverencia. Era un hombre grueso y calvo, que lucía una costosa armadura de
plata bañada en oro con dibujos de dragones y serpientes-entrego a mis hijos:
Mace y Jarod, como aprendices para servir a Malmö y al Primer Dragón.
Los Consejeros asintieron con la cabeza ante la
presentación de los dos gemelos por parte de la familia Huffle. Los niños se
acercaron y lanzaron dos pieles de serpiente disecadas al fuego sagrado como
ofrenda.
El siguiente en hablar fue el viejo Drog:
-Drog Shane, patriarca de la familia de los halcones
de los Antiguos Clanes. Mi segundo hijo: Grey
Shane.
Gavin Shane, instructor de la Academia e hijo mayor de Drog Shane |
El clan Shane había venido casi al completo a la
ceremonia, a Drog le acompañaban sus dos hijos: Gavin y Grey y los tres retoños
del segundo, dos de ellos ya aprendices de la Academia. Gavin había consagrado
su vida al adiestramiento de dragones, no se había casado, ni tendría hijos,
pero aun así era el mayor y por tanto el consejero que ocuparía su silla de
piedra algún día. Grey, en cambio, a sus treinta años era todo un cabeza de
familia con una numerosa prole y la sed de ocupar algún día el codiciado
asiento:
-Consejeros-saludó el apuesto Grey-entrego a mi hijo
Trant como aprendiz para servir a Malmö y al Primer Dragón.
Grey dio al pequeño un pico de halcón seco y este lo
arrojó al fuego tímidamente.
-Jakko Thibut, patriarca de la familia de los caballos
de los Antiguos Clanes. Mi hijo menor: Lulo Thibut.
Los Thibut eran la única familia en toda Malmö que no
compartía los rasgos nórdicos de la mayoría de los habitantes: tenían la piel
curtida y de un dorado caramelo, y de sus cabezas brotaban rizados mechones de
pelo negro como el carbón. No solo eran famosos por esos rasgos tan exóticos:
Jakko, el patriarca de la familia, tuvo un romance espontáneo con una doncella
de los Nuevos Clanes. El adulterio estaba expresamente penado en Malmö, pero
Loraine Solberg nunca reconoció que Rakko fuese hijo de Jakko; a pesar de que
en lugar de poseer la melena anaranjada de su madre, lucía un ensortijado y
revoltoso cabello oscuro. Jakko alegó ese gran parecido físico a que, en el
pasado, los Thibut y los Solberg habían
estado emparentados, aunque siempre se encargó de que al hijo de Loraine, no le
faltase de nada.
Momo, el primogénito de Jakko, era uno de los
guerreros más poderosos, sanguinarios y temidos de todo el archipiélago. Era
tan alto como Haakon, y todo músculo: su cabellera negra trenzada le colgaba
hasta la cintura. Tenía los brazos y el pecho al descubierto, apenas cubierto
por un chaleco de piel, a pesar del intenso frío y lucía con orgullo un sinfín
de cicatrices mal curadas. Y sus ojos…
tenía unos ojos del color de la miel, con la pupila alargada de los felinos;
más bestia que humano… El hombretón aguardaba tras su padre, con los brazos
cruzados sobre el pecho, dedicó una ligera mirada a Ayla y esta sintió como un
escalofrío le recorría la espalda. Ese hombre la aterraba.
Asher Thibut, el hijo de Lulo, ofreció al Primer
Dragón un manojo de crines de caballo.
Stone Kobu, de la familia de los leones de los
Antiguos Clanes presentó a su nieto mayor: Garlan, como aprendiz. Su hijo
Knight los acompañó, entonces Knight acababa de comenzar como instructor en la
Academia, bajo las órdenes de Gavin y los descendientes ilegítimos de Myra, la
primogénita, eran los únicos que podían ejercer de Consejeros a la muerte de
Stone y Knight.
Momo Thibut, el despiadado guerrero de la familia de los caballos de los Antiguos Clanes |
Después fue el turno de la familia Mann:
-Grey Shane, jinete de Malmö y de la familia de los
halcones de los Antiguos Clanes en representación de Eloff Man, patriarca de la
familia del agua de los Antiguos Clanes y futuro aprendiz
.
Eloff se había convertido en patriarca de su familia
antes de su nacimiento, su padre: Lynus Mann, había desaparecido en el mar
durante una expedición, su montura regresó sin él y jamás dieron con algún
resto que pudiese explicar la tragedia. Grey, el hermano de su madre, y puesto
que tenía muy pocas posibilidades de ascender algún día de Consejero, ejercía
como tal durante la minoría de edad de su sobrino.
-Padre ¿algún día yo seré Consejera?-pero nadie la
respondió, algo preocupaba realmente a Haakon para mirar de esa forma tan
extraña a la niña de sus ojos. Y por fin, llegó su turno:
-Haakon Adger, patriarca de la familia del dragón de
los Antiguos Clanes. Mi hermano, Svend, jinete de dragón.-sentenció solemne.
-Consejeros-continuo su hermano con el pecho hinchado
de orgullo-entrego a mi hijo Ryden como aprendiz para servir a Malmö y al
Primer Dragón.
Svend tendió un diente de dragón a Ryden y lo empujó
suavemente hacia la hoguera de Fuego Sagrado. El muchacho lo contempló un
instante, lo acarició con la yema de los dedos y lo tiró al fuego.
Se formó un respetable silencio entre los consejeros,
que rezaban en susurros al Primer Dragón para que cuidase aquellos nuevos
aprendices… Drog Shane se disponía a cerrar la ceremonia cuando Haakon Adger
volvió a intervenir:
-Consejeros-proclamó en voz alta para que todos lo
oyeran-entrego a mi hija Ayla como aprendiz para servir a Malmö y al Primer
Dragón.
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